Kitabı oku: «Sombra roja»
Primera edición: octubre, 2016
© de la selección y epílogo: Rodrigo Castillo, 2016
© de los poemas: sus autoras
© Vaso Roto Ediciones, 2016
ESPAÑA
C/ Alcalá 85, 7° izda.
28009 Madrid
MÉXICO
Humberto Lobo 512 L 301
Col. Del Valle
San Pedro Garza García, N. L., 66220
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ISBN: 978-84-16193-40-0
eISBN: 978-84-12437-45-4
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Depósito Legal: M-36318-2016
Sombra roja
Diecisiete poetas mexicanas
(1964-1985)
Selección y epílogo de Rodrigo Castillo
Para Sergio Loo Carrillo (), una conversación ininterrumpida.
Índice
CRISTINA RIVERA GARZA
v. presente paralelo
vi. una de sus manos iba siempre en una de las manos de la muerte
vii. el gesto de la verdadera adicta
ix. momento que define el concepto de la felicidad idiota
x. una pelea con dios
xii. las feministas
xv. todas son cosas que pasan
xvi. el lecho iridiscente
xviii. la dichosa
NATALIA TOLEDO
Que chigusiandu’ lubá’ naca beenda yaniñee ca dxi gucu’ ba’du’
No olvides el bejuco de serpientes en el tobillo de tu infancia
Riuunda’ ndaya’
Oración
Yoo ni guniee’ xcaanda’
La casa de mis sueños
Dada
Dada
Ra ruzulú guidxilayú
Origen
Diidxa’ ne guenda
Tradición
[Ndaani’ batanaya’ gule jmá guie’ naxiñá’ rini…]
[De mis manos crecieron flores rojas…]
CARLA FAESLER
Soporte
Top Model
Güera Miss Clairol
Cuerpo
[Alguien está sentado…]
[Una cosa la ocupa…]
[Los reuní a todos…]
[Hay que elevar la carne…]
ANA FRANCO ORTUÑO
Instructivo primero: Manual de taxidermia
MERCEDES LUNA FUENTES
pizarra digital
[Situada al centro del cuerpo…]
[Mantienen esa flexión…]
[Emprenden caminos a lugares tan incómodos…]
[// modular la voz…]
[te mueres porque quieres…]
[no tengo algo que pueda llamar mío…]
[no hablemos del vómito de los gatos…]
[llegadas internacionales…]
[los hombros no se sinceran…]
MÓNICA NEPOTE
El lugar
La estación
Fuego
Visitación
Siesta
Liturgia
Imagen del pez
Prosodia del vino
Espejismo
El regreso
Roswell
Heaven’s gate
Estocolmo
Las muchachas bailan
ROCÍO CERÓN
Mirador (latitud norte 31º, longitud este 34º)
Acaso ayer. Entre los pliegues y un arma
La sucesión de las cosas espléndidas
Sonata mandala al ave penumbra
Cinco movimientos en un gesto de aire
Arqueología del padre
AMARANTA CABALLERO PRADO
Este país es bueno para trabajar y para esconderse debajo del trabajo
Fin del invierno o poco antes de la primavera
La calle de las múltiples cosas
Opción múltiple
Árboles de helicópteros
Patinaje sobre hielo o un minicuento chino
IRMA PINEDA
Qui zuuyu naa gate’
No me verás morir
Ti guiichi
Una Espina
Xilase
La nostalgia
Diidxa’ stiaya’
Consejos de una tía
[Racaladexe’ guietetie’ lu dani xi’dxu’…]
[Quiero resbalar por las colinas de tus pechos…]
Nuu dxi ruyadxie’ lii
A veces cuando te miro
RENEÉ ACOSTA
[Mientras duermes una constelación irrumpe…]
[En la conjunción bendita…]
[En la ecuménica presencia te retraes…]
[Mientras sueñas se hace una geometría…]
[Vibrando –simultáneamente–…]
[¿Qué será Señor sino arquitecto?…]
[Todo se carga de la voz…]
[La multiplicidad no niega sino más bien insiste…]
MARICELA GUERRERO
Ramalazo
Acumulaciones
Acumulación
Acumulación
Entonces
Discurso del pez
SARA URIBE
Jericó
Outsider
Tercer asalto
Nocaut técnico
MINERVA REYNOSA
Acta de averiguación previa 1/872/2008
PAULA ABRAMO
Angelina
En memoria de Anna Stefania Lauff, fosforera
Batalha da Praça da Sé, 1934
Hic incipit vita nova Presidio político Maria Zelia, 1935
CLAUDINA DOMINGO
Ofrenda
Puentes
Tránsito
XITLALITL RODRÍGUEZ MENDOZA
Apnea del sueño
Jaws. La película
A shark in Chamela
A Shark in Chapala
A Shark in Chacala
A Skark in Chapultepec
Curriculum Vitae
El corrector de pruebas
¿Sueñan los tiburones?
