Kitabı oku: «Catequesis I-X»
Índice
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Créditos
INTRODUCCIÓN
CATEQUESIS
I. LA CARIDAD
II. A CRISTO A TRAVÉS DE LAS BIENAVENTURANZAS
III. FIDELIDAD A LOS VOTOS MONÁSTICOS
IV. LAS LÁGRIMAS DEL ARREPENTIMIENTO
V. LA CONVERSIÓN, MEDIO DE SALVACIÓN
VI. EL ESPÍRITU Y EL EJEMPLO DE SIMEÓN EL PIADOSO
VII. EL AMOR DESORDENADO POR LA FAMILIA
VIII. OBRAR COMO HIJOS DE DIOS
IX. LAS OBRAS DE MISERICORDIA HACIA CRISTO
X. UNA SANTIDAD SIN MANCHA
BIBLIOGRAFÍA
Biografía del autor
Notas
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Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid)
Printed in Spain. Impreso en España
INTRODUCCIÓN
Simeón el Nuevo Teólogo es sin duda uno de los autores que más ha influido en la teología y espiritualidad de la Iglesia oriental, sobre todo en el campo de la mística entendida como unión con Dios. Su vida transcurrió entre los años 949 y 1022, período de gran apogeo en el Imperio bizantino. Pertenece a la corriente que se denomina «teología monástica», cuyo comienzo podemos situar en el siglo IV, con san Gregorio de Nisa, y que culmina en el siglo XIV con la figura señera de Gregorio Palamás.
La transcendencia de Simeón en el mundo ortodoxo es la causa del aumento considerable de estudios que se están realizando sobre él, como demuestra la bibliografía que ofrecemos al final de este libro, sobre todo a partir del momento en que sus escritos aparecieron publicados en la colección Sources Chrétiennes en los años sesenta y setenta.
Sus obras están traducidas al francés y al inglés principalmente. En lengua española solo poseemos la versión castellana de sus Capítulos teológicos, gnósticos y prácticos1. Por eso siempre es bienvenido el deseo de acercar los escritos principales de este místico a los hablantes de lengua española como una forma de conocer mejor la espiritualidad bizantina, base de la espiritualidad ortodoxa, y seguir el consejo del papa san Juan Pablo II de respirar con los dos pulmones de la Iglesia: el occidental y el oriental. Además fue precisamente este pontífice uno de los primeros en citar a este autor en una de sus exhortaciones apostólicas, en concreto Vita consecrata2, donde recoge un fragmento del libro de los Himnos de este monje bizantino. El papa Benedicto XVI, por su parte, también dedicó una de sus catequesis sobre los teólogos medievales a la figura de Simeón el Nuevo Teólogo3.
En el presente libro se ofrece una biografía del autor en la que se hace un breve recorrido por lo que fue la época en la que vivió, para luego presentar los datos biográficos que poseemos de él y una breve presentación de sus obras. Finalmente se incluye la traducción de sus diez primeras Catequesis, obra compuesta cuando era superior del Monasterio de San Mamas y dirigida a sus monjes, en la que nos proporciona una serie de datos muy importantes sobre la vida de estos y sobre las características de la espiritualidad monástica bizantina.
Para llevar a cabo la traducción he usado la edición crítica que editó Basile Krivochéine en la colección Sources Chrétiennes 96 y 1044, sirviéndome también de la separación de párrafos que usa el editor. Para la traducción de los pasajes más difíciles he tenido en cuenta también las traducciones en lengua francesa e inglesa. Solo me queda desear que disfruten con la lectura de este libro.
1. Contexto político, social y eclesial de Simeón el Nuevo Teólogo
Simeón el Nuevo Teólogo vivió entre los años 949 y 1022, una de las épocas más importantes en la historia de Bizancio, pues en ella el Imperio bizantino consigue establecer su autoridad en sus fronteras, pretende ser el garante del bien cristiano en el mundo y se produce además un renacimiento cultural que se ha venido en denominar el «primer humanismo bizantino».
1.1. Contexto histórico
La vida de nuestro personaje coincide en el tiempo con el reinado de Basilio II, perteneciente a la dinastía macedónica, que podemos dividir en dos períodos: el primero, desde la ascensión de Basilio I en el 867 hasta la muerte de Constantino VIII en el 1028, se caracteriza por ser una de las épocas más brillantes en lo que se refiere a la política imperial. En este tiempo las conquistas entre los pueblos vecinos extienden las fronteras del Imperio bizantino, se produce una gran labor legislativa consistente en la publicación de leyes dirigidas contra las desmesuradas adquisiciones de los terratenientes y un gran progreso intelectual del que se pueden destacar dos grandes figuras: el patriarca Focio y el emperador Constantino Porfirogénito.
