Kitabı oku: «Encuentro del cristiano con el ateo o agnóstico»
ENCUENTRO DEL
CRISTIANO CON
EL ATEO O EL AGNÓSTICO
REQUISITOS
PSICOLÓGICOS Y ÉTICOS
Ramón Rosal Cortés
TITULO: Encuentro del cristiano con el ateo o el agnóstico
Requisitos psicológicos y éticos
AUTORA: Ramon Rosal Cortés ©, 2019
COMPOSICIÓN: HakaBooks
DISEÑO DE LA PORTADA: Hakabooks©
FOTOGRAFÍA PORTADA: Facilitada por el autor©
1a EDICIÓN: Octubre 2019
ISBN: 978-84-18575-22-8
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PRÓLOGO
Cuando conocí a Ramón Rosal, hace cuarenta años, una de las cosas que más me llamó la atención de él fue la capacidad de comprensión y diálogo tranquilo con personas que discrepaban de sus convicciones y reflexiones. Era una época (todavía no había llegado el “pensamiento débil”) en que se arrastraba la convicción de hay sólo una manera correcta de pensar y de vivir, y quien no pensara igual que yo –que estoy en lo correcto- o es un tonto ignorante, o tiene mala fe. Se trataba de un pensamiento en blanco y negro (al fin y al cabo, hacía pocos años que había llegado la televisión en color), y no era raro que, a lo largo de un debate, las posiciones tendieran a polarizarse y a ir convirtiéndose cada vez en más duras y dogmáticas. Pues bien, fue en esa época cuando conocí al autor de este libro, y precisamente a raíz de unos grupos de diálogo y reflexión entre cristianos y ateos o agnósticos. En estos grupos, él cuidaba con esmero el clima de escucha respetuosa del otro, y el encuentro de puntos comunes, sin necesidad de negar o amortiguar las diferencias.
De aquellos tiempos, recuerdo una anécdota al respecto que me impactó. Eran las vísperas de la votación de la Constitución, y los católicos –acostumbrados al Estado confesional de la época franquista- aún no habíamos estrenado la libertad religiosa. Las opiniones de los católicos se dividían entre los que consideraban que la Constitución era una buena propuesta, y los que creían que no podían votarla en conciencia, porque no era confesionalmente católica. Había un clima tan tenso y confuso que la Conferencia Episcopal se vio obligada a emitir un comunicado aclarando que los católicos podían votar con tranquilidad de conciencia, tanto a favor como en contra de nuestra Carta Magna, ya que el hecho de no ser confesional no invalidaba los indudables valores que apuntaba. Pues bien: el domingo anterior a la votación y para tranquilizar a los oyentes, durante una conferencia para un grupo de cristianos, Ramón Rosal leyó el comunicado de la Conferencia Episcopal. Inmediatamente, y casi antes de acabar su lectura, varias personas, en distintos puntos de la sala, se pusieron en pie gritando ¡NO! ¡NO! ¡NO!, e iban marchándose de la sala dando un portazo. Yo estaba atemorizada y no tenía claro cómo iba a terminar aquello. Al acabar la conferencia, me acerque al autor a comentarle el comportamiento de estas personas (a los que yo, en mi fuero interno, ya había calificado de energúmenos), y cual no es mi sorpresa, cuando me contesta con toda tranquilidad: “bueno, simplemente es que están expresando su opinión”.
Después, cuando le fui conociendo, comprendí que esa actitud abierta, confiada y respetuosa, formaba parte de su ADN. Creció en una familia en la que había diversidad de posturas religiosas y políticas, pero donde nunca faltó el respeto para cada una de ellas. Quizá por ello, por estar acostumbrado desde pequeño a este tipo de situación, tan poco abundante en la España de la época, se convirtió con los años en un maestro del diálogo con el diferente.
Su postura abierta y confiada, le llevó a crear, en los delicados años de la transición (cuando en nuestro país se empezaba a estrenar la libertad de religión y de expresión así como se estrenaba el mostrar en público la propia posición política y religiosa) un grupo de reflexión ética con un grupo de periodistas que se distanciaban entre sí en esas posiciones, pero que compartían la ilusión por el logro de unos valores éticos que servían de puente para el diálogo, el conocimiento, la comprensión y la valoración de los demás, por muy diferentes que fueran algunas de sus convicciones. A lo largo de los años ha proseguido creando otros muchos grupos de diálogo entre cristianos y ateos o agnósticos en torno a cuestiones éticas o existenciales. Doctor en Psicología, maneja con sabiduría y cuidado la construcción de un clima en el que las personas se puedan expresar con franqueza, sabiendo que van a ser escuchadas y respetadas.