[Paul de Gelder…]
USS Indianapolis I
USS Indianapolis II
KAREN VILLEDA
[Tiempo m. «Sucede hace siglos y siglos»…]
[TIEMPO SIN DEFINICIÓN…]
[Femenino y Masculinidad…]
[Espacio m. «Sé y está en siglos y siglos»…]
[Las toallas hacen juego
[(Ustedes mismos se hacen a ustedes mismos en Espacios)
[En la ausencia de significado…]
[Siete lenguas, catorce brazos violando a Mauricio…]
[Escuchamos gruñir a El Mongol…]
[El sol no deja de mirarnos fijamente…]
[El Mongol está hecho un ovillo…]
[Aliento de dientes de león…]
[Mascamos la caña de azúcar como tabaco…]
[El Almirante puntea la ruta a seguir…]
Epílogo. El único lugar posible
Semblanzas autorales
CRISTINA RIVERA GARZA
V
presente paralelo
Esto es lo que ocurre: Matías ha dejado la puerta de la casa abierta y un pájaro de las Tierras Altas, un pájaro Común y Corriente, tan Común y tan Corriente como las palomas verdaderas de Tijuana, entra en la casa (del poema).
Aletea.
Aletea como imagino que aletea a veces
la heterosexualidad. Con desesperanza. Con algo
de prisa. Con ojos de jaula.
Al paso de su vuelo caen fotografías y adornos. Edades. Susurros. Murallas.
Y me detengo frente a todo eso y, con la misma inmovilidad de las esculturas súbitas, me pregunto, insistentemente, ¿«así que esto era el amor»?
Y nadie, absolutamente nadie, ríe.
VI
una de sus manos iba siempre en una de las manos de la muerte
Cuando yo todavía vivía en el Otro País y guardaba mi silencio como si fuera un Silencio de Años, me imaginaba, con frecuencia, a alguien así.
Tenía dos nombres en lugar de uno. Y dos manos. Y tres piernas. Y cuatro ojos. Y demasiado de todo lo demás.
Bífida, como se dice a veces de la lengua para indicar que está llena de peligros.
Irresoluta, como se califica a menudo a las novelas sin final feliz.
Fluida, como la condición Posmoderna o como la vida misma.
Fumaba cigarrillos de esa manera en que he mencionado antes y, por eso, la reconocí. Esa grisura. Ese terco callarse. Su ropa del famoso clóset de 1940 y la mirada más allá del ventanal. Siempre. Su aleteo demencial. Su arremolinarse. Su no quedarse quieta.
Le decíamos arándano aunque olía usualmente a Eau de Cartier.
La llamábamos Abril aunque solía convertise en Noviembre o en Marzo con la misma realista docilidad. Era una mujer o una mujer. Soberana como la miel que le prestó el color a sus ojos. Cielística. Inacabada. A-punto-de.
Bastaba con evocarla en la congregación del nosotras para que su cuerpo hiciera un nosotros.
Viajaba a toda velocidad y no sola. Una de sus manos iba siempre en una de las manos de la muerte. Así se sentía a salvo. Protegida de las alas del mediodía y del pesar más blanco.
