Kitabı oku: «Márcame, amo»

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  Prólogo Los monstruos entre nosotros

  Los inicios

  “Cuestionamiento Racional”

  Sarah y Clare Bronfman

  México

  Emiliano Salinas y Alex Betancourt

  Benjamín LeBarón y Mark Vicente

  Las esclavas DOS

  Las hermanas Fernández

  Epílogo: la captura

  Anexos




“Parece el sueño americano, pero si algo hemos aprendido de este juicio es que las apariencias son engañosas… Vimos a (Keith Raniere) como lo que realmente es: un depredador, un criminal y un estafador.”

Moira Penza (Fiscal que llevó el caso.)

Prólogo
Los monstruos entre nosotros

Acudí a twitter para regurgitar el juicio de Keith Raniere ante la imposibilidad de encontrar en México un medio formal para publicarlo. No podía saber el interés que eso iba a despertar entre el respetable, pero mis razones iban más allá: la única manera de neutralizar a los monstruos que viven entre nosotros, de resguardar quizá a alguna futura víctima advirtiéndole lo que le puede esperar, es encendiendo la linterna y apuntándoles la luz. Los peores recuerdos de mi juventud en Monterrey se deben a ese ominoso silencio. No se hablaba de las perversiones de Maciel o de sus esbirros, aunque ya el mundo entero, fuera del ombligo regiomontano, las comentaba y conocía.

El 20 de mayo de 2005 la Legión publicó un cable enviado, como pago de favores, por la secretaría de Estado vaticana del cardenal Angelo Sodano. No traía firma ni sello, pero aseguraba que no había proceso alguno contra Maciel. Eso era, como tantas otras cosas, falso: un año menos un día después el papa Benedicto XVI publicaría un comunicado, resultado de las pesquisas de Monseñor Scicluna, conminando al pederasta michoacano a retirarse a una vida de “oración y penitencia”, aunque sin especificar el porqué, permitiéndole así a los líderes de la Legión de Cristo seguir impunes hasta que, ante las pruebas de DNA con que amenazaban los hijos carnales de su fundador, se vieron obligados a confesar apenas una pequeña parte de las atrocidades que, con una década de retraso, se conocerían después.

Con el silencio la gente quería evitarse las represalias de la red de poder tejida por los Legionarios de Cristo entre políticos y empresarios mexicanos. Por eso los abusos siguieron, por años, protegidos por esa omertá cómplice. Hablar salía caro: arriesgarse a ser vilipendiado públicamente, a perder un buen empleo u oportunidades de negocios, a recibir una demanda, a ser rechazado por la propia familia o a someterse al ostracismo social eran posibilidades muy reales.

Con ese silencio culpable, complaciente o avergonzado, uno que yo guardé demasiado tiempo, cuentan los depredadores de cuerpos y almas de este mundo. Por eso debemos hablar de ellos. En este caso, de Raniere, y de sus facilitadores en México.

Los inicios

“La veré muerta o en la cárcel”, le dijo Keith Raniere a la madre de Toni Natalie, su pareja de años, cuando ésta le anunció que lo dejaba. Lo que siguió fue más de una década de acoso físico y legal: telefoneándole a todas horas preguntando si sabía el paradero de su hijo de un matrimonio anterior; su casa y la de su madre fueron allanadas, desordenando sus muebles y pertenencias, robando ropa de su clóset. La declaración de bancarrota por el pago de las deudas de la empresa que había formado con él, todas a nombre de ella, se eternizaron en demanda tras demanda, y hubo un intento de atraerla a México con engaños para que, mediante una orden de aprehensión encubierta obtenida a punta de sobornos, desapareciera en las entrañas del sistema penitenciario mexicano. En buena parte, eso explica la expresión de apenas contenido júbilo cuando Natalie escuchó los siete contundentes “culpable” espetados por el jurado.

