Kitabı oku: «A mis padres no les importo», sayfa 2
b) Su formación se manifiesta en categorías o niveles. Estos pueden ser de signo positivo o negativo. En cada nivel se pueden sentir, a su vez, diferentes grados de intensidad. Una persona va a desarrollar su estilo de autoestima y en él puede mantenerse de manera estable o puede modificarlo y cambiarlo si lo desea. Voy a establecer cuatro niveles de autoestima que he observado de muy alta a muy baja:
La autoestima muy alta o sobreestima. La autoestima cuando es muy alta, excesiva, no es saludable. Es el extremo opuesto a la autoestima muy baja, ambos polos están lejos de ser una autoestima positiva. En el polo de sobreestima se incluyen aquellas personas que se muestran con una valía por encima de los demás. Pueden considerarles inferiores y llegar a tratarles con arrogancia, poco respeto y desdén, dejando ver que se sienten superiores. Este sentimiento de superioridad puede estar superpuesto a otro de insatisfacción personal. Este comportamiento, en su expresión extrema, puede considerarse como un trastorno de personalidad narcisista.
La autoestima alta-saludable. Es un sentimiento de autovaloración sana que tiende a ser estable y duradero. Las personas gozan de autoconfianza suficiente como para afrontar y superar envites de la vida que pueden producir inestabilidad emocional, como una enfermedad, pérdida del trabajo, una separación, conflicto familiar, problemas escolares, sociales, etc. Es la autoestima positiva porque el sujeto se quiere y se valora a sí mismo y se siente capacitado para aquello que se proponga o desea acometer, al mismo tiempo que percibe de los demás que le valoran y le respetan. Se siente válido pero también considera valiosos a los demás, tiene la sensibilidad de respetar a los otros en igualdad, no considerándose ni inferior ni por encima de ellos. La seguridad y la confianza en sí mismo hará que remonte las circunstancias adversas recuperando el estado inicial de manera más fácil y saludable. Podríamos establecer una comparación con el muñeco que tiene la base de plomo, se le golpea y es sensible al golpe pero antes de llegar al suelo vuelve a recuperar la posición firme.
Autoestima intermedia-balanceante. Es frecuente encontrar esta forma de autoestima en las personas que hacen una vida normalizada, aunque alternando días de estar contentas y felices con ellas mismas, con días de pensar y sentir que no se gustan como son. Es una autoestima oscilante, el sujeto puede sentirse contento, importante y valioso cuando las cosas van bien y consigue lo que se propone; por el contrario, cuando las cosas no salen bien, puede llenarse de reproches y de un sentimiento de poca valía. No tiene la estabilidad en la permanencia ni en la positividad como la autoestima alta-saludable porque manifiesta un comportamiento emocionalmente inestable, sujeto a la valoración cambiante de uno mismo, de las situaciones y de las valoraciones externas.
Autoestima baja-muy baja. Este nivel de autoestima puede mantenerse de manera estable y permanente. Es el estado de una persona que se siente en desventaja frente a las otras e impotente frente a la vida. Tenga lo que tenga, logre lo que logre, nunca se siente valiosa. Los éxitos los atribuye a la casualidad y los fracasos a tener mala suerte y errores propios. Es una autoestima que crea un sentimiento muy negativo de sí misma. Se observa en personas que se sienten insatisfechas, con mucha inseguridad y desconfianza, con sentimientos de poca valía en las distintas áreas o dimensiones de la vida. Tienen miedo al rechazo, sienten que no son merecedoras del aprecio de los demás, tienen temor a ser marginadas, a no estar integradas y se sienten inferiores respecto a ellos. En ocasiones, muestran sentimientos de desamparo y de soledad. Cuando la persona está en este nivel tiende a ver todo en signo negativo. Este nivel de autoestima conlleva falta de ilusión, de motivación y de no tener un sentido de vida claro, y a nivel corporal sensación de abatimiento y falta de energía. La actitud ante la vida es la de esperar que le sucedan cosas negativas, tiende a resaltar y seleccionar los hechos negativos de su vida más que los positivos, reafirmándose en su sentimiento de inferioridad y de no ser merecedora de nada bueno. El estado de baja o muy baja autoestima, cuando es constante, puede llevar a una vida de insatisfacción personal, tristeza y depresión. Los distintos niveles pueden expresarse con diferentes grados de intensidad de la autoestima, que van a tener su reflejo en el estado de ánimo.
