Kitabı oku: «Transmisión », sayfa 8
—Bueno, pienso que tenemos que empezar a creerlo. —Ted le puso una mano sobre el hombro a Kevin—. Si tienes razón en todo esto, nuestros amigos extraterrestres van a enviar su cargamento a Colombia.
—¿Eso es malo? —preguntó Kevin.
Ted encogió los hombros.
—No lo sé. Esto podría complicar las cosas. Estoy más preocupado por cuánta gente más habrá visto esto. ¿Dra. Levin?
—No hay modo de saberlo —dijo la directora del SETI—. Supongo que si lo encontramos, mucha gente lo habrá hecho.
—Lo que significa que medio mundo estará allí —dijo Ted—. ¿Qué dices, Kevin? ¿Vamos allí a conocerlos?
—¿Vamos a conocer a quién? —preguntó la madre de Kevin, entrando en el box del ordenador—. ¿Qué está pasando?
Kevin intentó pensar en la mejor manera de decirlo.
—Mamá, humm… ¿puedo ir a Colombia?
CAPÍTULO DOCE
—No hace falta que vengas, mamá —dijo Kevin a él y a los demás los despedían desde el área de seguridad en el aeropuerto de San Francisco. Ella estaba a un solo paso de él, como si apartarse significara perderle en el caos del aeropuerto. Ted también estaba por allí cerca, aunque Kevin sospechaba que era por razones diferentes.
—Por supuesto que hace falta que venga —dijo su madre, empujando una pequeña maleta que hacía que parecía hecho la bolsa para unas vacaciones—. ¿Un momento hay gente que intenta asesinarte y, al siguiente, estás volando hacia el centro de una selva? ¿Piensas que voy a permitir que hagas esto solo?
—No estaría solo, mamá —remarcó Kevin. En todo caso, parecía que el instituto entero se dirigía a Colombia, metiéndose a bordo no de uno sino de dos aviones fletados, y lo tomaba con un despliegue de herramientas diseñadas para buscar la cápsula de escape.
—Aun así vengo —dijo su madre, y Kevin sabía que era mejor no discutir con ese tono.
Una persona que no venía era Luna, y Kevin ya estaba echando de menos el tenerla allí. Se había ido a casa, pues sus padres al parecer tenían opiniones más estrictas sobre que volara a América del Sur en busca de extraterrestres.
El Profesor Brewster estaba hacia el frente, alineando a los científicos y a los soldados, a los agentes y a los reporteros ocasionales mientras cargaban el avión.
—¿Está preparado, Kevin? —preguntó—. Tenemos un largo vuelo por delante.
Kevin asintió.
—No puedo creer que estemos haciendo esto.
—Por poco no lo hacemos —dijo el Profesor Brewster—. Mucha gente está teniendo que mover muchos hilos para permitirnos volar a Colombia para esto. Ahora, date prisa y sube a bordo.
Kevin subió al avión y buscó un asiento donde pudiera mirar por la ventana. Su madre cogió uno a su lado, mientras que Ted cogió uno justo delante de él.
—Colombia está muy lejos —dijo Ted—. Ha pasado mucho tiempo.
—¿Usted ha estado allí? —preguntó Kevin.
—¿Oficialmente? —dijo él con una vaga sonrisa—. Nunca en mi vida he estado allí.
—¿Y extraoficialmente? —preguntó Kevin.
—Oh, la última vez que estuve allí fue muy extraoficial —respondió Ted—. Pero ahora las cosas están un poco más tranquilas. Todavía existen unos cuantos cárteles, pero sin la guerra civil en marcha, el gobierno les puede prestar un poco más de atención.
—Suena guay —dijo Kevin.
Su madre no estaba de acuerdo.
—Sueno como a un lugar peligroso al que llevar a mi hijo.
—Estoy seguro de que irá bien —dijo Ted. Kevin oyó que las puertas del avión se cerraban cuando las últimas personas subieron a bordo—. Además, ahora es demasiado tarde para dar la vuelta. En nueve horas a partir de ahora, estaremos en Bogotá.
