Kitabı oku: «La razón práctica en el Derecho y la moral», sayfa 5

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3. RAZONES CONCERNIENTES A OTROS Y «SIMPATÍA»

Pasemos ahora a las razones concernientes a otros. El lugar fundamental de la amistad, así como sus parientes cercanos como el amor en la unión sexual, el amor paterno hacia los hijos y posiblemente también el amor de los hijos hacia los padres y entre herm anos y primos, dan lugar a una preocupación natural por el bienestar animal de otros. El bienestar del amigo, del cónyuge, de los hijos, de los padres o de los hermanos en su sentido básico animal forma parte del bien propio. Esa es la naturaleza de la conexión entre amigos y familiares. En un sentido más amplio, el bien de la comunidad también forma parte del bien propio, pero no puede subdividirse en partes que cada uno pueda disfrutar solo. Si los residentes de un área trabajan conjuntamente para limpiar el parque del barrio, todos estarán en mejores condiciones como resultado de ello, pero el parque sigue siendo un recurso común que todos pueden disfrutar, tanto quienes ayudaron como quienes no lo hicieron.

Los humanos también tienen, como señalaron Hume y Smith, una capacidad aún más amplia para la simpatía con otros de su misma especie25. Somos capaces de sentir el dolor de otros y de hecho simplemente lo hacemos en las circunstancias apropiadas. Lo sentimos, por ejemplo, cuando vemos un accidente de carretera, un asalto físico de una persona a otra, unas imágenes en televisión de las consecuencias de un atentado suicida con bomba o uno de los aviones que chocaron contra las Torres Gemelas —aunque lo sentimos con menos intensidad que las víctimas directas—. También podemos sentir de manera tenue la alegría de quienes están contentos cuando vemos o imaginamos la ocasión de su alegría, excepto cuando las punzadas de envidia lo enmascaran. Por simpatía (o «empatía») podemos incorporar el bien de otros en nuestro propio bien, y así poseer razones para la acción concernientes a otros que también tienen un aspecto concerniente a uno mismo.

Un aspecto diferente, aunque no desconectado del todo, de lo concerniente a otros entre las razones que podemos tener para actuar o abstenernos de actuar se refiere a las normas de conducta que dictan cómo debemos comportarnos unos con otros. Puede estar mal tratar a ciertas personas de ciertas maneras y estar bien actuar hacia ellas de otras maneras. Abstenerse de hacer una cosa porque sería incorrecto hacia alguien y hacer otra cosa porque es la manera correcta de tratar a otra persona es en efecto una buena razón para nuestras acciones. En cualquier caso, no es difícil darse cuenta de por qué todo el mundo considera que los ataques a su integridad física y psicológica están mal. A nadie le gusta sufrir daños por parte de otra persona y menos aún sufrir un ataque asesino. El hecho de que una línea de actuación evitará dañar a otra persona es una razón genuina a favor de emprender esa línea de actuación. La diferencia entre lo correcto y lo incorrecto se considera principalmente en el siguiente capítulo.

Los humanos no son solo una especie animal sometida a similares riesgos y causas de muerte y dolor que los de otros animales. Son animales pasionales, capaces de experimentar todo un abanico de sentimientos provocados por sus circunstancias, incluyendo los efectos secundarios y las consecuencias de sus propias acciones. Sufrir un mal en cualquiera de sus formas es doloroso, y ese dolor puede ser de diferentes tipos en función de la causa del sufrimiento. Un miembro roto duele de manera diferente que un corazón roto. Sufrir un desprecio es doloroso pero es diferente de sufrir una indigestión o una paliza. Los dolores que tienen causas puramente físicas normalmente pueden curarse o aliviarse tomando las medidas físicas apropiadas. Los dolores que surgen por males mentales o psíquicos son más difíciles de aliviar. Evitar dolores directos y simples es una razón básica concerniente a uno mismo para la acción.

