Kitabı oku: «EL TEATRO DE SÓFOCLES EN VERSO CASTELLANO», sayfa 2
Acerca del oficio de la traducción escribió —a más de los capítulos correspondientes en los magníficos prólogos a sus autores predilectos— un clarificador estudio, fechado en 1949 pero dado a las prensas en 1951: «La traducción como obra de arte. La métrica latinizante», dedicado al padre Félix Restrepo. Además, en su ensayo «Marcelino Menéndez y Pelayo, humanista» (1956) y en algunas cartas a Jorge Carrera Andrade, Alfonso Junco, Pablo Menor y José Antonio Falconí Villagómez expresó sus puntos de vista sobre esta labor tan cara y esencial a su existencia16.
En 1951 participó en el Primer Congreso de Academias de la Lengua Española, celebrado en México, con la ponencia «Teoría de las partes de la oración».
Reunió parte de sus opiniones acerca de la enseñanza católica en su libro Posiciones católicas en educación (1953), que contiene doce discursos pronunciados entre 1946 y 1952.
En 1953 se publicó, como ya mencionamos, su versión al castellano de la poesía más marcadamente lírica de Horacio: las Odas, los Epodos (excepto el IX y el XII, que casi ningún traductor se aventura a traducir, más por razones morales que estéticas) y el Canto secular. Ese mismo año, el 19 de febrero, falleció su madre.
Vertió asimismo al español 13 textos —incluidos los sonetos XVIII, XXIX y XXX, que tradujo en verso— de William Shakespeare, recogidos en su versión de la conferencia «Algunos aspectos de Shakespeare» (1954), del capitán de navío estadounidense Raymond J. Toner.
En 1954 volvió a trabajar en la obra de Sófocles y publicó su traducción de Antígona, con la que cierra el ciclo tebano sofocleo, volumen que añade al final un amplio y valioso estudio en forma de prelección. Su versión española definitiva de esta tragedia apareció en la mencionada edición de 1959.
También en 1954 agrupó varias conferencias y estudios históricos y literarios en el volumen Temas ecuatorianos, título que obtuvo dos ediciones más: la una dispuesta por el ya mencionado profesor Corrales Pascual, S.J., en 1999, quien a la versión original añadió otros importantes textos; y la última, elaborada en 2006 por Jorge Salvador Lara, que es una selección de la primera más el texto «Roma y nuestro mundo americano», que originalmente había sido titulado «Roma cristiana y Roma pagana», publicado en 1950 y que —ampliado— constituyó su lectura de incorporación como miembro de la Academia Nacional de Historia de Colombia en 1956.
Preparó la edición crítica de la Vida de santa Mariana de Jesús (1955) del padre Jacinto Morán de Butrón, S.J., cotejando, para establecer el texto definitivo, el manuscrito original de 1697 con la edición colonial de 1724; y dos años después publicó, de su autoría, Santa Mariana de Jesús, hija de la Compañía de Jesús. Estudio histórico-ascético de su espiritualidad (1957).
A lo largo de los años, sustentado en la investigación y el estudio de documentos y manuscritos, realizó varias aproximaciones —a más de fijar una edición canónica suya— a la obra de José Joaquín de Olmedo. Varios de esos estudios que escribió y reescribió sobre la vida y obra del autor de La victoria de Junín los recogió en 1955 bajo el título de Olmedo en la historia y en las letras. Siete estudios, a cuya segunda edición de 1980 se añadió parte del texto de la edición de Olmedo que publicó en 1945 y que con escasas variantes apareció como prólogo al volumen Poesía-Prosa de la edición de 1960 para la Biblioteca Ecuatoriana Mínima.
El 24 de abril de 1956 participó en el Segundo Congreso de Academias de la Lengua en Madrid, como jefe de la delegación ecuatoriana, conformada además por Isaac J. Barrera y Guillermo Bustamante. Al P. Aurelio le correspondió dar el saludo en nombre de las delegaciones participantes. Le precedieron en la palabra Pedro Laín Entralgo, Ramón Menéndez Pidal y Gregorio Marañón. También estuvieron presentes José María Chacón y Calvo, José Ibáñez Martín y Julio Casares. El resultado del congreso fue la publicación de su Memorándum de la Academia Ecuatoriana al II Congreso de Academias de la Lengua, 1956, acerca de la gramática de la lengua española.