Por esa razón, y porque es una persona apasionada con la tarea evangelizadora, si hay alguien que podía escribir este libro, era él. No ha cejado nunca en insistir a los cristianos –laicos- la tarea del anuncio del mensaje de Jesucristo como una peculiaridad diferencial respecto a otras personas no cristianas, con las que comparten la tarea de buscar un mundo más humanizado. Eso sí, un anuncio del mensaje basado en la propia información, reflexión y asimilación del mismo, o lo que él llama “una fe inteligente”, animando a “dar razón de vuestra esperanza” (1 Pe. 3, 15), como reclamaba el apóstol. No ha cejado nunca de insistir en que precisamente el laicado se encuentra en una posición privilegiada para ejercer esta tarea, al tener una mayor posibilidad que los sacerdotes y religiosos de convivir desde una situación natural con personas alejadas de la fe. Algunas de ellas alejadas por haberse apartado de la Iglesia (más que de Jesucristo) por habérseles presentado, más que el cristianismo, una caricatura del mismo, y también por el antitestimonio de muchos llamados cristianos. Otras, porque ya hoy es posible encontrar, en nuestro país, personas que no han sido bautizadas (ni siquiera con el “bautismo sociológico”, imprescindible hace unas décadas para no ser marginado) y que no tienen la menor noción sobre el contenido de las buenas noticias que anunció Jesús de Nazareth. Buenas noticias que constituyen un tesoro tan valioso y desbordante que los cristianos no podemos guardarnos para disfrutar de él sólo nosotros, sino que, en cumplimiento del encargo de Jesucristo (Mc. 16, 15; Mt. 18, 29), nos toca ofrecer con generosidad a todo aquél que quiera conocerlo y compartirlo.
La marcada disminución del número oficial de cristianos en nuestro país, y especialmente en Cataluña, lugar donde transcurre la vida del autor, no es para él sino una buena noticia, porque esta disminución lógica, a raíz de la libertad religiosa, hace más patente que había un gran número de cristianos sólo de nombre que ahora clarifican su situación. Y sobre todo, porque los cristianos tienen ahora la posibilidad de entusiasmarse con la tarea misionera que pueden ejercer en su propio ámbito cotidiano –profesional, familiar, amistoso- sin necesidad de ir a países lejanos y culturas que no conocen. Llamados a ser levadura en la masa (Mt. 13, 33), urge más que nunca introducir en nuestra sociedad, para esponjarla, la ilusión por abandonar lo viejo y transformarnos en el hombre y la mujer nuevos, la esperanza de que es posible construir unidos un mundo que se acerque más a las propuestas de Jesucristo, maestro que nos enseña a vivir en forma sabia y divinizadora.
El tema que aborda este libro es fruto de la experiencia del autor en su trato con no cristianos a lo largo de muchos años y del acompañamiento a algunos de ellos en su proceso de conversión. Tal experiencia le ha llevado a observar las actitudes y factores que pueden ayudar a suscitar el interés por conocer el mensaje de Jesucristo, y a facilitar el camino de apertura a la acción del Espíritu en una conversión incipiente. Con él el autor pretende estimular y transmitir lo aprendido a los agentes de pastoral –es decir, a todo cristiano, puesto que todos estamos llamados a serlo- para facilitar su tarea de un modo práctico.
