Kitabı oku: «Las profecías y revelaciones de santa Brígida»

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Edición marzo, 2021

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ISBN: 978-84-18631-38-2


Las Profecías y Revelaciones de Santa Brígida de Suecia

Libro 1

Palabras de nuestro Señor Jesucristo a su elegida y muy querida esposa, declarando su excelentísima encarnación, condenando la violación profana y abuso de confianza de nuestra fe y bautismo, e invitando a su querida esposa a que lo ame.

Capítulo 1

Yo soy el Creador del Cielo y de la tierra, uno en divinidad con el Padre y el Espíritu Santo. Yo soy el que habló a los profetas y patriarcas, y a quien ellos esperaban. Para cumplir sus deseos y de acuerdo con mi promesa, tomé carne sin pecado ni concupiscencia, entrando en el cuerpo de la Virgen, como el brillo del sol a través de un clarísimo cristal. Igual que el sol no daña al cristal entrando en él, tampoco se perdió la virginidad de mi Madre cuando tomé la humana naturaleza. Tomé carne pero sin abandonar mi divinidad.

No fui menos Dios, todo lo gobernaba y abastecía con el Padre y el Espíritu Santo, pese a que, con mi naturaleza humana, estuve en el vientre de la Virgen. Igual que el resplandor nunca se separa el fuego, tampoco mi divinidad se separó de mi humanidad, ni siquiera en la muerte. Lo siguiente que deseé para mi cuerpo puro y sin mancha fue ser herido desde la planta de mis pies hasta la coronilla de mi cabeza, por los pecados de todos los hombres, y ser colgado en la Cruz. Ahora mi cuerpo se ofrece cada día en el altar, para que las personas puedan amarme más y recordar mis favores con más frecuencia.

Ahora, sin embargo, estoy totalmente olvidado, ignorado y despreciado, como un rey desterrado de su reino en cuyo lugar ha sido elegido un perverso ladrón al que se colma de honores. Yo quise que mi reino estuviera dentro del ser humano, y por derecho yo debería ser Rey y Señor de él, dado que Yo lo creé y lo redimí. Ahora, sin embargo, él ha roto y profanado la fe que me prometió en el bautismo. Ha violado y rechazado las leyes que establecí para él. Ama su propia voluntad y despectivamente se niega a escucharme. Encima, exalta al más malvado de los ladrones, el demonio, por encima de mí y en él deposita su fe.

El demonio es realmente un ladrón porque, debido a sus perversas tentaciones y falsas promesas, roba para sí mismo al alma humana que Yo redimí con mi propia sangre. Y aunque se lleva a las almas, esto no se debe a que él sea más poderoso que Yo, pues Yo soy tan poderoso que puedo hacer todo mediante una sola palabra, y soy tan justo que no cometería la más mínima injusticia ni aunque me lo pidieran todos los santos.

Sin embargo, ya que el hombre, al que se ha dado libre albedrío, desprecia voluntariamente mis mandamientos y consiente al demonio, entonces es justo que también experimente la tiranía del demonio. El demonio fue creado bueno, pero cayó debido a su perversa voluntad y ha quedado como un verdugo para infligir su retribución a los pecadores. Pese a que ahora soy tan menospreciado, aún soy tan misericordioso que perdonaré los pecados de cualquiera que pida mi misericordia y se humille a sí mismo, y lo liberaré del perverso ladrón. Pero aplicaré mi justicia sobre aquellos que perseveren en menospreciarme, y los que la oigan temblarán, mientras que los que la experimenten dirán: ‘¡Ay de nosotros, que fuimos nacidos o concebidos! ¡Ay, que hemos provocado la ira del Señor de la majestad!’.