Nueve horas. ¿Cómo pasabas nueve horas enjaulado en un espacio reducido con una panda de científicos? A Kevin le parecía que prácticamente todo el mundo allí estaba teniendo que encontrar la respuesta a esa pregunta. Algunos jugaban a juegos en los teléfonos, o leían, o miraban películas. La madre de Kevin más que nada dormía. Kevin alternaba mirar por la ventana con intentar descansar un poco y, de vez en cuando, se ponía los auriculares con la transmisión de señal, por si acaso había algo que oír. No había nada.
—Ni tan solo sé si funcionarán tan lejos del instituto de investigación —dijo Kevin, después de la tercera vez de hacerlo.
—Les pregunté eso a los científicos antes de marchar —dijo Ted—. Lo han montado para que la señal de referencia pase por Internet. Allá donde tengas conexión, puedes acceder a la señal.
Kevin supuso que no debería haberse sorprendido por eso. Evidentemente, querrían asegurarse de que pudiera oírla, pasara lo que pasara. No querrían arriesgarse a perder un mensaje importante. Aun así, la idea de poder escuchar desde cualquier lugar del mundo parecía impresionante.
Kevin pasaba parte del tiempo mirando hacia abajo a los lugares por los que pasaban. Nunca había estado fuera del país antes, pero aquí estaba, volando por encima de desiertos y espesos bosques lluviosos, ciudades y trozos de océano. Pensó en la gente que había allá abajo. ¿Sabían de las cápsulas de escape? ¿Qué pensaban de la posibilidad de encontrar realmente vida alienígena?
Tuvo parte de la respuesta cuando aterrizaron en Bogotá. Inmediatamente vio a una docena de grupos similares, todos llevaban herramientas que se parecían sospechosamente similares a las que ellos habían traído.
—Parece que no fuimos los únicos que resolvimos a dónde llevaban esas coordenadas —dijo Ted mientras echaba un vistazo a ese grupo. parecía más o menos relajado con eso, pero el Profesor Brewster estaba cualquier cosa menos tranquilo.
—Esto es simplemente inaceptable —dijo el científico—. Los suizos están aquí, y ese parece un grupo del sector tecnológico privado, y esos de allí son los canadienses. Después de todo el esfuerzo que hemos puesto en destapar esta información, no puedo creer que estén planeando arrebatarnos la cápsula.
Kevin deseaba decir que no sabían con seguridad para qué estaban allí los otros grupos, pero no se le ocurría otra razón por la que pudieran estar allí. No estaba seguro de cómo se sentía con su presencia.
Por un lado, quería creer que el mensaje de los extraterrestres iba dirigido a toda la humanidad, y que debía ser compartido. Estaba feliz por haber tenido que gritar las coordinadas a las cámaras de las noticias o arriesgarse a perderlas por esa razón. Al mismo tiempo, el profesor Brewster en parte tenía razón: Kevin era el que había podido traducir la señal alienígena, no los otros, y quería por lo menos ver la cápsula de escape ahora que lo había hecho.
—Tendremos que ser los primeros en hacerlo —dijo el Profesor Brewster, aunque Kevin sospechaba que iba a ser más fácil decirlo que hacerlo. No podía ver cómo iban a atravesar el aeropuerto más rápido que los demás, o llegar a la selva más rápido, o incluso buscar más rápido.
Pero lo intentaron. Kevin se hubiera reído al ver a una docena de grupos de científicos llevando a cabo una especie de carrera extraña a través del aeropuerto de Bogotá, solo que tenía que seguir el paso de todos ellos, intentando encontrar huecos en la aglomeración de gente y asegurándose de que no perdía de vista a su madre a la vez.
—¡Por aquí! —gritó el Profesor Brewster, dirigiéndose hacia lo que parecía un mostrador de alquiler de coches—. Hola, tenemos que alquilar un coche… veamos, probablemente una docena de vehículos todo terreno y un pequeño camión.
