Kitabı oku: «El discipulado financiero», sayfa 3

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Por sí sola, esta petición no tenía nada de malo. Es evidente que mostrar un interés amoroso por la familia no es contrario a los propósitos de Dios. Sin embargo, permitió que los vínculos familiares suplantasen el lugar de Cristo.

Con una perspicacia penetrante, Jesús dijo: “Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios”.

Es como si Jesús le estuviera diciendo: “Quiero que quienes me sigan estén dispuestos a renunciar a los vínculos familiares, que no se distraigan con temas de familia, sino que me pongan por encima de todo lo demás en sus vidas”.

Don Facilón abandonó a Jesús y se fue triste camino abajo. Sus aspiraciones demasiado confiadas para ser un discípulo se habían hecho trizas contra las rocas de los afectuosos vínculos familiares.

Aquí vemos tres obstáculos principales para el verdadero discipulado.

 Don Prisas: el amor por la comodidad terrenal.

 Don Pausado: la precedencia de un empleo o una ocupación.

 Don Facilón: la prioridad de los vínculos familiares.

¡A lo largo de mi vida me he encontrado con estos tres señores varias veces! Una pareja joven que antepuso las comodidades del hogar al llamamiento de Cristo. Un joven empresario, un líder con un gran potencial, que pensó que su carrera profesional era un llamamiento más elevado que “el llamamiento hacia lo alto” de Jesús. El hombre de negocios que no podía abandonar su cargo en la empresa familiar, aunque esta casi estaba destruyendo los planos espiritual y relacional de su vida.

No debemos desanimarnos en el proceso de hacer discípulos. Nuestra labor consiste en exponer claramente lo que Cristo demanda. Es triste que muchas personas en las que habíamos puesto nuestras esperanzas decidieran que el precio era demasiado alto.

El Señor Jesús sigue llamando, como siempre lo ha hecho, a hombres y mujeres que le sigan de una manera heroica y sacrificada.

4 Los discípulos son administradores

“Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas” (1 P. 4:10).

Dentro de la vida moderna de la Iglesia, el término “mayordomía” se ha relacionado sobre todo con la ofrenda económica, pero en la Biblia no es así. Todo lo que tenemos (no solo el dinero, sino también la vida, el tiempo, el talento y, sobre todo, el gran don de la gracia de Dios en toda su plenitud) nos lo ha confiado Dios para que lo administremos, usándolo para él. Somos sus administradores, y un mayordomo no era más que un siervo confiable en cuyas manos su señor ponía la gestión de su casa y de sus negocios, e incluso la educación de sus hijos. El señor “delegaba” todas las cosas al cuidado de su mayordomo.

“Que todos nos consideren servidores de Cristo, encargados de administrar los misterios de Dios” (1 Co. 4:1).

Un ministro de Cristo debe ser un administrador a quien se confíe lo que Pablo llama “los misterios de Dios”: esa sabiduría secreta y oculta de Dios, esas verdades valiosas que solo se encuentran en la revelación de la Palabra de Dios y en ninguna otra parte. Los discípulos financieros, como mayordomos, son responsables de dispensar en todo momento estas verdades a las personas a quienes sirven, de modo que las vidas se transformen y se vivan sobre el fundamento de estas verdades notables sobre la existencia. Estos misterios, cuando se entienden, son el fundamento sobre el que se basan todos los propósitos de Dios en nuestras vidas.

Cinco misterios

¿Cuáles son estos misterios o secretos? Estos son los cinco que considero primordiales:

1. El “misterio del reino de Dios”

“A vosotros se os ha revelado el secreto del reino de Dios; pero a los de afuera todo les llega por medio de parábolas” (Mc. 4:11).

Esto conlleva la comprensión de cómo Dios obra en la historia, cómo actúa mediante los sucesos de nuestro día a día y de los tiempos pasados, y cómo usa esos sucesos que llenan los medios de comunicación para obrar sus propósitos. Es un misterio que podamos influir en los reinos de este mundo con el reino de Dios, aportando luz a un mundo en tinieblas.

2. El “misterio de la maldad”

“Es cierto que el misterio de la maldad ya está ejerciendo su poder” (2 Ts. 2:7).

Necesitamos desesperadamente entender por qué nunca somos capaces de hacer ningún progreso en lo relativo a la resolución de los problemas humanos; por qué cada generación, sin excepciones, repite las luchas, los problemas y las dificultades de la anterior; por qué no aprendemos alguna lección de las crisis que soportamos.