Pero tú, hija mía, a quien he elegido para mí y con quien hablo en el Espíritu, ¡ámame con todo tu corazón, no como amas a tu hijo o a tu hija o a tus padres sino más que cualquier cosa en el mundo! Yo te creé y no evité que ninguno de mis miembros sufriera por ti. Aún amo tanto a tu alma que, si fuera posible, me dejaría ser de nuevo clavado en la cruz antes que perderte. Imita mi humildad: Yo, que soy el Rey de la gloria y de los ángeles, fui vestido de pobres harapos y estuve desnudo en el pilar mientras mis oídos oían todo tipo de insultos y burlas. Antepón mi voluntad a la tuya porque mi Madre, tu Señora, desde el principio hasta el final, nunca quiso nada más que lo que yo quise. Si haces esto, entonces tu corazón estará con el mío y lo inflamaré con mi amor, de la misma forma que lo árido y seco se inflama fácilmente ante el fuego.

Tu alma estará llena de mí y Yo estaré en ti, todo lo temporal se volverá amargo para ti, y el deseo carnal te será como el veneno. Descansarás en mis divinos brazos, donde no hay deseo carnal sino sólo gozo y deleite espiritual. Ahí, el alma, colmada tanto interior como exteriormente, está llena de gozo, no pensando en nada ni deseando nada más que el gozo que posee. Por ello, ámame sólo a mí y tendrás todo lo que desees en abundancia. ¿No está escrito que el aceite de la vida no faltará hasta el día en que el Señor envíe lluvia sobre la tierra según las palabras del profeta? Yo soy el verdadero profeta. Si crees en mis palabras y las cumples, ni el aceite ni el gozo ni la alegría te faltarán jamás en toda la eternidad.

Palabras de nuestro Señor Jesucristo a la hija que ha tomado como esposa, en relación con los términos de la verdadera fe, y sobre qué adornos, muestras e intenciones debe tener la esposa en relación al Esposo.

Capítulo 2

Yo soy el Creador de los Cielos, la tierra y el mar, y de todo lo que hay en ellos. Yo soy uno con el Padre y el Espíritu Santo, no como los ídolos de piedra o de oro, como en una ocasión se ha dicho, tampoco soy varios dioses, como la gente acostumbraba a pensar, sino un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y una sustancia, Creador de todo pero no creado por nadie, inmutable y omnipotente, sin principio ni fin. Yo soy el que nació de la Virgen, sin perder mi divinidad pero uniéndola a mi humanidad, de modo que en una persona fuese verdadero Hijo de Dios e Hijo de la Virgen. Yo soy el que fue colgado en la cruz, muerto y sepultado y aún así mi divinidad permaneció intacta.

Pese a que morí en la humana naturaleza y el cuerpo que Yo, el único Hijo, había adoptado aún vivía en la naturaleza divina, en la que Yo era un Dios junto con el Padre y el Espíritu Santo. Yo soy el mismo hombre que resucitó de la muerte y ascendió al Cielo, y quien ahora habla contigo a través de mi Espíritu. Te he elegido y tomado como esposa mía para mostrarte mis secretos, porque así quiero hacerlo. Poseo cierto derecho sobre ti porque tú sometiste tu voluntad a la mía cuando murió tu marido. Tras su muerte, tú pensaste y rogaste sobre cómo hacerte pobre por mí, y deseaste dejarlo todo por mi bien. Por eso, tengo justo derecho sobre ti y, por esa gran caridad tuya, yo tengo que proveerte. Por ello, te tomo por esposa para mi propio beneplácito, el que conviene que tenga Dios con una alma casta.

Es un deber de la esposa estar preparada para cuando el Esposo decida celebrar la boda, de forma que pueda estar correctamente vestida y limpia. Estarás limpia si tus pensamientos están siempre centrados en tus pecados, sobre cómo te purifiqué del pecado de Adán por el bautismo y sobre cuán a menudo te he apoyado y sostenido cuando has caído en el pecado. La esposa también ha de ponerse las prendas del novio sobre el pecho, es decir, debes recordar los favores y beneficios que te he hecho, como cuán noblemente Yo te creé dándote un cuerpo y un alma; cuán noblemente te enriquecí dándote salud y bienes temporales; cuán amorosamente te rescaté cuando morí por ti y restituí para ti tu herencia, por si desearas tenerla. La novia debe también hacer la voluntad de su Esposo. ¿Cuál es mi voluntad sino que quieras amarme por encima de todas las cosas y que no desees nada más que a mí?

