Kitabı oku: «Sal», sayfa 4
Tal como somos
Si Jesús aceptó su dependencia de Dios sin que eso le avergonzara, entonces nosotros también debemos aceptar nuestra dependencia. Quizá pensamos que ya lo hacemos, pero, ¿lo hacemos realmente?
Yo diría que, en toda la creación de Dios, solo a los seres humanos nos cuesta aceptar nuestra verdadera forma. Y cuanto más éxito tenemos en la vida, ¡más difícil nos resulta!
Reflexiona: ¿has pensado alguna vez que los perros no se enojan por no ser gatos? Las ardillas no sienten envidia porque no son vacas. La luna no está resentida por no ser el sol. Lo cierto es que, en toda la creación de Dios, los seres humanos somos los únicos que estamos molestos por cómo somos. ¿Por qué? ¡Porque nuestra naturaleza dependiente siempre nos recuerda que no somos Dios! Queremos acercarnos a cada situación, incluyendo la proclamación del evangelio, como seres omniscientes y todopoderosos que disponen del control en todo momento. Secretamente, estamos frustrados —o por lo menos avergonzados— porque nuestra incapacidad significa que siempre tenemos que depender de Dios.
Sin embargo, Jesús muestra de forma preciosa de dónde proviene nuestra alegría: de darnos cuenta de que somos incapaces y que eso no nos debería molestar, ¡y que Dios es completamente capaz! La maravillosa noticia es que nuestra debilidad e incapacidad no son un obstáculo para que Dios obre a través de nosotros. Jesús dijo: “Dichosos los pobres en espíritu” (Mateo 5:3). En otras palabras, felices los que ven que no son capaces. ¿Por qué? ¡Porque solo cuando vemos que no somos capaces, estamos dispuestos a volvernos a Aquel que sí lo es!
Así que aprender a celebrar nuestra pequeñez es solo la primera parte. También debemos aprender de dónde viene el verdadero poder. Dios no nos ayudará cuando intentemos vivir la vida cristiana con nuestras propias fuerzas. Solo si admitimos nuestra naturaleza dependiente, veremos nuestra necesidad de depender del poder de Dios. Y en cuanto aceptamos nuestra necesidad, ¡Dios se pone a trabajar! Puede que no sepamos cómo alcanzar a una persona con el evangelio, ¡pero Dios sí! Es posible que se nos acabe el amor hacia alguien no creyente, ¡pero a Dios no!
El autor John Arnold lo expresó de esta manera en su libro Seeking Peace:
“ Nuestra debilidad e incapacidad no son un obstáculo para que Dios obre a través de nosotros”.
“Cuanta más confianza tengamos en nuestras propias fuerzas y habilidades, menos confiaremos en Cristo. Nuestra debilidad humana no es un obstáculo para Dios. De hecho, mientras no la usemos como excusa para pecar, es bueno ser débil. Pero aceptar nuestra debilidad es más que reconocer nuestras limitaciones. Es experimentar un poder mucho más grande que el nuestro y rendirnos a él. Como dijo [el teólogo alemán del siglo XX] Eberhard Arnold: ‘Esta es la raíz de la gracia: el desmantelamiento de nuestro poder [...] En mi opinión, esta es la idea más importante para entender el reino de Dios’” (citado en Marva J. Dawn, Powers, Weakness, and the Tabernacling of God, p. 62).
Apúntate esta gran verdad: a Dios le agrada usarnos tal y como somos, con las preguntas que no podemos responder, con nuestros miedos y fracasos pasados.
Debemos seguir recordando lo que el Señor dijo a Pablo: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Tendemos a olvidar (o tal vez elegimos no recordar) que Dios siempre ha usado a los débiles para cumplir sus propósitos. Pensamos que Dios no puede usarnos porque no somos lo suficientemente inteligentes, lo suficientemente buenos o lo suficientemente seguros, y no conocemos suficientes versículos bíblicos. O pensamos que nos utilizará solo cuando seamos todas esas cosas. Pero Dios siempre ha elegido usar a los débiles.