No todos los dolores son así de directos y simples. Se puede sentir culpa por algo malo que uno ha hecho sin ser descubierto, para lo que es esencial tener conciencia de haber actuado mal. Se puede sentir vergüenza por haber hecho algo malo y haber sido descubierto y expuesto a los reproches de los demás. Se pueden sentir remordimientos por agravios que se han cometido o por daños que se han causado, cuando uno simpatiza con quienes sufren por sus propios actos y agravios. Se puede sentir resentimiento hacia otros que nos han causado o creemos que nos han causado un daño, especialmente cuando ese daño fue infligido deliberadamente, pero también cuando fue causado por descuido o negligencia. También podemos sentir desagrado y repulsa hacia la suciedad, y en consecuencia desear instalaciones para el lavado y la eliminación de desechos y aguas residuales, con especial urgencia si vivimos en las condiciones de aglomeración de las grandes ciudades26.

Por el contrario, las experiencias felices nos hacen sentir alegría o euforia, amor hacia nuestros amigos y quienes nos ayudan, la calidez de la comunidad hacia otras personas que estén involucradas en la actividad alegre, gratitud hacia los benefactores y el puro placer del ejercicio y la actividad cuando tenemos buena salud. Tenemos placeres estéticos en las escenas de belleza natural o en las obras de arte bellas, en la buena música y en la arquitectura magnífica. Podemos gozar con la satisfacción de nuestra curiosidad cuando descubrimos la solución para alguna cuestión profunda e importante o cuando aprendemos cómo otros la han encontrado. El descubrimiento de la «doble hélice» de Crick-Watson y la manera en que eso transformó nuestra comprensión en biología y especialmente en genética es un ejemplo especialmente llamativo del último medio siglo.

Aquí no hace falta seguir los pasos de los filósofos, como David Hume, que han enumerado y clasificado cuidadosamente las pasiones. Son muchas y variadas, tanto las que tienen connotaciones positivas para nosotros como las que tienen connotaciones negativas. Pueden figurar en nuestras razones para la acción, ya que la expectativa de sentir emociones positivas es una razón para emprender actividades, tanto en un sentido concerniente a uno mismo, cuando se trata de nuestras propias emociones, como en un sentido concerniente a otros, cuando se trata de las emociones de aquellos a quienes tratamos de beneficiar. De la misma forma, evitar o alejarse de un mal es una razón para actuar tanto cuando se trata de la protección de uno mismo como cuando se trata de la protección de otros. No obstante, parece muy poco plausible construir un sistema hedonista según el cual los únicos motivos para toda acción sean evitar el dolor y maximizar el placer. Los mayores placeres surgen como efectos secundarios de tipos complejos de actividades emprendidas por un conjunto de razones que no incluyen la búsqueda del placer o, de hecho, de la felicidad, o solo la incluyen de manera secundaria. Puede que sea cierto, por ejemplo, que muchas personas encuentran una profunda felicidad en la unión matrimonial con otra persona, cada una de las cuales parece la persona indicada para la otra. Sin embargo, un matrimonio es una relación compleja que se desarrolla y evoluciona a lo largo del tiempo, que siempre requiere una «deliberación ejecutiva» conjunta y continuada sobre cómo seguir funcionando bien conjuntamente, en un contexto en el que cada uno de los cónyuges tiene muchas otras actividades e intereses. Proponerse ser feliz todo el tiempo sería una buena manera de hacer que tal relación desembocara en un final infeliz. El hecho de que los buenos matrimonios generen gran felicidad es una razón por la que las personas solteras podrían desear o incluso intentar encontrar a la persona adecuada para ellas. Casarse solo para ser feliz, sin embargo, sería un gran error, uno que muchos han cometido.

4. SOBRE LOS IDEALES

¿Qué pasa entonces con los ideales? ¿Es cierto que la búsqueda académica del conocimiento en algún ámbito es buena en sí misma? ¿Es cierto que la construcción de cosas bellas, la construcción de teatros de ópera y la financiación de compañías de ópera, el desarrollo de grandes equipos de fútbol que compiten con éxito contra otros equipos para deleite de innumerables seguidores son objetivos dignos de esfuerzo? ¿Puede alguien que admira una puesta de sol en un bonito paisaje sentir satisfacción solo por la belleza de la escena? La mayoría de las personas sienten pasión hacia algún ideal o algunos ideales. Pero entonces, ¿son los bienes ideales simplemente los objetos objetivados de las pasiones que resulta que tenemos?

