Kitabı oku: «Nuestro amor en primicia», sayfa 5
9
Sergio
Cuando me quedé solo, me frustré, me cabreé y cogí la botella de ron para beber de la misma. No podía creer que todo esto estuviese pasando, no ahora cuando mejor estaba yendo la empresa. ¿Qué cojones había hecho mi hermano? ¿Por qué tenía que joderlo todo?
Horas más tarde, recibí la documentación de contabilidad para poder ver las cuentas y los gastos de la empresa. Los balances caían en picado desde hacía cinco meses y yo no tenía constancia de eso. Cogí el teléfono y le pedí a Alisa que llamase a mi hermano y que le dejara un mensaje; tenía que llamarme lo antes posible o las cosas se iban a poner muy feas. No lo hizo, claro que no, yo sabía que no lo haría.
A las once de la noche, estaba cansado y harto de toda esta mierda. Me levanté y salí del despacho para volver a mi apartamento… solo esperaba encontrar una solución lo antes posible o el embargo vendría antes de que pudiese hacer algo. Las cuentas estaban todas a cero, no teníamos dinero para pagarle a los trabajadores. Tendría que recortar plantilla, por no decir que me quedaría sin nada. El patrimonio se iría a pique en dos segundos y todo por su culpa, por su maldita culpa.
Me pasé toda la noche dando vueltas en la cama, sin parar de pensar en la solución al problema. Para ser sincero, en lo único que pensaba, era en las miles de personas que se quedarían sin trabajo, ya que, si yo perdía todo, volvería a Madrid, olvidándome por fin de toda esta vida en la que no quería estar. Entonces la propuesta de Penélope entró en mi mente. ¿Y si aceptaba? ¿Y si era la solución como ella misma me había dicho? Estaba claro que tenía razón, pero para mí era algo rastrero. Engañar a todos, engañarme a mí mismo, porque nunca la iba a amar. No, tenía que haber otro modo.
Me levanté cansado de dar vueltas y salí al salón para servirme una copa. Desde hacía unos meses, estaba bebiendo más de la cuenta y no quería caer en las garras del alcohol. Y ahora era lo único que me ayudaba a pensar y calmarme. Cogí mi móvil y busqué su número, quería llamarla, estuve tentado a hacerlo mil veces… preferí mandarle un mensaje.
Estuve esperando respuesta durante tres horas, hasta que el sueño me venció. Puede que no quisiera responder, incluso puede que estuviese dormida. No lo sabía, el hecho estaba en que no lo hizo y me dolió muchísimo.
Por la mañana, me levanté con el propósito de arreglarlo todo, de hacer lo que era mejor para la empresa y no para mí. Para algo mi abuelo la puso en mis manos, confiando en mí y no en Nick. Sería por algo ¿no?
Lo primero que hice al llegar a mi despacho, fue pedirle a Alisa que llamase a Jackson y Penélope, aunque primero quería hablar con ella a solas.
Durante la mañana y mientras los esperaba, no dejaba de mirar el móvil, pensando de que me llegaría una respuesta de Lucía, pero nunca llegó y fue una de las cosas que me hizo pensar que debía hacer mi vida, que debía olvidarla, aunque dependiera mi felicidad de ello. Tenía que creer en mí, en la capacidad de olvidarla y amar a otra mujer que no fuese ella. Lucía pasaría a la historia en mi corazón.
Sobre las doce de la mañana, Penélope entró en mi despacho y sin dejarle tregua a que me dijera algo que me hiciera retractarme, le dije lo que ella quería escuchar y lo que creí era lo mejor para todos.
—Acepto. —Ella me miró asombrada, mostrándome esas bolas negras que tenía por ojos—. Acepto casarme contigo.
—¿Estás hablando en serio? —Preguntó levantándose eufórica.
