Kitabı oku: «Sobre el deporte», sayfa 2
Esta relación entre el Dios y la Diosa será muy precaria, en cierto modo inexistente. La frigidez de ella (su bondad y su inteligencia están en otros lugares), la estrechez mental (estética) de él. Y, a su alrededor, el coro de los amigos comunes, el «murmullo» de «los que saben», de los presentes, testigos: al menos la mitad «más o menos», y por tanto bastante pérfidos, crueles sobre todo en captar los primeros síntomas del declive, del hecho de que empiezan a estar out, como se decía el año pasado.
Relación sin peso real, humano o sensual, pero capaz de introducir al bruto Dios taurino, al futuro portero de la selección nacional, con sus narices en los fastos de la Italia consciente, no provincial, la Italia de los Grandes.
Haz lo que te parezca conveniente, pero en los fla-shes de la historia, en el montaje, ruinoso y esplendoroso, yo no insistiría demasiado ni en el lado erótico de la vida de la celebridad ni en las relaciones con el pequeño tifo, con los millones de personas que juegan a la quiniela.
Lo que me interesaría iluminar, persiguiendo a nuestro Juanito, son los desgarros de la Italia industrial. Aquí hay un punto oscuro, te lo confieso. Juanito ha costado, digamos, unos cincuenta o cien millones. ¿Quién los ha pagado? ¿La Sociedad, el «Inter», el «Milan», la «Roma»? ¿Qué relación hay entre la Sociedad y su presidente? ¿Qué manos van amontonando los enormes beneficios de la pasión de cada domingo? Yo, sobre este punto, me he quedado en el idealismo del instituto, cuando jugar con el balón era la cosa más bella del mundo. Tú, que siempre fuiste torpe, por tu propio carácter siempre te ha gustado echar las cuentas de los bolsillos ajenos: ya conoces casi todo sobre esos asuntos de millones y millardos. Te bastará con profundizar, ampliar el cerco de la curiosidad de prensa amarilla, dar un aspecto moralista y sociológico a tu investigación de italiano sin ideales. Investiga lo que puede suceder siguiendo la pequeña historia de una fulgente estrella, ¡que pronto desaparecerá de nuevo en el continente de su infancia!
Una grieta en la trama del neocapitalismo italiano, una mirada sacrílega a su interior. Una nueva perspectiva sobre la Fiat, ¿lo entiendes? O sobre las grandes industrias farmacéuticas o sobre las flamantes fábricas del Bienestar (dejemos incluso a Lauro en la deriva de la Italia meridional que navega de nuevo hacia los siglos del Bajo Imperio). Nada mejor que el Inter de Herrera —ese equipo de 1963, dispuesto a vencer la liga— puede representar al Nuevo Milan.
Un muchacho tan disociado como Juanito, un muchacho con ojos azul celeste de mujer o de bestia. La amistad de este durísimo y delicado hijo de patrones, y el durísimo y basto hijo de los sirvientes. Es natural que el hermano pequeño (o el hijo, justamente) del Presidente de la Sociedad se haga amigo del Dios, que es de su misma generación: es una amistad que suscita simpatía. Ya decidirás tú si es verdadera o si es una simple ocurrencia…
Podría haber una finalidad de menor importancia: por ejemplo, el señor Ferrari está «convocando» a los jugadores para configurar la «formación» de la selección nacional. Es un partido importante, pongamos contra Inglaterra (o quizá mejor contra un equipo secundario, Bulgaria, Checoslovaquia, un equipo «revelación» con un buen año futbolístico, resurgiendo tal vez por una reciente y sensacional victoria contra Inglaterra —un equipo, pues, como Hungría—).
Está claro que, si nuestro Juanito es seleccionado y finalmente elegido, su precio aumentará cincuenta o cien millones. De aquí el interés de la Sociedad, la necesidad de valorizarlo, de hacerlo popular: conquistar la opinión pública para que esto pese luego en el fuero interno del señor Ferrari.