John Finnis ha aplicado un famoso argumento por «reducción al absurdo» para refutar o en cualquier caso frustrar a quienes nieguen que el conocimiento sea bueno en sí mismo y mejor que la ignorancia27. Construir y presentar un argumento en apoyo de esta negación solo tiene sentido si vale la pena llegar a la verdad de ese asunto. Esto implica que, después de todo, al menos en este caso, vale la pena tratar de establecer la verdad en lugar de permanecer en la ignorancia. Pero, si eso es cierto en este caso, ¿por qué no en otros? Por supuesto, quien resuelve un problema o hace un descubrimiento o consigue comprender por fin algún punto bien conocido pero difícil de las matemáticas, la física, la filosofía o la literatura obtiene un placer y una satisfacción con el descubrimiento o con la comprensión. El placer con este logro propio también puede implicar algo de orgullo. Pero el placer, la satisfacción y el orgullo parecen presuponer que valía la pena en sí mismo conocer los hechos o los puntos de la teoría. Si no, ¿qué placer habría en descubrirlos?

Consideraciones como esta me parecen muy persuasivas para establecer que, para los humanos (y, en ese sentido, relativamente), existen algunos bienes ideales que no son bienes simplemente como expresiones de bienestar animal o incluso como medios de satisfacción de las pasiones. También son, y principalmente, buenos en y por sí mismos como asuntos de constante interés y preocupación para los humanos en cuanto que animales sociales que piensan y hablan. Hay aquí un elemento relativista. Estos son asuntos del bien humano y su bondad es relativa a la existencia presente y continuada de nuestra especie. Si algún incidente nuclear catastrófico o alguna colisión con un asteroide redujera de nuevo la vida en la Tierra hasta el nivel microbiano, no habría nada para lo que tales bienes serían buenos. Entre los seres humanos, sin embargo, no es necesario presentar ningún argumento especial para la existencia de ciertos ideales como bienes objetivos para cualquiera de nosotros. El lugar que ocupan tales bienes en el razonamiento práctico tanto intersubjetivamente como desde la perspectiva individual de cada uno puede considerarse suficientemente fundamentado como para que no haga falta ningún otro argumento.

La conclusión de esta parte del argumento es que realmente existen bienes humanos objetivos, de un tipo que es racional para cualquiera tomar como buenas razones para las decisiones, las acciones, las actividades y los grandes proyectos en algún plan de vida. Hagamos lo que hagamos, y siempre que nos preguntemos qué hacer, la reflexión sobre la presencia de tales razones puede permitirnos alcanzar decisiones que nos parezcan acertadas sobre lo que debemos hacer. Por supuesto, podemos equivocarnos. Los hechos pueden resultar ser diferentes de lo que pensábamos. Asuntos que parecían inciertos al inicio de una línea de actuación pueden aclararse en un sentido contrario a nuestro proyecto. El prometedor estudio geológico que parecía justificar la apertura de una mina de carbón en un lugar determinado puede resultar ser defectuoso si aparece una falla inesperada que distorsiona la veta de carbón y hace que la mina sea económicamente inviable. Nuestras propias capacidades o intereses en cierta actividad o empresa pueden resultar ser insuficientes y puede que la decisión más sensata sea un cambio de profesión, incluso después de invertir mucho tiempo en adquirir la cualificación con la que uno ya no se siente cómodo. La razonabilidad y la racionalidad requieren una continua supervisión «ejecutiva» de las actividades propias para asegurarse de que siguen teniendo el apoyo de las razones que inicialmente apoyaron nuestra decisión deliberativa o de otras razones supervenientes que resultan apoyar la actividad de manera más satisfactoria.

