Kitabı oku: «Una Promesa De Gloria», sayfa 3
Gareth de repente sacó un puñal de su cintura y lo hundió en el corazón del malhechor.
El hombre gritó de dolor, con sus ojos saltones; de repente se desplomó en el suelo, muerto.
El comandante miró a Gareth, con el ceño fruncido hacia él.
"Acaba de matar a un testigo en su contra", dijo el comandante. "¿No se da cuenta de que eso sólo sirve para insinuar más su culpabilidad?".
"¿Qué testigo?", preguntó Gareth, sonriendo. "Los muertos no hablan".
El comandante enrojeció.
"No olvide que soy comandante de la mitad del ejército del rey. No me tomará por tonto. Por sus acciones, sólo puedo suponer que es culpable del delito del que lo acusó. Por lo tanto, mi ejército y yo ya no le serviremos más. De hecho, me lo llevaré en custodia, por traición al Anillo".
El comandante hizo una señal con la cabeza a sus hombres, y al unísono, varias docenas de soldados sacaron sus espadas y se acercaron para arrestar a Gareth.
El Lord Kultin se acercó con dos veces más el número de sus hombres, sacando sus espadas y caminando detrás de Gareth.
Estaban parados allí, frente a frente con los soldados del comandante; Gareth en el medio.
Gareth sonrió triunfante al comandante. Sus hombres eran superados en número por la fuerza de combate de Gareth, y él lo sabía.
"Nadie me llevará en custodia", se mofó Gareth. "Y ciertamente no por tu mano. Toma a tus hombres y sal de mi Corte – o enfrentarás la ira de mi fuerza de combate personal".
Después de varios segundos de tensión, el comandante finalmente dio vuelta e hizo un gesto a sus hombres, y al unísono, todos ellos se retiraron, caminando con cautela hacia atrás de la habitación, con las espadas desenvainadas.
"De hoy en adelante", dijo el comandante, "¡sepa que ya no le serviremos! Se enfrentará al ejército del Imperio por su cuenta. Espero que lo traten bien. ¡Mejor de lo que usted trató a su padre!".
Todos los soldados salieron furiosos de la habitación, con un gran ruido de las armaduras.
Las docenas de concejales y asistentes y nobles que se quedaron, estaban callados, susurrando.
"¡Déjenme!", gritó Gareth. "¡TODOS USTEDES!".
Toda la gente que quedaba en el salón, salió rápidamente, incluyendo la fuerza de combate personal de Gareth.
Sólo quedaba una persona, detrás de los demás.
El Lord Kultin.
Sólo él y Gareth estaban en la habitación. Se acercó a Gareth, deteniéndose a unos metros de distancia y lo miró, como analizándolo. Como de costumbre, su cara era inexpresiva. Era el verdadero rostro de un mercenario.
"No me importa lo que hizo o por qué", comenzó a decir, con su voz áspera y sombría. "No me importa la política. Soy un combatiente. Sólo me importa el dinero que me paga a mí y a mis hombres".
Hizo una pausa.
"Sin embargo, me gustaría saber, por mi propia satisfacción personal: ¿realmente le ordenó a esos hombres llevarse la espada?".
Gareth miró al hombre. Había algo en su mirada que reconocía de sí mismo: era fría, sin remordimientos, oportunista.
"¿Y qué si lo hice?", preguntó Gareth.
El Lord Kultin lo miró durante mucho tiempo.
"¿Pero por qué?", preguntó él.
Gareth también lo miró, en silencio.
Los ojos de Kultin se abrieron de par en par, en reconocimiento.
"¿Usted no pudo blandirla, así que nadie podría hacerlo?", preguntó Kultin. "¿Es eso?". Consideró las implicaciones. "Sin embargo, aún así", agregó Kultin, "seguramente sabía que enviarla lejos desactivaría el escudo, nos haría vulnerables a un ataque".
Kultin abrió más los ojos.
"Querías que nos atacaran, ¿no? Algo en dentro de ti quiere que la Corte del Rey sea destruida”, dijo, dándose cuenta de ello repentinamente.
