Kitabı oku: «Antropología y archivos en la era digital: usos emergentes de lo audiovisual. vol.1»
Antropología y archivos en la era digital: usos emergentes de lo audiovisual. Volumen 1
© Ingrid Kummels & Gisela Cánepa Koch, editoras
De la presente edición:
© Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP)
Instituto de Etnomusicología
Av. Universitaria 1801, San Miguel, Lima - Perú
Telf: (51-1) 626 2000
Cuidado de la edición: Instituto de Etnomusicología
Corrección de estilo: Luis Yslas
Diseño de carátula y diagramación: Camila Bustamante
Primera edición: diciembre del 2020
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2020-09057
ISBN eBook: 978-612-48410-0-2
Prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro sin el permiso de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP)
Esta obra es publicada luego de un proceso de revisión por pares (peer-reviewed).
Créditos de la imagen: Elizabeth Eslava grabando para su archivo. Foto: Ingrid Kummels
Auspiciado por el Lateinamerika-Institut (LAI) - Freie Universität Berlin
Contenido
Gisela Cánepa Koch & Ingrid Kummels - Archivos como lugares antropológicos: una introducción
A. LÓGICAS DE MEMORIA Y DE OLVIDO
Aura Lisette Reyes Gavilán - Lógicas de archivo y circulaciones restringidas, los materiales de la expedición de Konrad Theodor Preuss a Colombia
Pamela Cevallos S. - Arte, etnografía y archivo. Apuntes sobre un proyecto artístico
Juan Carlos La Serna - Coleccionismo, exposición y denuncia: repositorios fotográficos y construcción de las narrativas visuales de la época del caucho
B. LÓGICAS DE ACCESO
Alonso Quinteros - La (im)posibilidad de un archivo de cine documental peruano
Víctor César Ybazeta Guerra - La construcción de la memoria desde el documental
Ximena Málaga Sabogal y María Eugenia Ulfe - El archivo como proceso y el trabajo etnográfico
C. LOGICAS DE ACTIVACIÓN
Ángel Colunge Rosales y Carlos Zevallos Trigoso - Archivo, memoria y contemporaneidad: tras los pasos de la violencia y su representación visual en las fotografías del proyecto Talleres de Fotografía Social (TAFOS) en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
X. Andrade - Archivos conceptuales y antropología de la imagen: Mark Lombardi
Pamela Loli Soto - Velasco en portada: lo visible y lo relegado en la imagen de Juan Velasco Alvarado a través de las portadas de El Comercio (1974-1975)
Mercedes Figueroa Espejo - Archivos fotográficos y memorias familiares: representaciones de estudiantes universitarios y policías fallecidos durante el conflicto armado interno en el Perú
Verónica Zela - Archivo personalizable: violencia política reciente / Perú
SOBRE LOS AUTORES
Archivos como lugares antropológicos: una introducción
Gisela Cánepa Koch & Ingrid Kummels
El «archivo moderno» jugó un papel crítico en la formación de los Estados nacionales y en el desarrollo de un sentido público de la memoria de las naciones. Como institución, aparato y práctica, y emplazado en un espacio físico, pasó a conformar en el siglo XIX un régimen de colección y de ordenamiento de materiales que sirvió además al proyecto colonial y sus formas de gobierno. Varias disciplinas del conocimiento, particularmente la disciplina antropológica y sus objetos etnográficos, han tenido un papel protagónico en el modelado de tal régimen archivístico, que hoy se encuentra sujeto a los cambios que devienen de los procesos tecnológicos, sociales, culturales, económicos y políticos que emergen en el marco de la globalización. Estos cambios plantean una serie de interrogantes acerca del archivo y la verdad, el archivo y el poder, y el archivo y el «otro». Interesados en colecciones de artes verbales y visuales, sonido, fotografía y film, vistos desde una perspectiva antropológica, en este volumen nos proponemos llevar a cabo, a través de la discusión de casos específicos y en diálogo con otras disciplinas, una exploración acerca de una serie de temas relevantes para (re)pensar la relación entre antropología y archivos.
