Kitabı oku: «Ellos creían en Dios»
Ellos creían en Dios
Biografías de científicos creacionistas
Rodrigo P. Silva
Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.
Índice de contenido
Tapa
Nota del editor
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Ellos creían en Dios
Rodrigo P. Silva
Título del original: Eles Criam em Deus. Biografias de Cientistas e Sua Fé Criacionista, Casa Publicadora Brasileira, Tatuí, São Paulo, Brasil (2002).
Dirección editorial: Claudia Brunelli, Pablo Ale
Traducción: Graciela López de Pizzuto
Diseño del interior: Giannina Osorio
Diseño de la tapa: Carlos Schefer
Ilustración: Andrea Olmedo Nissen
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Printed in Argentina
Primera edición, e-book
MMXXI
Es propiedad. © 2002 Casa Publicadora Brasileira.
© 2010 New Life, ACES 2021.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
ISBN 978-987-798-339-5
Silva, Rodrigo P.Ellos creían en Dios: Biografía de científicos creacionistas / Rodrigo P. Silva / ClaudiaBrunelli / Ilustrado por Andrea Olmedo Nissen. - 1ª ed. - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021.Libro digital, EPUBArchivo Digital: onlineTraducción de: Graciela López de Pizzuto.ISBN 978-987-798-339-51. Historia. I. Brunelli, Claudia. II. Olmedo Nissen, Andrea, ilus. III. López de Pizzuto, Graciela, trad. IV. Título.CDD 261.55 |
Publicado el 20 de enero de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).
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Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.
Nota del editor
Los científicos que menciona este libro han sido seleccionados por su defensa a las Sagradas Escrituras, por su testimonio público de su fe en Dios, y por sus intentos de conciliar la Ciencia con la Religión. No obstante, es preciso destacar que, como cualquiera de los seres humanos, algunos de sus hechos o incluso sus creencias no armonizan en muchos casos con las doctrinas de la Biblia. En estos aspectos, no se intenta convertirlos en modelos o ejemplos a seguir.
Introducción
¡Piensa!
El 12 de abril de 1961, el cosmonauta ruso Yuri Alexeyevich Gagarin fue el primer hombre en orbitar la Tierra, a bordo de la nave Vostok I. Él dijo la famosa frase: “La Tierra es azul”. Yuri fue criado en un régimen que promulgaba el ateísmo y, tal vez, en virtud de eso, rechazaba cualquier tipo de creencia religiosa. Con un tremendo desacuerdo con relación a la Biblia, afirmó después de su regreso: “Yo estuve en el cielo y ¡no vi a Dios allá!”
Al principio, esa declaración parecía un golpe fatal para los que querían unir la fe con la ciencia. Alguien había subido al más alto cielo y no había percibido la gloria del Creador. Sin embargo, el tiempo se encargó de corregir el juego de palabras del soviético, y en una fecha muy sugestiva: el 25 de diciembre.
Corría el año 1968 y tres astronautas de la Apolo 8 estaban circundando el lado oscuro de la Luna, en una órbita muy superior a la ya alcanzada por Yuri Gagarin. De repente, sobre el horizonte de la luna rosa, apareció la bella imagen azul de nuestro planeta (la misma que contempló el ruso). Ellos estaban conectados “en vivo” con varios medios de comunicación. No eran poetas, ni declamadores líricos, mucho menos locutores; pero resolvieron recitar juntos un versículo que representaba todo lo que estaba pasando en aquel momento dentro de su ser. Millones de personas de varias partes del globo quedaron enmudecidas mientras los emocionados astronautas repetían: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Dios estaba allá. Gagarin estaba miope y no pudo divisarlo.
Capítulo 1
Nicolás Copérnico
¿Ya tuviste la oportunidad de visitar un observatorio astronómico o mirar a través de un telescopio? Si lo has hecho, debes haberte maravillado con lo que viste. La astronomía es una ciencia bellísima que enseña, por sobre todo, una lección de humildad. ¡Cuán pequeños somos con relación a la grandeza del universo! Por otro lado, ¡cuán maravilloso fue nuestro Dios, cuando dejó su gloria y vino a este minúsculo mundo para morir en nuestro lugar!
Fue gracias al trabajo de Nicolás Copérnico que hoy poseemos los recursos de la astronomía moderna. Antes de él, los estudios astronómicos estaban muy mezclados con las leyendas, el misticismo y los conceptos astrológicos que acabaron tergiversando los resultados obtenidos. Aunque los babilonios, los egipcios y los griegos habían hecho grandes descubrimientos sobre las estrellas, sus investigaciones habrían sido mucho más completas si hubieran dejado de lado el politeísmo y las supersticiones que los envolvían.
