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CAPÍTULO SEIS

Kevin y su madre siguieron a la Dra. Levin desde las instalaciones del SETI hasta un coche que parecía demasiado pequeño para pertenecer a alguien de su posición.

—Es muy respetuoso con el medio ambiente —dijo, en un tono que daba a entender que se había enfrentado mucho a esa pregunta—. Vamos, será más fácil que os lleve a los dos en coche. Son bastante estrictos con la seguridad.

—¿Quiénes? —preguntó la madre de Kevin.

—La NASA.

A Kevin se le cortó la respiración al oírlo. ¿Iban a hablar con la NASA? Tratándose de extraterrestres, eso era incluso mejor que el SETI.

El viaje en coche a través de Mountain View fue corto, como mucho de unos cuantos minutos. Aun así, fue lo suficientemente largo para que Kevin mirara a través de las ventanas a las compañías de alta tecnología esparcidas por la zona, evidentemente atraídas hasta allí por la NASA y Berkeley, la presencia de tanta gente inteligente en un solo lugar las había llevado en la misma dirección.

—¿En serio que vamos a ir a la NASA? —dijo Kevin. Casi no podía creérselo, lo cual no tenía sentido, dadas las cosas que había tenido que creerse en los últimos días.

Las instalaciones de la NASA eran todo lo que no había sido el edificio del SETI. Eran grandes, desplegadas por varios edificios y situadas en un lugar en el que conseguía tener vistas tanto de las colinas que la rodeaban como de la bahía. Había una oficina de turismo que básicamente era una carpa construida a una escala que parecía difícil de creer, de un blanco luminoso con el logotipo de la NASA pintado. Pero pasaron de largo de ella, hacia una zona que estaba cerrada al público, tras una valla metálica y una barrera donde la Dra. Levin tuvo que enseñar una identificación para que pudieran entrar.

—Me esperan —dijo.

—¿Y quiénes son ellos, señora? —preguntó el guardia.

—Son Kevin McKenzie y su madre —dijo la Dra. Levin. Vienen conmigo.

—Ellos no están en la…

—Vienen conmigo —dijo la Dra. Levin de nuevo y, por primera vez, Kevin se dio cuenta del tipo de dificultad que su posición implicaba. El guardia dudó por un instante y, a continuación, sacó un par de pases de visitante, que la Dra. Levin les entregó. Kevin se lo colgó del cuello y le pareció un trofeo, un talismán. Con esto, podía ir a donde quería. Con esto, la gente lo creía de verdad.

—Tendremos que ir a las áreas de investigación —dijo la Dra. Levin—. Por favor, id con cuidado de no tocar nada, pues algunos de los experimentos son delicados.

Los llevó hasta dentro del edificio que parecía estar compuesto mayoritariamente de delicadas curvas de acero y cristal. Este era el tipo de lugar que Kevin había esperado tratándose de Mountain View. Así era cómo un lugar que observaba el espacio debía ser. Había laboratorios a ambos lados, con el tipo de equipo avanzado que daba a entender que podían probar casi cualquier cosa que el espacio lanzara en su dirección. Había lásers y ordenadores, mesas de trabajo y aparatos que parecían diseñados para la química. Había talleres llenos de equipos de soldar y partes que podrían haber sido de coches, pero que Kevin quería creer que eran para vehículos para usar en otros planetas.

La Dra. Levin iba preguntando a medida que avanzaban, al parecer intentando descubrir dónde estaban todos los que estaban relacionados con la noticia del mensaje de la Pioneer 11. Siempre que pasaban por delante de alguien, ella lo paraba y a Kevin le apreció que conocía a todos los que estaban allí. Puede que el SETI estuviera separado de todo esto, tal y como decía ella que lo estaba, pero era evidente que la Dra. Levin pasaba mucho tiempo aquí.

—Oye, Marvin, ¿dónde está todo el mundo? —le preguntó a un hombre con barba y una camisa de cuadros.

