Kitabı oku: «Leer con binoculares», sayfa 2
Es más, adaptarse con éxito al contexto externo más nuevo es una puerta para llegar a nuevas audiencias. Un ejemplo de este potencial es el alzamiento a la fama de la canción “Old Town Road”, que en el 2019 se convirtió en una de los más populares hits de Estados Unidos. Su autor Montero Hill era un estudiante de 19 años que acababa de abandonar la universidad para convertirse en Lil Nas X, para el terror de sus padres. La canción utiliza samples de una vieja canción country y un banjo que era usado en una canción de la banda de rock industrial Nine Inch Nails (Battan, 2019) Era una producción con los recursos que tenía a la mano. Aunque aún no es claro cómo llegó la canción a internet —el niega haberlo hecho—, lo cierto es que una porción del comienzo de la canción fue utilizada por miles de usuarios de TikTok, la red social china de mayor crecimiento global en lo que va de la década. Los adolescentes lo utilizaban como el fondo musical de sus publicaciones sobre vaqueros. Pronto, desencadenó en una coreografía de 15 segundos que se hizo tan viral, que saltó de la red social a los medios tradicionales. Hill había adaptado su canción a los rituales de esa audiencia. Una canción que, incluso antes de escucharla por completo, desarrolló una conexión emocional. A los tiktokers les permitía jugar a ser cowboys por unos segundos; “Old Town Road” fue la banda sonora de un momento y se saltó los caminos tradicionales del ecosistema musical (Strapagiel, 2019), al probar que su sonido podía ser popular, aunque nadie supiera su nombre, no tuviera una disquera o sonara en las radios.
El masivo acceso a internet no solo ha cambiado nuestros hábitos para oír música, leer noticias o ver películas. Este control para decidir el contenido que consumimos y cuándo lo queremos hacer, demanda una nueva forma de entregar el contenido. Por ejemplo, pensar en crear contenido solo para televisión es una mala práctica. En una investigación sobre los hábitos de consumo informativo de los estadounidenses más jóvenes, se sugiere que la capacidad de los consumidores de profundizar en un tema, acceder a enlaces, ver otros contenidos relacionados, es una parte esencial de la utilidad de la experiencia digital (Lacy & Rosenstiel, 2015). Estos elementos interactivos enriquecen la experiencia de las personas, como no lo puede hacer ningún medio tradicional. Permiten que nos enganchemos y así consumir más contenidos de ese medio. El término en inglés que se usa es binge, que en español significa indulgencia, y ocurre cuando nos permitimos exagerar y ver toda una temporada de una serie en unos días, solo porque estaba disponible así.
Servicios musicales como Pandora (Deahl, 2019) basan todo su modelo negocio en sugerir con peculiar detalle, qué canciones deberían gustarte. Esta empresa ha desarrollado un ADN musical, que les permite relacionar canciones y artistas. Si te gustan los Beatles, te gustarán las bandas o canciones que utilizan elementos musicales de ellos. Esta selección, que no depende de humanos, reduce costos e incrementa el valor del medio (Patel, 2016). Menos sofisticados, los medios informativos mayormente recomiendan lecturas similares a los contenidos que estás leyendo a partir del uso de etiquetas semánticas. Si lees una columna de opinión te recomendarán otras del mismo columnista o que posean el mismo tópico. Diversas plataformas de streaming además de las etiquetas temáticas apuntan a los hábitos de consumo: canciones para ducharse, películas para el fin de semana, artículos para empezar una relación sentimental.