Abraham adoraba a la luna, que no era precisamente la mejor característica para convertirse en el padre de Israel. David era un pastorcillo tan infravalorado que a su padre ni siquiera se le ocurrió presentárselo al profeta Samuel; sin embargo, se convirtió en el mayor rey que ha tenido Israel. La mujer samaritana de Juan 4 tenía un pasado y un presente turbios, pero se convirtió en la primera cristiana y, casi inmediatamente, en la primera evangelista de su comunidad.
GLORIA EN LA DEBILIDAD
Jesús no nos descalifica por nuestros fracasos confesados o promesas rotas. Quiere usarnos ahora, donde estamos, tal como somos. ¿Por qué podemos salir al mundo en debilidad, pero confiando en la fuerza de Dios? Porque Jesús, el Señor de señores y el Rey de reyes, vino a nuestro planeta en debilidad. ¡El Señor del universo, con toda su inmensidad, se convirtió en la forma de vida más pequeña! No solo se hizo hombre, o bebé o feto. ¡El Señor del universo, el Rey de gloria, se convirtió en un embrión!
Como dijo el pastor y autor neoyorquino Tim Keller en un precioso sermón, Jesús estuvo dispuesto a descender tan bajo para levantarnos: levantarnos de la ciénaga de nuestro pecado y llevarnos a una gloriosa relación con Dios. Jesús nos ofrece su fuerza, su poder y su sabiduría porque, aunque vino en debilidad, ahora reina en el cielo.
Y quiere usarnos para ser sus testigos.
Hazte a un lado, Becky
Dios se ha glorificado en mi debilidad. Mi fe ha crecido a lo largo de los años mientras aprendía a confesar a Dios mi debilidad y mi total dependencia de él. Una y otra vez he visto que Dios sabe cómo llegar a mis amigos escépticos, incluso cuando yo no sé.
Cuando Dick y yo nos establecimos en el Reino Unido para poder servir en Europa, los tres primeros años vivimos a las afueras de Belfast, en una ciudad llamada Holywood. Después vivimos tres años en Oxford y pasamos gran parte del último año en Londres. Al final de nuestro segundo año en Holywood, pedí hora para hacerme la manicura el día antes de volar a Michigan para el verano.
De camino al salón de manicura, empecé a pensar en la chica que me había atendido durante esos dos años. Heather era una joven encantadora, pero sin interés alguno en la fe. Solo le interesaba la belleza y la moda. Había empezado a abrirse y a contarme su vida, pero cuando yo mencionaba la fe, ella siempre cambiaba de tema. Así que, mientras iba de camino, oré: “Señor, lo he intentado todo para despertar la curiosidad de Heather por el evangelio, pero no está interesada. Si hay una manera de llegar a ella, tendrás que ser tú quien lo haga, porque yo no puedo”.
En el salón había un estante con un montón de revistas apiladas una encima de la otra. Fui a coger la revista que estaba arriba, cuando de repente sentí la necesidad de tomar la del medio. ¡Era casi como si hubiera una gran flecha apuntando hacia ella! Entonces fui a la mesa de Heather para hacerme la manicura.
Cuando empezó a arreglarme una mano, con la otra me puse a pasar las páginas hasta que de repente me detuve y miré fijamente una foto. Seguí pasando páginas, pero de vez en cuando volvía atrás a mirar aquella foto. Heather finalmente preguntó: “¿Por qué demonios sigues regresando a esa página? ¿Qué hay?”.
“Es por la foto de una mujer muy guapa y elegante. Lleva un magnífico abrigo y un sombrero, pero no se le ve bien la cara”, dije. “Es tan extraño… Es como si la conociera. Pero eso es imposible”.
Entonces caí en la cuenta. Le dije a Heather: “¡Ya sé quién es! ¡Es Jenny Guinness! Esta foto fue portada de la revista Vogue hace años, cuando era una conocida modelo. Más tarde se casó con mi buen amigo Os Guinness”.
Heather dijo: “¿Conoces a una modelo que salió en la portada de la revista Vogue?”. Mientras yo asentía, se volvió hacia toda la gente que había en el salón y dijo: “¿Sabéis qué? ¡Becky conoce a una modelo que salió en la portada de la revista Vogue!”.
Y entonces empecé a contarle a Heather que, durante su carrera como modelo, Jenny empezó a sentir que su vida estaba vacía y eso la llevó a una búsqueda espiritual. Los ojos de Heather se abrieron de par en par: “Becky, ¿conoces la historia de Jenny? ¡Porque me encantaría escucharla!”.