Cuando yo vivía del Otro Lado de la Línea, silenciosa y exhausta, dentro de un Silencio de Años y sucia de días, me preguntaba, con frecuencia, si existiría alguien así.
VII
el gesto de la verdadera adicta
A veces el Mar del Norte se transformaba en manto y había que verlo como algo ajeno.
A veces se lo podía uno colocar sobre los hombros como cosa muy usada o querida, y sentir, dependiendo de incógnitos elementos, su calor o su extravío.
A veces era posible sentarse en su orilla,
sosegadamente. Y volverse escultura súbita o nube
desmemoriada. O arena con filos.
Todo podía pasar ahí en realidad. A veces había que sobrevolarlo como a un desastre. O alejarse como de la epidemia. O resignarse como ante la enfermedad.
En más de una ocasión vimos la manera inesperada y no por ello menos natural en que emergió del agua la cabeza de Concha Urquiza.
–Pero si usted está muerta –le recordábamos de inmediato.
Y ella, sin ponernos atención, interrumpía cualquier comentario para pedirnos, con ese gesto desesperado del verdadero adicto, un cigarrillo. Por el amor de dios. Por lo que más quieran. Ya que había dado la primera chupada –honda, con placer, toda ella en otro lugar– y ya que había dejado desaparecer en el aire la bocanada gris, el humo de artificio, entonces nos pedía una toalla.
–No saben la clase de frío que hace ahí –nos aseguraba sin atreverse a volver la vista atrás. Cuando constataba la sorpresa en nuestros rostros no era capaz de aguantar la risa.
–¿Qué? ¿Ustedes son de las que creen
que Los Sumergidos nunca tenemos frío?
Éramos de ésas, ciertamente.
Y, por serlo, guardábamos un silencio inconfesable y vergonzoso mientras bajábamos la vista.
–Por lo menos –murmuraba luego en son de paz–
podrían ofrecerme algo de vino.
Entonces, sin que se lo pidiéramos, sin que lo esperáramos siquiera, La Sumergida alzaba su copa y brindaba y chupaba ávidamente de su cigarrillo, todo a la vez, todo como si ya no tuviera tiempo o como si se le estuviera acabando el tiempo, mientras se quedaba como nosotras, sentada sosegadamente sobre la orilla de arena del Mar del Norte, resignada ante la enfermedad del agua y sobrevolando el desastre con la Mirada Oblicua de la que ha muerto más de una vez, de la que todavía no acaba de morir o de la que, muriendo, reincide como una verdadera adicta, con ese gesto de pordiosero y de mártir cruel y de princesa degollada.
IX
momento que define el concepto de la felicidad idiota
(en el que la Autora, con su característico –aunque falaz– distanciamiento, intenta describir un paisaje, y un evento dentro del paisaje, pero sólo atina a hacer una larga u oscura pregunta)
La palabra delfín nunca me ha gustado. Ese predominio de las primeras letras del alfabeto –de e, efe, i– ese acento que le quita el punto a todas las íes, esa verticalidad forzada por las puntas de la de, la ele y el garfio apenas disfrazado de la efe, el mal gusto de terminar en ene. Bi-silábica. Aguda. Una palabra con todas las agravantes de la gramática y de la evocación. Aún peor, de poderse, en plural. Ur-Kitsch. Una verdadera aberración. Entonces, ¿cómo descubrir la manera lenta, distraída, en que Tres Personajes Femeninos salieron del Paralelo 3 después de tomar enorme tazas de café y de fumar innumerables cigarrillos encerradas, de forma por demás ficticia, dentro de una duermevela olorosa a sal, y cómo en ese momento en que, ya casi escaleras arriba, se detuvieron porque habían alcanzado a observar una sombra, para entonces inexplicable, en la marea mercurial de un océano gris y relativamente pacífico, cuya similitud –me atrevería a decir, su interpenetración– con el cielo –porque el cielo también era mercurial y gris y relativamente pacífico– hacía que la pregunta «¿existió, alguna vez, el horizonte?» pareciera no sólo natura sino, además, necesaria, o de cualquier manera inevitable, mientras ellas, los Tres Personajes Femeninos, seguían ahí, al pie del malecón, pronunciando la bi-silábica y aguda palabra con un gusto retrógrado, es decir infantil, o cuando menos pasado de moda, uniéndola, de manera por demás reverencial a los vocablos «signo», «divinidad», «destino», como si formaran parte del mismo universo semántico, como si la bi-silábica, que ya para entonces pronunciaban, para colmo, en plural, pudiera compararse de alguna manera, aunque fuera mínima, con ésas otras, firmes y volátiles, enteras y heridas, con las que se hace la pregunta «¿existió, alguna vez, el horizonte?»?