El segundo período, que comprende a los emperadores posteriores a Constantino VIII, que falleció en el 1028, fue, sin embargo, un período de anarquía que terminó con la muerte de Teodora en 1056. El emperador Basilio II comenzó su reinado, junto con su hermano Constantino VIII, a la muerte de su padre Romano II en el año 963; monarca este último con un carácter débil y dominado tanto por su mujer Teófano, hija de un tabernero, como por el eunuco José Bringas, en los asuntos internos, y por Nicéforo Focas en los externos. Cuando falleció Romano II, sus dos hijos, Basilio II y Constantino VIII, eran aún niños, por lo que su madre Teófano asumió la regencia. La emperatriz, en cuanto tuvo ocasión, y después de una lucha sangrienta en las calles de Constantinopla, destituyó a Bringas apoyándose en Nicéforo Focas.
De esta forma, apoyados por la emperatriz madre y regente, por el ejército, la aristocracia militar y la jerarquía de la Iglesia, gobernaron el Imperio bizantino dos generales: Nicéforo II Focas durante seis años (del 963 al 969), en cuyo mandato se ganó las enemistades del pueblo y de los eclesiásticos, principalmente por su política fiscal, lo que llevó a su muerte mediante un complot urdido contra él, y Juan Tzimisces, que dio muestras de ser un gran general en sus empresas militares tanto contra los búlgaros como contra los árabes en Siria, y quien tras siete años de gobierno murió en el 976.
Al fallecer Tzimisces, Basilio tenía ya dieciocho años y su hermano Constantino dieciséis. En este momento empezó una época conflictiva en la corte bizantina que estuvo a punto de dejar a Basilio II sin autoridad por dos motivos: el primero, porque los aristócratas, acostumbrados a que el gobierno imperial estuviera en manos de un estratega, veían con buenos ojos que se eligiese a otro general como sucesor de Tzimisces, Bardas Escleros. El segundo por las ambiciones de su tío abuelo, Basilio el Notos que, bajo la apariencia de querer mantener en el trono a sus sobrinos, buscaba dirigir él solo los asuntos del Imperio. En esta situación se produjo la rebelión de Bardas Escleros, cuñado de Tzimisces, vencido por el tío abuelo de los emperadores con la ayuda de Bardas Focas después de tres años de luchas.
Conjurado este primer peligro, Basilio II concentró sus fuerzas en anular a su tío Basilio, dándose cuenta del gran poder que este había asumido. Enterado este de los planes del emperador, intentó dar un golpe de Estado apoyándose en su amigo Focas. Informado el emperador de la trama, cortó a tiempo la conjura y exilió a su tío. De esta forma se hizo con todo el poder mientras su hermano se dedicaba a «vivir la vida». Su primera actuación fue anular las leyes promulgadas por su tío. Una vez en el poder, sin embargo, no tuvo un reinado tranquilo, como lo muestran las rebeliones internas y externas a las que tuvo que hacer frente. Una de las más importantes fue la capitaneada por Bardas Escleros, aliado esta vez con Bardas Focas y apoyado por los mandos militares descontentos. Focas, al advertir su supremacía sobre Escleros, rompió el pacto y lo encarceló, quedándose como único pretendiente al trono.
Ante esta conjura la situación de Basilio II se hizo desesperada, hasta el punto de tener que buscar ayuda en la corte del príncipe de Kiev, Vladimir, que le envió un gran contingente de tropas, recibiendo como recompensa a la hermana del emperador, Ana Porfirogénita, para contraer matrimonio con ella. Así derrotaron a Bardas Focas en la batalla de Abidos en el 989. Con respecto a Escleros, que estaba en la cárcel, la solución pasó por la firma de un acuerdo amistoso entre él y el emperador que puso fin a las luchas internas y de esta manera Basilio II pudo dedicarse de lleno a la consolidación de las fronteras exteriores.
Si difícil lo tuvo en el interior del Imperio, no menos problemas le ocasionaron los pueblos vecinos. Comencemos con los árabes, que acosaban las fronteras del Imperio especialmente por el Oriente. Ante esta situación el emperador se vio forzado a luchar contra ellos, y los límites del Imperio se extendieron de tal modo que en el reinado de Basilio II se restauró la presencia bizantina en aquellos lugares donde se había perdido antaño por las ofensivas árabes.
Por lo que se refiere a los armenios, Basilio II conquistó la mayor parte de su territorio occidental, convirtiéndose toda esta región en la provincia bizantina de Iberia. Casi al final de su mandato volvieron a estallar nuevos enfrentamientos en Armenia y el emperador tuvo que enfrentarse de nuevo a esta nación y, una vez vencida, agregó parte de su territorio al Imperio, sometiendo el resto a vasallaje.