La transformación de Raniere de un estafador de alcances locales en el dueño de un harem de más de cien mujeres comienza luego del fracaso de su primer negocio, Consumers Buyline Incorporated (CBI). Éste no cumplía ni dos años cuando ya era investigado en veinte estados de la Unión, cerrando en 1993 por órdenes de Robert Abrahams, fiscal general del estado de Nueva York, acusado de ser un “multimillonario esquema piramidal”. La fiscalía fincó el caso en que la compañía estaba más interesada en reclutar gente que pagara los 270 dólares que costaba enrolarse en Purchase Power, un club de compradores con base en Texas, que en proveerles algún servicio; sobre todo porque sólo catorce de esos dólares iban al club de compras, mientras que el resto permanecía en manos de CBI en forma de comisiones por reclutamiento. En un video promocional de la compañía se ve a Raniere pidiéndole a los vendedores de membresías que imaginaran un cerro de billetes, uno de diez millones de dólares: “Es grande. Es enorme. Sientan cómo el aroma del dinero hace que sus narices tiemblen como conejitos…”

El flujo desde los últimos reclutados hasta los fundadores era constante: al cierre de la empresa, Pamela Cafritz, Karen Unterreiter y Raniere habrían recibido alrededor de medio millón de dólares a cambio de aire. Raniere corrió con suerte: fue multado en 1996 con cuarenta mil dólares a nivel federal, más un par de multas estatales, sin ser declarado culpable de nada, apenas con el compromiso de nunca más participar en esquemas “promoviendo, ofreciendo o brindando participación en un esquema de distribución en cadena”. Los inculpados tardaron más de cuatro años en pagar esa multa.

Keith explicaría su derrota, como era su costumbre, culpando a otros: en este caso, acusando que la debacle de CBI se había debido a las maquinaciones de Wall Mart que, por temor a la competencia, habría pedido a las autoridades “colapsar a ese tipo”. Lo cierto es que, después de CBI, Raniere evitaría tener posesiones a su nombre, negándose a recibir un salario y omitiendo el uso de tarjetas de crédito o cuentas de banco: todo le pertenecería, oficialmente, a sus siempre incondicionales mujeres, con el consiguiente ahorro de problemas legales y fiscales; año con año Raniere ha declarado vivir por debajo de la línea de la pobreza. Es cierto que nunca fue proclive a la ostentación; estéticamente, su comunidad era un reducto de mediocridad pequeñoburguesa, donde los pants y las sudaderas de baja calidad eran la etiqueta cotidiana. Con todo, Raniere ejercía un control férreo sobre sus acólitos y sobre su empresa disponiendo sin restricción alguna de cientos de miles de dólares en efectivo ocultos en el sótano de la casa de Nancy Salzman, con línea directa a una bolsa de plástico en su biblioteca personal.

Keith Alan Raniere vio la luz un 26 de agosto de 1960 en Brooklyn, Nueva York, el único hijo de James Raniere, publicista, y de Vera, una maestra de baile de salón. Al cumplir 5 años, la familia se mudó a los suburbios boscosos al norte del estado, a una casa roja con vistos blancos y amplio jardín, parecida a las granjas que pintan los niños en la escuela. A sus ocho años, James y Vera se divorciarían, quedándose la mujer, enferma del corazón, bebedora de ocasión y madre culpable de tiempo completo como única custodia del niño, convirtiéndolo en el centro de su universo e instilándole un sentimiento de excepcionalidad desbordada. Las virtudes atribuidas a Raniere en sus biografías oficiales —que hablaba con frases completas al año y que leía de corrido a los dos; que su energía intelectual interfería con las computadoras y los aparatos electrónicos; que a los 12 dominaba por sí solo y en unas cuantas horas todo el currículo de matemáticas de preparatoria o que a los 13, autodidacta, tocaba piano a nivel concertista— son más falsas que un billete de tres pesos, pero es un hecho que desde muy joven el chico mostró gran facilidad para la manipulación; en entrevista del 28 de mayo de 2018, publicada en el diario The Epoch Times, cinco compañeros de Raniere de la escuela primaria Waldorf describen cómo uno de ellos cuchicheó, en las intimidades infantiles del patio de recreo, sobre una u otra andanza adolescente de su hermana mayor. Raniere le diría enseguida que la confidencia le había dado una botella de veneno que él sostendría por siempre sobre su cabeza; que, de quererlo, podría revelarle a la hermana o a los padres sus indiscreciones. Sobra decir que, de corta estatura, un poco bizco, arrogante y presuntuoso a pesar de su apariencia y sus maneras ordinarias, el joven Keith no era precisamente popular.