Dio un pequeño aplauso a la vez que yo asentía. Penélope se acercó a mí y sin que me lo esperase, me dio un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de los labios. Su olor, un olor a vainilla entró en mis fosas nasales, instalando una calma en mí que hacía tiempo no tenía. ¿Será que ella sí me haría volver a ser el que era? Podría ser la que me ayudara a pasar página de una vez y a tener una estabilidad.
—Lo siento —se disculpó separándose unos largos centímetros de mí.
—Solo tengo algunas condiciones —referí antes de que su padre lo supiera.
—Tú dirás.
—Nos casaremos, uniremos fuerzas. —Asintió—. Y en el momento en el que tu padre no esté, y siento decirlo así, nos separamos… —Me miró con algo de decepción—.
Penélope, no quiero engañarte, pero lo hago por la empresa y tu padre, de no ser así, esta boda no se celebraría.
—Está bien, se hará como tú digas.
Aunque me dijera que era por su padre, algo me decía que a ella no le disgustaba del todo que nos casáramos. Y ahora que lo pensaba bien, podría incluso ser una buena idea casarme con esta mujer, que, después de todo, era hermosa. Aunque Penélope no destacaba por su belleza, sino, por su dulzura. Era una mujer demasiado dulce para ser modelo. Para ser sincero, ella era un caramelito entre tanto empresario que salía con modelos.
Yo me levanté y me acerqué a ella, cogí su mano y la llevé a mis labios. Sentí su nerviosismo, temblaba como una hoja en otoño y me recordó a ella. Cerré los ojos unos largos segundos, unos segundos que necesitaba estabilizar mi mente, borrando a Lucía de alguna manera, aunque fuera una tarea casi imposible.
—¿Estás bien? —Se interesó acariciando mi mejilla.
Sin abrir los ojos, la llevé hasta mi cuerpo, pasando mis brazos por su pequeña cintura y la abracé con fuerza. Necesitaba creer que esta hermosa mujer podría ser mi salvadora, la que me ayudaría a pasar página, terminar de una vez por todas ese libro que no lograba tener su fin. Sin abrir los ojos, fui acercándome a ella y besé sus labios despacio, con dulzura. Ella me recibió gustosa, no le importaba lo más mínimo que mis labios avasallaran los suyos, que la besara sin permiso. Abrió su boca, dándole permiso a mi lengua y profundizar el beso. No la amaba, no la quería y no sabía si algún día podría hacerlo, pero sí necesitaba besarla y descubrir si algún sentimiento afloraba en mí. Sus labios no me disgustaban, al contrario, me gustaban y besarla había sido algo que volvería a hacer.
Cuando nos separamos, ambos estábamos agitados, acelerados. Abrí mis ojos y Penélope se ruborizó.
—Ahora sí podemos decir que somos pareja ¿no? —Sonreí. Ella asintió complacida—. Pues vamos a decirle a tu padre que nos casamos.
Cogí su mano y salí con ella de mi despacho. Al salir, Alisa estaba en su mesa y me miró con el ceño fruncido, pues iba de la mano de mi futura esposa. Las cosas con ella debían cambiar y si para eso tenía que cambiarla de departamento, lo haría. La tentación
en este momento, cuanto más lejos mejor. Seguimos nuestro camino hasta la sala de juntas donde el padre de Penélope la esperaba con amargura. Ahora que me fijaba en él, pues antes no quería ni verlo, era cierto de que tenía unas pronunciadas ojeras que le hacía ver mucho más demacrado que la última vez que lo vi en Madrid.
Jackson miró a su hija con una tierna sonrisa. La verdad era que ese hombre tenía delirio por ella. Luego sus ojos se clavaron en nuestras manos entrelazadas y sonrió complacido. Era lo que él quería y lo había conseguido. Yo lo hacía por ella, pero después de que su padre no estuviera con nosotros, cada uno haría su vida.
