Kitabı oku: «Golpe de amor»

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Golpe de amor

Colección Camaleón

Serie Narrativa

D.R. © Raquel Mizrahi, 2021.

D.R. © Diseño de interiores y portada: Textofilia S.C., 2021.

D.R. © Diseño de forros: Alejandra Espinosa, 2021.

TEXTOFILIA

Limas No. 8, Int. 301,

Col. Tlacoquemecatl del Valle,

Del. Benito Juárez, Ciudad de México.

C.P. 03200

Tel. (52 55) 55 75 89 64

editorial@textofilia.mx

www.textofilia.mx

ISBN digital: 978-607-8713-62-2

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

info@ebookspatagonia.com

Queda rigurosamente prohibido, bajo las sanciones establecidas por la ley, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin la autorización por escrito de los editores.











Para Isaac, el hombre que me enseño que el amor nace del respeto mutuo. Gracias por impulsarme siempre a ser una mejor versión de mí.

A mis hijos, la dinamita que enciende mi vida, el propulsor que me convierte en mujer.

A mis padres y suegros, mis faros, mi luz, mis guías.

Mónica Memún, Raquel Laniado, Sary Camhaji, Karen Karake, sin ustedes este libro estaría arrumbado en el cajón, gracias por darme la fuerza para escribir mi historia.

A Ricardo Sánchez Riancho, creer en mi libro lo hizo una realidad, gracias por el apoyo editorial de Textofilia.

A Grupo Menorah, por apostar a que esta novela pueda salvar una vida.


No hay barrera,

ni cerradura, ni cerrojo,

que puedas imponer a la libertad de mi mente.

Virginia Woolf



—Hola, perdón por la tardanza. Me tocó mucho tráfico a la salida de la escuela.

—¡Amiga!, creímos que no llegabas —dijo Diana mientras escribía un mensaje en su celular.

El lugar estaba repleto, a esas horas de la mañana sólo te encuentras con mujeres en pants que vienen sudadas del gimnasio. Por suerte tomaron la mesa del fondo y así teníamos un poco más de privacidad para platicar. Dejé mi bolsa en el perchero junto a la mesa de la cafetería y las saludé a todas. Tenía un par de meses que no las veía. El encuentro ameritaba un fuerte abrazo. Me senté en la única silla vacía y me incorporé a la plática tratando de entender un poco de lo que me había perdido por mi impuntualidad.

—Me voy mañana de viaje y dejo a mis hijos con mi suegra. Odio que los cuide ella porque me los regresa con una lista infinita de reclamos, ¡como si ella fuera perfecta! ¡Oiga señora!, ¿qué no ve?, estoy casada con su hijo y es lejos de ser perfecto. —Se reían a carcajadas y yo solté una risotada, por eso no me pierdo estos desayunos, te liberan el estrés. Me di cuenta de que todavía traía el boleto de estacionamiento en la mano y las llaves colgando de mi dedo, con tanto acelere mi mente no se había relajado todavía, así que pedí al mesero un plato de fruta mientras ellas seguían la conversación.

—No te agobies, Diana, tú disfruta y que se haga bolas con ellos, ponte vaselina para que se te resbale lo que te diga tu suegrita.

Las pláticas en los desayunos siempre tienen que ver con hijos, suegras, maridos, clases, terapias y un chorro de banalidades las cuales gozo escuchar. Casi nunca se tocan temas importantes que requieran de mucha atención. Esa superficialidad me conforta, le da un tono de neutralidad a las cosas y eso me permite funcionar en la vida cotidiana.

Este grupo de amigas se formó de algunas mamás de la escuela, otras con las que entreno para el maratón de la Ciudad de México y una que otra colada. No está mal para pasar un rato casual.

—¿Escucharon lo que pasó con Jessica? —dijo Elvira mientras ponía los ojos como platos, se le veían las encías de tanto que abría la boca.

—No. ¡Cuéntanos! —gritaron todas al mismo tiempo, tenían las manos aplastadas sobre la mesa y esperaron con morbo a que Elvira les soltara el chisme. La miraban con ojos de asombro y bocas entreabiertas, tratando de adivinar lo que traía entre lenguas. Aprovecharon que Jessica no vino al café para comérsela viva.

—Pues, parece, se está separando de su marido, dicen que ella le puso el cuerno con un cuate del gimnasio.

—¡No manches!, ¡qué tonta!, ¿en serio piensa echar por la borda su matrimonio y su familia por un desliz?