En 1978 Raniere se gradúa de preparatoria, cumple 18 años y queda huérfano de madre pocos días antes de Navidad, cuando el cansado corazón de Vera deja de latir. De la orfandad pasó al Politécnico Rensselaer, donde conocería a Karen Unterreiter, desde entonces una de sus más fieles administradoras. Sus afirmaciones de haber sido un estudiante de excepción, el primero en haberse graduado con tres títulos —biología, física y matemáticas—, y calificaciones de excelencia se estrellaron contra una copia de la cartilla del instituto firmada por su secretario y consejero general, Craig Cook, presentada como evidencia en la corte, mostrándolo frecuentemente suspendido y con un promedio final de 2.26 que, en nuestro sistema decimal, equivale a un limítrofe 7.

Al terminar la carrera esas notas le alcanzaron para emplearse como técnico de computadoras en una oficina de fianzas de la policía local, profundizando en su tiempo libre en el estudio de sus tres mayores influencias intelectuales, aquellas que conformarían su filosofía espiritual y sus principales decisiones a futuro: Amway —donde trabajaría unos meses—, la Iglesia de la Cienciología y Ayn Rand. Sobre las agresivas técnicas de venta de las primeras dos funda en 1991 Consumers Buyline, donde conoce a Natalie, una de las vendedoras estrella de la organización y quizá el prototipo de todas las mujeres sobre las cuales Raniere parasitaría el resto de su vida.

Raniere mostró una temprana inclinación hacia la pedofilia: en 1993, una niña de 15 años llamada Rhiannon registró una acusación ante la policía del estado de Nueva York afirmando haber tenido relaciones con él hasta sesenta veces a partir de sus 12 años. Ella tenía problemas en la escuela, fleco rubio y frenos, y él recién había cumplido los 30. La madre de la niña, vendedora de CBI, le comentó de los problemas académicos de la pequeña y él se ofreció a tutorearla por las tardes. Lo primero que le enseñó fue a abrazarse “como hacen los adultos, juntando la pelvis”, quitándole la virginidad y abusando de ella a lo largo de varios años en su casa, en las oficinas de CBI o en el coche. Cuando Rhiannon finalmente fue a la policía, los detectives le pidieron portar un micrófono para obtener pruebas contra el abusador; ella se rehusó, pálida de miedo, y pidió cerrar el caso.

Toni Natalie es chispeante y guapa —ojos de felino color jade, cabello azabache y nariz de Cleopatra—, pero con fragilidades emocionales quizá originadas en los episodios de abuso sexual que sufrió cuando era niña, y que Raniere le diría luego que podrían aliviarse haciendo tríos. Al conocerla, Keith la habría ayudado a dejar de fumar y la convencería de que su marido la engañaba con la nana de su hijo. “Él se convierte en todo lo que quieres y necesitas, y algo más. Llena todos los vacíos”, diría Natalie, quien pronto se divorciaría para mudarse a Clifton Park, la comunidad suburbana alrededor de Albany que sería el epicentro de esa telaraña.

No vivirían juntos. Ella tendría una casa con su hijo y él conservaría su cuarto en el número 3 de Flintlock Lane, propiedad comprada por Pamela Cafritz, hija de Bill y Buffy Cafritz, distinguida pareja de la alta sociedad conservadora de Washington. Antes de conocer a Raniere, Pamela estaba por casarse con uno de los que llamamos buen partido. Luego se convirtió en la primera fondeadora y la más fiel de las lugartenientes de Raniere hasta su muerte en noviembre de 2016 por cáncer de hígado. Cafritz se encargaría de higienizar las consecuencias de los peores impulsos de Raniere; además de brindarle cierta estabilidad doméstica, hacía las aperturas y proveía las coartadas para que éste sedujera a jovencitas —invitándolas, digamos, a su casa, a pasear al perro—, y arreglaba los múltiples abortos que éste exigía de sus mujeres, ella incluída: él no aceptaba usar condones ni que sus parejas tomaran anticonceptivos, porque podrían engordar, decía. Raniere, ya con la mexicana Mariana Fernández como pareja principal, continuó usando las cuentas de banco y las tarjetas de crédito de Cafritz después de su muerte, en las compras del supermercado o para gastar miles de dólares en ropa para Fernández. Se estima que, en total, esas cuentas de banco custodiaban cerca de ocho millones de dólares. Raniere, nombrado por Pamela como ejecutor de su testamento, le cedería en México el cargo a Rosa Laura Junco poco antes de ser capturado.