Para los discípulos financieros, el dinero se describe como “las riquezas mundanas” en Lucas 16:11. En griego dice mammonas tes adikías. Traducido literalmente, esto significa “Mammón de maldad” y describe el poder subyacente en el dinero, que nos induce a tomar malas decisiones, sirviéndole a él en lugar de a Dios. Un discípulo financiero tiene que administrar este poder de iniquidad latente en el dinero, usándolo para fomentar el bienestar humano.

3. El “misterio de la piedad”

“No hay duda de que es grande el misterio de nuestra piedad” (1 Ti. 3:16).

Este es el notable secreto que Dios nos ha dado, mediante el cual se capacita al cristiano para vivir como es debido en medio de las presiones del mundo, con todos sus espejismos, sus tentaciones y sus peligros, no para huir de él sino para negarnos a conformarnos a él, y hacerlo de una manera amorosa y con gracia. Este es el secreto de la vida impartida: “que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27); Cristo en vosotros, accesible para vosotros, poniendo a vuestra disposición su vida, su sabiduría, su fuerza, su poder para actuar, para capacitaros para hacer lo que creéis que no podéis hacer. Este es el misterio de la piedad, la doctrina más transformadora de la vida que jamás se haya expuesto al ser humano y que tiene un efecto radical.

4. El “misterio de la Iglesia”

“Ese misterio… que los gentiles son, junto con Israel, beneficiarios de la misma herencia, miembros de un mismo cuerpo y participantes igualmente de la promesa en Cristo Jesús mediante el evangelio” (Ef. 3:1-6).

La Iglesia, esa sociedad nueva y sorprendente que Dios está creando, debe ser la demostración de un estilo de vida totalmente distinto para un mundo que nos observa. Debe repeler el impacto del mundo sobre ella y, en lugar de eso, ser una influencia en el mundo a su alrededor para transformarlo. La entrada en la Iglesia se hace por fe, sobre el fundamento de la obra de Jesús en la cruz.

5. El misterio del evangelio

“Orad también por mí para que, cuando hable, Dios me dé las palabras para dar a conocer con valor el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas. Orad para que lo proclame valerosamente, como debo hacerlo” (Ef. 6:19-20).

Debemos ser un canal por el que fluya el evangelio. La mayordomía se basa en el evangelio. Consiste en el proceso de integrar el evangelio en todas las facetas de la vida. En una época en la que parece que el mundo ha perdido la esperanza, el evangelio sigue siendo una “buena noticia”.

En unas vidas que buscan desesperadamente el entendimiento y la esperanza, el evangelio sigue aportando una nueva realidad. Cuando el pecado ata los corazones y las vidas humanas, el evangelio sigue teniendo el poder de romper las cadenas que aprisionan nuestras almas. Y nosotros somos administradores de esta buena noticia.

La mayordomía

Podemos explicar este concepto comparándolo con las tres patas de un taburete. Si queremos que el taburete se mantenga firme, cada pata debe ser estable e igual a las otras.

La primera pata del taburete es el hecho de que Dios es dueño de todas las cosas. Es el creador y sustentador de todo el universo, y jamás ha renunciado a esa condición de propietario. “Pues míos son los animales del bosque, y mío también el ganado de los cerros. Conozco a las aves de las alturas; todas las bestias del campo son mías. Si yo tuviera hambre, no te lo diría, pues mío es el mundo, y todo lo que contiene” (Sal. 50:10-12).

La segunda pata es que Dios nos ha redimido, o comprado por un alto precio, de modo que nosotros le pertenecemos, así como todo lo que tengamos en propiedad o se halle bajo nuestro control. “No sois vosotros vuestros propios dueños; fuisteis comprados por un precio. Por tanto, honrad con vuestro cuerpo a Dios” (1 Co. 6:19b-20). No poseemos nada y la buena noticia es que, si no tenemos nada, ¡no podemos perder nada!

La tercera pata del taburete es la invitación de Dios para convertirnos en administradores de su propiedad y de todos los recursos que él nos da. “Lo entronizaste sobre la obra de tus manos, ¡todo lo sometiste a su dominio!” (Sal. 8:6) ¡Qué privilegio tan maravilloso y qué enorme responsabilidad!