En cualquier caso, claramente puede haber razones genuinas para hacer cosas, ya que hay valores objetivos genuinos. Su carácter depende efectivamente de nuestra naturaleza humana y comprenderlos es parte de lo que hace falta para comprender la naturaleza humana. «Razonamiento práctico» no es un oxímoron. Puede estar dirigido a todas las razones concernientes a uno mismo, a otros o a la comunidad, cuyo contenido son bienes humanos que tienen un carácter animal o ideal. Lo que permanece oscuro es qué significa ponderar o evaluar tales razones y discriminar entre las más y las menos importantes, o las que cancelan a otras o las invalidan o las excluyen de la actual deliberación. Para comprender tales cuestiones es necesario reflexionar sobre el razonamiento práctico, especialmente en lo referente a las razones concernientes a otros, de las que solo se ha dado hasta ahora una explicación bastante somera pero en las que se centrarán los capítulos 3 y 4.

5. DECIDIR QUÉ ES MEJOR HACER

Si hay hechos que tienen valor, de tal modo que tenemos razones para hacer cosas, ¿cómo debemos llevar a cabo este proceso de razonamiento? ¿Qué implica intentar actuar de la mejor manera, siempre que tengamos que decidir esta cuestión? Estas son las preguntas que hay que considerar ahora. Por el momento, se excluirán o se quitará importancia artificialmente a las cuestiones sobre los deberes, o sobre lo correcto y lo incorrecto —llamadas a veces «razones excluyentes»—. Surgirán en la discusión del capítulo 3. Supongamos que un agente se enfrenta a una decisión entre dos líneas de actuación aparentemente razonables y no tiene el deber de excluir ninguna de ellas. ¿Qué tipo de deliberación debe emprender ese agente y cómo debe llegar a una conclusión esa deliberación?

Una línea de argumentación que se propone frecuentemente pero no resulta muy útil para explicar esto se refiere a la «ponderación» o el «equilibrio» de razones. Digamos que hay que elegir entre hacer A y hacer B. Se asume que tanto hacer A como hacer B son buenos por al menos una razón. También se asume que, si hay alguna razón en contra de hacer A o B, no es una razón excluyente. Claramente, si la razón o las razones a favor de A o B no son más fuertes en algún sentido que las razones en contra que pueda haber, al menos una de las dos puede eliminarse sobre esa base. Sin embargo, puede resultar que se eliminen las dos y que no exista una tercera posibilidad C. En este caso, la elección entre A y B se presentará ahora bajo la forma de una elección entre dos males. En tal caso, lo razonable será intentar llegar una conclusión sobre cuál es el mal menor y decidirse por ese.

La cuestión de la elección entre males puede posponerse. Centrémonos simplemente en la idea de que se debe elegir entre A y B, y que tanto A como B están apoyadas por buenas razones. ¿Debe pensarse entonces en una deliberación en la que se enumeren todas las razones a favor de A y de B, se determine la fuerza o el peso de cada una de tales razones y después se sume la fuerza (o el peso) total de todas ellas en cada caso? Si las razones a favor de A tienen una fuerza acumulativa mayor que las razones a favor de B, entonces la deliberación revela que A es la mejor línea de actuación disponible. Lo más racional será decidirse por A en lugar de B. Si ocurriera al contrario, entonces B sería lo que se debe (decidir) hacer. Esto estaría claro si pudiéramos explicar cómo se debe calibrar la «fuerza» o el «peso» de las razones. ¿Lo encontramos de alguna manera inherentemente en los hechos y los valores que expresan? ¿O más bien asignamos pesos relativos como parte del proceso mismo de deliberación? Solo en el primer caso la «fuerza» o el «peso» nos proporcionarían una base independiente y objetiva para la evaluación. Sin embargo, es difícil ver cuál es el fundamento o el medio para medir tal peso o fuerza independiente de la deliberación.