c) La autoestima es modificable a través de un cambio de la propia autovaloración. La baja autoestima puede cambiar de signo negativo a positivo variando la interpretación de las experiencias vividas y, especialmente, modificando la propia autovaloración. Puede cambiarse por el propio deseo y el empeño diario de crear una valoración más objetiva y real. Todas las personas son capaces de transformar su autoestima no saludable en autoestima saludable. Es una valoración subjetiva que, de la misma manera que se ha instalado en un nivel, puede cambiar a otro diferente. Mediante la toma de conciencia de cómo se ha formado, se podrá crear un sentimiento diferente a través de una autoevaluación más sana y justa.
4. Manifestaciones de la autoestima saludable y no saludable
¿Cómo se manifiesta la autoestima saludable en el comportamiento? Las personas con autoestima positiva tienen como característica principal el sentirse satisfechas consigo mismas. Se pueden observar algunos comportamientos en las personas que indican autoestima sana, que se ponen de manifiesto respecto a ellas mismas y a los demás.
a) Respecto a ellas mismas:
Se quieren a sí mismas. Tienen confianza en sus fortalezas, se consideran valiosas y capacitadas.
Se sienten seguras y no tienen miedo a emprender actividades en las que creen.
Ante los problemas buscan soluciones eficaces. Utilizan todos los recursos que tienen a su alcance para superarlos.
Encuentran el lado positivo de las cosas y son optimistas respecto a su futuro.
Pretenden aprender de los errores pasados para mejorar, más que quedarse en ellos. Los errores pueden ser conductas que han hecho equivocadas, decisiones poco acertadas, proyectos que no han salido bien. Pero poniendo el peso en aquello que no les ha salido bien, no en que ellas no valen.
Saben disfrutar de sus logros y de las distintas actividades que realizan.
Se sienten contentas de cómo son y no tienen miedo de mostrarse ante los demás. Pueden reconocer sus defectos y sus debilidades pero también sus virtudes y sus éxitos.
Creen en ellas mismas y defienden sus opiniones, sus valores y sus derechos.
b) Respecto a los demás:
Se consideran igual que otras personas, ni inferior, ni superior. Se sienten merecedoras del cariño y del respeto de los demás y por su parte ofrecen cariño y respeto. Mantienen relaciones sociales positivas.
Son personas que aceptan las diferencias frente a los otros y reconocen en igual medida las virtudes y valores en ellos y en sí mismas.
Tienen empatía con las necesidades de los personas y son colaboradoras y participativas.
Sus características facilitan la buena relación y convivencia.
Por el contrario, ¿cómo se manifiesta la autoestima no saludable o baja autoestima en el comportamiento? Las manifestaciones internas y externas de estas personas son negativas. Los niños, los adolescentes, y también los adultos, con baja o muy baja autoestima tienden a manifestar algunas conductas como las que se describen a continuación:
Se sienten inferiores respecto a los otros y se infravaloran a sí mismos. No se consideran merecedores de ser tan queridos ni se creen tan importantes como ellos.
Tienden a culparse de lo que les sale mal y les cuesta atribuirse méritos de lo que les sale bien. Ponen el peso en que ellos no valen, no en lo que han hecho o dicho equivocado, y esto es lo que dificulta el logro de sus objetivos. Pensar que no valen les deja sin recursos.
Tienen más dudas acerca de conseguir lo que se proponen o menos expectativas de lograrlo. Pueden evitar iniciar conductas que les lleven a conseguir metas importantes por inseguridad y por el miedo a fracasar. Seleccionan y resaltan las experiencias negativas y no hablan de las positivas o muy poco, recordándolo con frecuencia, lo que es una manera de confirmarse y reforzarse, una y otra vez, su incapacidad.
Tienen sentimientos encontrados frente a lo negativo que piensan y sienten. Por un lado, dan como cierto el pensar lo que piensan de ellos mismos y, por otro, les produce malestar pensar así y tener esas ideas negativas. Sienten enfado y frustración por los sentimientos negativos que tienen hacia sí mismos y por no poder sentirse bien con lo que tienen o lo que son. Desearían tener sentimientos más saludables de reconocimiento, aprobación y de mayor satisfacción, pero parecen atrapados en sus sentimientos de inferioridad y baja autoestima.
