Kitabı oku: «Aproximaciones a la filosofía política de la ciencia»

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Índice de contenido

Introducción: las dimensiones políticas de la ciencia y la tecnología Carlos López Beltrán y Ambrosio Velasco Gómez

Perspectivas generales

El conocimiento experto en la República Fernando Broncano

La filosofía política de la ciencia: una perspectiva histórica Stephen Turner

Para una nueva epistemología política: entre la naturaleza absolutizada y la política relativizada Antonio Arellano Hernández

Introducción

El papel del relativismo epistémico posmoderno en la destrucción de la noción moderna de naturaleza y de cultura

La filosofía política de la ciencia y el principio de precaución Alfredo Marcos

El error baconiano ¿qué hay de la naturaleza?

La vinculación del investigador con las diferentes formas de poder Adolfo Olea Franco

Equidad epistémica, racionalidad y diversidad cultural Ambrosio Velasco Gómez

Ciencia y democracia

Axiología

Rescatando la izquierda de Darwin en el siglo XXI

Conocimiento y democracia: el valor epistémico y político de la opinión pública en la filosofía de J. Dewey María Cristina Di Gregori / Cecilia Durán

Neutralidad axiológica y filosofía política de la ciencia y la tecnología José Miguel Esteban

Una nueva unidad no estándar de análisis Ricardo J. Gómez

Ciencia, tecnología y sociedad

Política de la tecnociencia. Los macroprogramas Converging Technologies como ejemplo

Javier Echeverría

Paradojas y cuestiones abiertas en la política de fomento de la innovación tecnológica

Juan Carlos García Bermejo Ochoa

Ciencia, tecnología e innovación para el desarrollo sustentable. Elementos para un marco de referencia Hebe Vessuri

Ciencia, tecnología y (auténtica) democracia

Eulalia Pérez Sedeño

Ciencia y política: una pareja sin romance Matthias Kaiser

La caracterización del riesgo tecnológico como problema filosófico Sergio F. Martínez

Participación ciudadana, gestión y evaluación tecnocientífica León Olivé

Valoración social del riesgo tecnocientífico: controversias sobre el desarrollo y la innovación Jorge Linares Salgado

Estudios de caso

Entre ciencia, política internacional y comunidades científicas Episodios en mexicanística de principios del siglo XX Mechthild Rutsch

Introducción e institucionalización de la genética en México en la primera mitad del siglo XX Ana Barahona

El imperio francés, el emperador austriaco y la tradición científica mexicana Rafael Guevara Fefer

Determinismo tecnológico revisitado: algunas ideas en torno al impacto de la biotecnología en nuestras vidas –¿o viceversa? Edna Suárez Díaz

La construcción política del genoma del mestizo mexicano Carlos López Beltrán / Francisco Vergara Silva

Referencias bibliográficas

Archivos y abreviaturas

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Introducción: las dimensiones políticas
de la ciencia y la tecnología
Carlos López Beltrán y Ambrosio Velasco Gómez

No obstante que la relación entre ciencia y política ha sido un problema filosófico central desde la Antigüedad hasta nuestros días, no se ha consolidado una tradición de filosofía política de la ciencia. Pensamos que esto se debe en buena medida a que el esclarecimiento de la racionalidad propia de las ciencias, por lo general, ha considerado que los aspectos epistémicos, semánticos, lógicos y metodológicos conforman el núcleo de la justificación racional del conocimiento, excluyendo las condiciones y consecuencias sociales y políticas de las ciencias que se consideran externas a la racionalidad científica.

Si bien la distinción entre el llamado contexto de justificación y el contexto de descubrimiento ha sido cuestionada a partir de Kuhn, de todos modos se sigue marcando la separación entre cuestiones internas a la racionalidad científica y cuestiones externas de carácter social y político.