Cierto domingo, un señor ya mayor había concluido su curso de Compass - Finances God’s Way, Gestionando las finanzas a la manera de Dios. Dio las gracias al líder de su grupo y le dijo: “La única cosa de todo este estudio que ha tenido un impacto más grande y decisivo sobre mí, por sí sola, es la idea de que Dios lo posee todo, incluido yo”. Y siguió diciendo: “Llevo yendo a la iglesia toda mi vida, pero nunca se me había ocurrido esto. Pensaba que acudía a mi empleo y ganaba mi sueldo. Era mío para hacer con él lo que quisiera. Pero darme cuenta de que Dios es mi dueño, y dueño de todo lo que tengo, ¡eso me ha cambiado toda la vida!

Ahora soy consciente de que, dada esa propiedad de Dios, toda decisión de gastar se convierte en una decisión espiritual. Ya no pregunto ‘Señor, ¿qué quieres que haga con mi dinero?’. Ahora la pregunta es diferente: ‘Señor, ¿qué quieres que haga con tu dinero?’”.

Como mayordomo, tu vida y tus posesiones ya no son cosa tuya. Todo sirve para cumplir los propósitos de Dios con los recursos que él nos ha dado para que los usemos.

Se ha escrito y se ha enseñado mucho sobre la administración de los recursos, el dinero y los bienes materiales, y sin duda que en este libro tocaremos estos temas. Sin embargo, la necesidad del momento es que administremos las relaciones, y concretamente la manera que tenía Jesús de expandir el evangelio: haciendo discípulos.

5 Los discípulos hacen discípulos

Seguir a Cristo supone hacer nuevos discípulos, ¡como lo hizo él! Sus palabras resuenan a lo largo del tiempo: “Id, por tanto, y haced discípulos…”. No en primer lugar y antes que nada “haced el devocional cada día” o “aprended a administrar el dinero” o “haced negocios como Dios quiere”, sino “haced discípulos”.

La realidad es que siempre hemos participado en el proceso de hacer discípulos, pero estos no siempre eran discípulos para Jesús. Tú eres un discípulo. La pregunta es: “¿Quién te sigue?”. Tienes discípulos, personas que te observan diariamente. La pregunta es: ¿Cómo estás influyendo en las personas que te observan? Cada uno de nosotros sigue a alguien y todos tenemos una influencia significativa sobre otras personas. El proceso de hacer discípulos empieza en casa, con nuestro cónyuge y nuestros hijos, en el trabajo con nuestros compañeros y en los momentos de ocio con nuestros amigos.

En mi último empleo como director de una empresa de servicios aeroespaciales, teníamos contratados a unos 85 profesionales de alta tecnología. Yo consideraba a cada uno de ellos un “pre-discípulo”, porque quería que aprendiesen de mí “qué haría Jesús”. Como director, sabía que estaba trabajando en una especie de caja de cristal: todo el mundo miraba lo que hacía, cómo trabajaba, cómo trataba a las personas, cómo superaba conflictos y retos. Un principio bíblico a modo de guía era “Así brille vuestra luz delante de todos, para que ellos puedan ver vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre que está en el cielo” (Mt. 5:16). Mi oración era que cuando los demás me viesen trabajando, les indicase el camino a Cristo.

Un neozelandés, Paul Gilbert, escribió este himno:

Escribes un evangelio, un capítulo por día,

con las cosas que haces,

por las palabras que dices.

Los hombres leen lo que escribes,

sea falso o verdad;

dime, ¿qué es el evangelio?

¿Qué es según tú?

Hemos sido llamados a seguir a Jesús y, por lo tanto, queremos ayudar a otros a seguirle. No estamos pidiendo discípulos que nos sigan. Ni siquiera Pablo quería que los cristianos le siguieran, sino que siguieran su ejemplo, como afirma en 1 Corintios 11:1: “Imitadme a mí, como yo imito a Cristo”. No queremos ser líderes con muchos seguidores; queremos ser siervos que ayuden a muchos a seguir a Cristo. Discipulamos a otros porque queremos algo para ellos, no porque deseemos algo de ellos.

Todo empezó cuando Jesús llamó a doce hombres para seguirle. No se interesó en programas para alcanzar a las multitudes, sino en hombres a los que siguieran aquellas personas. Esos doce, y las personas a quienes ellos enseñasen, serían el método del Señor para ganar el mundo para Dios. Jesús comenzó a reunir a esos hombres antes de empezar a predicar públicamente.