Los demás habitantes del número 3 de Flintlock eran la antigua compañera del politécnico, Karen Unterreiter y, para entonces, Kristin Keeffe, oficialmente el enlace legal del grupo y extraoficialmente la encargada de neutralizar a los críticos y disidentes por todos los medios posibles, legales y no; sus lugartenientes en México, como veremos más delante, fueron Emiliano Salinas y Alex Betancourt.

Al fracasar CBI, Raniere y Natalie fundaron, en 1994, el National Health Network, una empresa de suplementos vitamínicos y naturistas que cerraría, en sus estertores, en 1999. Poco después la pareja se separaría. Cuando dijo adiós, Natalie recibió una carta que comienza amorosa y termina amenazante, además de una línea de tiempo, con dibujos, “de su caída final”. Cuando Natalie se rehusó a regresar con él, Keith le dijo que en su otra vida ella había sido Heinrich Himmler, y él y sus acólitos sus víctimas judías. A pesar de que Raniere pasaba los 30 años, la tesitura de sus comunicaciones emocionales es infantil dejando ver las profundas inseguridades que incubaron sus perversiones.

Ante la ausencia de Natalie, Raniere comenzaría a apoyarse por completo en Nancy Salzman, una enfermera con quien gestó, el 20 de julio de 1998, Executive Success Programs, o ESP, la raíz del pequeño imperio del mal que a la vuelta del milenio sería conocido como NXIVM. Salzman, quien al conocer a Raniere le comentó a Natalie que éste le parecía un poco torcido, luego de convertirse en su socia afirmó que “Probablemente no haya descubrimiento, desde la escritura, tan importante para la humanidad como la tecnología del Señor Raniere”. El nombre de Vanguardia, adoptado por éste en su nuevo papel como gurú, lo había tomado de un videojuego intergaláctico de consola con el cual perdía el tiempo, de joven, al salir de clases.

Raniere y Nancy elaboraron los 21 módulos que se convertirían en el prototipo de sus cursos intensivos de entre dos y tres semanas, ofreciéndoselos inicialmente a los clientes de Nancy, a quienes daba asesorías de vida. Fue entonces cuando Barbara Bouchey, en proceso de divorcio, toda caireles rubios y ojos de muñeca, se enrolaría. A la fecha ella es ambivalente en su juicio, expresando que en NXIVM y en el mismo Keith hay mucho de bueno, a pesar de haber recibido personalmente una buena dosis de su lado malo. Asistente cotidiana al juicio, cuando salió del elevador para enterarse, a las puertas de la sala de la corte, de la sentencia contraria a Raniere, se deshizo en un llanto agridulce. Barbara confesó que, al inicio, las atenciones de Raniere le causaban cierto rechazo; que, el último día de su primer curso, éste le regaló su propia copia de La Rebelión de Atlas, con pasajes subrayados y hojas manchadas, y le dijo: “Tú eres Dagny”, la heroína del libro que, luego de padecer a manos de múltiples hombres malos, por fin encuentra a su superhombre ejemplar, el genio industrial John Galt. Bouchey cree que, naturalmente, Raniere se veía a sí mismo como Galt.

Barbara pasó pronto a engrosar el harén de Raniere, pero nunca vivió en la casa de Flintlock, manteniéndose, como antes Natalie, hasta cierto punto al margen de la comunidad, a pesar de llegar a ocupar una silla en el consejo de la empresa. Bouchey dice que tardó tiempo en darse cuenta de que su relación con Raniere no era exclusiva; cuando él se ausentaba y ella lo cuestionaba, Keith le decía que dejara de preguntar, que al ser hija de padre alcohólico, tenía problemas de abandono que debía trabajar.

En abril del 2009 Barbara abandonaría a Raniere junto a ocho mujeres más, convirtiéndose en una voz crítica pública, exponente de las excentricidades hasta entonces ocultas de Vanguardia; en testimonio posterior afirmaría que Raniere contemplaba reclutar nativos americanos con el fin de crear una reserva independiente, o comprar una cantidad sustancial de tierra en los desiertos australianos para allí fundar un nuevo país o, al menos, un territorio autónomo. Keith la acusaría entonces, como antes hiciera con Natalie, de haber sido Reinhard Heydrich, un oficial nazi considerado uno de los arquitectos del Holocausto.