Yo he creado todas las cosas por el bien de la humanidad y todo lo he puesto a su disposición. Y aún así, los seres humanos aman todo menos a mí y no aborrecen nada más que a mí. Les restituí la herencia que habían perdido por el pecado, pero ellos se han enajenado tanto y se han alejado tanto de la razón que, en lugar de la gloria eterna en la que están todos los bienes duraderos, prefieren la honra pasajera que es como espuma de mar, que aumenta un momento, como una montaña, y rápidamente se deshace en nada. Esposa mía, si no deseas nada más que a mí, si desprecias todo por mi bien –tanto hijos como padres, lo mismo que las riquezas y los honores—Yo te daré el más precioso y dulce regalo.

No te daré ni oro ni plata como pago sino a mí mismo como Esposo tuyo, Yo, que soy el Rey de la gloria. Si te avergonzases de ser pobre y despreciada, considera cómo tu Dios lo ha sido antes que tú, cuando sus sirvientes y amigos le abandonaron en la tierra, porque Yo no busqué amigos en la tierra sino en el Cielo. Si estás preocupada y temerosa de verte cargada de trabajo y enferma, considera qué grave es arder en el fuego. ¿Qué hubieras merecido si hubieras ofendido a un maestro terreno, como has hecho conmigo?

Porque, aunque Yo te amo de todo corazón, nunca actúo contra la justicia, ni aún en un solo detalle. Igual que tú has pecado en todos tus miembros corporales, también debes reparar en cada miembro. Sin embargo, debido a tu buena voluntad y a tu propósito de enmienda, Yo conmuto tu sentencia por una de misericordia y remito el duro suplicio a cambio de una módica enmienda. Por esta razón, ¡abraza de buena gana tus pequeñas cargas para que puedas quedar limpia y conseguir cuanto antes tu gran premio! Es bueno que la esposa se canse y comparta las fatigas del Esposo, de forma que descanse así más confiadamente con Él”.

Palabras de nuestro Señor Jesucristo a su esposa sobre su formación en el amor y honor a Él, su Esposo; sobre el odio de los malvados hacia Dios, y sobre el amor del mundo.

Capítulo 3

Yo soy tu Dios y Señor, a quien tú veneras. Soy Yo quien sostiene el Cielo y la tierra mediante mi poder, sin que tengan estribos ni columnas para sostenerse. Soy Yo quien cada día es ofrecido en el altar, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia del pan. Yo soy quien te ha escogido. ¡Honra a mi Padre! ¡Ámame! ¡Obedece a mi espíritu! ¡Ten a mi Madre por tu Señora! ¡Honra a todos mis santos! Mantén la verdadera fe que te sea enseñada por alguien que ha experimentado en sí mismo el conflicto entre los dos espíritus, el de la falsedad y el de la verdad, y que venció con mi fe. ¡Preserva la verdadera humildad!

¿Qué es la verdadera humildad sino alabar a Dios por todo lo bueno que nos ha dado? Hoy en día, sin embargo, hay muchas personas que me odian y que consideran mis obras y mis palabras como dolor y vanidad. Ellos le dan la bienvenida al adulterador, el demonio, con los brazos abiertos, y le aman. Todo lo que hacen por mí lo hacen quejándose y con resentimiento. Ellos ni siquiera pronunciarían mi nombre si no fuera por que temen la opinión de los demás. Tienen un amor tan sincero hacia el mundo que no se cansan de trabajar por él noche y día, y siempre son fervientes en su amor hacia él. Pero su servicio es para mí tan grato como si alguien pagara dinero a su enemigo para matar a su hijo.