El objetivo inicial del plan de Jesús era contar con hombres que dieran testimonio de su vida y prosiguieran con su obra cuando él regresara al Padre.

Resulta interesante observar que la creación de discípulos de Jesús tuvo escaso o ningún efecto inmediato sobre la vida religiosa de su época, pero eso no fue tan importante. Esos pocos primeros conversos estaban destinados a convertirse en los líderes de su Iglesia, que debería llevar el evangelio al mundo entero. La importancia de sus vidas se dejaría sentir durante toda la eternidad.

Lo que es más revelador de estos hombres es que al principio no nos parecen personajes clave. En su mayor parte eran hombres normales, trabajadores. Ninguno ocupaba un puesto destacado en la sociedad. Eran impulsivos, temperamentales, se ofendían fácilmente y tenían todos los prejuicios religiosos propios de su sociedad. Podríamos preguntarnos: ¿cómo es posible que Jesús utilizase a esos hombres? ¡Sin duda, no era el tipo de grupo que esperaríamos que ganase el mundo para Cristo! Aun así, Jesús vio en aquellos hombres sencillos el potencial de liderazgo para el reino.

“Eran gente sin estudios ni preparación” conforme al mundo (Hch. 4:13). Aunque a menudo se equivocaban en sus juicios y eran lentos para comprender las cosas espirituales, eran hombres honestos, dispuestos a confesar su necesidad… ¡y eran educables!

Quizá lo más significativo de ellos era su deseo sincero de Dios y de las realidades de la vida de este. Estaban hartos de la hipocresía de la aristocracia que gobernaba. Algunos de ellos se habían unido al movimiento de avivamiento de Juan el bautista (Jn. 1:35). Aquellos hombres buscaban a alguien que les guiase en el camino de la salvación. Jesús puede usar a cualquiera que quiera ser usado.

Aquí estriba la sabiduría de su método, el principio fundamental de concentrarse en aquellos a los que pretendía usar. Uno no puede transformar el mundo sin transformar a los individuos. Las personas no pueden cambiar a menos que sean modeladas en las manos del Maestro.

Jesús distribuyó deliberadamente su tiempo entre aquellos a los que quería formar.

Según parece, un principio fundamental para hacer discípulos es que cuanto más concentrado sea el tamaño del grupo al que se enseña, mayor es la oportunidad de que la instrucción sea eficaz. Jesús ministró a las multitudes, pero enseñó a unos pocos. Jesús no intentaba impresionar a la multitud, sino introducir un reino. Esto suponía que necesitaba a personas que pudieran dirigir a las multitudes, de modo que se dedicó principalmente a unos pocos, de modo que al final pudieran salvarse las masas.

Habiendo llamado a sus hombres, Jesús convirtió en su hábito estar con ellos. Esta fue la esencia de su programa formativo: sencillamente dejaba que sus discípulos le siguieran… ¡nada más! El estilo de Jesús era increíblemente sencillo… Jesús no contaba con una escuela formal, ni seminarios, ni un curso planificado que estudiar, ni ninguno de esos procedimientos cuidadosamente organizados que hoy se consideran tan necesarios.

Lo increíble es que lo único que hizo Jesús para enseñar a esos hombres fue tenerlos cerca de él. Jesús era su propia escuela y también su propio currículo.

El principio básico de hacer discípulos es “que lo acompañaran” (Mc. 3:14). No hay ningún sustituto para “hacer vida” con otras personas. El amigo/mentor/consejero debería estar con el nuevo creyente todo el tiempo que fuera posible, estudiando la Biblia y orando con él/ella; al mismo tiempo, respondiendo a sus preguntas, clarificando la verdad y buscando juntos ayudar a otros.

La única manera de formar eficazmente a esos líderes es dándoles un líder al que seguir.

Cuando hablemos de la elección que hizo Jesús de doce hombres como sus discípulos, debemos ser conscientes también de que muchas mujeres le siguieron y aprendieron de él. “Después de esto, Jesús estuvo recorriendo los pueblos y las aldeas, proclamando las buenas nuevas del reino de Dios. Lo acompañaban los doce, y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, a la que llamaban Magdalena, y de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Chuza, administrador de Herodes; Susana y muchas más que los ayudaban con sus propios recursos” (Lc. 8:1-3). ¡Aquellas mujeres también apoyaban económicamente a Jesús! Eso es lo que hacen los discípulos.

