Kitabı oku: «Kamikaze girls», sayfa 3
Hice un examen de admisión y me transfirieron a un instituto cerca de la estación de Shimotsuma. Pero como ya comenté anteriormente, desde la casa de mi abuela, que ahora era mi casa, hasta la estación había media hora andando (o veinte minutos corriendo, ¿eh?). A pesar de eso, era un trayecto normal para los compañeros que iban a ese instituto, lo que no quita que fuera terrible. Por eso se estableció un sistema en el que el autobús escolar pasa por el centro de Shimotsuma para ajustarse al inicio y al final de la jornada escolar, aunque si lo pierdes no te queda otra que hacer el recorrido al instituto andando. Y por eso los estudiantes del instituto de Shimotsuma tienen necesariamente bicicleta. Si pierdes el autobús escolar porque te has retrasado, no te queda otra que ir en bicicleta; y si no hay clase o es festivo y quieres llegar a la estación, tampoco te queda otra que utilizar una bicicleta. Además había un montón de indeseables, delincuentes juveniles y yankis que iban en moto, pero por lo general no las llevaban al recinto escolar porque la normativa del centro prohibía a los alumnos sacarse el carné de moto. Cerca del instituto había un pequeño templo sintoísta abandonado que nadie limpiaba y que no tenía ni sacerdote, y que los delincuentes juveniles utilizaban como aparcamiento. Mi abuela me hizo saber el día que me mudé que mi vida aquí sería muy incómoda si no compraba una bicicleta, pero no podía hacerme a la idea de montar en una. Es que soy una lolita. No hay nada raro en ir al instituto montada en bicicleta con el uniforme escolar, pero creo que va en contra de la disciplina de la lolita usar la bicicleta cuando no hay clase, o sea, cuando voy vestida como una.
Lo cierto es que tuve una bicicleta y también montaba en ella vestida de lolita, aunque era muy peligroso. Los encajes del miriñaque y la falda se enganchaban en la cadena y se ponían perdidos de grasa, y como no me hacía para nada con la distancia entre la planta del pie y el pedal al pisar con la plataforma de las Rocking Horse, me caía de bruces si frenaba de golpe o intentaba tomar una curva. Pero esos son solo los motivos superficiales que me hacían desconfiar de montar en bicicleta. La razón por la que no lo hago es que no hay ninguna a la venta que estimule mi alma femenina. Aunque sea tan práctica y necesaria para la vida cotidiana, no puedo comprar y poseer algo que no case con mi estética. Sí haría mía una bicicleta que fuera bonita y pegara completamente con el estilo lolita, como una de esas que estaban de moda en la época victoriana, con dos ruedas enormes a ambos lados del sillín y una pequeña colocada delante del volante; e incluso una de dos ruedas como esas que llaman biciclos, con la rueda delantera grotescamente grande y la trasera grotescamente pequeña, que sin duda no aprendería a montar porque sería superdifícil y me caería de lado, dándome de bruces contra un poste y sangrando a chorros por la nariz. Sin embargo, en el mundo actual ese tipo de bicicletas no se vende en ningún sitio. En todas las tiendas especializadas a las que he llamado preguntando si las tenían a la venta me contestaron que no, y que no hay fabricantes que las hagan. Probé a buscar en una página de internet y encontré unos cuantos vendedores. Tenían unos precios considerablemente elevados para ser bicicletas, pero aun así escribí preguntando por su condición. Todas las respuestas decían invariablemente que «la bicicleta es una antigüedad, en perfecto estado para ser usada como objeto de exposición, pero imposible de montar en la vida real». En una ocasión descubrí un sitio que fabricaba y vendía biciclos, pero estaba en Inglaterra, y naturalmente las explicaciones, el procedimiento de compra y demás estaban escritos en inglés, y con mi nivel del idioma me fue imposible completar la compra.
