Kitabı oku: «Sello de Sangre», sayfa 5
—Eres un idiota. Estoy siendo sarcástica.
—Lo sé y gracias. Buenas noches.
Natle apagó la luz y se recostó, cubriéndose con las sábanas, abrazó su almohada y miró por la ventana solo para cerrar los ojos y tratar de descansar.
Los quejidos y murmullos obligaron a Ray abrir los ojos, levantándose del sillón se acercó a ella, notó su respiración acelerada, sus quejidos solo confirmaron que estaba dormida, entonces se fijó en el medallón de Joe que estaba en su mano y eso no era buena señal, tomándolo entre sus manos con cuidado supo que él se había ido para siempre.
—¡Maldición! —juró por lo bajo devolviéndole el medallón —No tienes pensado regresar —murmuró, volviendo al sillón, sin antes tomar una manta de flores y cubrirse con ella, la habitación estaba más fría de lo habitual ya que el vaho de su respiración pudo ser admirado en la poca luz que se filtraba en tanta oscuridad, era invierno, el internado tenía calefacción pero extrañamente esa habitación estaba fría.
Por un momento quise ser invencible, quise recuperarme, pero el dolor aun tiraba de mis heridas, estaba impaciente por salir de allí y más con la confesión de Ray, podía sentir una presión en el pecho, una sensación de desesperación que ni yo mismo podía entender o explicar, por un momento pensé que estaba despierto, pero cuando abrí los ojos, me di cuenta que estaba en medio de la noche, pero no era un sueño, era un recuerdo, un recuerdo que había surgido de lo más profundo de mi mente.
Me vi aun pequeño a la distancia, estaba solo, era una casona vieja, la recordé en ese instante, era donde pase un año de mi infancia, entre la pobreza y miseria, tenía hambre y no había nada que pudiese comer, tendría unos cuatro años máximo y había escapado de mi tercera casa de acogida, era lo bastante despierto como para darme cuenta de lo que pasaba a mi alrededor, entre mis juegos imaginarios, corría de un lado a otro esperando a que viniera la persona que me cuidaba con comida, hasta que tropecé y caí de cara haciéndome un raspón en el mentón y la rodilla.
Entonces sentí unas manos tibias y suaves levantarme con cuidado, levanté la mirada y vi a una mujer, una hermosa mujer de ojos azules, cabello casi rubio y labios rojos como las fresas, me sonrió y se acuclilló frente a mí —Hola Oriholp —me saludo con una sonrisa cálida tirando de sus labios, no tuve miedo, así que le sonreí.
—Hola —dijo mi versión pequeña, yo quise acercarme más tratar de ver muy bien a la mujer, pero estaba atrapado, era un recuerdo, no era un sueño.
—Te caíste ¿Duele? —preguntó, limpiando los raspones con sus dedos.
—No. Yo soy fuerte y valiente —sonreí mostrando mis dientes de leche —¿Quién eres?
—Una amiga. Una muy buena amiga —se inclinó solo para besar mi frente, sin saber que ella era Triored, bajaba dos veces al año para cerciorarse de que estuviera bien —¿Tienes hambre? —preguntó.
—Sí, pero debo aguatarme como un niño bueno.
—¡No! Esta vez, no —respondió dándome pan, leche y su compañía esa noche.
No pude soportar que mis lágrimas surcaron mis mejillas, aquel recuerdo reprimido estaba partiendo mi alma en más pedazos.
Ella esperó hasta que me vio ya adormecido, acunándome en sus brazos, cubriéndome del frío con sus inmensas alas hasta que me vio cerrar los ojos, con mi pequeña manita sujeté sus ropas para que no me dejara, no quería que ella me abandonara también.
—Siempre me gustaron esos ojos —sonrió.
—Eres mi mami —dije entre el sueño y mi adormecimiento.
—No pequeño. Me hubiese gustado serlo y tenerte a mi lado, pero no… Soy quien te dio libertad cuando estuviste prisionero y tú a cambio protegerás a mi pequeña de Ïlarian. Ese es tu destino, ser el guardián de mi pobre bebé, convertida en enemigo, convertida de un arma, convertida en lo que más odia nuestra raza. Amala, cuídala, que tu reinarás junto a ella —me susurró con un besó en la frente.