La persistencia de la separación y exclusión de la dimensión político social de la actividad científica, respecto a la reconstrucción de los procesos de justificación racional, se puede explicar en parte por la fuerte asociación entre racionalidad exclusivamente metodológica y Modernidad, atribuida originalmente a Descartes. Esta asociación atrinchera la concepción restringida de la racionalidad frente a propuestas que buscan mostrar la relevancia de aspectos políticos, éticos y sociales en la idea misma de racionalidad científica, pues rápidamente se les descalifica de irracionales o posmodernas.

El concepto de la racionalidad restringido a lo metodológico ha tenido consecuencias filosóficas lamentables, en términos de su incapacidad para discutir críticamente la marcada asociación entre ciencia y autoritarismo que ha caracterizado a la Modernidad. Corresponderá más bien a la filosofía social y política (Oakeshott, Escuela de Frankfurt, Gadamer) el cuestionamiento y denuncia de las consecuencias políticas del desarrollo de la ciencia y la tecnología; pero la filosofía de la ciencia ha guardado en general silencio al respecto por considerar que no es un problema intrínseco de la racionalidad de la ciencia, sino del uso que los políticos, los empresarios, los militares y, en general, que la sociedad hace de la ciencia. Inclusive algunos filósofos de la ciencia, como Feyerabend, que han denunciado las consecuencias autoritarias de la ciencia, terminan por rechazarla, al considerarla incompatible con la libertad. Así, el carácter exclusivamente lingüístico, lógico y metodológico de la racionalidad (racionalidad restringida) lleva a plantear un incómodo dilema, tanto en los defensores de la ciencia, como en sus críticos, de considerar como excluyentes el desarrollo de las ciencias y el fortalecimiento de la democracia. Ante el dilema, racionalidad científica o libertad democrática, algunos filósofos como Michael Oakeshott o Paul Feyerabend, se inclinan por la libertad democrática, mientras que otros autores se inclinan por restringir la vida democrática en aras del desarrollo científico, a través de una redefinición elitista del gobierno democrático que admite la prelación de los expertos en las decisiones políticas (Galbraith, Shumpeter, la llamada escuela revisionista de la democracia, inclusive en cierta medida Popper, con su propuesta de ingeniería social a pequeña escala).

Desde principios del siglo xx la concepción cartesiana de la racionalidad científica fue confrontada por filósofos como Duhem y Neurath, desde nuestro punto de vista constituyen los cimientos de una filosofía política de la ciencia. Tanto Duhem como Neurath consideran que ciertos valores y actitudes éticas de los científicos son indispensables para el desarrollo racional de la ciencia. Entre esos valores destacan la tolerancia, el reconocimiento de que otros científicos que discrepen del propio punto de vista, puedan tener razón, la disposición de diálogo, la disposición a cooperar en función de valores comunes, así como la existencia de condiciones políticas adecuadas dentro de la comunidad científica, tales como el pluralismo, la libertad de investigación y comunicación, la organización institucional para el debate, la formación de consensos, así como los espacios de comunicación y participación entre sociedad y comunidad científica.

El mismo Neurath considerará a la concepción cartesiana como un pseudo racionalismo, precisamente por no incluir dentro de la racionalidad científica a los "motivos auxiliares" que refieren a implicaciones sociales y políticas del desarrollo científico. Estos dos fundadores de la filosofía contemporánea de la ciencia resultan de gran relevancia para buscar una salida al dilema planteado por Feyerabend y por otros muchos filósofos del siglo xx, entre racionalidad científica y democracia.

Si se quiere superar este dilema es indispensable que la filosofía y en particular la filosofía de la ciencia, asuma la tarea de analizar críticamente las condiciones que harían compatible el desarrollo de la ciencia y la tecnología con el fortalecimiento de la democracia. Esta tarea se hace más urgente en el contexto del mundo actual en que la ciencia, la tecnología y las nuevas tecnociencias, constituyen el factor principal de la vida social, tanto para la conservación del orden social como para su transformación en la ambiguamente llamada "sociedad del conocimiento".