—Lo siento —dijo la mujer del mostrador—. Como le dije al último caballero que lo pidió, sencillamente esto no es algo que tengamos aquí en el aeropuerto. La mayoría de la gente… bueno, no necesita esto para sus vacaciones, ¿entiende?
—Pero esto no son vacaciones —declaró el Profesor Brewster—. ¡Esto es una expedición científica de suma importancia!
—Aun así.
La Dra. Levin se metió.
—vamos, David, sabes que primero tendremos que descansar y, después de eso, podemos trabajar en la expedición propiamente dicha.
—¡Y mientras tanto los canadienses se nos adelantarán! —se quejó—. ¿Cómo lo hicieron para llegar aquí tan pronto?
Parecía no haber una respuesta para ello, pero Kevin se encontró como barrido mientras se dirigían del aeropuerto al lugar donde esperaba la embajada americana, que parecía un gran bloque gris en el centro de Bogotá.
El embajador los esperaba dentro. Le dio la mano al Profesor Brewster y, después se la dio a Kevin, para gran sorpresa de él.
—Recibí la llamada del Presidente diciendo que estaban viniendo hace un par de horas. Estarán un poco apretados aquí al ser tantos, pero les he preparado habitaciones a todos, y estoy trabajando para organizar el transporte de su equipo al bosque lluvioso. Deben estar al tanto de que el gobierno colombiano no está del todo contento con esto, pero estamos trabajando para allanarles el camino.
No sonaba bien que al gobierno del país que en el que estaban buscando no les gustara que estuvieran allí. A esas alturas, Kevin estaba demasiado cansado para preocuparse de ello. Se quedó dormido casi en cuanto el personal de la embajada le mostró su habitación, y no se volvió a despertar hasta que oyó la voz del Profesor Brewster gritando desde fuera.
—¡Vamos, todo el mundo! La embajada nos ha conseguido transporte, ¡y tenemos que estar preparados para irnos antes de que los demás se lleven el premio!
Kevin hizo todo lo que pudo para estar listo enseguida. Aun así, para cuando salió allí, la mayoría de los otros ya estaban listos. El Profesor Brewster había adquirido una camisa y unos pantalones caqui que le daban el aspecto que alguien podría pensar que tenía un explorador si solo los había visto en fotos. Su madre llevaba su ropa normal, aumentada por un sombrero para el sol. Ted parecía simplemente Ted.
—Rápido —dijo el profesor Brewster, dando palmadas—. ¿Rápido! No podemos permitir que nadie más nos saque más ventaja.
Se apresuraba para intentar sacar a todo el mundo del hotel.
—¿Todos los demás estarán ya en la cápsula? —le preguntó Kevin a Ted. Puede que el Profesor Brewster estuviera a cargo de la expedición, pero Ted era el que sabía lo que hacía. La mitad de la gente de allí ya parecían recurrir a él para averiguar qué hacer.
El antiguo soldado negó con la cabeza.
—Lo dudo. El bosque lluvioso por la noche es peligroso. Es fácil perderse, incluso sin la vida salvaje. El movimiento sensato era que todo el mundo se quedase quieto durante la noche y se moviera esta mañana.
Kevin supuso que era el movimiento que también habían hecho todos, al menos si los hoteles completos eran algo con lo que guiarse. Debía haber gente de alrededor de todo el mundo intentando encontrar la cápsula de escape, y todo por los números que él había conseguido traducir.
—Bueno, chico —dijo Ted—. Tú nos has traído hasta aquí. Supongo que ya es hora de descubrir qué hay al final de todo esto.
Bajaron unas escaleras, hasta donde resultaba que la embajada había conseguido encontrarles camiones y todo terrenos, un par de Jeeps viejos y unos cuantos coches más viejos.
—Manteneos cerca —dijo Ted, mientras escogía un Jeep y saltaba al asiento del conductor.