GLORIA EN LA DEBILIDAD
En ese instante me di cuenta de lo que Dios había hecho. La moda y la belleza eran los temas de Heather. Escuchar sobre la vida de una modelo le fascinaba. Así que le conté sobre la búsqueda de sentido de Jenny, cómo eso la llevó a Cristo, y por qué el evangelio había tenido tanto sentido para ella.
Heather escuchó embelesada. Luego me preguntó si tenía algún libro sobre la fe cristiana que pudiera leer. Antes de salir para el aeropuerto a la mañana siguiente, pasé por el salón y dejé algunos libros escritos para personas que están buscando.
¿Qué nos dice esta historia? El Señor del universo, el Creador del cielo y de la tierra, anhela apasionadamente que su creación lo conozca, y eso incluye a una manicurista de 21 años cuyo principal interés es la moda. Había entrado al establecimiento donde trabajaba diciéndole al Señor: “No puedo llegar a ella, así que tienes que ser tú”. Y fue como si el Señor me dijera: “Hazte a un lado, Becky, ¡que te voy a mostrar cómo lo hago!”.
C. S. Lewis, citando un poema de Francis Thompson, a veces se refería a Dios como el “Sabueso del Cielo”, por la forma en que le había perseguido. En su gracia y misericordia, Dios desea que colaboremos con él para llevar a la gente la buena noticia de Jesús. Su Espíritu puede empujarnos a elegir la revista adecuada porque sabe que esa revista será el catalizador que nos permitirá compartir el evangelio con esa persona en particular. ¡¿Hay algo más emocionante que estar en las manos del Dios vivo?!
Cuando volvimos a Belfast en otoño, me enteré de que Heather se había mudado inesperadamente a otro país. Dios sabía lo que yo no sabía: que aquella cita iba a ser la última vez que la vería. Le había pedido a Dios que me diera la oportunidad de compartir el evangelio, ¡y lo hizo! Así que confié a Heather al cuidado amoroso de Dios, pidiéndole que trajera a su vida a otro cristiano que, en la gracia y en los maravillosos tiempos de Dios, pudiera algún día llevarla a Cristo.
Esta es la verdad que debemos aprender de memoria: ¡Dios usa a los débiles para revelar su gloria! Sí, somos incapaces, ¡pero también estamos trabajando con el Dios vivo! Y eso lo cambia todo, porque es un Dios que se complace en obrar a través de los límites de nuestra humanidad. Lo que se requiere de nosotros no es que nos sintamos capaces o autosuficientes, sino más bien fe, obediencia y oración al Dios que anhela ayudarnos y que siempre lo hará cuando se lo pidamos.
Reconocer y aceptar nuestra pequeñez sin sentirnos avergonzados es la primera parte. Recordar que Dios se glorifica a través de nuestra debilidad, la siguiente. Pero para poder vivir celebrando nuestra pequeñez e incapacidad tenemos que comprender que el Espíritu Santo es quien trasciende nuestras limitaciones. Y de eso hablaremos en el último capítulo de esta sección.
Para reflexionar
1 ¿Qué aspectos de la humanidad de Jesús (pp. 53-55) te han llamado más la atención? ¿Qué aspectos te animaron más?
1 ¿Cómo podrías desarrollar una confianza consciente en Dios que te ayudara a amar a las personas y a compartir el evangelio? ¿Cómo vas a orar por estas cosas?
1 “Dios siempre ha elegido usar a los débiles”. ¿Cómo te anima y desafía esta verdad?
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04 Caminar con el Espíritu

El nacimiento, la muerte y la resurrección de Jesucristo cambiaron nuestro planeta para siempre, pero a veces olvidamos que hubo otro acontecimiento glorioso que también transformó la tierra. Ocurrió siete semanas después de que el Jesús resucitado ascendiera al cielo, durante la fiesta judía llamada Pentecostés: el Señor Jesús llenó a sus seguidores con el poder del Espíritu Santo (Hechos 2:1-13).
Desde el momento en que los seguidores de Cristo recibieron el don del Espíritu Santo, la marea de vida divina que comenzó a fluir a través de ellos empezó a extenderse por el mundo. ¡Tenían un nuevo poder, un nuevo propósito, una nueva alabanza y un nuevo derramamiento de amor y vida que los trastornó a ellos y al mundo en el que vivían!