Para conmemorar el centenario del nacimiento de Marcelino Menéndez Pelayo, en 1956, el P. Aurelio redactó un trascendental y desmitificador estudio sobre la formación y solvencia helénica y latina del importante polígrafo español, sin dejar de destacar y reconocer sus grandes capacidades humanísticas y su pasión por la obra de Horacio.
Siempre pendiente de los trabajos relacionados con los estudios y traducciones de la obra de Virgilio y Horacio en América, publicó importantes artículos sobre Ismael Enrique Arciniegas, Alfonso Méndez Plancarte y Miguel Antonio Caro, dadas sus valiosas contribuciones a los estudios clásicos latinos.
Entre 1957 y 1960, Espinosa Pólit, con Humberto Toscano, Darío Guevara, Jaime Larenas y su compañero de orden religiosa Oswaldo Romero Arteta, emprendieron la edición de los cuadernos de difusión Cien autores ecuatorianos, de extraordinario valor didáctico dentro de la colección Biblioteca del Estudiante17.
Este excelente acercamiento a la historia de nuestra cultura se verá potenciado y completado con la aparición de la Biblioteca Ecuatoriana Mínima poco tiempo después.
Uno de los proyectos que Espinosa Pólit no pudo ejecutar fue la edición de las Obras completas de Remigio Crespo Toral —aunque le dedicó varias breves valoraciones, incluida una «Advertencia preliminar» a la excelente bibliografía del autor cuencano preparada por Romero Arteta en 1957—. Este proyecto lo terminó realizando en buena parte su discípulo, el padre Julián Bravo, S.J. , quien le sucedió también en la dirección de la Biblioteca Ecuatoriana de Cotocollao18.
En 1955 se celebraron las bodas de oro literarias del escritor mexicano Alfonso Reyes; Espinosa Pólit se sumó a este homenaje publicando en 1958 un sucinto pero sugerente texto: «Alfonso Reyes, el humanista».
Cuando Benjamín Carrión publicó en la revista La Calle, en noviembre de 1958, «Sobre la misión del estudiante universitario ecuatoriano», la decimosexta de sus Nuevas cartas al Ecuador, el P. Aurelio le replicó, en abril de 1959, con el artículo «¿Obligación de defender al laicismo?», en el cual de manera sistemática destruyó cada uno de los argumentos del importante ensayista lojano.
En el homenaje por el centenario de la muerte de Andrés Bello en 1958, el estudioso español radicado en Venezuela Pedro Grases convocó, dentro de un grupo de especialistas, al P. Aurelio para que se hiciera cargo de la edición del volumen Gramática latina (1958) del humanista caraqueño. Para esta edición, que apareció con un amplio estudio introductorio, «Andrés Bello latinista», tradujo al español —en prosa— versos y fragmentos de Los tristes [sic!] de Ovidio, de la edición chilena en latín que Andrés Bello publicó con eruditos y valiosos comentarios suyos —en español— en 1847.
Con la colaboración, nuevamente, del padre Romero Arteta, preparó para el Ministerio de Educación la antología Trozos selectos de literatura ecuatoriana (1958); le siguieron dos ediciones más (1960 y 1962).
Para conmemorar el sesquicentenario del Primer Grito de la Independencia, a celebrarse en 1959, el Gobierno ecuatoriano presidido por Camilo Ponce Enríquez decidió preparar una colección —«publicación auspiciada por la Secretaría General de la Undécima Conferencia Interamericana»— con los más importantes autores de nuestro país, desde la época colonial hasta los años 50 del siglo XX, denominada Biblioteca Ecuatoriana Mínima, en 29 gruesos volúmenes, publicada por la Editorial Cajica de Puebla (México). Esta idea de tan poderoso alcance la había propuesto Alfonso Reyes para toda América en el número 7 de su revista personal Monterrey, aparecida en Río de Janeiro en diciembre de 193119.
El P. Aurelio formó parte de la Comisión de Asuntos Culturales encargada de la edición de los volúmenes de esta colección, e intervino directamente en el cuidado de cinco de ellos, para lo cual actualizó y amplió estudios que antes ya había elaborado para el Instituto Cultural Ecuatoriano (1942-1945), como mencioné párrafos atrás.