La ventaja de haber conocido muy profundamente -a través de su tarea como psicoterapeuta- a muchos y muy variados tipos de personas, y su sensibilidad para ponerse en el lugar del otro es un bagaje privilegiado para observar los factores que contribuyen a facilitar una comunicación fluida y a deshacer prejuicios que impedirían la receptividad comunicativa. Y, a la inversa, los que la obstaculizan y distorsionan. Desgraciadamente, algunos hemos podido contemplar demasiadas veces cómo una mala presentación de la fe cristiana, unas palabras ininteligibles o que dan lugar a confusión y prejuicios, una presentación inoportuna, y sobre todo, unas actitudes humanas de superioridad o incomprensión, han echado a perder los procesos iniciados por algunas personas hacia su conocimiento e implicación en la fe cristiana. Pérdida que no pocas veces no se da por falta de buena voluntad, sino por falta de inteligencia o conocimiento aplicados a este ámbito concreto. Personas que pueden ser unos profesionales brillantes, pueden mostrarse muy torpes en este terreno, desaprovechando ocasiones o produciendo heridas innecesarias que dan lugar al rechazo. A lo largo de las páginas que siguen se abordarán los temas más relevantes para un encuentro fecundo, con ejemplos sacados del entorno concreto del autor, que pueden extrapolarse adaptados a los diferentes contextos que viven los agentes de pastoral. El libro es también una llamada a la creatividad de éstos, para que, en medio de una sociedad en la que el bombardeo de mensajes es constante, el que procede de Jesucristo se presente de una manera inteligente, de modo que pueda penetrar en su interior, echar raíces y dar frutos, para que no siga siendo verdad que “los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz” (Lc. 16, 8).
Ana Gimeno- Bayón
Doctora en Psicología y psicoterapeuta
Diplomada en Teología
INTRODUCCIÓN
Los agentes de pastoral –en sentido lato, todos los cristianos- laicos, clérigos o religiosos, se vienen encontrando en forma creciente, tras la situación de libertad religiosa, ante personas agnósticas, ateas o indiferentes. Estos encuentros los pueden experimentar tanto en las diversas áreas de la vida civil, como en los ámbitos eclesiales. En el primer caso me refiero a las áreas de la vida familiar, el trabajo profesional, las actividades ciudadanas culturales o políticas, las experiencias del tiempo libre, etcétera. En el segundo caso me refiero a situaciones de la vida parroquial o de otros ámbitos eclesiales.
Lentamente se va superando en nuestro país la percepción distorsionada entre cristianos de una parte y ateos y agnósticos de otra. Va disminuyendo el prejuicio, por parte de éstos últimos, de que los católicos acostumbran a ser personas más bien pueriles, demasiado dependientes de introyecciones de la infancia, muy escasas entre las personas cultas y científicas. Asimismo va disminuyendo, por parte de los católicos, el prejuicio de que un ateo difícilmente puede ser una persona de alto nivel ético, con altura de miras; y cuyo ateísmo es siempre causado por su comodidad o superficialidad (prejuicio que parece tender a aplicarse más ahora a los católicos). El agente de pastoral eficiente deberá estar exento de tales prejuicios y, al mismo tiempo, tolerará con paciencia las percepciones estereotipadas todavía presentes en parte de los otros no cristianos.
En los cuatro capítulos de este libro pretendo, como objetivo ayudar al lector cristiano a que logre su aspiración a vivir satisfactoriamente sus posibles encuentros con personas agnósticas, ateas o indiferentes (sea en sus actividades en el mundo, o en ámbitos eclesiales). Asimismo ayudarle a que, a través de estos encuentros, pueda también llevar a cabo su vocación evangelizadora, cuando se hayan compartido previamente –con el familiar, amigo o compañero no cristiano- experiencias o inquietudes con consecuencias humanizadoras. Porque, como ha dicho el papa Francisco:
Los creyentes nos sentimos cerca también de quienes, no reconociéndose parte de alguna tradición religiosa, buscan sinceramente la verdad, la bondad y la belleza, que para nosotros tienen su máxima expresión y su fuente en Dios. Los percibimos como preciosos aliados en el empeño por la defensa de la dignidad humana, en la construcción de una convivencia pacífica entre los pueblos y en la custodia de lo creado. Un espacio peculiar es el de los llamados nuevos Areópagos, como el “Atrio de los Gentiles” donde, creyentes y no creyentes, pueden dialogar sobre los temas fundamentales de la ética, del arte, de la ciencia y sobre la búsqueda de trascendencia (Papa Francisco, 2013, Evangelii Gaudium, n. 257).