En un sentido más conceptual, nos proponemos indagar en torno a la naturaleza de los archivos, a la movilidad y el valor de sus objetos, a sus usos emergentes, y a la configuración de «diferencias» a través de la materialidad, catalogación y circulación de las colecciones y sus artefactos. En términos prácticos, se trata de aportar en la discusión de problemáticas sociales referidas a las dinámicas de diferenciación y exclusión, así como a la capacidad de agencia, y las aspiraciones y afectos de distintos sujetos sociales. En su conjunto, estos se involucran en asuntos como la producción de conocimiento, la soberanía patrimonial, el ejercicio de la vigilancia y la ciudadanía, y las políticas culturales y de identidad.
Atendiendo a estas líneas de indagación, la presente publicación propone además un acercamiento desde una perspectiva regional latinoamericana a las colecciones audiovisuales (artes verbales y visuales, fotografía, film y sonido). Esto significa tomar en cuenta la circulación intercontinental de saberes y objetos desde la época colonial, con sus agendas vinculadas al coleccionismo y a los proyectos representacionales colonialistas, pasando por sus resignificaciones tras la independencia, entre los cuales destaca la reflexividad del «giro archivístico» hasta el presente. Las actuales tecnologías y el orden global propician el surgimiento de nuevas posibilidades de creación, usos y formas de gestión de colecciones audiovisuales a través del uso del celular como posible medio de documentación y repositorio y de plataformas digitales como sitios web, páginas de Facebook, Instagram, Flicker o Youtube que sistematizan lo que se considera materia archivable y, así, retan la autoridad y hegemonía de los archivos institucionales existentes.
Algunas de las preguntas que guían nuestro interés son: ¿qué relaciones de poder se configuran a partir del coleccionismo como práctica y como saber fundante de los archivos?; ¿qué agencias e ideologías se adscriben a los materiales audiovisuales al momento de ser clasificados, catalogados y puestos a disposición de los interesados?; ¿cuáles son las relaciones de dominación y brechas que se establecen y reproducen, por ejemplo, entre quienes practican las expresiones y materialidades que quedan documentadas en los objetos de archivo, y quienes los custodian, gestionan e interpretan?; ¿cómo se define y problematiza la especificidad de los archivos y sus colecciones en la era digital?; ¿qué nos revelan las prácticas y políticas de preservación y difusión que emergen en él?; y ¿qué nuevos usos, significados y agencias emergen respecto al archivo y sus materiales audiovisuales en el marco de su transformación digital?
Esta publicación recoge las contribuciones presentadas en noviembre del 2017 en el seminario internacional Archivo y Antropología: Usos Emergentes de lo Audiovisual en América Latina, organizado por la Maestría de Antropología Visual de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), cuya convocatoria respondió a las preocupaciones y preguntas planteadas líneas arriba. Para fines de esta publicación, las contribuciones fueron reescritas como artículos a partir del diálogo y reflexiones vertidas durante el seminario y atendiendo a las recomendaciones de las editoras. Los artículos se han agrupado en dos volúmenes. El primero, que lleva el título Los archivos como lugar antropológico, reúne artículos en los que se enfatiza la investigación de campo etnográfica como una práctica archivística; el archivo como fuente y objeto de estudio a la vez; y el archivo como mediación entre el investigador y los sujetos de estudio. En todos los casos, problematizando las relaciones de poder implicadas en la formación de los archivos, al mismo tiempo que explorando las estrategias para subvertirlas.
Aunque varios de los trabajos incluidos en el primer volumen ya anuncian la relevancia de las tecnologías digitales y los medios sociales en la transformación del archivo, es en el segundo volumen, Los archivos y su transformación digital, donde se pone el énfasis en los nuevos retos y oportunidades que las tecnologías digitales y la globalización plantean a los archivos, su institucionalidad, sus prácticas y políticas. Se presta especial atención a los modos en que la digitalización de los archivos afecta el quehacer antropológico, así como al surgimiento de nuevas lógicas y rutas de circulación de los objetos de archivo; de nuevas posibilidades para su descontextualización y resignificación como objetos de valor documental, político, económico, recreacional o sentimental; y de nuevos actores y subjetividades culturales y políticas que crean repositorios «efímeros», «informales» y «alternativos», los cuales retan y transforman el régimen archival existente.
