Kitabı oku: «He atravesado el mar»
Torres Castro, Ricardo Ernesto
He atravesado el mar/ Ricardo Ernesto Torres Castro; Ilustrador, Óscar Mauricio Santana Vélez, Bogotá: Ediciones USTA, 2020
173 páginas; ilustraciones
Incluye referencias bibliográficas (páginas 169-173)
ISBN: 978-958-782-309-7
E-ISBN: 978-958-782-310-3
1. Educación superior -- Colombia 2. Sociología de la educación. 3 -- Educación universitaria. 4 -- Metodología en pedagogía -- Investigaciones. 5 Investigación en educación superior. 6 Calidad de la educación -- Universidad Santo Tomás 7. Acreditación de universidades -- Colombia. Universidad Santo Tomás (Colombia).
CDD 378CRAI-USTA-Bogotá
© Ricardo Ernesto Torres Castro, 2020
© Universidad Santo Tomás, 2020
Ediciones USTA
Bogotá, D. C., Colombia
Carrera 9 n.˚ 51-11
Teléfono: (+571) 587 8797, ext. 2991
Corrección de estilo: Angie Xiomara Bernal Salazar
Diagramación y diseño de cubierta: lacentraldediseno.com
Ilustración: Óscar Mauricio Santana Vélez
Hecho el depósito que establece la ley
ISBN: 978-958-782-309-7
e-ISBN: 978-958-782-310-3
Primera edición, 2020
Esta obra tiene una versión de acceso abierto disponible en el Repositorio Institucional de la Universidad Santo Tomás: https://repository.usta.edu.co/
Universidad Santo Tomás
Vigilada Mineducación
Reconocimiento personería jurídica: Resolución 3645 del 6 de agosto de 1965, Minjusticia Acreditación Institucional de Alta Calidad Multicampus: Resolución 01456 del 29 de enero de 2016, 6 años, Mineducación.
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Mákina Editorial
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Confirmo mi amor a Dios,
Profeso mi amor por la insigne Orden de
Predicadores,
Sello mi corazón al amor de mi familia,
Reafirmo mi lealtad al amor de mis amigos; en ese
rincón, todo aquello que toque el paladar es fuente de
amor por mí mismo.
A Eliécer y Martha, fieles compañeros de camino...
Contenido
Prólogo
Me gusta ver el mar, sentir la brisa e imaginar lo que puede haber en las profundidades”. Así comienza Ricardo Ernesto Torres, O. P., la presentación de su libro. Ver, sentir, imaginar, no solo el mar, sino también la vida, la vida que transcurre en los claustros universitarios. De ahí la metáfora del autor, que nos invita a hacer una travesía por ese mar inmenso y profundo, lleno de riqueza y paisaje, de lo conocido y lo desconocido, de certeza e incertidumbre. Este libro nos ofrece navegar por ese mar de los conocimientos y de las oportunidades que es el mundo de la educación y de las universidades; una reflexión profunda sobre lo que son, de dónde vienen y para dónde van; una propuesta que nos cuestiona y, a su vez, nos alienta a estar al lado de la transformación positiva de las personas, de las instituciones y de la sociedad. Y todo esto, desde una genuina y espontánea declaración de amor por un futuro mejor; una declaración de amor por la educación y con lo que hay en ella, en sus profundidades y en sus instituciones.
Ricardo Torres es el Rector en Medellín de la Universidad Santo Tomás, el primer claustro universitario fundado en Colombia en 1580, más de cuatro siglos dedicados a estimular y propiciar el conocimiento y la búsqueda de la verdad, dentro de un pensamiento humanista que claramente el autor expone con rigor en este trabajo que hoy nos comparte. Un Rector navegante, jazzista, pintor, gerente, líder y soñador. Rige una universidad, navega su mar de enseñanzas, hace sonar sus acordes con los diversos tonos de las necesidades de la sociedad; pinta y esboza la sociedad deseada; sabe que gerencia activos pero también que primero gerencia personas hacia un mundo mejor para todos. Este libro es un acto de generosidad que comparte el conocimiento, la experiencia y la sensibilidad de una búsqueda personal que estimula una reflexión permanente para alcanzar el puerto anhelado. Se trata de la vocación de un maestro que nos transmite la ilusión y el ideal de poder pensar críticamente, convivir como ciudadanos y comunicarnos asertivamente.
El mar y la universidad son navegables, unas veces en medio de las turbulencias, las dificultades y los vientos que azotan y, otras, cuando amainan y aparecen la calma, la serenidad y el sosiego.