Por lo tanto, renuncié a montar en bicicleta. Todavía hoy voy caminando pasito a pasito hasta la estación de Shimotsuma por la triste carretera provincial atrapada entre campos, ¿qué digo campos?, arrozales, y, cuando piensas que se han acabado los arrozales, aparece de pronto un karaoke que se parece bastante a un contenedor y que tendría que estar abierto veinticuatro horas, pero cierra a las dos de la mañana, y un billar mal llamado Pool Bar que parece un centro comunitario, y cuando ya piensas que tal vez a partir de entonces empezarán a aparecer tiendas poco a poco, vuelve el paisaje lleno de arrozales de la triste carretera provincial 131. Camino paso a paso aferrándome a las siguientes palabras: «La belleza no puede ser práctica, el lujo es incómodo».
IV
Lo que más me sorprendió cuando empecé a vivir en Shimotsuma fue que, a la hora de la comida, todos llevaban bolas de arroz envueltas en vainas de bambú y langosta cocida en salsa de soja dulce como acompañamiento. Es mentira; por mucho que sea un pueblo, la gente de Shimotsuma no vive tan atrasada en el tiempo. Empiezo de nuevo; lo que más me sorprendió fue que si estabas enferma e ibas al médico, si se trataba de algo interno, como un dolor de tripa o un catarro, te recetaban siempre daranisuke, y si tenía relación con algo externo, como cortes o contusiones, una pomada de aloe vera. Esto también es mentira cochina, lo siento. Lo que me sorprendió de verdad de la buena es la enorme cantidad de yankis que había. Puede sonar raro eso de que me sorprendí de la cantidad, habiendo nacido y crecido en el área de Amagasaki con mayor población de yankis, pero las vestimentas y las formas de actuar de los de Amagasaki y de los de Shimotsuma —o mejor dicho, de los yankis de Ibaraki— eran no un poco, sino enormemente distintas.
Un yanki es fundamentalmente un yanki y su esencia debería ser la misma, pero los de Shimotsuma parecían no poder dejar atrás la cultura yanki de la generación anterior. Aunque desconozco del todo esta cultura, parece que entre los yanquis de Amagasaki estaba de moda teñirse el pelo de tono naranja, o de morado, o hacerse mechas. Pero los de Shimotsuma seguían llevando a estas alturas peinados sorikomi y permanentes exageradas. También había algunos parecidos con los gangsta, pero la original moda hip-hop desarreglada y holgada de esa tribu urbana se convertía en simple dejadez al pasarla a la moda de Shimotsuma, y los que la seguían tenían pinta de estar copiando a sus viejos con ropa de fin de semana. Así que, aunque se les llamara gangsta, esas pintas no podían entenderse más que como una adaptación del estilo yanki. Todas las chicas del instituto todavía seguían llevando calentadores. La fama de Alba Rosa y Egoist (pero solo productos con logo) gozaba de buena salud entre la tribu de las chicas kogal, que eran sensibles a la moda y viajaban con frecuencia a Tokio, pero parecía que a Ibaraki no habían llegado noticias de la revolución que Cecil McBee causaba en esos momentos.
¿Por qué hay un desfase temporal tan grande en cultura y tendencias pese a estar al lado de Tokio? ¿Es que la pésima accesibilidad que supone tardar dos asquerosas horas en tren hace que la información también se retrase en la era de internet, donde las noticias llegan en un instante a todo el mundo? ¿No será que Ibaraki quiere aislarse del resto del país? Tenía la cabeza hecha un lío.
No podía existir algo como las lolitas en Ibaraki, ni por lo tanto tampoco en Shimotsuma. Creo que es muy posible que la gente de Ibaraki no sepa qué es el estilo lolita. Cuando no llevaba el uniforme escolar, esto es, cuando me envolvía en mi ropa de Baby, the Stars Shine Bright y recuperaba mi forma original de lolita, la gente se quedaba mirándome de arriba abajo y me señalaba como si fuera una criatura fantástica. Recuerdo en esa época a un grupo de chicos yankis comentando entre ellos: «Ahí hay una chica con unas pintas rarísimas», «¿Cuál? ¡Oh, ¿qué es eso?!», «Estará mal de la cabeza…», «A lo mejor sale de un rodaje de televisión», «Entonces ¿será famosa?», «Pero si es muy fea», «Aunque sea fea, si es famosa y no le pedimos un autógrafo, será una cagada», y se pusieron a seguirme. Aceleré bruscamente el paso para escapar, pero, por culpa de las plataformas de las Rocking Horse, caí a medio camino, dando de bruces contra el suelo para terminar empapada de sangre que me chorreaba de la nariz. Y, pese a todo, no dejé de ser una lolita. Pase lo que pase, ser lolita es mi razón de ser. Dicho de forma compleja, es mi identity. Abandonar eso sería engañarme a mí misma.