Cuando el Espíritu prometido vino y llenó a todos los creyentes (Hechos 2:3), eso fue una clara señal de que, a partir de ese instante, todos los que emplearan el nombre de Jesús recibirían el Espíritu de Dios que transforma la vida y da poder. La tercera persona de la Trinidad está con todos aquellos y en todos aquellos que estamos en Cristo, sin excepción.
El Espíritu es vital para cada área de la vida cristiana. Pablo explica que “estamos siendo transformados a la semejanza [de Cristo] con más y más gloria por la acción del Señor, que es el
Espíritu” (2 Corintios 3:18). Cuando estamos en Cristo, pasamos a ser una nueva creación (2 Corintios 5:17) y, con el tiempo, el Espíritu Santo nos transforma a semejanza de Cristo haciendo crecer en nosotros el fruto del Espíritu. No solo eso, sino que el Espíritu nos da dones que Dios usará mientras le servimos en el mundo (1 Corintios 12:12, 17).
El Espíritu también nos da el poder espiritual que fortalecerá nuestro testimonio de Cristo. Entre las últimas palabras que sabemos que el Jesús resucitado dirigió a sus discípulos está la siguiente promesa: “Cuando venga el Espíritu Santo sobre vosotros, recibiréis poder y seréis mis testigos” (Hechos 1:8). Debemos recordar que la palabra “testigo” es un sustantivo, no un verbo. Jesús está describiendo lo que estamos llamados a ser. La cuestión no es si queremos ser testigos, sino si seremos testigos fieles. Todos somos testigos de Jesús; la cuestión es si vivimos de acuerdo a nuestra identidad.
Por eso el papel del Espíritu Santo en la evangelización es tan importante. Gracias al poder del Espíritu de Dios que habita en nosotros logramos hacer lo que nunca hubiera sido posible por nosotros mismos. Saber que Dios es el poder que actúa en la evangelización nos libera de cualquier temor porque la evangelización no es algo que hacemos solos; de hecho, ¡la evangelización se trata de Dios y su poder!
Cuando le pedimos al Espíritu Santo que nos dé valentía, fuerza, unción y poder para compartir las buenas noticias, ¡lo hará! Cuando compartimos el evangelio no solo damos información; necesitamos que el poder del Espíritu dé a nuestras palabras significado y eficacia. Lo que lleva a las personas a la fe no es nuestra brillantez o nuestros argumentos inteligentes; es el Espíritu de Dios obrando en nosotros, y también actúa en los no cristianos abriendo sus ojos espiritualmente ciegos, convenciéndoles de pecado y persuadiéndoles para que a Jesús le llamen Señor (1 Corintios 12:3). El Espíritu de Dios es quien obra el nuevo nacimiento y quien produce vidas transformadas (Juan 3:5-8). Nosotros no tenemos
ese poder, pero el Espíritu de Dios sí. Somos los instrumentos que Dios usa, pero no somos los agentes de transformación.
El problema de la iglesia occidental
Sin embargo, nuestra falta de dependencia del poder del Espíritu es tal vez la deficiencia más flagrante de la iglesia occidental moderna, especialmente si la comparamos con la iglesia primitiva o con la iglesia del hemisferio sur. La iglesia primitiva daba testimonio con gran valor y rebosaba poder espiritual, incluso cuando las consecuencias de proclamar el evangelio eran catastróficas. Por el contrario, nosotros muchas veces nos retraemos cuando el otro levanta las cejas.
¿Por qué la iglesia occidental de hoy parece tan espiritualmente anémica cuando la comparamos con la iglesia primitiva? Porque la iglesia primitiva comprendió algo que debemos aprender de nuevo: que el poder sobrenatural de Dios está a nuestra disposición; que el Dios vivo habla y actúa, y que su poder, a través de su Espíritu y su palabra, es capaz de hacer nuevas todas las cosas de un modo que trasciende todas las categorías humanas. Para vivir como testigos de Cristo en el siglo XXI es fundamental que abracemos el poder del Espíritu, que reside en nosotros. Sin embargo, como señala perspicazmente el autor Fleming Rutledge, podemos encontrar nuestro problema en las palabras que el Señor dirigió a un grupo de saduceos: “¿Acaso no andáis desencaminados? ¡Es que desconocéis las Escrituras y el poder de Dios!” (Marcos 12:24) (virtueonline.org/ what-exactly-gospel-part-ii-fleming-rutledge, visto el 23/12/19).