—¿Quién es tu hija? —pregunté yo a la distancia de verme a mí mismo con esa bella mujer que recordé —¿Quién es tu hija? —volví a preguntar.
Ella volvió el rostro y me sonrió solo para responderme —Alox… Es Alox.
Tomando en brazos a la versión pequeña de mí, la recostó en una cama de telas, cartones y lana, cubriéndome con una frazada, la frazada que mi madre me tejió. Se alejó de mí, solo para extender sus alas, elevar la vista al cielo y volar, volar alto y lejos mientras las lágrimas surcaban sus hermosas mejillas.
Entonces desperté, sonreí y recordé mucho más, no era la primera vez que la había visto, desde que tuve uso de razón, la vi pendiente de mí, a lo lejos pero aun así pendiente y esa noche fue la última vez que la vi, fue la primer y última vez que la vi tan cerca y dándome fuerzas cuando más lo necesitaba, ya que unos meses después, nuestro mundo, ese mundo que hubiese sido mío también fue destruido por la ambición de Piora y la testarudez de Linus, arrasó con todo lo vivo, dejando solo murallas y recuerdos, cenizas y polvo, sangre y vacío.
Volví el rostro hacia la ventana, notando lo negra que era esa noche, entonces supe que Natle era parte de mí, fui salvado por ella, fui parte de ella desde antes de conocerla, cerré los ojos y sonreí, tenía miles de motivos para quedarme con ella, luchar y vivir por ella.
CAPÍTULO 5
DESASTRE NATURAL
La posición era incómoda para Ray, se estiró ya que sus músculos se tensaron para luego restregarse los ojos, bostezó y se dio cuenta de que estaba cubierto con una manta de chica, sonrió, elevó la vista y entonces la vio, sorprendido, asustado y su tonta sonrisa se borró de sus labios lentamente.
Natle estaba completamente desnuda en medio de la ventana del balcón, la brillante mañana se colaba por la ventana, las luces del sol caían sobre su cuerpo, elevando sus cabellos rizados por el aire, mientras que los rayos de sol ingresaban en espiral, con pedazos de polvo volando en medio de su cuerpo, pero lo que él observaba no era su desnudes, sino sus inmensas alas que cubrían su cuerpo como una capa de seda, las plumas estaban cambiando de color, plumas perla y plumas plata, daban la sensación de un vestido de hilos sagrados, con la barbilla arriba, los ojos mirando hacia la mañana mientras que sus manos cubrían sus pechos
Ray se levantó con sumo cuidado dejando caer la manta a sus pies, dio unos pasos hacia adelante, pero su movimiento solo le advirtió de su presencia, Natle volvió el rostro, entonces él simplemente cayó de rodillas ante esa mirada, sus ojos eran esferas de luz, eran color pardo y rojizo, eran oro y plata, eran asombrosamente bellos, entonces se dio cuenta de algo, ella había dejado de tener el poder de Dios, solo era un instrumento de carne y hueso, ella había nacido solo cambiar al mundo, jamás había pertenecido a los mundos que conocimos y pisamos, Natle tenía su propio camino y eso solo pasaba cuando sangre nueva estaba surgiendo. Entonces le dijo —Rectificar toda la maraña en la que he convertido su vida es imposible, imposible para mí. No pertenezco a ninguno de estos mundos, más que he venido a destruir lo que la maldad ha consumido.
—¿Quién eres? —preguntó estando en shock, ella no era Natle.
—Soy parte de todos, soy parte de nada, soy una pizca de maldad, una pizca de bondad, prisionero de siglos, esclavo del tiempo, soy por lo que el hombre y tu raza decidieron pelear.
—No te entiendo ¿Qué intentas decir? —logró balbucear, tragando saliva ante la luz brillante que lo iluminaba —¿Quién eres, entonces?