Cuando Copérnico nació, el mundo no eran menos supersticioso y atrasado que en la época en la cual los magos y los astrólogos aconsejaban a los monarcas. Corría el año 1473 y las personas tenían una idea muy equivocada sobre el universo, ideas que habían sido enseñadas desde hacía más de trescientos años antes del nacimiento de Cristo. En aquel tiempo, los griegos eran la fuente del más profundo conocimiento universal.
El universo antes de Copérnico
En la Grecia antigua se propagaban muchos conceptos acerca de la estructura del universo. Al final de cuentas, ellos eran pensadores críticos y se sentían libres para crear ideas innovadoras. De todas las propuestas, la teoría de Aristóteles fue una de las más destacadas, y sobrevivió hasta la Edad Media. Su cosmología, es decir, su idea estructural del Universo, influenció en toda la Europa medieval, inclusive hasta el pensamiento oficial de la Iglesia.
Él decía que los cuerpos celestes eran diferentes de los cuerpos terrenales, tanto en el comportamiento como en la composición. De este modo, el cielo, en la visión de Aristóteles, era perfecto e inmutable desde su origen. Siguiendo estas ideas aristotélicas, Ptolomeo, un matemático del siglo II a.C., amplió el cuadro al afirmar que la Tierra estaba en el centro del Universo y que el Sol, la Luna y las estrellas giraban, todos, en torno de nuestro planeta. Ese sistema era llamado geocéntrico (geo = Tierra), pues ponía a nuestro mundo como punto central de todos los cuerpos celestes.
Es lógico pensar que había una razón bastante humana para apoyarse en la visión de un sistema solar centralizado en el planeta Tierra. Y eso tornaba a la humanidad como el centro del universo de Dios, de modo que hasta el Creador Todopoderoso actuaba en función casi exclusiva de la raza humana. Esa cosmovisión, o sea, esa visión del mundo, exaltaba en demasía el papel de los hombres en el curso de la existencia y era un argumento muy bueno para aquellos que querían centralizar el poder en sus manos, como los reyes, los clérigos, y los señores feudales. Ahora bien, si los hombres son el centro del universo, ¿qué se diría de aquellos nobles y religiosos que se decían el centro de la humanidad? Ellos serían prácticamente los representantes máximos de Dios con un poder superior a los ángeles.
Por lo tanto, cualquier persona que dudase de esa estructura geocéntrica estaría cuestionando el propio esquema jerárquico medieval. En otras palabras, estaría comprando una pelea mucho mayor que cualquier debate científico, pues su idea cuestionaba el propio sistema absolutista que movía el curso político tanto de la Iglesia, como de la monarquía. Tal comportamiento, es lógico pensarlo, significaba firmar su propia sentencia de muerte.
Desafiando el Geocentrismo
Y entonces, se oyó desde Polonia una voz valerosa diciendo que nuestro planeta no era el almohadón de los pies de Dios, y mucho menos el campo preferido de las peregrinaciones del Altísimo. El mundo de los hombres no pasaba de ser un pequeño satélite girando alrededor del Sol. Su teoría, llamada heliocéntrica (helios = Sol), sugería que el astro rey era el centro de ese sistema y no la Tierra, de acuerdo a como proponían el clero y los eruditos de la época.
Nuestro mundo, decía Copérnico, es apenas poco más que un planeta (el tercero después del Sol) y demora un año (365 días aproximadamente) para completar su giro en torno de la Estrella Amarilla. La Luna, ella sí, es el único cuerpo celeste que gira alrededor de nuestro mundo.
Por la lógica de Copérnico, si el Sol está fijo en su punto y la Tierra en movimiento, entonces los demás planetas también deberían poseer su órbita con un año solar mayor o menor que el nuestro, considerando que están más alejados o más cercanos en relación con el centro que es el Sol. De este modo, él midió el año solar de Mercurio en 88 días; el de Venus en 225 días; el de Marte en 1,9 años; el de Júpiter en 12 años y el de Saturno en 30 años.
Copérnico también sustentaba, contrariamente a la opinión popular, que las estrellas eran objetos distantes que poseían su propia órbita y no giraban en torno del Sol. Además de esto, había un segundo giro de la Tierra en torno de sí misma, que generaba la noción de movimiento opuesto al de las estrellas y posibilitaba la existencia del día y de la noche.
Las teorías de Copérnico demoraron mucho en ser publicadas. Él solamente permitió que algunas partes sueltas de sus trabajos circularan entre algunos pocos astrónomos para ver que decían de sus teorías. Fuera de eso, no demostraron ningún apuro en divulgar al mundo sus nuevos descubrimientos. Era muy meticuloso con sus anotaciones, de modo que demoró treinta años para terminar el libro De revolutionibus orbium coelestium (De las revoluciones de las esferas celestes), el cual le otorgó el título de padre de la astronomía moderna.
