Kitabı oku: «Los progresos del hombre»
Los progresos del Hombre
y los riesgos de su autodestrucción
Oscar Martello
Edición Digital
L.D. Books
Colección Conjuras
Los progresos del hombre y los riesgos de su autodestrucción
© Oscar Martello, 2016
L.D. Books
D.R. ©Editorial Lectorum, S.A. de C.V., 2016
Batalla de Casa Blanca Manzana 147 A Lote 1621
Col. Leyes de Reforma, 3a. Sección
C. P. 09310, Ciudad de México
www.lectorum.com.mx
ventas@lectorum.com.mx
Primera edición: julio de 2016
ISBN: 9781539612575
Colección CONJURAS
D.R. ©Portada e interiores: Mariel Mambretti
Características tipográficas aseguradas conforme a la ley.
Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización escrita del editor.
Índice
Introducción
Capítulo 1. La contaminación
Capítulo 2. Muerte a cielo abierto
Capítulo 3. Salud y medioambiente
Capítulo 4. Cuando la agricultura nos mata
Capítulo 5. Cuando comer es morir
Capítulo 6. Hacia un desarrollo sustentable
Capítulo 7. La salud como mercancía
Conclusiones
Apéndice fotográfico
Bibliografía
Introducción
En sus remotos orígenes, la especie humana tuvo que sobrevivir a grandes y pequeños cataclismos, a terremotos, sismos y glaciaciones, a períodos de sequía, al exceso de lluvia, a las crecientes de los ríos, a largos inviernos y calores excesivos, a incendios forestales y maremotos... En fin, a la multiplicidad de factores que amenazan al común de los animales. En la actualidad, en cambio, el desafío de nuestra especie es tratar de sobrevivirse a sí misma; al daño que provocan en su entorno y su propio organismo una multiplicidad de factores que reconocen un origen y un patrón comunes, y que van desde la contaminación ambiental a la manipulación y procesamiento de alimentos, pasando por el uso de pesticidas, plaguicidas y agroquímicos. A ello debemos sumar una ciencia medicinal más interesada en aumentar la rentabilidad de los laboratorios y cronificar las enfermedades que en encontrarles remedio.
Durante millones de años el hombre fue “evolucionando” debido a la necesidad de adaptarse constantemente al medio en que vivía y, al igual que todos los animales, lo hacía anatómicamente: le iba “cambiando el cuerpo”, por así decirlo, lo que no siempre resultaba exitoso. Así, hace ya 1.5 millones de años se extinguía el Homo erectus, mientras poco antes lo había hecho el Homo ergaster, por mencionar sólo dos de los remotos “prototipos” humanos. Mucho más recientemente, en el continente europeo, el llamado Hombre de Neanderthal convivió con los primeros ejemplares del hombre actual, quienes probablemente hayan acabado con él hace aproximadamente 25 mil años. La desaparición del Homo floresiensis un pequeño hombrecito de apenas un metro de estatura y 25 kg de peso que habitaba la isla de Flores, en Indonesia se produjo hace quizás unos 12 mil años. Para entonces, el Homo sapiens tenía parecidas y diferentes características anatómicas a las que exhibe en la actualidad, fruto de la selección natural: diferentes colores de piel, de estaturas, de cantidad de glóbulos rojos, pilosidad, etc. Y ya hacía muchos miles de años que había adoptado sucesivas estrategias para sobrevivir. Pero hagamos algo de historia y establezcamos nuestro marco específico, antes de señalar las amenazas que lo acosan.
La adaptación cultural
La hembra humana presenta una gran diferencia respecto de la de las demás especies, excepto la de los chimpancés enanos o bonobos: no sólo ovula cada 28 días mientras la mayoría de los mamíferos lo hace apenas una o dos veces al año, sino que durante casi todo su ciclo menstrual es sexualmente receptiva, independientemente de su fertilidad. Y en contraste con las hembras de los demás mamíferos, que muestran diversas señales externas de estar en período de fertilidad, las señales de la hembra humana son prácticamente imperceptibles.