He tenido el privilegio de conocer a tres mujeres piadosas que hacían discípulos y que influyeron mucho en mi vida. Corrie ten Boom fue encarcelada por los nazis en un campo de concentración y es famosa por el perdón que le concedió al brutal guardia del campo, con quien se reunió una vez concluida la guerra. Su vida estuvo dedicada a llevar a personas a Jesús y dejó tras ella una herencia permanente. Dijo: “Nunca podrás aprender que lo único que necesitas es a Cristo hasta que él sea lo único que te queda”.

Gien Karssen es menos conocida, pero formó parte de los comienzos del ministerio de Los navegantes en Holanda. Discipuló a muchas mujeres e influyó en un gran número de hombres en el caminar de estos con Cristo. Su vida se caracterizó por tres cosas; como ella misma escribió: “un gran amor por Dios, un profundo respeto por su Palabra y la pasión para compartir mi vida con otros”.

Por último, pero no en último lugar, mi esposa, Didie, ¡que lleva disciplinándome cincuenta años! (Es que aprendo lento).

El sistema de Jesús: cinco entornos distintos

Jesús fue, claro está, el discipulador perfecto. Tenía un amor perfecto, un propósito perfecto y un método perfecto para formar a los suyos. Si seguimos su método, podemos estar seguros de las bendiciones de Dios sobre nuestro discipulado de otros. Aprendí estos cinco principios de Kent Humphreys, que entonces era presidente de la Fellowship of Companies for Christ (“Comunidad de Empresas para Cristo”), de las que formaba parte mi empresa. Él ejemplificaba esos principios para discipular a empresarios y empresarias. Yo seguí a Kent porque él seguía a Jesús.

1. Jesús pidió a todo el mundo que respondiera a las buenas noticias

Siempre que Jesús llegaba a una comunidad, exponía a todos los habitantes las buenas noticias y este es el motivo de que la gente inmediatamente le rodease. Nosotros, como Iglesia moderna, estamos haciendo un buen trabajo compartiendo las buenas noticias de Jesucristo por medio de la evangelización, los cultos eclesiales, vídeos, periódicos, radio, televisión, internet, revistas, tratados, etc. Jesús hablaba a todo el mundo. “Id por todo el mundo y anunciad las buenas nuevas a toda criatura” (Mc. 16:15).

2. Jesús enseñó a muchos a comprender los principios divinos

Jesús tenía grandes congregaciones de personas que escuchaban su enseñanza. Enseñó en las sinagogas y en las laderas de las colinas, hasta a más de cinco mil personas. Dijo que enseñaba con el propósito de que otros entendieran. La enseñanza crea una atmósfera que estimula el pensamiento. Responde a las preguntas de “quién” debe hacer el ministerio y “qué” debe hacer. Se trata de un ejercicio mental; por lo tanto, puede generar una transformación personal, o bien solo más conocimiento. Pero siempre es el punto de partida del cambio. “De nuevo Jesús llamó a la multitud. ‘Escuchadme todos’, dijo ‘y entended esto’” (Mc. 7:14).

No carecemos de buena enseñanza en nuestras iglesias, conferencias, online, libros y vídeos. Hoy en día, la Iglesia no solo expone al mundo las buenas noticias, sino que es probable que estemos haciendo un trabajo más eficaz como enseñadores de lo que jamás habíamos logrado.

3. Jesús formó a algunos para que trabajasen

Jesús formó a setenta personas para que se fuesen y continuasen con el trabajo. El proceso que empleó fue el siguiente: exponía una verdad para que ellos pudiesen oírla, les enseñaba algo para que pudieran entenderlo y les formaba para que pudieran hacerlo. Un dicho antiguo, pero cierto, sostiene que: “Decir no es enseñar. Escuchar no es aprender. Se aprende a hacer haciendo”. En otras palabras, solo porque le digamos algo a alguien no quiere decir que le estemos enseñando. El mero hecho de que escuche no significa que aprenda. La gente aprende a hacer cosas cuando las hace. La formación tiene que ver con la práctica.

La formación propicia un entorno en el que el cambio individual se produce dentro de un grupo reducido. Quienes forman ese grupo participan emocionalmente en relaciones con otros, dentro del proceso de formación. Para muchos de vosotros, la formación se traduce en un seminario de fin de semana al que asistís un día, o bien un seminario formativo durante la semana. Es posible que en esos eventos se enseñen cosas, pero la formación conlleva aprender cómo y cuándo un individuo tiene que hacer las cosas que le han enseñado. Conlleva ir y hacer.