Podría haber quizá una finalidad de mayor importancia, pero yo aquí preferiría ser prudente. Piénsalo tú, investiga. El Presidente de la Sociedad es uno de los mayores empresarios industriales del Norte, por ejemplo. Y en su fábrica —decenas de miles de obreros y, por tanto, de tifosi— van a celebrar elecciones (pequeños flashes sobre: Comisiones internas salientes, células del PCI, secciones de la DC, sede de la CGIL, de la UIL27, etc., agitación en la fábrica, mítines, etc.). Mecanismos de propaganda electoral en marcha; en el dulce, blando, reconfortante y santo lavado de cerebros, el «equipo del alma» no puede no estar en los primeros puestos, empezando naturalmente por las primeras páginas de las revistas. Y ahí aparecen las fotografías de la amistad entre el joven hijo del patrón y el idolatrado hijo de la plebe.
Siempre hay, en los jóvenes, un fondo de inocencia, como es comprensible. Y estos siguen con fe el juego de los padres, raza atroz.
Ten en cuenta que, en cualquier caso, el hijo del millonario Presidente vive como algunos locos que se pasan toda la vida en un ligero estado de desdoblamiento, como diciéndose: «Me está pasando algo que es la vida». El hijo ha recibido el poder de príncipe heredero y no sabe dónde meterlo: pero no es necesario, porque el poder es como la vida —está donde está—. En él hay una desproporción contraria a la del Dios portero. Y está como embelesado por ello. Pero, como Juanito, él también lo arregla todo con la ilusión que ofrece lo práctico. Lo que poco a poco sucederá en su vida —la desesperación, la disociación, la cocaína— no le concernirá: permanecerá oculto tanto en él como para la sociedad. El shock que sufrió en la cabeza al nacer lo trastornará para toda la vida. Será siempre tal y como aparece en la fotografía de la revista, con una tirada de un millón de ejemplares, que inmortaliza su amistad con el glorioso proletario de San Pablo, portero de la selección italiana, después de una victoria contra Bulgaria o Checoslovaquia, un domingo de invierno. En ambos muchachos, los ojos parecerán incrustados en sus ojeras, con su sonrisa, con el recuerdo de su verdadera personalidad, abandonada nadie sabe dónde: con la luz de su inocencia velada por la voracidad en el caso del proletario moreno, y por la indiferencia en el potente y débil muchacho millonario de ojos azul celeste.
Yo lo dejaría aquí. No jugaría con la caducidad de la gloria, dejaría a Juanito en la cumbre: el amor de la Diosa, la amistad del hijo del Presidente. En la ilusión de que todo esto le corresponde realmente, de que será duradero. A pleno sol de la felicidad deportiva, después de una victoria de su equipo conseguida gracias a él: con toda la Italia tifosa, neocapitalista y erótica a sus pies, un domingo cualquiera de invierno.
Il Giorno, 14 de julio de 1963
De Encuesta sobre el amor28
[Pasolini entrevista a jugadores del Bolonia]
Una pregunta, Pavinato, ¿la idea que usted tiene de la vida sexual es una idea que viene acompañada de placer o de un sentimiento de inquietud?
De placer.
Entonces, ¿se siente libre?
Sí, tranquilo, o más bien libre.
Por ejemplo, en su vida profesional, cuando está jugando, cuando está en el campo en pleno partido, se siente libre de cualquier inhibición, de cualquier represión, ¿no es cierto?
Sí, cierto…
¿Y sucede lo mismo en el campo sexual?
Sin duda.
Así pues, cree que no tiene problemas por cuanto respecta a la carne… ¿usted es véneto, verdad?
Sí, de Vicenza.
El Véneto es una región muy católica en general, ¿verdad? ¿Cree que los vénetos tienen la típica inhibición católica en este aspecto?
No, no lo creo.
O, al menos, usted se siente al margen de esa inhibición…
Sí, al margen.
Vale… ¿y todos estáis de acuerdo con Pavinato? Se lo preguntaremos, por ejemplo, a un goleador, a Pascutti. ¿Se siente libre como Pavinato en las empresas arduas?
Sí, sin duda… quiero decir que…
Pero no digo solo «libre» en el sentido de su comportamiento sexual personal, es decir, en cierto momento te enamoras de una chica y te lanzas. No, digo «libre» también en el sentido intelectual, en la manera de juzgar a los otros…
Sí, yo me siento libre en ambos campos, sin duda.