Otra dificultad tiene que ver con la conmensurabilidad. Anteriormente parecía razonable identificar tipos de razones concernientes a uno mismo, a otros y a la comunidad, y diferenciarlas en términos de su contenido entre bienes animales e ideales. ¿Cómo debería elegir entonces entre algo que deseo mucho para mí mismo y algo que sería muy apreciado por mis amigos (pero que no les debo ni estoy obligado a hacer por un deber hacia ellos)? ¿Cómo puedo elegir entre dos aspectos del bien de las comunidades a las que pertenezco o entre lo que es bueno para una comunidad y lo que es bueno para otra? No existe aquí ninguna escala a priori evidente de bondad en la que nos podamos apoyar. Los utilitaristas pueden sugerir que, en cada caso, debemos intentar sumar el total de felicidad o de satisfacción de preferencias que provoca cada acción, o que parece probable que provoque, haciendo los descuentos apropiados según los grados relativos de probabilidad. Esa es una posibilidad a la que volveremos en el capítulo 6 pero, mientras tanto, dejemos anotadas aquí tres objeciones. La primera es que la capacidad de las personas ordinarias para calcular tales cosas, si es que son calculables, es en el mejor de los casos limitada, dados todos los problemas de probabilidad y la dificultad de medir la intensidad interpersonal de los placeres. La segunda es que puede implicar un replanteamiento de la pregunta en otros términos en lugar de una respuesta a la pregunta original. Incluso aunque podamos traducir las opciones a unidades netas de expectativas de placer (todos los placeres menos todos los dolores) o alguna otra unidad neta, no está justificado asumir que lo que constituye la bondad de los bienes con los que partimos sea simplemente su producción de placer o alguna otra base común similar de medida. La tercera se refiere a la satisfacción de preferencias. El razonamiento práctico se refiere a lo que es racional preferir en una situación de elección, así que es presupuesto por el utilitarismo de la satisfacción de preferencias en lugar de ser explicado por él.

Es mejor por el momento detenerse y dudar de todo el proyecto de «medida», así como las ideas presentadas sobre la «fuerza» y el «peso». Las deliberaciones reales parecen diferentes de este tipo de ejercicio. Para explicar por qué esto parece ser así, puede que valga la pena permitirme una modesta digresión autobiográfica.

6. UNA ELECCIÓN REAL

En 2003, a la edad de 62 años, yo era un Miembro del Parlamento Europeo (MPE), cargo para el que había sido elegido en 1999. En el momento de mi elección, la Universidad de Edimburgo me había concedido una excedencia de cinco años de la Cátedra Regius de Derecho Público, con la condición de volver a mi puesto académico tras servir durante un mandato como MPE. La alternativa sería que continuase como MPE pero renunciase a mi plaza en la Universidad al principio del siguiente mandato. Para junio de 2003 ya era necesario que decidiera si iba a anunciar que estaba disponible como candidato para la reelección en las elecciones de junio de 2004 o no. Había razones muy convincentes para suponer que, si me presentaba como candidato, casi con toda seguridad sería reelegido como uno de los dos (o posiblemente tres) representantes de mi partido político (el Partido Nacionalista Escocés) para representar de nuevo a la circunscripción de Escocia durante los años 2004-9.

Yo era muy consciente de que me encontraba en una posición inusual, y de hecho en una inusualmente afortunada. En un momento de la vida en el que pocas personas tienen alguna opción de trabajo, yo tenía que elegir entre dos trabajos que me resultaban ambos muy atractivos. Los dos estaban bastante bien pagados, más o menos al mismo nivel de remuneración económica, en el rango medio o superior de los sueldos de los funcionarios públicos, aunque muy por debajo de las remuneraciones que reciben quienes tienen éxito en los negocios o en la práctica del Derecho. En términos de necesidades y deseos materiales, incluyendo el deseo de poder ayudar a los miembros de mi familia a quienes les pudiera surgir alguna necesidad, mi situación sería en cualquier caso tan buena como deseaba. Tenía unos ingresos con los que podía vivir con comodidad mientras ahorraba unos modestos excedentes para contingencias.