Si un pastor es docente pero no capacita a las personas a que él mismo u otros en su iglesia las formen, solo está practicando un aspecto de lo que hizo Jesús. Si un pastor es evangelista y habla en la radio y en la televisión, reparte tratados y cuenta a muchas personas las buenas noticias, pero no lleva a esas personas a la fase siguiente de la enseñanza o a dar el próximo paso de la formación, no está acabando la tarea que Jesús le encomendó. Entonces, ¿a quién estás formando en tu iglesia? Jesús habló a todos, enseñó a muchos, formó a unos pocos.

Fíjate en que, a medida que se reduce el tamaño del grupo, hay menos organización y más oportunidades para la relación. Cuando hablas a alguien en el contexto de un grupo grande, no hay ocasión para desarrollar relaciones personales. Si enseñas a muchos, puedes impartirles principios, pero no tener una relación personal con cada individuo. Cuando empiezas a formar, hay menos organización y relaciones más profundas. Por último, cuando te dedicas a empoderar a cada persona en concreto, mantienes una relación muy alta y una organización extremadamente reducida.

Hoy en día tenemos un problema con el ejemplo de nuestras iglesias, porque no hemos seguido el ejemplo de Jesús. Nos centramos mucho en la organización y en las estructuras de los grupos numerosos, pero no en las relaciones que se producen en la formación en grupos reducidos. Un amigo mío me ha dicho justo hoy que estuvo en un entorno eclesial en el que los ancianos se reunían regularmente, pero no tenían una relación estrecha unos con otros; por lo tanto, cuando sobrevino una crisis, estuvieron bien organizados, pero no relacionados. La mayoría de los problemas que encontrarás en tu iglesia tendrá poco que ver con la organización o la estructura; los problemas tendrán que ver con las relaciones. El motivo de que tengamos problemas relacionales en nuestras iglesias es que hablamos a todos, enseñamos a muchos, formamos a unos pocos, pero hay dos últimas tareas que no se nos dan muy bien: equipar a otros y ser ejemplos de una relación personal con Dios. Lo cuarto que hizo Jesús fue equipar a unos cuantos para reproducir su obra.

“Después de esto, el Señor escogió a otros setenta y dos para enviarlos de dos en dos delante de él a todo pueblo y lugar adonde pensaba ir. ‘Es abundante la cosecha —les dijo—, pero son pocos los obreros. Pedidle, por tanto, al Señor de la cosecha que mande obreros a su campo’” (Lc. 10:1-2).

4. Equipó a unos pocos para continuar su obra

Jesús marcó la pauta de equipar a un grupo muy reducido, doce personas, y dedicar un tiempo y un esfuerzo adicional a solo tres de ellos. Personalmente, creo que esa formación especial se produce con un grupo que va de dos a doce personas. Jesús nos dio el modelo de doce porque no puedes preparar a un líder en un grupo grande. El vocablo griego para “equipar” o preparar se encuentra por primera vez en Marcos capítulo 1 y se traduce como “remendar las redes”. Significa tomar algo que ya no es funcional y volverlo útil de nuevo. Eso es lo que intentamos hacer. Cuando equipamos a una persona, la apartamos del banquillo, donde no funciona correctamente, y la hacemos funcionar bien para que Dios la use. Esa persona se motiva cuando aprende a tomar decisiones espirituales y durante el proceso de preparación se responde a las preguntas “¿dónde?” y “¿por qué?”. ¿A quién le estás entregando tu vida?

Jesús no solo formó a Pedro, a Jacobo y a Juan, sino que ellos se convirtieron en sus amigos más íntimos. Esos eran los hombres a los que él quería tener cerca en su vida cuando esta hizo su quiebro más duro: el huerto de Getsemaní.

¿Quiénes son las personas que forman tu círculo interior? Cuando te acercas a las tormentas de la vida, ¿quiénes son las personas a las que recurres? ¿Hay tres personas a las que, si tuvieras una crisis en su vida, llamarías inmediatamente? ¿Hay tres personas que se interesen por tu alma y que te ministrarían? Puede que te lleve varios años mantener relaciones para descubrir a las personas que compondrían un círculo interior, pero cada uno de nosotros necesita tener a un Pedro, un Jacobo y un Juan en su vida. Ora pidiendo tales individuos, y búscalos. Quizá sean personas distintas a las que estás formando; es posible que ni siquiera vivan en tu ciudad; pero encuentra a esa gente y nutre tu relación con ella.