—La mayoría están reunidos en el centro para la investigación de superordenadores —dijo—. Con algo así, quieren ver qué se inventarán ahora en los boxes.

—¿Los boxes? —preguntó Kevin.

La Dra. Levin sonrió.

—Ya verás.

—¿Quiénes son? —preguntó el hombre barbudo.

—¿Qué dirías si te contara que aquí Kevin puede ver extraterrestres? —preguntó la Dra. Levin.

Marvin rió.

—Puedes intentar jugar con la reputación de cazadora de extraterrestres loca todo lo que quieras, Elise. Eres tan escéptica como todos nosotros.

—Tal vez con esto no —dijo la Dra. Levin. Se giró para mirar a Kevin y a su madre—. Por aquí.

Los llevó a otra parte del edificio y ahora Kevin tenía la sensación de seguridad extra, con escáners de identificación y cámaras casi a cada curva. Aun más, probablemente este era el lugar más limpio en el que había estado. Mucho más limpio que, por ejemplo, su dormitorio. Parecía que ni una sola mota de polvo podía colarse en él sin permiso, por no hablar de los montones de ropa vieja que llenaban el espacio hasta que su madre le decía que lo ordenara.

Los laboratorios estaban casi vacíos en ese momento, y vacíos de una manera que daba a entender que los habían abandonado a toda prisa porque estaba sucediendo algo más interesante. Fue fácil ver a donde habían ido. La gente se amontonaba en los pasillos mientras los tres se acercaban a su destino, intercambiando chismes de los que Kevin solo pillaba trozos.

—Hay una señal, pero es una señal de verdad.

—Después de todo este tiempo.

—No son solo datos de telemetría, o incluso escaneos. Hay algo… más.

—Estamos aquí —dijo la Dra. Levin cuando llegaron a la habitación donde habían dejado la puerta abierta, evidentemente para dejar que la multitud de gente intentara embutirse dentro—. Déjennos pasar, por favor. Tenemos que hablar con Sam.

“Aquí” resultó ser una habitación grande, llena de luces parpadeantes debajo y rodeada de pasarelas que hacían que pareciera un poco un teatro donde los actores eran todos ordenadores. Kevin los identificó como ordenadores a pesar de que no se parecían en nada al pequeño portátil, que apenas funcionaba, que le había traído su madre para que hiciera los trabajos de la escuela. Estos eran aparatos del tamaño de mesas de café, coches, habitaciones, todos de un negro mate y con luces brillantes. Las personas que estaban de pie o sentadas cerca de ellos llevaban puestos unos trajes como los que los forenses llevaban en los programas de la tele.

—¿Impresionados? —preguntó la Dra. Levin.

Kevin solo podía asentir. No tenía palabras para un lugar como este. Era… increíble.

—¿Qué es este lugar? —preguntó su madre, y Kevin no sabía si era bueno o malo que ni tan solo su madre lo entendiera.

—Es donde la NASA hace su investigación de superordenadores —explicó la Dra. Levin—. Trabajo en IA, informática cuántica, superconductores más avanzados. También son los equipos que usan para trabajar en… temas complejos. Vamos, tenemos que hablar con Sam.

Ella se abrió camino entre la multitud y Kevin la siguió, intentando ser suficientemente rápido para meterse en los agujeros que ella hacía antes de que se cerraran de nuevo. Iba a toda prisa tras su estela hasta que llegaron a un hombre alto, ligeramente jorobado que estaba de pie al lado de uno de los ordenadores. Al contrario que los demás, él no llevaba un traje limpio. Sus dedos largos y huesudos parecían atarse en nudos mientras tecleaba.

—Profesor Brewster —dijo la Dra. Levin.

—Dra. Levin, me alegro de que pudieras… espera, has traído turistas. Realmente este no es el momento para hacer turismo, Elise.

Si a la Dra. Levin le molesto eso, no lo demostró.

—David, son Kevin McKenzie y su madre. No están aquí para hacer turismo. Creo que Kevin puede ser útil con esto. Tenemos que ver a Sam.