Entonces, ¿cómo empezamos no solo a entender el poder del Espíritu de Dios de forma teórica sino a experimentarlo en la práctica? Primero, tenemos que reconocer la gran diferencia que hay entre la visión bíblica de la realidad y la visión que nuestra cultura tiene de la realidad.
Toda la Escritura está llena de una clara consciencia de la presencia sobrenatural de Dios. Los antiguos escritores hebreos se referían a Dios como “el Dios viviente” (Deuteronomio 5:26; 1 Samuel 17:26; Josué 3:10; Jeremías 10:10). Es un Dios dinámico y vivo. Habla y actúa. ¡Lo que distinguía a Israel de las demás naciones de la tierra era que la presencia de ese Dios habitaba en medio de ellos!
Así que hay más de lo que podemos ver físicamente. Cuando el criado del profeta Eliseo fue a él asustado porque había visto al ejército enemigo rodeando la ciudad, Eliseo oró: “Señor, ábrele los ojos para que vea”. El texto dice que “el Señor así lo hizo, y el criado vio que la colina estaba llena de caballos y de carros de fuego alrededor de Eliseo” (2 Reyes 6:16-17). Aunque la presencia de Dios normalmente es invisible, así de real era para Eliseo. ¡Para los antiguos hebreos, la “realidad invisible”—es decir, la presencia de Dios— estaba a su lado y era más real y más poderosa que cualquier ejército invasor!
El poder del Espíritu es aún más evidente en el Nuevo Testamento. Cuando Jesús comienza su ministerio y declara que él es el Mesías esperado, dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí” (Lucas 4:1821). Predicar las buenas nuevas no fue lo único que Jesús hizo por el poder del Espíritu; por el poder del Espíritu también hizo milagros. De la misma manera, el Espíritu Santo dio poder a la iglesia primitiva para predicar la palabra de Dios con valentía, unción y poder; y también le dio poder para realizar señales y maravillas.
De sobrenatural a secular
La visión bíblica de la realidad abarca tanto lo que se ve como lo que no se ve. Lo que se ve es solo una parte del mundo, ¡pero la realidad invisible —la presencia sobrenatural de Dios, el Espíritu Santo, los ángeles y los demonios— es incluso más real!
En nuestra cultura actual, sin embargo, lo que no se ve se considera irreal e irrelevante. Para que algo sea considerado parte del mundo real, tenemos que poder verlo, oírlo, tocarlo, olerlo, pesarlo y medirlo. Como escribe Os Guinness:
“La modernidad avanzada tiende a hacer que las personas pierdan toda una dimensión de la realidad en nombre del realismo. Esto refuerza la cosmovisión naturalista del cientifismo y del secularismo, y convierte la cosmovisión sobrenatural del cristiano en algo carente de sentido” (Gente imposible, p. 109).
En otras palabras, nuestra cultura poscristiana ha impactado en los creyentes de forma negativa, de modo que tenemos dificultad para percibir las realidades invisibles.
Nuestra tarea como cristianos es reconocer y oponer resistencia a las distorsiones de la modernidad avanzada y vivir nuestras vidas a la luz del mundo invisible, aun cuando vivimos en una cultura que niega que tal cosa sea posible. Debemos “vivir por fe, no por vista” (2 Corintios 5:7). La dificultad hoy en día, como señala Guinness, es que a menudo lo invisible es tan poco real para los cristianos como para los escépticos. Con demasiada frecuencia nos comportamos, sin darnos cuenta, como ateos funcionales.
¿Qué hacer para desarrollar una percepción más profunda de las realidades espirituales? Debemos tomar en serio la exhortación del apóstol Pablo: “no nos fijamos en lo visible, sino en lo invisible” (2 Corintios 4:18). ¿Cómo fijar nuestros ojos en lo que no se ve? Aprendiendo a caminar en el poder del Espíritu, hábito que transformará nuestras vidas y tendrá un profundo impacto en nuestra evangelización.
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