“Al anochecer llegó Jesús con los doce” (Mc. 14:17).

Veamos qué es lo último que hizo Jesús.

5. Ejemplificó una relación con el Padre

El objetivo de toda enseñanza, formación y preparación espiritual es permitir que los hombres y las mujeres caminen con Jesucristo. La importancia no radica en nuestra mente, ni en nuestras emociones o ni siquiera nuestra voluntad, sino en la motivación de nuestro corazón. Cuando otros miran tu vida, ¿qué ven? ¿Les permites acercarse lo suficiente para que te vean como eres realmente? Jesús permitió a los discípulos estar lo bastante cerca como para verle en su momento de crisis, de modo que pudieran percibir su relación con el Padre.

Si eres un líder en el Cuerpo de Cristo, la gente mira cómo vives tu vida. Quieren ver cómo reaccionas cuando las cosas van bien y observan cómo gestionas tu vida cuando estás pasando por una crisis.

Observaron qué hizo Jesús en aquella crisis. Observaron la relación entre el Padre y el Hijo. En cuatro ocasiones, en Juan 17, la última oración de Jesús por sus preciados discípulos, él rogó pidiendo “que sean uno”. Deseaba unidad para ellos y les permitió acercarse lo bastante a él como para que aprendiesen de su ejemplo. ¿Quieres unidad en tu iglesia, empresa, gobierno, familia o comunidad? Sé el modelo de un hombre cuyo corazón pertenece por entero a Dios y él creará unidad.

Es fácil decir que Jesús era perfecto, de modo que, como es lógico, no le importaba que los discípulos se le acercasen. Pero, ¿quién de entre nosotros desea que la gente se aproxime lo suficiente como para ver que no somos perfectos? Dios no nos exige la perfección. Lo único que pide es un corazón que le busque, que tema al Señor. Él honrará a ese corazón, que cuando esté en el interior de una persona inducirá a otros a acercarse más a Dios.

En Marcos 14:33, Jesús demostró otro estilo diferente: tomó a tres de los discípulos (Pedro, Jacobo y Juan) y compartió algunos temas en privado con ellos. Aquel era su círculo interior, donde invirtió más tiempo que el que dedicó a los otros nueve discípulos. Muchos de sus momentos más difíciles los pasó junto a esos hombres. De hecho, Pedro le negaría tres veces. Es evidente que Jesús pensaba que este método íntimo de influencia valía la pena el tiempo invertido en él, e incluso Pedro demostró que era así cuando se convirtió en el vibrante líder de la Iglesia del siglo I.

Por último, fijémonos que en Marcos 14:35, Jesús se apartó de los tres y se postró sobre su rostro delante de su Padre. A menudo, en los relatos de los evangelios se recoge que Jesús a menudo abandonaba a los discípulos para pasar un tiempo en oración con Dios Padre.

Estos cuatro entornos distintos (el grupo numeroso, el grupo reducido, el círculo interior y el tiempo a solas con Dios) son igual de esenciales para las personas que hoy hacen discípulos.

La Biblia dice, en el Salmo 25, que “¿Quién es el hombre que teme al Señor? Será instruido en el mejor de los caminos. Tendrá una vida placentera, y sus descendientes heredarán la tierra. El Señor brinda su amistad a quienes lo honran, y les da a conocer su pacto” (Sal. 25:12-14).

¿Dónde está el hombre o la mujer que teme al Señor? Dios le enseñará cómo elegir lo mejor. ¿Permites a otras personas que vean cómo eliges lo mejor? ¿Les dejas ver las motivaciones de tu corazón en tu vida? Cuando otros observan tu vida, ¿qué ven? ¿Les permites acercarse lo suficiente como para que te vean cómo eres de verdad?

Cuando Jesús ascendió al cielo, seguramente los discípulos se sintieron como si hubieran naufragado. Ahora que él ya no estaba con ellos, en la carne y todos los días, seguramente vivieron una época de nerviosismo e incluso de temor. Jesús sabía que estaban preparados, pero a ellos la experiencia aún no se lo había demostrado. Aun así, sabían que podían depender de lo que le habían visto hacer, las cosas que les había enseñado y la guía del Espíritu que les había enviado recientemente. Su mayor consuelo estaba en el modelo del Señor.

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