Kitabı oku: «Ellos creían en Dios», sayfa 2
Caridad y fin de los trabajos
Agricola también se involucró en cuestiones políticas y simpatizó bastante con las enseñanzas de Martín Lutero. Sin embargo, se olvidó de ambos debido a la violencia y a las revoluciones que causaban en toda Alemania. Su opinión era que la política y las luchas religiosas estaban tomando un rumbo más personal y económico, que civil o espiritual.
De ese modo, después de algún tiempo sirviendo como intendente de Chemnitz, como consejero de la corte sajona y también embajador de Carlos V, Agricola resolvió regresar a la pequeña villa de minerales y continuar su trabajo de médico e investigador. Fue allí que escribió los tomos finales de la De re metallica, obra que terminó siendo publicada apenas un año después de su muerte, en septiembre de 1555.
Si tú investigas en los libros de historia, vas a ver que las epidemias eran comunes en una Europa con pocos sistemas de higiene. Tres años antes de su muerte, Georgius tuvo que trabajar, casi incesantemente, para ayudar a la curación de las personas afectadas por la llamada “Peste Negra” que devastó el continente entre 1552 y 1553. Visitaba la casa de los enfermos, oraba con ellos y les administraba los medicamentos. Como última contribución médica, también dejó escrito un exhaustivo estudio sobre las causas y sobre cómo combatir esa calamidad.
Cuando murió, su cuerpo fue sepultado en la catedral de Zeitz. Sobre su lápida están escritas las palabras que marcaron el carácter de su cristianismo: Él vivió por la paz, la verdad y la justicia. ¡Qué bueno sería si esa fuera la frase que resumiera las obras de nuestra vida!
Capítulo 3
Francis Bacon
Nadie revolucionó tanto el método científico como un caballero inglés llamado Francis Bacon.
Su vida es controvertida en muchos sentidos, comenzando por su nacimiento. Nació el 22 de enero de 1561, y sus supuestos padres fueron Nicholas Bacon (Jefe de la Guardia del Gran Sello Británico) y Anne Cooke (dama de compañía de la reina Elizabeth I). Pero, algunos biógrafos sugieren que Elizabeth I era la verdadera madre de Francis, y que él habría sido fruto de un romance prohibido entre ella y un hombre casado (el Conde Robert Dudley) que llegó a estar preso por conspiración contra la Corona.
Si eso fuera verdad, tiene sentido que el verdadero origen de Bacon quedara en el anonimato, pues tal revelación habría causado un gran escándalo, principalmente porque Elizabeth era llamada la Reina “virgen” de Inglaterra.
Se cree que, antes de cumplir los 18 años, Francis descubrió sus verdaderos orígenes, y quedó profundamente disgustado. De hecho, es notorio en sus escritos y en su comportamiento que era una persona carente y con muchos problemas emocionales.
¿Sabías tú que uno de los grandes debates sobre la vida de Bacon es su identificación con William Shakespeare? Existe un buen número de historiadores ingleses que defienden a Francis Bacon como el verdadero autor de las obras shakesperianas y que “William Shakespeare” jamás existió; sino que fue solamente un seudónimo que Bacon usó para mantenerse en el anonimato. Es difícil juzgar a favor o en contra de esta increíble afirmación. Sin embargo, el estilo que mezcla drama y tragedia, y que se percibe, principalmente, en Romeo y Julieta, tiene mucho que ver con la filosofía y el carácter de Francis Bacon.
Pero, dejando de lado esas especulaciones, el hecho es que Bacon dejó para las generaciones siguientes el legado de un profundo conocimiento filosófico y un parámetro de investigación que es usado todavía en nuestros días. Él es considerado el padre del método científico.
Un joven criado en medio del lujo
Siendo oficialmente hijo de los “empleados” de la corte, Francis Bacon no era rico, pero fue criado con todos los privilegios de un joven palaciego. No necesitó trabajar duramente para costear sus estudios, ni pasó grandes necesidades financieras. A los doce años, en 1573, ingresó en el Trinity Collage, en Cambridge. Estudió allí hasta que obtuvo el título de abogado, en 1582.