Condujeron pegados en un convoy que se movía detrás como una serpiente a la velocidad del coche más lento, que era, Kevin pensó, bastante lento. A una parte de él eso no le importaba mucho, pues Colombia era hermosa. Una mayor parte quería maldecir los vehículos lentos y las carreteras cada vez con más baches, pues quería ver la nave que los alienígenas habían usado para transportarse. Quería ver el resultado de todo lo que él había hecho.
Continuaron y, cuando se acercaron a la zona del bosque lluvioso que señalaban las coordenadas, las carreteras empeoraron. Después, cuando los árboles empezaban a cercar la carretera por los dos lados, el tráfico los bloqueó por completo, y a Kevin le llevó unos instantes darse cuenta de lo que estaba pasando.
Un camión estaba tumbado de lado en medio de la carretera, otro tenía abolladuras lo suficientemente grandes como para insinuar una colisión. Había más camiones y coches por todas partes, y gente de pie esperando, o intentando averiguar qué hacer, o discutiendo en una docena de idiomas. Kevin reconoció a algunas de las personas que había allí, y sabía quiénes tenían que ser.
—¿No son los otros grupos de investigación? —preguntó Kevin, mientras frenaban. Vio que Ted asentía, pero antes de que el antiguo soldado pudiera decir algo, el Profesor Brewster estaba allí, procedente de otro vehículo.
—¿Por qué estamos parados? —preguntó.
—Puedes ver el porqué —dijo Ted.
—Pero ¿no podemos rodearlos? —preguntó el Profesor Brewster.
Ted hizo una señal hacia los árboles que crecían cerca de ambos lados de la carretera.
—Si tú lo puedes hacer, adelante.
Parecía que el Profesor Brewster iba a decir algo, después negó con la cabeza y se marchó para unirse a la discusión.
—¿Piensa que esto cambiará algo? —preguntó la madre de Kevin.
Ted encogió los hombros.
Más adelante, el Profesor Brewster empezó a discutir con otra media docena de personas, algunas señalaban con el dedo mientras intentaban resolver exactamente quién era el responsable para tratar los problemas allí. Puesto que Kevin no podía imaginar al director del instituto conformándose con hablar con alguien que no estuviera al cargo, imaginó que las otras personas que estaban allí discutiendo en la carretera embarrada debían ser los directores de sus propias organizaciones. A veces los adultos no tenían lógica.
Saltó del jeep, tanto porque quería ver qué pasaba como porque realmente pensaba que podía ayudar. Se adelantó hacia donde dos o tres personas estaban discutiendo acerca de un cabrestante, mientras un montón de científicos y soldados con cara de aburridos observaban.
—Si tenéis un cabrestante, ¿por qué no lo está usando nadie?
Un hombre con un fuerte acento escandinavo respondió.
—Porque es nuestro cabrestante, y nuestro director no quiere que ayudemos a los otros a llegar al… objeto primero.
—Pero eso es estúpido —dijo Kevin.
—Kevin —dijo su madre, alcanzándolos—. Todas estas personas son muy listas. Probablemente todos tienen doctorados.
—Aun así se están comportando como estúpidos —dijo Kevin, y se sorprendió al ver que lo miraban en lugar de ignorarlo. Se dio cuenta de que sabían quién era él, y parecía que lo miraban como si esperaran que decidiera qué hacer.
—¿Por qué no trabajáis juntos sencillamente? —preguntó.
—Os lo dije —dijo el hombre que había hablado antes—. No podemos dejar que usen nuestro cabrestante hasta que…
—No el cabrestante —dijo Kevin—. Todo. Los extraterrestres mandaron la cápsula de escape a este planeta, no a un solo país, así que ¿por qué no trabajamos juntos para encontrarla?
—¿Y si la devuelven a América? —preguntó uno de los que estaban allí.
—Bueno, podríamos encontrar algún otro lugar —sugirió Kevin—. Algún lugar en el que todos la pudiéramos examinar.
Los hombres se quedaron en silencio durante unos instantes mientras empezaban a pensar. Uno sacó un mapa.