Los días libres iba sin falta a Tokio. Cambiaba de la línea Jōsō a la Jōban, seguía hasta la estación de Ueno, desde ahí cogía la línea Yamanote y salía en Shibuya, donde hacía transbordo a la línea Tōyoko para una sola parada y llegar a mi objetivo: Daikanyama. Aguantaba ese larguísimo camino hasta Daikanyama para cumplir un único propósito. Mi objetivo era echarle un vistazo a la tienda física de mi amada Baby, the Stars Shine Bright. Desde hacía mucho, me encantaban los adorables vestidos de lolita de Jane Marple o Milk, y desde que era estudiante de secundaria empecé a verlos en las revistas de moda y a pensar entre suspiros: «Qué bonito…, qué bien está…, lo quiero…, pero no tengo tanto dinero para comprarlo…». Así que tomé la determinación de que ahorraría dinero de alguna manera y, cuando llegara al instituto, compraría ropa lolita y me la pondría sin falta.
Cuando me convertí en estudiante de instituto, me subí al tren Hanshin en dirección a Umeda, a Maria Teresa, para llevar esa determinación a la práctica. Los vestidos de Jane Marple y de Milk eran, con diferencia, más bonitos en directo que en las revistas. Junto con los vestidos de mis admiradas maisons también se vendían los de otra de la que nunca había oído hablar, y esos vestidos me robaron el corazón, me desgarraron el alma y me llevaron al otro mundo (juntad las manos en oración). Esa bestia odiosa, ese horrible tipo de color naranja (esto es del anuncio de Yūkan Fuji y es una bromita que he intentado colar destinada a señores mayores, las jóvenes doncellas no la entenderán3), esos vestidos de Baby, the Stars Shine Bright me atravesaron el corazón. Todo lo que había estado buscando estaba en la ropa de Baby. ¿Cómo podía existir una ropa que encarnara mis gustos y aficiones hasta ese punto? «¡Eh! Es obvio que esta ropa, no, que esta maison se mantiene gracias al apoyo de un montón de chicas, pero ¿no está bien pensar que existe solo para mí?», murmuraba mientras llevaba bajo el brazo un vestido de una pieza con un adorable estampado vichy rojo, con la parte del corpiño fruncida y tres capas de encaje a ambos lados, plagado de cintas rojas y motivos de ramilletes de rosas para acentuar dramáticamente su belleza. Ese fue el vestido que llamó mi atención entre los que se exponían en Baby, todos con su etiqueta enorme de color rosa en forma de fresa, sobre la que hay impreso un corazón rojo con bordes dorados muy ornamentales con el logo de la maison escrito en una espléndida caligrafía dorada. Me probé el vestido y lo compré sin dudarlo ni un instante. Como me sobró un poco del dinero que llevaba, compré unas calzas blancas de la marca Baby, y otras más largas completamente blancas de encaje y con una cinta en la parte superior. Salí con el monedero totalmente vacío, pero con el corazón rebosante de felicidad, tanto que ya no me cabía nada más, en plan: «¡Voy a vomitar!».
Parece que el nombre de la maison Baby, the Stars Shine Bright —que es tan excesivamente largo que la primera vez que lo escuchas no puedes recordarlo, y a la décima tampoco puedes decirlo bien— fue tomado del título del cuarto álbum del grupo Everything But the Girl. Yo pensaba: «¿Está bien copiar así el título del disco de alguien y ponérselo de nombre a tu marca? ¿No habrá problemas con los derechos de autor? Pero mirándolo bien, como en el caso de Jane Marple han cogido el nombre de la detective anciana que sale en las novelas de Agatha Christie y lo utilizan tal cual, probablemente no pasará nada». Este modo de apropiación, de préstamo de nombre, no tenía absolutamente nada que ver con el uso no autorizado del nombre de Versace que hacía el inútil de mi padre.