Con el diploma bajo el brazo, Francis comenzó su carrera política, inicialmente marcada por el éxito y después, por el fracaso. Fue el propio rey James I quien lo introdujo en la vida pública, nombrándolo Lord, Caballero (en 1603), Barón (en 1618) y Vizconde (en 1620).
Sin embargo, Francis Bacon no fue emocionalmente maduro para convivir con las cosas buenas y malas que la vida le ofrecía. La abundancia y la facilidad con que conseguía los bienes materiales se le debieron haber subido a la cabeza, de modo que no fue siempre el modelo exacto de persona que alguien debería ser. Alexandre Pope escribió que Bacon fue “el más brillante, el más sabio y el peor hombre que la humanidad haya conocido”. Palabras duras ¿no es cierto?
Con solo 23 años, Francis ingresó en el Parlamento y fue, rápidamente, nombrado Canciller. Sin embargo, después de tres años de mandato, se enredó con sobornos y desvío de dinero. Finalmente fue descubierto, condenado a pagar una multa y a cumplir una pena en la prisión que estaba en la Torre de Londres. Por influencias de algunos familiares, y tal vez de la Reina, no llegó a pagar la multa y fue liberado después de unos pocos días en la prisión. Sin embargo, eso no impidió que perdiera todos sus cargos públicos y fuera expulsado de la corte.
Francis se sintió tan avergonzado con esta situación que hasta pensó en suicidarse. Estaba en el fondo del pozo y no había más esperanza. Aunque, quizá, la expulsión haya sido, en parte, la salvación de su carácter, pues fue a partir de ese escándalo que retornó a sus estudios y comenzó a escribir más profundamente acerca de Dios. Su tiempo ahora estaba, básicamente, dedicado a la filosofía y a la ciencia (actividad que lo volvió mucho más influyente que cuando tenía los títulos públicos regalados por la monarquía).
Bacon, el filósofo y el científico
El programa desarrollado por Bacon se llama “método inductivo de la investigación”. Él sugiere que un fenómeno natural, para ser científicamente comprobado, necesita suceder repetidas veces. De este modo, si en las repeticiones suceden los mismos resultados, entonces podemos decir que estamos delante de un descubrimiento científico. Supongamos, por ejemplo, que tú tomes hilos de cobre, oro, hierro y zinc y los utilices como conductores de energía. Tú repites eso varias veces y percibes que en todas ellas los hilos conducen bien la electricidad. Inmediatamente estás listo para realizar un pronunciamiento científico experimental: “Los metales son óptimos conductores de la electricidad”. Cualquier persona que lea tu conclusión podrá confirmar que aquello que afirmaste lo has hecho solo después de haberlo experimentado varias veces.
Cuando Bacon inició esas investigaciones, prácticamente le dio forma a una nueva filosofía llamada Empirismo. Tú, probablemente, ya has oído hablar de ella. Se trata de una doctrina que valoriza especialmente el conocimiento que viene de la experiencia práctica, es decir, que puede ser comprobado y repetido en un laboratorio. En este sentido, la idea de que el agua hierve a cien grados centígrados es más digna de crédito que la teoría de la Relatividad de Albert Einstein, pues la primera puede ser probada y comprobada varias veces, mientras que la segunda se basa solamente en una lógica que no puede ser evaluada a través un simple proceso de laboratorio.
Ese método propuesto por Bacon es utilizado, inclusive, por muchos científicos cristianos en el desarrollo de remedios (aun los naturales), de máquinas, de alimentos y para la fabricación de productos industriales. Sin embargo, debemos recordar que este proceso no puede ser considerado el único camino para descubrir la realidad. Dicho sea de paso, éste sirve solamente para algunos tipos de experimentos científicos. En áreas como la Historia, la Arqueología o la Paleontología, por ejemplo, se verifica que es imposible repetir el proceso que dio origen al petróleo o causó el fin de los dinosaurios. Y no podemos usar esto como argumento para decir que estas disciplinas son falsas o menos científicas que aquellas en la cuales es usada la repetición sistemática de un procedimiento químico.