Estas dos condiciones - receptividad sexual y “ovulación oculta” - facilitaron la vida en común de nuestros ancestros al disminuir el grado de conflictividad entre los compañeros de apareamiento que, al ser constante a lo largo del año, facilitó la convivencia en grupos numerosos de machos y hembras.
La sociabilidad, la evolución de la posición del pulgar y una mutación de la laringe, que permitió el posterior desarrollo del lenguaje, indujeron a la especie humana a adoptar una mucho más dúctil y flexible estrategia de supervivencia: la adaptación a los cambios en su entorno por medio de la cultura.
A lo largo de su “evolución’' (que no es otra cosa que el resultado de una serie sucesiva de adaptaciones), el hombre ha desarrollado una piel oscura para reducir el daño que produce en el organismo la alta exposición a los rayos solares, o una epidermis casi sin melanina a fin de absorber de la débil luz de las regiones árticas la dosis necesaria de vitamina D; o una mayor cantidad de glóbulos rojos, y esto en los habitantes de las regiones montañosas, con el propósito de compensar la disminución de oxígeno en el aire. Por razones similares existe en algunos grupos humanos la capacidad de digerir la lactosa, mientras en otros resulta dañina.
Estos y otros ejemplos, que no viene al caso enumerar, han sido, en resumen, cambios “naturales”. Los demás fueron y son “culturales”, desde la fabricación de vestidos y el uso de las pieles animales, para protegerse de las bajas temperaturas, a la fabricación de herramientas, recipientes para el transporte del agua...
La convivencia y el intercambio de bienes y favores (quitar los piojos o aparearse pueden ser aceptables compensaciones por un fruto o una apetitosa isoca) dieron origen a la cultura, conformada en un principio por tabúes, de los cuales el troncal fue el del incesto: al prohibir la unión entre hermanos o parientes muy cercanos, algunos grupos alentaron las relaciones y alianzas con otros grupos. Y éstos ampliaban de ese modo los territorios de caza y colaboraban en la defensa de los parientes atacados por grupos rivales. Los que se habían mantenido endógenos, sin relacionarse con otros, fueron sometidos por grupos más numerosos o padecieron mucho más severamente las calamidades climáticas. Vale decir, la adaptación cultural permitió la convivencia de grupos cada vez más numerosos que, a medida que del primitivo sistema agrícola de tala y quema se iba derivando hacia los complejos sistemas de riego artificial, requerían cada vez más abundantes recursos a su disposición
Desde el principio, desde el uso controlado del fuego y la invención de la primera herramienta, la estrategia de adaptación cultural siguió un patrón consistente en una combinación de innovación tecnológica y homicidio (infanticidio, gerontocidio, femicidio), cada vez que el crecimiento de la población colisionaba con la escasez de los recursos y el agotamiento del medioambiente.
¿Se trató y trata de una estrategia adecuada?
De observarse la historia humana como una unidad, como la gran historia de una especie, la conclusión podría ser afirmativa. Sin embargo, hay distintos elementos a considerar.
El agotamiento de los recursos
Las primeras sociedades complejas surgieron del aprovechamiento tecnológico de un preciado recurso, el agua. Por lo general, se afincaron junto a grandes ríos que experimentaban crecientes regulares: el Nilo en el antiguo Egipto, el Tigris y el Éufrates en la Mesopotamia, el Yang- Tse en China, los ríos y lagunas subterráneas en Mesoamérica y la península de Yucatán. La ausencia de grandes cursos de agua fue compensada con un inteligente y laborioso aprovechamiento de las abundantes lluvias de la gran civilización andina, en América del Sur.
En cada uno de esos casos, a medida que aumentaban la población (y las coacciones y exigencias de las burocracias administrativas y militares necesarias para sostener esos complejos sistemas de producción), las diferentes sociedades apelaron a una misma y cada vez más intensiva explotación de los recursos. El resultado, en la mayor parte de los casos, fue el colapso. Y aquí, una primera enseñanza.