Baby, the Stars Shine Bright lleva fabricando ropa fantástica para chicas desde que se creó en 1988 y, aunque durante un tiempo se dedicó a vender por encargo a través de tiendas selectas, en 1999 abrió su tienda física en Tokio, en Daikanyama. En esa época la tienda estaba administrada por cuatro o cinco personas: Akinori Isobe, el diseñador principal, que decidió fundar su propia maison después de haber trabajado para Atsuki Onishi y otros pequeños fabricantes; Fumi Isobe, que había trabajado en Atsuki Onishi y después trabajó en 45RPM; y en torno a estos dos, los vendedores (pero ahora parece que tienen más personal). Durante algún tiempo mantuvieron una política empresarial poco clara y, bien por falta de ganas o porque no tenían dinero para contratar personal de tienda, se permitían el lujo de abrir solo los sábados, domingos y festivos, pese a estar en la zona más lujosa de Daikanyama. De algún modo llegaron a adoptar la costumbre de abrir lunes, miércoles y viernes de tres a siete de la tarde y sábados, domingos y festivos de una a siete de la tarde, aunque en la actualidad tienen un horario comercial similar al de cualquier tienda. Parece ser que han inaugurado otra tienda en Osaka. ¿Por qué abren en Osaka justo cuando me voy de Amagasaki? ¿Tan mala suerte tengo? ¿Debo expiar en esta vida las cosas horribles que hice en una vida anterior? ¿Si rezo a Buda podré purificar un poco mis pecados? ¿Cambiará mi suerte si me hago peregrina y visito los lugares sagrados? Estaría bien que Baby, the Stars Shine Bright confeccionara un vestido de peregrina de estilo lolita. Por ejemplo, en vez de una campana y tal en la punta del bastón podría llevar una corona, o el ala del sombrero de bambú podría estar rematada de encaje. Estoy obsesionada con Baby desde que la vi por primera vez en Maria Teresa. Aunque yo era una negada para las tecnologías, cuando sus dependientes me informaron de que Baby, the Stars Shine Bright tenía una página web desde la que podía encargar ropa y accesorios, me compré un ordenador y, con mucha voluntad y luchando contra el libro de instrucciones y varios manuales, conseguí desenvolverme en internet. Como Maria Teresa trabaja con varias marcas, es normal que haya productos que no lleguen a su tienda.
Quería saber todo sobre lo que se podía comprar en Baby, the Stars Shine Bright. Seguiría siendo una amante del lolita si no hubiera encontrado esa tienda, pero no sé si habría tenido una determinación tan fuerte como para vivir como tal. «Si encuentras algo importante para ti, aférrate a ello, defiéndelo hasta el final, aunque pierdas otras cosas en el camino. Muchas personas mueren sin haber encontrado algo realmente importante para ellas, ¿sabes? No te comportes como una niñata». ¡Qué mal! ¿Qué iba a ser de mí si no ponía en práctica lo que le dije a mi madre cuando iba al colegio?
Tal vez la mayoría de los entendidos me tomen por una niña idiota y se rían con desprecio porque digo que para mí lo más importante en la vida, por encima de la vida misma, es la ropa, esa ropa lolitesca, ondulante, volanteada, y de encaje. Sería válido que me consagrara al trabajo, los estudios o el amor, pero que me entregue simplemente a la ropa como si fuera un ser humano sin provecho parece que solo provoca indignación, y nunca elogios. Pero ¿por qué no puedo dedicar mi vida a la ropa? ¿Está prohibido anteponer el conocer prendas a conocer gente? Las personas tienen valores diferentes. No creo que haya conflicto entre mi filosofía y mis creencias de vivir en la estética rococó, fruto de mi fascinación por el estilo lolita, y la filosofía y las creencias que abraza alguien que trabaja como médico, convencido de que merece la pena vivir ayudando a los pobres en los países en vías de desarrollo. No desecharía mi forma de vida aunque mis creencias estuvieran equivocadas, ni aunque mi voluntad de vivir como una lolita fuera frívola o incluso despreciable. Si a ojos de los demás algo es basura, pero para mí es algo más necesario y valioso que un diamante o que el gato salvaje de Iriomote, lo defenderé sin vacilación hasta la muerte, como si fuera la cosa más importante. Así es como yo hago las cosas. Porque por mucho que encuentres el gran amor de tu vida, las personas nacemos solas, pensamos solas y, al final, morimos solas. ¿En qué nos convertiríamos si no respetamos nuestros propios valores?