[retrocederá…]
X
una pelea con dios
La Emergida llegaba a veces extasiada de dolor, sola
como sobreviviente, olorosa a crystal y a semen.
Cuando le preguntábamos dónde había estado contestaba que venía de Allá y, en sus ojos de madrugada química en su descalza voz de Ex-Muerta, en cada una de las lanzas que perforaban su costado alguna vez adolescente o divino, Allá sólo quería decir Tijuana sin Luciérnagas. La Más Verdadera. La Arpía.
Nuestro pudor, como lo llamaba, le causaba suspiros escandalosos y delicadas sornas punzantes. Nuestras costumbres burguesas.
–Su mar de mierda –balbucía. Y nos miraba desde ese lugar donde sólo se oye el punzar de las venas, el rasgar de la respiración. Y nos seguía viendo desde los largos pasillos vacíos, desde los pasillos laberínticos y rencorosos por donde sólo avanzaba el viento de los bárbaros. Y no dejaba de mirarnos desde la pecera. Y nos observaba.
Adentro.
Más adentro.
Debajo del agua y de la tierra.
Debajo del paladar.
–Su puto mar de mierda –reiteraba entre dientes, con ese cansino hacer de cosa que ronda, con algo de obscena gravedad en el tono de la voz, con cierto anhelo de crimen–. Su puta mierda –deletreaba hasta que, poco a poco, con toda seguridad de la manera más lenta, aburrida tal vez o aquejada ya de ese agotamiento radial que se asocia a menudo con los recién resucitados, nos daba la espalda y se ponía a ver el inicio de la luz a través de los ventanales del cuarto.
Microscópicamente.
Las yemas de sus dedos sobre la superficie traslúcida
y vertical.
La frente. Las pestañas. La lengua.
Esa manera suya de postrarse. Y de orar.
–Están sucios –constataba después, mucho después, cuando con o a pesar de la fatalidad conseguía estar de vuelta–. Sucios de grasa y de tiempo.
XII
las feministas
Pronunciaban la palabra. La escupían. La celebraban.
Corrían.
(Atrás de este vocablo debe oírse el pasar del viento).
Hablaban a contrapelo. Interrumpiéndose.
Ah, tan descaradamente.
Vivían a la intemperie, que era el mismo lugar donde sentían.
Supongo que así nacieron.
No sabían de refugios, de techos, de amparos,
de patrocinios.
Iban heridas de todo (y todo aquí quiere decir la historia, el aire, el presente, el subjuntivo, el contexto, la fuga).
Agnósticas más que ateas. Impactantes más que hermosas. Vulnerables más que endebles. Vivas más que tú. Más que yo. Estoicas más que fuertes.
Dichosas más que dichas.
Intolerantes. Sí. A veces.
¿Mencioné ya que eran brutales?
Caminaban en días de iracunda claridad como musas de sí mismas
(eso ocurría sobre todo en el invierno, cuando
los vientos del Santa Ana iban y venían
por los bulevares de Tijuana, arrastrando envolturas
de plástico y el polvo que obliga a cerrar los ojos
y negar la realidad)
a la orilla de todo, bamboleándose
eran la última gota que cuelga de la botella
(la mítica de la felicidad y la aún más mítica
que derrama el vaso y el sexo
impenetrable en la mismidad de su orificio)
y caían.