Por lo tanto, debes saber que una cosa no se convierte en irreal solamente porque no puede ser empíricamente analizada. El amor, la paz y la comprensión son elementos reales que nadie, jamás, tocó o “analizó”. ¿Tú podrías decir cuál es el tamaño de la paz? ¿Qué color tiene la comprensión? O ¿cuál es el formato del amor? Solo puedes comprender estas realidades a través de tu relación con el prójimo y nunca por medio de un tubo de ensayo.
Lo mismo se puede decir de Dios. Él es el ser más real que existe en todo el universo. Pero no esperes poder analizarlo a través de un microscopio o cuantificarlo con cálculos matemáticos. Dios está por encima de todo eso. Su experiencia sucede dentro del corazón humano y cada persona puede experimentarla por la fe. Solamente hay que querer hacerlo.
¿Culpable o inocente?
La figura de Bacon fue juzgada de diferentes maneras por los historiadores de la Filosofía y de la Ciencia. Existieron algunos que afirmaron que su contribución para con la ciencia y el método científico no pasaba de ser meramente folclore, pues en nada ayudó a los avances tecnológicos ni siquiera los de su propia época. Herbert Marcuse llegó a declarar, en 1942, que la única contribución de Bacon fue la de ser un “alma maligna” de la ciencia moderna. Karl Popper, famoso científico austríaco, también descargó su golpe rebajando a Bacon a ser un pseudo-pensador que debería estar excluido del presente escenario científico.
Otros piensan en él como un incrédulo y materialista que convirtió a la naturaleza como un fin en sí mismo. Eso porque sostenía que el fin de la ciencia no era la contemplación de la naturaleza, sino el dominio de ella: “La naturaleza”, decía Bacon, “puede ser dominada, si la obedecemos”. Esto quiere decir que si conocemos las leyes que rigen los fenómenos y dejamos que ellos sucedan naturalmente, podremos utilizarlos en beneficio propio.
En razón de estos conceptos, Bacon fue considerado el promotor de una visión apuntada a la técnica de la naturaleza que acabó incentivando a los investigadores a desistir de cualquier responsabilidad con relación a los posibles resultados de sus descubrimientos. De hecho, muchos de los crímenes ecológicos son frutos de los experimentos que utilizaron el método científico de Bacon. Sin embargo, esto no nos autoriza a considerarlo responsable por tales excesos. De ser así, ¡tendríamos que responsabilizar a Dios por los horrores cometidos en nombre de la Biblia! ¿No te parece?
En 1988, varios especialistas que estudiaron la filosofía de Francis Bacon descartaron las críticas anteriores, que lo convertían en un investigador irresponsable y en un incrédulo. Los que lo siguieron pueden haber comprendido mal sus palabras, haciendo que se convirtiera en algo que jamás fue: un ateo materialista. Sus escritos filosóficos, sin embargo, demostraron otra realidad: la de un hombre profundamente prisionero de sus dramas existenciales y que tenía una gran sed de Dios.
¡Imagínate solamente el dilema emocional de ese hombre que, por cuestiones político-religiosas, nunca pudo abrazar a su verdadera madre! Y todavía más, si es verdad que era hijo de Elizabeth I, tenía derecho al trono, pero nunca pudo ser un rey. Fue por eso que atacó tan firmemente la ciencia que se hacía para agradar a los “reyes”, promoviendo, en su lugar, un método “neutro”, que solamente respetaba el curso normal de la propia naturaleza.
¿Y qué dijo con respecto a Dios? Primeramente, sería bueno recordar que sus anotaciones científicas aparecen, en diferentes ocasiones, mezcladas con pasajes bíblicos que él coloca, no por no contradecir a la Biblia, sino para enfatizar su filosofía científica. Fíjate lo que escribió: “Hay dos libros delante de nosotros listos para ser estudiados. Esos libros deben prevenirnos de incurrir en errores. El primero es la Escritura Sagrada, que revela la voluntad de Dios. El segundo es la Creación, que revela su poder”.