La persona que tenía delante sonrió con ternura, pero para nada era la Natle que conocimos, era una persona ajena a nosotros, a nuestra sangre y linaje —No claves el puñal en mi corazón, ya que el mío dejó de latir por toda la maldad que existe en este mundo y en los que siguen, Padre está tratando de darles una oportunidad, pero se niega a escuchar su corazón por temor, por eso es que he venido para lograr enseñarle que aún puede haber almas buenas que traten de ayudar a una causa justa.
—Por favor debes explicarte mejor —Ray trataba de entender, pero era algo ilógico.
—En su momento entenderás —sin más cerró los ojos y una presencia, una esfera dorada salió del corazón de Natle, haciéndola desmayar.
Ray corrió hacia ella tomándola entre sus brazos y tratando de no ver su desnudes, alcanzó las mantas y la cubrió a toda prisa, levantándola y recostándola en la cama, miró hacia la ventana, la brillantes del día había desaparecido, sin saber que había hablado con “El Poder de Dios”.
—¡Natle! —susurró extrañado de lo que esa presencia le había pedido, acarició sus cabellos y los puso detrás de su oreja —¡Qué Dios me ayude! —rogó, levantándose de la cama y saliendo de la habitación, dejándola completamente sola.
Aturdido, sabía que tenerla delante suyo solo lograba ser seducido por el poder que se le fue otorgado, entonces dio una plegaria al cielo al ver a Jesse salir de su habitación, corrió hacia ella, dándole un beso en la frente —Buenos días, Jess
—¡Hey! Buenos días, estás un poco alterado —frunció el ceño al ver a Ray un poco ido y atontado, además de nervioso —Si es por lo de ayer, te prometo que no diré nada.
—No es eso, es que. —hizo una pausa, pensando bien si decirle o no —Podrías estar con Natle hoy —frunció el ceño y mordió su labio inferior.
—¿No puedes con el llanto y desesperación de una chica? —enarcó las cejas con un sonrisa en los labios, pero al cabo de unos minutos, supo que no era tan simple —¡Ok! Iré a verla ahora.
—Gracias —se agachó para darle un beso corto en los labios, acción que sorprendió a Jesse, él giró sobre sus talones y trató de irse, pero entonces regresó solo para avisarle del inconveniente de la ropa —Una cosa más.
—¿Qué, Ray? —preguntó ella, aun aturdida por el beso.
—Natle puede que este desnuda en su cama, pero no pienses mal, es que salió de la ducha y se recostó con la toalla.
—¡Ray! —dijo con la voz plana
—Ha.
—Trata de encontrar a Joe, lo más pronto posible —le pidió como si fuese una súplica personal.
—Lo haré.
—¿Y Ray? —le llamó con una sonrisa entre sus labios.
—Haa…
—Solo vete —sonrió, viéndole girar y caminar hacia la salida.
Jesse volvió a su habitación dejando sus cosas y relevar a Ray, abrió la puerta y encontró la cama vacía —¡Natle! —dijo con cautela asomándose más viéndola vestida y en el suelo tratando de levantarse, corrió hacia ella intentando de ayudarla, pero ella solo la detuvo —¡Natle! ¿Qué te paso? —dijo con preocupación.
—Nada, nada. Solo me sentí mareada. —dijo tomando la mano de Jesse entre las suyas.
—Es que no comes. Estás en huelga de hambre y eso no debe ser. Debes reponerte, seguir. No ayudara en nada que quedes en el suelo siendo un desastre por culpa de un idiota sin escrúpulos.
—Es que no puedo seguir —negó con la cabeza, sus ojos brillantes por las lágrimas rebosantes —No puedo.
—Sí que puedes —le dijo ella, estrechándola entre sus brazos y dejándola llorar en su regazo, mientras que su mano acariciaba maternalmente su cabeza —¡Shh! Natle, descansa. No duermes, no comes, tienes que intentar reponerte, parar de llorar.
—Es que simplemente no puedo Jesse, no puedo parar de llorar, estoy tan cansada de vivir así, huyendo, luchando y sacrificando lo que más quiero en la vida.