Pero ¿hasta qué punto iba a ser así? Tras esa decisión y unos pocos meses después, Penélope y yo nos casamos. Decidimos hacerlo rápido por Jackson, estaba cada vez peor y al menos queríamos que se fuera feliz de ver a su hija con un hombre de verdad. Palabras de él, no mías. No me consideraba un hombre de verdad, pues si lo fuera, no habría sido un cobarde durante tanto tiempo, no habría dejado a la mujer que realmente había amado y amaré toda mi vida, y tampoco me hubiese casado con Penélope solo por darle gusto a un moribundo, sabiendo que, gracias al matrimonio, nuestros bienes se unirían, salvando así la empresa que mi hermano llevó a la ruina.
Mi hermano, qué iba a decir de ese hijo de puta. Echó a perder todo por lo que yo había luchado, gastando el dinero, pidiendo préstamos que no pagaba. Por culpa de eso, casi despedí a más de cien empleados, unas personas que tenían familia a la que alimentar, casas que pagar. Pero a él le daba igual, siempre y cuando no le faltase de nada. La cosa estaba, que desde que le había dicho que lo bajaría de rango en la empresa, desapareció y no vino ni a la boda. De esto hacía más de cinco meses. ¿Dónde estaría? Bah. ¿Qué importancia tenía ya?
Poco tiempo después de la boda, Jackson Meyer, falleció en su domicilio familiar, junto a su hija y el esposo de esta. Eso lo leí en la revista que Fisher Meyer Enterprise había sacado esa semana.
—Gracias por haber hecho que mi padre sea feliz antes de morir, mi amor. —Sollozó mi esposa frente a la lápida de su padre.
—No tienes por qué darlas, cielo —respondí con cariño.
No era mala mujer, más bien me hacía la vida más fácil y eso era de agradecer. Se mantenía siempre en segundo plano en lo que a la empresa refería y así lo preferí.
Penélope no era la mujer de mi vida, de eso estaba segurísimo, pero ¿podría llegar a serlo? Tocaba descubrirlo, pues el que se quedara embarazada, complicaba la separación que ambos teníamos pactada.
Los meses pasaron y llegó el momento del nacimiento de nuestros hijos. Sí, eran dos, niño y niña. La verdad era que estábamos muy felices, aunque esa felicidad, por mi parte, solo era por el hecho de ser padre.
—Mira, Sergio. Estos son Ancel y Erika, tus hijos.
Mis ojos se clavaron en ellos, siendo a partir de este momento lo que me haría luchar para hacerlos felices. Un día dije que mi boda con Penélope solo sería por conveniencia de ambos, pero ahora, después de ver a estos preciosos bebes entre sus brazos, no me hubiera imaginado mi vida sin ellos y eso me lo dio esta mujer a la que no he logrado amar en todo este tiempo.
La empresa a estas alturas volvía a subir como la espuma. La fusión entre ambas familias lo consiguió y eso sí debía agradecerle a Jackson Meyer. Ahora solo tocaba seguir con mi vida, siendo esta la que no esperaba y la que yo mismo decidí tener.
Días después.
Me levanté sobre las siete para ir a la empresa. Desde hacía un par de días mi esposa y mis hijos estaban en casa y la verdad era que no dormíamos demasiado. Eran unos guerreros y solo querían comer. Penélope estaba agotada, porque a fin de cuentas era ella la que tenía que darles el pecho y eran demasiadas horas.
—Buenos días ¿has dormido bien? —Me preguntó con una tierna sonrisa.
Me encogí de hombros y cogí su mano para después depositar un beso en ella. Sabía que prefería que la besara en los labios y era algo que no hacía demasiadas veces, pero ¿qué podía hacer? No era algo que me saliera hacer. Le tenía un cariño inmenso, aunque no el suficiente como para desde la mañana demostrarle lo que la amaba, pues no lo hacía. No la amaba y ella lo sabía.
—¿Y tú? —Me interesé a la vez que el llanto de uno de mis pequeños nos interrumpía. Ella se iba a levantar—. No, ya voy yo. Tú descansa.