El primer estudio que había dedicado a Antonio de Bastidas fue el que escribió para su incorporación a la Academia Nacional de Historia del Ecuador, leído el 22 de febrero de 1956, texto que, reelaborado y ampliado con nueva documentación consultada, será el estudio introductorio a la edición que preparó de Los dos primeros poetas coloniales. Siglos XVII y XVIII, que recoge la obra de los jesuitas Bastidas y Jacinto de Evia. Y en la segunda parte del volumen añadió la producción en verso y algunas prosas de Juan Bautista Aguirre, establecidos con Gonzalo Zaldumbide, quien se ocupó del estudio previo (1959).
En abril de 1959, el P. Aurelio publicó el estudio «Una cuestión de historia literaria colombiana», que causó revuelo en el ambiente intelectual colombiano, pues ponía en duda la atribución del «Poema heroico» a san Ignacio de Loyola y de la prosa «Invectiva apologética» al poeta colonial neogranadino Hernando Domínguez Camargo, y se atrevía a sugerir que su autor podría ser Antonio de Bastidas. Capítulo que se cerró en julio de 1960 con la edición definitiva de Obras del colombiano: su paisano, el estudioso Guillermo Hernández de Alba, demostró mediante la consulta de documentación a la que no había tenido acceso el P. Aurelio, que la atribución era cierta. Entonces nuestro humanista, con responsabilidad, a través de un par de cartas publicadas póstumamente por sus destinatarios, reconoció a Domínguez Camargo la autoría de ambos textos.
En 1960 Espinosa Pólit, dentro de la Biblioteca Ecuatoriana Mínima, dedicó un prólogo al volumen titulado Poesía-Prosa, que recoge una selección de distintos trabajos de José Joaquín de Olmedo, incluyendo sus dos más importantes poemas, «La victoria de Junín. Canto a Bolívar» y «Al general Flores. Vencedor de Miñarica»; en prosa constan su «Epitafio a José Mejía Lequerica», sus «Reflexiones sobre la libertad de imprenta» y su «Discurso en las Cortes de Cádiz sobre la abolición de las mitas», de 1812, más una serie de escritos que el guayaquileño redactó dentro de su ejercicio político. El otro volumen, también prologado por Espinosa Pólit, es el Epistolario, una selección de misivas de Olmedo, que ofrece documentación muy importante, con cartas remitidas a Antonio José de Sucre, Andrés Bello, Juan José Flores y José de San Martín más la importante sección de epístolas que envió a Simón Bolívar sobre el proceso de creación y crítica al poema «La victoria de Junín», con lo que parte de la colección de cartas entre el venezolano y el guayaquileño constituye un modelo en el oficio de la crítica literaria.
Espinosa Pólit se ocupó también de preparar una extraordinaria versión de los escritos de Los jesuitas quiteños del Extrañamiento, del padre Juan de Velasco, acompañada de introducción, selección y traducciones del latín y del italiano (1960), con la intención —según propia confesión— de enmendar las traducciones hechas por Matilde Elena López y Lea Cavalini para la edición y estudio que preparó, en dos tomos, Alejandro Carrión en Los poetas quiteños de «El ocioso en Faenza» (CCE, 1957-1958), obra con la que el escritor lojano se hizo merecedor del Premio Tobar que concedía el Municipio de Quito, cuyo jurado estuvo conformado por el mismo P. Aurelio, Gonzalo Zaldumbide y Julio Endara.
Dentro de esta colección estableció también el texto definitivo de la Historia del reino de Quito en la América meridional del mismo Juan de Velasco. El P. Aurelio registró que, de los dos manuscritos conocidos, uno reposaba en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid y el otro, el que le sirvió para la edición, se conservaba en el Archivo de la Compañía de Jesús en Quito. Esta obra apareció póstumamente en 1961 en dos volúmenes; Espinosa Pólit no pudo terminar la revisión de las pruebas y por su indicación expresa la concluyó Oswaldo Romero Arteta.