Francis Bacon murió el 9 de abril de 1626 debido a una neumonía que contrajo cuando, en un invierno riguroso, aprovechó para evaluar el proceso de conservación del hielo. De todo lo que escribió, tal vez podríamos quedarnos con este pensamiento que resume un excelente consejo para los jóvenes, científicos, laicos y estudiosos de otras áreas: “Yo estoy de acuerdo con que una filosofía mediocre puede llevar a la mente humana al ateísmo. Sin embargo, una filosofía profunda hará que su mente se vuelva hacia la religión”. Ahora responde por ti mismo: ¿Qué filosofía escoges tú para guiar tus pensamientos? ¿Profunda o mediocre? Tu comportamiento demuestra cuál de las dos escogiste.
Capítulo 4
Galileo Galilei
Galileo fue un hombre que vivió para descubrir cosas revolucionarias. Su nacimiento ocurrió el 15 de febrero de 1564 en Pisa, Italia (ciudad famosa por su torre inclinada). Su padre se llamaba Vicenzo Galilei y era músico, compositor y matemático. Su madre, Giulia Ammannati, era una cristiana devota que incentivó en gran manera la espiritualidad en la vida de sus hijos. Ambos ejercieron una influencia muy positiva en su genial hijo, que habría de ser el fundador de la física moderna.
La familia Galilei era pobre y Vicenzo enfrentaba muchas dificultades para criara sus siete hijos. Galileo era el mayor y, desde muy temprana edad, ayudaba a su padre a fin de sustentar a los otros hermanos. Sin embargo, nunca se le permitió abandonar los estudios por causa del trabajo o de las necesidades. La educación formal y religiosa de los hijos era una cuestión de prioridad para aquella familia que no escatimaba recursos para verlos bien encaminados.
Aún hoy, existen muchos padres que, a semejanza de la familia Galilei, se sacrifican bastante para mantener a los hijos en las escuelas cristianas, a fin de que puedan proporcionarles la educación necesaria, tanto para esta vida como para la eternidad. Pasan privaciones y dificultades, llegando a dejar de comprar cosas para sí, únicamente para pagar los libros y las mensualidades que suman una buena tajada de los rendimientos mensuales. Es una pena que también existan ciertos jóvenes que no valoren ese privilegio.
Pero ese no era el caso de Galileo. Él supo aprovechar muy bien las oportunidades que la vida le ofrecía. En la adolescencia, quedó fascinado por las artes y decidió que sería pintor, en vez de ser un matemático como su padre. Después, cambió de idea y resolvió que entraría en la orden de los jesuitas, donde seguiría la carrera de sacerdote.
El problema era que tenía apenas catorce años en esa época, y su padre ya había percibido que sus deseos eran propios de la edad, es decir poco duraderos, como paja en el fuego. Galileo era muy inconstante en decidirse por una carrera profesional. Un día quería una cosa y al día siguiente otra. Tú sabes cómo es eso; hay personas que son realmente indecisas. En el último año de la Educación Media, resulta común encontrar alumnos que no saben qué quieren cursar: Derecho, Física o Computación. Al final, terminan haciendo una carrera que no tiene nada que ver con ninguna de esas tres. ¡Así es la vida! Algunos están seguros de lo que quieren y otros son totalmente indecisos. Si tú eres uno de esos indecisos, no te desesperes. ¿Quién sabe? ¡Tal vez exista un genio como Galileo dentro de ti!
El Sr. Vicenzo intentó, entonces, escoger una carrera para su hijo. Insistió para que se convirtiera en un comerciante de telas (¡eso daba dinero en esa época!). La protesta de Galileo fue inmediata. Entonces su padre le propuso otra alternativa: ser médico. En la ausencia de algo más atractivo, aceptó cursar medicina.
Enfrentando la Universidad de Pisa
Con apenas 17 años, Galileo inició sus estudios en la Universidad de Pisa. Sus colegas, en esa época, le pusieron el sobrenombre de “discutidor” porque él vivía cuestionando y discutiendo todo aquello que sus profesores le decían, y todo lo que no estuviera basado en pruebas convincentes.