Pueden sentir bloqueos a la hora de hablar y expresarse o para actuar, adoptando una conducta de inhibición o represión y no expresando ni realizando aquello que realmente sienten o les gustaría. Estos bloqueos pueden deberse por miedo al ridículo y a ser desaprobados y rechazados. Por el contrario, tienden a hacer aquello que creen que les va a gustar más a los otros, para agradarles y ser aprobados.
El temor a las críticas negativas parece deberse a que les duele escuchar en los otros lo que ellos están pensando de sí mismos. Por el contrario, agradecen que les muestren afecto y reconocimiento, aunque a veces les cueste creerlo, con el deseo de que les ayude a cambiar su propia imagen negativa.
En muchos casos, desean un cambio para una vida mejor, pero no encuentran el camino para llegar a ella. A veces, son extremadamente exigentes con ellos mismos para poder reconocerse algún mérito propio y valorarse más.
El autoconcepto y la autoestima son de especial trascendencia en la vida de una persona. Son los pilares del comportamiento de un individuo que se va a poner de manifiesto, no solo, en cómo se ve uno mismo, cómo piensa, cómo siente, cómo se valora o cómo actúa sino también y, como consecuencia, se va a reflejar en cómo verá a los demás y al mundo, cómo lo va a interpretar y cuál es la posición que tiene frente a él. Todo ello va a tener un impacto directo en su salud mental, en su felicidad y en su satisfacción en la vida.
Capítulo 2 A mis padres no les importo
¿Cómo se comporta un adolescente que piensa que no ha importado ni importa a sus padres como desearía, o que son injustos con él? Muchos adolescentes muestran problemas de conducta expresadas en un comportamiento rebelde hacia sus padres y en conductas difíciles que pueden ir desde no relacionarse con amigos, no salir de casa, desobediencia, fracaso escolar, hasta conductas de mayor riesgo como hurtos, marcharse de casa, peleas con iguales... En muchos casos, estas conductas se asientan en una relación negativa con los padres (o con alguno de ellos), y sobre los pensamientos y sentimientos de que no son tan importantes para ellos como hubieran deseado o desean, lo que les produce mucho sufrimiento.
Esta forma de pensar y sentir la han ido construyendo durante varios años, a lo largo de su infancia, y está basada en la acumulación de necesidades insatisfechas o frustraciones que los hijos han interpretado como carencias vividas en la relación con sus padres. Esta idea se va manteniendo y consolidando, además ayudada por una deficiente comunicación entre ellos. Los pensamientos que han ido formando los niños de no ser tan queridos e importantes para sus padres, tal como ellos lo entienden y desean, hacen brotar en ellos sentimientos y emociones diferentes, como honda tristeza, rabia, resentimiento, ante lo que pueden reaccionar con agresividad y, también, contribuir a la aparición de depresión, ansiedad y conductas desadaptativas que se manifiestan con mayor claridad en la adolescencia. Esta etapa se presenta como el momento apropiado para la expresión de estos comportamientos por varias razones: por la fuerza y la autonomía que adquieren los adolescentes al llegar a esta edad, sobre todo, en la movilidad; porque adquieren mayor capacidad para tomar decisiones; por la búsqueda de una identidad propia diferente de los padres; por el apoyo que encuentran en los iguales; porque no perciben a sus padres como adecuados continentes; porque no se sienten bien integrados en su familia; en algunos casos, sienten un deseo de castigarles porque consideran que han sido injustos con ellos; y, probablemente, porque busquen con sus conductas llamar su atención con el deseo de que vuelvan los ojos hacia ellos y verificar que sí son queridos, pero como ellos desean ser queridos y ser importantes para sus padres. Voy a exponer algunos casos de adolescentes que viven esta experiencia y que nos facilitarán la comprensión de cómo es este proceso que puede llevar a este estado de desadaptación e insatisfacción.