El archivo: definiciones y retos a futuro
Iniciamos la tarea de redactar las introducciones a ambos volúmenes a la par del dictado del curso sobre Antropología y Archivos en la Era Digital que impartimos juntas entre agosto y diciembre de 2018 en el programa de la Maestría en Antropología Visual (MAV) de la Pontificia Universidad Católica del Perú.1 El 2 de septiembre de ese año fuimos sorprendidas por la noticia del incendio del Museo Nacional de Rio de Janeiro. Este era considerado baluarte de la historia de la antropología brasileña, y alojaba importantes colecciones en los campos de las ciencias y la cultura, valoradas a nivel mundial. Ambos, el edificio y las colecciones, habían sido afectados irreparablemente. Repentinamente nos vimos inmersos en una serie de reacciones, relatos y testimonios de lo sucedido expresados por los trabajadores e investigadores del museo, y en los medios. También hubo expresiones de solidaridad de la comunidad científica internacional, gobiernos de Estado y del público, a través de comunicados oficiales y en redes sociales. Lo ocurrido resultaba revelador acerca del archivo —tal como se conceptualizaba hasta ese momento— y de los discursos, materialidades, prácticas, imaginación, afectos y tensiones que lo configuran. Finalmente, ponía en evidencia los retos y oportunidades que los medios digitales significan para la institución y la ciudadanía que representa y las prácticas archivísticas que comprenden las tareas de recolectar, catalogar, preservar, restaurar, hacer accesible y exhibir.
Las imágenes que se veían por televisión y, luego, en las fotografías que circularon en la prensa y las redes sociales, tenían un efecto paralizador en el que convergían el horror y la fascinación.2 Esto era resultado de la paradoja de saber que un patrimonio considerado invalorable se perdía, al mismo tiempo que se era testigo de un espectáculo visual que, por efecto del fuego en la oscuridad de la noche, cautivaba. El horror y la fascinación frente al hecho de la destrucción material de los que fuimos testigos pueden leerse en correspondencia con la doble afirmación que hace Achille Mbembe (2002), acerca de, por un lado, la relación entre edificio y archivo, y, por el otro, entre el archivo y el sepulcro. Al respecto, escribe: «No puede haber una definición de “archivo” que no albergue a ambos, el edificio y los documentos que este alberga […] El status y el poder del archivo se deriva del entrelazamiento entre edificio y documentos. El archivo no tiene status ni poder sin una dimensión arquitectónica» (2002, p. 19). No en vano, los medios informativos hacían hincapié en el origen del edificio, que en el año 1818 fue cedido por el rey Juan VI, y que desde ese entonces pasó de ser la casa de la familia real portuguesa a albergar las colecciones de materiales arqueológicos, históricos, etnográficos, paleontológicos y biológicos fundamentales para la historia y diversidad biológica brasileña, americana y mundial.
Así mismo, Mbembe destaca el vínculo intrínseco entre el archivo y la muerte, y otorga a este el estatus de sepulcro. Como instancia de «lucha contra la dispersión de los fragmentos de vida», el archivo los reúne, los ordena y los «aparta del tiempo y la vida» (p. 22). Este afán del archivo por restituir, que requiere del internamiento de piezas y fragmentos, alude por lo tanto a la tensión entre su poder fundante y su condición de ruina, tan claramente expresada en el contrapunto de fotografías que circuló en Internet y que mostraba, una junta a la otra, la imagen del edificio del Museo Nacional de Rio de Janeiro en todo su esplendor y la del edificio en ruinas.3 Considerando su condición material, o debido a ella misma, el archivo siempre está sujeto a la posibilidad de su destrucción. Al respecto, es de interés anotar que la Biblioteca Nacional del Perú, apenas unos meses antes que el incendio en Brasil, optó por conmemorar una tragedia parecida a través de la exposición fotográfica «75 años del incendio de la BNP», precisamente con el objetivo de «sensibilizar a los ciudadanos y ciudadanas sobre la importancia de la protección y conservación del patrimonio documental de la Nación».4
Al mismo tiempo, el incendio que redujo el edificio a ruinas y la colección a unos restos parece confirmar, aunque paradójicamente, lo que Mbembe denomina el «imaginario instituyente» del archivo, así como la «ilusión de totalidad y continuidad» que lo fundamenta y le otorga autoridad. Por un lado, el archivo, insiste Mbembe, «no es un pedazo de dato, sino un status» (p. 20). La propia destrucción del Museo Nacional de Rio de Janeiro y el profundo sentimiento de pérdida y de aflicción, viralizado a través de imágenes que circularon en los medios sociales, nos hablan del «status de prueba» y del derecho de propiedad colectiva que emerge de este. Derecho que genera un sentido de comunidad, cuyos miembros se perciben como «herederos de un tiempo» (p. 21), así como de una historia e identidad nacionales. Uno de los titulares del New York Times rezaba: «La pérdida de piezas indígenas en el museo de Brasil “se sintió como un nuevo genocidio”».5 Algunas de las imágenes que circularon inmediatamente después de la destrucción del Museo Nacional de Rio de Janeiro mostraron en primer plano las acciones en torno al fuego mismo y los esfuerzos por apagarlo, así como los riesgos que trabajadores e investigadores del museo tomaron para entrar y poner a salvo las piezas de las colecciones a las que habían dedicado gran parte de su vida y de las que ellos eran custodios.