Lo negativo de esta selección automática de contenidos es que está dominada por algoritmos privados, cuya implementación pueden alterar nuestro derecho a recibir información de forma libre. Los contenidos recomendados suelen estar diseñados para mostrar experiencias similares que ya has consumido. El riesgo de estos parámetros es que se reduzca la posibilidad de estar expuesto a una multitud de argumentos opuestos (Eskens et al., 2017). Como consecuencia de leer, ver y escuchar solo lo que te gusta, te vuelves parte de una microcomunidad, cuya naturaleza es el aislamiento y la intolerancia. Es como esas barras bravas incapaces de la autocrítica y cuya violencia escala de forma exponencial. Tener miles de opiniones opuestas que no conversan entre sí complica la organización de una sociedad a partir del respeto a otros. Al mismo tiempo, estar demasiado internado en esas burbujas hace frecuente la autocensura: muchos escogen callar sus opiniones cuando estas no se alinean con su comunidad (Eskens et al., 2017). La calidad del contenido debe estar marcada por ese balance; mostrar lo bueno y lo malo, y al mismo tiempo tener mecanismos que permitan que la audiencia critique el contenido, con más detalle que un me gusta o un comentario negativo. Podemos decir que los silos a partir de gustos tienen los mismos efectos negativos de los silos profesionales: menos innovación y más intolerancia. En la industria de los videojuegos, títulos como el Defense of Ancestors (DOTA, en sus siglas en inglés) ofrecen después de cada partida una encuesta que le permite al usuario opinar sobre la experiencia de juego. Los diseñadores del juego preguntan por ejemplo si tuviste buenos aliados o si la experiencia fue buena a pesar de una derrota. Va más allá de una respuesta positiva o negativa, quieren indagar en las emociones de sus jugadores. Incluso han implementado una plataforma para que usuarios con buena reputación evalúen las disputas surgidas en otras partidas. Este conocimiento se toma en cuenta para futuras actualizaciones y mejorar la experiencia de juego. ¿La idea de ser juzgados evitará que los jugadores realicen excesos que malogren la experiencia de juego de otros? Aún es muy pronto para saberlo. Pero es parte de un esfuerzo consciente de diversas plataformas de distribución de contenido. El sitio web de noticias virales Buzzfeed fue pionero en las reacciones que resumen el sentimiento de un lector después de un artículo. Pronto otras plataformas crearon su propio estilo de reacción. En Medium, por ejemplo, los artículos publicados se pueden aplaudir. Servicios de publicidad en línea como los Adwords de Google o los anuncios de Facebook tienen un sistema de evaluación similar. Permiten a los usuarios opinar si el anuncio fue de su interés o si desea bloquearlo. Todos estos intentos nos vuelen más receptivos a salir de nuestras burbujas de contenidos. Encontrar el punto medio, es decir, entregar algo de control sobre el tipo de contenidos que queremos ver también incrementa nuestra tolerancia hacia lo que nos disgusta. Como explica la psicóloga Ellen Langer en su clásico La ilusión del control (1975, p. 23), “la más grande satisfacción se da como resultado de ser capaces de controlar lo que en apariencia es incontrolable”. Aceptar anuncios que podemos soportar es mejor que renegar de ellos. Pero cuando una marca fuerza su presencia en la mente del consumidor con excesiva publicidad no importa si es de forma negativa. La efectividad de esta estrategia divide a la industria de la publicidad. Pero esa discusión no le podría interesar menos a los consumidores. Cuando los anuncios obstruyen una experiencia, pasan a volverse una peste.
La frecuencia o cantidad de avisos publicitarios en un contenido es uno de los marcadores de calidad más comunes en los medios. La promesa incumplida de la televisión por cable basaba su valor de introducción en la ausencia de publicidad. Una de las principales razones del éxito de las plataformas streaming es acceder al contenido sin tener que ver una sola publicidad. Muchas veces estas se perciben como un mal necesario para mantener el contenido gratuito o accesible. La relación con la publicidad es tan antigua como los medios masivos. ¿Tener muchos anuncios disminuye la calidad de un medio? ¿Existe una cantidad máxima de publicidad? ¿Puede un medio sobrevivir sin anuncios? Son preguntas que realizan miles de creadores del mundo, intentando encontrar una forma de monetizar sus contenidos. Para el escritor y periodista argentino Hernán Casciari era una cuestión de principios. Mientras vivía en Barcelona, decidió publicar una revista sin las partes aburridas. La llamó Orsai, fuera de lugar, no solo por su condición de migrante de otro país, sino por las razones que motivaron la creación de la revista. En su primer número aseguró que, a diferencia de la mayoría de las grandes casas de publicaciones, él sí se hacía responsable y cómplice por cada palabra de sus colaboradores. Formó un equipo editorial con un grupo de amigos, logró vender los números antes de crearlos y los distribuyó sin percibir publicidad ni subsidios, totalmente financiado por sus suscriptores, lo cual garantiza total libertad creativa sobre el contenido editorial. Las expectativas de ese primer número eran altas. El resultado fue una mezcla de literatura, testimonios y periodismo de largo aliento. En la carta editorial del primer número, Casciari (2011) profundizó más en el detalle sobre esa experiencia de papel.