—Pero…
—Nada, yo voy. Y esta misma tarde contrato a alguien para que te ayude con ellos. Tienes que descansar —le informé y tras darle un beso en la frente, fui hasta la habitación de mis hijos.
La que había llorado había sido la niña de mis ojos. Erika era tan parecida a mí, como lo era Ancel de su madre. La cogí en brazos y le di un beso en su moflete.
—¿Qué pasa cielo? —Pregunté acunándola.
Me movía despacio para conseguir que se durmiera y casi lo había conseguido hasta que su hermano lloró pidiendo atenciones. Y me vi con los dos llorando y sin saber qué hacer. Escuché los pasos de Penélope y con una sonrisa cogió a Ancel y se sentó en el sillón que había justo al lado de la cuna y comenzó a darle de comer. Yo la admirada, era fuerte, demasiado y no merecía tenerla como esposa.
Sobre las nueve, ya llegaba tarde a la empresa y tuve que irme corriendo para llegar pronto a la reunión que tenía con una nueva revista, pero esta vez de Italia. Cuando llegué a mi despacho, Alisa entró como un vendaval y tras cerrar la puerta, echó el pestillo para después sentarse a horcajadas sobre mí. Sus labios se pegaron a los míos, besándome hambrienta y comenzó a volverme loco en décimas de segundos. Sí, estaba engañando a mi esposa con mi secretaría y realmente no quería hacerlo. Con Penélope hacía tiempo que no me acostaba, pues solo lo hicimos dos veces y se quedó embarazada. No quería hacerla sufrir, no se lo merecía, pero yo tampoco quería y llevaba sufriendo años.
—¿Por qué has tardado tanto? —Preguntó mordiendo el lóbulo de mi oreja.
—Tenía que ayudar a mi esposa con los niños.
Alisa paró de besarme el cuello y me miró con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurre? —Le pregunté.
—¿Cuándo la dejaras?
Achiqué los ojos, mirándola fijamente para comprender a qué venía esa pregunta a la vez que la obligaba a levantarse de encima de mí. Alisa se arregló la falda arrugada mientras caminó hasta el sillón de piel que tenía en el despacho. Se sentó con sus ojos clavados en mí. Yo no lo respondí, pues no sabía que decirle, era la primera vez que ella me preguntaba eso y realmente había sido toda una sorpresa.
—¿A qué viene esa pregunta? —Me interesé sentándome a su lado—. Pensé que lo pasábamos bien —afirmé.
—Sí, pero estoy cansada de ser la otra, Sergio.
Abrí mis ojos desorbitadamente, pues me estaba pidiendo ser algo más y yo nunca le prometí amor, nunca le hice ver que la quisiera. ¿Por qué pensó que sí? Estaba claro que las cosas se iban a complicar y que Alisa sería la causante.
—Que yo sepa nunca te he prometido algo más de lo que ya tenemos —afirmé cabreándome. Ella me miró con los ojos muy abiertos—. No me mires así, yo no estoy enamorado de ti, no lo estoy de mi esposa.
—¿Entonces qué cojones haces con las dos? De verdad Sergio que no te entiendo.
—Lo siento, siento si alguna vez te hice pensar que te daría algo más, pero…
—Joder, eres un hijo de puta. ¿Por qué te casaste con ella entonces? ¿Por qué no puedes amarme?
Sus preguntas no me habrían afectado si en ellas no se hablaran de amor.
—Me casé de mutuo acuerdo, así como lo iba a ser mi separación… Y llegaron mis hijos, no podía simplemente darles de lado. Penélope sabe mis sentimientos.
—Y yo ¿en qué punto de tu vida estoy yo? —Insistió.
—Alisa, en ningún punto. Solo puedo darte esto, nada más.
—¿Quién es la afortunada?
—¿De qué hablas?