El colmo.
La epítome.
El acabóse.
(Por debajo de estas frases debe olerse el tufo que deja tras de sí el viento horizontal).
Supongo que sólo con el tiempo se volvieron así.
Con hombres y, a veces, sin ellos, besaban
labiodentalmente.
Y se mudaban de casa y se cambiaban los calcetines
y preparaban arroz.
Y bajaban las escaleras y tomaban taxis y no sentían
compasión.
Decían: Este es el viento que todo lo limpia.
Y pronunciaban la palabra. Enfáticas. Tenaces.
Pre-humanas.
Tajantes. Sí. Con frecuencia.
Conmovedoras más que alucinadas. Sibilinas más
que conscientes. Subrepticias más que críticas.
Hipertextuales. Claridosas.
Estoy segura de que ya mencioné que eran brutales.
Fumaban de manera inequívoca.
Cambiaban de página con la devoción y el cuidado
minimalista de las enamoradas.
Siempre andaban enamoradas.
En los días sequísimos del Santa Ana elevaban
los rostros y se dedicaban a ver (podían pasar horas
así) esas aves que, sobre sus cabezas, remontaban
lúcidamente el antagonismo del aire.
Y el Santa Ana (y aquí debe escucharse una y otra vez la palabra) (una y otra vez) despeinaba entonces sus vastas cabelleras ariscas. Sus cruentas pestañas (una y otra vez).
XV
todas son cosas que pasan
(Ésta no es la palabra «tacto».)
La Ex-Muerta se sienta sobre cojines de colores y, expeliendo anchas bocanadas de humo, dice: «no existo».
Le pido que lo pruebe.
(Afuera resplandece el sol de octubre. Una ave canta al lado de la ventana. El aire pasa.)
Me ve con los ojos entornados y, como si aceptarael reto, me da la espalda.
Dice: Hace mucho, un Ser-de-Ojos-Amarillos también me decía lo mismo.
Dice: En una pesadilla.
(Entre «Dice» y «Dice» guarda un silencio largo lleno de más silencio.)
Pregunta: ¿Así que esta es la Ciudad-sin-Nombre?
Respuesta: No, esta es mi casa.
(Entre «Pregunta» y «Respuesta» el exterior ilumina el interior donde, efectivamente, para mi asombro y horror combinados, yace en ruinas un hecho urbano al que nunca nadie le puso nombre.)
(Entre «Pregunta» y «Respuesta» el Ser-de-Ojos-Amarillos me señala el cuerpo.)
(Entre «Pregunta» y «Respuesta» se hace frente a mí, fosforescente, la palabra «tacto».)
Afirmación: Esta no es la palabra «Tacto».
Negación: Esta es la palabra «Tacto».
(Entre la «Afirmación» y la «Negación» una mano se lanza al vacío.)
(Entre la «Afirmación» y la «Negación» el vacío se vuelve mano.)
(Todo puede ocurrir entre la «Afirmación» y la «Negación».)
Pregunta: ¿Así que no existes?
Respuesta: Estoy bajo el agua. La salvia me sabe
amarga. ¿Sabes qué es el luto?
(No hay nada entre esta «Pregunta» y esta «Respuesta».)
(No hay nada, sino sus ojos amarillos, entre esta «Pregunta» y esta «Respuesta».)
El recuerdo de un hombre rubio que corre por un pasillo estrechísimo abriendo puertas de madera que se cierran, sin remedio, a su paso.
El estruendo.
El recuerdo de una mujer que toma pastillas de colores mientras observa nubes inconmovibles del otro lado de la ventana.
El recuero de la boca violeta, destrozada.
El recuerdo de un auto a toda velocidad justo cuando encuentra el único árbol del camino.
Un beso.
Todas son cosas que pasan.
Lo que supongo: el luto es el desarrollo del significado a través del tiempo.
[retrocederá…]