Sus distintos acercamientos durante varias décadas a Virgilio, su traducción de algunos de sus versos, sus varios estudios y las versiones al español de poemas en homenaje al creador mantuano se vieron coronados con la publicación de Virgilio en verso castellano, en edición bilingüe (México, Jus, 1961), cuyo prólogo por separado también apareció en Quito con el título de Síntesis virgiliana ese mismo año. En mayo de 1960, en un acto académico, el P. Aurelio había ofrecido una conferencia en inglés en la Academia de Virgilianistas de la Universidad de Georgetown (Washington, EE. UU.). Tomada de la traducción de Espinosa Pólit, la Eneida tuvo una edición, profusamente anotada, en la editorial Cátedra, al cuidado de José Carlos Fernández Corte (Madrid, 1993), en su colección Letras Universales; y en 2003 la misma casa editora se encargó de publicar la totalidad de la traducción aureliana —esta vez sin notas, pero con valiosos apéndices, entre ellos la reproducción de 136 xilografías que ilustraron la extraordinaria edición preparada por el humanista Sebastian Brand con el editor Johann Grüninger en 1502— en las Obras completas de Virgilio de su Bibliotheca Aurea, en edición bilingüe latino-castellana preparada por Pollux Hernúñez.
Son, pues, dos las obras hermenéuticas amplias que Espinosa Pólit publicó sobre la obra virgiliana: la primera en 1932 con el ya mencionado Virgilio. El poeta y su misión providencial, y la segunda con esta Síntesis virgiliana, publicada, como acabamos de indicar, en Quito en 1961 (aunque lleva 1960 en el pie de imprenta) 20.
Evidencia de la inquebrantable fe de Espinosa Pólit en el poder transformador de la cultura fue su trabajo constante y sistemático 21, que no abandonó ni con el deterioro de su salud en el último año de vida. Luego de ser operado en el hospital de la Universidad de Georgetown, durante su estancia entre mayo y junio de 1960, y después en el Instituto Superior de Humanidades Clásicas (septiembre-noviembre de 1960), iba revisando las artes finales de la edición bilingüe mexicana de Virgilio en verso castellano 22, hasta que le sobrevino la muerte en Quito antes de cumplir los 67 años, el 21 de enero de 1961.
Dejó algunas obras listas para su impresión. La editorial Jus de México publicó cinco volúmenes: El teatro de Sófocles en verso castellano. Las siete tragedias y los 1129 fragmentos (1960); las ediciones bilingües Lírica horaciana en verso castellano —Odas, Epodos, Canto secular— (1960) y Virgilio en verso castellano: Bucólicas, Geórgicas, Eneida (1961); La misa, mi vida: treinta y seis años de sacerdocio (1961); y, por último, La obediencia perfecta. Comentario a la «Carta de la obediencia» de san Ignacio de Loyola (1961).
A los dos últimos libros de tema religioso hay que añadir, dentro de la misma temática, los siguientes: La dicha que vivimos. Nuestra vocación a la luz de los evangelios y epístolas (1944); Coloquios con Jesús en el Santísimo Sacramento (1947); Alzando el velo al silencio. Vida meditada de san José (1957); De camino hacia Dios (1960); La religión revelada (1962).
A su muerte, el escritor Gonzalo Zaldumbide escribió:
En la cátedra el latinista, el helenista, el humanista, eran el superviviente, el habitante de la Antigüedad clásica, dentro de la cual se movía como en un mundo actuante y parlante, resucitado por su prodigiosa erudición23.
1. Aurelio Espinosa Pólit, S.J. Madre y apóstol. Cornelia Pólit de Espinosa. Cotocollao, Editorial Clásica, 1953. p. 18. (El Folleto Católico; n. 3).
2. Manuel María Pólit Laso. «Un nuevo poeta ecuatoriano, R. P. Aurelio Espinosa Pólit, S.J.» Boletín Eclesiástico. Revista Oficial de la Arquidiócesis. Tomo XXIX. n. 1-2. Quito. enero - febrero de 1922. p. 156. [Artículo sin firma].
