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Capítulo 3
Refugio de los olmos

Mientras en Richmond los organizadores del campamento comenzaban los preparativos, en Elmshaven las personas encargadas de la organización intentaban agilizar las cosas. Por medio de llamadas telefónicas y telegramas, la noticia del fallecimiento llegó a muchas de las iglesias a tiempo para ser comunicada en los anuncios del sábado por la mañana. El atardecer del viernes, Henry y Herbert, los nietos gemelos de la señora de White, realizaron invitaciones a la ceremonia fúnebre, que fueron enviadas a cerca de 220 familias de la región. En ellas, se leía lo siguiente:

“Usted y su familia son respetuosamente invitados a participar del funeral de la señora Elena G. de White en su residencia, ‘Elmshaven’, próxima al sanatorio de Santa Helena, California, el domingo 18 de julio de 1915, a las 5 de la tarde”.

Los más importantes medios de comunicación impresa divulgaron la noticia y un resumen de su vida. Ella se había transformado en una figura pública y su fallecimiento era algo relevante. El texto había sido preparado con anticipación, pues la familia sabía que ella podría ir al descanso en cualquier momento.

El sábado y el domingo, las personas de la región pudieron brindar homenaje a la señora Elena. Para la ceremonia del domingo, fueron colocados más de trescientos asientos delante de la casa, debajo de los frondosos olmos; otras cien personas se sentaron directamente en el césped. Había representantes del hospital y de la iglesia de Santa Helena, y del Pacific Union College. Muchos llegaron desde las ciudades vecinas.

La ceremonia fue simple e informal. Participaron los pastores John N. Loughborough, amigo personal de la familia y honrado pionero del movimiento adventista; George G. Starr; y E. W. Farnsworth, presidente de la Asociación de California. El pastor de la iglesia de la que la señora Elena era miembro, S. T. Hare, pronunció la bendición.

El pastor Loughborough habló de su primer encuentro con ella, en 1852, y relató otras experiencias que ocurrieron a lo largo de los años. El pastor George Starr hizo comentarios sobre algunos acontecimientos. Y el pastor Farnsworth presentó un sermón, enfatizando la esperanza del cristiano.

Guillermo, uno de los hijos de la señora Elena, quien estuvo a su lado en sus últimos momentos de vida, dice que, cuando concluyó la ceremonia, las personas no tenían ningún apuro por irse. Muchos deseaban que no terminara porque estaban envueltos por las palabras del orador, que subrayaban que un día la muerte sería vencida definitivamente.1

Luego, dieron cierre a la ceremonia y el cajón fue llevado a Santa Helena. A la mañana siguiente, los pastores Farnsworth y Loughborough; Guillermo White; y Sara McEnterfer, la fiel secretaria de la señora Elena, tomaron el primer tren a Richmond, acompañando el cuerpo. Estos detalles los supe recién después.

En Richmond, no tuve noción del paso del tiempo esos dos días, mientras esperábamos a que llegara el cortejo. ¡Bendita carretera de hierro! Qué bendición fue que el campamento de aquel verano se estuviera realizando en aquella ciudad, pues la primera línea de tren que conectaba la costa del Pacífico con el Este de los Estados Unidos pasaba por ese lugar. La sepultura de la señora Elena sería en Battle Creek, y Richmond quedaba en el camino.

En aquella reunión campestre estaban muchos de los antiguos asociados de la señora Elena, que habían venido desde la iglesia de Oakland, además de muchos miembros de las iglesias que ella había visitado cuando comenzó sus trabajos en California. Al saber de su muerte, esos hermanos pidieron que el cuerpo fuese llevado hasta la reunión y que hubiera una ceremonia allí, para que ellos también pudieran expresar su amor y su gratitud. Ellos dijeron: “Si la señora de White estuviera viva y bien de salud, estaría aquí para hablarnos sobre cómo ser mejores cristianos. ¿Por qué razón no traerla acá, y que alguien nos hable sobre cómo ella vivió?”