Gareth sonrió.
"No todos los lugares", dijo Gareth lentamente, "están destinados a durar para siempre".
CAPÍTULO CINCO
Gwendolyn cabalgaba con el enorme séquito de soldados, consejeros, asistentes, concejales, Los Plateados, La Legión y la mitad de la Corte del Rey, mientras iban en camino – a una ciudad enorme —lejos de la Corte del Rey. Gwen se sentía abrumada por la emoción. Por un lado, estaba encantada de ser liberarse finalmente de su hermano Gareth, de estar lejos de su alcance, rodeada de guerreros de confianza que podían protegerla, sin temor a ser traicionada o de casarse con cualquiera. Finalmente, no tendría que cuidarse la espalda en todo momento de miedo de uno de sus asesinos.
Gwen también se sentía inspirada y honrada de ser elegida para gobernar, de ir al mando de este gran contingente de personas. El enorme séquito la seguía como si fuera una especie de profeta, todos marchando en el camino interminable hacia Silesia. La veían como su gobernante – lo podía ver en sus miradas – y la veían con expectación. Se sintió culpable, queriendo que uno de sus hermanos tuviera honor – cualquiera, menos ella. Sin embargo veía cuánta esperanza le daba a la gente en tener a una lideresa justa y equitativa, y eso la hacía feliz. Si ella pudiera cumplir ese papel para ellos, especialmente en estos tiempos sombríos, lo haría.
Gwen pensó en Thor, en su triste despedida en el Cañón, y eso rompió su corazón; lo vio desaparecer, cruzando el puente del Cañón hacia la niebla, en un viaje que casi seguramente conduciría a su muerte. Era una valiente y noble misión – que no podía negarle – que sabía que debía hacer por el bien del Reino, por el bien del Anillo. Sin embargo también se preguntaba por qué tenía que ser él. Ella deseaba que pudiera ser otra persona. Ahora, más que nunca, ella lo quería a su lado. En esta época de confusión, de gran transición, en que ella se había quedado sola para gobernar, para tener a su hijo, quería que él estuviera ahí. Más que nada, estaba preocupada por él. Ella no podía imaginar la vida sin él; la simple idea la hacía llorar.
Pero Gwen respiró profundamente y permaneció fuerte, sabiendo que todas las miradas estaban sobre ella mientras marchaban, una interminable caravana en este camino polvoriento, yendo hacia el norte, hacia la lejana Silesia.
Gwen también se sentía perpleja, desgarrada por su patria. Ella apenas podía entender que el Escudo se hubiera desactivado, que el Cañón hubiera sido violado. Habían estado circulando rumores de espías lejanos, de que Andrónico había llegado a las costas de McCloud. Ella no estaba segura de qué creer. Le costaba trabajo entender que hubiera pasado tan rápidamente – después de todo, Andrónico todavía tendría que enviar a toda su flota a través del océano. A menos que de alguna manera McCloud hubiera estado detrás del robo de la espada y hubiera orquestado la desactivación del Escudo. Pero, ¿cómo? ¿Cómo había consiguió robarla? ¿A dónde se la llevaba?
Gwen podía sentir lo abatidos que se sentían todos alrededor de ella, y no podía culparlos. Había un aire de desánimo entre la multitud y por buenas razones; sin el Escudo, estaban todos indefensos. Era sólo cuestión de tiempo – si no es que hoy mismo, mañana o pasado mañana – que Andrónico invadiría. Y cuando lo hiciera, no habría forma que podrían contener a sus hombres. Este lugar, todo lo que había amado y querido desde niña, pronto podría ser conquistado y morirían todos a los que ella amaba.
Mientras marchaban, era como si fueron hacia su muerte. Andrónico todavía no estaba aquí, pero se sentía como si ya hubieran sido capturados. Recordó algo que su padre dijo una vez: conquista el corazón de un ejército y la batalla ya está ganada.