Afortunadamente en años recientes, en el seno de la filosofía y en especial de la filosofía de la ciencia se ha desarrollado, tanto en países de habla inglesa como en Iberoamérica, un nuevo esfuerzo por integrar cuestiones políticas y éticas a problemas epistemológicos de las ciencias. En el ámbito anglosajón hay que destacar en este sentido, los trabajos de Philip Kitcher, Stephen Turner, Steve Fuller y Carl Mitcham, entre otros. Sin embargo, parece que estos nuevos enfoques de la filosofía de la ciencia anglosajona tratan más bien de equilibrar valores y argumentos epistémicos con otros de carácter político para contemporizar el desarrollo científico, con la justicia social y la democracia, pero no integran intrínsecamente una dimensión política a la racionalidad científica. Los artículos que constituyen este volumen, en su mayoría de autores iberoamericanos, intentan desde diferentes perspectivas contribuir al desarrollo de nuevas visiones sobre la producción y desarrollo de las cienciasy las tecnologías en contextos con estrecha relación entre sus condiciones, presupuestos y consecuencias políticas.

El volumen se originó en el I Congreso Internacional de Filosofía Política de la Ciencia, realizado en febrero de 2005 en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, pero todos los trabajos se reelaboraron y reordenaron en cuatro secciones.

En la primera sección, denominada Perspectivas Generales, se presentan ocho trabajos que a continuación comentamos:

Fernando Broncano escribe "El conocimiento experto en la República". Parte de la tesis es que los individuos se convierten en ciudadanos al adquirir el juicio de lo justo y de lo injusto. Este saber los iguala a todos por encima o por debajo de sus diferencias sociales o culturales y, sobre todo, de sus diferencias en el conocimiento experto de la ciencia y la técnica. El conocimiento experto es necesario para la supervivencia y la satisfacción de las necesidades, pero es insuficiente y deficitario para un ordenamiento justo de la sociedad, resuelto, solamente, en instancias superiores como el ágora, las instituciones deliberativas y ejecutivas de la República.

La particularidad que articula a una sociedad bien ordenada es el poder y la distribución que de éste se ejerce entre los ciudadanos y las funciones que desempeñan. Lo que a este ensayo preocupa es el modo en que una distribución justa del poder, la autoridad y los bienes públicos, corresponde o no a una adecuada y eficiente distribución del trabajo epistémico y técnico.

Para medir la eficiencia y justicia de esta distribución, se analizan tres aproximaciones a la intersección de epistemología política y política epistemológica, modelos de referencia para una ciencia bien ordenada en una sociedad bien ordenada.

En primer lugar se encuentra el modelo de J. D. Bernal, éste se basa en la planificación política de la investigación científica de acuerdo a un orden de prioridades que atiende a las necesidades y proyectos de la sociedad. El segundo modelo es el de Michael Polanyi, él se opone a toda influencia del Estado dentro de la ciencia y prefiere su libre desarrollo, en lo que ella a sí misma va exigiéndose. El tercer modelo corresponde a Paul K. Feyerabend y su visión democrática radical, en donde todo funciona de acuerdo con la voluntad de los ciudadanos.

El concilio de las diferentes posturas puede llegar a un "contrato social" mediante el cual se logren las conciliaciones para la justa y eficiente distribución del poder dentro de la sociedad y el desarrollo de sus conocimientos.

En "La filosofía política de la ciencia, una perspectiva histórica", Stephen Turner analiza el papel que la ciencia ha adoptado, a lo largo de la historia, dentro de la sociedad. Se identifican los temas centrales y la reconsideración de los mismos a través del tiempo, además de la relevancia que pudieran tener actualmente. El análisis se centra en el beneficio que la sociedad pueda o no obtener de la ciencia y de qué tanto ésta debe depender de las necesidades humanas.

Empieza tomando en cuenta las ideas de la Ilustración, con las opiniones de Condorcet, retomadas posteriormente por Saint-Simon y continuadas por Comte, aportando una filosofía de la ciencia como un modelo de relaciones entre la ciencia y la sociedad, apoyando la opinión de que sólo los más enterados tienen derecho a ser escuchados. El ensayo continúa con la visión de Ernst Mach y Karl Pearson, ambos consideraron que la ciencia debía de ser la fuente de conducción social. El primero fue seguidor de la noción alemana de Weltanschauung, de una imagen científica del mundo. El segundo creía en "la guía de las masas por sus ilustrados simpatizantes", en donde la política liberal sería reemplazada por el liderazgo de los científicamente elevados. Estos científicos darían paso a las reacciones de Max Weber contra la cosmovisión de los alemanes y a los teóricos comunistas británicos de la ciencia, respectivamente.