Este libro recoge la experiencia y el pensamiento de un humanista amigo que nos anticipa esas tormentas que aparecen en la vida, que nos perturban y nos ponen en alerta, que no son diferentes de las tormentas de la deshumanización, la desigualdad, la falta de oportunidades, la corrupción, la violencia, la indiferencia, la mentira, la cultura mafiosa y la corrupción. Pero como buen capitán, Torres sabe que eso pasa y piensa en su destino, en cómo sobrepasar los momentos difíciles, en cómo no se puede dejar sumergir el barco, en no dejarlo a la deriva y, para ello, toma el timón con firmeza, consciente del rumbo que quiere seguir y el puerto al que quiere llegar, para navegar sin naufragar, y es así como nos propone avanzar, ir hacia delante, porque sabe que cuenta con seres humanos solidarios que son capaces de obrar de acuerdo con sus valores, de actuar con ética, que saben de empatía y compasión, que son humildes, que no quieren más desigualdad y viven su espiritualidad sin complejos.
Entre la tormenta y la calma aparece este libro, un bálsamo de esperanza para un nuevo día, donde los nubarrones desaparecerán y las aguas se calmarán. Un libro que reivindica el espacio y la función de la educación y de la universidad, donde se hace y se construye el conocimiento, que nos lleva al encuentro con la verdad (pensada, convivida y comunicada); esa institución diversa, común a todos, allí donde se gestan los acuerdos fundamentales de la sociedad, ese foro donde los humanistas ponen al ser humano en el centro, donde su humanidad se despliega como su fuerza, ese lugar al que acudimos en la búsqueda del conocimiento y de las herramientas para alcanzarlo. Se trata de la universidad, donde ocurren los encuentros entre el maestro y el alumno, los problemas y las soluciones, los sueños y las realidades, la familia y los hijos, el ciudadano local y global, donde ocurre lo bueno a partir de lo bello, donde buscamos la verdad permanentemente, como decía Tomas de Aquino.
También, entre la tormenta y la calma, está un rector, capitán, artista, gerente y líder que alza su voz, para que navegando todos juntos hacia un mismo lugar lleguemos al destino deseado: una sociedad mejor para todos, transformada desde lo humano, la equidad, el sentir por el otro, la empatía y la compasión, una sociedad donde todos cabemos. De manera que cuando miremos hacia atrás, al trayecto recorrido, podamos decir que ha valido la pena, que juntos lo hemos logrado, que hemos entregado un mundo mejor que el que recibimos.
Al autor un profundo agradecimiento por entregarnos tanto, por mostrarnos que la vida es navegar y que tiene un destino, que no navegamos a la deriva y que nos espera ese puerto que nos hará mejores como personas y como sociedad. Como lo dijo el papa Francisco recientemente: “Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos llamados a confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos”1.
CARLOS RAÚL YEPES JIMÉNEZ
1Prensa Celam, “Bendición Urbi et Orbi: frases para pensar”, 29 de marzo de
2020.
Nota del ilustrador
Una travesía por dibujos y líneas
Después de haber recibido el bello reto de ilustrar el libro He atravesado el mar de Ricardo Ernesto Torres Castro, O. P., a partir de algunas de sus líneas entendí que este reto debía, tal como dice el autor, “atravesarse con las propias fuerzas sin depender de otro vehículo, es decir, a mano alzada. Una comunión íntima entre cuerpo y trazo con dibujos introspectivos como la reflexión que el mismo texto sugiere.
Seleccionar dichos dibujos implicó no solo repasar las viejas libretas de ilustraciones, sino concatenar los escritos con la imagen, los sonidos con la vista. Una suerte de sinestesia que, aparte de compleja, merecía gran responsabilidad.
En esta serie de dibujos inéditos y rescatados de los archivos se plasma, en parte, mi aprendizaje en arquitectura. No solo son dibujos que se sincronizan con las “brazadas” del autor atravesando su mar, sino que también dejan explícitamente una autobiografía de mi obsesión por dibujar todo lo que experimento. Estos trazos también plasman miedos, anhelos, proyecciones de vida y recuerdos memorables. Algunos de estos dibujos también presentan utopías y mundos posibles. Cruzar el mar de la educación, en mi caso en arquitectura, solo es posible con los dibujos, con el trazo, con las manos como médium entre cerebro, alma y realidad. No creo que exista una mejor manera de ilustrar este libro, cuyo foco es la educación, que mediante una versión análoga de manuscritos y la memoria laberíntica de las líneas interminables de un boceto.