Después de algún tiempo, dejó la facultad de Medicina y terminó cambiando de carrera. Estudió Matemáticas y Ciencias. Sin embargo, en 1585, tuvo que dejar la facultad por falta de dinero. La rectoría acostumbraba ofrecer becas de estudios a los alumnos pobres que, como él, no tenían cómo costearse sus estudios. Pero como Galileo era considerado un “alborotador académico”, su nombre no fue ni siquiera considerado para el ofrecimiento de la beca escolar. Ellos parecían estar hasta satisfechos de no tener más a aquel joven contestatario entre sus estudiantes.
Lo que más ayudó a Galileo en esa época de humillación y sufrimiento fue la fe que su madre le había enseñado. Se aferró a Dios y lo convirtió en su profesor particular. Le pidió al Señor que lo iluminara y comenzó a estudiar solo. Además, daba clases particulares, a fin de solventar sus gastos en Pisa.
Enseñando Matemáticas
Hasta que un día, Guidobaldo del Monte, famoso profesor de Matemáticas, tanto en Pisa como en Padua, reconoció cuán brillante era Galilei y entonces intervino delante de la Universidad para que lo aceptaran, pero no como estudiante, sino como un académico. Fue una batalla que duró varios años. Finalmente, en 1589, la Facultad de Matemáticas lo aceptó como uno de sus profesores, cargo que ocupó durante cuatro años seguidos. Dicen que, cierta vez, Galileo casi perdió la cátedra de profesor, porque fue el único que tuvo la valentía de ser sincero y reprobar un trabajo mediocre que todos decían que estaba bien, solamente porque estaba hecho por el hijo único de un gran duque de la ciudad de Pisa.
Fue durante ese tiempo que Galileo inventó la balanza hidrostática y determinó el centro de gravedad de los sólidos. Tales descubrimientos le valieron, en 1592, la invitación a dar clases en la gran Universidad de Padua. Y, como no era tonto, aceptó rápidamente.
Galileo permaneció en Padua hasta 1610. En ese período, aprovechó para perfeccionar el telescopio y midió con él las montañas de la Luna. Describió los satélites de Júpiter, las fases de Venus, los anillos de Saturno, la rotación del Sol sobre su eje y otras cosas más. Él afirmó también que el peso de los objetos está determinado por la fuerza continua de atracción que ejerce el centro de la Tierra. Si estuviéramos en el vacío, la pluma de una gallina caería al suelo con la misma velocidad que un bloque de plomo, visto que no habría, allí, la resistencia del aire al pasaje de los objetos. Tres siglos y medio después, los astronautas estadounidenses pisaron la luna y corroboraron lo que Galileo había dicho. ¡Una vez más se confirmó que el italiano estaba en lo cierto!
Como profesor, Galileo era muy respetado por los alumnos que amaban la versatilidad de sus clases. Mientras que la mayoría de los académicos “enclaustraba” a los estudiantes en las aulas con tediosas exposiciones orales, él prefería salir al campo con sus alumnos para presentar, en medio de la naturaleza, la coherencia de las leyes que enunciaba.
En una innovadora manera de enseñar, llevó a sus alumnos hasta la torre de Pisa, y les mostró un ladrillo entero y otro partido al medio. “Si yo tirara estos ladrillos desde arriba de la torre”, dijo él, “¿cuál llegará primero?” Todos dijeron que sería el ladrillo entero, pues era más pesado que el segundo. “¿Será así?”, interrogó Galileo con una sonrisa. “Sin embargo, yo apuesto a que ustedes están equivocados. Ambos llegarán al mismo tiempo”. Dicen que algunos profesores que estaban presentes también discreparon con él.
Sin demorarse, Galileo subió a la cima de la torre y dejó caer los dos ladrillos. Ambos cayeron a la misma velocidad y llegaron juntos al suelo. Delante de la perplejidad de todos, Galileo aprovechó para enseñarles la temática de la resistencia del aire sobre los objetos que ya mencionamos anteriormente. Los alumnos, lógicamente, vibraron con la demostración, pero algunos profesores estaban envidiosos con su popularidad y comenzaron a conspirar en su contra, tal como le sucedió a Daniel en la corte del rey Darío (lee después esta historia de Daniel 6).
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