Gwen sabía que dependía de ella inspirarlos a todos, hacer que sintieran seguridad —de alguna manera, incluso, de optimismo. Ella estaba decidida a hacerlo. No podía dejar que sus temores personales o sensación de pesimismo, le superara en un momento como éste. Y se negó a permitirse regodearse en la autocompasión. Esto ya no se trataba sólo de ella. Se trataba de estas personas, de sus vidas, de sus familias. Le necesitaban. Todos buscaban su ayuda.
Gwen pensó en su padre y se preguntó qué haría él. Sonrió al pensar en él. Habría puesto cara de valiente, pasara lo que pasara. Siempre le había dicho que ocultara el miedo con bravatas, y al pensar en la vida de él, nunca había parecido tener miedo. Ni una vez. Quizás era sólo pose; pero fingía muy bien. Como líder, había sabido que estaba expuesto todo el tiempo, sabía que era el espectáculo que la gente necesita, tal vez incluso más que el liderazgo.
El era demasiado generoso para entregarse a sus miedos. Ella podría aprender de su ejemplo. Ella tampoco lo haría.
Gwen miró a su alrededor y vio a Godfrey marchando junto a ella y junto a él iba Illepra, la curandera; ellos dos iban conversando, y ella se dio cuenta de que los dos parecían gustarse cada vez más, desde uqe Illepra le había salvado la vida. Gwen anhelaba que sus otros hermanos también estuvieran ahí. Pero Reece se había ido con Thor, Gareth por supuesto había desaparecido de su vida para siempre, y Kendrick seguía en algún lugar en el Este, ayudando todavía a reconstruir ese pueblo lejano. Había enviado un mensajero por él – había sido la primera cosa que había hecho – y oró para que le llegara a tiempo para recuperarlo, traerlo a Silesia para estar con ella y ayudar a defenderlo. Al menos, entonces, dos de sus hermanos – Kendrick y Godfrey – podrían refugiarse en Silesia con ella; eso los representaba a ellos. Excepto, por supuesto, su hermana mayor, Luanda.
Por primera vez en mucho tiempo, Gwen pensaba en Luanda. Siempre había tenido una amarga rivalidad con su hermana mayor; no le había sorprendido a Gwen en lo más mínimo que Luanda hubiera aprovechado la primera oportunidad que tuvo para huir de la Corte del Rey y casarse con ese McCloud. Luanda siempre había sido ambiciosa y siempre había querido ser la primera. Gwendolyn la había amado y la había admirado cuando era joven; pero Luanda, siempre competitiva, no había correspondido a su amor. Y después de un tiempo, Gwen había dejado de intentarlo.
Sin embargo ahora Gwen se sentía mal por ella; se preguntaba qué habría sido de ella, ya que los McCloud habían sido invadidos por Andrónico. ¿La asesinarían? Gwen se estremeció ante la idea. Eran rivales, pero al final del día, seguían siendo hermanas y ella no quería verla muerta antes de tiempo.
Gwen pensó en su madre, la otra única persona de su familia que se quedó allá, varada en la Corte del Rey, con Gareth, incluso en su estado. Pensar en ello la hizo estremecer. A pesar de toda la rabia que aún le tenía a su madre, Gwen no quería que terminara como lo hizo ella. ¿Qué pasaría si la Corte del Rey fuera invadida? ¿Su madre sería asesinada?
Gwen no pudo evitar sentir como si su vida cuidadosamente construida se estuviera colapsando alrededor de ella. Parecía que fue ayer que estaban en pleno verano, que era la boda de Luanda, que había una gloriosa fiesta, que la Corte del Rey estaba llena de abundancia, que ella y su familia estaban todos juntos, celebrando – y que el Anillo era inexpugnable. Parecía como si fuera a durar para siempre.
Ahora todo se había hecho pedazos. Nada era como había sido.
Había una fría brisa de otoño, y Gwen puso su suéter de lana azul, firmemente sobre sus hombros. El otoño había sido demasiado corto este año; ya se acercaba el invierno. Ella podía sentir la brisa helada, cada vez más fuerte, con humedad, mientras se dirigían más al norte a lo largo del Cañón. El cielo se estaba oscureciendo antes y el aire estaba lleno de un nuevo sonido – el graznido de las aves de invierno, los buitres rojos y negros que daban vueltas por lo bajo cuando la temperatura disminuía. Graznaban incesantemente, y el sonido a veces era irritante para Gwen. Era como el sonido de la muerte que se acercaba.