El Profesor Brewster señaló con la mano una máquina que tenían delante. Era incluso más alta que él, con tuberías a los lados que estaban tan frías que emitían vapor al aire. Entonces fue cuando Kevin vio el letrero que había al lado, “Sygnals Analysis Machine”, y se dio cuenta de que Sam no era un nombre de persona, sino un acrónimo.

—¿Quieres dejar que un niño juegue con una pieza de ingeniería que vale muchos millones de dólares? —preguntó el Profesor Brewster—. Quiero decir, ¿qué tiene? ¿Diez años?

—Tengo trece —dijo Kevin. La diferencia puede que no fuera mucho para alguien de la edad del Profesor Brewster pero, para él, era un cuarto de su vida. Y era más vida de la que le quedaba. Visto de esta manera, tres años era una cantidad enorme.

—Bueno, yo tengo cuarenta y tres, tengo un doctorado de Princeton, un edificio lleno de genios a menudo sinceramente imposibles que deberían estar haciendo son sus trabajos –miró alrededor de la sala intencionadamente, pero nadie se movió- y ahora, parece ser que un niño de trece años quiere jugar con mi superordenador justo cuando este va a ponerse a trabajar en una señal de una sonda que pensábamos que hacía tiempo que había muerto.

Parecía un hombre al que no le gustaba mucho el estrés. Kevin supuso que probablemente eso era una desventaja en su trabajo.

—Kevin está aquí precisamente por la señal —dijo la Dra. Levin—. Él… bueno, predijo que ocurriría.

—Imposible —dijo el Profesor Brewster—. Elise, tú sabes que siempre he respetado tus esfuerzos por mantener la investigación del SETI dentro del reino de la ciencia seria, pero esto parece ir completamente en la dirección contraria. Está claro que es una trampa.

La Dra. Levin suspiró.

—Yo sé lo que vi, David. Me dijo que iba a suceder algo con la Pioneer 11 y, a continuación, recibimos la señal. ¿Nos la pondrás, por lo menos?

—Ah, muy bien —dijo el Profesor Brewster. Hizo un gesto a uno de los científicos que estaban trabajando en su superordenador—. Ponla, a ver si podemos seguir con nuestro trabajo.

El científico asintió y dio unos cuantos golpecitos a una interfaz de control. Aparecieron unos datos rápidamente en la pantalla, una serie tras otra de números, pero a Kevin le interesaba más la señal de audio que los acompañaban. Era un extraño parloteo mecánico que no se parecía en nada al lenguaje, era más el tipo de interferencia que podría venir de un ordenador que no va bien.

Aun así, lo entendía. Pero no sabía cómo.

—Tiene que ajustar uno de sus radiotelescopios —dijo Kevin, el conocimiento simplemente estaba en su mente. También había números. Dos series, una marginalmente diferente de la otra—. Creo… que la primera está mal de alguna manera, y la segunda es lo que debería ser.

—¿Qué? —preguntaron el Profesor Brewster y la Dra. Levin casi a la vez, aunque con expresiones muy diferentes. La Dra. Levin parecía fascinada. El Profesor Brewster parecía sobre todo enojado.

—Es lo que significa —dijo Kevin. Encogió los hombros—. Es decir, supongo. No sé cómo lo sé.

—Es que no lo sabes —insistió el Profesor Brewster—. Si es que hay algún significado, que sinceramente no es probable, a SAM le llevará horas descodificarlo, si es que es posible.

—Solo os dije lo que significa —insistió Kevin—. Yo puedo… simplemente para mí tiene sentido.

—Deberías escucharle, David —dijo la Dra. Levin—. Por lo menos busca los números, averigua si significan algo. ¿Puedes escribirlos, Kevin?

Ella sacó un trozo de papel y un bolígrafo y Kevin los anotó con tanta claridad como pudo. Se lo pasó al Profesor Brewster, que lo cogió de mala gana.