Por otro lado, inmediatamente después de la constatación de la destrucción total del edificio se empezó a cuantificar la pérdida indicando la cantidad de piezas desaparecidas y destacando las pocas que se salvaron del desastre. Este acto de cuantificación de la pérdida, pero también de exaltación de las piezas sobrevivientes, denota la urgencia de reestablecer una suerte de totalidad del archivo, ahora trágicamente materializado en lo que sobrevivió al incendio. En contradicción a la pretensión de totalidad, apenas el 1 % de las en total 20 millones de piezas que albergaba el museo estaba en exhibición permanente. Siendo el valor patrimonial, junto con su accesibilidad, aspectos críticos de la definición y práctica del archivo, entonces salta a la vista que el estatus de totalidad constituye una aspiración que se construye discursivamente. Esto se condice con el argumento de Foucault sobre el archivo como el aparato discursivo que define «lo que puede ser dicho» (Foucault 2002, p. 219). La autoridad del archivo establece así la totalidad de un mundo posible, la cual, en el contexto del incendio y la consecuente pérdida de las colecciones, la sitúa en la encrucijada de querer volver a reestablecerla, paradójicamente, desde las ruinas.
Para lograrlo es necesario disimular el hecho de que el estatus de material privilegiado del documento de archivo es socialmente construido. Esto lo demuestran las acciones de rescate que emprendieron científicos del museo para salvar particulares colecciones, incluso arriesgando su vida. El valor y estatus que ahora tienen los ejemplares de moluscos que pudieron ser librados del fuego por la acción arriesgada del ictiólogo Paul Backup, y que ahora han pasado a ser «la colección» de moluscos, no es intrínseco a la colección. Ese estatus es instituido por la autoridad que lo declara —en este caso la del ictiólogo—, por las prácticas del archivamiento de las piezas, y por los públicos que las reconocen —entre ellos la prensa que celebra el acto de heroismo del científico—.6 Más que un lugar que reúne conocimiento, el archivo es un lugar de producción de conocimiento (Stoler, 2010a) que emerge de las prácticas de colección, reunión, clasificación, catalogación y visibilización del material que operan como dispositivos de poder. Poner el énfasis en las prácticas archivísticas invita al mismo tiempo a considerar que el poder del archivo, su pretensión de totalidad materializada en la presencia de piezas o colecciones y el valor archivístico asignado, resulta de un conjunto de contingencias que están sujetas a las historias institucionales, y que responden a un entramado de complejas voluntades, iniciativas y juicios de quienes declaran algo como archivable (Derrida, 1994, p. 24; Kraus, 2015; Joyce, 1999). El ejemplo del incendio demuestra cómo la pretensión de permanencia en el tiempo y de totalidad, así como la del valor documental y testimonial del archivo, está siempre en entredicho.