Se imprimieron diez mil ochenta ejemplares en el mundo, y uno era tuyo. El olor te hará acordar de una tarde en la que le diste plata a un desconocido, confiando a ciegas, y que te gustó. (…) Tus abuelos olían sus libros y sus revistas antes de leerlos; era lo primero que hacían cuando un objeto encuadernado llegaba a sus casas. Hace muchos años, cuando no había Internet ni bombardeos de publicidad, cuando no existía el intermediario de la industria del ocio, los objetos de papel se esperaban con ganas (p. 3).
El editor describe su revista deteniéndose en cada estímulo: el olor de la hoja de papel, la memoria de un gesto desinteresado, la nostalgia de tiempos pasados, el entusiasmo de recibir una suscripción y la rebeldía de romper el statu quo. Más allá del contenido en sí, Orsai es una revista que desmitifica la idea de que nadie quiere leer revistas. Cada una de sus decisiones editoriales estaban en función de perseguir su ideal de experiencia lectora. Siguiendo ese espíritu, después de los primeros números, había algo que faltaba. Las transiciones entre los artículos se sentían muy abruptas. Se echaba de menos un descanso que sirviera de separador. Al no tener anuncios, también se perdía su función secundaria de pastilla para refrescar la vista. Los editores decidieron invitar a ilustradores para vender ideas en lugar de productos o servicios. Estas gráficas completaron su propuesta llena de letras. Aunque la revista entró en un hiato indefinido, unos años después mostró un camino para la publicidad. En vez de publicar fotos completas de fragancias espectrales en revistas de deportes, deberían seguir la línea editorial del medio. El costo de no adaptarse a los medios y a sus audiencias era que estos pierdan el interés en sus mensajes. Deben hacer su parte para crear una experiencia. Muchos boletines de noticias por correo electrónico como el influyente Morning Brew, crean contenidos publicitarios que pueden ser de utilidad a sus audiencias, partiendo de los servicios o productos a sus auspiciadores.
Existe una discusión acerca de este tipo de publicidad nativa —producida no por una agencia, sino por el mismo medio— si favorece la percepción de calidad o si, por lo contrario, no hace más que confundir más a los lectores. Lo cierto es que tener más control sobre la experiencia es una ventaja para medios de nicho, aunque no tanto para medios con audiencia más masiva como periódicos. Un estudio publicado en el 2017 analizó los efectos de esta práctica por cinco años en el mercado norteamericano, aunque sus resultados no fueron determinantes, detectó un cambio en la autonomía de los periodistas. El lado comercial del medio tomaba un control extendido sobre el espacio editorial, recursos, personal, mientras que el bando editorial no tenía como oponerse a ese control. Esta colaboración, para generar ingresos, mostraba la necesidad de renovar por completo la forma en la que se organizaba una redacción (Li, 2019). Al mismo tiempo, se propusieron protocolos para la publicación de este tipo de contenidos. Algunos medios muestran las fuentes del contenido e intentan separarlo del lado editorial de forma visual y textual. Estás prácticas varían de medio en medio, buscan separar. Sobre su efectividad para el posicionamiento de marcas, un reciente estudio confirma que se conseguirá un buen posicionamiento en tanto que la calidad percibida del contenido sea alta y viceversa (Hwang & Jeong, 2019). En la discusión sobre la independencia de medios, no se debe perder la perspectiva de la audiencia. Medios nativos digitales como Morning Brew proponen una manera única de trabajar con marcas (Morrison, 2020). Ven a los anunciantes no como un mal menor, que no puede evitarse, sino como socios en su misión de enriquecer la vida de su millón y medio de suscriptores.