Algunos de los manuales de NXIVM, nunca antes hechos públicos —la empresa le hacía firmar a los estudiantes un contrato leonino de no divulgación—, fueron presentados como evidencia en la corte. Son reiterativos, de retórica engolada, plagian términos y metodologías de otros programas y abundan en clichés —la mera patente del Rational Inquiry Method, o “Método de Cuestionamiento Racional”, llena 240 páginas—, diseñados como están para atacar las vulnerabilidades intelectuales y emocionales del lector en el marco de sesiones agotadoras, de al menos doce horas. Todos tienen como fin último ensalzar la figura de Raniere, creándole un público fanatizado y acrítico que no estaría fuera de lugar en el Templo del Pueblo de Jim Jones o en la Iglesia de la Luz del Mundo del apóstol Naasón; en su testimonio, el cineasta Mark Vicente mencionó “que Dios ampare a quien le revire algo a Keith”.

Parte del éxito de los cursos reside en el empaque, es decir, en su presentación en centros modernos y en zonas de clase alta, con instructores que proyectan seguridad y compañeros de familias de recursos económicos o políticos que, de otra manera, serían inalcanzables para el público común. En el punto 12 de la cartilla de la misión de NXIVM, misma que debe ser recitada diariamente por los acólitos, se menciona la promesa de “buscar controlar éticamente la mayor cantidad de dinero, recursos y capital del mundo… siendo esencial para la supervivencia de la humanidad que estas cosas estén en control de personas exitosas y éticas”. Cada intensivo de NXIVM, por cierto, cuesta alrededor de 10 mil dólares, y no se llega a ningún lado si no se toman, al menos, dos, reclutando de pasada a varios estudiantes más para cursos futuros.

“Cuestionamiento Racional”

Si omitimos usar frases hechas y lugares comunes, es difícil describir en qué consiste realmente la “tecnología” de Raniere. Lo cierto es que hay que distinguir los cursos iniciales de ESP, diseñados como herramientas de superación personal medianamente inocuas —en algunos casos, por el simple llamado a la autorreflexión, quizá benéficas—, y los inductores desarrollados subsecuentemente, como Jness o SOP, que tienen como intención última conducir al asistente incauto al mundo de las torcidas perversiones de su creador. Los rituales, sin embargo, son los mismos, independientemente del contenido del curso, y están diseñados para aglutinar al grupo y darle un sentido de pertenencia alrededor de la figura de Vanguardia: el estudiante se quita los zapatos y hace una reverencia al entrar al salón. El instructor o la persona de más alto rango hace el saludo a dos manos: se estrechan las derechas como en un saludo normal, y el personaje superior, en señal de dominio, corona los puños entrelazados con su mano izquierda, mientras que el subalterno pone la suya por debajo del apretón. Se recitan los doce puntos dictados por Raniere, llamados el decálogo o la misión, y comienza la sesión.

En una de las demandas vs Natalie, con número de caso 99-16195, Nancy Salzman explica tener entrenamiento en Programación Neurolingüística (PNL) e hipnosis ericksoniana. Sus materiales abrevan fuertemente de ambas técnicas que, por cierto, levantan dudas entre la comunidad seria de las ciencias de la salud mental en cuanto a la solvencia de sus docentes y practicantes, y en cuanto al subsecuente riesgo para los pacientes. Derivado de las reprogramaciones semánticas propias de estas técnicas, NXIVM tiene un proceso llamado “Exploration of Meaning”, o EM, en español exploración de significado, cuya propuesta es reflexionar frente a algún instructor, a través de preguntas y respuestas, sobre alguna fragilidad o detonador emocional, alguna impronta inconsciente que, remanente inmaduro de lo aprendido en la niñez, pueda estar provocándole al sujeto sentimientos o pensamientos negativos, impidiendo la “unificación”: la integración de la personalidad sin contradicciones o fisuras.

En el registro de patente 09/654423 presentado el 26 de marzo del 2003, mismo que fue rechazado por su incapacidad de probar innovación o aporte alguno, se describe a cabalidad el método de Cuestionamiento Racional, que en teoría serviría “para detectar y eliminar desintegraciones” por medio de una serie de ejercicios que, en la práctica, facilitan la suplantación axiológica. Eso, por sí mismo, no necesariamente es malo, sobre todo cuando nuestra herencia ideológica viene cargada de prejuicios que se manifiestan en comportamientos e ideas aprendidas como lastres muchas veces inconscientes. El problema en este caso es que, por una parte, nada de esto es nuevo: hay decenas de terapias probadas encaminadas a lo mismo, entre otras todas aquellas que caen bajo el abanico de cognoscitivas. Por la otra, en el caso de NXIVM, los cambios buscados van teledirigidos a desarrollar una veneración religiosa hacia Raniere, fomentando el cuestionamiento de todo menos del mismo NXIVM o de sus apóstoles, Vanguardia y Prefecta: el estudiante debe mostrarse siempre eternamente agradecido, y las críticas o dudas, tan alentados en cuanto al resto del espectro temático, conducen en ese caso a la expulsión o a castigos fulminantes.