Se define la concepción "extensiva" de la ciencia, la cual plantea la expansión de los conocimientos científicos al ámbito social y político reemplazando la política y la administración de las cosas. Ante esta idea llegan las opiniones de Weber, quien vino a desilusionar a sus predecesores ofreciendo una visión "liberal" de la ciencia y la democracia, ubicando a la política en una esfera separada de la ciencia. Los teóricos comunistas británicos, entre ellos Bujarin, establecerían que la ciencia surge de las demandas de la sociedad y de sus clases, teoría conducida por la práctica tecnológica.

Ciencia y comunismo serían aspectos que Bernal desarrollaría de forma paralela, creyendo que la ciencia tomaba su legítimo papel al llegar a ser la consciente fuerza guía de la civilización material, penetrando en todos los ámbitos de la cultura, mas no tratando de organizar a la sociedad.

Vendrán después una serie de teóricos que criticarán la planificación de la ciencia a partir de la sociedad, de sus necesidades, de su desarrollo paralelo. Pensadores que apoyaron la independencia de la ciencia, su libre desarrollo sometido únicamente a la presión de los mercados y a las inquietudes de sus científicos, la autonomía científica. Polanyi fue uno de los mejores defensores de esta teoría, de gobernar la ciencia indirectamente, facilitando la competencia entre científicos.

Concluye el trabajo retomando la izquierda de los años sesenta, movimiento que dio menos valor a la racionalidad superior de la ideología revolucionaria del pasado y más valor a los movimientos de protesta popular contra la ciencia y la tecnología, contra los expertos y el sistema capitalista global, a favor del control popular de la ciencia. Ante esta teoría, el autor responde tomando en cuenta las diferentes consideraciones que a lo largo del tiempo se expresaron con respecto a la ciencia y la sociedad, proponiendo la viabilidad de una ciencia extendida a través de una educación científica y una ciencia social que pronostique sus efectos y facilite la impartición de conocimientos.

Antonio Arellano en el trabajo "Para una nueva epistemología política: entre la naturaleza absolutizada y la política relativizada" trata la problemática generada por la relación entre acción política y conocimiento científico. Se analizan las propuestas de la epistemología posmoderna y el relativismo epistémico, tratando de encontrar una correspondencia entre el proceder político y la actividad científica.

El trabajo se desarrolla considerando, primero, la noción modernista de la naturaleza y de la política, el papel de las posturas posmodernas,los debates epistemológicos derivados de la guerra de las ciencias, algunos problemas del conocimiento y sus crisis y, al final, se establece una vía que ayude a solucionar la asimetría entre naturaleza absoluta y política relativa con base en un sustento antropológico. Éste, al reconocer los campos de estudio de las disciplinas científicas y sociales y el valor de la presencia del fenómeno humano, se plantea como una propuesta que logre relacionar de forma compleja, eliminando fracturas y relativizaciones exageradas, logrando verdaderos consensos que logren incorporar a las disciplinas en un proceso de objetivación negociada.

En su contribución "La filosofía política de la ciencia y el principio de precaución" Alfredo Marcos sostiene que la filosofía de la ciencia ha vivido una considerable ampliación en las últimas décadas, hasta convertirse en una disciplina que aborda no sólo los aspectos lógicos, semánticos y epistémicos de la ciencia, sino también los prácticos. Podemos decir que se ha desarrollado una auténtica filosofía práctica de la ciencia, que considera la misma como acción humana y social. Dicha filosofía de la ciencia considera los aspectos éticos, políticos y sociales, poéticos y retóricos de la ciencia. El autor revisa, en primera instancia, las bases filosóficas que han permitido y que legitiman semejante ampliación, en particular las que podemos hallar en las obras de Karl Popper y de Thomas Kuhn.