3. «La Biblioteca Ecuatoriana se constituyó por la fusión del escaso fondo que había de antes en casa con la colección de libros, folletos y revistas del Dr. Rafael Aurelio Espinosa C., que había tenido en depósito por espacio de treinta años el señor arzobispo Manuel M. Pólit L. y que devolvió en los primeros meses de 1929. Esta colección comprendía unos 250 volúmenes, casi todos encuadernados, entre los que hay bastantes tomos de documentos oficiales y muy valiosos volúmenes de misceláneas, como lo reconoció el Dr. Carlos A. Rolando, el mayor bibliófilo ecuatoriano actual, al revisarlos. Hay también buen número de libros y folletos literarios avalorados por autógrafos de hombres que van pasando a nuestra historia nacional». Citado del Cuaderno manuscrito del elenco de libros ingresados en la Biblioteca Ecuatoriana desde 1932-1951, en el artículo de Julián Bravo, S.J., «La Biblioteca Ecuatoriana “Aurelio Espinosa Pólit”. Historia y espíritu». Biblioteca Ecuatoriana «Aurelio Espinosa Pólit» 1929-1979. Biblioteca, archivo de escritores y asuntos ecuatorianos y museo de arte e historia. Quito, Talleres Gráficos Minerva, 1979. p. 95.
4. A la muerte de Espinosa Pólit en 1961, a la Biblioteca, con justicia, se le dio su nombre, a la vez que el Congreso Nacional ecuatoriano ese año decretó un apoyo económico para su sostenimiento. Veinticinco años después, en 1995, mediante Decreto Legislativo, el Congreso Nacional declaró a la Biblioteca Institución de Interés Nacional y le asignó un presupuesto permanente. Uno de los mecanismos de difusión del servicio que ofrece esta formidable colección bibliográfica es la publicación, entre 1989 y 2017, de los hasta ahora 14 tomos del Diccionario bibliográfico ecuatoriano, en donde se recogen, en orden alfabético, alrededor de 82.000 entradas organizadas por autor, a nivel monográfico y analítico, de las publicaciones que forman parte de la Biblioteca. Con el desarrollo tecnológico, en el siglo XXI este centro de documentación ha puesto cientos de DVD —con imágenes escaneadas— a disposición de investigadores y público en general con buena parte de la documentación que reposa en este importante repositorio, a más de proporcionar una página digital en línea para la consulta de su catálogo. Recientemente, en mayo de 2019, al cumplirse los 90 años de la fundación de la Biblioteca, esta se transformó en el Centro Cultural Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit (CCBEAEP).
5. Es interesante confirmar que algunos criterios que el ensayista lojano Benjamín Carrión, en las antípodas ideológicas del humanista quiteño, trazará en años posteriores, en sus Cartas al Ecuador (1944) o en el Informe a la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1957), coinciden con estos planteamientos del P. Aurelio acerca de nuestro país. No se trata de una paradoja: sencillamente ambos —aunque desde posiciones distintas— tuvieron idéntica devoción por su patria.
6. Aurelio Espinosa Pólit. «Una biblioteca ecuatoriana en el Colegio Noviciado de Cotocollao». Mi Colegio. Número extraordinario. Quito. 24 de mayo de 1930. pp. 175-176.
7. «Ramiro de Maeztu estudia el libro del jesuita quiteño P. Aurelio Espinosa Pólit». El Comercio. Quito. 29 de mayo de 1933. p. 4. (Sección: El Lunes Literario).
8. Gabriela Mistral. «Los clásicos en la literatura ecuatoriana». El Comercio. Quito. 21 de noviembre de 1938. p. 8.
9. Tucídides. «Diálogo de Melos». Literaturas clásicas griega y latina de Francisco Javier Miranda, S.J. Quito, Editorial Ecuatoriana, 1943. p. 72.
10. El Instituto Cultural Ecuatoriano. Su fundación e inauguración. Quito, Talleres Gráficos de Educación, [1944]. 42 p.
11. En una lista impresa en los volúmenes aparecidos de la Biblioteca de Clásicos Ecuatorianos —que proyectaba publicar un total de 27, según el folleto de propaganda de la institución (p. 17)— se registra que el volumen II se titularía «Poetas de la Colonia» (en preparación). Sabemos que el P. Aurelio iba a estar a cargo de elaborar este número que no salió en esta colección; la publicación se hará realidad en la Biblioteca Ecuatoriana Mínima, tres lustros después (1959). El resto de títulos que sí aparecieron: volumen X. Obras escogidas de Federico González Suárez. Prólogo y selecciones de Jacinto Jijón y Caamaño (1944), con la mencionada institución. Los dos últimos títulos se harán ya bajo la responsabilidad de la Casa de la Cultura Ecuatoriana: el volumen XIII. Obras escogidas de Juan Montalvo. Prólogo de Julio E. Moreno (1948), y el XIV. Cumandá de Juan León Mera. Prólogo de Augusto Arias (1948). Cabe señalar que, dentro de la proyectada colección, la numeración de los volúmenes no fue secuencial, por lo que no hay un orden en la aparición de los publicados.