Hay gente que dice con solemnidad que el kanji de persona (人) simboliza que un ser humano no puede desarrollarse en soledad, y que debe permanecer junto a otro y contar con su apoyo. Pues si es así, creo que prefiero no ser persona, no me importa. Creo que es mejor vivir la individualidad de manera autónoma como animales guiados por nuestros instintos, como la planaria o la pulga de agua, que como un ser humano dependiente de otros. Bueno, ¿y por qué en clase de lengua y de ética te sueltan eso de que «el kanji de persona significa…», a pesar de que en sociales y en ciudadanía te están enseñando lo maravilloso de tener un pensamiento autónomo e independiente? ¡Poneos de acuerdo, miembros del Comité Educativo! ¡No enseñes contradicciones como si no pasara nada, Ministerio de Educación y Ciencia! ¡Adoptad un punto de vista único, la Administración tiene que fijarlo con claridad! De pronto me he puesto en plan activista social. Tal vez funde el Partido Lolita de Japón y hasta dé discursos en las calles…
Recurrí a medios muy diversos para conseguir dinero para comprar mi deseada ropa de Baby, the Stars Shine Bright: contrabando de tolueno, pirateo informático, citas con hombres mayores a cambio de dinero, robo de donativos… Es mentira, es mentira… Es imposible que una activista social que censura la postura contradictoria del Ministerio de Educación y Ciencia como yo haga algo así. No podría convertirme en presidenta del Partido Lolita de Tokio y después en gobernadora de Tokio cuando fuera mayor si hiciera algo así, ¿no? (Aunque tampoco tengo ganas, así que posiblemente ni vaya a votar cuando cumpla los veinte). Volviendo al tema de cómo conseguía el dinero, repartía periódicos antes de clase, trabajaba de cajera en una tienda veinticuatro horas desde que salía de clase hasta la noche y pasaba los domingos enteros en una imprenta de Amagasaki. Lo que, sintiéndolo mucho, vuelve a ser otra mentira cochina. Nunca se me pasó por la cabeza algo tan digno como buscar un trabajo a tiempo parcial para comprarme ropa. Una persona que vive con espíritu rococó no puede llevar a cabo actividades productivas como trabajar.
Gracias a que el negocio de las falsificaciones del inútil de mi padre iba viento en popa, me inventaba motivos razonables para sacarle dinero, en plan: «Necesito dinero porque tenemos que comprarnos un chándal nuevo para el colegio», o «La casa de una compañera de clase se ha quemado por completo en un incendio. Es la más pobre del colegio y son una familia de diez y no tienen ni para comer, así que estamos recaudando dinero para ellos en clase. Soy muy amiga suya, así que quiero hacer todo lo posible por ayudar». Hice que muchos de mis compañeros tuvieran enfermedades incurables o de difícil tratamiento, envié a no sé cuántos profesores a países en vías de desarrollo, e incluso de vez en cuando maté a alguno miserablemente, todo para que el inútil de mi padre me diera el dinero que necesitaba para comprar ropa. «Hay una chica que tiene un problema de corazón de nacimiento, ¿sabes? La medicina actual no puede curarla y los médicos le dijeron que viviría como mucho hasta los quince años, aunque milagrosamente sigue viva. Pero si lo miras desde otra perspectiva, en su situación no sería nada raro que muriese mañana, o incluso hoy mismo. La chica y sus padres se han hecho a la idea, pero parece que hay un doctor que podría curarla con una operación. Es un cirujano de primera, pero trabaja en la clandestinidad porque no tiene licencia, así que pide una cifra exorbitante de unos cien millones por llevar a cabo la operación. Ninguna familia normal tiene semejante cantidad de dinero, ¿verdad? Por eso habían vuelto a rendirse, pero han decidido que esa nunca es la solución y que tienen que conseguir de algún modo los fondos para ayudar a su hija. Sus padres vinieron ayer al colegio a la hora de la reunión matinal y se pusieron de rodillas ante todos los estudiantes para pedirnos que colaboremos en su campaña donando dinero, por poco que sea».