La calidad de lo auténtico y confiable
El sociólogo Leo Bogart (2004) fue uno de los primeros en estudiar la decadencia de la audiencia en los medios masivos. En sus reflexiones sobre la calidad de contenido en diarios, discute el por qué someter a juicio algo creado por el hombre siempre nos deja insatisfechos.
¿Por qué la evaluación de la excelencia editorial es tan turbia como el juicio crítico de la poesía, la música de cámara o la arquitectura? Porque, como con cualquier otra forma de arte, los logros periodísticos son intangibles. Opera en el ámbito de las ideas, su potencial para ejercer influencia y poder reside en su capacidad de despertar pasión y empatía (p. 44).
Bogart entiende que lo que aburre a algunos lectores les interesa a otros. Para conocer las razones detrás de esa intuición, realizó en 1977 una encuesta por correo a más de 700 editores. El resultado fue una valoración de siete atributos. El primero fue la precisión, seguida de la imparcialidad en la presentación de informes, la investigación y la especialización del personal. Para finalizar estaba el estilo literario. Lo que revela esta jerarquía es que para los editores de aquella época el contenido de calidad provenía de un ejercicio intelectual de utilizar hechos verificables para influir en las personas. Era una reunión de atributos de carácter objetivo (precisión) y personal (estilo literario). Esta definición no solo se ajusta a la prensa. Vemos que estos valores pueden aplicarse incluso en la composición musical o en la literatura. Cuando un autor utiliza elementos biográficos o reales con rigor nuestra percepción hacia la obra cambia. La etiqueta “basado en hechos reales” eleva nuestra confianza e interés y hace más posible que creamos en la historia. De la misma manera, campañas de marketing que utilizan algún elemento de la realidad suelen incrementar su alcance. Durante casi 20 años, la marca del cuidado de la piel Dove realizó campañas que, en vez de mostrar a modelos, presentan a mujeres comunes en diferentes etapas de su vida, desde jóvenes de cabellos pintados a señoras sonrientes con mechones plateados. La razón de esta decisión provenía de un estudio, encargado por ellos, donde se realizó una encuesta a 3000 mujeres, en diez países diferentes, sobre la belleza femenina. En él descubrieron que solo el 2% se consideraba bella. Cambiar esa estadística se convirtió en la misión de su contenido. En la industria de la belleza que demanda estándares irreales, Dove exaltaba las arrugas, los cabellos canos, las cicatrices y otras supuestas imperfecciones. Este lado objetivo y personal hizo que desde el lanzamiento de la campaña se dupliquen las ventas de sus productos (Skene, 2014). Las personas confiaban en la misión de Dove.
La profesora de la Universidad de Georgia Ann Williams (2012) definió confianza como un capital social de dos tipos uno social y otro institucional. El primero está enfocado a las personas que crean el contenido. El otro se refiere a los establecimientos públicos o privados, incluyendo gobiernos y entidades corporativas. A mayor nivel de capital social, mayor será el nivel de atención que una audiencia invertirá en el contenido. La doctora australiana Caroline Fisher (2016) publicó una investigación sobre los principales obstáculos que existen para generar confianza en una audiencia. La primera valla estaba relacionada a los atributos visuales que dan credibilidad. En muchos casos, los medios no estaban actualizados en las plataformas que seguían sus audiencias objetivo. Para acelerar ese proceso, algunas redes sociales crean perfiles verificados para asegurar que la cuenta es manejada por una persona real. A raíz del escándalo de las noticias falsas de las elecciones norteamericanas del 2016, Facebook agregó en las publicaciones un aviso para informar el origen de la fuente. Otras soluciones para superar la valla de confianza es la aparición de los sistemas de diseño: una evolución de los manuales de estilo, que van más allá de indicar el uso de un logotipo o los colores institucionales. Estos sistemas proponen principios de diseño adaptables que protegen la identidad de las marcas en cualquier tipo de plataforma, lo que las ayuda a hacerlas más creíbles a partir de la consistencia visual.