—Hay un edificio de la ONU a pocos kilómetros de Bogotá —dijo.
Otro asintió.
—He hecho algún trabajo allí, en plantas recién descubiertas. Tiene buenas instalaciones.
—Nuestros jefes todavía podrían querer discutir —dijo el primero, con un poco de incertidumbre.
Kevin tenía una respuesta para eso.
—Entonces pueden discutir mientras todos estamos abriendo la cápsula alienígena.
Cuando lo dijo así, pareció que los demás ya no querían discutir. En su lugar, empezaron a conectar el cabrestante y los investigadores que habían estado por allí se movieron para retirar el camión de donde había caído.
—Bien hecho —dijo Ted cuando Kevin volvió hacia él—. No mucha gente podría haberlos convencido para trabajar juntos.
Kevin encogió los hombros. A él le parecía que era lo más evidente que hacer.
—¿Qué es todo esto? —preguntó el Profesor Brewster—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué se están moviendo otra vez?
—Vamos a buscar la cápsula de escape juntos —explicó la madre de Kevin.
—Pero nadie lo ha autorizado —dijo el Profesor Brewster—. Yo no lo he autorizado.
—Pero significa que avanzamos —dijo la madre de Kevin—. ¿Tan malo es trabajar juntos?
—No —dijo el Profesor Brewster. Kevin imaginaba que solo estaba un poco sorprendido de no ser el que tomaba las decisiones por una vez—. Supongo que no. Pero eso no significa que me fíe de ellos. Por lo que hace al tira y afloja del debate académico, no me fiaría de esos canadienses tanto como podría echarlos. Id con cuidado, todos.
Se alejó, gritando órdenes a su gente y a algunos de los otros grupos también. Kevin se preguntaba si alguien estaba prestando atención. Miró hacia Ted.
—¿De verdad deberíamos desconfiar de ellos? —preguntó.
El antiguo soldado encogió los hombros.
—Tal vez sí, tal vez no. A veces trabajas con personas y no sabes qué van a hacer más adelante. De momento, solo importa una cosa.
—Vamos a encontrar la cápsula —dijo Kevin.
Ted asintió.
—Vamos a encontrar la cápsula.
CAPÍTULO TRECE
Kevin nunca había estado en una selva, pero nos e parecía en nada a lo que había visto por televisión. Allí, las selvas eran solo unas cuantas hojas de palmera de fondo, con el espacio suficiente para que la gente corriera y luchara, y se movían rápidamente. En la de verdad, la vegetación se venía encima por todos lados y solo había unos cuantos senderos gastados por los animales, y los soldados tenían que hacerse un camino a hachazos mientras se adentraban en ella.
Tampoco mostraban la lluvia. Caía mientras caminaban, empapándolos a todos incesantemente en ráfagas que parecían llenar el mundo entero bajo las copas de los árboles.
—¿Siempre es así? —exclamó el Profesor Brewster.
Uno de los guías encogió los hombros.
—Por algo le llaman bosque lluvioso, señor.
Kevin no sabía seguro a qué velocidad avanzaban, pero no parecía muy rápida. Había dado por sentado que, malo como estaba, no podría seguir el ritmo del resto. En cambio, caminaba junto a ellos, el más lento de los científicos avanzaba mucho más lento que él. Tal vez no ayudaba que la mitad de ellos quisiera parar cada cien metros para tomar muestras de insectos o plantas inusuales.
—No pueden evitarlo —dijo Ted. Seguía el ritmo de Kevin, nunca más lejos de unos pocos metros de su lado, como si tuviera miedo de que alejarse más significara perderlo en la selva—. La gente más lista que jamás conocerás, pero esto solo significa que un lugar como este está demasiado lleno de descubrimientos en potencia. Piensan en ser el que divise una nueva especie de mariposa, o que encuentre una sustancia que cure el cáncer, y olvidan lo grande que es lo que tienen que hacer aquí. En lo único en que pueden pensar es en lo llena de vida que está la selva.