La misteriosa y casi instantánea desaparición del imperio maya, de la civilización babilónica y del portentoso antiguo Egipto, así como la “evaporación” de la civilización de la Amazonia, son ejemplos emblemáticos de que la apelación al desarrollo de nuevas tecnologías no siempre es la solución más adecuada para resolver la contradicción entre crecimiento de la población y agotamiento de los recursos.
Pero más allá del colapso de numerosas civilizaciones de la antigüedad y de no pocos imperios de más reciente data, la hipotética gran historia de la especie seguía su marcha, en apariencia, ascendente.
El inconveniente se presenta cuando la sociedad se torna crecientemente global, y la historia de la humanidad queda reducida a la historia de una gran sociedad planetaria, no integradora del conjunto de culturas y sociedades que habitan la Tierra, pero que tiene capacidad de destruirlas. Cuando las estrategias a que esa sociedad apela para resolver el conflicto básico entre necesidades y recursos sigue siendo la misma la innovación tecnológica, la especie humana y el planeta mismo están en problemas muy serios. Nuevas tecnologías han permitido solucionar algunos de los problemas provocados por pasadas innovaciones tecnológicas, pero a la vez han generado nuevos problemas. El resultado general ha sido el de aumentar la contaminación del medioambiente, destruyendo los ecosistemas que tan esenciales resultan para la vida en general y para la vida humana en particular. En resumen, nos envenenan y nos envenenamos. Las páginas que siguen pretenden ser una personal y elemental puesta a punto del problema. Las soluciones sólo pueden ser colectivas.
Capítulo 1
La contaminación
Hay algo fundamentalmente incorrecto en tratar a la tierra como si fuese un negocio en liquidación”.
Herman Daly
El fenómeno de la contaminación consiste en la introducción en el ambiente de sustancias exógenas, que provocan que el medio se vuelva inseguro o directamente no apto para su uso humano y animal. Es una alteración negativa, en la mayoría de los casos provocada el hombre. En la actualidad, los agentes contaminantes suelen ir desde sustancias químicas (como plaguicidas o herbicidas) hasta formas de contaminación sonoras, petrolíferas y radioactivas, sin olvidar los efectos de la más elemental actividad humana: la basura.
Todos estos factores pueden producir (y de hecho producen) diferentes daños en la salud, el medioambiente y los ecosistemas, término acuñado en 1930 por el botánico inglés Arthur Clapham y por el cual se conoce al conjunto de componentes físicos y biológicos de un entorno determinado. En palabras de su compatriota, el biólogo Arthur Tansley, un ecosistema es “un sistema completo que incluye no sólo el complejo de organismos, sino también todo el complejo de factores físicos que forman lo que llamamos medioambiente”.
El concepto de ecosistema implica la idea de que los organismos vivos interactúan con cualquier otro elemento en su entorno local. Así, para comprender el concepto de “ecosistema humano”, se haría necesario desmontar la arbitraria separación entre seres humanos y naturaleza, rasgo distintivo de nuestra actual “civilización global”. Porque todas las especies se encuentran ecológicamente integradas unas con otras, incluidos los seres humanos.
Contaminación y salud humana
La contaminación del aire que respiramos puede llegar a producir la muerte de cualquier organismo vivo, o bien provocar enfermedades respiratorias, como bronquitis, asma y enfisema pulmonar. El enfisema y las bronquitis crónicas están comprendidos dentro de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). El aumento de personas afectadas de EPOC se da hoy con la simultánea reducción del consumo de tabaco (tradicionalmente considerado como el principal factor de riesgo). Y ello se explica por el incremento de factores de contaminación atmosférica como el humo negro, el monóxido de carbono (gas inodoro, incoloro y altamente tóxico), el ozono, el plomo o el dióxido de azufre (gas irritante y tóxico liberado en muchos procesos de combustión). Al transformarse en la atmósfera en ácido sulfúrico, el dióxido de azufre es, además, el principal causante de la llamada “lluvia ácida”.
La contaminación con ozono incrementa las posibilidades de desarrollar enfermedades respiratorias y cardiovasculares, provocando dolores en el pecho, congestión nasal e inflamaciones de garganta.