Desde que se despidieron de Thor, se habían marchado por el Cañón, siguiendo hacia el norte, sabiendo que les llevaría a la ciudad más occidental de la parte occidental del Anillo – Silesia. Al marchar, la neblina inquietante del Cañón salía en ondas, aferrándose a los tobillos de Gwen.
"No estamos lejos ahora, mi lady", dijo una voz.
Gwen vio a Srog al otro lado de ella, vestido con la armadura roja distintiva de Silesia y flanqueado por varios de sus guerreros, todos usando su cota de malla roja y botas. Gwen había sido tocada por la bondad de Srog hacia ella, por su lealtad a la memoria de su padre, por su ofrecimiento de Silesia como refugio. No sabía qué habría hecho ella y toda esta gente, si no fuera así. Incluso ahora, seguirían estando en la Corte del Rey, a merced de la traición de Gareth.
Srog era uno de los lores más honorables que había conocido ella. Con miles de soldados a su disposición, con su control de la famosa fortaleza de Occidente, Srog no había necesitado rendir homenaje a nadie. Pero rindió homenaje al padre de ella. Siempre había sido un poder equilibrio de poder discreto. En los tiempos del padre de su padre, Silesia había necesitado a la Corte del Rey; en el tiempo de su padre, no tanto; y en el tiempo de ella, nada en absoluto. De hecho, con la desactivación del Escudo y el caos en la Corte del Rey, ellos eran los que necesitaban a Silesia.
Por supuesto, Los Plateados y La Legión eran los mejores guerreros que existían – como las miles de tropas que acompañaban a Gwen, que abarcaban la mitad del ejército del rey. Sin embargo, Srog, como la mayoría de los lores, pudo simplemente haber cerrado sus puertas y cuidado de su gente.
En cambio, él había buscado a Gwen, había sido leal con ella, y había insistido en ser anfitrión de todos ellos. Había sido un acto de bondad que Gwen había decidida de alguna manera, algún día, retribuirle. Eso si es que todos sobrevivían.
"No tienes que preocuparte", respondió ella con suavidad, poniendo una mano sobre la muñeca de él. "Marcharíamos hasta los confines de la Tierra para entrar en tu ciudad. Somo muy afortunadas de tener tu amabilidad en este difícil momento".
Srog sonrió. Un guerrero de mediana edad con demasiadas arrugas en su cara debido a los combates, con cabello rojo acastañado, un submaxilar fuerte y sin barba, Srog era un hombre de verdad, no sólo un Lord, sino un verdadero guerrero.
"Por su padre, caminaría a través del fuego", respondió. "No tiene nada qué agradecer. Es un gran honor poder saldar mi deuda con él sirviendo a su hija. Después de todo, fue su deseo que usted gobernara. Así que cuando hago algo por usted, le correspondo a él".
Cerca de Gwen también marchaban Kolk y Brom, y detrás de todos ellos estaba el sonido constante de las miles de espuelas, de espadas tintineando en sus vainas, de escudos chocando contra la armadura. Era una gran cacofonía de ruidos, yendo cada vez más y más lejos hacia el norte a lo largo del borde del Cañón.
"Mi lady", dijo Kolk: "Me siento agobiado por la culpa. No debimos haber dejado a Thor, Reece, y a los demás ir solos al Imperio. Debimos habernos ofrecido más de nosotros para acompañarlos. Me costará la cabeza si le pasara algo a ellos".
"Fue la misión que ellos eligieron", respondió Gwen. "Era una misión de honor. Quien tenía que irse, se fue. La culpabilidad no sirve de nada".
"¿Y qué sucederá si no regresan a tiempo con la Espada?", preguntó Srog. "No falta mucho para que el ejército de Andrónico aparezca en nuestras puertas".