—Tenemos mejores cosas que hacer que esto, Elise —dijo—. Bueno, ya basta. Fuera. Aquí tenemos trabajo que hacer.

Los echó y la Dra. Levin no parecía dispuesta a discutir. En su lugar, sacó a a Kevin y a su madre de nuevo a los pasillos del edificio de investigación.

—Vamos —dijo—. Puede que David realmente esté demasiado ocupado para usar ese gigantesco cerebro suyo, pero aquí hay mucha gente que me debe favores.

—¿Qué tipo de favores? —preguntó la madre de Kevin.

La Dra. Levin miró de nuevo a Kevin.

—Del tipo con el que podemos descubrir exactamente cómo se las arregla Kevin para recibir y descodificar señales del espacio exterior.

***

—Tienes que estar quieto, Kevin —dijo un investigador con sobrepeso que llevaba una camisa hawaiana debajo de su bata de laboratorio. Se hacía llamar solo “Phil” aunque la placa de su puerta anunciaba que, como mínimo, tenía tantos doctorados como cualquier otro. Parecía que era amigo de la Dra. Levin, aunque eso podría haber tenido algo que ver con el bocadillo de unos palmos de largo que ella había cogido de la cafetería antes de ir a visitarlo—. La imagen no saldrá clara si te mueves.

Kevin hacía todo lo que podía, estaba tumbado quieto en el estrecho interior de una máquina de resonancia magnética. Esto le hacía sentir como un torpedo que estaba a punto de ser lanzado al océano, y el reducido espacio solo empeoraba por un ruido sordo regular, que sonaba como si alguien estuviera dando martillazos fuera mientras él estaba allí tumbado. Sus experiencias en el hospital le decían que probablemente eso era normal, y no una señal de que todo aquello estaba a punto de desplomarse. Aun así, costaba mantenerse quieto todo el rato que aquella cosa necesitaba para escanearlo.

—Casi estamos —exclamó Phil—. Aguanta un momento la respiración. Y relájate.

Kevin deseaba poderse relajar. Las dos últimas horas habían sido ajetreadas. Había habido científicos, laboratorios y pruebas. Muchas pruebas. Hubo pruebas cognitivas y escaneo de imágenes, cosas como rayos X y pruebas de asociación de palabras mientras Kevin veía varios tipos de aparatos apuntándole, diseñados para disparar diferentes tipos de señales hacia su cuerpo.

Finalmente, incluso Phil parecía estar cansándose de disparar rayos a Kevin.

—Bien, puedes salir.

Ayudó a Kevin a salir de la máquina y después lo llevó hacia donde la Dra. Levin y la madre de Kevin estaban esperando. El investigador decía que no con la cabeza mientras señalaba hacia la pantalla y a una serie de imágenes en blanco y negro, que Kevin suponía que debían ser del interior de su cerebro. De ser así, los cerebros tenían un aspecto más raro de lo que había pensado.

—Lo siento, Elise, pero no hay ninguna señal de nada diferente en él que no pudiera explicarse con su enfermedad —dijo.

—Sigue mirando —dijo la Dra. Kevin.

—¿Cómo, exactamente? —preguntó él—. Te lo estoy diciendo, he utilizado casi todas las pruebas que es posible hacerle a un ser humano –resonancia magnética, TAC, batería de pruebas psicológicas, lo que se te ocurra. Le he disparado tantas frecuencias a Kevin que es una maravilla que no esté cogiendo la radio local. A menos que lo someta a isótopos radioactivos o lo diseccione de verdad…

—No —dijo la madre de Kevin con firmeza. A Kevin tampoco le gustaba esa idea.

Phil negó con la cabeza.

—No se puede encontrar nada más.