Disfrutaba mucho con mi trabajo como MPE. Es emocionante representar a los propios conciudadanos en una gran asamblea democrática, intentando resolver problemas de los individuos y conseguir buenos resultados en proyectos que tienen un impacto en comunidades o sociedades enteras. Durante el proceso uno participa en debates bastante profundos en comisiones parlamentarias especializadas y en deliberaciones de su grupo del partido cuando se toman decisiones sobre la línea colectiva del grupo acerca de cuestiones importantes que surgen en el Parlamento. Uno puede expresar su postura en debates grandes pero bastante formales, y a menudo con escasa asistencia, en las sesiones plenarias. Uno se relaciona regularmente con funcionarios públicos, tanto a nivel de la Comisión Europea como al propio nivel nacional, por medio de representantes del gobierno del Reino Unido y del gobierno de Escocia (actualmente transferido), y a menudo uno se encuentra también con los de otros Estados miembros. En la sede central, los miembros del equipo mantienen un contacto continuo con individuos y grupos de interés, y hay importantes puntos de contacto con el partido político como organización y con sus representantes en ayuntamientos y parlamentos (el escocés y el inglés, en este caso). Se hacen muchas visitas a sedes locales del partido en todo el país, y por medio de ellas uno conoce a otros representantes públicos y activistas de varias organizaciones que comentan cuestiones sobre las políticas de la UE. También se tienen que hacer bastantes viajes por Europa para estar al tanto de las actividades y las preocupaciones de partidos hermanos en otras naciones y regiones cuya causa uno representa colectivamente en el Parlamento Europeo. Todo esto es difícil y trabajoso, pero para alguien con una mentalidad determinada es extremadamente satisfactorio y (en ese sentido) gratificante. Es cuestión de encontrar el propio bien y la propia realización personal en actividades que sirven para lo que uno considera aspectos verdaderamente importantes del bien común y de la justicia que afectan a las comunidades a muchos niveles en la gran confederación de la Unión Europea.

Además, tuve la excepcional suerte de ser elegido en los años 2002-3 para formar parte de la «Convención sobre el futuro de Europa». Este augusto organismo redactó una posible «Constitución para Europa» en forma de un borrador de un Tratado que se ofreció al Consejo Europeo en julio de 2003 para su posible adopción por parte de la Unión Europea. Finalmente este fue solo un éxito parcial, como ya he explicado en otros escritos28. Éxito o fracaso, formar parte de una convención constitucional de todo un continente es, para una persona con mi trasfondo y mi historia intelectuales, una oportunidad excepcional y fascinante, y considero que tuve alguna influencia con mis intentos por mejorar las ideas y los ideales expresados en el producto de la Convención.

Un aspecto negativo de mi puesto como MPE, para mí, resultó ser que excluía casi totalmente tener tiempo para leer con seriedad algo de filosofía jurídica y política, ni siquiera obras muy pertinentes para mi trabajo. Por la misma razón, se volvió cada vez más difícil para mí durante mis años como MPE contribuir a debates de alto nivel en esas disciplinas. Hice una buena cantidad de periodismo pero relativamente poca escritura académica sustancial. En el momento de mi primera elección había asumido que sería posible organizar una agenda equilibrada con algún espacio para mis intereses académicos incluido en mi trabajo parlamentario. Sin embargo, las exigencias diarias del trabajo parlamentario refutaron esa expectativa y me dejaron con muy poco tiempo para el tipo de lectura y de reflexión que se necesita en la academia.

Las exigencias físicas del trabajo también eran considerables, con vuelos frecuentes que a menudo salían a horas muy tempranas de la mañana y con todo el desgaste de los viajes contemporáneos de larga distancia. Aparecieron algunos signos de que eso iba a pasar factura tanto en mi propia salud como en la de mi esposa.

En cuanto a la idea de regresar a la Cátedra en Edimburgo, también había grandes alicientes, que se mencionaron parcialmente en el capítulo 1. Tenía un trabajo inacabado que era importante para mí, el de completar la contribución de toda una vida (de la calidad que sea) a la filosofía del Derecho, cuya conclusión es el presente libro. También contaban mucho la compañía de mis colegas académicos tanto en Edimburgo como en otras partes, así como el contacto con los estudiantes y la contribución a su aprendizaje. Surgió un factor adicional por la coincidencia de que el tercer centenario de la fundación de la Facultad de Derecho cayera en el año 2007. De hecho, estaba específicamente asociado con mi propia Cátedra, que tenía el título bastante inusual de «Derecho Público y Derecho de la Naturaleza y las Naciones», establecida ese año por la Reina Ana siguiendo el consejo del gobierno escocés de aquel tiempo. También parecía posible que pudiera contribuir de manera diferente al menos a algunas de las metas y algunos de los ideales más amplios, incluso de toda Europa, en los que estaba involucrado como MPE desde la perspectiva diferente de un académico senior y un miembro de varias sociedades académicas. Además, volver a mi hogar en Escocia a tiempo completo haría que fuese más fácil hacer una contribución continuada, aunque reducida, a la política escocesa.