Centra su exposición en lo que se podría considerar como los contenidos propios para una filosofía política de la ciencia. Se refiere muy brevemente a la organización "política" de la comunidad científica, a las relaciones de la misma con el resto de los sistemas sociales, a la reflexión sobre las políticas científicas, a la divulgación y enseñanza de la ciencia como condición de posibilidad de la democracia, y al solapamiento entre valores científicos y democráticos. Vemos cómo estas cuestiones pueden ser valoradas desde el punto de vista de la racionalidad, y pueden ser puestas en relación tanto con cuestiones tradicionales de pensamiento político, como con los aspectos más propiamente epistémicos de la ciencia.

Por último, se enfoca en las nuevas relaciones entre una ciencia que no aspira ya a la certeza y una acción política que aspira todavía a la racionalidad y la justicia. La conexión entre el conocimiento científico y la acción política no puede ser ya de carácter rígido, sino que se requieren principios prudenciales que sirvan de engranaje entre ambas partes, principios como el de precaución y el de responsabilidad. Durante el resto del ensayo trata de presentar estos principios, reflexionar sobre las condiciones que legitiman su aplicación y esclarecer su función mediadora entre ciencia y política.

Andoni Ibarra titula su contribución "El error baconiano, ¿qué hay de la naturaleza?" Él señala que el proyecto baconiano está caracterizado por la idea de dominación de la naturaleza en busca del progreso humano. Este proyecto debe ser reevaluado después de los descubrimientos encontrados en las prácticas complejas entre ciencia, tecnología, naturaleza y sociedad, pues son estos procesos interdependientes, los primeros posibilitadores de un panorama natural al que la sociedad se somete después de las decisiones prácticas científico-tecnológicas.

Hoy se observa un tránsito de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento, en donde se encuentra necesaria una modificación en el sistema de valores y una reforma en las relaciones que se dan en el complejo ciencia-tecnología-naturaleza-sociedad, con el fin de no agravar la crisis ecológica que se vive por la intensificación de la capacidad productiva, llevando al extremo el flujo de intercambio material con la naturaleza, originando un sobre esfuerzo ecológico.

Es por esto que la naturaleza debe reposicionarse con respecto a la idea de "dominación" para posibilitar el progreso humano. Es necesario producir conocimientos que den lugar a un juego compartido entre la actividad propia de la naturaleza y la utilidad humana, generar un conocimiento práctico que conviva con el científico-técnico y asegure cosas buenas y útiles al hombre, en una relación tecnológica cautelosa con la naturaleza.

Adolfo Olea en su artículo "La vinculación del investigador con las diferentes formas del poder" argumenta que la ciencia y la tecnología tienen una participación dentro de la configuración de la sociedad, por ello deben seratendidas por la filosofía política, para poder entender la función que desempeñan y que tiene consecuencias en el ámbito social.

Para poder analizar un aspecto de este accionar científico-técnico, se realiza un estudio de las instituciones que fomentan la investigación y aplicación de los conocimientos científicos y los objetivos a los que responden, considerando que, muchas veces, no se tiene el cuidado que se debiera procurar por el bienestar de la sociedad, sino que se responde a intereses particulares de corte capitalista que traicionan la idea de "verdad" implícita en el conocimiento científico.

Actualmente, la ciencia y la tecnología sirven al cumplimiento de los designios de las diferentes formas de poder. Hacia adentro y hacia afuera del mundo científico, existe un orden jerárquico que obstaculiza el libre desarrollo de éste, sometiéndolo al cumplimiento de los deseos del más poderoso. Se crea un vínculo fuerte entre el campo científico con el poder y se debilita el que se mantiene con lo social.

Mientras el conocimiento es aprovechado como una forma de poder, se pierde la atención que debiera darse a la búsqueda del bienestar de la humanidad. Por ello es necesario fomentar el pensamiento crítico, independiente del poder, para mantener y formular valores éticos y democráticos de ciudadanos socialmente responsables, sensibles a lo que ocurre a su alrededor y emancipadores de la dominación de los intereses de las grandes potencias, las naciones hegemónicas que oprimen, en mancuerna con las oligarquías locales, a los pueblos del tercer mundo.