Kevin notó la decepción del hombre. A diferencia del Profesor Brewster, era evidente que a él sí que le gustaba la idea de que alguien pudiera oír las señales extraterrestres. Esa decepción era un reflejo de la suya propia. Había tenido la seguridad de que esta gente, con todos sus cerebros y sus laboratorios, podrían descubrir lo que estaba sucediendo, pero parecía…

Un hombre irrumpió en la habitación y Kevin tardó un momento en reconocer la complexión larguirucha del Profesor Brewster. Parecía, en todo caso, incluso más alterado de lo que había estado cuando los había echado del box del superordenador. Llevaba una tableta, que sujetaba con tanta fuerza que Kevin sospechaba que podría resquebrajarla.

—David, si es sobre el uso de los recursos… —empezó la Dra. Levin.

El científico alto la miró como si intentara entender de qué estaba hablando y, a continuación, negó con la cabeza.

—No es eso. Solo quiero saber cómo lo hiciste. Y sobre todo, ¿cómo lo supiste?

—Cómo supe qué? —preguntó Kevin.

—No te hagas el tonto —dijo el científico. Tendió la tableta para que la miraran—. Uno de los nuestros metió esos números que nos diste en nuestros sistemas. Resulta que eran la configuración actual de uno de nuestros radiotelescopios, tal y como tú dijiste. Nadie que estuviera trabajando en el observatorio podía saber eso. Entonces ¿cómo lo supiste tú?

—¿Cómo supe el qué? —preguntó Kevin.

—¡Cómo supiste lo que pasaría cuando lo cambiamos!

El Profesor Brewster tocó algo en su tableta.

—Esta es una transmisión del mismo.

Empujó la tableta hacia Kevin, extendiéndola como una acusación. De ella salió una señal entre zumbido y chasquido, que sonaba como si simplemente fuera un problema estático, o mecánico, o grillos atascados en algún lugar dentro del mecanismo de la máquina.

Pero para Kevin, las palabras eran claras.

«Nosotros estamos viniendo. Preparaos para acogernos».

CAPÍTULO SIETE

—¿¡Nosotros!? —preguntó la Dra. Levin. Parecía que apenas podía contener su emoción—. ¿Quiénes son nosotros? ¿Estamos hablando de una especie de civilización extraterrestre?

—Espera un segundo —dijo bruscamente el Profesor Brewster, sonando escéptico—. Tal vez la de Kevin no es la traducción correcta. Tal vez incluso no haya nada que traducir –tal vez solo es un montón de ruido. Tal vez es producto de la imaginación del chico.

—Entonces, ¿cómo sabía las coordenadas? —preguntó la Dra. Levin—. Sabemos que alguien mandó esta señal. Piensa solo en las posibilidades…

Ella se fue apagando, como si no pudiera comprender del todo todas las posibilidades.

—Tal vez no la mandó nadie —dijo en voz alta otro científico—. El espacio está lleno de señales que no tienen emisor ni receptor.

—Aun así —insistió la Dra. Levin—, no puedes descartar la posibilidad de que verdaderamente sea una señal enviada por otra sociedad. Y que Kevin en efecto la interpretara directamente. ¿Y si lo hizo? ¿Estás dispuesto a cerrarte en banda ante esa posibilidad? ¿Estás preparado para abandonarla? ¿A aceptar las consecuencias?

Brewster se quedó en silencio a regañadientes.

—Necesitamos más información —dijo al final—. Tenemos que estudiar más a fondo a Kevin.

—¿Qué tienen que estudiarlo más a fondo? —dijo su madre—. ¡Es mi hijo!

—Cierto —replicó la Dra. Levin—. Y aun así puede que su hijo sea el único vínculo de nuestro planeta con la vida extraterrestre.

***

Kevin se encontraba en la habitación que le habían dado y miraba alrededor, preguntándose para qué servía. Tenía el aspecto de poder haber sido diseñada para la observación de personas durante periodos largos. O eso, o para peces gigantes.

Era cómoda, pero era imposible olvidar que estaba en medio de un laboratorio. La cama estaba en el centro de la habitación, y todo parecía ser de un blanco inmaculado y frío. Kevin sospechaba que podría haber cámaras observando. De hecho, había un cristal a lo largo de una pared que, evidentemente, tenía un solo lado. Lo hacía sentir un poco como una rana que está esperando a que alguien la diseccione en clase de biología.