—Quizás ese es tu destino, no se mucho de ustedes —hizo una pausa —Ray no trata de explicarme demasiado, pero tampoco intenta hacerlo, pero lo único que te puedo decir es que un amor como el de Joe no se olvida y no se deja de lado como si fuese cualquier cosa, te lo aseguro, lo que haya pasado entre ustedes o lo que haya sucedido para que Joe se aparte de ti de esa manera, debe tener una buena explicación, o algo que solo lo obliga a estar lejos de ti.
—Soy yo. Soy yo —se culpó.
Quizás la manera en que Joe la dejo, solo hizo mella en su baja autoestima, haciéndola sentir culpable por ello, pero Jesse, Ray y Philip no la dejaron durante ese día, se turnaron para llevarle comida y consolarla entre sus brazos, pero Natle se sentía vacía. En dos días, su color era pálido, prominentes ojeras y el incesante temblor de sus manos, tenía la sensación que el suelo se le movía al caminar, estaba demasiado agotada, estaba destruida totalmente, no podía contener más el aliento, en dos días las incesantes llamadas y mensajes que le dejaba en su móvil, cesaron de un momento a otro, dejando de hacerlo, solo dejando de intentarlo.
Por dos días más las clases fueron perdidas, mientras que yo ya estaba listo para salir, había pedido salir ya esa tarde a gritos, pero el doctor me pidió que tratara de quedarme, pero me negué rotundamente, no deseaba quedarme más tiempo de lo debido.
—¿Estás seguro de que estás listo para irte? —preguntó el doctor, apuntando sin cesar en su cuaderno, viéndome por debajo de sus lentes —¡Max! Los puntos pueden abrirse, fue una cirugía complicada.
—Estoy seguro. Estaré en reposo. Lo prometo —mencioné poniéndome con cuidado una camisa limpia, aunque traté de evitar dar un quejido de dolor.
—No hay nada que podamos hacer, te haremos firmar una autorización para que te puedas ir ¡Ok!
—Está bien —dije, concentrándome en las agujetas de mis zapatillas, pero aun así sintiendo la piel de mi espalda tirante, pero me concentre en que el dolor no se haga evidente, era lo mejor que podía hacer, ya que Natle me necesitaba más que nunca en esos momentos. Me erguí despacio y solté el aire contenido, llevé mi mano a mi más reciente cicatriz.
Las lágrimas de dolor y su sudor se mezclaban, la sensación de vacío en su interior hacían que ella no pudiera conciliar la paz que tanto necesitaba, sintiendo unas manos cálidas apartar su cabello seco y pegajoso de su rostro, sus ojos tardaron en abrirse y aceptar la luz, las cortinas estaban corridas, las ventanas abiertas, los rayos del atardecer ingresaban por la ventana iluminando mi espalda y cegándola momentáneamente, acaricié su rostro, sabiendo que quizás me estaba confundiendo en ese momento con él, pero me equivoque, abrió más los ojos reconociéndome de inmediato —Siempre fuiste tú —dijo en un leve susurro.
Había reconocido a la persona que la trajo desde el umbral de la muerte, mostrándole el camino de regreso a casa, a una casa que jamás fue suya —Koshka ¿Cómo te sientes? —dije en voz suave y casi ronca.
De inmediato ella se levantó abalanzándose a mis brazos, hice una mueca de dolor ante su abrazo inminente, sintiendo entonces entre sus manos mis costillas vendadas, además de mi brazo parcialmente vendado y descansando en un cabestrillo y ni que hablar de los cuantos arañazos que tenía por los diversos cortes —Mi querida Koshka ¡Tranquilízate! Estoy aquí contigo y no te abandonaré, jamás —mis manos reclamaron su cuerpo de manera inmediata —Calma muchacha, sé que me amas, pero no es para que me demuestres tanto amor ahora.
—¡Max! ¡Max! ¡Por el amor de Dios, ayúdame! —aquellas palabras me hicieron temblar, no de la emoción o de la sensación de satisfacción de que ella me necesitara, no, nada que ver, era más del dolor partiéndome el alma, ya que mi corazón se lo entregué desde el primer momento en que la vi entre mis sueños y mis realidades.