12. Joaquín Gallegos Lara. «Los clásicos ecuatorianos y el culto a los muertos». El Universo. Guayaquil. 2 de noviembre de 1944. p. 8. Lo tomamos de Páginas olvidadas de Joaquín Gallegos Lara. Estudio introductorio, recopilación y edición de Alejandro Guerra Cáceres —el mayor especialista en su obra—. Guayaquil, Editorial de la Universidad de Guayaquil, 1987. p. 68. Debo señalar que el reproche del escritor guayaquileño es injusto: los estudios de Zaldumbide sobre Villarroel y el P. Aguirre fueron escritos originalmente en 1917 y 1918, mientras que el correspondiente a Espejo estuvo encomendado a Homero Viteri Lafronte, después sustituido por Isaac J. Barrera; en cuanto al dedicado a González Suárez fue apropiado que lo escribiera su dilecto discípulo Jijón y Caamaño.
13. En una entrevista al P. Aurelio, realizada en Bogotá por Guillermo Camacho Montoya, dio un vívido testimonio: «Soy miembro de la Casa de la Cultura, que continúa el Instituto Cultural Ecuatoriano. Va llevando adelante indudablemente la obra empezada de la Biblioteca de Clásicos Ecuatorianos. Publiqué en ella el primer volumen, que fue El nuevo Luciano de Quito, del precursor Francisco Eugenio Espejo, edición crítica que pude hacer a vista de dos manuscritos que no conoció el Ilustrísimo señor González Suárez, el gran arzobispo de Quito, que fue quien hizo la primera publicación, basada únicamente en una copia del manuscrito existente en Bogotá. Publicó después don Gonzalo Zaldumbide una selección del Gobierno eclesiástico por fray Gaspar de Villarroel, obra de un castellano tan clásico, tan puro, como quizás no existan muchas en la literatura colonial. El tercer volumen fue el descubrimiento del P. Juan Bautista Aguirre, S.J., el gran poeta colonial ecuatoriano, cuya obra perdida logró encontrar, por lo menos en parte, en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires el mismo señor Zaldumbide. D. Jacinto Jijón y Caamaño se encargó del tomo dedicado al arzobispo González Suárez, y el próximo tomo será el de las Poesías completas de Olmedo, de quien tuve la fortuna de hallar 38 inéditas, que me fueron gentilmente entregadas por los señores Pino Ycaza, bisnietos del poeta. Las ediciones anteriores contenían 27 composiciones. Esta tendrá 71, más 12 fragmentos. Al salir de Quito dejé en prensa los últimos pliegos, y en cuanto vuelva emprenderé la preparación del tomo II, dedicado a las obras en prosa, que nunca han sido reunidas hasta ahora, y en el que aparecerán muchas cartas inéditas de sumo interés histórico. Otros autores que entrarán próximamente en prensa son Montalvo, Juan León Mera, Manuel J. Calle y otros, hasta el número de 20, que compondrán la serie primera de Clásicos Ecuatorianos». Guillermo Camacho Montoya. «Una entrevista con el P. Aurelio Espinosa Pólit». Ábside. tomo 9. n. 4. Ciudad de México, octubre-diciembre de 1945. pp. 452-453.
14. Francisco Miranda Ribadeneira S.J. «La Universidad Católica del Ecuador». Cinco siglos de historia. Centenario del Colegio San Gabriel 1863-1962. Quito, La Prensa Católica, 1962. pp. 161-162.
15. César Dávila Andrade. «La fuente intermitente». Letras del Ecuador. n. 21-22. Quito. marzo-abril de 1947. p. 20.
16. Su correspondencia personal fue abundante, aunque pocas de sus cartas se han publicado: las que dirigió a Isaac J. Barrera, varias en su biografía preparada por Francisco Miranda Ribadeneira y algunas que fueron acuses de recibo de libros, publicadas por varios de sus destinatarios. En Cotocollao se conserva su archivo epistolar, evidentemente las cartas que recibió y algunas copias de las suyas. Cabe mencionar, además, que su amplio archivo personal —diferente del epistolar— consta de 87 archivadores con una enorme cantidad de documentos, entre los cuales se hallan numerosas otras muestras de su correspondencia.