—¿Tienes todo lo que necesitas? —preguntó su madre—. ¿Ya te han dado de comer?

—Cómo no su madre encontraba un modo de avergonzarlo incluso en una situación como esta.

—Sí, mamá, me dan de comer —dijo Kevin.

—Solo me preocupo por ti —dijo ella.

—Tienes que trabajar —dijo Kevin. Lo comprendía. Su madre no podía permitirse tomarse más tiempo libre. Ni tan solo por eso. Había muchas facturas que pagar, y que Kevin estuviera solo había añadido más facturas a la lista. No le gustaba oír la culpa en la voz de su madre, como si estuviera haciendo algo malo llevándolo al lugar donde cazaban extraterrestres.

—Pero este es el mejor lugar para ti —dijo su madre. Sonó como si estuviera intentando convencerse a sí misma.

—Mola estar en un sitio así —la tranquilizó Kevin—. Tienen muchas cosas en marcha.

Era increíble ser parte de algo tan importante.

—Hola, Kevin —dijo Phil, asomando la cabeza por la puerta. Pareció alegrarse incluso más al ver a la madre de Kevin—. Hola, Sra. McKenzie.

—Llámeme Rebecca —dijo su madre. Había algo extraño en ello, tal vez porque no era algo que dijera muy a menudo.

—Pensé que le haría la gran visita a Kevin —dijo Phil—. ¿Querría acompañarnos quizás?

—Suena bien —dijo su madre y, de nuevo, Kevin tuvo de que eso tenía un lado… no, no tenía que pensar así. Eso era simplemente asqueroso. Su suponía que los padres no iban por allí fijándose en nadie. Eso era prácticamente… bueno, hacía que la idea de mundos extraterrestres pareciera normal.

—Si queréis venir conmigo los dos —dijo Phil, dirigiéndose hacia los recibidores.

—En serio, oficialmente, imagino que se supone que no podemos andar dando vueltas por aquí, pues algunos de los proyectos son algo delicados, pero a veces pienso que exageramos un poco, ¿sabéis?

Los llevó hacia un lugar donde parecía que unos científicos estaban disparando un láser a una superficie en blanco una y otra vez, haciendo ajustes insignificantes entre cada intento.

—Están buscando maneras en que los lásers podrían usarse para explotar asteroides —explicó Phil. Había algo en la mirada que le lanzó a la mamá de Kevin que daba a entender que estaba intentando impresionarla. Kevin pensó que eso tenía cierta gracia. Su mamá era su mamá. Y no iba a impresionarse por unos lásers. Incluso aunque fueran guays.

Después de eso, les mostró un lugar donde unos drones volaban alrededor de una gran habitación como insectos, moviéndose rápido pero de algún modo nunca colisionaban unos con otros.

—Estamos trabajando en usar IA para hacer que los drones puedan interactuar sin chocar —dijo Phil.

Kevin vio que su madre sonreía al decir eso.

—¿De manera que habrá menos posibilidades de que se pierda el próximo paquete que pida?

Phil asintió.

—Bueno, eso o podrían usarse en la construcción, o para trabajar en ambientes extremos.

Kevin no tenía claro cómo se sentía con que su mamá y Phil se llevaran tan bien. Probablemente se suponía que tenía que sentirse feliz por ella o algo así, pero es que se trataba de su mamá. Estaba seguro de que debía de haber normas para ese tipo de cosas. Se marchó hacia otra puerta, con la esperanza de acelerar la visita antes de que los dos se miraran significativamente a los ojos o algo así.

La abrió y se encontró mirando fijamente a algo sacado de sus pesadillas.

Kevin se tambaleó hacia atrás y se encontró cara a cara con un robot casi tan grande como él, cubierto de pinchos y aspas, con dos grandes pinzas que le sobresalían por delante como a una hormiga hambrienta. Le llevó un instante darse cuenta de que no se movía, que no representaba ninguna amenaza para él a pesar de lo violento que parecía.