—Basta Natle. Basta ya…—me deshice de sus brazos, solo estaba tratando de lastimarse a sí misma más de lo que había hecho —Tenemos que hablar, debes de dejar de estar encerrada como un monje evitando el contacto con la gente, solo te hará más daño del que te estás haciendo ya —le dije con una dura expresión en mi rostro, mientras que su mirada solo me daba un mal presagio para mi propia paz mental.
Parpadeó resuelta a ahuyentar las lágrimas, sin más, no pudo aguantar más la presión de su pecho, diciéndome lo que la martirizaba, contándome todo, todo después de esa guerra infernal, después de la bala, después de casa, solo para contarme ese bochornoso final, quizás mi mente se puso en blanco, sin desear querer escuchar, tan solo oí sus últimas palabras que eran un maldito eco en mi cabeza, resonando como campanas —Se fue. Me dejo después de prometer tantas cosas, después de decirme que jamás me dejaría, después de estar con él.
Quede en shock, mis nudillos se volvieron blancos, mientras que mi rostro parecía tallado en granito, formándose un destello de cólera en mis ojos haciéndoles más brillantes de lo habitual, ella aún mantenía los puños cerrados sosteniendo mi camiseta evitando que me fuera, pero los quite con brusquedad y asco, quizás con desprecio a lo que sabía que por naturaleza seguía en esa historia lacrimógena.
—¡No! —lo negué, no quería imaginar que ella había sido suya —¡No! —moví la cabeza, negándolo rotundamente, mientras lancé un improperio y no por lo muy bajo, quedándome quizás pálido y rígido por la furia —¡Maldición, Natle! Si estas tratando de poner una excusa muy fuerte para que te deje, lo estás consiguiendo —quise alejarme, pero sus manos temblorosas se aferraron a mi camiseta.
—Tú no entiendes, Max. Cuando te digo que estuve con Joe… Es que estuve con él en todos los sentidos, en todos los sentidos posibles a tu imaginación retorcida ¿Me entiendes? Se fue después de que hicimos el amor.
Se hizo silencio, ninguno de los dos dijo más, tan solo reaccioné de manera alterada y brusca, apartándome de ella ofuscado de los celos, de ira, cólera, me sentía traicionado, humillado, giré sobre mis talones y caminé hasta la puerta abriéndola de un solo golpe que obligué a la puerta retumbar contra el concreto y descascarando la pared y las capas de pintura, no deseaba verla, solo quería irme.
Natle tembló al verme de esa manera, además del cambio repentino de mis ojos ese intenso brillo característico de nuestra especie, ante mi ataque de furia dio un respingó y me siguió pisándome los talones ante el miedo de mi férreo descontrol.
No sé de donde Natle sacó fuerzas para seguirme y correr detrás de mí, sabía muy bien de mis cambios de humor, era demasiado explosivo, impulsivo. Ella me conocía demasiado bien para ser verdad y que jamás me inhibía de dañar a alguien, me siguió por el pasillo, gritando mi nombre con desesperación —¡MAX! ¡DETENTE! ¡DETENTE, POR FAVOR!
—Solo aléjate de mí —le grité, deslizando el cabestrillo de mi brazo y cuello y arrojándolo al suelo con enojo, mientras que mis mejillas estaban tiñéndose parcialmente de rojo.
—Por favor. —suplicó entre sollozos y lágrimas.
Los demás alumnos que caminaban por los pasillos me abrían paso, sabían perfectamente que nadie debía cruzarse en mi camino en momentos como ese, mientras Natle seguía corriendo detrás de mí tratando de detener algo que era demasiado inevitable.
Entonces lo vi, estaba yendo junto a Jesse hacia los pasillos de abajo, sin más que una patética sonrisa en sus labios, lo tomé de la camiseta levantándole sin importarme el dolor agudo que punzó mi herida, abriendo unos cuantos puntos y contando que él era aún más alto y musculoso, no me rendí ni amilane ante su porte.