Todas lanzaron comentarios al aire, juzgando si valía la pena arriesgarlo todo por una calentura.

Mientras sus voces se entremezclaban en la mesa, me invadió un impulso. Di un sorbo a mi café, tragué un poco de saliva para disolver el nudo que se me formó en la garganta y comenté algo por primera vez:

—No deberían juzgar así a Jessica. A nadie le gustaría estar en su situación, ¿o sí? Nadie sabe lo que hay en la olla más que la cuchara que la mueve.

—¿Tú qué sabes, Sofía?, hablas como si también te hubiera pasado a ti —me reclamó Diana con una expresión sarcástica y burlona, a lo mejor yo podría darle una mejor historia.

—No me ha pasado mí. Pero sí sé lo que es perder la cabeza, cruzar fronteras y estar dispuesta a perderlo todo por alguien —luego de hablar me di cuenta de que la había regado, pero ya era demasiado tarde. Las caras de todas se transformaron: del juicio de Jessica pasaron hacia la sorpresa de mis palabras. Nunca imaginaron que yo, siendo tan mojigata, hubiera estado dispuesta a dejar todo por alguien.

—¿Cómo crees, Sofía? Ahora nos cuentas, chula —dijo Vicky, quien ya se había parado para irse y volvió a sentarse en su silla—.Este chisme no me lo pierdo, prefiero cancelar mi cita en el salón que irme ahorita.

Se escucharon las risas morbosas de todas, les lancé carne fresca y sus colmillos estaban listos para triturarla, claro que nadie se iba a parar de aquella mesa, la curiosidad las mataba. Querían comprender algo que no les parecía acorde con mi forma de ser. Se acomodaron inclinadas hacia adelante dispuestas a envolverse en mi telenovela, más valía que estuviera bueno el material que iba contarles.

Así es como desenterré está historia. Habían pasado dieciséis años desde aquel acontecimiento e iba a narrarlo en voz alta a un grupo de amigas por la primera vez. Gran parte de mis recuerdos se tejían en mi mente como un montón de telarañas, a veces me parecía que esto no me había pasado a mí y lo había imaginado todo. Intenté poner orden a los sucesos para relatarlos durante ese café de media tarde. Por un instante dudé en compartir algo tan íntimo. Tenía tanto tiempo sin mencionarle a nadie mi historia, ahora me parecía una película de ficción. Los ojos de todas estaban puestos en mí. Empecé a hablar y ya después no pude detenerme.

[Capítulo 1]

—¿Cómo vas con la tesis? —me preguntó Alexa mientras trabajábamos en las computadoras de la universidad.

—Maso, me echaron el proyecto para atrás. Los maestros no creen que una diseñadora gráfica pueda crear un juego interactivo de memoria auditiva para niños, dicen que es un trabajo para programadores y pedagogos.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a presentar otro?

—Cero. Ya me conoces. Cuando me obsesiono con algo, no hay quien me lo saque de la cabeza. Les dije que hago el proyecto porque lo hago, por eso me inscribí a electivas de programación y pedagogía. Mi asesor me dijo que si creo poderlo hacer, pues que me lance; pero luego no diga que él no me lo advirtió.

—Ay, Sofía, en lugar de hacerte la vida fácil, te la complicas, yo ya hubiera buscado algo más sencillo con tal de titularme, pero bueno, en eso somos distintas. ¿Te late ir a bailar en la noche con Isaac y Beto?

—Va. Me urge despejarme, si quieres yo quedo con Beto para que pase por mí y nos vemos ahí —apagué la computadora y me despedí.

Durante mis años de universitaria –los mejores de mi vida– conocí a Alexa, una amiga leal y divertida. Desde un principio nos entendimos a la perfección. Amaba mi carrera. La disfruté mucho. Me gustaba diseñar logos y editar videos. Formamos un grupo de amigas muy chingón con quienes hice viajes, salidas a bailar y trabajos en equipo los cuales a veces se alargaban hasta la medianoche... fue una gran experiencia.

Nunca fui muy noviera: salía con chavos pero no concretaba nada, me costaba trabajo ser vulnerable y sentir algo por alguien, era cautelosa y ponía un pie de frente antes de entrar a una relación. Tenía ganas de enamorarme pero no había tenido la suerte, estaba segura de que yo alejaba a cualquier prospecto con el pretexto de que no era lo que buscaba.

—Te quiero presentar un chavo, Sofía. A ver si por fin te convence.