¡Esa fue una excelente idea! Y ahora yo tenía la expectativa de asistir a la ceremonia. Conversé bastante con Gary el sábado y el domingo. Él me contó algunos interesantes detalles más sobre la señora Elena. Uno de ellos fue sobre la elección del lugar en el que pasó los últimos años de su vida. Después de vivir en Australia durante nueve años, había regresado a los Estados Unidos en 1900, el año en que nací. Con ella, llegaron su hijo Guillermo, la familia de él y también los asistentes editoriales de ella. Llegaron a San Francisco en septiembre. Ella no sabía dónde debería establecer su hogar, pero tenía la plena seguridad de que Dios estaba preparándole un “refugio”. Contaba con 72 años, y tenía en mente escribir aún varios libros más. En un primer momento, la señora Elena quiso vivir cerca de la editoral Pacific Press que, en ese tiempo, todavía estaba instalada en Oakland, pues eso facilitaría el trabajo de impresión de los nuevos libros. Si eso hubiese ocurrido, yo habría tenido la oportunidad de crecer muy cerquita de ella, pues esa es mi ciudad natal.

Después de algunos días frustrados en búsqueda de la casa ideal, la convencieron de que fuera a Santa Helena para descansar y visitar a viejos conocidos. Cuando compartió su preocupación con una amiga, la señora Ings, Elena de White se enteró de que la casa de Robert Pratt estaba a la venta. Al visitar la propiedad, quedó encantada. El área era muy grande y bonita, con ciruelos, parrales, plantas y flores en abundancia. La casa estaba toda amueblada y atendía perfectamente a las necesidades de la señora Elena y su equipo. En la parte de atrás había un chalet, que luego fue transformado en oficina. Además, había un granero y un establo, con los animales de la hacienda y todo el equipamiento para las actividades de campo. La señora Elena consideró a la propiedad un verdadero regalo de Dios, pues le costó solamente cinco mil dólares. Con la venta de la casa de Australia, el dinero fue suficiente para comprar la propiedad en California. El 16 de octubre, solo 25 días después de desembarcar en San Francisco, la señora Elena y su equipo se mudaron al nuevo hogar.

A ella le gustaba dar nombre a sus casas, pues acostumbraba colocar en el cabezal de sus cartas el lugar desde el que escribía. Llamó “Sunnyside” [Lado soleado] a la casa de Australia; y a esta en Santa Helena, “Elmshaven” [Refugio de los olmos], por la gran cantidad de olmos que había alrededor de la propiedad.

–Ese fue el hogar que Dios proveyó para que la señora Elena pasara los últimos años de vida –dijo Gary–. Cuando estaba en el navío viniendo de Australia, el ángel le aseguró que ella tendría un “refugio” en los Estados Unidos. “Elmshaven” fue ese lugar.

–Espero que la casa no sea vendida... -mencioné, soñando con el día en que pudiera visitar el lugar en el que la señora Elena había pasado esos últimos años de su vida.

Gary me contó que la casa sería mantenida, porque Guillermo, uno de los hijos de la señora de White, vivía en una parte de la propiedad. Los funcionarios también vivían allá, y la oficina estaba muy cerquita. También había una biblioteca particular y un cofre con los manuscritos de su pluma.

–Bueno, ahora necesito apurarme, pues en poco tiempo será la puesta del sol. Gracias por ocupar tu tiempo en contarme esas cosas –dije, mientras miraba agradecida a Gary.

–Fue un inmenso placer –me respondió,–. No siento que el paso del tiempo cuando estoy contigo...

Sonreí y me despedí. Tenía que planchar mi mejor vestido. ¡El día siguiente sería muy importante!

1 Datos extraídos del libro Life Sketches of Ellen G. White, “The ‘Elmshaven’ funeral service”, pp. 450-455, edición de 1915.

La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren. Hombres que sean honrados y sinceros en lo más íntimo de sus almas. Hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde. Hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo. Hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos. Pero semejante carácter no es el resultado de la casualidad.

Elena de White

Capítulo 4
Funeral en el campamento

La noche del domingo al lunes casi no pude dormir. Apenas amaneció, ya estaba en pie, pronta para la ceremonia que se realizaría en el campamento. Tomé el desayuno lo más rápido que pude. No me quería perder ningún detalle.