—¿Esto es alguna especie de proyecto de armas? —preguntó Kevin—. ¿Algo para las fuerzas armadas?

Tenía el aspecto del tipo de cosa que sería aterradora si se dirigiera hacia alguien en un campo de batalla. Conseguí tener un aspecto bastante aterrador incluso estando quieto.

—Es para la liga local de lucha de robots —dijo Phil—. Algunos de los estudiantes de posgrado de Berkeley inventan cosas despiadadas.

Lanzó una mirada a la madre de Kevin como si esperara que esta se declarara una gran fanática de la lucha de robots. Al ver que no parecía particularmente impresionada, Kevin se permitió un suspiro de alivio. Parecía que ele mundo había vuelto a la normalidad, más o menos.

Su madre lo abrazó.

—Tengo que irme, Kevin. Me gustaría no tener que hacerlo, pero…

Kevin la abrazó también.

—Lo sé.

Aunque sabía que pronto volvería, era difícil dejarla ir.

Cuando se fue, Kevin se dirigió a Phil.

—Bueno —dijo—. ¿Y ahora qué?

—Ahora tenemos un montón de pruebas más que superar —dijo Phil.

Un montón no lo cubría. A pesar de que Phil ya había probado baterías de pruebas enteras con Kevin, tanto el Profesor Brewster como la Dra. Levin parecían decididos a que debían continuar. La Dra. Levin parecía tener esperanzas de que si entendían mejor lo que Kevin podía hacer, podrían ser capaces de ponerse más en contacto con civilizaciones extraterrestres. El Profesor Brewster… bueno, Kevin imaginaba que esperaba que todo esto resultara ser nada, un error.

En cualquier caso, esto quería decir prueba tras prueba con diferentes grupos de científicos, pregunta tras pregunta, para la mayoría de las cuales Kevin no tenía respuesta.

—No tengo ningún control sobre lo que traduzco —insistió Kevin, cuando uno de los científicos quiso saber si podía echar un vistazo en el mundo extraterrestre que veía para darles más datos sobre el mismo—. Ni tan solo sé cómo lo hago. Cuando reproducís las señales, sencillamente es… evidente.

Sospechaba que los científicos no estaban muy satisfechos con eso, pero Kevin no sabía qué más decir. Tenía lo que tenía y, por el momento, eso parecía ser más que nada la cuenta atrás en su cabeza, latiendo cada vez más rápido, junto con el recuerdo de un mundo eclipsado por una luz brillante y absorbente. Hasta ahora, había sido la única imagen que había conseguido. La señal parecían ser solo palabras.

Kevin, que necesitaba un respiro, buscó un rincón tranquilo en una de las salas de juegos del centro de investigación, sacó su teléfono y se puso en contacto por Skype con Luna.

Al verla sonrió; no se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos ver su cara.

Ella también sonrió.

—Eh, desconocido —dijo ella—. ¿Te están machacando?

—Con todas las pruebas que te puedas imaginar.

—No debe ser muy divertido que te claven cosas y que te pinchen —dijo Luna—. Pero probablemente eso significa que te están mirando más doctores que de otra manera. Eso tiene que ser bueno, ¿no?

—No creo que esto quiera decir que puedan hacer algo por mí —dijo Kevin. Por poco tiempo, él había pensado en ello, pero decidió que no podía permitirse tener ese tipo de esperanzas tratándose de su enfermedad. Él sabía lo que iba a pasar—. La mayoría de ellos ni tan solo son ese tipo de doctor.

—Pero algunos de ellos deben serlo y me apuesto lo que quieras a que si es que hay algo de investigación sobre… —Luna bajó la vista, y Kevin imaginó que lo había escrito para que no se le olvidara— …leucodistrofias, va a ser en algún lugar cerca de ti.

—Si la hay, no he oído hablar de ella —dijo Kevin. Nadie exactamente se le había acercado y le había dicho que, de repente, había una cura para lo que él tenía.