—Gracias, Alexa. Por ahora paso. Me da flojera salir con chavos que ni al caso. Ya me resigné: voy a ser una solterona. El amor no se hizo para mí.

—Güey, qué loca. El amor es para todos. A mí ya me dio el anillo Isaac, estoy feliz con él. Quiero que tú también lo vivas un día.

En esos años Alexa me demostró su cariño de muchas formas. Siempre se preocupaba por mí y por verme feliz. Me daba risa que cada semana llegaba con un chavo nuevo para presentármelo. Le costaba trabajo entender que ni uno de ellos me gustara.

Muchos eventos del pasado marcaron mi personalidad: no intimidaba demasiado con nadie, ponía distancia entre mi vida privada y la de los demás. La verdad es que tenía miedo, no sé si era a perder el control, a dejarme llevar por las emociones o a sentir algo tan intenso que terminara lastimándome. Prefería meterme en un caparazón para protegerme hasta de mí misma.

Sabía que la única manera de formar una verdadera conexión con alguien y enamorarme sería salir de ahí, exponerme. Y honestamente dudaba que fuera posible.

—Sof, ¿por qué no te das la oportunidad de andar con alguien? ¡Te resistes mucho! ¿Qué pasa si lo intentas?

—No sé, Alexa, no quiero que me lastimen. Tal vez es eso.

—A todos no da miedo, pero si no lo intentas te vas a perder de muchas cosas. ¿Vas a dejar que te pase la vida sin darte una oportunidad?

Ella tenía razón, pero eso no hacía el proceso más sencillo. Uno no siempre está en control de lo que siente ni de cómo reacciona, de las decisiones que toma ni de sus consecuencias. Por eso les decía que se pusieran en el lugar de Jessica antes de juzgarla.

Ese jueves llegué de la uni de noche, tomé una ducha caliente, me puse mis jeans y una blusa de lentejuelas, un poco de mousse de pelo, zapatos plateados de plataforma, maquillaje, y ya estaba lista para el antro.

Beto pasó por mí. Quedamos de ver a Alexa y a su novio en la entrada. Tengo que aceptar que Beto me hacía reír mucho, era chistoso, ocurrente, bonachón y lo que haría feliz a una mujer. Platicamos durante todo el camino y cada que salía una canción que nos gustaba la tarareábamos juntos. Yo sabía, quería conmigo por la manera como me miraba, pero en esas épocas los chavos tan buenos no me atraían ni un poco.

Llegamos a la entrada del Club y nos tomó media hora que el cuate de la cadena nos permitiera pasar. Era el antro de moda, así que ameritaba esperar un rato para entrar.

—Qué guapa, Sofía, me encantó tu blusa —Alexa tocó las lentejuelas con sus dedos y me acomodó un poco el cabello, luego me dio un beso y un abrazo.

—Gracias, amiga. Siempre me chuleas, por eso te quiero.

Una vez dentro, nos dieron una mesa esquinada –no era la mejor del lugar, pero cuando tienes 19 años, da igual–. Pedimos dos botellas: una de vodka y otra de tequila.

—Me choca el tequila, prefiero vodka. Beto, ¿me sirves una?

Tomó un vaso, me lo sirvió con agua quina, hielos, y comencé a tomar. Tenía ganas de pasarla bien. Entre la tesis, el trabajo de medio tiempo en Grupo Vitro y –obvio– sin novio, necesitaba aliviar el estrés y la tensión.

La música del Club no era de mi estilo, pero igual empecé a bailar: un rato sola, un rato con Beto y un rato buscando a quién me podía ligar.

Recorrí el lugar con la mirada para ver si encontraba a un hombre lo suficientemente guapo como para quedarme bailando con él toda la noche. Mis ojos se clavaron en uno: guapísimo, sexy, musculoso. Estaba sentado a tres mesas de la mía con un trago, inmóvil. Nunca lo había visto antes. Podía ver, por cómo detenía el vaso, que sus manos eran perfectas: grandotas, morenas y fuertes. El vodka llegó a mi estómago y se agitó, haciendo que mi cuerpo reaccionara: me quedé pasmada. Sentí como si ya lo conocía. Una atracción magnética no me dejaba desviar la mirada de su rostro. Decidí que lo iba a intentar.