–¡Cuánta gente! –le comenté con mi padre, mientras nos dirigíamos al lugar en donde se llevaría a cabo la ceremonia.

–Se calcula que por lo menos mil personas están aquí –respondió mi padre, mirando alrededor–. El anuncio sobre el fallecimiento de la señora de White fue enviado el sábado a las iglesias próximas a Richmond. Muchos vinieron desde las ciudades de alrededor de la Bahía de San Francisco, y hasta de lugares más distantes. Aunque sea lunes, un buen número hizo planes para darle el último adiós.

Miré alrededor, buscando a Gary. Creí que sería interesante quedarme cerca de él. ¡Ah! Allí estaba él, con su familia. Por lo visto, había conseguido despertarse antes que yo. Vestía un traje negro, y ya estaba sentado bien adelante, desde donde tenía una vista privilegiada. Victoria me vio y me saludó con su manito.

–Mama –dije, con una mirada suplicante-. ¿Podemos quedarnos cerca de la señora MacPierson?

–Sí, hija –respondió–. Creo que tu padre va a estar ocupado con la programación, y allí estaremos bien cómodas. ¿Qué te parece, Alberto?

–Tienes razón –concordó mi padre–. Es mejor que se queden con la familia MacPierson; yo voy a ver en qué puedo ser útil durante la ceremonia.

Levanté un poco la falda de mi vestido y comencé a pedir permiso a las personas para poder llegar adonde estaba Gary. Mi madre me acompañó.

–¡Hola! ¡Buen día! –saludé a toda la familia-. ¿Podemos quedarnos aquí, con ustedes?

–¡Claro, querida! –la señora MacPierson señaló tres asientos que parecía que estaban reservados–. Gary comentó que seguramente te gustaría estar bien adelante y pidió que reserváramos esos lugares para tu familia.

–Muy gentil de tu parte... –le dije a Gary, sonriendo–. ¡Muchas gracias!

Él retribuyó la sonrisa y dijo:

–Parece que no soy el único por aquí que tiene un aprecio especial por la señora Elena.

Mi madre y la señora MacPierson comentaron sobre el número de personas presentes en la ceremonia. ¡Era realmente impresionante!

Me estiré un poco y observé, a la distancia, el ataúd oscuro en el que la señora de White reposaba.

–Parece que estuviera durmiendo –comentó Gary–. Vas a poder verla de cerca en el momento indicado. Mira, aquel es el pastor Andross –indicó mi amigo–. Es el presidente de la Unión del Pacífico; y es el organizador de la ceremonia. Creo que ya va a empezar.

Gary se acomodó en el asiento y quedó en silencio, mientras las personas que componían la plataforma se ubicaban en sus lugares.

Eran las 10:30 cuando comenzó la ceremonia, y todos cantamos el himno “Sweet Be Thy Rest” [Dulce sea tu descanso]. La letra y la melodía hablaban profundamente al corazón. Aprecié especialmente la segunda estrofa, que mencionaba la conclusión de la obra y el recibimiento de la corona eterna.

Enseguida, el pastor E. W. Farnsworth realizó la lectura bíblica. Abrí mi Biblia, para acompañar los textos que hablaban sobre la resurrección: 1 Corintios 15:12 al 20, 35 y 42 al 45; y 2 Corintios 4:6 al 18, y 5:1 al 10. La oración fue realizada por el pastor John Loughborough. Él mencionó que, aunque las aflicciones nos sobrevengan y aunque los obreros de esta causa puedan deponer sus armaduras por causa de la falta de fuerza física, de todos modos el propósito de Dios sería cumplido.

Con aire solemne, un señor se preparó para hablar inmediatamente después.

–Este es el pastor Tait –me susurró Gary–. Es editor de Signs of the Times.

Gary se refería a uno de los periódicos más conocidos en nuestro medio, en el cual se habían publicados muchos ar­tícu­los escritos por la señora Elena.

–Creo que va a leer la biografía de la señora de White –añadió.