En "Equidad epistémica, racionalidad y diversidad cultural" Ambrosio Velasco Gómez formula una crítica a la concepción moderna de la racionalidad que se origina en la primera mitad del siglo xvii con Descartes y Bacon. Esta concepción se basa en el recurso de un método y un lenguaje que pretenden ser universales y garantizar por sí mismos la objetividad y racionalidad del conocimiento. Esta propuesta de racionalidad metódica elimina como irrelevantes las controversias y disputas propias de la argumentación medieval y renacentista, que tomaban como modelo a la lógica tópica y la retórica de Aristóteles. Los problemas principales de esta concepción no se reducen a cuestiones lingüísticas, metodológicas y epistémicas, como podrían ser la pretensión de universalidad de cierto lenguaje y método, sino también surgen implicaciones y consecuencias en el plano político de carácter autoritario. Particularmente se analiza la propuesta hobbesiana de desarrollar una ciencia civil o política al modo geométrico de carácter demostrativo y concluyente como fundamento racional de una concepción del poder que fija sus propios límites y, en este sentido, resulta absolutista. Se sostiene que el racionalismo hobbesiano es el origen de una tradición dominante en la filosofía y ciencia política que fundamenta la legitimidad del ejercicio del poder en el conocimiento científico, tradición de gran influencia en nuestro tiempo, como lo han señalado filósofos políticos como Oakeshott, Wolin, Q. Skinner, así como filósofos de la ciencia como Kitcher, Toulmin, Feyerabend y Turner, entre otros. Así pues, la principal crítica a la concepción moderna de racionalidad de cuño cartesiano reside en sus consecuencias e implicaciones políticas de carácter autoritario. En este sentido se trata de una reflexión desde la filosofía política de la ciencia.

En contra de esta concepción y retomando ideas y propuestas de humanistas del Renacimiento (De la Veracruz), y de los fundadores de la filosofía de la ciencia contemporánea (Duhem, Neurath), que defienden una idea de racionalidad basada no sólo en métodos, sino también en el diálogo y la discusión plural, se propone un concepto alternativo de racionalidad basado en un principio de equidad epistémica. Esta concepción no sólo es compatible con el reconocimiento de la diversidad de saberes propios de las actuales sociedades multiculturales y de la participación amplia plural y democrática de la sociedad, sino que presuponen tal reconocimiento y tal participación.

Cierra la primera sección del libro el trabajo de Salvador Jara "Ciencia y democracia". El autor sostiene que la ciencia y la democracia pueden y deben ser garantías para salvaguardar la diversidad y vencer la tentación de imponer un solo punto de vista, así sea mayoritario. El dogma que resulta de la seguridad de tener la verdad les convierte en obstáculos para la super vivencia y en artífices de una homogeneización que acaba con las diferencias y borra las identidades.

Nos advierte que así como la ciencia, con base en su prestigio y autoridad no debe descalificar a priori ningún otro saber, la democracia tampoco debe acabar con las perspectivas y visiones de las minorías escudándose en su poder mayoritario. En ambos casos esa actitud representa una ofensa a la inteligencia de quienes piensan distinto y defienden un modelo de desarrollo y supervivencia diferente, en la igualdad democrática todos y cada uno deben tener un espacio en el concierto de la planeación del futuro, porque a fin de cuentas lo que está en juego es la existencia de mayorías y minorías, y de nuestro entorno natural. Si se logra alcanzar ese primer objetivo de la supervivencia, la posibilidad de que el bienestar anhelado, tanto individual como colectivo, se haga realidad, dependerá de reconocer en la ciencia y la democracia espacios que promuevan un amplio y plural debate de puntos de vista y de modos de vida para una mejor existencia de todos los seres humanos.