El constante riesgo que corre la empresa archivística desata una gama de afectos que en el caso del fuego y la destrucción del museo incluyeron, además de la desesperación y desolación, no solo la indignación y la furia, sino también la solidaridad. No solamente de parte de los investigadores y demás trabajadores del museo, sino de los ciudadanos que salieron a la calle a protestar por lo que se consideraba un accidente propiciado por la negligencia del Estado, la corrupción y las políticas neoliberales que habrían llevado a la precariedad del edificio, de las colecciones, de sus científicos e, incluso, del archivo mismo.7 Más aún: la imagen del museo en ruinas se convirtió en metáfora de un país en ruinas aludiendo a la crisis política y económica, y a los escándalos de corrupción, que aquejan al Brasil.8 Tal retórica y el reclamo ciudadano que contiene esta metáfora remiten a la función que el archivo ha jugado como aparato gubernamental en la constitución de comunidades nacionales y de subjetividades políticas liberales (Joyce, 1999).
Tras el incendio aparecieron nuevos actores en el escenario, siendo antropólogos indígenas brasileños los primeros en señalar que la tragedia incluía la pérdida de la quizá más importante colección de las culturas indígenas del país, la de Kurt Unckel Nimuendajú. Ejercieron de esta manera autoridad al constatar justamente en este momento que el alemán que fue adoptado por los Apapocuvá-Guaraní y de ellos recibió el nombre que se traduce como «el que conquistó su casa/lugar», fuera el «principal etnógrafo brasileño» (Andreoni y Londoño, 2018). Al conferirle reconocimiento a la colección que él realizó a lo largo de unas cuatro décadas hasta su muerte en 1945, no reiteraron simplemente el estatus del que Nimuendajú ya gozaba en el ámbito de las ciencias y del patrimonio cultural brasileño; más bien, el investigador José Urutau, de la etnia Tenetehára-Guajajara, se manifestó de esta manera tras el incendio como vocero de los Tenetehára-Guajajara y declaró a estos como «herederos de un tiempo» (cf. Mbeme, 2002, p. 21). De ahí que la destrucción de estas piezas y otras 40 000 más de las sociedades indígenas del país en el incendio del Museo Nacional «se sintió como un nuevo genocidio», como él enfatizó frente al New York Times (Andreoni & Londoño, 2018).
Estas denuncias, en el sentido de que no se habían destinado fondos para la conservación del Museo Nacional mientras que, al mismo tiempo, se había ya adelantado el proyecto de un nuevo museo para la ciudad de Rio concebido para fines turísticos y comerciales, refieren a las transformaciones que de un lado viene sufriendo el archivo y las prácticas asociadas a él. En la actualidad se insertan en el marco de la instauración de políticas culturales de corte neoliberal y su lógica de optimización de recursos (Coombe, 2013). En tal sentido, el edificio en ruinas no solo simboliza la creciente precariedad del archivo y sus instalaciones, así como de las tareas que en él realizaban sus funcionarios con recortes presupuestales cada vez más severos, sino que, además, refiere a las dificultades y retos del propio proyecto archivístico moderno para garantizar su vigencia. Asimismo, el archivo se ve afectado en el contexto del desarrollo de las tecnologías digitales y de los medios sociales que lo colocan frente a un conjunto de nuevas oportunidades, pero también de retos.
Por un lado, hay una promesa de democratización del conocimiento y de inclusión de la diversidad que acompaña la digitalización de los archivos, más allá de su rol en la preservación. Sin embargo, como señalan Göbel y Müller (2017) y Vessuri (2017), la digitalización de los archivos conlleva además una serie de desafíos. Por un lado, las posibilidades de conectividad, colaboración en red y accesibilidad que la tecnología digital y las redes sociales traen consigo no garantizan una mayor democratización, ya que estas se organizan en contextos institucionales, tecnológicos y sociales de desigualdad histórica y estructural, en muchos casos más bien reproduciendo relaciones de poder y una distribución desigual de las condiciones de producción y acceso al conocimiento.