¿No siente ningún tipo de inhibición?
No, no.
¿Realmente ninguna?
De ningún género y de ningún tipo.
Vale, ¿y usted, Negri?
A mí… me parece bien así.
No le entiendo.
Vaya, que no tengo nada que decir.
Pero ¿cómo que no tiene nada que decir? ¿En qué sentido? Usted no…
Así, ni siquiera pienso en ello.
No piensa en ello…. Ah, cerrado como un catenaccio. Pero ¿es posible que nunca piense en el amor?
No me preocupa.
¿Y usted, Bulgarelli?
Casi todos hemos aprendido el catecismo… sobre todas estas cosas, en la iglesia, en la parroquia, y cada uno de nosotros siente en el fondo del fondo esa represión.
Y a usted, Furlanis, querría hacerle una pregunta un poco diferente. En el terreno profesional, es una obligación frecuentar poco a las mujeres, en el sentido de que tenéis deberes precisos de tipo atlético, físico, ¿no?
Sí, así es.
¿Y usted piensa que esta continencia que os imponen es solo por razones fisiológicas o también por razones psicológicas?
Fisiológicas, creo.
¿Solo fisiológicas? ¿Piensa realmente que la castidad da más vigor, más fuerza muscular?
Sí, sin duda, porque…
¿No cree entonces que esa represión tiene como objetivo daros una mayor agresividad en el campo?
Sí, sí, sin duda…
«Salvadore y la paz en televisión»
Un elogio para Sandro Salvadore, que no ha querido escenificar en televisión su reconciliación con Dino Panzanato29. Él —ha dicho— ha hecho las paces en privado. ¿Por qué reclamárselo? Como es sabido, los futbolistas están viciados: durante unos años de su juventud, son divos como ningún otro divo. Nada es igual que un estadio lleno de gente: ni siquiera el gran público del cine, fraccionado en mil salas y salitas, puede compararse con esa masa viva, rugiente y, finalmente, atormentadora de espectadores. Y en ningún otro ámbito se realiza una transferencia semejante en el propio ídolo, como ideal realizado de uno mismo. Eso explica, pues, que algunos jugadores de fútbol estén un poco viciados. El gesto de Salvadore es, por tanto, en cierto modo extraordinario.
«Il caos», Tempo, 4 de enero de 1969
«En el estadio la pasión no cambia»
En el último partido al que he asistido jugaban el Torino y el Inter, hace dos o tres domingos. Fui a verlo en uno de esos grises días turinenses con Mario Soldati30. Ganó el Torino31, al que yo animaba en esa ocasión, aunque con gran esfuerzo: porque la… clase —sí, lo repito, esa horrible palabra, la «clase»— del Inter me fascinaba —aunque solo se manifestó, y por momentos, en la primera parte, especialmente a través de Corso («clase» no significa siempre simpatía; la clase es como la gracia: cruel).
Aquel mismo domingo el Bolonia perdió (mi impresión es que inmerecidamente) contra la Roma de Herrera por dos a uno. ¡Qué dolor! ¡Qué dolor! Soy tifoso del Bolonia. No tanto porque haya nacido en Bolonia, sino porque volví a Bolonia (tras largas estancias, épicas o épico-líricas, en el valle padano) con catorce años y empecé a jugar al balón (después de haber despreciado tanto ese juego, yo que amaba jugar solo a la guerra). Todas las tardes que pasé jugando al balón en los Prados de Caprara (jugaba seis y siete horas seguidas, sin interrupciones: extremo izquierda, por lo que mis amigos me llamarían, unos años después, «Stukas» —dulce y sombrío recuerdo—) fueron indudablemente las tardes más bellas de mi vida. Solo con pensarlo se me hace casi un nudo en la garganta. Por entonces el Bolonia era el Bolonia más potente de su historia: el de Biavati y Sansone, Reguzzoni y Andreolo (el rey del campo), Marchesi, Fedullo y Pagotto. No he visto nunca nada más bello que los pases que intercambiaban Biavati y Sansone (a Reguzzoni lo recuperamos un poco con Pascutti). ¡Qué domingos en el estadio comunal! Pero, qué extraño suena, todo ha cambiado en estos treinta años. Me acuerdo de aquella época como si fuera la época de un muerto: todo ha cambiado, pero los domingos en los estadios son idénticos. Me pregunto por qué…
«Il caos», Tempo, 4 de enero de 1969
«Deporte y cancioncillas»
He leído —sin creer lo que veían mis ojos— el texto de una mesa redonda en la que han participado, con algunos jóvenes, Moravia y Herrera32. Herrera dice: «El fútbol —y en general el deporte— sirve para distraer a los jóvenes de actitudes contestatarias. Sirve para tener tranquilos a los trabajadores. Sirve para no hacer la revolución. Como hace Franco en España con las corridas de toros».