17. La colección, en 16 números, recoge 431 textos en prosa y verso seleccionados del periodo que va del siglo XVI a la mitad del siglo XX, y de autores como Teresa de Cepeda (sobrina de santa Teresa de Ávila) hasta José de la Cuadra, que es el autor n° 101, para el Ministerio de Educación Pública, en 1.452 páginas.
18. Hasta la fecha han aparecido 12 volúmenes (1977-1994), que incluyen poesía y prosa, a más de un interesante volumen de poesías de autores clásicos españoles «retocadas» —así lo expresa el mismo Crespo Toral—, más poemas de otras lenguas vertidos al castellano por el autor de La leyenda de Hernán.
19. «Estas y otras reflexiones parecidas me empujaron, hace unos diez años, a convocar voluntades, desde una revista personal, para emprender lo que me pareció justo llamar “el aseo de América”. Propuse entonces la creación, en cada una de nuestras repúblicas, de una colección representativa, una Biblioteca Mínima (la B. M.), que se ofreciera al viajero y al escritor no especialista; que pudiera consultarse en las Direcciones de Turismo, en las sedes diplomáticas y consulares; que los comisionados oficiales llevaran siempre consigo en su equipaje; que se obsequiara a las bibliotecas extranjeras, a los clubes, a las escuelas de los países amigos; que formara parte de nuestros programas primarios como capítulo de educación cívica. La B. M. sería nuestro pasaporte por el mundo, nuestra moneda espiritual». Alfonso Reyes. «Valor de la literatura hispanoamericana». Última Tule, en: Obras Completas de Alfonso Reyes. t. 11. México, Fondo de Cultura Económica, 1960. pp. 128-129. (Colección Letras Mexicanas). En la revista quiteña Ecuador (año 1. n. 5. noviembre-diciembre de 1936) se anunció, bajo el titular «Biblioteca Mínima», lo siguiente: «A fin de realizar el programa de divulgación cultural concebido por el Ministerio de Gobierno, tendente a llevar a los centros extranjeros el conocimiento de la realidad nacional, por medio de una Biblioteca Mínima, la que editará las obras más destacadas de nuestros autores, la comisión encargada para el efecto encuéntrase actualmente preparando los originales de la Historia del Reino de Quito en la América meridional, por el Padre Juan de Velasco, obra que llevará prólogo del doctor Pío Jaramillo Alvarado y la cual iniciará la publicación de la serie que contempla el programa de la Biblioteca Mínima, a la que deberá seguir la Geografía [y geología del Ecuador] de [Teodoro] Wolf y dos obras literarias de reconocido mérito». Sabemos que este proyecto no se ejecutó.
20. Romero Arteta señaló que el P. Aurelio mejoró su traducción de la poesía de Virgilio a lo largo de al menos ocho versiones sucesivas, en su anhelo por lograr una traducción lo más acabada posible; y que, además, estaba resuelto a traducir del griego al castellano todo el teatro de Esquilo, y del inglés El paraíso perdido de John Milton.
21. El jesuita Marco Vinicio Rueda, también discípulo del humanista, nos dejó un valioso testimonio acerca de los aspectos cotidianos de la vida —como su estricto y exigente horario— y de la labor intelectual de nuestro autor, lo que él llamó «las costumbres internas, privadas, del escritor», detalladas en el «Liminar» del fundamental estudio que el catedrático argentino, radicado en el Ecuador durante algunos años, Arturo Andrés Roig publicó en un pequeño volumen titulado Aurelio Espinosa Pólit: humanista y filósofo. Quito, Ediciones de la Universidad Católica, 1980. 78 p. (Cuadernos Universitarios).
22. El P. Aurelio llegó a corregir hasta la página 713; del resto (las 60 páginas finales: 714-770) se ocupó el padre Miguel Sánchez Astudillo; el padre Ernesto Bravo se hizo cargo de la revisión del texto latino. Ambos cumplieron así el deseo expreso de su maestro.
23. Gonzalo Zaldumbide. «En memoria del padre Aurelio Espinosa Pólit». El Comercio. Quito. 24 de enero de 1961. p. 4.