Esa trola le conté al inútil de mi padre para hacerme con los casi cien mil yenes que costaba el par de bailarinas Rocking Horse de Vivienne que deseaba desde hace tiempo y que consideraba tan esenciales para ser una lolita de verdad. «Es imposible que consigan reunir cien millones. Toma y dales estos cien mil yenes, o mejor estos doscientos mil», decía mi padre con lágrimas en los ojos mientras me daba el dinero. Mentir es horrible… Me corroía el sentimiento de culpa, pero al tiempo que decía: «Gracias, papá. Seguro que podrán operarla. Y será un éxito», tomé ladinamente el dinero y lo utilicé para pagarme las compras. No me olvidaba de pagar el bien con el mal, pensando: «¿Cómo va a haber un cirujano clandestino? Si lo hubieras pensado un poco sabrías que lo he sacado de Black Jack. Precisamente por eso eres el inútil de mi padre, inútil». Tengo el corazón completamente podrido.
La tienda de Baby, the Stars Shine Bright se encontraba a unos treinta minutos a pie de la estación de Daikanyama, en la primera planta del edificio blanco de Daikanyama Tokyo Apartments de la avenida Hachiman. Antiguamente, el distrito de Daikanyama era conocido como un lugar donde se reunía la gente estilosa de las clases altas, insatisfecha con Shibuya y Aoyama, y disfrutaba de las tiendas más refinadas, que se sucedían una tras otra. Por eso hace falta mucho dinero para montar una tienda ahí, aunque en compensación te ganas el título de líder en estilo —aunque cuando visité la tienda de Baby por primera vez, no sentí para nada, ni dentro ni fuera, un ambiente entusiasta en plan «¡Estamos haciendo algo estiloso en un sitio estiloso!». De hecho, Baby parecía flotar en solitario en el ambiente de competitividad que había en Daikanyama, entre cafeterías, tiendas de ropa y tiendas en general, como pensando: «Bueno, estamos en Daikanyama por casualidad, pero nos daría lo mismo estar en Shibuya o en Sangenjaya…». Para lo bueno y para lo malo, la tienda de Baby, the Stars Shine Bright no pegaba en Daikanyama. Las maisons de moda lolita de Tokio se concentran en Harajuku. Últimamente está aumentando el número de tiendas lolita dentro del edificio Marui One de Shinjuku. Aunque este distrito se está convirtiendo en centro de actividad lolita, Harajuku sigue siendo la base fundacional, la meca de las lolitas, con Laforet Harajuku como núcleo.
La moda lolita se orienta hacia el opuesto de la solidez, la funcionalidad, las tendencias y el refinamiento. Si la base del diseño es la estética de la reducción, la base del lolita es la estética del exceso. Lolita es coger una falda que llevada normalmente sería elegante, y ponerla sobre un miriñaque para exagerar tu silueta, haciendo equilibrios en la línea que separa la elegancia del mal gusto, para caer con bastante frecuencia en el lado del mal gusto. Por eso las lolitas han sido vilipendiadas desde siempre por los que se creen estilosos. Aparte de Baby, no había ninguna otra tienda lolita en Daikanyama, donde todo tenía que ser refinado y de un gusto exquisito.
La primera vez que estuve frente a la tienda de Baby, the Stars Shine Bright y vi la puerta de color rosa pálido y los maniquíes totalmente coordinados con la ropa que tenían a la venta, el corazón se me aceleró violentamente. Me puse terriblemente nerviosa, algo completamente impropio de una insolente como yo, imbuida del espíritu rococó. Una vez que entré en la tienda…, ah, ¿cómo expresarlo correctamente? Bueno, esto…, esto…, apareció ante mí un lugar tan dulce como para derretirse. Era un espacio muy pequeño para ser el interior de una tienda insignia: estaba decorado totalmente en blanco y rosa, y en el centro había una mesa blanca con forma de corazón y un sofá rojo intenso. Cualquiera que viera ese panorama estaría a punto de soltar: «¡Menuda estupidez! Como si no fuera poco pequeña la tienda ya, van y ponen un sofá y una mesa; con eso y con cinco personas que entren ya estará llena». Pero pese a esos inconvenientes, priorizar lo bonito de la tienda frente a lo práctico era tan típico de Baby, the Stars Shine Bright que no pude sino renovar el respeto que sentía por la única casa que me había conmovido como ser humano.