Esto es lo que ellos hacen. Me dan alguna limosna y me honran con sus labios para conseguir éxito en el mundo y permanecer en sus privilegios y en su pecado. El buen espíritu está, en ellos, completamente impedido de progresar en la virtud. Si quieres amarme con todo tu corazón y no deseas nada sino a mí, Yo te atraeré a mí a través de la caridad, como un imán o magnetita atrae al hierro hacia sí. Te haré descansar en mi brazo, que es tan fuerte que nadie lo puede extender y tan rígido que nadie lo puede doblar cuando está extendido. Es tan dulce que sobrepasa a todos los aromas y no se pude comparar con los deleites de este mundo.

EXPLICACIÓN

Este fue un santo, un doctor en teología, que se llamó Maestro Matías de Suecia, canónico de Linköping, quien glosó toda la Biblia de manera excelente. Sufrió tentaciones muy sutiles del demonio, incluidas una serie de herejías contra la fe católica, todas las cuales superó con la ayuda de Cristo, y no pudo ser superado por el demonio. Esto está todo escrito en la biografía de Doña Brígida. Fue este Maestro Matías quien compuso el prólogo de estos libros, que comienza así: “Stupor et mirabilia, etc.” Él fue un hombre santo y muy poderoso en palabras y en obras. Cuando murió en Suecia, la esposa de Cristo, que entonces vivía en Roma, oyó en su oración una voz que le decía a su espíritu: “Feliz de ti, Maestro Matías, por la corona que ha sido preparada para ti en el Cielo. ¡Ven ahora a la sabiduría que no tiene fin!” También se puede leer sobre él en el Libro I, revelación 52; Libro V, en respuesta a la pregunta 3 en la última cuestión, y en el Libro VI, en las revelaciones 75 y 89.

Palabras de nuestro Señor Jesucristo a su esposa en las que le dice que no se preocupe ni piense que lo que se le revela a ella procede de un espíritu maligno, y sobre cómo distinguir a un Espíritu bueno de uno malo.

Capítulo 4

Yo soy tu Creador y Redentor ¿Por qué has temido mis palabras? ¿Por qué te has preguntado si proceden de un espíritu bueno o de uno malo? Dime, ¿has encontrado algo en mis palabras que no te haya dictado tu propia conciencia? ¿Te he ordenado algo contrario a la razón?” A esto, la esposa respondió: “No, al contrario, tus palabras son verdaderas y yo estaba en un error”. El Espíritu, su Esposo agregó: “Yo te ordené tres cosas. En ellas podrías reconocer al buen Espíritu. Te ordené que honraras a tu Dios, que te creó y te ha dado todo lo que tienes. Te ordené que te mantuvieras en la verdadera fe, es decir, que creyeras que nada se ha creado ni se puede crear sin Dios. También te ordené que mantuvieras una razonable continencia en todas las cosas, dado que el mundo se ha hecho para uso del hombre, a fin de que las personas lo aprovechen para sus necesidades.

De la misma forma, también puedes reconocer al espíritu inmundo por las tres cosas contrarias a éstas: Te tienta a que te alabes a ti misma y a que te enorgullezcas de lo que se te ha dado; te tienta a que traiciones tu propia fe; también te tienta a la impureza en todo el cuerpo y en todas las cosas, y hace que arda tu corazón por ello.

A veces también engaña a las personas bajo la forma de bien. Por esto te he mandado que siempre examines tu conciencia y que se la expongas a prudentes consejeros espirituales. Por ello, no dudes de que el buen Espíritu de Dios esté contigo cuando no desees otra cosa que a Dios y de Él te inflames toda. Sólo Yo puedo crear ese fervor y así al demonio le es imposible acercarse a ti. Tampoco les es posible acercarse a las malas personas, a menos que yo lo permita, bien por los pecados humanos o por alguno de mis ocultos designios, porque él es mi criatura, como todas las demás, y fue creado bueno por mí, aunque se pervirtió por su propia maldad. Por tanto, Yo soy Señor sobre él.

Por esta razón, me acusan falsamente quienes dicen que las personas que me rinden gran devoción están locas o poseídas. Me hacen aparecer como un hombre que expone a su casta y fiable mujer a un adúltero.