—¿De quién estás enamorado? Porque no me creo que no ames a nadie si no puedes enamorarte de tu esposa y mucho menos de mí.
La conversación se estaba volviendo pesada y quería cortarla, pero si para eso tenía que decirle la verdad, hacerla conocedora de mi pasado, de Lucía, enseñarle que solo podía amar a una mujer, a una que no me pertenecía y que seguro era feliz con su esposo, lo haría, aunque para eso tuviera que abrirle los ojos y mostrarle al Sergio que le haría daño a cualquier mujer, que ya les hacía daño a tres mujeres. Me senté frustrado y pasé los dedos por el puente de mi nariz mientras un bufido se escapaba de mis labios.
—Hace años que no sé nada de ella. Lucía se llama.
—¿Qué pasó con ella? —Preguntó en un susurro casi audible.
—La dejé… vine aquí creyendo que serían solo unas cortas vacaciones convirtiéndose en mi vida. Volví a por ella, pero ya no quería saber nada de mí. —Mi voz sonó agónica, llena de dolor.
Alisa por un momento me entendió, pero solo fueron unos cortos minutos, pues tras contarle lo sucedido y sabiendo que jamás iba a sentir por ella lo que, supuestamente, ella sentía por mí, salió de mi despacho y por consiguiente de la empresa. Se despidió y no quiso que fuese a buscarla nunca más. Me hizo ver que sufría y que, si se quedaba conmigo, lo haría mucho más y no la culpaba, al contrario, aquí el culpable de todo lo que pasaba, era yo y nadie más que yo.
Pasé el resto del día en la empresa, trabajando sin parar, haciendo tiempo para volver a casa cuando Penélope estuviese dormida. Me sentía un hijo de puta, en realidad lo era, por seguir casado con alguien que no amaba.
Sobre las doce de la noche llegué a mi casa y ya todos estaban dormidos, así que me metí en mi despacho y ahí dejé pasar muchas más horas, bebiendo ron mientras pensaba en ella, en esa chica que dejé atrás hacía tanto tiempo. Por un momento, cogí el móvil y la busqué, así como hice hacía unos meses y no recibí respuesta y volví a enviarle un mensaje, pero este era diferente, pues la necesitaba.
Sergio: Lucía, siento mucho hablarte a esta hora y ni siquiera sé si este sigue siendo tu número, pero… te necesito. Necesito hablar contigo, necesito ayuda.
Dejé el móvil en la mesa y me fui a la cama, sabiendo que no tendría respuesta, sabiendo que era en vano recordarla, pues estaba seguro de que ella ya me había olvidado.
10
Lucía
La vida me sonreía, al fin podía respirar con tranquilidad tras la tortura de los estudios. Había conseguido un trabajo en un instituto cercano a casa. No era un contrato fijo, pero me bastaba para meter la cabeza, como se suele decir y que pudiera quedarme. Le daba clases a los de cuarto de la ESO, siendo esto todo un reto para mí, pues los adolescentes con las hormonas revolucionadas no hacían más que complicar mi día de trabajo. Me había tocado una de las clases más conflictivas, ya que el instituto no era que fuese el mejor de Madrid, pero al menos tenía trabajo ¿no?
Al llegar la hora del recreo, mi compañera Macarena, vino a por mí a la sala de profesores para salir a desayunar fuera. Hoy no nos tocaba vigilar el patio a nosotras, así que nos aprovecharíamos de ello.
—Ey, ¿a qué hora piensas salir de aquí? —Preguntó poniéndose justo delante de mí.
—Ya voy, ya voy. Estaba firmando unos papeles que me ha dejado el director. —Alzó una ceja.
—¿Qué estás firmando? No te fíes de todo lo que te dan. Lo habrás leído antes ¿no? —Asentí divertida.
—Es para una excursión al museo. —Vi como sus labios se curvaban en una sonrisa sarcástica—. Ya sé, es toda una aventura salir con mi clase al museo, pero será una oportunidad para conocernos mejor.