Los cuatro capítulos se basan en diferentes situaciones y experiencias que he podido vivir en mis encuentros y diálogos con no cristianos. La utilización habitual del término “no creyentes” no la considero correcta. En realidad se trata de personas de “creencias” diferentes. Los agnósticos, si nos atenemos al significado genuino de este término, comparten la creencia de que el ser humano no tiene la posibilidad de llegar a la convicción sobre el carácter verdadero de realidades que sobrepasan lo empírico, lo sensorialmente captable. O diciéndolo de otra forma, la creencia de que es imposible que tengamos convicciones sobre realidades metafísicas.
Los ateos, comparten la creencia de que el Universo –y el ser humano que en él habita- es una realidad solitaria y autosuficiente. La única realidad responsable de su existencia, su naturaleza y su proceso evolutivo es la materia, o, más en concreto, los átomos de hidrógeno y de helio que se encuentran en el origen de la evolución de la materia y los seres vivientes. O en las partículas y energía que se han identificado como previas a estos átomos de hidrógeno y de helio.
Los indiferentes comparten la creencia de que estas cuestiones religiosas sobre si hay o no una Realidad divina de la que haya dependido la existencia y evolución de la materia y de los seres vivientes es una cuestión que no tiene ningún interés. La misma indiferencia experimentan respecto a la cuestión sobre si la existencia humana se reduce o no a la existencia psicosomática en este planeta. Y, en general, comparten su actitud de indiferencia respecto a cualquier otra cuestión de carácter más o menos religioso, o referente a una realidad trascendente, o sobre el tema del sentido de la vida. Es decir, los agnósticos, los ateos o los indiferentes comparten sus peculiares creencias.
Por lo que hace a la estructura de esta obra, en el capítulo primero respondo a trece preguntas en relación a la posible actividad evangelizadora con ocasión de los encuentros del cristiano con personas agnósticas, ateas o indiferentes. Estas reflexiones parten de mi experiencia de unos cuarenta años implicado en esta tarea como mi objetivo pastoral prioritario. Tengo también presente la información obtenida a través de autobiografías o biografías de conversos ilustres del siglo XX. Sobre estos testimonios y sobre mi reflexión psicológica, he informado en una obra recientemente publicada: Cincuenta ateos y agnósticos convertidos al Cristianismo (2017).
En el capítulo segundo, partiendo de la experiencia recogida en el Instituto Erich Fromm de Barcelona sobre unos tres mil pacientes que habían sido atendidos en psicoterapia en el momento en que se realizó el estudio, y unos trescientos ex-alumnos de postgrado de la carrera de Psicología -siendo creyentes cristianos menos del 15%- reflexiono sobre tres causas importantes –aparte de otras- del rechazo a la fe cristiana en los ámbitos universitarios y postuniversitarios. Aunque el estudio se basa en los testimonios de ateos, agnósticos o indiferentes catalanes (estudiantes, profesores y profesionales), pienso que pueden aplicarse al conjunto de los universitarios españoles, aunque probablemente el porcentaje de los que rechazan la fe cristiana pueda ser menor que en Cataluña.
El capítulo tercero ofrece una comunicación, cuya segunda parte estuvo a cargo de Ana Gimeno-Bayón, co-directora del Instituto Erich Fromm. Esta comunicación se presentó en el Foro del Hecho Religioso del año 1999, que presidía el filósofo Gómez Caffarena; foro en el que participaban intelectuales cristianos y ateos. La comunicación tiene como objetivo dar a conocer experiencias vividas en encuentros y diálogos con colegas, ex-alumnos y ex-pacientes del Instituto citado. En la segunda parte se informa sobre la experiencia de ciclos de Encuentros Existenciales, sobre valores éticos o sobre experiencias que pueden dar sentido a la vida. La gran mayoría de los participantes –entre veinte o treinta- eran agnósticos o ateos. Cristianos participantes éramos cinco católicos y una evangélica. Un objetivo importante de este capítulo es resaltar la importancia del lenguaje a utilizar –verbal y no verbal- según el tipo de destinatarios, en una presentación de la fe cristiana a personas agnósticas o ateas.