La actividad de colectar conscientemente decenas de ilustraciones conlleva recrear los procesos de enseñanza, de retroalimentación pedagógica y enfrentar a la memoria. Es un repaso similar al que se vive al hojear los antiguos álbumes familiares: buscar, escudriñar, recordar, seleccionar y proyectar con dibujos. La simpleza y austeridad de los dibujos seleccionados cuenta otra historia similar al relato expresado en el texto, y desprovisto de cualquier aditamento, color, textura y fondo, muestra la simpleza y la intuición del dibujo. La colección que acompaña este documento se basa en ciudades imaginadas, en croquis de viajes, en proyectos arquitectónicos que nunca fueron, en diagramas y esquemas surrealistas, y en proyecciones de arquitectura que hacen parte de la piel de algunas ciudades.
Así como el autor llega a comprender y ser consciente del alma que habita en las universidades, reconozco que es en el dibujo donde se encuentra en gran medida el espíritu de la arquitectura. Proyectar significa ver más allá y todo proceso de proyección, de paso de un lado a otro imaginando lo que aún no existe, es en gran medida el espectro al que invita el autor del presente libro.
Que sea el momento para desglosar el texto y sus profundidades, que las líneas de cada dibujo acompañen la travesía, que sea el momento para cruzar nuestros propios mares, de perdernos a ratos en sus profundidades, de leer los dibujos y dibujar textos, de fundir y trastocar los sentidos con libertad y sin ataduras. Que sea una invitación no solo a tomar notas, sino a conocer con esta declaración el mundo de la educación desde la experiencia personal del autor, a proyectar nuevos retos, a atravesar el mar.
ÓSCAR MAURICIO SANTANA VÉLEZ
Decano, Facultad de Arquitectura
de la Universidad Santo Tomás, Sede Medellín
3 de marzo de 2020
Presentación
Me gusta ver el mar, sentir la brisa e imaginar lo que puede haber en las profundidades. Me gusta imaginar que ese mar se puede atravesar con las propias fuerzas, sin depender de otro vehículo más que el propio cuerpo. Me gustan el mar y su grandeza, su música y su color. El 25 de agosto de 1969, Jorge Luis Borges, en el prólogo de Luna de enfrente, recogía las palabras que en 1905 proclamara Hermman Bahr: “el único deber, ser moderno”1. Algunos pensarán que querer lo mismo sería algo anacrónico, quizá difícil. No obstante, tan real es querer ser moderno como ser humano. Este libro pretende tanto lo uno como lo otro. No es otra cosa que el intento de un atrevido escritor por presentar una mirada moderna y humana del mundo de las universidades, tan solo esto: una mirada. Se trata de la misma de quien sentado al borde de la playa mira el mar, siente la brisa, imagina lo que hay en sus profundidades y, en un arranque de valentía, se lanza porque lo quiere atravesar con sus propias fuerzas, nadando no más, avanzando a su propio ritmo, sabiendo que con cada brazada la profundidad es cada vez mayor y, con la misma mirada de los modernos, no se disculpa frente a las olas sino que sigue hasta que siente que lo ha atravesado aunque no haya llegado muy lejos.
Ser moderno en la actualidad no es solo una declaración atrevida, es una actitud desafiante y pertinente frente a la vida misma. La pertinencia está muy ligada a la verdad, de ella surge todo el proyecto originario para el que fueron creadas las universidades: hacedoras, constructoras de conocimiento y guías hacia la verdad. Ser moderno en el inmenso mar de la universidad no es otra cosa que querer ir a las profundidades, no solo sintiendo que se está atravesando, sino que se está llegando muy lejos. Esta ha sido nuestra lucha en la universidad, ir siempre orientados, de la mano de la memoria hacia la verdad pensada, comunicada y convivida.
La humanidad es nuestra fuerza. De ella surge toda la maravillosa aventura de emprender ese viaje dentro del mar. Brazada tras brazada, con la fuerza que sale de nuestra condición humana, uno va hacia la profundidad, uno va avanzando y aunque se pueda cansar, uno tiene todo para dejarse sumergir en la profundidad o simplemente para atravesar el mar, soñando volver, si es el caso, o sumergirse y morir. De eso se trata, de morir atravesando el mar.