1. Ejemplos de casos
Caso 1: Gabriel es un adolescente de 14 años, pertenece a una familia acomodada, sus padres trabajaban los dos desde antes de nacer él. A los pocos meses de nacer, cuando su madre se incorpora a trabajar, el niño es cuidado por una niñera durante unos pocos meses, después le cuidó otra niñera, esta se marchó cuando tenía dos años y luego le cuidaron unos familiares hasta que entró en el colegio. Ha estado en varios colegios donde le han ido diciendo a la madre que era inquieto, pero iba sacando los cursos hasta que ha llegado a la ESO (Enseñanza Secundaria Obligatoria) y empieza a suspender, no está integrado con sus compañeros y muestra un comportamiento rebelde en el colegio y en casa, hace lo contrario de lo que le dicen sus padres y, cuando le regañan, sobre todo por sus malas notas y para que estudie más, piensa en marcharse de casa, llegando a cumplir esta decisión de irse en un momento que le dejan solo sus padres.
Entre las cosas que cuenta Gabriel como explicación de su rebeldía, esta el haber sido cuidado por niñeras. Me dice que los niños que han estado con una niñera, cuando se va, se tienen que acostumbrar a otra, y que le parece malo porque ya le han cogido cariño y se han acostumbrado a sus normas y es un cambio muy grande, que el niño se vuelve rebelde porque los padres le han estado dejando solo y un niño con esa edad no comprende que sus padres se van para conseguir dinero, sino que lo que el niño siente es que está abandonado. En cuanto a su comportamiento rebelde añade: «Lo que quiero manifestar es que me he sentido solo y que si me quieren controlar, pues ahora no va a ser tan fácil».
Al llegar a los primeros años de adolescencia comienza a portarse mal, sus padres en un primer momento no le dan importancia, lo atribuyen a la edad; es desobediente, contestón, se enfada continuamente, no atiende a sus consejos. Los padres con el tiempo empiezan a inquietarse por este comportamiento al que se refieren como: «se está haciendo agresivo» y que va en aumento, les amenaza diciendo que un día se irá de casa, y así lo hizo. Gabriel un día se marchó sin decir nada, y esto les asustó mucho. Esta fue una de las razones que llevó a los padres a hacerle una evaluación psicológica y, otra, que empezó a suspender muchas asignaturas al comenzar la ESO.
Al preguntarle por qué había decidió marcharse de casa y por qué amenaza a sus padres con que se iba a ir, me contesta: «A mis padres no les importo. Nunca me han cuidado ellos, cuando yo les he necesitado no les he tenido, ahora ellos que no crean que tienen ningún derecho sobre mí, porque ahora ellos a mí no me importan». Cuando le pregunto desde cuándo está pensando esto, me contesta: «Desde que tengo 3 o 4 años».
Caso 2: Juan, adolescente de 16 años, es el último de seis hermanos, tiene el sentimiento de que sus padres son muy injustos con él. Viene al psicólogo porque ha tenido problemas judiciales por robar a otros adolescentes de menos edad, por malas notas en el colegio y porque su comportamiento es malo, en general, con sus padres y con sus hermanos. Con sus amigos se lleva bien y añade que también son hijos de familias con problemas.
Juan ha sido cuidado por su abuela desde los tres meses de vida hasta que entró en la guardería. Cuando le pregunto por qué se porta mal, dice que es su forma de ser, porque sus padres le hacen menos caso a él que a sus hermanos. Pone como ejemplo que siempre que ocurre algo malo le echan la culpa, tanto en casa como en el colegio, y que tiene miedo de que siempre le regañen a él, que le gustaría que sus padres le hicieran más caso, que le regañasen menos, y así se portaría mejor, que cree que está distanciado de su familia.
Cuenta también que considera que sus padres son injustos con él porque tampoco le quieren comprar un ordenador y todos sus amigos lo tienen menos él, y siente mucha vergüenza cuando está con ellos porque hablan de lo que hacen con el ordenador y él no puede decir nada. Los padres le dan como razón que no hay dinero, pero él piensa que para lo que les interesa a ellos sí hay dinero.