Eso es lo que Yo sería si dejara que alguien que me amase plena y rectamente fuese poseído por un demonio. Pero, puesto que Yo soy fiel, ningún demonio podrá nunca controlar el alma de ninguno de mis devotos sirvientes. Pese a que mis amigos a veces parezcan estar casi fuera de su razón, no es porque sufran debido al demonio ni porque me sirvan con ferviente devoción. Más bien se debe a algún defecto del cerebro o a alguna otra causa oculta, que sirve para humillarlos. A veces, también puede ocurrir que el demonio reciba de mí un poder sobre los cuerpos de las buenas personas, para un mayor beneficio de éstas, o que oscurezca sus conciencias. Sin embargo, nunca puede conseguir el control de las almas de aquellos que tienen fe y se deleitan en mí.

Amorosas palabras de Cristo a su esposa, con la preciosa imagen de una noble fortaleza, que simboliza a la Iglesia militante, y sobre cómo la Iglesia de Dios será ahora reconstruida por las oraciones de la gloriosa Virgen y de los santos.

Capítulo 5

Yo soy el Creador de todas las cosas. Soy el Rey de la gloria y el Señor de los ángeles. He construido para mí una noble fortaleza y he colocado en ella a mis elegidos. Mis enemigos han perforado sus fundamentos y han prevalecido sobre mis amigos, tanto que les han amarrado a estacas con cepos y la médula se les sale por los pies. Les apedrean los huesos y los matan de hambre y de sed. Encima, los enemigos persiguen a su Señor. Mis amigos están ahora gimiendo y suplicando ayuda; la justicia pide venganza, pero la misericordia invoca al perdón.

Entonces, Dios dijo a la Corte Celestial allí presente: “¿Qué pensáis de estas personas que han asaltado mi fortaleza?” Ellos, a una voz, respondieron: “Señor, toda la justicia está en ti y en ti vemos todas las cosas. A ti se te ha dado todo juicio, Hijo de Dios, que existes sin principio ni fin, tú eres su Juez. Y Él dijo: “Pese a que todo lo sabéis y veis en mi, por el bien de mi esposa, decidme cuál es la sentencia justa”. Ellos dijeron: “Esto es justicia: Que aquellos que derrumbaron los muros sean castigados como ladrones; que aquellos que persisten en el mal, sean castigados como invasores, que los cautivos sean liberados y los hambrientos saturados”.

Entonces María, la Madre de Dios, que al principio había permanecido en silencio, habló y dijo: “Mi Señor e Hijo querido, tú estuviste en mi vientre como verdadero Dios y hombre. Tú te dignaste a santificarme a mí, que era un vaso de arcilla. Te suplico, ¡ten misericordia de ellos una vez más!” El Señor contestó a su Madre: “¡Bendita sea la palabra de tu boca! Como un suave perfume, asciende hasta Dios. Tú eres la gloria y la Reina de los ángeles y de todos los santos, porque Dios fue consolado por ti y a todos los santos deleitas. Y porque tu voluntad ha sido la mía desde el comienzo de tu juventud, una vez más cumpliré tu deseo”. Entonces, él le dijo a la Corte Celestial: “Porque habéis luchado valientemente, por el bien de vuestra caridad, me apiadaré por ahora.

Mirad, reedificaré mi muro por vuestros ruegos. Salvaré y sanaré a los que sean oprimidos por la fuerza y los honraré cien veces por el abuso que han sufrido. Si los que hacen violencia piden misericordia, tendrán paz y misericordia. Aquellos que la desprecien sentirán mi justicia”. Entonces, Él le dijo a su esposa: “Esposa mía, te he elegido y te he revestido de mi Espíritu. Tú escuchas mis palabras y las de los santos quienes, aunque ven todo en mí, han hablado por tu bien, para que puedas entender. Al fin y al cabo, tú, que aún estás en el cuerpo, no me puedes ver de la misma forma que ellos, que son mis espíritus. Ahora te mostraré lo que significan estas cosas.