No había ni un solo cliente en la tienda, aunque era domingo. Tuve la suerte de tener la tienda para mí sola durante un momento muy feliz en el día de mi debut. Aunque no había incienso ni ningún aroma flotando en el ambiente, yo tenía la sensación de que brotaba una fragancia fantástica dentro de la tienda, lo que hoy en día me sigue pareciendo extrañísimo. No paraba de suspirar largamente mientras contemplaba la ropa ahí colocada, como si no hubiera nadie más en la tienda. Ese día compré un cárdigan bastante chic con mangas estilo princesa bordadas con encaje negro y un bolso blanco marfil con una corona sobresaliendo en su parte delantera.
—No será usted la señorita Ryūgasaki, ¿verdad? —preguntó una dependienta muy bonita cuando estaba esperando en una de las dos cajas. Sorprendida, contesté:
—Sí. Pero ¿cómo sabe usted quién soy?
A lo que la dependienta se rió alegremente como una muchacha y dijo:
—Llevo todo el rato pensando: «¿Será ella?». Es que lleva puesta nuestra falda babydoll blanca con puente sobre nuestra blusa de corte princesa, y un mini sombrero con unas rosas blancas de encaje Schiffli. También lleva unas bailarinas Rocking Horse. Suelo estar de vendedora en la tienda como ahora, pero también me encargo de las ventas de la web. Así que, aunque no conozco las caras de las clientas que hacen los pedidos por internet, recuerdo sus nombres y controlo muy bien el tipo de prendas que llevan. Además, suele dejar comentarios en el tablón de nuestra página web. Hace mucho puso que todo lo que llevaba era de nuestra tienda menos el calzado, que eran unas bailarinas Rocking Horse. Por eso le he preguntado si era la señorita Ryūgasaki.
No importa cuántas veces haya comprado ahí, hay fanáticas de Baby como yo a montones, y aun sabiendo mi nombre por mis pedidos de internet, no conocía mi cara, y a pesar de todo eso se acordaba de alguien tan poco especial como yo. ¡Sabía quién era solo con ver cómo iba vestida, pese a acabar de conocerme! Me hizo tan feliz que de golpe me sentí a la vez como si fuera una clienta súper-VIP y como si un amor platónico me confesara que me quiere. Fue muy emocionante.
A partir de ese momento, mis sentimientos hacia Baby aumentaron de manera imparable. Pero es que, vamos, ¿podría ser de otro modo? Desde entonces, mi cuerpo no podía evitar ir una vez a la semana a Daikanyama, desplazándome una distancia digna de un pequeño viaje sin importar lo terriblemente largo que fuera el camino. Todo por tu culpa, Baby, the Stars Shine Bright. Has hecho que no pueda vivir sin ti. Pensar en ti hace que —mmm, no me importa que me llamen desvergonzada— se estremezca todo mi cuerpo, mmm, se me suben los colores. Antes de darme cuenta, mi cuerpo te busca y no lo puedo resistir. ¡Guau! Ahora mismo me estoy empapando solo de pensar en ti. ¡Mmm! Qué pervertida. ¡Sí! Ya no hay vuelta atrás. Hazme lo que quieras. ¡Más, más! ¡Te deseo! ¡Dámelo todo! ¡No puedo resistirlo más! (¡Oh! Pero ¿qué estoy escribiendo? Si sigo así, nunca podré ser una chica casta y pura de Mitsui Rehouse).
3. N. del T.: La broma es un tanto enrevesada. Yūkan Fuji tenía en los años 80 una publicidad en televisión un tanto surrealista y terrorífica, y Momoko usa esa imagen para insultar, metafóricamente, a Baby, The Stars Shine Bright.
Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.