En realidad esta constante reexaminación de las creencias y valores de sus acólitos, que en buenas manos puede llevar a la catarsis terapéutica, es aquí un primer paso hacia la normalización de las actividades criminales de Raniere: los últimos días del juicio culminaron con la declaración del agente de campo Michael Weniger, del FBI. Weniger describió sus impresiones cuando revisó los documentos o las guías de la supuesta “tecnología educativa”; en este caso, los módulos de Jness, que arrancan con introductorios de tres a cinco días y que escalan a intensivos de dieciséis días, volviéndose más misóginos y sexualizados a cada escalafón. Recordemos que Jness se vendía como un curso para que las mujeres alcanzaran la plenitud, y DOS como una sororidad de empoderamiento femenino. Incomprensiblemente, esa misoginia rabiosa fue abrazada por las mujeres del grupo como lo más sagrado. Un correo de Allison Mack a Vanguardia fechado en marzo del 2016, presentado como evidencia en el juicio, dice así:

En mi EM de ayer vi el enorme daño causado por mujeres, a las mujeres, por la manera empoderada en que nos inflamos… la mujer valiente y fenomenal es tan presente y buscada y ¡tan SUPRESIVA! La raíz de tanta arrogancia, tanta violencia, tanto prejuicio. Lo sentí tanto ayer. Y sentí lo inquebrantable que soy en mi intento de mantener esta creencia respecto a mí misma… Es horrible, Amo. Y nadie lo ve; entonces tú, yo, Jness, somos considerados horribles por señalarlo así… ¿Cómo aceleramos el jodido fin de esta confusión?

Te agradezco tanto por tener a DOS y a Jness. Porque te tengo de Amo tengo el privilegio de entender esto sobre mí misma y el mundo y de poderlo cambiar.

Eternamente agradecida.

Te amo tanto, tu esclava eterna.

A.

Jness, que suena exactamente como la palabra juventud en francés —aunque sus miembros, primordialmente mujeres, afirman que la palabra significa lo que sea que tu camino te indique—, nació en 2006 luego de “Un paseo por la carretera entre tres entrañables amigos: Pam, Mariana y Keith”, como un preámbulo diluido de lo que luego sería DOS. Consta de diez u once módulos de una semana, claramente diseñados para ubicar a la mujer en un papel subsidiario al hombre. En sus antípodas está SOP, o Sociedad de Protectores que, como su nombre lo indica, describe al varón como el responsable de guiar y conducir al rebaño femenino. Ambos programas luego incluirían en sus módulos finales a miembros del otro sexo: en su testimonio, el cineasta Mark Vicente declaró que en SOP Complete, como se llamaba la versión mixta con duración de seis días, la idea era darle a las mujeres la experiencia de ser las pequeñas en el mundo de los hombres, pidiéndoles que “se comportaran como hombrecitos y dejaran de chillar”. Se les dispensaban castigos corporales, con paletas de madera. Se les daban apodos denigrantes y se les hacía portar disfraces vergonzantes, como coronitas de princesas o alitas de hada, o se les rellenaba el brassiere de papel o hule espuma si se consideraba que enseñaban demasiado. A Clare Bronfman, por decisión de Raniere, se le obligó a usar un protector de testículos, para que dejara de soñar con que ella estaba a cargo.

En el curso llamado RAW, o Crudo, los integrantes hablarían, bajo la apariencia de apertura y libertad sexual, de las hostilidades alrededor del sexo que experimenta cada género; así se establecían estas “diferencias” donde, para Jness, la mujer es de naturaleza frívola, emocional e inconstante, por lo que su lugar debía estar bajo la protección de algún varón titular en un contexto doméstico y monógamo, mientras que los hombres SOP, siendo más responsables y con un compás moral del que carecen sus parejas, tendrían una naturaleza promiscua con el digno fin de esparcir su DNA por el mundo. Ese compás moral fue desplegado a cabalidad cuando Weniger le mostró a la corte las fotografías explícitas guardadas por Raniere bajo una carpeta titulada “Estudios”. Las mujeres allí, empleadas o estudiantes de Raniere y al menos una menor de edad, fueron retratadas desnudas con acercamientos a sus labios vaginales interiores, o de cuerpo entero, pero desde las ingles hacia la cara.