Kevin no podía culparlos, pues realmente la selva estaba llena de vida, de un modo que él no podría haber creído. Parecía que, allá donde mirara, había plantas que no había visto antes, desde los árboles gigantescos que formaban un dosel hasta las plantas trepadoras que se enredaban entre ellos y las cosas de un nivel más bajo que tomaban toda la luz que podían del suelo de la selva. Había insectos y lagartos, mamíferos pequeños y crujidos ocasionales en la maleza que insinuaban cosas más grandes.
Ah, y arañas, tan grandes que Kevin no quería ni acercarse a ellas. La única parte divertida era que parecía que al Profesor Brewster le daban particularmente miedo y saltaba tan alto cada vez que veía una, que Kevin pensaba que podía llegar a la copa de los árboles.
—¿En qué piensa cuando está aquí? —preguntó Kevin a Ted.
—¿Aparte de en la misión? —El soldado encogió los hombros—. Sobre todo en los recuerdos de la última vez que estuve aquí. Tienes que ir con cuidado, Kevin.
—No voy a perderme —dijo Kevin. A veces lo trataban como si no tuviera trece años. Como si solo fuera… un niño o algo así.
—No quería decir eso —dijo Ted—. Las cosas están mejor después de la paz con las FARC, pero todavía hay cárteles por ahí a los que no les gusta que la gente entre en su territorio. Ni tan solo el ejército. ¿Una colección de diferentes grupos científicos? Seríamos una presa fácil para la gente equivocada.
Lanzó una mirada hacia donde un grupo de soldados de media docena de naciones diferentes estaban ayudando a despejar el camino, abriéndose paso a hachazos con la seguridad de la gente que ha tenido que hacerlo muchas veces antes en otros lugares.
—No es solo por eso, ¿verdad? —preguntó Kevin—. No se fía de la gente con la que estamos trabajando.
—¿Después de que han pasado el último día compitiendo para ser los primeros? —Ted negó con la cabeza—. Pero eso es muy común. Todos vamos a por algo valioso. Nosotros sí que tenemos un recurso valioso, contigo, pues tú puedes traducir las señales. Tal vez no pasará nada. Tal vez todo irá bien, pero ya sabes lo que dicen: espera lo mejor, prepárate para lo peor.
Visto así, la selva parecía un lugar más amenazante que antes, lleno de lugares a los que sería fácil llegar y coger a alguien. Kevin hacía todo lo que podía por ignorarlo.
Una cosa que no podía ignorar era el calor. Había pensado que, como era de California, no habría mucha diferencia, solo unos cuantos grados más, como mucho. No había pensado en los efectos de la lluvia, que combinada con el calor convertía todo el lugar en una especie de olla a presión, donde el vapor salía de la gente visiblemente mientras caminaban.
—¿Vas bien, Kevin? —preguntó la Dra. Levin.
Él asintió.
—Estoy bien.
—¿Le dirás a alguien si no lo estás? —preguntó. Miró hacia donde la madre de Kevin avanzaba a lo largo del camino detrás de ellos—. Tu madre esta bastante preocupada por si no estamos haciendo lo correcto, al traerte aquí.
—Yo quiero estar aquí —dijo Kevin. Sabía que la científica solo intentaba cuidarlo, pero él quería verlo. Quería encontrar el objeto que los alienígenas habían mandado a la Tierra. Quería ver a dónde llevaba todo lo que él había traducido.
—Bueno, solo espero que no esté mucho más lejos —dijo la Dra. Levin—. Puede que tú estés bien, pero yo me estoy derritiendo con este calor.
—No queda mucho para el lugar que vimos —dijo Ted, comprobando la lectura de un GPS de aspecto resistente—. Un poco más en esa dirección.