Caso 3: Ana es una adolescente de 16 años que va mal en los estudios, ha suspendido casi todas las asignaturas y es muy rebelde. Se relaciona mal con los padres, especialmente mal con la madre y desde siempre, con el padre se lleva algo mejor. Los padres cuentan que siempre ha sido inquieta con afectividad inestable. Fue cuidada por la madre durante los tres primeros meses de vida, después la cuidó una niñera. La mala relación con Ana ha sido desde muy pequeña, pero ha ido creciendo a medida que se hacía mayor, los padres lo atribuyen a que la niña piensa que ellos quieren más a sus hermanos que a ella. Cuentan también que se la ha castigado mucho desde pequeñita, porque cuando se le dice que no haga una cosa, la hace inmediatamente y a continuación se la castiga.
Ana me dice: «Comparada con mis hermanos, a mí se me castiga mucho, parece que están esperando que haga algo para castigarme; muchas veces que mi hermana y yo hacemos algo, me castigan a mí; si discuto con mis hermanos, mi madre siempre me quita la razón; cuando saco buenas notas, no solo no me felicitan sino que me dicen que lo podía haber hecho antes; estas situaciones me parecen muy injustas».
Caso 4: Otro adolescente, Javier, de 15 años, de familia acomodada, está repitiendo curso y no quiere estudiar, y discute mucho con la madre por los estudios. Es un niño muy introvertido y no habla ni dentro ni fuera de casa. En los test del colegio en el aspecto afectivo ha dado muy bajo, el padre ni existía y la madre y los hermanos con puntuaciones próximas a cero. Solo tiene relación con algunos compañeros del colegio, en el entorno de casa no tiene amigos, no sale los fines de semana.
Javier me cuenta que a su padre no le ve nunca; cuando él se levanta, el padre ya se ha ido, y cuando llega a casa, él está acostado, y que siempre ha sido así. Me dice: «Me pongo muy triste cuando veo que a otros niños les lleva su padre todas las mañanas al colegio en el coche y a mí nunca me ha llevado mi padre, y porque no puedo jugar con él y no me lleva a ningún sitio».
También cuenta que no sale de casa porque le da miedo ir solo por la calle, tiene miedo de los atracadores y añade: «Mi madre es muy protectora y no me deja salir, por ejemplo a Sol, por si me atracan o me pasa algo, y esto me parece muy mal».
Caso 5: Susana, adolescente de 15 años, tiene ansiedad ante los exámenes, unos días antes del examen empieza a sentir mucha angustia y cuando llega el día del examen no va al colegio para no tener que hacerlo.
Susana me dice: «Lo que me agobia es pensar que voy a llegar al examen y no voy a saber nada y lo voy a entregar en blanco, y también el tiempo, que va en mi contra, porque tardo mucho en estudiar, esto también me agobia y mis padres que me dicen que tardo mucho en estudiar. Yo creo que si lo hago mal les desilusionaría, sí, ahora dicen que lo que importa no es la nota sino lo que aprendes, pero luego cuando llegas a casa lo primero que miran es la nota y los profesores también, y por mucho que digan que no es, eso es mentira».
Susana ha sido criada por su abuela, recuerda que se llevaba muy bien con su abuela, que la llevaba de paseo y que hablaba mucho con ella. Al preguntarle por su madre y sobre cómo era la relación con ella contesta: «Pues no sé cómo era la relación, buena, normal, no me acuerdo, no sé, como ella se iba a trabajar antes, es que con mi madre no sé, hablaría, no lo sé, no estoy segura, como mi abuela era la persona con la que me gustaba estar». Al preguntarle por la relación con su padre contesta: «No sé, me acuerdo que cuando estábamos en casa de mi abuela siempre se dormía en el sofá y cuando nos sentábamos en la mesa del comedor, siempre me decía que estudiara, y me enfadaba; siempre me decía no podía ver la televisión hasta que no dijera la lección».
Caso 6: Enrique, adolescente de 13 años, es el último de cuatro hijos. A los pocos meses de nacer el niño, fallece el padre, y la madre le deja al cuidado de una niñera hasta los dos años que fue a la guardería. Tiene malas notas, pero lo peor –dice la madre– es que tiene mal comportamiento y desde hace un año está recibiendo quejas del colegio por su mala conducta. Interrumpe la clase cuando el profesor está explicando con alguna cosa que nada tiene que ver, pone la zancadilla a los niños para que se caigan y siempre se está haciendo el gracioso; estos comportamientos los tiene en casa también.