—Si tú lo dices.
Me levanté de la silla y tras dejar los papeles en el cajón para que el director los cogiese, salimos de la sala de profesores y nos encaminamos hasta la salida para ir a la cafetería de la acera de enfrente. Menos mal que no teníamos que ir demasiado lejos. Al cruzar la carretera, Macarena lo primero que hizo fue ir al quiosco para comprar una de esas revistas que tanto asco me daban. A decir verdad, nunca las miraba por el simple hecho de que estaba segura de que Sergio saldría en primera plana.
—Vamos, deja ya esas tonterías de revistas. Solo dicen mentiras y mierdas.
—Cállate ya, que eres muy pesada —respondió mientras sacaba dinero de su cartera—. Tenga. —Le extendió el dinero al quiosquero—. Además, no compro la de tú ya sabes quién —aseguró caminando hasta mí.
No le respondí. ¿Para qué? Seguimos nuestro camino, aunque ella estaba completamente concentrada en la revista Years; esta también era de Alemania. La verdad no sabía qué tenía esta mujer con las noticias de allí. Al llegar a la cafetería, nos sentamos en la mesa de siempre y el camarero ya sabía lo que tenía que traernos. Macarena seguía mirando la prensa rosa y me percaté de que no era la única revista que había comprado, pues tenía otra detrás de la que leía completamente hipnotizada. Me fijé en las primeras palabras que tenía la portada; Sergio Fisher, ha pasado de ser el hombre más deseado, al más detestado. Alcé mis manos hasta quitársela de las manos a mi amiga y al hacerlo, mis ojos se abrieron tanto que ya comenzaban a arderme. Había una foto de Sergio junto con su esposa, pero la noticia no iba de ellos, sino, de mí, hablaban de mí; Lucía Lago, siendo esta una desconocida para las admiradoras de Fisher, incluida para su propia esposa. ¿Quién es ella y que tiene que ver en la vida de nuestro rompe corazones?
—Eh, Lucía ¿Qué ocurre? —La voz de mi amiga me despegó los ojos de esa maldita revista. Se la mostré y abrió los ojos sorprendida—. Sales en primera plana. ¿Cómo es posible?
—Yo que cojones sabré. Está claro de que alguien ha hablado de mí y me han estado observando. ¡Joder! —Solté un gruñido. Estaba demasiado cabreada.
Seguí leyendo y pasando páginas. Había un montón de fotos mías en las que decían que yo era la amante de Sergio, que era su primer amor y que por mi culpa él no había conseguido enamorarse de ninguna otra. Todo eso me importaba una reverenda mierda y más cuando vi que en una de las fotos salía yo con mi hijo mientras lo recogía del colegio. Pero eso no era lo peor, sino, lo que decían al respecto; Lucía recoge a su hijo en el colegio. ¿Será de Sergio Fisher? Y si es así ¿por qué nunca antes lo hemos sabido?
Me puse nerviosa, muy nerviosa y mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Podía aceptar que supiesen de mí, que dijeran mil cosas de mí, pues no me importaba, pero que metieran a mi hijo en todo esto, no lo iba a tolerar y Sergio me iba a escuchar.
—Tranquila Lucía, seguro que hay una explicación para todo esto. —Señaló las imágenes.
—No, no la hay. Sergio va a saber la verdad y querrá llevarse al niño. —Me levanté sin desayunar—. No, no puedo dejar que eso pase.
—¿Qué harás?
—No lo sé, pero necesito que digas en el instituto que me puse enferma, tengo que arreglar este maldito problema antes de tenerle en mi puerta para pedirme explicaciones —pedí con la voz entrecortada y ella asintió.