Gary tenía razón. Supimos que una reseña de la biografía había sido cuidadosamente preparada por el pastor Wilcox, de la Pacific Press, pero sería leída por uno de sus asociados pues Wilcox estaba ausente debido a un viaje que debía realizar al Este.

La lectura comenzó mencionando el hecho de que Dios puede hacer mucho utilizando a las personas. Todos los grandes movimientos, los reavivamientos y también las crisis de los siglos se centralizaron en seres humanos. Se citaban las historias de Noé, de Abraham y de otros personajes de la Biblia. También mencionó a Wycleff y a los hermanos Wesley. Luego, continuaba diciendo:

“Y en el movimiento del advenimiento, que debe dar al mundo el último mensaje de reforma, hay dos personas cuyas biografías incluyen el comienzo y el establecimiento del movimiento y su crecimiento mundial”. Estaba refiriéndose al pastor Jaime y a su amada esposa, Elena.

Se hizo una recapitulación de la historia de la vida de la señora de White y se destacaron los trabajos realizados en la costa del Pacífico.

“La obra en California fue inaugurada por los pastores John Loughborough y Daniel T. Bourdeau, en el verano de 1868. En el otoño de 1872, el pastor Jaime y la señora Elena visitaron San Francisco, Santa Rosa, Woodland, Healdsburg y Petaluma. Los mensajes de ella fueron recibidos por personas sinceras, y sus trabajos fueron muy apreciados. En febrero de 1873, el hermano y la hermana White fueron a Michigan, y luego retornaron a California en diciembre de aquel año para dar inicio a nuevos emprendimientos. En 1874, ellos participaron de dos reuniones campestres en Oakland. Aquí, la señora Elena habló especialmente sobre salud y temperancia”.

–¡Hace mucho tiempo!, ¿no? –le comenté a Gary, mientras hacía un cálculo mental–. Mi padre tenía apenas dos años de edad...

Él movió la cabeza en señal afirmativa y seguimos prestando atención.

“Fue en esa época que la obra de las publicaciones tuvo inicio en Oakland. La primera edición del periódico Signs of the Times data del 4 de junio de 1874”.

El editor continuó mencionando el surgimiento de la Pacific Press y cómo aquella institución había alcanzado un crecimiento fabuloso, y publicaba literatura religiosa y educacional. Por ese tiempo, ella ya se había mudado a Mountain View, también en California.

En este punto, se veía que el pastor Tait estaba visiblemente emocionado.

“Dios reveló a la señora de White que sería realizada una gran obra en la costa del Pacífico y en las ciudades alrededor de la bahía. Eso comenzó y se concretó muy rápidamente; pues varias iglesias fueron construidas en Oakland y en San Francisco, en 1875 y en 1876. Para ayudar en la construcción de estas iglesias, el señor y la señora de White vendieron todo lo que tenían en el Este”.

La biografía hizo referencia a la conexión de la señora Elena con el inicio del colegio en Healdsburg, que ahora era el Pacific Union College, cerca de Santa Helena, pues ella también había apoyado esa obra.

El hospital de Santa Helena también fue mencionado como un emprendimiento que surgió con el incentivo del matrimonio White, para que en California hubiera algo parecido al pionero hospital de Battle Creek. La señora Elena sabía lo que era sufrir físicamente y era sensible a los padecimientos de otras personas. Por eso, hizo los mayores esfuerzos para que fuesen establecidos más de tres instituciones médico misioneras en California: en Paradise Valley, cerca de San Diego; en Glendale, cerca de Los Ángeles; y en Loma Linda, que se transformó en el mayor y el más famoso hospital adventista.

El pastor Tait también habló de la vida de sacrificio de la señora Elena, de las tristezas que tuvo que enfrentar, de su compromiso en cumplir las órdenes de Dios y de la alegría de llevar esperanza a las personas. En varias ocasiones, ella estuvo muy cerca de la muerte, llegando incluso a ser desahuciada por los médicos; pero Dios la amparó y repetidamente le restauró la salud. Muchas veces, lo que ella recibía por sus libros era liberalmente donado para dar asistencia a las personas que estaban pasando alguna necesidad y colaborar con diversos proyectos.

