Kitabı oku: «Provincias»

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Provincias

© Romina Reyes, 2020

© Neón, junio 2020

Neón Ediciones es un sello editorial del grupo ebooks Patagonia

@neonediciones

www.neonediciones.com San Sebastián 2957, Las Condes Santiago de Chile

ISBN Edición Digital: 978-956-9984-13-6

Edición: María Paz Rodríguez

Foto de portada: Jaime Acevedo

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com

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PROVINCIAS

Romina Reyes

ÍNDICE

Provincias

Romina Reyes

Un rayo de luz impacta sobre el cuerpo de Javiera. Usa una polera amarilla, y Álvaro le recibe el tabaco de manera normal.

—No —le dice ella con cariño, y él entiende. Cruza los brazos sobre el estómago. Álvaro sabe al ver su cara que busca una forma de hacerlo bien. Habla. Se lanza sobre sus piernas, las abraza y muerde, pero él despierta y ya no recuerda la conversación.

Álvaro se levanta, como todos los días, se ducha y toma un café. Observa los volcanes desde su ventana. Espera a las 10 am para encender un tabaco. Come y escribe, lee, habla de cosas domésticas con su hermano Fabián y la novia de él, Martina, que pasa todo el tiempo con ellos. Escucha algo de música, almuerza con una copa de vino. Corea canciones con guitarras y sentimientos. Y a eso de las 4 decide salir a hacer compras, caminar al pueblo de Chamiza.

Abre la puerta y ve a una mujer sentada sobre su mochila, a la entrada de su casa. Reconoce a Javiera como si fuera la lluvia, como si fuera cada uno de los días.

Ella se pone de pie y lo mira a través de la tierra, sin decir nada. A él no le parece tan raro.

Álvaro vuelve a entrar como si hubiese visto a un fantasma. Sale enseguida con una bolsa de género. Pasa a su lado. Javiera lo sigue caminando a un costado de la carretera, observa el campo a cada lado; montañas cubiertas de árboles hasta la cumbre. Álvaro hace sus compras en un minimarket y Javiera lo espera a la salida. Se le ocurren decenas de formas de comenzar a decir algo.

—Me encanta la provincia —le dice ella cuando sale—. Es la peor mezcla de folclor y modernidad.

Álvaro la mira con severidad, y Javiera entiende que debe estar seria, también.

—¿Querís tomar vino? —le pregunta él, y siente su cara caliente—. No puedo hacer esto si no tomo vino.

—Te entiendo —dice ella.

Emborracharse, digámoslo, era lo único que hacían juntos. La base de su hermosa amistad perdida. El vino con fruta, los cigarros.

Javiera regresa con Álvaro, caminando en silencio. Le cuesta tanta frialdad, pero viene decidida. Y Álvaro tiene la cabeza llena de agua. Él deja la puerta abierta y ella entra. Su casa de Chamiza es la exacta réplica de su casa de La Florida. Nadie sabe hacer nada que no haya hecho antes. El arco. Las cortinas beige. El refrigerador lleno de magnetos y mensajes estúpidos. Suena un disco de Charly García. En el sillón su hermano menor, Fabián, y su novia, Martina, tienen una discusión. Ella se sostiene el pelo con los dedos tirando cerca de su nuca, y él se entierra las uñas en las rodillas. Martina ve a Javiera y suaviza el gesto. Sonríe. Le extiende la mano.

—No te conozco —le dice. Javiera le recibe la mano tibia y delicada.

—Es la Javiera —le dice Fabián mirándola. Se dirige a Martina—. Nos hemos pasado horas hablando mal de ella.

Álvaro sale al patio y da un portazo. Javiera lo sigue, pero no traspasa la puerta. Lo ve tomar un hacha y acercarse a unos troncos.

—Déjalo —le dice Fabián a Javiera. Se levanta y la abraza innecesariamente. Observa a Martina—. ¿Vai a cocinar?

—Hace días quería cocinar, hoy no tengo ganas —le responde su novia, poniéndose de pie y pasando a llevar los cuerpos de ambos, como si fueran sábanas.

Fabián suelta a Javiera.

—Voy a darle la comida a los perros —le dice.

Javiera deja sus cosas sobre el sillón y se acuesta. Se queda dormida mientras Fabián y Martina retoman su discusión. Se arropa los pies. Recuerda una vez en el pasado que durmió sobre la cama de ese niño, y que las sábanas estaban todas mojadas, como si acabase de eyacular. Duerme. Sueña que Álvaro la toma en brazos y la lleva a su cama. Ella le toca el pelo y él le dice no.

Despierta y ya está oscuro, tiene esa sensación de haber dormido todo un día, pero fueron solo un par de horas. Por la ventana la luz es una línea anaranjada dibujando el perfil de los árboles. Martina pone la mesa para cenar. Álvaro la mira de reojo mientras pasa a la cocina, y cierra la puerta.

—Al final hicimos lentejas —le dice Martina.

Javiera se sienta. Observa las decoraciones de la mesita de centro, de las paredes. Fotos de FFEE en marchas. Mujeres de los años cincuenta en collages surrealistas. La foto de esa película socialista, Actas de Marusia, donde se ve a una serie de personajes proletarios caminando.

Fabián sirve los platos. Se sientan a comer y Álvaro aparece. Se sienta frente a Javiera, y recoge los pies bajo la mesa. Se toca los brazos.

—¿Cómo estái? —le pregunta.

—Bien.

Y no siguen. Fabián los mira impaciente.

—¿No tienen nada más que decirse?

—No te metái —le ordena Martina, acariciando el mantel.

—Estái obsesionada conmigo —le responde Fabián.

—Creo que es al revés, mi vida.

Álvaro se levanta. Sólo ha comido unas cucharadas de lentejas.

—¿Te vai? —le pregunta Javiera. Lo mira.

—Voy a fumar —responde él. Saca una bolsa de tabaco y papeles de un cajón—. No me molesta que estés acá.

Y agarra su vaso lleno de vino.

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