Sabía que, hiciera lo que hiciera, decepcionaría a algunos buenos amigos, quienes habrían preferido que tomase el otro camino. Por otro lado, mi esposa y mi familia se alegrarían de ver el final de mis extenuantes viajes semanales hacia y desde las sedes del Parlamento Europeo en Bruselas y Estrasburgo. Su opinión sobre esto se basaba al menos en parte en el hecho de que yo había sufrido una enfermedad del corazón durante 2001, aunque pareció ser cosa de una sola vez.

Estos párrafos son suficientes como breve explicación histórico-autobiográfica de mi dilema. Es la más exacta que puedo dar. La conclusión fue que decidí decir a los dirigentes del partido que no me presentaría a la reelección e informar a la Universidad de Edimburgo de que pretendía regresar tras mi periodo de excedencia y tratar de conseguir una renovación de mi beca de la Fundación Leverhulme. Cuando llegó la hora, regresé, realmente sorprendido de que la Fundación hubiera dado una respuesta favorable a mi solicitud.

En ningún momento del proceso de deliberación, que para mí fue angustiosamente difícil, pareció posible reducir el problema a una mera lista de razones a favor y en contra, seguida de una asignación de peso a cada una y de un cálculo matemático del ganador. Ciertamente, intenté anotar cada una de las consideraciones a favor y en contra en dos listas en columnas paralelas para tratar de comparar lo que fuese comparable. Esto me ayudó mucho, aunque al final las listas eran bastante largas. Me ayudó a asegurarme en la medida de lo posible de que estaba teniendo todo en cuenta y comparando cosas similares, dejando un margen al mismo tiempo para las consideraciones inconmensurables y divergentes que afectasen a un lado u otro del dilema. También era fundamental preguntarse en qué medida y de qué manera los valores que obviamente apoyaban una opción podían buscarse o realizarse, aunque fuese en un grado menor, si escogiera la otra opción.

Discutí aspectos del problema con personas muy cercanas a mí, especialmente mi esposa (cuya preferencia personal era que yo regresara a la Universidad), y volví a reflexionar sobre ello varias veces durante una semana de vacaciones que pasé en la Costa Brava, en Cataluña.

Al final, después de haber descompuesto las opciones en sus componentes y en consideraciones a favor y en contra, hay que volver a unirlo todo de nuevo. A lo que me enfrentaba era la elección entre dos paquetes completos que constituían dos partes de mi vida significativamente diferentes, aunque solo parcialmente, que iban a ocupar los últimos años de mi trabajo a tiempo completo antes de abandonarme a los placeres de la jubilación. (Al tomar una decisión en la sesentena, lo más inteligente es reflexionar sobre qué tipo de vida puede reducirse más fácilmente a un compromiso a tiempo parcial, para después aplicar mayores reducciones hasta el abandono total del trabajo. La vida académica tiene notorias ventajas en este sentido, pero para mí en 2003 no eran decisivas.)

Una elección entre formas de vida parcialmente diferentes puede hacerse en términos de lo que expresan o de aquello para lo que son instrumentales. En cuanto a la instrumentalidad, en este caso concreto los beneficios económicos eran casi los mismos en cualquier caso, y eran ampliamente suficientes para cubrir mis necesidades y mis modestos lujos, así como para cumplir con mis diferentes obligaciones. Alguien que toma una decisión de manera racional siempre debe tener en mente las necesidades de supervivencia y de comodidad razonable, así como la capacidad de ayudar a quienes lo necesitan y lo piden. Si uno tiene la suerte de poder tratar todo esto como algo ya establecido, las razones para la decisión pasan a referirse a lo que tiene valor intrínseco (como bien ideal) entre las opciones disponibles, o a cualquier cosa que estas representen.

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