"Entonces nos opondremos", dijo Gwen confiadamente, poniendo todo el coraje en su voz como pudo, con la esperanza de hacer que los demás se relajaran. Se dio cuenta de que los otros generales se dieron vuelta y la miraron.
"Defenderemos hasta el último golpe", añadió ella. "No habrá retirada, no nos rendiremos".
Sintió que los generales estaban impresionados. Ella quedó impresionada por su propia voz, por la fuerza que surgía dentro de ella, sorprendiéndola incluso a ella. Era la fuerza de su padre, de siete generaciones de reyes MacGil.
Mientras seguían avanzando, el camino se curvaba bruscamente a la izquierda, y mientras Gwen daba la vuelta a la esquina, se detuvo de golpe, sin aliento ante lo que vio.
Silesia.
Gwen recordó que su padre la traía de viaje aquí, cuando era una niña. Era un lugar que recordaba en sus sueños desde entonces, un lugar que había sido mágico para ella. Ahora, al mirarlo siendo adulta, todavía seguía dejándola sin aliento.
Silesia era la ciudad más inusual que Gwen había visto. Todos los edificios, todas las fortificaciones, toda la piedra – todo fue construido de un antiguo, rojo brillante. La mitad de la parte alta de Silesia, vertical, estaba repleta de parapetos y chapiteles, fue construida en el continente, mientras que la mitad inferior fue construida en el lado del Cañón. Las nieblas turbulentas del Cañón soplaban dentro y fuera, envolviéndolo, haciendo que el rojo brillara y destellara en la luz – y le hacía parecer como si hubiera sido construido en las nubes.
Sus fortificaciones se levantaban treinta metros, coronadas en parapetos y respaldadas por una interminable fila de murallas. El lugar era una fortaleza. Aunque un ejército de alguna manera traspasara sus muros, todavía tendría que bajar a la mitad inferior de la ciudad, hasta los acantilados y pelear en el borde del Cañón. Obviamente, era una guerra que ningún ejército invasor querría librar. Y era por eso que esta ciudad había permanecido de pie durante mil años.
Sus hombres se detuvieron y miraron boquiabiertos, y Gwen podía sentir que todos estaban asombrados también.
Por primera vez en mucho tiempo, Gwen se sentía optimista. Este era un lugar en donde podían quedarse, lejos del alcance de Gareth; un lugar que podrían defender. Un lugar donde ella podría gobernar. Y tal vez – tal vez – el Reino de MacGil podría levantarse otra vez.
Srog estaba ahí parado, con las manos en su cadera, asimilando todo, como si viera su propia ciudad por primera vez, con los ojos brillando de orgullo.
"Bienvenido a Silesia".
CAPÍTULO SEIS
Thor abrió los ojos al amanecer para ver las olas del mar que se movían suavemente, subiendo y bajando en grandes crestas, cubiertas por la luz tenue del primer sol. El agua amarillo claro del Tartuvio. brillaba en la niebla de la mañana. El barco se movía silenciosamente de un lado a otro en el agua, y el único sonido era el del vaivén de las olas contra su casco.
Thor se sentó y miró a su alrededor. Sus ojos le pesaban por el agotamiento— de hecho, nunca se había sentido tan cansado en su vida. Habían estado navegando durante días; y todo aquí, en este lado del mundo, se sentía diferente. El aire estaba tan pesado por la humedad, la temperatura era mucho más caliente, era como respirar en un chorro constante de agua. Lo hacía sentir lento, hacía que sus extremidades se sintieran pesadas. Sentía como si hubiera llegado en verano.
Thor miró a su alrededor y vio que todos sus amigos, quienes normalmente se levantaban antes del amanecer, estaban en el suelo, durmiendo. Incluso Krohn, siempre despierto, dormía junto a él. El pesado clima tropical había afectado a todos. Ninguno de ellos siquiera se había molestado en conducir el timón – habían dejado eso días atrás. No tenía sentido: sus velas siempre estaban a mástil completo con un viento del oeste azotador, y las mareas mágicas de este océano constantemente tiraron del barco en una sola dirección. Era como si fueran jalados hacia una dirección, y habían intentado en varias ocasiones de dirigir o cambiar de rumbo, pero fue inútil. Todos se habían resignado a dejar que el Tartuvio los llevara a donde fuera.