Yo sabía que ella me ayudaría, que no me dejaría en la estacada. Tras darle un beso, salí corriendo y cogí el primer taxi que me encontré, dejando así mi coche en el aparcamiento del instituto. No tenía tiempo de ir hasta allí, además, me verían y lo que quería era que pensaran que era verdad que estaba enferma.
Le dije al taxista la dirección de mi casa y al llegar, le pagué y salí corriendo hasta la puerta. Pablo y yo vivíamos cerca de mi madre; ella al final se quedó sola, pues cuando yo me casé y me fui a vivir con mi esposo, mi padre decidió que era el momento de irse y que cada uno siguiera su camino. Ella era la que se encargaba algunos días de recoger a Edu del colegio, pero solo era en días puntuales.
Cuando llegué, no había nadie, Pablo no llegaba hasta las siete de la tarde más o menos, así que me dirigí hasta el sofá y tras coger el teléfono, me senté para poder pensar con claridad lo que le diría. Iba a escuchar su voz después de cinco años, cinco largos años en los que lo único que había sabido de él era lo que las revistas decían de él. ¿Cómo sería ahora? ¿Me reconocería? Mi mente divagaba a la vez que yo negaba, pues no quería saber nada de eso, solo quería una explicación.
Estaba nerviosa, así como cuando recibí un mensaje de él hacía ya unos meses. Lo borré sin leerlo, tenía miedo de saber lo que me había puesto y ahora, ahora debía llamarlo, siendo esto un problema.
¿Dónde llamarle? Tenía su antiguo número de móvil y no sabía si lo cambiado o no. Tenía que arriesgarme. Desbloqueé la pantalla y busqué entre mis contactos. Sí, aún tenía su número guardado en mi agenda y no tenía el valor suficiente para borrarlo. ¿Para qué? De igual forma nunca lo llamaba, esta sería la primera vez desde que vino a verme por última vez. Y cuando comencé con Pablo, ni siquiera me atrevía a mirar nada que tuviese que ver con él, por respeto y por mí misma.
Aún tenía la revista conmigo, se la había quitado a mi amiga y es que no podía llamar a Sergio sin ella, pues quería leerle todas las estupideces que se estaban diciendo de ambos. Solté un suspiro casi desgarrador a la vez que le daba a la tecla de llamada. Un tono, dos, tres, cuatro. Suspiré y antes de colgar, su voz sonó al otro lado, paralizando mi corazón casi al instante.
—¿Lucía?
Seguía teniendo mi número, sabía que era yo. ¿Por qué, por qué tenía que ser tan difícil si ya habían pasado cinco años, si ya tenía que haberme olvidado de él? Quería responder, pero no lo hice y colgué antes de poder pronunciar palabra. Una estupidez por mi parte, pues sabía que ahora él me iba a llamar. Y no me equivoqué cuando su nombre se alumbró en la pantalla. Dejé que sonara y casi colgué, pero me armé de valor y descolgué, algún día teníamos que volver a hablar ¿no? Él tenía su vida, yo la mía. ¿Podíamos ser amigos? ¡No! Qué ridiculez.
—Sí.
Fue lo único que pude decir.
—¿Por qué me has llamado si ibas a colgar?
—Lo siento, se me cortó la llamada.
No sabía ni cómo podía hablar, como podía responderle. Su voz entró en mis sentidos, provocando un anhelo que creía olvidado, un amor que pensé que estaba enterrado. Mi corazón latía con fuerza, con una fuerza anormal, una que me destrozaría el pecho partiéndomelo en dos.
—Sé el motivo de tu llamada y déjame decirte que no tengo nada que ver en esto. Además, pensé que me llamabas por el mensaje que te envié hace un par de días.
¿Un mensaje? No había recibido ningún mensaje de él. Me quedé callada unos instantes, pensando en la manera de que tenía siempre de justificarlo todo, qué novedad, pero ¿podría creerle? Después de todo lo único que había recibido de él fueron mentiras, una tras otra.
—Lo dudo… —Respondí sin mencionarle nada sobre el mensaje que no había leído.