Se puso de pie y empezó a bailar cerca de mi mesa. Mis manos empezaron a temblar y el vodka se cayó en el asiento. No podía quitar los ojos de ese hombre. No era un chavo, era un hombre; a lo mejor diez años mayor que yo. Las facciones de su rostro eran duras: ojos negros penetrantes, pelo castaño oscuro, labios grandes, cejas pobladas y una que otra cicatriz que enmarcaban su naturaleza. Traía unos jeans rotos pero formales. La camisa desfajada y remangada que asomaban sus bronceados brazos. Sentí una energía que me jalaba hacia él sin oponer resistencia.

Me acerqué al oído de Alexa para que me escuchara en medio de tanto ruido. Interrumpí su beso con Isaac pero lo ameritaba.

—Alexa, ¡ve qué guapo! Me lo tengo que ligar, es todo mi tipo —se lo señalé con la mirada y las dos sonreímos.

—Pues vas, amiga, ¿no eres tú la que dice que cuando quiere algo lo consigue? —se burló retadora.

Me acerqué lo más que pude, sosteniendo mi vaso sin quitarle los ojos de encima. Él hizo todo lo demás. Camino hacia mí, yo no podía moverme, parecía una estatua de piedra. Se acercó más de lo permitido y me susurró con el aliento alcohólico palabras muy cerca de mi oído, podía escuchar su respiración.

—Hola, ¿cómo te llamas? Que bonitos ojos tienes.

—Gracias, soy Sofía, y ¿tú? No te había visto por aquí —se me encendieron los cachetes, el cuello y el pecho con un tono rojo.

—Daniel. No soy de aquí, viví toda mi infancia en Carolina del Sur y hace unos años me mudé a México —su mirada era directa, como una flecha punzante, él no tenía miedo de nada y no sé por qué eso me hacía sentir cómoda.

—Con razón vi algo diferente en ti, no actúas como todos.

—Yo también en ti. No me pasa siempre, pero siento que ya te conocía.

—A mí me pasa igual.

Empezamos a bailar, a platicar como si no fuéramos sólo dos extraños en un antro y, sin más, nuestras manos se encontraron, nos fuimos acercando hasta que dejó de haber espacio entre los dos. No podía separarme de él. El vodka y la adrenalina me hacían sentir que el lugar me daba vueltas y mis pies flotaban; las mesas, la gente y hasta la música se pusieron en pausa. Éramos sólo él y yo. La noche se pasó rapidísimo pero yo llegué con Beto, debía regresar con él. Tomé mi chamarra de la mesa y volví a despedirme.

—Sofía, fue un placer conocerte, ¿me das tu teléfono? Viajo mañana a Laredo pero cuando regrese quiero salir contigo, espero que esta noche continúe. —Le sonreí—. Va, te lo apunto.

Tomé su celular rozando mi mano con la suya y le grabé mi número. Había pasado la mejor noche de mi vida. Nos dimos un beso en la mejilla y me fui con Beto. Salimos del lugar junto con Alexa e Isaac.

—Te gustó, ¿verdad? Es la primera vez que te veo así. ¡Qué emoción! —Alexa gritaba de alegría, no podía creer que alguien lograra moverme así el tapete.

No contesté nada, mi risa nerviosa y el brillo en mis ojos me delataban. No entendía el sentimiento que estaba experimentando por primera vez. Me asustaba no estar en control y esa sensación era más fuerte que yo.

Llegué a mi casa y suspiré como quinceañera. Ya sé que suena a cliché, pero de veras sentía mariposas en el estómago, esas tonterías de las que hablaban todos y nunca habían sucedido en mí: ese deseo, esa ilusión y el romance. A la mañana siguiente le conté a mi mamá de la noche anterior.

—¿Qué tal la pasaste ayer? No te pregunto si conociste a alguien porque ya sé tu respuesta: “nada que ver”.

—Pues, ¿qué crees, ma? Conocí a un chavo. No sé por qué pero me encantó.

—¡Wow!, no lo puedo creer. ¿Te encantó?

Lo repitió para cerciorarse de que había escuchado bien.

—¡Sí!

—Es la primera vez que te veo ilusionada.

Mi mamá estaba sorprendida. Era probable que Daniel no me llamara, pero yo tenía la certeza de que lo haría. Toda mi vida había buscado esa conexión: una en la que se explicara todo sin palabras, una sensación de recuerdos de vidas pasadas, de amores inconclusos e infinitos. Aun sin que pasara nada extraordinario esa noche en el antro, sentía una química inexplicable en el cuerpo. Sólo debía esperar a su regreso de Laredo y cruzar los dedos para que llamara.

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