Antes de que pudiera reaccionar lo tomé su cuello y lo empujé contra la pared, comenzando un destello de golpes, sujeté a Ray del cuello dando un giro con fuerza total y mi puño golpeó con fuerza la mandíbula de mi oponente una y otra vez, una y otra vez sin detenerme, mientras que mis fosas nasales dilatadas, mis ojos ardientes, siniestros y sombríos no mostraban ninguna emoción más que rabia que no era contenida, mis manos tenían vida propia. No me di cuenta de nada, miraba prácticamente rojo, cuando unas manos me sostuvieron arrancándome de mi posición con mucha fuerza, las manos de Philip me sostenían con mucha fuerza, pero yo no paraba de gritar —¡Maldito cabrón! Se supone que cuidarías de ella —bramé mientras que Philip trataba de calmarme —La cuidarías.
—Basta, hombre, estas asustando a todos —gruñó el rubio.
Ray no tuvo tiempo a reaccionar como era debido, estaba aún en el piso apoyado entre la pared, limpió su labio con el dorso de la mano, lamiendo su labio ya partido, él quería abstenerse de lastimarme más de lo que yo ya estaba.
Mi camiseta estaba húmeda, no sé si era por el sudor de la pelea, del dolor o era sangre, pero aun así, los gritos de Natle invadieron los pasillos, mientras que todos se quedaban inertes ante el espectáculo que dábamos en medio de los pasillos de Ben Cork.
Entonces sentí —¡MAX! ¡MAX! ¡MAX, DETENTE! —gritó Natle, mientras que yo luchaba del agarre de Philip, y los demás le abrieron paso.
No podía verla, no en ese momento —¡SUÉLTAME! —farfullé, sacudiéndome de sus brazos, lanzándole una mirada de asco y repulsión, ella no se lo merecía, pero estaba enojado, estaba alterado de saber que ella le había pertenecido.
No quería verla.
Ella retrocedió instintivamente al sentir mi mirada inquisitoria encima, negó con la cabeza ante aquel cruel rechazo de mi parte, el saber que había pertenecido a Joe me dolió mucho más de lo que mi piel tirante lo hacía, ya que más de un punto se había abierto.
—Tú no, por favor —rogó al verme dar un paso hacia atrás, levantando las manos para que Philip dejara de sujetarme a cualquier movimiento que yo realizaba.
Ray saboreó una vez más su sangre, mientras que Jesse presa del pánico, no sabía si acercarse o echarse a correr, pero optó por lo primero, corriendo hacia él y ayudándole a levantarse.
—Tú no, por favor —repitió, pero al ver que yo estaba literalmente mordiéndome la lengua y tratando de retroceder, empalideció ante mi desprecio, además de la mirada de decepción que tenía en mi rostro, para ella era demasiado, demasiado pasar por el abandono de Joe, mi desprecio y sin saber que no tenía ya un hogar, yo no entendía que ella estaba pasando por más de lo que yo mismo esperaba.
—Lo siento, pero no puedo —dije.
Creí que si me apartaba por unos momentos mi ira se desvanecería, que quizás ella tomara la iniciativa y me alejara, pero me equivoque, ella solo bajo la mirada.
—¡Natle! —escuché la voz preocupada de Philip a mi lado, quiso acercarse a ella, pero con una mano empuñe su camisa a cuadros, evitando que diera un paso más.
La expresión de Natle cambio de miedo a terror, su respiración comenzó a acelerarse, sus manos comenzaron a temblar y su rostro perdió todo color volviéndose tan blanca como el papel, desvaneciéndose ante todos.
Al verla cerrar los ojos y caer, en un ataque de pánico corrí hacia ella lo más rápido posible evitando justo a tiempo que su cabeza se golpeara con el concreto —¡No! —dije en un hilo susurrante, no me importó nada ni nadie, tan solo corrí hacia ella tomándola entre mis brazos, sintiendo aún más la piel desgarrada de mis lesiones y suturas, pero no importo, los demás me abrieron paso mientras que mi sangre se mezclaba con el sudor de Natle.