Otra de las bases ideológicas de NXIVM, congruente con las tendencias sadomasoquistas de Raniere y, sin duda, indispensable para la destrucción de la personalidad que Vanguardia buscaba en sus favoritas, es la insistencia en justificar el dolor, físico o emocional, como parte del proceso de crecimiento: aunque la premisa se entreteje en cada curso, hay uno exclusivo al tema llamado Human Pain, o Dolor Humano. Acompañando a ese concepto madre de NXIVM está la exploración de las vidas de los involucrados, recalcando las partes traumáticas o vergonzantes y extrayendo la mayor información posible sobre dependencias, transgresiones, culpas o dificultades sexuales, en particular al final del día, con el cansancio y la vulnerabilidad a modo de lubricantes.

Vanessa Grigoriadis, en un estupendo compendio publicado el 30 de mayo del 2018 en la revista del New York Times, describe su visita, de la mano de Clare Bronfman, a uno de los centros de Raniere en San Pedro, Garza García, donde abundaban fotos de Raniere en las oficinas, y frases bombásticas atribuidas a Vanguardia en los pasillos: “Si en el siguiente momento tu conducta afectara a toda la humanidad para siempre, ¿cómo te comportarías? Cada momento es ese momento”.

Cuando Grigoriadis ve a Raniere por primera vez, recién despertado de una siesta y luego de pasar por una larga introducción de sus logros y cualidades a manos de Clare —“No se permite a nadie conocer a Raniere si algún integrante, usualmente una mujer, no ha descrito sus grandes cualidades antes. Raniere, a quien algunos miembros de NXIVM han comparado con Nelson Mandela o el arzobispo Desmond Tutu, no aparece sino hasta que recibe la presentación adecuada”—, se desconcertó. “Tenía la musculatura de alguien que practica lucha y vestía una polo azul clara, pantalones grises y lentes de armazón redondo. Tenía algunas canas en las sienes, pero el resto de su cabello lucía voluminoso. Hablaba con un acento neoyorquino. No tenía la pinta de un hombre que logra que otras personas orbiten alrededor de él. Parecía un corredor de bienes raíces de lujo que quería aparentar ser amistoso al tiempo que lucía ansioso por cerrar un acuerdo… pude observar cómo se retraía dentro de sí, casi de manera intencional; se volvía un hoyo negro anticarismático”.

Eso mismo rumiaba yo, todos los días, sentada en la sala de la corte a escasos metros del hombre que muchas mujeres inteligentes y echadas para adelante consideraban seriamente como a un espécimen magnífico; un superdotado. Raniere no podía ser más ordinario, más olvidable; menos digno de semejante devoción. Quizá por eso el culto debía iniciarse temprano: Loreta Garza Dávila, esclava DOS, registró en NY los nombres de Rainbow Cultural Garden y RCG Kids International, convirtiéndose en su directora mundial; en México su razón social sería Multicultural Value Development Center, mejor conocido como Rainbow. La franquicia mexicana estuvo a nombre de Cecilia Salinas Occelli, con Fabiola Sánchez de la Madrid, esposa de Federico de la Madrid Cordero, de auxiliar; a nivel nacional serían administrados por Jimena Garza Dávila, esposa de Omar Boone.

La inspiración para Rainbow llegó en 2006, cuando Kristin Keeffe tuvo un hijo con Raniere llamado Gaelyn; Raniere tenía una política estricta de hacer abortar a sus amantes, así que Kristin escondió el embarazo hasta que fue demasiado tarde. De no ser por eso Keeffe hubiera acabado en la clínica ginecológica McGinnis, tan frecuentemente visitada por las mujeres de la comunidad, desde Pamela Cafritz hasta las tres hermanas Fernández: Mariana fue dos veces, hasta que, en el 2017, Keith le permitió tener a Kemar, su segundo hijo, éste sí, deseado y reconocido: su nombre se formó por la contracción de los de sus padres, Keith y Mariana.

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9786078564484
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