¿Qué son las universidades? ¿De dónde vienen? ¿Para dónde van? Son las tres preguntas que me he formulado para sumergirme en la profundidad del mundo universitario. No se trata de un relato histórico, mucho menos de los resultados de una investigación. Es una mirada a la universidad colombiana. Las reflexiones que he querido compartir son fruto de un constante ver la realidad. Cuando desde la orilla uno se detiene a reflexionar y ver atravesar a otros y a uno mismo ese mar que es la universidad, se adentra profundamente en las preguntas, las palabras se van quedando como la principal lección y escribir se convierte en un duelo entre quien se sumerge en la profundidad y quien atraviesa el mar. Cuando Santo Domingo de Guzmán fundó la Orden de Predicadores, envió a los primeros miembros a la universidad para que educaran su recio carácter y sus mentes lúcidas. Los envió para cultivar su humanidad y hacer de ellos hombres de la palabra. A eso se va a una universidad, a eso fueron a la más antigua de las universidades y por eso hoy atraviesan y ven atravesar a los hombres y mujeres en sus necesidades y preocupaciones.
Quiero que este libro sea una declaración de amor. Nunca como ahora logré ser tan consciente del alma que habita en las universidades. Puede haber muchos factores complejos, como la crisis en las matrículas, la legislación alejada de los criterios fundamentales de la razón de ser, la inequidad y falta de oportunidades, la mediocridad y hasta la absurda competencia; sin embargo, todas ellas se revisten de un color, una música especial, un aliento de vida y humanidad, un tejido de dignidad que muy difícilmente otra institución puede tener. Amar la educación con lo que hay en ella, en sus profundidades, con sus instituciones: eso es este libro.
Quiero que a partir de estas líneas, querido lector, se anime conmigo a dar cada brazada, sienta conmigo el impulso de vencer las olas, descubra junto a mí cada momento difícil, sienta el cansancio y la satisfacción de atravesar el mar. Y ese espacio, esa manera, ese momento, está en las universidades, es allí en donde es posible tejer historia, ver utopías, soñar con muchos mundos posibles. Vemos hoy una sociedad ansiosa por derribar los muros de la ignorancia, pero que también está arrinconada, sin sueños, con frustraciones, que se resiste, quizá por temor, a entrar al mar. Pero existe un lugar privilegiado en donde nuestra sociedad puede dar saltos hacia adelante, es la universidad, y nada tan moderno y humano como querer estar en ella.
“Mi vida entera” es el título de un poema de Borges en el que se inspira este libro, cada vez que la noche lo invoca en mis horas de vigilia, cuando el alma siente caer la tarde y se da cuenta de que, entre jornadas y noches, finalmente somos iguales. He entrado en el mar, he entrado con otros a quienes he visto subir al barco y navegar, y hemos vivido juntos esta hermosa experiencia de ir hacia el propio destino a través de la universidad.
Mi vida entera
Aquí otra vez, los labios memorables, único y semejante a vosotros.
He persistido en la aproximación de la dicha y en la intimidad de la pena.
He atravesado el mar.
He conocido muchas tierras; he visto una mujer y dos o tres hombres.
He querido a una niña altiva y blanca y de una hispánica quietud.
He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciada inmortalidad de ponientes.
He paladeado numerosas palabras.
Creo profundamente que eso es todo y que ni veré ni ejecutaré cosas nuevas.
Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios y a las de todos los hombres.2
1 Jorge Luis Borges, Obras completas 1923-1972 (Madrid: Alianza, 1983), 71.
2 Ibíd., 70.
PARTE I. ¿DE DÓNDE VENIMOS?
De la universidad “moderna” a la “original”
Hay un santo maravilloso en la historia de la Iglesia católica, Santo Tomás de Aquino. Cuando oímos hablar de este santo, la palabra que primero se nos viene a la mente es: profesor. Pero al mismo tiempo, el santo es denominado el Doctor Común de la Iglesia. Profesor y doctor tienen un sentido en común y un mismo propósito. Doctor viene del latín Docens, que quiere decir ‘el que enseña’, por lo tanto, la docencia, ya desde el Medioevo, es el acontecer de los profesores y los doctores. La universidad medieval es profundamente inspiradora. Cuando se revisa el origen de esta institución, quizás el principal problema es intentar comparar las universidades actuales con las de entonces, pues se desconoce el periodo en que nacen. Sin embargo, quiero hacer hincapié en los grandes aciertos de la universidad de la Edad Media que en gran parte se han venido desfigurando y perdiendo.
Entre la necesidad social y eclesial, nació la universidad en un contexto en que el Imperio romano venía en declive, lo que deterioraba su sistema educativo. Este fue un periodo de la historia de grandes construcciones, desarrollos artísticos y arquitectónicos, experiencias en términos de logística producidas por la urgencia de atender las guerras. La administración misma nació como una experiencia para manejar los recursos del Imperio para su beneficio. En tal contexto, la Iglesia tomó fuerza y asumió el manejo de las instituciones para garantizar la estabilidad social que no podía, no quería o no lograba el gobierno de la época.