La exposición a polvos como el sílex, el cuarzo, el cadmio o el carbón, a vapores de isocianato y disolventes, así como a los vapores de la soldadura, habitual en algunas áreas laborales, también está asociada a la aparición de EPOC.
La contaminación del agua también es causa de una enorme cantidad de muertes diarias, particularmente en vastas regiones del Tercer Mundo, debido al no tratamiento de las aguas servidas y los residuos industriales y mineros.
El envenenamiento por mercurio, provocado por factores ambientales o el consumo de alimentos contaminados, especialmente pescados, está asociado a la aparición en los niños de dolencias neurológicas y trastornos de desarrollo, así como la afección de mujeres embarazadas puede provocar defectos congénitos graves en sus hijos. En los adultos, ese envenenamiento se presenta como picazón, ardor, decoloración y desprendimiento de la piel. Su ingesta durante períodos prolongados o una fuerte exposición al vapor de mercurio, pueden causar daño al cerebro y finalmente la muerte. Y el mercurio nos rodea hoy.
Pero hay más. Los derrames de petróleo, además del grave daño medioambiental que producen, son con frecuencia causa de diversos tipos de irritaciones de la piel. La contaminación acústica provoca hipertensión, estrés, trastorno del sueño y sordera. Fetos, niños y bebés, así como personas de edad, son quienes se encuentran en mayor riesgo y resultan los más afectados por la contaminación atmosférica. Lo mismo ocurre con aquellos que padecen trastornos pulmonares o cardíacos.
El plomo y los metales pesados provocan trastornos de índole neurológica, así como existen numerosas sustancias químicas causantes del aumento del número de cánceres, daños congénitos y aun mutaciones genéticas.
En tanto se han ido elevando los niveles de contaminación, se fue reduciendo la capacidad de reproducción humana. Estadísticamente, el resultado del recuento de espermatozoides ha ido descendiendo desde mediados del siglo xx, y cada vez son más numerosos los casos de menopausia precoz en mujeres menores a 40 años, debido a la reducción de su reserva ovárica.
Pocos datos de una larga historia
El hombre ha contaminado el ambiente desde el instante mismo en que comenzó su desarrollo cultural: de acuerdo con los rastros de hollín encontrados en las cavernas, ya el encender hogueras o pequeños fuegos en el interior de las cuevas contaminaba el aire que los antiguos humanos respiraban. Otro tanto podría decirse del método agrícola de tala y quema, que consiste en incendiar porciones de selva a fin de despejar áreas para cultivos y usar las cenizas como fertilizante. No sólo los incendios agreden el medioambiente destruyendo ejemplares de la flora y la fauna. En el lapso de dos o tres cosechas, las cenizas acumuladas forman una capa impermeable que impide la absorción de agua. El área, entonces, se vuelve improductiva, por lo que se hace necesario talar y quemar otra porción de selva. Cuando este método era utilizado por grupos humanos poco numerosos en una región selvática de grandes dimensiones, los efectos no eran catastróficos; la vegetación podía volver a recuperarse, lo que se torna cada vez más dificultoso a medida que va aumentando la población. Hoy, en líneas generales, la capacidad de regeneración de la selva se ha agotado; los animales que lograron sobrevivir buscan nuevos hábitats, y el grupo humano ya no puede subsistir, porque al destruir el medioambiente ha extinguido también sus recursos económicos. En suma, la sustentabilidad de ese método agrícola está en estrecha relación con la cantidad de humanos que se alimentan de él y con la extensión de que dispongan. Y a la larga se torna inevitable el control de la natalidad o la práctica del “homicidio social” en la que, dependiendo de las circunstancias, las víctimas son niños o ancianos.
A estas primeras prácticas de destrucción del medio, siguió el ya muy contaminante forjado de los metales, particularmente por parte de las grandes civilizaciones, tal cual ha podido observarse en el análisis del hielo de los glaciares del hemisferio norte.