Tomándola entre mis brazos, la pegué a mi pecho siguiendo el camino a su habitación, mientras que Philip, Ray y Jesse pisaron mis talones.
—¿Qué carajo te pasa, Max? Me ves y me partes la maldita cara sin aviso. Por lo menos merezco una explicación —gritó Ray detrás de mí mientras que yo depositaba a Natle en la cama con suavidad, al volverme vi cómo se limpiaba el labio partido.
—¿Max que sucede contigo? Todos nos ven como locos, como locos desenfrenados. Y Ray deja de decir tantas palabrotas, ten en cuenta que estoy a tu lado —rugió una acalorada Jesse.
—¿Todavía preguntas que qué diablos me pasa? ¿Por qué no vas y le preguntas a tu maldito amiguito, que se aprovechó de Natle? En todos los sentidos —no me amilané ante nada.
—¿No sé de qué me hablas? —contestó Ray, en cambio Jesse solo se sentó al pie de la cama, viéndome impresionada. Philip abrió la boca sin poder articular palabra alguna.
—¡Sexo! Tuvieron sexo esa noche y él ¡Y él! La abandonó. Comprendes o quieres que te muestre imágenes —estaba mucho más enfurecido —Ahora dime ¿Dónde está ese maldito bastardo para que pueda romperle la cara y castrar al infeliz maldito que se aprovechó?
Ray trató de calmarme pero todo era en vano —Es algo que yo no sé… Lo juro… Se fue y no contesta. No quiere hablar ni con sus padres, fui a visitar a sus padres y no tienen la mínima idea de donde está, Jung habló con ellos y ellos no saben nada al igual que nosotros, pero eso… Eso no debía pasar, eso jamás debió pasar —retrocedió solo para caer rendido sobre la puerta.
Toqué mi omóplato solo para sentir dolor y ver sangre en la yema de mis dedos, saboreé la sensación de dolor, iba a quedarme calvo con tanto en juego, llevé mi mano a mi rostro, limpiando mi boca y presionando el puente de su nariz, tratando de pensar —Hablas en serio. Entonces ¿Por qué mierda no cuidaste de ella? ¿Y dónde estará ese maldito?
—Creo que es algo que no debió pasar siendo o no lo que son —exclamó Jesse —Ella está aún más vulnerable ahora que antes.
No quería hacer nada en ese momento, estaba asustado como el infierno y no podía lidiar con ello, no ahora —No puedo —dije llevando mi mano sana hacia mi frente y luego nuca.
—¿Qué no puedes? —espetó Ray.
—Lidiar con… Con lo que sea que estamos lidiando ahora —al sentir sus quejidos, nos volvimos hacia ella, pero no podía enfrentarla, no estaba todavía en mis cabales y mi ira estaba fuera de control, no quería lastimarla, no quería dañarla más de lo que ella estaba así que me negué a seguir con ella en esa habitación.
Caminé a grandes zancadas hacia la puerta, abriéndola y saliendo de allí —Ve con él —dijo Philip —Yo la cuidaré.
Sentí como Ray pisaba mis talones, alcanzándome al pie de las escaleras, asió mi brazo obligándome a detenerme y darle la cara, mi rostro estaba rojo, pero no de ira, sino de dolor, de lágrimas rebosantes amenazantes con salir —¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó Ray.
—No lo sé.
—No lo sabes, o no quieres decirme. —se llevó ambas manos hacia la cabeza —Sabes que ambas cosas tienen un mismo resultado.
—¿Diferentes a qué? Saber que ella no puede ser mía. Saber que solo me tiene a su lado por miedo a estar sola. Soy solo un maldito suplente de lo que es Joe.
—¡Estás equivocado, Max! Solamente estás hablando por miedo.
—¿Miedo? Sí tengo y no quería que pasara eso. No con ella, no con él, no así.
—Y que pensabas que harían cuando se fugaran Max, que jugarían a las damas chinas —censuró Ray peinándose con los dedos.