En segundo lugar, para Fisher (2016) aún no existe un consenso sobre la definición y la mejor forma de medir la confianza. Para esta autora, las formas regulares de medir la opinión de una audiencia no tenían una visión integral. Las encuestas deben tener en cuenta la variedad de influencias, motivaciones y características tecnológicas que podrían afectar su juicio. Los creadores de contenido y las plataformas de comunicación deben abrir canales de feedback más sencillos y directos que colocar un correo para las quejas. Tener una plataforma que tome en cuenta a sus usuarios es esencial para asegurar su lealtad. En los países con poca confianza en los medios de comunicación, se prefieren fuentes de noticias no convencionales, y es más probable que participen de noticias en línea, en particular las redes sociales o los agregadores de noticias (Fletcher & Park, 2017). El costo de no hacerlo es un incremento en la polución informativa, que impide que las personas desarrollen una relación de confianza con medios y marcas. Las investigadoras del fenómeno de las noticias falsas Jana Egelhofer y Sophie Lecheler (2019) han ampliado nuestro entendimiento de estas. De acuerdo a su análisis, una noticia falsa toma elementos confiables como los títulos, texto, imágenes de una nota de prensa, pero su propósito principal es el engaño. Al mismo tiempo puede ser utilizado para relativizar opiniones contrarias. Su objetivo no solo es desinformar sino sembrar la duda constante sobre cualquier tema.
Esto nos lleva al último obstáculo para generar confianza en una audiencia. Para Fisher (2016), cuando no podemos distinguir lo falso de lo real se genera una incertidumbre que afecta a todas las industrias. Son como fraudes electrónicos que contaminan el ecosistema de los negocios digitales. Para investigadores como Fletcher y Nielsen (2018), que han estudiado cómo las personas consumen noticias en la era digital, persiste un escepticismo generalizado cuando se navega en redes sociales. Esto produce un efecto psicológico a quienes son engañados por contenidos falsos de manera continua. Empiezan a creer que todas las demás historias también podrían ser falsas. No ayuda la forma en que las redes sociales formulan sus algoritmos para definir que algo es relevante. Que una publicación tenga cientos de comentarios o reacciones no garantiza que sea un contenido confiable. Si bien la adaptación a las nuevas plataformas nos permite acceder a nuevas audiencias, es indispensable que nuestra relación con el público no dependa de ellas. Dejemos que amplifiquen nuestros mensajes, pero no dependamos de ellas para proteger la fiabilidad de nuestros mensajes.
En países como Estonia, están empezando a utilizar tecnologías como el blockchain para asegurar la integridad de la data. Protegen desde leyes hasta discursos del presidente y evitan que ese contenido sea sacado de contexto (Krusten, 2019). Un blockchain es una versión electrónica de un libro de registro de cambios, una base de datos que se comparte entre múltiples servidores, lo que eleva la dificultad para falsear contenidos (se tendría que manipular un sinnúmero de computadores) (Reuters, s. f.). La utilidad de esta tecnología es que, potencialmente, va a registrar los cambios hechos a una noticia, y también detectar quiénes lo hicieron (Murray, 2018). Cuando la tecnología se abarate y se masifique, los falsificadores de noticias ya no podrán esconderse.
Obtener credibilidad es una de las tareas más difíciles para crear modelos sostenibles. Una de las iniciativas más interesantes que ya está utilizando la tecnología de los blockchains es el The News Provenance Project (The New York Times, 2019). Desarrollado en conjunto entre IBM y el New York Times, en esta primera etapa busca desarrollar una prueba de concepto para proteger la forma en la que se usan las fotografías del medio. Esta herramienta quiere proteger el origen de la imagen, su contexto y sus autores para que no puedan ser utilizados para desinformar. En vez de impedir la difusión de su contenido, quieren que sea haga de forma más responsable. Este tipo de proyectos requieren de un largo proceso de investigación, desarrollo e inversión. Sin embargo, la búsqueda de la credibilidad puede empezar con acciones simples: publicando hechos verificables, dando el crédito a quien corresponda, admitiendo y corrigiendo errores. Meyer (2004) demostró que un medio cuando protege el capital social de su confianza consigue incrementar su influencia en la audiencia, lo cual impulsa su crecimiento y rentabilidad. Como un círculo virtuoso, un producto confiable sea sonoro, textual o audiovisual es la base de contenido de calidad que genera sostenibilidad económica.