Durante la Edad Media, las ciudades europeas se encontraban muy contaminadas debido a la metalurgia, la quema de carbón y, muy especialmente, el tratamiento de los detritos humanos que eran vertidos - o directamente arrojados- en la vía pública, por donde llegaban a los grandes o pequeños cursos de agua junto a los que, desde antiguo, los humanos nos hemos asentado. El tamaño de las ciudades, que crecían desordenadamente, aumentaba el hacinamiento y, en consecuencia, se multiplicaban los efectos de la contaminación por medio de plagas y epidemias. La mortandad y la migración hacia las zonas rurales provocaban la disminución temporal de la densidad poblacional, pero pronto todo volvía a la “normalidad”.
Las regulaciones, como la prohibición de quema de carbón en el Londres de 1272, y la construcción de rudimentarios sistemas cloacales contribuyeron a paliar los efectos contaminantes de los detritos humanos y la basura domiciliaria en las calles de las ciudades más grandes, pero conducirlos directamente hacia los cursos de agua aumentó la contaminación de los ríos y las riberas.
Fue con la Revolución Industrial cuando la contaminación se transformó en un serio problema social y medioambiental. El cambio en el sistema productivo dejó a numerosos campesinos y aldeanos al borde de la inanición. Auténticas masas humanas convergieron sobre las ciudades, en las que empezaban a construirse enormes fábricas, y el hacinamiento se volvió un drama cotidiano. La epidemia de cólera que a mediados del siglo xix afectó a Inglaterra, ensañándose especialmente en la ciudad de Londres, fue consecuencia directa de la acumulación de aguas servidas y residuos humanos e industriales, que poco después dio lugar al llamado Gran Hedor del río Támesis. Es fama que, durante el verano de 1858, el aire en la zona central de Londres se volvió irrespirable.
La concentración de grandes plantas industriales y el consumo de carbón y otros combustibles no sólo incrementaron los ya elevados niveles de contaminación del aire, sino que aumentaron el vertido de sustancias químicas, mientras que el sistema de alcantarillado y las plantas de tratamiento de detritos humanos se vieron rápidamente desbordados.
Es imposible hacer aquí una historia detallada del proceso de contaminación de nuestro planeta. Tampoco nuestra sensibilidad o nuestra paciencia la tolerarían. Pero es hora de prestarle atención. Es más, ya se va pasando esa hora.
Algunas formas de contaminación
La contaminación es un problema producido por la misma explotación irracional de la naturaleza, esa que en el pasado provocó la extinción de grandes civilizaciones. Hoy, con el desarrollo industrial y tecnológico, las crecientes tendencias a la concentración económica y los alcances de las catástrofes ecológicas, el problema es global.
Con el más de un centenar de importantes derrames ocurridos desde el hundimiento del African Queen, que en 1958 volcó 21,000 toneladas de petróleo frente a las costas de Maryland, Estados Unidos; con el incendio y hundimiento de la plataforma petrolífera Deepwater Horizon, que vertió 779,000 toneladas de crudo en el Golfo de México, son 8,300,494 las toneladas de petróleo derramadas en los océanos del mundo, según ha computado Susan M. Libesde en su trabajo Introduction to Marine Biogeochemistry, publicado por Academic Press. Los estragos provocados entre los peces, moluscos, flora y aves marinas, tanto en los mares distantes de los accidentes como en las costas afectadas en forma directa, son incalculables
La fuga de isocionato de metilo (fórmula química utilizada en la elaboración de pesticidas), en la planta que la compañía estadounidense Union Carbide tenía en la India, provocó la muerte directa de entre 8,000 y 25,000 personas en la región de Bophal, antes de esparcirse en la atmósfera.
El accidente en la planta nuclear de Chernobyl (en la actual Ucrania), del sábado 26 de abril de 1986, es considerado uno de los mayores desastres medioambientales de la historia, estimándose que la cantidad de materiales tóxicos y radioactivos liberados fue unas 500 veces mayor que el liberado por las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Además de la muerte en forma inmediata de 31 personas, ese accidente provocó la evacuación repentina de 116,000 lugareños y esparció las nubes radioactivas sobre trece países de Europa oriental y central, como Suecia, Finlandia, Austria,
Noruega, Bulgaria, Francia, Suiza, Eslovenia, Italia, además de Rusia, Bielorrusia y la propia Ucrania.