El capítulo cuarto ofrece un breve informe sobre el Cristianismo en un lenguaje no convencional. Informe que he utilizado en diversas ocasiones a modo de Primer Anuncio (kerigma). En el lenguaje utilizado he tenido en cuenta las características psicológicas de los destinatarios, principalmente profesionales de la psicología clínica y la psicoterapia. Ha tenido consecuencias positivas en algún proceso de conversión que he podido vivir como guía espiritual y psicológico, y a los que me he referido en el capítulo primero.
Capítulo primero
EL ENCUENTRO CON PERSONAS
AGNÓSTICAS O ATEAS.
RESPUESTA A DOCE PREGUNTAS
1. Introducción
Todo ciudadano cristiano se encuentra actualmente, en nuestro país en una sociedad con un porcentaje creciente de ciudadanos agnósticos o ateos. Aparte está un número creciente de cristianos no católicos y de creyentes religiosos vinculados a religiones no cristianas.
Un católico actual tiene la alegría de saber que, según el magisterio actual de la Iglesia ya no se defiende la doctrina de que fuera de la Iglesia no haya salvación (extra Ecclesia nulla salus), sino que la salvación es alcanzable por cualesquiera creencias religiosas, y también por agnósticos y ateos de buena voluntad, que cultiven su sensibilidad de conciencia y sean fieles a ella.
la divina providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuánto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio y otorgado por quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan la vida (Concilio Vaticano II, 1964. Constitución Lumen Gentium, n. 16)
Además, el magisterio oficial de la Iglesia ha reconocido la parte de culpa de los cristianos en la propagación del ateísmo, declarando, por ejemplo, lo siguiente:
Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto a que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión (Concilio Vaticano II. Constitución Gaudium et Spes, n. 19).
El cristiano que se relaciona y dialoga hoy con agnósticos y ateos no presupone –como muchos presumían en generaciones anteriores– que la única vía para que éstos reciban inspiraciones y gracias del Espíritu Santo y alcancen luego la plenitud de la vida de los resucitados, tenga que ser su conversión a la fe cristiana.
El cristiano es un especialista en detectar esta presencia de la acción del Espíritu en la vida diaria de las personas, de la comunidad y de la historia.
Los cristianos, gracias a la fe que se manifiesta en la esperanza y se realiza en el amor, detectamos la presencia de Cristo en el corazón del mundo, mediante un doble movimiento:
La irradiación de la luminosidad de Cristo que hemos recibido en el interior de la comunidad mediante la Palabra y el Espíritu.
La asimilación de los efectos de la presencia del Espíritu en la vida de mucha gente de nuestro entorno social cotidiano. Gentes de todas las edades, sexos, religiones, razas, culturas, lenguas, ideologías y tendencias políticas. La irradiación y la asimilación es un doble movimiento que se enriquece mutuamente (Prat, 2005, p. 473).
Sin embargo el cristiano con una fe madura es consciente también de su responsabilidad principal de colaborar en la tarea evangelizadora de la Iglesia; es consciente de que esta responsabilidad es uno de los deberes éticos peculiares que le diferencian de un agnóstico o ateo humanista con sensibilidad moral. Y es también consciente de que evangelizar implica contribuir a renovar o humanizar todas las actividades en la sociedad civil y en la Iglesia, bajo la influencia del Evangelio y del Espíritu Santo. Pero además sabe que evangelizar implica también buscar oportunidades para que ciudadanos agnósticos o ateos con los que se relacione en su vida tengan oportunidades para conocer a Jesucristo y su mensaje, sus “buenas noticias”, de forma auténtica, sin falsificaciones que, como se decía en la cita del Vaticano II “han velado más que revelado el genuino rostro de Dios”.
El reconocimiento de la posibilidad de salvación eterna y de influencia del Espíritu Santo en la vida de los agnósticos y ateos no anula el importante mandato de Jesús a sus discípulos.
Id, pues, a todos los pueblos y hacedlos discípulos míos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estoy con vosotros, día tras día hasta el fin del mundo (Mateo, 28,19).
Nuestros compañeros ciudadanos agnósticos o ateos, que en muchos casos tienen unas versiones sobre el Cristianismo que son auténticas caricaturas, o expresiones de una fe pueril, o fideísta, sin el testimonio de una auténtica experiencia personal, es decir, una mera herencia familiar o cultural, tienen derecho a poder recibir una información y testimonio de una versión auténtica y adulta del Cristianismo, y de todo lo que en esta fe implica una buena noticia y una esperanzadora ayuda para encontrar sentido a la vida y a la muerte.