La fortaleza de la que he hablado es la Santa Iglesia, que yo he construido con mi propia sangre y la de los santos. Yo mismo la cimenté con mi caridad y después coloqué en ella a mis elegidos y amigos. Su fundamento es la fe, o sea, la creencia en que Yo soy un Juez justo y misericordioso. Este fundamento ha sido ahora socavado porque todos creen y predican que soy misericordioso, pero casi nadie cree que yo sea un Juez justo. Me consideran un juez inicuo. De hecho, un juez sería inicuo si, al margen de la misericordia, dejara a los inicuos sin castigo de forma que pudieran continuar oprimiendo a los justos.

Yo, sin embargo, soy un Juez justo y misericordioso y no dejaré que el más mínimo pecado quede sin castigo ni que aún el mínimo bien quede sin recompensa. Por los huecos perforados en el muro, entran en la Santa Iglesia personas que pecan sin miedo, que niegan que Yo sea justo y atormentan a mis amigos como si los clavaran en estacas. A estos amigos míos no se les da gozo y consuelo. Por el contrario, son castigados e injuriados como si fueran demonios. Cuando dicen la verdad sobre mí, son silenciados y acusados de mentir. Ellos ansían con pasión oír o hablar la verdad, pero no hay nadie que les escuche ni que les diga la verdad.

Además, Yo, Dios Creador, estoy siendo blasfemado. La gente dice: ‘No sabemos si existe Dios. Y si existe no nos importa’. Arrojan al suelo mi bandera y la pisotean diciendo: ‘¿Por qué sufrió? ¿En qué nos beneficia? Si cumple nuestros deseos estaremos satisfechos, ¡que mantenga Él su reino y su Cielo! Cuando quiero entrar en ellos, dicen: ‘¡Antes moriremos que doblegar nuestra voluntad!’ ¡Date cuenta, esposa mía, de la clase de gente que es! Yo los creé y los puedo destruir con una palabra. ¡Qué soberbios que son conmigo! Gracias a los ruegos de mi Madre y de todos los santos, permanezco misericordioso y tan paciente que estoy deseando enviarles palabras de mi boca y ofrecerles mi misericordia. Si la quieren aceptar, yo tendré compasión.

De lo contrario, conocerán mi justicia y, como ladrones, serán públicamente avergonzados ante los ángeles y los hombres, y condenados por cada uno de ellos. Como los criminales son colgados en las horcas y devorados por los cuervos, así ellos serán devorados por los demonios, pero no consumidos. Igual que las personas atrapadas en cepos no pueden descansar, ellos padecerán dolor y amargura por todas partes.

Un río de fuego entrará por sus bocas, pero sus estómagos no serán saciados y su sed y suplicio se reanudarán cada día. Pero mis amigos estarán a salvo, y serán consolados por las palabras que salen de mi boca. Ellos verán mi justicia junto a mi misericordia. Los revestiré con las armas de mi amor, que les harán tan fuertes que los adversarios de la fe se escurrirán ante ellos como el barro y, cuando vean mi justicia, quedarán en vergüenza perpetua por haber abusado de mi paciencia”.

Palabras de Cristo a su esposa sobre cómo su Espíritu no puede morar en los malvados; sobre la separación de los buenos y los perversos y el envío de los buenos, armados con armas espirituales, a la guerra contra el mundo.

Capítulo 6

Mis enemigos son como la más salvaje de las bestias, que nunca pueden estar satisfechos ni permanecer en calma. Su corazón está tan vacío de mi amor que el pensamiento de mi pasión nunca lo penetra. Ni siquiera una sola vez, desde lo más íntimo de su corazón, ha escapado una palabra como ésta: “Señor, tú nos has redimido, ¡alabado seas por tu amarga pasión!” ¿Cómo puede vivir mi Espíritu en personas que no sienten el divino amor por mí, personas que están deseando traicionar a otros por conseguir su propio beneficio?