Continuaron y encontraron un claro para usar como base mientras buscaban. Algunos soldados empezaron a montar toldos gruesos para frenar la lluvia, mientras los diferentes grupos de científicos montaban los equipos que habían llevado a través de la selva. Sacaron lo que parecían detectores de metales y aparatos extraños que encajaban dentro de carritos pequeños que los que se podía tirar a mano. Algunos montaron tantos equipos informáticos que podrían haber hecho funcionar sus laboratorios habituales desde allí si no hubieran estado tan desconectados del mundo. La parte más extraña era observar que sacaban media docena de equipos prácticamente idénticos.
—El objeto que vino a la Tierra cayó en algún lugar cerca de aquí —dijo el profesor Brewster, evidentemente dando por sentado que él estaba al mando—. tenemos que encontrarla. Eso significa que nos dispersamos y localizamos el área general del lugar de la colisión buscando los daños y, a continuación, usamos nuestro equipo para localizar el objeto.
—Actuad con prudencia —dijo Ted, y Kevin imaginó que si no lo decía él, nadie lo hubiera hecho. El Profesor Brewster hubiera mandado a la gente alegremente a la selva sin más instrucción que esa—. Trabajad siempre en parejas, pues si sucede algo, el otro puede buscar ayuda. Manteneos cerca del campamento, y estad en contacto. La selva intentará que os perdáis. Estad atentos a la fauna, y no os metáis en ningún curso de agua. En esta zona hay caimanes y serpientes.
Los científicos salieron con cuidado, acompañados de soldados y todos los guías locales que habían podido encontrar.
—¿Vamos a mirar? —preguntó Kevin.
Ted negó con la cabeza.
—Es mejor esperar por ahora. Dejemos que otros hagan el trabajo de encontrarlo. Muy pronto lo verás. Ahora, será mejor que haga una llamada.
Se levantó y cogió un teléfono vía satélite que probablemente funcionaría ahora que estaban en el claro, con un camino despejado hacia el cielo. Se apartó un poco, hablando en voz baja. Kevin pensó en acercarse un poco sigilosamente para oír lo que decía, pero algo en el modo en que hablaba el soldado daba a entender que no sería una buena idea.
—¡Creo que he encontrado algo! —exclamó uno de los científicos, desde dentro de la selva.
Kevin no podía quedarse sentado y tampoco, al parecer, podía hacerlo nadie en el pequeño campamento. Fue uno de los que corrió a toda prisa, apresurándose para seguir el ritmo a través de la selva, la tierra blanda por debajo cedía cuando sus pies la empujaban. Siguió a los científicos hasta otro claro. Kevin medio esperaba un cráter allí, rodeado de desolación. En cambio, solo había unas cuantas marcas en la tierra, que daban a entender que se notaba algo allí.
Lo extraño era que los árboles de alrededor no parecían dañados. Si había caído algo en la Tierra en el pasado reciente, ¿no debería haber daño, restos, incluso brasas ardientes?
Entonces Kevin se dio cuenta de que estaba pensando de la forma equivocada. Hacía años que los alienígenas habían mandado sus mensajes, incluso viajando a la velocidad de la luz. ¿Por qué su cápsula de escape tendría que acabar de llegar? ¿Por qué no habría estado allí durante años, incluso décadas, esperando a que alguien la descubriera? Pensó que le gustaba esa idea, de algo secreto que estaba esperando a que él lo descubriera. Esto lo hacía sentir como un cazatesoros.
Los científicos ya habían empezado a trabajar en ello, trabajando con sus diferentes aparatos. Por lo que Kevin podía oír, no creía que fuera muy bien.
—No recibo ninguna respuesta del detector de metales —gritó Phil. El investigador tenía su camisa hawaiana sudada a estas alturas—. No he escuchado este silencio… bueno, jamás.
—Yo no obtengo ninguna respuesta buscando señales térmicas —exclamó otro de ellos.
—Bueno, no deberíamos —contestó Phil—. Se ha estado enfriando desde que aterrizó, y no sabemos cuándo fue eso. ¿Y el magnetómetro?
Un científico que arrastraba la cosa que parecía un carrito negó con la cabeza.