De cualquier manera, tampoco sabían hacia qué lugar del Imperio dirigirse, reflexionó Thor. En tanto las mareas los llevaron a tierra firme, pensó él, con eso sería suficiente.
Krohn despertó, gimiendo; luego se inclinó hacia adelante y lamió la cara de Thor. Thor buscó en su saco, que estaba casi vacío y le dio a Krohn el último de sus palos de carne seca. Para sorpresa de Thor, Krohn no lo arrebató de su mano, como generalmente lo hacía; en cambio, Krohn lo miró, miró el saco vacío y luego miró a Thor de manera significativa. Vaciló para tomar la comida, y Thor se dio cuenta de que Krohn no quería quitarle la última pieza.
Thor estaba conmovido por el gesto, pero él insistió, empujando la carne en el hocico de su amigo. Thor sabía que pronto se quedarían sin comida y rezó para que llegaran a tierra. No tenía ni idea de cuánto tiempo podría tardar el viaje; ¿qué pasa si tardaban varios meses? ¿Qué comerían?
El sol salió rápidamente aquí, brillando más y con más fuerza demasiado temprano y Thor se quedó parado mientras la niebla empezaba a irse del agua y se fue a la proa.
Thor se quedó allí y se asomó, la cubierta se mecía suavemente debajo de él, y vio cómo la niebla se disipaba. Pestañeó, preguntándose si estaba viendo cosas, mientras el contorno de una tierra lejana aparecía en el horizonte. Su pulso se aceleró. Era tierra. ¡Tierra real!
La tierra apareció en una forma inusual: dos largas y estrechas penínsulas varadas en el mar, como los dos extremos de un tridente y mientras la niebla se elevaba, Thor miró a su izquierda y a su derecha y se sorprendió al ver dos franjas de tierra a cada lado de ellos, cada uno a aproximadamente cuarenta y cinco metros de distancia. Estaban siendo absorbidos hacia el centro de una larga ensenada.
Thor silbó, y sus hermanos de La Legión se levantaron. Se abrieron paso con dificultad para ponerse de pie y corrieron a su lado, y se detuvieron en la proa, asomándose.
Todos estaban allí parados, sin aliento ante la vista: las costas eran las más exóticas que habían visto, atestadas de selva, altísimos árboles en la orilla, tan espesos que era imposible ver más allá de ellos. Thor vio los enormes helechos, de nueve metros de altura, inclinándose sobre el agua; árboles amarillos y púrpuras que parecían llegar al cielo; y en todas partes estaban los extraños y persistentes ruidos de las bestias, aves, insectos, y no sabía qué más, gruñendo y lloriqueando y cantando.
Thor tragó saliva con dificultad. Sentía como si estuvieran entrando a un impenetrable reino animal. Todo se sentía diferente ahí; el aire olía diferente, extraño. Nada aquí le recordaba ni remotamente al Anillo. Los otros miembros de La Legión se dieron vuelta y se miraron entre sí, y Thor pudo ver la duda en sus ojos. Todos se preguntaban qué criaturas les esperaban dentro de la jungla.
No es que tuvieran una opción. La corriente les llevó a un camino, y obviamente aquí es donde debían desembarcar para entrar en tierras del Imperio.
"¡Por aquí!", gritó O'Connor.
Corrieron hacia O'Connor del lado de la barandilla, mientras él se inclinaba y apuntaba hacia el agua. Ahí, nadando al lado del barco, había un enorme insecto, de color púrpura luminiscente, de tres metros de largo, con cientos de patas. Brillaba bajo las olas, y después se iba corriendo a lo largo de la superficie del agua; al hacerlo, sus miles de pequeñas alas comenzaron a zumbar, y se levantó justo por encima del agua. Luego volvió a deslizarse a lo largo de la superficie, y luego se hundió por debajo. Luego repitió el proceso de nuevo.