Su corazón está lleno de viles gusanos, es decir, lleno de pasiones mundanas. El demonio ha dejado sus excrementos en sus bocas y, por eso, no tienen gusto por mis palabras. Por ello, con mi serrucho, los cortaré para apartarlos de mis amigos. No hay forma peor de morir que bajo la sierra. Igualmente, no habrá castigo que ellos no compartan: serán serrados en dos por el demonio y apartados de mí. Los encuentro tan odiosos que todos los que se adhieran a ellos se separarán de mí.

Por esta razón, estoy enviando a mis amigos para que ellos separen a los demonios de mis miembros, ya que los demonios son mis verdaderos enemigos. Los envío como nobles soldados a la batalla. Todo el que mortifique su carne y se abstenga de lo ilícito es mi verdadero soldado. Como lanza llevarán las palabras de mi boca y en sus manos esgrimirán la espada de la fe; en sus pechos estará la coraza del amor, por lo que, pase lo que pase, no dejarán de amarme. Deben tener el escudo de la paciencia en su costado, de forma que soporten todo con paciencia. Los he atesorado como oro en un estuche: ahora deben salir y andar por mis caminos.

Según los designios de la justicia, Yo no podría entrar en la gloria de mi majestad sin soportar tribulación en mi naturaleza humana. Por tanto ¿cómo entrarán ellos? Si su Señor sufrió, no es de extrañar que ellos también tengan que sufrir. Si su señor soportó latigazos, no será para ellos gran cosa el soportar palabras. No han de temer porque nunca les abandonaré. Igual que es imposible para el demonio entrar en el corazón de Dios y dividirlo, igual de imposible le será separarlos de mí. Y como, ante mi vista, son como oro purísimo, pues han sido testados con un poco de fuego, no les abandonaré: es para su mayor recompensa.

Palabras de la gloriosa Virgen a su hija, sobre la forma de vestir y el tipo de ropas y ornamentos con los que la hija debe adornarse y vestirse.

Capítulo 7

Yo soy María, que alumbró al Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre. Soy la Reina de los ángeles. Mi Hijo te ama con todo su corazón ¡Ámale! Debes de adornarte con muy honestos vestidos y yo te mostraré cómo y qué tipo de ropas deben ser. Igual que antes tenías una enagua, una túnica, calzado, una capa y un broche sobre tu pecho, ahora has de cubrirte de ropas espirituales. La enagua es la contrición. Igual que la enagua se viste pegada al cuerpo, así la contrición y la conversión son el primer camino de conversión a Dios. A través de ello, la mente, que en su momento encontró gozo en el pecado, se purifica, y la carne impura se mantiene bajo control.

Los dos zapatos son dos disposiciones, en concreto la intención de rectificar las transgresiones pasadas y la intención de hacer el bien y mantenerse lejos del mal. Tu túnica es la esperanza en Dios. Igual que la túnica tiene dos mangas, ha de haber justicia y misericordia en tu esperanza. De esta forma, esperarás a la misericordia de Dios porque no olvidarás su justicia. Piensa en su justicia y en su juicio, de forma que no olvides su misericordia, porque Él no emplea la justicia sin misericordia ni la misericordia sin justicia. La capa es la fe. Lo mismo que la capa lo cubre todo y todo está contenido en ella, la naturaleza humana puede igualmente abarcar y conseguir todo mediante la fe.

Esta capa debe ir decorada con las insignias del amor de tu Esposo, o sea, de la forma que te ha creado, de la forma que te ha redimido, de la forma que te alimentó, te atrajo hacia su Espíritu y abrió tus ojos espirituales. El broche es la consideración de su pasión. Fija firmemente en tu pecho el pensamiento de cómo Él fue burlado y mortificado, cómo se mantuvo vivo en la cruz, ensangrentado y perforado en todas sus fibras, cómo a su muerte su cuerpo entero se convulsionó por el agudo dolor de la pasión, cómo encomendó su Espíritu en manos de su Padre. ¡Que este broche permanezca siempre en tu pecho! Sobre tu cabeza, póngase una corona, es decir, castidad en tus afectos, que prefieras resistir los azotes antes que volver a mancharte. Se modesta y digna. No pienses ni desees nada más que a tu Dios y Creador. Cuando le tienes a Él, lo tienes todo. Adornada de esta forma, debes esperar a tu Esposo.