Varios estudios demuestran que la incidencia de cáncer de tiroides en Bielorrusia, Ucrania y Rusia se ha elevado enormemente, y mientras algunos científicos sostienen que los efectos de la radioactividad afectarán a las poblaciones locales durante varias generaciones, el académico y especialista en asuntos ecológicos Alexéi Yablokov asegura que “al menos cinco millones de personas viven en las zonas contaminadas por la explosión en los territorios de Ucrania, Rusia y Bielorrusia”.
Para Yablokov, la contaminación humana se debe al consumo de alimentos de origen animal y vegetal afectados por la radiación que persiste en el subsuelo. Asimismo, el dirigente ecologista insiste en que en las áreas contaminadas la mortalidad es hasta un 4 por ciento mayor que en otras regiones, y que en los próximos quince años supondrá la muerte de al menos 300 mil personas.
Las explosiones en los edificios donde se encontraban los reactores nucleares, las fallas en los sistemas de refrigeración, la fusión del núcleo y la liberación de radioactividad al exterior en la Central Nuclear Fukushima 1 fue una de las tantas consecuencias del terremoto y maremoto que afecto a Japón el 11 de marzo de 2011.
Seis días después de la liberación de gases radioactivos al exterior, se detectó yodo radioactivo en el agua corriente de Tokio y, meses después, en la leche y en las espinacas producidas en la vecina región de Ibaraki. El yodo radioactivo, también conocido como radioyodo, puede ser absorbido a través de la comida y los líquidos contaminados, acumulándose en la tiroides, con alta probabilidad de producir anormales crecimientos de la glándula o, más probablemente, cáncer tiroideo radiogénico.
Casi simultáneamente se detectaron en California, a 8.600 kilómetros de distancia, partículas radioactivas procedentes de Japón, que habían atravesado el océano Pacífico, y días más tarde en lugares tan distantes como Finlandia, España y otros países europeos. Si bien en estos casos los niveles de radiación no eran peligrosos, son una prueba evidente de que la contaminación difícilmente queda circunscripta a una región determinada y que, con mayor o menor intensidad, sus alcances son globales.
Para resumir, la contaminación puede afectar a distintos medios o ser de diferentes características. La siguiente es una lista con los diferentes tipos de contaminación, sus efectos y sus contaminantes más relevantes.
Contaminación radioactiva
Nuestra sociedad comenzó a adquirir alguna conciencia de la necesidad de preservar el medioambiente reduciendo los niveles de contaminación recién a mediados del siglo xx, a raíz de la primera explosión nuclear. A los devastadores efectos locales sobre personas, animales y vegetales de Hiroshima y Nagasaki, siguió un fenómeno que sorprendió a los científicos de la época: la lluvia radioactiva, como se llama a la caída desde la atmósfera de partículas radioactivas originadas por una explosión nuclear. Compuesto de partículas calientes, este polvo puede alterar la cadena alimentaria humana y animal. La contaminación radioactiva puede permanecer en la atmósfera millones de años. Los desechos militares en países dedicados a la fabricación y experimentación de armas nucleares han causado numerosos desastres ecológicos, al igual que los ensayos con armas nucleares, habituales durante la Guerra Fría.
Contaminación atmosférica
Ella es consecuencia de la liberación aérea de sustancias químicas y partículas que alteran la composición del aire y entrañan un peligro para la salud. Los gases más comunes son el óxido de nitrógeno, el monóxido de carbono y el dióxido de azufre, producidos por la actividad industrial y los motores de combustión interna. Los hidrocarburos aumentan los niveles de esmog, niebla contaminante de graves consecuencias para la salud. Ello causa problemas respiratorios, especialmente en personas que tienen asma, daña las membranas pulmonares y puede provocar cáncer de pulmón en igual o aun mayor medida que el tabaquismo. La contaminación atmosférica puede ser local cuando los efectos afectan sólo las inmediaciones del foco de emisión, o alcanzan un carácter global, por ejemplo, a través de la ya mencionada “lluvia ácida”, sedimentación tanto húmeda como seca de contaminantes ácidos. Esta contaminación dificulta el desarrollo de la vida acuática aumentando la mortandad de peces; provoca graves daños forestales; elimina los microorganismos fijadores de nitrógeno; deteriora la superficie de los materiales; corroe las construcciones e infraestructuras, y produce un empobrecimiento de los nutrientes esenciales, provocando estrés en los vegetales, a los que torna más vulnerables a las plagas.