—¿Y tú has estado mirando? —preguntó Luna. Ella tenía su gesto decidido, el que significaba que no iba a aceptar un no por respuesta.

—He estado demasiado ocupada intentando traducir mensajes de una especie alienígena —puntualizó Kevin.

—Vale —dijo Luna—, como excusa, reconozco que es bastante buena. Pero piensa, cuando vengan aquí y digan «Llévame hasta tu líder», tú serás el único que podrás traducir, así que estarás allí. Tu nombre saldrá en los libros de historia.

—¿Y cuándo fue la última vez que estuviste atenta en clase de historia? —argumentó Kevin—. Recuerdo que intentaba ayudarte a estudiar para los exámenes, ¿te acuerdas?

—Bueno, quizás estaría más atenta si hubiera más extraterrestres en ella.

—¿Kevin? —El Profesor Brewster estaba allí y parecía impaciente—. Cuando estés preparado, la señal está esperando.

—Parece que tengo que irme —le dijo Kevin a Luna.

—Te echo de menos —dijo ella y lo dijo con un toque melancólico que normalmente no estaba en la voz de Luna.

—Bueno, quizás podrías venir de visita —dijo Kevin, pero entonces vio el gesto del Profesor Brewster—. Tengo que irme.

—Deberías ir con cuidado con lo que dices —dijo el Profesor Brewster cuando Kevin colgó—. El trabajo que hacemos aquí se supone que es confidencial.

—Yo confío en Luna —dijo Kevin.

—Y si todo esto resulta ser palabrería, entonces perjudica la reputación que tanto hemos trabajado por construir, que a la vez afectará nuestra financiación.

—No es palabrería —insistió Kevin. ¿Por qué no podía entenderlo el Profesor Brewster?—. Yo sí que lo veo.

—Aparentemente —dijo el Profesor Brewster—. Aunque teniendo en cuenta tu estado…

Kevin se puso de pie. Ahora mismo, se sentía cansado, y no solo por la enfermedad que poco a poco estaba consumiendo su cerebro. Estaba cansado de todo esto y de que no le tomaran en serio.

—Está decidido a descartar cualquier cosa que yo haga —dijo—. Conseguí traducir el mensaje.

—Aparentemente —Otra vez esa palabra—. Aunque ahora recuerdo algo. No existe ninguna razón para creer que tú empezaste a escuchar al principio de estas señales, así que queremos que escuches nuestro archivo de señales de otros sectores, y veamos si alguna más desencadena traducciones repentinas.

Lo dijo como si no hubiera interrumpido y no estuvieran discutiendo sobre ello. Lo dijo como si ya estuviera decidido que Kevin lo haría. Kevin estaba allí, preparado para decirle que no. Prepararse para marcharse sencillamente.

Pero no podía, y no solo porque tenía trece años, al tiempo que él se trataba de un ilustre científico que seguramente sabía de lo que hablaba. No podía arriesgarse a no oír lo que los extraterrestres tenían que decir.

—Está bien —dijo Kevin.

El Profesor Brewster se lo llevó, esta vez no al box del superordenador, sino a un pequeño laboratorio donde no había nada aparte de una mesa blanca lisa, unos auriculares también lisos y un cristal de dos lados que daba a entender que al otro lado podría haber docenas de científicos esperando.

—Entra, ponte los auriculares y veremos si alguna de estas señales desencadena traducciones —el Profesor Brewster lo dijo con una voz que daba a entender que sabía cuál sería el posible resultado.

***

Las siguientes horas estaban entre las más aburridas de la vida de Kevin, y eso incluía el tiempo que había pasado en clase de mates. Quien fuera que estuviera en la otra habitación le ponía un ruido tras otro, una señal tras otra, todas presuntamente interpretadas a partir de patrones de luz o descargas electromagnéticas. Kevin esperaba que uno de ellas desencadenara algo en algún momento, pero no había nada, y nada de nuevo, y…

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
231 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9781640294608
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