Este capítulo tiene tres objetivos:
1 Informar brevemente sobre hechos vividos directamente en el diálogo con agnósticos o ateos y mi acompañamiento de nueve procesos de conversión a la fe cristiana.
2 Informar sobre hechos de los que obtuve información a través del testimonio escrito de conversos del siglo XX.
3 Informar sobre pautas o precauciones, principalmente psicológicas y éticas, aconsejables para los que quieran implicarse en la actividad evangelizadora respecto a ciudadanos agnósticos o ateos.
2. Hechos vividos directamente o a través de
testimonios escritos de ateos conversos
2.1. ¿Qué experiencia he podido vivir sobre el
acompañamiento de procesos de conversión
desde el agnosticismo o ateísmo a la fe cristiana?
Desde el año 1979, es decir, durante cuarenta años, he vivido rodeado principalmente de personas agnósticas o ateas. Fundé un Instituto para la práctica de la psicoterapia y la formación de psicoterapeutas, siguiendo un enfoque de orientación existencial-humanista. Había comprobado que una parte de las personas que en Europa acudían a los centros de Psicología Humanista no lo hacían sólo para recibir una ayuda psicoterapéutica, sino también para encontrar una cosmovisión que les ayudase a encontrar sentido a sus vidas, una vez que se habían desvinculado de Iglesias cristianas, católica o evangélicas.
Sobre cerca de cuatro mil personas que han pasado por nuestro instituto como pacientes o alumnos, o como colaboradores terapéuticos o didácticos, no han sobrepasado el 14% los que se consideran católicos. Si consideramos a cristianos desvinculados de toda Iglesia –católica o evangélica– el total sigue sin alcanzar el 25%. Un 50 % -es decir, unas dos mil personas– han sido, respecto a una fe religiosa, indiferentes, o agnósticos, o ateos, o lo que podemos llamar “indefinidos” es decir, personas que sin considerarse indiferentes respecto a esta importante cuestión, han ido aparcando ocuparse de ella. El 25% restante lo representaban teístas o panteístas sin vinculación a una religión concreta, algunos budistas e hinduistas y seguidores inconscientes de la New Age. En los últimos diez años el porcentaje de católicos ha disminuido al 10%.
Todo este colectivo –excepto los colaboradores– ha desconocido el carácter de cristianos-católicos de las dos personas que dirigimos el instituto. Los terapeutas del equipo –sean ateos, agnósticos, cristianos, etc.– se abstienen como norma de dar a conocer su posición en cuanto a creencias –o increencias– religiosas, políticas, etc., puesto que su revelación perjudicaría, a veces, la buena relación que se tiene que dar en esta profesión, entre psicoterapeuta y paciente; y más siguiendo un enfoque existencial-humanista. Si posteriormente, lo que era una relación profesional –como paciente, o como alumno- pasa a otro tipo de vinculación interpersonal, más en la línea de la amistad, o de la demanda al ex-terapeuta o ex-profesor, como posible guía existencial (o espiritual), llega el momento de que éste pueda dar testimonio de su fe cristiana. En otros casos, podrá dar el testimonio de su ateísmo, o agnosticismo, o su vinculación a alguna fe religiosa no cristiana.
Durante estos años, a partir de nuestras relaciones interpersonales con colegas del equipo –y algunos ex-alumnos– se han producido nueve procesos de conversión a la fe cristiano-católica, desde una posición anterior atea, agnóstica o, quizás, indiferente. Concretamente han sido cinco psicólogas-psicoterapeutas, un médico, una filósofa (profesora de enseñanza media), una trabajadora social y una empresaria. Además se ha confirmado su posición de creyentes cristianas por parte de personas que se encontraban en una posición ambivalente, con un pie dentro y el otro fuera de la fe cristiana. Sobre esta experiencia he ofrecido información en el libro Cincuenta ateos y agnósticos convertidos al Cristianismo (2017).
2.2. ¿Qué principales prejuicios pude comprobar que
constituían un obstáculo en estas personas para
experimentar la fe?