—El suelo es demasiado irregular. No puedo decir si recibo señales o solo interferencias.
Al parecer, el radar que penetraba el suelo tenía el mismo problema, aunque Kevin antes no sabía que una cosa así existiera. Realmente no sabía cómo funcionaba la mitad de las herramientas de los científicos; podría haber sido magia, aunque dudaba que a ellos les hubiera gustado esa comparación. desde donde él estaba, solo significaba observar a un grupo de científicos yendo de aquí para allí con aparatos y cables, observando pantallas y escuchando cosas pitar. Era divertido observarlo, durante tal vez la primera hora.
—Tendremos que cavar —dijo al final el Profesor Brewster—. Debe estar aquí en algún lugar, así que si lo cavamos todos, al final lo encontraremos.
Parecía que el “tendremos” en este caso no incluía al Profesor Brewster, porque el director del instituto no hacía ningún gesto por coger una pala. Pero muchos científicos lo hicieron, e incluso algunos soldados ayudaron, atacando a la tierra que les rodeaba como si pudiera revelar sus secretos si trabajaban lo suficientemente duro.
Parecía que no hubiera nada que pudiera hacer Kevin excepto esperar. Él no tenía pala y, en cualquier caso, no parecía la mejor manera de encontrar algo. Era simplemente cavar al azar con la esperanza de que sucediera algo. Parecía un poco como cavar agujeros aleatorios en una playa con la esperanza de que uno contuviera un cofre pirata. En su lugar, estaba quieto, intentando no meterse en su camino mientras cavaban.
Entonces fue cuando sintió el susurro de la conexión a través de los árboles, casi indefinible. Parecía un poco el pulso de la cuenta atrás dentro de él, solo que ese latido parecía más fuerte cuando dio unos pasos por el camino que debía haber tomado la cápsula de escape. Cuando pisaba el otro camino, se debilitaba.
Kevin se detuvo, para intentar asegurarse. No quería decir que sabía lo que estaba haciendo hasta estar seguro de que era más que un simple sentimiento aleatorio dentro de él. ¿Y si solo era el calor?
—No lo es —se dijo Kevin a sí mismo, deseando estar tan seguro como intentaba parecer.
Kevin empezó a avanzar, intentando seguir ese latido, quedándose con él mientas se hacía más fuerte, encontrando su camino entre los árboles. Cada vez que se debilitaba de nuevo, paraba y andaba en círculo hasta que encontraba la dirección que parecía más fuerte. No tardó mucho en tener una ruta clara, que lo llevó hasta lo que parecía un pequeño sendero de venados. Kevin siguió a lo largo de él hasta que llegó a un lugar que se abría para dejar al descubierto una gran piscina natural, tan ancha como una piscina, con el agua de un verde amarronado. Por instinto, Kevin sabía que el objeto que había venido a la Tierra estaba en algún lugar por allí, bajo la superficie. Ahora sentí su llamada tan fuerte que dio un paso hacia la piscina, después otro, intentando recordar la razón por la que le habían dicho que no debería hacer exactamente eso…
Una figura escamosa salió del agua, los dientes chascando en una estocada que hizo retroceder a Kevin, apenas lo suficientemente rápido para evitarla. Hubiera pensado en cocodrilos si Ted no los hubiera advertido a todos antes. El morro de la criatura era demasiado largo y puntiagudo, su forma era un poco demasiado lisa. El caimán continuó avanzando, salió del agua hasta la tierra, arrastrando su cola y dejando un rastro de S detrás de él.
—¡Ayuda! —gritó Kevin. Quería dar la vuelta y correr, pero imaginaba que en el momento en que lo intentara, aquella cosa se le echaría encima. En su lugar, continuó alejándose, mientras el caimán avanzaba con un gruñido que prometía que Kevin sería su próxima comida. Kevin sintió la presión de los árboles contra su espalda y supo que había perdido el camino, lo que significaba que el caimán estaba ganando terreno. Abrió sus mandíbulas, mostrando lo que parecían unos dientes interminables…