La segunda sección del libro agrupa cinco trabajos centrados en cuestiones axiológicas. El primero es el de Francisco Álvarez "Racionalidad axiológica y prácticas científicas". En este texto se propone incluir entre la lista de los antecedentes de la filosofía política a John Rawls y al economista Amartya Sen. El problema de la relación entre Sen y Rawls es importante para precisar muchas cuestiones contemporáneas en filosofía política y en la aplicación de los instrumentos de la ciencia económica a la reflexión de la ciencia.

Buena parte de los análisis sobre el cambio técnico y el impacto de las tecnologías, su difusión y aplicación, suelen adoptar como estructura teórica subyacente, la teoría económica estándar, el modelo de elección racional. Álvarez considera que existen otras formas de acción no regidas exclusivamente por la optimización de la eficiencia en términos de la relación medios-fines, que resultan más eficaces y moralmente más defendibles. La racionalidad no debería verse influida por la teoría económica, sino que ambas deberían ampliar sus modelos. El agente que decide racionalmente es aquel que elige una alternativa después de un proceso de deliberación que atiende a tres cuestiones: qué es lo factible, qué es lo deseable y cuál es la mejor alternativa de acuerdo con los deseos y dadas las constricciones establecidas por lo factible. La racionalidad debe responder con ética, a través de los códigos morales, procurando un funcionamiento económico y científico que fortalezca los recursos de la comunidad.

Álvarez llama la atención a aquellos que pretenden aislar al conocimiento científico de sus condiciones de producción. La ciencia, al tener una intencionalidad, al ser una actividad humana dirigida a ciertos fines y que produce determinados resultados, consigue algunos objetivos y produce algunos efectos inesperados, debe ser sometida a valores éticos. La racionalidad individual y la racionalidad ecológica están estrechamente interrelacionadas, de un lado la búsqueda, selección y procesamiento de información y, de otro, la conformación social de valores que guían y orientan como reglas de decisión rápida, con nuestros valores éticos y nuestros compromisos morales.

Nuestros criterios éticos tienen enorme importancia a la hora de nuestra conducta de búsqueda activa de información y buena parte de la peculiar actividad que constituye la ciencia como forma de búsqueda y sistematización de la información, no puede obviar ese componente. No se trata simplemente de unas nociones vagas procedentes de la filosofía política, sino de utilizar en el estudio de la ciencia los mejores instrumentos de análisis de esos otros campos, siendo complementarios, pluralizando y deliberando.

Steve Fuller escribe "Rescatando la izquierda de Darwin en el siglo xxi". Enfáticamente asevera que un fantasma amenaza la teoría política occidental; la izquierda darwinista. Ésta, en contraste con la creencia marxista de que todos lo problemas de la condición humana podrían resolverse reacomodando las relaciones sociales, acepta a las personas tal y como son y luego intenta que hagan el bien a través del "refuerzo" de cosas que hacen naturalmente, y que coinciden con el beneficio de su prójimo. Este refuerzo es un incentivo provisto por el Estado, por una izquierda darwinista que sabe que la base son los patrones de comportamiento y que éstos pueden ser mediados a través de la genética.

En tanto una teoría científica acerca de la vida en la tierra, el darwinismo atiende cómo las especies logran sobrevivir el tiempo que lo hacen. Como teoría política, el darwinismo hace de la sobrevivencia de la especie un bien último, incluso cuando esto signifique el sacrificio o manipulación de miembros individuales de una especie dada. La política darwinista de Singer, campeón público de la izquierda darwinista, apela a la doctrina del "uniformismo", en donde la política está regida por los principios que gobernaron a la naturaleza en el pasado, cuando los seres humanos se integraban armónicamente a ella y no pretendían su dominio. Fuller propone una condición básica para cualquier proyecto político de izquierda; que al empoderamiento de la naturaleza no se le permita obstaculizar el empoderamiento de la humanidad, estableciendo claras prioridades políticas, en donde no sea más importante la protección de aquellas especies incapaces de adaptarse a las nuevas condiciones, sino la sobrevivencia de la especie humana por medio del aprovechamiento de todas las posibilidades tecnológicas que permiten y mejoran su existencia.