Por otro lado, surgen nuevos agentes que incluyen desde actores corporativos hasta activistas o ciudadanos de a pie, quienes, apoyándose en los medios digitales y a través de sus nuevas experticias, se desempeñan en la creación y puesta en valor de archivos en virtud de agendas científicas, de políticas culturales y de identidad, reclamos de derechos sobre recursos, activismos políticos, y comerciales (Garde-Hansen, 2009; Featherstone, 2010; Geismar, 2017). Estos, y las prácticas emergentes que se desprenden de los archivos digitales, desafían la autoridad del archivo como institución y de sus expertos respecto al control hegemónico que ejercen sobre la producción, interpretación y puesta en valor de colecciones científicas, históricas y culturales, así como el estatus de original de sus objetos. Las prácticas archivísticas emergentes al mismo tiempo invitan a repensar asuntos referidos a los derechos patrimoniales, a las implicancias políticas y éticas que se ponen en juego en el marco de la diversificación de los usos posibles, al carácter público/privado de los materiales de archivos, así como a su sostenibilidad en el tiempo. Si bien se trata de un escenario que plantea agencias alternativas a la del archivo moderno, cabe preguntarse cómo se ubican y establecen sus protagonismos, actores corporativos y actores de base. ¿Cuál es el rol de los archivos públicos en este escenario?, ¿cuál es su responsabilidad frente a la tarea de democratizar el acceso a los materiales y fomentar así la diversidad?
En sintonía con las críticas y las denuncias por negligencia, y animada por un sentimiento de amargura y solidaridad por lo ocurrido, circuló la propuesta de «reconstruir» el Museo Nacional de Rio de Janeiro a través de una acción en las redes sociales que consistía en compartir fotografías que investigadores y visitantes pudieran haber tomado del museo y en el museo. Aunque resulte paradójico, es precisamente la propuesta de un museo digital, nacida de un sentimiento de apego al archivo, la que anuncia el fin del archivo moderno al mismo tiempo que revela el posible surgimiento de un archivo del futuro en el cual los usuarios y sus «tácticas archivísticas» (Basu & De Jong, 2016) se vislumbran como los que tienen la palabra (ver introducción al volumen 2).
La situación de precariedad del Museo Nacional de Rio de Janeiro es compartida por otros museos en el mundo y sus colecciones, y tiene que ver con la obsolescencia de su edificación en el contexto de proyectos inmobiliarios y de desarrollo urbanístico innovadores, así como con lógicas mercantiles que imponen criterios de eficiencia en la gestión de instituciones culturales y científicas. En una línea similar se pueden entender los esfuerzos por llevar adelante la construccion e instalación del MUNA (nuevo Museo Nacional de Arequología) en el Santuario Arqueológico de Pachacamac, al sur de la ciudad de Lima, que compromete el traslado de la colección arqueológica del Museo de Arequeología, Antropología e Historia fundado en 1822, actualmente clausurado y que pasará a ser el Museo Nacional de Historia una vez que se restaure el antiguo local. Tales cambios implican una reconceptualización en la gestión de las colecciones, el vínculo con los públicos y la locación de los depósitos y salas de exhibición que privilegian la puesta en valor de las colecciones arqueológicas por su potencial para el mercado turístico. El tema de la precariedad se ha convertido actualmente en un tema de debate político también en el caso del almacenamiento de las colecciónes etnográficas en los museos europeos. Durante mucho tiempo se hacía hincapié en la falta de condiciones de conservación adecuadas en los archivos y depósitos de los países de origen de los objetos, lo que sirvió de pretexto para no retornar artefactos que fueron botín de guerra o adquiridos bajo circunstancias dudosas. En la actualidad, existe una opinión crítica respecto al almacenimiento de los más de 500 000 objetos reunidos en el Ethnologisches Museum Berlin en un estado lejos de ser ideal.9 Con el fin de remediar las condiciones de precariedad en las que se encuentran estos objetos, se ha decidido mantener la mayor parte de los artefactos en los depósitos de un edificio construido en 1966, en proceso de renovación, y se prevé restituir su acceso a la investigacíon internacional a través de la creación de un «Campus de investigación» (Forschungscampus) en este mismo edificio. En vista de su potencial para atraer al público, se trasladará una parte muy pequeña a las exposiciones del prestigioso Humboldt Forum, cuya inauguracón se proyecta para septiembre de 2020. El debate sobre la precariedad también hace alusión a discursos emergentes en torno a los derechos culturales sobre los recursos patrimoniales por parte de comunidades de origen y creadoras de los objetos guardados que promueven la autogestión y la colaboración. Finalmente, el declive del archivo moderno se explica también por cambios en las prácticas gubernamentales que moldean nuevas subjetividades políticas, así como por el surgimiento de nuevas agencias y formas de sociabilidad en el marco del desarrollo de tecnologías digitales y la expansión de las redes sociales que promueven y ofrecen los escenarios para el modelado de sujetos participativos, coproductores de contenidos (Jenkins, Ito & Boyd, 2016; Cánepa & Ulfe, 2014), que sin embargo deben desempeñarse en un entorno digital dominado por las grandes corporaciones como Google.