A partir del siglo VI, con la aparición de los primeros monasterios, en general benedictinos, se empezaron a organizar los territorios, las cadenas de sostenibilidad provenientes de la agricultura, el desarrollo del arte, la escritura y la culinaria. En los monasterios se empezaron a producir textos, las primeras Biblias, selectas traducciones, y los escritos provenientes de la patrística, además, se comenzó a responder a la urgente necesidad de aprender a leer y escribir. De manera que el origen de la universidad se dio a partir de estos factores, con el propósito de transmitir el conocimiento como fuente de valor frente a las exigencias siempre cambiantes del mundo.
Con la conquista del norte de África y el sur de España por parte del islam, las reflexiones de algunos árabes, en particular de Avicena y Averroes sobre Aristóteles, que recogieron este pensamiento, hicieron accesible el mundo griego al mundo occidental. Tomás de Aquino tomó estos conocimientos y los sistematizó. El saber se fue ordenando y nació, en mi concepto, el asignaturismo, que aún hace parte del contenido curricular de los programas académicos. Fue el Medioevo el que dio lugar a esa capacidad de síntesis y estructura sobre los saberes.
El Medioevo, lejos de ser como muchos afirman un milenio de oscuridad, fomentó la deliberación como fuente real del conocimiento. Se desarrollaron metodologías para contrastar el conocimiento, que fundamentalmente permitían que, frente a las tesis postuladas o defendidas por algunos, hubiera una persona o un grupo de personas destinado a objetar lo que se estaba proponiendo, para que finalmente el “docens” pudiera dar una solución frente al problema planteado. Un estudiante del Medioevo recibía una profunda capacitación en el arte de la deliberación y el debate. Triste que seis siglos después, en los salones de clase, nadie sea capaz de deliberar y debatir. ¿De qué hablamos cuando decimos “Medioevo”? ¿Cuál es el periodo de real oscuridad? Esta preocupación es relevante, máxime cuando muchos de nuestros estudiantes rotulan los temas centrales de la vida como clases de relleno o costuras, como tristemente se les llama a los idiomas, las humanidades, las formas y contenidos que orientan la vida, el arte mismo.
La universidad medieval investigaba sobre la base de las realidades éticas, críticas y creativas. Se trataba de hacerse el máximo de preguntas posibles de manera que ellas, como fuente real de conocimiento, trazaran los desarrollos sobre los cuales se debería aprender. Gracias a este proceder se lograba que los contenidos curriculares fueran hechos por los mismos que estaban inmersos como actores fundamentales en el proceso de enseñanza-aprendizaje: docentes y discentes. Posteriormente, la educación logró salir del seno de la Iglesia para trasladarse a los grandes palacios, lo que conocemos como las escuelas palatinas, en donde, con la ayuda de la sistematización antes realizada, se estudiaban los grandes asuntos de la época. El caso concreto fueron las diversas summas que se hicieron a partir de la gramática, la música, el lenguaje y la aritmética, que eran las artes estudiadas en la época. Tomás de Aquino escribió la Summa theologiae (1266-1273) con la misma intención de sistematizar y estructurar el saber sobre Dios.
La medieval fue una sociedad educada en torno a la deliberación, el debate y las disputas, que contaba con la suficiente madurez para hacerse cargo de sí misma. Fue una sociedad que, frente a la inmensa dificultad de información, en la que la tecnología no tenía efectos tangibles, llevaba sus problemas al ágora, donde surgían sus grandes decisiones y acuerdos, que se permitió además trazar el sueño de la paideía, del liceo, de la academia y de la universidad como lugares en donde la sociedad nace y se desarrolla.
El Medioevo y el surgimiento de las universidades nos permiten entender por qué, frente a tantas situaciones críticas, podemos decir que poco avanzamos en la actualidad, que se nos perdió el propósito fundamental de la universidad, a saber, ser el lugar en donde se gesten los acuerdos fundamentales de la sociedad. Queremos más de esas universidades que, aun corriendo el riesgo de ser tildadas de conservadoras y tradicionalistas, ponen de manifiesto que el ser humano sigue siendo el centro y que declaran que el humanismo siempre estará por encima de la técnica. Necesitamos universidades donde se dialogue más, donde los docentes guíen y acompañen, como bien lo inspira Tomás de Aquino.