Es retraído donde no se encuentra a gusto, la relación con la madre ha sido siempre de poca comunicación. La explicación del niño a este comportamiento la refiere así: «Yo creo que si soy el gracioso, la gente me tiene más afecto; si no fuera chistoso a lo mejor me harían menos caso. Soy tímido a la hora de conocer gente nueva porque a lo mejor no les caigo bien y no me van a hacer caso». En cuanto a ser poco comunicativo explica: «De pequeño he sido poco comunicativo con mi familia, no les cuento mis problemas por miedo a que tomen represalias conmigo, castigarme de alguna forma sin dejarme ver la tele o la consola, tengo miedo a las reacciones de mi madre, si llevo malas notas me va a llevar a un internado. De pequeño no contaba nada a mis hermanos por si se les escapaba y se lo contaban a mi madre y me castigaba. De pequeñito me daban miedo los castigos. Por ejemplo me castigaban en mi cuarto encerrado y no salía por miedo a que me pusieran un castigo mayor, otro castigo era que me dejaban en casa y se iban los otros». Sobre los amigos añade: «Con los amigos me llevo bien, solo que quiero ser gracioso para tener más amigos».
Caso 7: Jorge tiene 15 años, es hijo adoptado, la pareja que le adoptó se separó, el niño se quedó con el padre; durante unos años fue cuidado por alguna niñera y su abuela paterna. El padre ha tenido varias parejas, ahora Jorge vive con el padre y su actual mujer. También ha estado en diferentes colegios, en el que está ahora lleva dos años. Los padres cuentan que es un niño muy difícil, no habla, no dialoga ni razona, es muy agresivo y por nada se encoleriza, poco a poco va destrozando las cosas hasta que las destruye, no tiene amigos ni sale de casa, en cuanto a las notas comentan que son normales tirando a bajas.
La explicación que da Jorge cuando le pregunto por qué es poco comunicativo es: «Con mis padres sí, tengo miedo a que se enfaden conmigo; mi padre me pega, no todos los días pero sí; mi madre no, aunque me regaña». Me dice que su madre no es su madre biológica y que a veces piensa que su padre no le quiere, que es como si no tuviera padre.
Caso 8: María tiene 12 años, es la segunda de los hermanos, ha repetido varios cursos de Educación Primaria. La madre dice que tiene un carácter difícil, de pronto está cariñosa y, de pronto, está nerviosa, y que siempre ha sido así, pero que con el paso de los años les cuesta más llevarse bien y comprenderse. Comenta, también, que la hija protesta por todo, que nunca le ha gustado ir al colegio ni salir de casa fuera del colegio, no tiene amigas.
Al preguntar a María sobre su comportamiento, me dice que la madre le chilla mucho y le pega y que su padre se enfada sobre todo a la hora de comer y que nada más que llega a casa (el padre) les hace reproches. Para ella sus hermanos son los mimados, unos de la madre y otros del padre, y ella no es mimada. Dice que sus padres no la quieren y continúa: «Sí me querrán, pero no tanto como a ellos» (como a los hermanos). También cuenta que sus padres discuten mucho, que se llevan mal.
Caso 9: Pablo, adolescente de 14 años. Viene a consulta porque ha bajado sensiblemente su rendimiento en los estudios. Cuenta que tiene una hermana pequeña de 9 años con la que discute mucho, él piensa que está más considerada en la familia que él, que sus padres la miman más y la consienten más. Cuando los hermanos piden una misma cosa, dice que se lo dan a ella porque es más pequeña. Desde que nació ha sentido que ella ha ocupado el centro de la familia y se lleva más atenciones que él. Al preguntarle qué siente cuando observa esto, contesta que se siente triste. Esta vivencia le ha distanciado de los padres, especialmente de la madre, y le ha llevado a querer estar más en la calle y pasar más tiempo en casa de su abuelo, que es el familiar con el que más acogido y mejor se siente.
Hay que sumar a estas experiencias con la hermana que sus padres se han separado hace unos años. Me dice: «Me siento triste, un poco deprimido, porque ya no vamos a estar juntos, ya no podemos ser una familia junta». Además de este sentimiento de tristeza, muestra una conducta rebelde; los padres dicen que no pueden con él, que se les va de las manos. Manifiesta un comportamiento de desobediencia, de negatividad y se enfrenta con agresividad a la madre si le pide algo o le corrige alguna conducta.