No se trata únicamente de digitalizar las colecciones existentes con fines de preservación y accesibilidad. El archivo digital implica nuevas formas de coleccionar, catalogar y exhibir, así como de hacer accesibles viejos y nuevos objetos de colección. Además, transforma los términos en los que se concibe el estatus de originalidad y se imagina la propiedad sobre las colecciones (Cánepa, 2018). Este requiere de nuevas experticias, propone usos inesperados y moldea a nuevos usuarios que se relacionan de modos innovadores con los objetos de colección, así como con el museo como institución, materialidad y práctica. En otras palabras, en la caducidad del archivo está en juego su función como institución cultural e instrumento gubernamental, así como la instauración de nuevas formas de relación entre el archivo, sus objetos y los usuarios que apuntan a formas de actuación ciudadana emergentes (ver volumen 2).
Las pretensiones de totalidad y eternidad del archivo como edificio y locación de aquellos objetos que adquieren el estatus de patrimonio y expresión material de la memoria de la humanidad se vieron retadas por las llamas que consumían el edificio del Museo Nacional de Rio de Janeiro hasta sus cenizas, del mismo modo en que en otros lugares y momentos lo han hecho las guerras, la negligencia y la contingencia. Sin embargo, y paradójicamente, es por la misma razón que el archivo se «convierte en algo que elimina la duda y ejerce un poder debilitador sobre esa duda. Luego adquiere el estado de prueba. Es una prueba de que una vida realmente existió, que algo realmente sucedió, un relato que puede ser montado. El destino final del archivo está, por lo tanto, siempre situado fuera de su propia materialidad, en la historia que hace posible» (Mbembe, 2002, pp. 20-21). Es en esta línea de reflexión, como hemos anunciado al inicio, que el objetivo de ambos volúmenes consiste en problematizar los retos del archivo moderno a la luz de los enfoques y debates a los que está sujeto y que se han visto revelados en el incidente del incendio del Museo Nacional de Rio de Janeiro. Más precisamente, los distintos artículos aportan en la reflexión acerca de cuál o cuáles podrían ser las historias que este hace posible en su relación con la antropología y otras prácticas disciplinarias vinculadas a él, así como en el marco de desarrollos tecnológicos y actores sociales emergentes.
La antropología y el archivo: de las expediciones científicas a la práctica colaborativa
Desde los albores de la disciplina antropológica, a fines del siglo XIX, los antropólogos han estado implicados en la creación de archivos personales por parte de los investigadores a través de la documentación etnográfica y el trabajo de campo (Stocking, 1988). Estos archivos, conformados por objetos de cultura material como artefactos, indumentaria, implementos de uso ritual, así como registros fotográficos y sonoros, junto con las notas de campo, eventualmente pasaron a constituir las colecciones de los museos etnográficos que empezaron a conformarse a la par del afianzamiento de la disciplina y sus métodos primero en los países imperialistas del Norte global (véase, por ejemplo, Penny, 2002). En ese entonces, los depósitos y archivos de museos estaban regidos por principios clasificatorios y enfoques comparativos, por la pretensión de totalidad y por el anhelo de rescatar para la historia universal los vestigios de sociedades en extinción (Fischer, Bolz & Kamel, 2007). La generación y acumulación de estos materiales documentales se vio además incentivada por los desarrollos tecnológicos en el campo de la fotografía y del registro sonoro, así como por la demanda de contenidos para ser exhibidos ante un creciente público no especializado ávido del consumo de realidades exóticas. Estas les fueron ofrecidas a través de las exhibiciones mundiales, el cine, las postales, el mercado de antigüedades y curiosidades, y los museos antropológicos (Mitchell, 1998; Brigard, 2003; Poole, 2000; Gänger, 2014).