Todavía existía, por otro lado, la amenaza constante de la Iglesia. Copérnico era un sacerdote, y en ese tiempo el catolicismo era más que una religión. Era un tremendo poder político que se estaba sintiendo amenazado por un nuevo movimiento llamado Reforma Protestante. Cuando un rey o un lord local se convertían al protestantismo (algunas veces por razones políticas o financieras), éste, automáticamente, entraba en guerra contra sus vecinos que permanecían siendo católicos. Los conflictos eran brutales y constantes. Solamente para tener una idea, hubo una guerra religiosa que duró treinta años.
Cercada por un ambiente tan hostil, cualquier persona tendría recelos en discordar con lo que la Iglesia presentaba. Las ideas de Copérnico eran muy revolucionarias y la Iglesia ya había sentenciado a muerte a centenares de personas, por mucho menos que eso. Él no quería terminar sus días quemado en una estaca o torturado por los inquisidores del Papa. Fácilmente puedes entender cuál fue la razón de la demora en presentar su libro al público. Dicen algunas personas que, cuando sabía que estaba a punto de morir, Copérnico autorizo a publicar su obra. Esto sucedió en vísperas de su fallecimiento, el 24 de mayo de 1543.
Cuentan los historiadores que el primer ejemplar del libro le fue llevado apresuradamente por un mensajero, pues Copérnico ya estaba, hacía varios días, enfermo en su lecho. Él tomó el libro en sus manos, pero ya estaba tan débil que apenas consiguió dar vuelta la primera página. Después de eso, murió.
En los primeros años de publicada su obra, no causó mucha discusión. Sin embargo, después de algún tiempo, ella fue colocada en el Index (catálogo) de prohibiciones de la Iglesia, lo que significaba que su estudio había sido vetado y cualquier persona que leyera la obra sería excomulgada por el Papa. Es evidente que muy pocos aceptarían luchar contra los prejuicios que eso implicaba. Recién en el año 1835, la Iglesia retiró la obra de Copérnico de la lista de las prohibiciones. Muchos protestantes, inclusive el propio Martín Lutero, también se incomodaron con las declaraciones de su libro. Copérnico, por lo tanto, murió sin ver la polémica ni los frutos de su proyecto científico.
¿Y con relación a Dios? ¿Acaso este genio polaco había descreído de Jesús y de la Biblia? Claro que no. Sus investigaciones aumentaron aún más su fe en el Creador. La ignorancia y el preconcepto partían de los líderes religiosos y no de la Palabra del Señor. Copérnico sabía muy bien diferenciar entre el Dios verdadero y las caricaturas que muchos hacen de su imagen.
Existen escépticos que intentan insinuar una ruptura entre Copérnico y la Biblia. Ellos dicen que él no creía más en Dios y que no lo había asumido por miedo a las represalias de la Iglesia. Tal afirmación, sin embargo, carece de pruebas y está lejos de ser verdadera. Si Copérnico se hubiera tornado un no creyente, su libro (recuerda que él lo publicó cuando ya estaba a punto de morir y no sentía más la amenaza de la Inquisición) sería claro en negar la existencia del Creador en el orden del Universo.
La batalla de Copérnico fue contra el mito y la tradición de los hombres; no contra la Biblia. Los tres principales seguidores de sus ideas (Galileo, Kepler y Bruno) fueron creyentes verdaderos que jamás tuvieron quebrantada su fe por el mal testimonio de los sacerdotes, clérigos o personas mal informadas.
Hablando de las fases no observables de algunos planetas, Copérnico declaró: “Ellos realmente tienen fases. Cuando Dios lo disponga, les brindará a los hombres medios para observarlas”. Como puede verse, él tenía en el Señor un poderoso aliado para la comprobación de sus investigaciones.
Capítulo 2
Georgius Agricola
En un día de intenso conflicto para Israel, Dios se acercó al profeta Jeremías y le dijo: “Te encargo que pongas a prueba a mi pueblo. Examínalo, para ver cuál es su conducta” (Jeremías 6:27, DHH). Este mensaje, desde luego, era una metáfora para describir la función espiritual del profeta, que era verificar la dimensión de la falta de pureza que había en medio del pueblo de Dios de ese tiempo.