La calidad del contenido como un bien público
Una de las formas más antiguas de definir la calidad del contenido informativo es por su rol democrático. Para muchos académicos del periodismo, como el sueco Jesper Strömbäck (2005), esta relación se presenta en diferentes intensidades. La más básica se centra en los procesos electorales, donde la prensa es la encargada de dar a conocer cualquier práctica sospechosa. La segunda forma es más amplia y sucede cuando se da una cobertura no solo de las elecciones, sino de todo el sistema político, en la que se evalúa el desempeño de las personas a cargo y somete sus decisiones a críticas. El mayor nivel es el contenido que ayuda a tomar decisiones a quienes crean las políticas públicas. En ese sentido, la función social del periodismo de vigilar a los poderosos también puede aspirar a modificar el tejido social. Sin embargo, esta ambición idealista no siempre se cumple incluso para las mejores organizaciones de noticias. El impacto de este tipo de cobertura pocas veces tiene el efecto suficiente para modificar la intención de un voto. Zaller (2003) ha estudiado el efecto del contenido de calidad en partidarios durante los escándalos de los presidentes Nixon y Clinton. Su análisis mostraba que si bien los candidatos, las políticas y las condiciones sociales cambiaban de una elección a la otra, los votos de las personas altamente informadas no. En consecuencia, los votos cambiantes eran de los votantes menos informados. Para que un medio pueda influir en una elección debía encontrar una forma de mejorar la experiencia de las personas que no necesitan informarse tanto. La reflexión de este estudioso de la opinión pública es adaptarnos al comportamiento de la audiencia que necesitamos o queremos influir. Un ejemplo de este razonamiento es Now This News. Este medio norteamericano, cuya plataforma principal de información son los videos que publica en redes sociales, se enfoca en proveer contenido fácil de consumir a una audiencia que permanece más tiempo en redes sociales que viendo televisión. La selección que hacen del contenido se parece a alarmas de autos, en el sentido que buscan alertar cuando los derechos de las personas son vulnerados. Además, consiguen resumir y explicar con rigor problemáticas nacionales para personas que no disponen de tiempo para estar al tanto de todo. Por otro lado, está Político, una organización periodística cuyo propósito es ofrecer información de primera mano para personas que participan de la política que necesitan estar bien informados. Ambos medios comparten una misma temática, pero al adaptar su contenido a un nicho diferente, cumplen su rol de servicio público para diferentes audiencias.
¿Qué pasaría si el contenido fuera considerado como un bien público, como la defensa nacional, el alumbrado o la prevención de enfermedades? Para algunos países nórdicos, esta consideración no está alejada de la realidad. Para asegurar que las opiniones de sus ciudadanos sean enriquecidas por contenidos diversos, el Estado decide invertir en medios pequeños o independientes. Este financiamiento viene con la libertad de apoyar o criticar a la administración pública (Allen & Pollack, 2017). El subsidio directo o indirecto ha sido una constante por décadas. Por ejemplo, en el ecosistema danés, el apoyo se basa en el número de trabajadores del medio, y cubre hasta el 35% del gasto editorial. En Noruega, el pago está determinado por las ventas digitales o la circulación del medio, además de ofrecer más apoyo a aquellos medios que publican contenido en sami, uno de los lenguajes nativos del país. Los suecos ofrecen apoyos para la producción, distribución de publicaciones digitales, con la única condición de que los medios que reciben una contribución deben respetar los derechos humanos, producir contenido de alta calidad y favorecer la diversidad en sus equipos. Esta cláusula, más que una censura en sí, evita que se use dinero estatal para fomentar publicaciones racistas. Estas medidas protegen a los medios pequeños de cerrar, manteniendo una diversidad de opiniones y salvaguardando su labor vigilante del poder.