Palabras de la Reina de los Cielos a su querida hija, enseñándole que debe amar y alabar a su Hijo junto a su Madre.

Capítulo 8

Yo soy la Reina de los Cielos. Estás preocupada sobre cómo tienes que alabarme. Ten por seguro que toda alabanza a mi Hijo es alabanza a mí. Y aquellos que lo deshonran, me deshonran a mí, pues mi amor hacia él y el suyo hacia mí es tan ardiente como si los dos fuéramos un solo corazón. Tanto me honró a mí, que era un vaso de arcilla, que me ensalzó por encima de todos los ángeles. Por ello, tú me has de alabar así: “Bendito seas, Señor Dios, Creador de todas las cosas, que te dignaste descender dentro del vientre de la Virgen María. Bendito seas, Señor Dios, que quisiste habitar en las entrañas de la Virgen María, sin ser una carga para Ella y te dignaste a recibir su carne inmaculada sin pecado.

Bendito seas, Señor Dios, que viniste a la Virgen, dándole gozo a su alma y a todos sus miembros y que, con el gozo de todos los miembros de su cuerpo sin pecado, de Ella naciste. Bendito seas, Señor Dios, que, después de tu ascensión alegraste a la Virgen María con frecuentes consolaciones y con tu consolación la visitaste. Bendito seas, Señor Dios, que ascendiste el cuerpo y el alma de la Virgen María, tu Madre, a los Cielos y la honraste situándola junto a tu divinidad, sobre todos los ángeles. Ten misericordia de mí, Señor, por sus ruegos e intercesión”.

Palabras de la Reina de los Cielos a su querida hija sobre el hermoso amor que el Hijo profesaba a su Madre Virgen; sobre cómo la Madre de Cristo fue concebida en un matrimonio casto y santificada en el vientre de su madre; sobre cómo ascendió en cuerpo y alma al Cielo; sobre el poder de su nombre y sobre los ángeles asignados a los hombres para el bien o para el mal.

Capítulo 9

Yo soy la Reina del Cielo. Ama a mi Hijo, porque él es el honestísimo y cuando lo tienes a Él tienes todo lo que es honesto. Él es lo más deseable y cuando lo tienes a Él tienes todo lo que es deseable. Ámalo, también, porque Él es virtuosísimo y cuando lo tienes a él tienes todas las virtudes. Te voy a contar lo hermoso que fue su amor hacia mi cuerpo y mi alma y cuánto honor le dio a mi nombre. Él, mi hijo, me amó antes de que yo lo amara a Él, pues es mi Creador. Él unió a mi padre y a mi madre en un matrimonio tan casto que no se puede encontrar a ninguna pareja más casta.

Nunca desearon unirse excepto de acuerdo a la Ley, sólo para tener descendencia. Cuando el ángel les anunció que tendrían una Virgen por la cual llegaría la salvación del mundo, antes hubieran muerto que unirse en un amor carnal pues la lujuria estaba extinguida en ellos. Te aseguro que, por la caridad divina y debido al mensaje del ángel, ellos se unieron en la carne, no por concupiscencia sino contra su voluntad y por su amor hacia Dios. De esta forma, mi carne fue engendrada de su semilla a través del amor divino.

Cuando mi cuerpo se formó, Dios envió al alma creada dentro de Él desde su divinidad. El alma fue inmediatamente santificada junto con el cuerpo y los ángeles la vigilaban y custodiaban día y noche. Es imposible expresarte qué grandísimo gozo sintió mi madre cuando mi alma fue santificada y se unió a su cuerpo. Después, cuando el curso de mi vida estuvo cumplido, mi Hijo primero elevó mi alma, por haber sido la dueña del cuerpo, a un lugar más eminente que los demás, cerca de la gloria de su divinidad, y después mi cuerpo, de forma que ningún otro cuerpo de criatura está tan cerca de Dios como el mío.

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