Mientras escuchaba aquel relato, me sentí profundamente emocionada. No pude impedir que algunas discretas lágrimas rodaran por mi rostro, especialmente cuando el pastor Tait leyó lo siguiente:

“La señora de White ha sido difamada y calumniada por sus enemigos, habiendo recibido muchos de ellos sus advertencias y su reprobación. Los que la conocen pueden juzgar mejor su vida. Ella fue humana, sujeta a todas las enfermedades y las debilidades comunes de los seres humanos; pero encontró en Cristo un precioso Salvador y Ayudador. Él la llamó para que hiciera una obra impopular, y ella aceptó. Dios la usó. Verdaderamente, ella ha sido una madre en Israel. Nuestro Señor expresó el más sereno juicio del corazón humano cuando dijo que un árbol es conocido por sus frutos. A la luz de esto, la vida de nuestra hermana y su bendecida influencia sobre todos aquellos cuyas vidas fueron tocadas por ella son un testimonio de su carácter y obra. Aunque esté muerta, ella continúa hablando”.

Gary sacó del bolsillo de su saco un pañuelo blanco y me lo extendió. Él tocó suavemente mi mano, en un gesto de simpatía. Yo tenía plena seguridad de que él entendía mis lágrimas silenciosas. Mi madre notó la gentileza de Gary, pero mantuvo la discreción. Ella sabía cuánto había aprendido a apreciar su amistad durante aquel primer campamento. Quedé muy impresionada con el respeto de Gary por las cosas de Dios y su consideración para con los pioneros de nuestra iglesia.

Cuando el pastor Tait terminó la lectura, el pastor Andross abrió la Biblia en Apocalipsis 14:13: “Entonces oí una voz del cielo, que decía: ‘Dichosos los que de ahora en adelante mueren en el Señor. Sí –dice el Espíritu–, ellos descansarán de sus fatigosas tareas, pues sus obras los acompañan’ “.

–Realmente –me comentó mi madre en voz bien baja-, si hay alguien de quien se puede decir eso, es la señora Elena.

Miré nuevamente el ataúd, y las palabras del pastor Andross sonaron nuevamente en mis oídos. Él hablaba del deseo que tenemos, como seres humanos, de ver la muerte vencida para siempre, cuando la gloriosa mañana de la resurrección comience y nuestros seres queridos despierten del sueño de la muerte. Una promesa bíblica fue leída del libro de Oseas (13:14), en la que Dios afirma que rescatará a sus hijos del poder de la sepultura y los redimirá de la muerte. Fue mencionada también una promesa del libro de Isaías (26:19), que asegura que los muertos vivirán. Serán llamados para despertar y cantar de alegría. La muerte será para siempre vencida, y los que duermen en el Señor despertarán.

Concordé en que, a pesar de la tristeza de aquel momento, nosotros teníamos una maravillosa esperanza. Cerré los ojos mientras escuchaba las últimas palabras del pastor. La señora Elena había dedicado más de setenta años de su vida a servir fielmente al Señor, y ahora dormía el último sueño. Sin embargo, pronto resucitaría con el sonido de la trompeta que va a anunciar el retorno de Jesús. Sí, ella escuchará la voz del Señor y volverá a vivir. ¡Ese pensamiento me llenó de alegría!

El sermón no podía terminar sin una apelación a que fuésemos fieles a Dios tal como la amada señora Elena de White lo había sido. Y que pudiésemos decir, como el apóstol Pablo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe”.2 Con esas palabras, el pastor terminó su predicación.

Cantamos un himno más y el pastor Farnsworth cerró la ceremonia. Quise devolverle el pañuelo a Gary, él me dijo que lo guardara.

Se indicó un lugar a donde podíamos acercarnos, para que todos aquellos que deseábamos despedirnos de la señora de White tuviésemos la oportunidad de hacerlo. Gary se ofreció a acompañarme, y nos dirigimos hacia la gran fila que se estaba formando.

2 2 Timoteo 4:7

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