Pero ¡esto es enorme!
¡Y nadie se ha parado a comentar tal enormidad!
¡Nadie, ni siquiera los periódicos de izquierda!
Y esto es tanto más enorme que la enormidad que ha dicho Herrera con tanta inocencia: lo digo porque Herrera es inocente, de una inocencia que tira para atrás, mientras que los fallidos comentadores no lo son.
Herrera, sin darse cuenta, con atávica y ni siquiera antipática impudencia, ha desenmascarado el fútbol y el deporte en general: su función reaccionaria, su sometimiento al poder. Eran cosas que ya se sabían. Pero era impensable que pudieran expresarse con tanta claridad, con tanta violencia y seguridad. Un hombre que por carácter e ideología no se escandalice nunca, ante nada, no puede no escandalizarse por lo que se puede decir y hacer «ingenuamente» desde la derecha: y, en consecuencia, no puede no indignarse por la falta de reacciones desde la izquierda.
¿Acaso los periódicos de izquierda tienen miedo de criticar a Herrera? ¿Tal vez porque los trabajadores acuden en masa a los estadios? Y, por tanto, ¿sería impopular hablar mal de Herrera, como sería impopular hablar mal de los insoportables cantantes de cancioncillas que, como el fútbol e incluso peor, «distraen de la revolución»?
Entendámonos: no estoy haciendo de moralista de pacotilla. Yo, de hecho, vivo la contradicción del deporte (a diferencia de Moravia que, por ello mismo, se sentía un poco «incapacitado» —como se dice— en la discusión con Herrera): yo he hecho deporte y también lo sigo de alguna manera (¡ay!) como tifoso. Como también, por otra parte, soy sensible a cierta poesía de la cancioncilla estúpida, cual hecho bruto de la realidad, que tiene el poder físico —como la magdalena de Proust— de concentrar en sí mucha existencia de cierto momento propio de estos años que vamos viviendo: tanto es así que pocas cosas tienen el potencial de evocación que tienen esas cancioncillas, incluso las malas. Si vuelvo a escuchar la melodía de la orquestina de Pippo Barzizza33 del 38 o 39, siento verdaderas «intermittences du cœur»34, aunque avergüencen. Pero ciertos colores, cierta presencia física de las ciudades italianas de aquellos años aparecen con gran fuerza y una claridad pasmosa, surgen realmente de las notas estúpidas de aquellos motivos musicales. Y así, para volver ahora al fútbol, me sé los nombres de los jugadores de casi todos los equipos, no solo de los actuales, sino también de las temporadas pasadas; y sigo lo que va pasando. En definitiva, no me separo de ello en un rechazo que sería como negar una realidad negativa o incluso vergonzosa.
Ahora bien, precisamente por esto mismo, porque lo vivo desde dentro, puedo hablar sin la pureza de quien no conoce las cosas y no se ve implicado. Puedo permitirme, por una vez, escandalizarme.
«Il caos», Tempo, 29 de noviembre de 1969
«La guerra de Troya continúa»
Y usted, Pier Paolo Pasolini, ¿está de acuerdo con el hecho de que la literatura es vanguardista y experimental, reducida hoy en día a un dialecto propio de una casta sacerdotal, mientras que el periodismo deportivo es un lenguaje vivo?