Estos son algunos ejemplos de adolescentes que han sentido desde su infancia que no son importantes para sus padres o para alguno de ellos. Situaciones parecidas han tenido de niños personas adultas que con 50, 60 años o más, están viviendo una depresión que recuerdan haberla vivido ya de adolescentes y que llevan padeciendo desde entonces con momentos de menos o más recuperación, relatando en el presente sentimientos similares a los que vivieron en su infancia y adolescencia. Estas personas adultas en el curso de la psicoterapia están descubriendo cómo antes de la adolescencia, desde los primeros años, ya comenzó a gestarse la depresión, en la convivencia y en la interrelación familiar.
2. Variables o características comunes que observamos en este grupo de adolescentes
Lo primero que se percibe en estos adolescentes al hablar con ellos es que no se sienten lo suficientemente queridos por sus padres, ni ven que sean tan importantes para ellos como les gustaría y, en la mayoría de los casos, también piensan que son injustos con ellos. Es la interpretación que han venido haciendo desde niños sobre la base de sus vivencias y de las interacciones con ellos. Estas ideas y opiniones vienen creándolas desde los primeros años de la infancia. Es la conclusión a la que han llegado basándose en lo que para ellos es sentirse queridos e importantes para sus padres.
Quiero señalar que no es que a los padres no les importen sus hijos, sí les importan y mucho, y la mejor razón es que quieren ayudarles pero, probablemente, no lo están transmitiendo de manera que los hijos lo perciban así, o también, que los hijos no estén sabiendo entender el cariño que les dan. Cuando se informa a los padres de lo que piensan sus hijos de ellos manifiestan desconocimiento, sorpresa, tristeza, enfado, se emocionan... y, al contrario, lo que dicen es que buscan y quieren lo mejor para sus hijos. Lo que se recoge de este comportamiento entre estos padres y sus hijos es que hay un desajuste entre lo que los padres quieren, hacen y dan a sus hijos, y lo que los hijos entienden, reciben e interpretan de sus padres. Esto es lo que me ha llevado a reflexionar sobre este fenómeno y es el fundamento de este libro.
Quiero, en primer lugar, extraer los aspectos comunes encontrados en el comportamiento de estos adolescentes y, también, los elementos de la relación que comparten estos padres y sus hijos, para que nos ayuden a visualizar y entender los puntos en común que presentan. Las variables compartidas son:
La edad, todos son adolescentes.
El fracaso en los estudios.
Su comportamiento agresivo y rebelde en casa con discusiones frecuentes con los padres, sobre todo con la madre. En algunos casos, el comportamiento agresivo también se da fuera de casa.
Sentimiento de estar tristes.
No se sienten bien integrados ni considerados en la familia, ni con sus padres ni con sus hermanos. Piensan que reciben peor trato que los otros.
Conductas desordenadas y desadaptativas (salir muy poco de casa, escaparse, actos delictivos...).
En sus primeros años de vida han sido cuidados por personas diferentes de sus padres (abuelas, niñeras).
Ausencia de comunicación con los padres, en algunos casos con uno y en otros casos con los dos.
Tienen el sentimiento de que sus padres son injustos con ellos y que no les quieren lo suficiente. No sienten haber sido, ni ser, lo más importante para sus padres.
Sentimientos de ser inferior, de ser poco valorado y reconocido.
Hay falta de correspondencia entre lo que los padres piensan que han hecho y hacen por sus hijos, y lo que estos sienten que han recibido.
Miedo a que les peguen o los castiguen, parece que las reprimendas son frecuentes en estos niños.
No informan enfermedades físicas reseñables, ni episodios de trastornos psicóticos.
Estos adolescentes presentan un estado emocional con síntomas de depresión de leve a moderada y, en algunos casos, con ansiedad y problemas de conducta asociados a ella. ¿Por qué se produce esta falta de entendimiento y distanciamiento progresivo entre padres e hijos? ¿Cómo se han llegado a formar estos síntomas en los adolescentes? ¿Qué explicación se puede dar a estas manifestaciones? Estas preguntas serán los temas de los siguientes capítulos.
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