Si había recibido algo y no lo vi fue por Pablo, seguro lo vio antes que yo y se encargó de que yo no me enterase, pero ¿por qué? No tenía motivos para hacerme nada de esto.
—Por qué, ¿eh? Me conoces, sabes que no sería capaz de hacerte daño, no de esta manera. Nunca le diría a nadie nada malo de ti y mucho menos de…
Su voz me sacó del trance, estaba cabreado.
—¿De quién? —Pregunté sabiendo la respuesta, pero no dejé que me respondiera—. Déjalo, no me respondas. Lo único que sé es que todo el mundo sabe de mi existencia y yo no le conté a nadie sobre ti, así que has tenido que ser tú —lo acusé.
—Es cierto, sí le hablé a alguien sobre ti, pero no pensé que iría divulgando cosas que no son verdad.
—Dime una de ellas, Sergio.
¿Por qué le tenía que pedir eso? No quería ponerle en bandeja la posibilidad de pensar que Edu es hijo suyo. No quería que lo supiera, aunque eso me convertía en una mala persona por negarle a su hijo. No lo hacía por mí, sino por él, porque sabía que un hijo fuera del matrimonio, fuera de esa vida que tenía y que, según él, lo habían obligado a vivir, sería lo peor.
—¿Es mío? —Me quedé callada—Lucía. —Insistió.
—No.
—¿Segura? Porque concuerdan las fechas, Lucía. Puede ser mío y si es así ¿por qué no me lo dijiste?
—Es de Pablo, Sergio.
Era una mentira de las gordas, lo sabía, pero primero eso antes de que se creyera con derechos. Preferí hacerle creer algo que nunca había pasado a que viniera y tuviera que verle de nuevo. Suficiente con tenerlo en todas las portadas de las revistas del corazón.
—¿Me engañaste con él?
Su voz salió agónica, llena de sufrimiento y me dolió en el alma que así fuera, pero solo miraba por el futuro de mi hijo y Sergio no podía estar en él.
—Sí, te engañé con él mientras estabas en Alemania visitando a tu abuelo. Lamento mucho que tengas que enterarte así, pero es lo que hay.
Estaba siendo muy dura, demasiado y mis lágrimas no tardaron en salir, unas lágrimas tan rotas como lo estaba yo por dentro en este momento. ¿Por qué tenía que seguir doliéndome de esta manera? ¿Por qué tenía que seguir amándole? Podría jurar, incluso, que lo amaba mucho más que antes, que cuando me dejó sola por tener otra vida. Ahora estaba casado y yo también, ahora ambos teníamos hijos y una vida diferente y tendríamos que acostumbrarnos a estar con quién no amábamos, por el bien de todos, de nosotros mismos.
Antes de que me respondiera, le colgué. No quería escuchar nada más. Lo había llamado para pedirle que hiciera lo posible para que retirasen las fotografías y en lo único que pensé fue en pedirle una oportunidad. Soy una cobarde, una estúpida cobarde que había dejado escapar al amor de su vida por escuchar a terceras personas.
Dejé el móvil en la mesa de centro y reposé mi cuerpo en el respaldo del sofá mientras miraba al techo y suspiraba al menos unas cinco veces. De verdad había sido una tonta y no tenía que haberle llamado, no cuando mis sentimientos hacía él no se habían marchado aún y escuchar su voz, lo único que había conseguido, era remover todo mi interior, haciéndome conocedora de lo que todavía sentía por él, siendo esto más fuerte que antes.
Mis párpados pesaban y no dudé un segundo en tumbarme y cerrarlos para dejarme llevar por los brazos de Morfeo, sabiendo que en mis sueños el único que iba a aparecer era él. Sergio aún estaba muy presente en mi vida, aunque ¿cómo no estarlo si tenía un hijo de él, fruto de un amor tan poderoso como lo era su imperio?
Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.