Mientras observaban, de repente subió a lo alto, en el aire, a la altura de los ojos, flotando, mirándolos con sus cuatro grandes ojos verdes. Silbó y todos saltaron hacia atrás involuntariamente, buscando sus espadas.
Elden dio un paso adelantó y lo atacó. Pero para cuando su espada llegó al aire, ya estaba de regreso en el agua.
Thor y los demás salieron volando, estrellándose en la cubierta, mientras su barco se detenía repentinamente, varando en la costa con una sacudida.
El corazón de Thor se aceleró mientras se asomaba sobre el borde: debajo de ellos había una estrecha playa formada por miles de pequeñas rocas irregulares, de color púrpura brillante.
Tierra. Lo habían logrado.
Elden marcó la pauta para el anclaje, y todos la levantaron y la dejaron caer sobre el borde. Cada uno de ellos bajó la cadena, dando un salto y cayendo en la orilla; Thor le dio a Krohn a Elden mientras él caminaba.
Thor suspiró cuando sus pies tocaron tierra. Se sentía tan bien estar en tierra – tierra seca y firme – bajo sus pies. Estaría bien si nunca volviera a navegar en un barco otra vez.
Todos agarraron las cuerdas y arrastraron el barco hasta la costa como podían.
"¿Crees que las mareas se lo llevarán?", preguntó Reece, mirando hacia el barco.
Thor lo miró; parecía seguro en la arena.
"No con esa ancla", dijo Elden.
"La marea no se lo llevará", dijo O'Connor. "La pregunta es si alguien más lo hará".
Thor dio un largo último vistazo al barco y se dio cuenta de que su amigo tenía razón. Incluso si encontraran la Espada, muy bien podrían volver a una costa vacía.
"Y entonces, ¿cómo regresaríamos?", preguntó Conval.
Thor no pudo evitar sentir como si en cada paso del camino, estuvieran quemaban sus puentes.
"Encontraremos la forma", dijo Thor. "Después de todo, debe haber otros barcos en el Imperio, ¿verdad?".
Thor trató de parecer autoritario, para tranquilizar a sus amigos. Pero en el fondo no estaba tan seguro él mismo. Todo este viaje parecía cada vez más amenazador para él.
Al unísono, se volvieron y enfrentaron la selva, mirándola. Era un muro de follaje, oscuro detrás de él. Los ruidos de animales se elevaron en una cacofonía alrededor de ellos, tan fuerte que Thor apenas se oía pensando. Parecía como si todas las bestias del Imperio estuvieran gritando para darles la bienvenida.
O para advertirles.
*
Thor y los otros caminaron unos al lado de los otros con cautela, cada uno de ellos en guardia, a través de la espesa jungla tropical. Era difícil para Thor escucharse pensando, tan persistentes eran los gritos y los llantos de la orquesta de insectos y animales que había alrededor de él. Pero cuando miraba en la oscuridad del follaje, no podría verlos.
Krohn caminó cerca de sus talones, gruñendo, con los pelos parados en la espalda. Thor nunca lo había visto tan alerta. Miró a sus hermanos de armas y vio a cada uno de ellos con una mano apoyada en la empuñadura de su espada, todos ellos nerviosos, también.
Ya llevaban horas haciendo senderismo, cada vez más y más profundamente en la selva; el aire era cada vez más caliente y más pesado, más húmedo, hacía más difícil respirar. Ellos habían seguido las huellas de lo que parecía haber sido una vez un sendero; unas pocas ramas rotas hacían alusión a la trayectoria del grupo de hombres que habían llegado aquí y que pudieron haber seguido. Thor sólo esperaba que fuera el rastro del grupo que había robado la espada.
Thor levantó la mirada, impresionado por la naturaleza: todo estaba descuidado de proporciones épicas, cada hoja era tan grande como él mismo. Se sentía como un insecto en una tierra de gigantes. Vio algo susurrando detrás de algunas hojas, pero no pudo identificarlo. Tenía la sensación ominosa de que estaban siendo observados.