—YO NO QUERÍA ESO —rugí, yo solo deseaba que ella viviera, que se fuese lejos y no ver en que se convertiría su vida junto a él, pero tenerla cerca y saber ese desenlace fatídico solo hacía mella en mi propio autocontrol y mella en mis sentimientos, estaba herido, sí, lo estaba.
—Tú estás así porqué sabes que ella no fue tuya.
—Jamás lo será.
—Solo estas poniendo obstáculos. Sabes que puedes hacerla feliz, que puedes tenerla. Solo haz el intento.
Reí sin nada de humor —Creerás que soy un maldito bastardo egoísta ¿cierto?
—¡No! Solo creo que estas herido, que quieres creer que la furia que tienes es por perderla a ella en ese sentido, pero no me engañas, la quieres y harías cualquier cosa por ella, solo sientes su dolor y quieres golpear al que lo causo. Eso es todo.
—¿Por qué Joe lo hizo? —pregunté —No tiene sentido.
—Ya nada tiene sentido ahora para nosotros.
—Natle ¿Cómo te sientes? —dijo Philip tomando su mano entre las suyas, ella al ver su rostro acongojado, sonrió —¡Natle!
—Estoy... Estoy muy cansada —le respondió con un leve murmullo —¡Max! ¿Dónde está?
—Está con Ray.
—Están peleando —quiso levantarse, pero la mano de Jesse se lo impidió.
—¡No! No están peleando, están conversando. Solo descansa —le suplicó Jesse. Ella cerró los ojos nuevamente y trató de descansar.
Sentí la mano abierta de Ray sobre mi pecho deteniéndome —Solo quiero espacio —le pedí, quien solo retrocedió unos cuantos pasos.
—Solo estas dañándote y en el proceso a ella. No la abandones tú también —me pidió, yo bajé la mirada a mis pies y giré sobre mis talones. Caminé por el pasillo ya vacío y subí al elevador, solo para ir al único lugar que jamás esperé ir.
Necesitaba estar solo.
Abrí los ojos solo para encontrarme en el lugar que me vio crecer, el lugar donde vi a aquella mujer darme comida y aliento, al ver a ese ángel frente a mí, aquel de mis recuerdos más remotos donde la realidad y la ficción se unían para dar paso a una realidad dura de creer. Al estar en ese lugar ya desolado, destrozado por la nieve, además de las luces que iluminaban escasamente el ring, miré al cielo y grité, grité hasta sentir mis cuerdas vocales arrancarse una por una, ante la soledad del lugar caí de rodillas gritando mientras que hilos de sangre corrían por mi espalada adolorida, necesitaba unas nuevas puntadas, mis hombros sacudiéndose ante mis lágrimas que caían al suelo, esperé unos minutos para calmarme, esperé por tan solo unos cuantos minutos de paz.
—Siempre supe que volverías —dijo una voz conocida detrás de mí —Pero jamás pensé verte así de afectado.
Volví el rostro viéndole emerger de las sombras, sus oscuros ojos verdes refulgieron de la oscuridad, al ver quien era, mis labios se curvaron en una risa enigmática —Nunca es tarde para volver. —respondí con ojos divertidos —Nunca es tarde para llorar.
—Cuando no, sabía que el Kraken Crunch regresaría al lugar donde supo que pelear era parte de la vida pero también parte de su condena.
—La vida es ahora una guerra. —traté de levantarme, pero las piernas me fallaron, entonces mi viejo amigo Rule salió de su escondite ayudándome a levantarme, sorprendiéndose de las ligeras magulladuras de mi rostro, pero la sangre de mi espalda es lo que lo llevó al borde del miedo.
—¡Viejo! ¿Qué diablos te paso? —dijo tratando de no hacerme más daño.
—Solo pequeñas batallas. —enarqué una ceja —Creo que siempre regresaremos a los viejos hábitos.
—Ya sabes. Tengo hilo, aguja y vodka en la habitación de atrás.
—Entonces ayúdame. Pero no de esa forma —le interrumpí —¿Cómo mierda hiciste para escapar de los demás? —rebatí altivo.