Quizás habría que decir “generalizaciones” en vez de “prejuicios”, puesto que podemos considerar que son hechos reales en la vivencia de la fe de un porcentaje de cristianos y que pueden dar pie a que los observadores los conviertan en defectos esenciales de la fe cristiana. Entre ellos puedo señalar las suposiciones de que:
a) La fe cristiana es una mera herencia familiar o cultural, que mantienen de forma sumisa y un poco pueril las personas de mentalidad conservadora.
No constituye en general una auténtica experiencia personal, con clara repercusión en convicciones razonables, sentimientos y aspiraciones vividas como lo que es principal en la vida.
b) La fe religiosa es incompatible con la razón y la ciencia. La inteligencia queda inhibida en ella.
Lamentablemente, cristianos de nivel cultural superior (por ejemplo catedráticos de Universidad católicos) se encuentran frecuentemente incapaces de dar razones de su fe a sus colegas ateos que se las pidan. Su formación científica requeriría disponer de una cultura teológica suficiente que muchas veces está ausente. Su vivencia de la fe cristiana no ofrece señales de haber sido integrada en su inteligencia. Aunque también es cierto que a sus compañeros ateos les ocurre muchas veces lo mismo. Con frecuencia su ateísmo se limita a ser la consecuencia de una rebelión desde la adolescencia, respecto a la religiosidad de sus padres. En otros casos implica un estilo de personalidad conservadora que mantiene pasivamente el ateísmo que se les transmitió ya en la infancia. Otro tipo de ateísmo es consecuencia de una indigestión del nacional-catolicismo de los años del franquismo. Pero las razones inteligentes, con cierta base filosófica o científica escasean, o están ausentes. El origen de su posición se encuentra sólo, o casi sólo, en unas reacciones emocionales.
En cualquier caso, esta objeción sobre la irracionalidad de la fe religiosa, y la incompatibilidad entre la razón y la ciencia, ha disminuido mucho en la sociedad postmoderna, más bien despreocupada de la razón y muy centrada en la dimensión vivencial, en lo “experiencial” entendido como emocional.
c) No se acaba de comprobar suficientemente la verdadera capacidad humanizadora de la fe cristiana, su eficacia en la reforma de estructuras sociales, políticas y económicas, que impidan el crecimiento de la justicia social y la protección y defensa de de los derechos humanos.
En parte se debe a que muchos católicos no tienen el suficiente conocimiento sobre la historia de la Iglesia, para poder ofrecer información sobre las valiosas contribuciones que aportaron hermanos suyos en la fe –católicos o protestantes- tanto antes como después del Manifiesto Comunista de Karl Marx, para luchar contra las dolorosas injusticias sociales que se derivaron de la Revolución Industrial, producidas desde finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Con esta afirmación no pretendo idealizar la historia de la Iglesia, corresponsable de no pocas injusticias, cometidas en contradicción con el Evangelio. Pero es hora de saber difundir las actuaciones admirables de los cristianos. También es hora de responsabilizar a los católicos jóvenes y adultos a considerar como un capítulo esencial de su formación continuada el contenido principal de la Doctrina Social de la Iglesia. En especial lo ofrecido en los siguientes documentos del magisterio oficial: Encíclica Rerum Novarum, de León XIII, sobre la situación de los obreros (1891); Encíclica Quadragesimo anno, de Pío XI, sobre la restauración de orden social y su perfeccionamiento de conformidad con la ley evangélica (1931); Encíclica Mater et Magistra, de Juan XXIII, sobre el reciente desarrollo de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana (1961); Pacem in terris, de Juan XXIII, sobre la paz en los pueblos; Constitución pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, sobre la Iglesia en el mundo actual (1965); Encíclica Populorum progressio, de Pablo VI, sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos (1967); Carta apostólica Octogesima Adveniens, de Pablo VI (1971); Encíclica Laborem Exercens, de Juan Pablo II, sobre el trabajo humano (1981); Encíclica social Sollicitudo rei sociales, de Juan Pablo II, al cumplirse el vigésimo aniversario de la Populorum Progressio (1987); Encíclica social Centesimus annus, de Juan Pablo II, para conmemorar la encíclica Rerum Novarum de León XIII (1991); Encíclica Caritas in Veritate (2009) de Benedicto XVI; y Encíclica Laudato Si (2015) del Papa Francisco.