El sendero delante de ellos de repente terminaba en un sólido muro de follaje. Todos pararon y se miraron, perplejos.
"¡Pero el camino no puede simplemente desaparecer!", dijo O'Connor, sin esperanza.
"No desapareció", dijo Reece, examinando las hojas. "La selva sólo creció sobre sí misma".
"¿Entonces qué camino tomamos ahora?", preguntó Conval.
Thor se volvió y miró a su alrededor, haciéndose la misma pregunta. En cada dirección había más del denso follaje y no parecía haber ninguna salida. Thor estaba empezando a tener una sensación de desazón y se sentía cada vez más perdido.
Luego tuvo una idea.
"Krohn", dijo, arrodillándose y susurrando al oído de Krohn. "Escala ese árbol. Investiga. Dinos hacia dónde ir".
Krohn lo miró con sus ojos conmovedores, y Thor sintió que le entendía.
Krohn corrió por un enorme árbol, el tronco era del grueso de diez hombres y sin dudarlo, se abalanzó sobre él y lo escaló. Krohn corrió hacia arriba y luego saltó a una de las ramas más altas. Caminó hasta el extremo y se asomó, con las orejas paradas. Thor siempre había percibido que Krohn lo entendía, y ahora sabía con certeza que así era.
Krohn se reclinó e hizo un extraño ronroneo en la parte posterior de su garganta, luego bajó del tronco y se fue hacia una dirección. Los chicos intercambiaron una mirada de asombro, luego todos se volvieron y siguieron a Krohn, hacia esa parte de la selva, empujando hacia atrás las gruesas hojas para poder caminar.
Después de unos minutos, Thor se sintió aliviado al ver que otra vez había un sendero, que los indicios de ramas rotas y del follaje mostraban qué ruta debía seguido el grupo. Thor se agachó y acarició a Krohn, besándolo en la cabeza.
"No sé qué hubiéramos hecho sin él", dijo Reece.
"Ni yo", respondió Thor.
Krohn ronroneaba, satisfecho, orgulloso.
Mientras continuaban yendo más profundamente en la selva, serpenteando, llegaron a un tramo de nuevo follaje, con flores alrededor de ellos, enormes, del tamaño de Thor, rebosantes de todos los colores. Otros árboles tenían frutos del tamaño de una roca, colgando de las ramas.
Todos se detuvieron maravillados, mientras Conval se acercó a uno de los frutos, de color rojo brillante y estiró la mano para tocarlo.
De repente, se escuchó un gran gruñido.
Conval se alejó y agarró su espada, y todos los demás se miraron unos a otros, con ansiedad.
"¿Qué fue eso?", preguntó Conval.
"Vino de allá", dijo Reece, señalando a otra parte de la selva.
Todos se dieron vuelta y miraron. Pero Thor no podía ver nada más que las hojas. Krohn le gruñó.
El ruido se hizo más fuerte, más persistentes, y finalmente, las ramas empezaron a crujir. Thor y los demás dieron un paso atrás, sacando sus espadas y esperaron, temiendo lo peor.
Lo que dio un paso adelante de la selva excedía incluso las peores expectativas de Thor. Allí de pie delante de ellos estaba un enorme insecto, cinco veces el tamaño de Thor, que se asemejaba a una mantis religiosa, con dos patas traseras, dos delanteras más pequeñas que colgaban en el aire y largas garras en los extremos. Su cuerpo era verde fluorescente, cubierto de escamas, y tenía pequeñas alas que zumbaban y vibraban. Tenía dos ojos en la parte superior de su cabeza y un tercer ojo en la punta de su nariz. Se acercó y mostró más garras – escondidas debajo de su garganta – que vibraban y se rompían.
Se quedó ahí parado, por encima de ellos, y otra garra salió de su estómago, un brazo largo y delgado, que sobresalía; de repente, más rápido de lo que cualquiera de ellos pudiera reaccionar, arrebató a O'Connor, con sus tres garras ampliadas y lo envolvió alrededor de su cintura. Lo levantó a lo alto en el aire, como si fuera una hoja.
Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.