Contaminación hídrica
La liberación de residuos y contaminantes hacia los ríos penetran en las napas subterráneas y escurren en lagos y mares. Plásticos y otros desechos no degradables se acumulan en los océanos y las costas, y hasta en alta mar, como ocurre con la gran mancha de basura del Pacífico Norte. De un tamaño estimado en 1, 400,000 km2, esta auténtica isla flotante de basura se encuentra atrapada en las corrientes de giro del Pacífico Norte. Muchos de estos desechos de larga duración terminan en los estómagos de las aves y animales marinos, provocando su muerte. Las medusas comen las toxinas que contienen los plásticos, y a su vez, los peces grandes se comen a las medusas. Muchos se pescarán y serán alimento para los seres humanos, resultando así en una ingestión humana de dichas toxinas. El plástico marino también facilita la propagación de especies invasivas que se adhieren a la superficie de este plástico flotante y se desplazan a grandes distancias, colonizando nuevos ecosistemas.
Un informe de la organización Greenpeace ha demostrado que estos residuos plásticos afectan por lo menos a 267 especies de todo el mundo.
Contaminación del suelo
Tiene lugar cuando se derraman o filtran productos químicos sobre y bajo la tierra. Entre los contaminantes del suelo más significativos, se encuentran el petróleo y sus derivados, los metales pesados, los aditivos de los combustibles sin plomo, plaguicidas, herbicidas, y el enterramiento de grandes cantidades de basura de las ciudades. Esta contaminación puede afectar a la salud de forma directa y al entrar en contacto con fuentes de agua potable.
Contaminación electrónica
Producida por las radiaciones generadas por equipos electrónicos u otros elementos resultados de la actividad humana torres de alta tensión y transformadores, antenas de telefonía móvil, electrodomésticos, residuos de aparatos eléctricos y electrónicos etc., es cada día mayor, llegando en algunas regiones a niveles alarmantes, capaces de provocar cambios irreparables en el medioambiente.
Contaminación térmica
La contaminación puede consistir también en una alteración de la temperatura de un cuerpo de agua causado por la influencia humana, como el uso de agua como refrigerante para plantas de energía nuclear y las plantas productoras de pasta de celulosa. El incremento artificial de la temperatura puede tener efectos negativos para algunos seres vivos en un hábitat específico, ya que cambia las condiciones naturales del medio en que viven. Estos cambios de temperatura provocan un “shock térmico” en los ecosistemas, pues reducen la solubilidad de oxígeno y alteran el metabolismo de los animales acuáticos a tal grado que los lleva a consumir más alimento, reduciendo los recursos del ecosistema.
Vertido de residuos sólidos urbanos
Los residuos urbanos son en la actualidad unas de las formas más generalizadas de contaminación. Los vertederos comunes municipales son fuente de sustancias químicas que entran al medioambiente del suelo (y con frecuencia a capas de agua subterráneas), que emanan de la gran variedad de residuos aceptados, especialmente sustancias ilegalmente vertidas, así como descargas de dioxinas. Entre los residuos domésticos, los plásticos son uno de los principales componentes, suponiendo el 7% de su peso total y el 20% de su volumen. Son unos materiales muy resistentes a la degradación que impone la naturaleza y con una vida media muy alta.
Conservar la casa común
Tanta acumulación de datos puede tener dos efectos. Uno, el de alertarnos y volvernos agentes activos del necesario cambio de hábitos, motores de presión a las autoridades gubernamentales de control ambiental para que cumplan su función en pro de la salud colectiva. Otro, anestesiarnos y crearnos la falsa ilusión de que, desde nuestra posición de simples ciudadanos, no es mucho lo que podemos hacer. Este último efecto es tan común como erróneo.
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