En otras industrias, ganar el estatus de bien público provoca un retorno comercial. Estocolmo, la capital de Suecia, se ha convertido en uno de los centros de innovación musical del mundo. Su éxito está representado no solo por agrupaciones globales como ABBA, Ace of Base o The Cardigans; muchos de sus productores, en las últimas décadas, han creado cientos de hits que han llegado a los primeros lugares de la lista Billboard. Uno de ellos, Max Martin, se ha convertido en el coautor que más canciones han ocupado el número uno (Levine, 2019). Sus 22 hits superan a la dupla de Lennon y McCartney. Sobre su éxito, Martin agradece sobre todo a la educación pública de la música en su país (O’Kane, 2018). El concejo de las artes del gobierno sueco cada año entrega más de un millón y medio de dólares a bandas, tres millones a espacios de conciertos y 30 millones a grupos musicales regionales. Este apoyo tanto en educación como en mantenimiento del ecosistema ha permitido más libertad y que sus músicos puedan experimentar sin preocuparse por el dinero. En un reporte de 1999, el Ministerio de Finanzas afirmaba que los pagos a músicos suecos era el doble que lo percibían sus pares en el mercado norteamericano (Feeney, 2013). Aunque lo ganado por las composiciones haya decaído en las últimas décadas, en la intersección con la tecnología, ha permitido el surgimiento de emprendimientos como Spotify, que está transformando el modelo de la música pagando a los artistas por la cantidad de reproducciones de sus canciones. La visión escandinava de altos impuestos e inversión en la formación de sus ciudadanos tiene como resultado una mejora en el estado de bienestar. No es de extrañar que la mayoría de estos países ocupen los primeros lugares en el índice de la felicidad.
Aspirar a tener una calidad de contenido como un bien público también hace necesario entender el efecto que tiene nuestro contenido en las personas. Para un grupo de periodistas que trabajan desde la academia como Karen McIntyre (2017) de la Universidad de Virginia, cuando la prensa solo muestra conflictos, crisis o dramas no está haciendo el trabajo completo. Para la autora, las personas están dejando de consumir noticias porque son demasiado negativas. La mayoría de creadores de contenidos muestran que lo descarnado de la realidad es una forma de despertar el interés a causas ajenas. Sin embargo, esa forma de pensar generalizada (donde la realidad no tiene solución), produce un efecto contrario al esperado. La audiencia puede desarrollar fatiga de la compasión. De acuerdo al American Stress Institute (s. f.), se trata de una forma indirecta de trauma. Cuando estás expuesto a constantes eventos dramáticos, desarrollas un rechazo inherente a ellos. En vez de llamar la atención, provoca lo opuesto: apatía.
Para combatir el desinterés generalizado, el periodismo de soluciones presenta un estilo más ambicioso de presentar las noticias. El foco de la cobertura va más allá de los hechos en sí. No basta con hablar de otro caso de feminicidio, sino de cómo otros países consiguieron su reducción. Los casos de corrupción deben estar acompañados de las medidas que se toman para combatirla. La descripción del crimen debe ser el inicio de una conversación sobre seguridad pública. Esta propuesta se centra más en el qué debe ser informado, más no en el cómo debe comunicarse. No se trata de inventarse las soluciones o buscar matizar una historia dramática, es la selección de fuentes la que debe incluir las soluciones potenciales (McIntyre, 2017).
Para evaluar el impacto de este tipo de historias, la autora desarrolló una encuesta que mide las actitudes y comportamientos hacia los artículos con soluciones. Los resultados mostraron que la audiencia se sentía menos mortificada después de leerlos. Al respecto, extendiendo el rol del periodista, McIntyre (2017) mencionó que
cuando los participantes leen una historia sobre un problema en su sociedad (el aumento de los grafitis en su barrio o los altos costos de la educación), no importaba si había una solución o no, ellos se sentían peor que antes de leer la historia. (…) El descubrimiento más importante es que ese incremento negativo era menor para los que leían una historia con una solución efectiva (p. 14).
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