La literatura, como todo el mundo sabe, es una jerga, un código. Así pues, la practica una élite, aunque esta élite se esté ampliando hoy en día. Ahora bien, yo no veo una oposición entre lenguaje literario y lenguaje deportivo, porque el lenguaje deportivo es un subcódigo del código literario. Pero el lenguaje deportivo no es el lenguaje de los periodistas deportivos.
Y entonces, ¿cuál es?
El verdadero lenguaje del deporte es el lenguaje atlético, físico, muscular, técnico, estilístico de los mismos jugadores. Vi el partido Italia-Eire35. Un encuentro muerto, sin lenguaje, sin invención. Luego, de golpe, no recuerdo en qué minuto, revivió. Se produjo una chispa, una invención de juego: incluso ese relato sin lenguaje tuvo su momento de poesía. Por eso digo que el lenguaje del fútbol solo se manifiesta cuando los jugadores expresan una invención. El lenguaje del fútbol es, por ejemplo, cuando Rivera toca el balón de cierta manera.
¿Ha leído a los viejos escritores de deporte?
De niño, en Friuli, leí las crónicas de un Giro de Italia escritas por Ugo Ojetti. Ojetti era un pequeñísimo escritor, pero en aquellas crónicas encontraba acentos de una notable frescura.
Usted también ama el fútbol, ¿verdad, Pasolini?
Jugué al fútbol en los equipos universitarios, e intento seguir jugando cada mañana, cuando puedo, especialmente cuando me paso entre diez y doce horas al día frente a la moviola montando las películas. También he escrito un relato sobre un jugador de fútbol36. Pero tampoco querría parecer un defensor inconsciente del fútbol y del deporte en general, porque sé perfectamente que es una evasión. Cuando Herrera hizo aquella entrevista con Moravia y dijo que el fútbol servía para distraer a los jóvenes de la «rivolusión», le dije cuatro cosas más fuertes que todos los otros. En esos casos, digo sobre el fútbol lo que se debe decir, pero no quiero pasar al otro bando, al bando de los que lo critican ciega y totalmente.
¿Lee usted a Brera?
Sí, y lo encuentro muy interesante. Me parece que, en él, hay una verdadera investigación y que es alguien que me ha leído.
¿También cree que el «catenaccio» forma parte del carácter italiano y que fue Brera quien lo inventó para colmar una necesidad propia de nuestra raza?
El «catenaccio» [sonríe] no lo ha inventado Brera. Si formaba parte del carácter italiano, como parece probable, entonces no podía ser inventado. De igual manera que las barracas no las han inventado quienes las han puesto en las películas neorrealistas. Ya existían antes.
Ghirelli37 dice que Rivera y Mazzola38 son los símbolos de una Italia democristiana: el talento sin compromiso, el progreso sin aventuras. ¿También lo cree usted?
Puesto que los códigos de lenguaje son similares para la sociedad, para la cultura y para el deporte, es comprensible que ciertos aspectos de una sociedad se reproduzcan y se encuentren en el fútbol.
Y, finalmente, ¿qué es lo que le hipnotiza en el fútbol, Pasolini?
El fútbol es la última representación sagrada de nuestra época. En el fondo es un rito, aunque también es evasión. Mientras que otras representaciones sagradas, incluso la misa, están en declive, el fútbol es la única que nos queda. El fútbol es el espectáculo que ha sustituido al teatro. El cine no ha podido sustituir al teatro, pero el fútbol, sí. Porque el teatro es una relación entre, por una parte, un público en carne y hueso y, por otra parte, personajes en carne y hueso que actúan en la escena. Mientras que el cine es una relación entre una platea en carne y hueso y una pantalla, unas sombras. El fútbol, en cambio, vuelve a ser un espectáculo en que el mundo real, de carne, en las gradas del estadio, se mide con los protagonistas reales, los atletas en el campo, que se mueven y se comportan según un ritual preciso. Por ello considero que el fútbol es el único gran rito que queda en nuestra época.
Guido Gerosa entrevista a P.P. Pasolini
L’Europeo, 31 de diciembre de 1970
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