Sin embargo, no es con Jeremías que se inicia la historia de la metalurgia y de la mineralogía modernas. Debieron transcurrir más de 19 siglos hasta que un joven, de aproximadamente veinte años, sintiera el llamado de Dios para hacer algo por la humanidad. Él estaba leyendo el mencionado pasaje de la Biblia cuando tuvo una idea que hizo clic en su pensamiento, y que cambiaría su vida y la vida de muchas personas. Él habría de trabajar con metales para curar a la humanidad.
Mientras tanto, carecía de recursos para costear sus estudios y su apellido nada tenía que ver con las familias ricas de Alemania. Se llamaba Georgius Bauer, que en alemán quiere decir, “Jorge el hacendado”. De ahí el sobrenombre latino “Georgius Agricola”. Su mente, mientras tanto, estaba lejos de recluirse a un arado de hacienda. Quería mejorar el mundo con los dones que consideraba que Dios le había dado como regalo.
Cursando la Universidad
En 1514, Georgius partió de la ciudad alemana de Glauchau (donde había nacido) hacia Leipzig, donde inició sus estudios universitarios. Al poco tiempo, ya había aprendido griego, a punto tal que publicó un libro de gramática griega en solo cinco años de estudio. Todas las noches se retiraba temprano y, antes de descansar, oraba y leía la Biblia. Eso permitió que tuviera un mejor rendimiento en comparación con muchos de sus compañeros que preferían trasnochar y beber cerveza en compañía de las prostitutas.
Como resultado de sus excelentes logros escolares, lo que restaba de sus estudios fue financiado por un grupo de religiosos locales. Georgius quedó muy agradecido. Con ese apoyo, pudo estudiar, además del griego clásico, Filosofía y Ciencias Naturales en Alemania y también en Italia.
Después de cursar esas materias, Agricola comenzó a estudiar medicina y terminó actuando como un excelente médico en Joanhimsthal, Bohemia. Su corazón, sin embargo, no olvidó el amor por el estudio de los metales, ni el llamado divino que había sentido cuando leía el texto de Jeremías. Por una providencia divina, en 1530, el elector Mauricio de Sajonia lo invitó a trabajar como médico y farmacéutico en la pequeña ciudad de Chemnitz. Allí había un permanente trabajo de extracción de minerales, lo cual le posibilitaría continuar el estudio de los metales y minerales que tanto lo entusiasmaban.
Médico e investigador
Como médico, Georgius visitaba incansablemente las minas y las casas de los trabajadores, haciendo anotaciones médicas y creando remedios que ayudaron a salvar a muchos que vivían de ese trabajo en las cerradas y polvorientas cavernas de minerales. En su monumental obra de doce tomos De re metallica �Sobre la naturaleza de los metales�,* desarrolló el estudio de enfermedades como la silicosis, que es típica del trabajo en las minas. Además, presentó técnicas de ventilación, con proyectos para la construcción de tres tipos de máquinas para ventilar que, movidas a tracción animal, llevarían aire puro hacia los puntos más subterráneos de una explotación mineral.
Al mismo tiempo que se preocupaba por la salud de los trabajadores, Agricola produjo una esmerada clasificación de cristales, desarrolló recursos preventivos de erosión e investigó el uso del magnetismo como medio de encontrar yacimientos de oro. Algunos historiadores creen que fue él quien creó la palabra “petróleo”, hoy conocida y usada en todos los países.
Desde el inicio del mundo hasta los días de Agricola (siglo XVI), el interés por los metales y los minerales era básicamente económico. Por eso, es posible decir que fue gracias a él que surgió la ciencia de la mineralogía, que hoy es objeto de estudio en muchas universidades. Georgius creía en la Creación de acuerdo al relato escrito en el libro de Génesis. Por eso entendió, antes que ningún otro, que los minerales formaban parte del mundo natural hecho por Dios y que deberían ser objeto de investigaciones científicas, a fin de poder utilizarlos para algo más que la mera manufactura de objetos o el intercambio en el ambiente comercial.
Su trabajo se basó, principalmente, en el campo de observación directa y el estudio exhaustivo. Por eso, sus publicaciones llegaron a ser libros de estudio de muchas universidades europeas, aun después de su muerte. Todavía hoy, buena parte de sus anotaciones se consideran vigentes y no han sido modificadas por los especialistas de esa área.
¿Sabías tú que uno de sus libros, titulado De natura fossilium �Sobre la naturaleza de los fósiles�, fue la primera publicación académico-científica sobre la metalurgia en el mundo? Y lo más interesante es que, abogando por la historicidad del diluvio descrito en la Biblia, Georgius demostró en forma empírica que los fósiles orgánicos surgieron por la acumulación solidificada del agua durante una inundación que cubrió todo el planeta. ¡Para él no era nada difícil conciliar el texto bíblico con sus observaciones del mundo natural!