Pero son sin duda los búlgaros los que más problemas causaron a los bizantinos. Ya a comienzos del siglo X iniciaron una ofensiva contra el Imperio en la que se anexionaron varias regiones bizantinas del sur de Europa. En la segunda mitad del siglo X, Tzimisces se apropió de toda la parte oriental de Bulgaria. Basilio II, por su parte, provocó la guerra contra los búlgaros con el fin de trasladar la frontera bizantina hasta los límites que había tenido en la época de Justiniano y Mauricio, es decir, hasta la línea del Danubio.
Así comenzó un período de luchas con resultados desiguales al principio y al final de su mandato. En los primeros años, al estar Basilio preocupado por afianzar su trono, debido a las revueltas internas que lo amenazaban, tuvo que abandonar su lucha contra este pueblo eslavo. Estos aprovecharon la situación y ocuparon la provincia bizantina de Tesalia y Hellas. Ante esta ofensiva, Basilio, en cuanto consiguió superar los conflictos internos, emprendió varias campañas contra los búlgaros, cuyos resultados, siendo malos al principio, llevaron al emperador a emprender en el año 1014 su última ofensiva contra los búlgaros en la que capturó a 14.000 búlgaros, a quienes cegó y luego devolvió sin vista al zar de Bulgaria, Samuel. Este terrible suceso produjo una honda pena en el corazón del monarca, que murió el 6 de octubre del 1014. Después de su muerte, el Imperio búlgaro no levantó cabeza y en el 1018 dejó de existir y quedó transformado en provincia bizantina.
Terminamos nuestro recorrido presentando la relación de los bizantinos con los pechenegos, pueblo establecido en esta época en el territorio de la Valaquia actual, es decir, al norte del Danubio inferior, y en las llanuras de la Rusia meridional. Aunque no serán peligrosos para el Imperio bizantino hasta mediados del siglo XI, por su posición geográfica, tenían una gran importancia estratégica para frenar los avances búlgaro, ruso y magiar. En el siglo XI, después de la conquista de Bulgaria por Basilio II, terminaron siendo unos vecinos poderosos, difíciles de mantener en sus fronteras e, incluso, a mediados de este siglo empezaron a ser un serio peligro pues comenzaron a franquear el Danubio. Se convirtieron en los enemigos más temibles del norte y tuvieron que ser comprados a un alto precio para que se mantuviesen fuera de las fronteras del Imperio bizantino.
La relación de Bizancio con el mundo occidental se realizó en dos frentes: uno con la República veneciana, con la que firmó en marzo del 992 un tratado según el cual el peaje que los barcos venecianos pagaban en su comercio con Bizancio se regula de forma favorable a Venecia, encargándose esta última de la política bizantina en el Adriático e intensificándose así su influencia sobre el Imperio. Otro con el emperador Otón con el que, después de una ruptura de relaciones en el reinado de Constantino Porfirogénito, se intentará mantener buenas relaciones, sobre todo por el peligro que el emperador occidental podía ocasionar a las posesiones bizantinas del sur de Italia. Por ello Basilio II y Otón III abrirán negociaciones para el matrimonio del propio Basilio con una sobrina de Otón.
1.2. Contexto socioeconómico
El aspecto social del Imperio bizantino en el período que va del primer al segundo milenio se puede abordar desde distintos puntos de vista. Por lo que se refiere a la demografía, se observa que, después de la fuerte caída de población producida durante los siglos VII y VIII, debida en parte a las frecuentes incursiones de los árabes en las provincias imperiales de Asia Menor, se asiste en esta época a un crecimiento de la población que tendrá un desarrollo distinto según las diversas regiones.
En lo concerniente a la distribución étnica varía según las provincias imperiales: en Italia la población o es latina o está latinizada; en los Balcanes es predominantemente eslava o iliria y los griegos tienen solo una cierta importancia en las ciudades costeras; en Macedonia, por el contrario, la población griega es mayoritaria en dirección al sur, en cambio en el norte la eslavización, con algunas excepciones, es completa; en Grecia, el elemento griego se impone incluso en zonas eslavizadas, y, finalmente, en Anatolia el elemento griego es aplastante, aunque en el siglo XI empiezan a asentarse sirios y armenios.
La sociedad bizantina en esta época era una sociedad esencialmente rural compuesta sobre todo por una aristocracia rural y el pequeño campesinado, con un amplio grupo de funcionarios reales en la capital del Imperio. Si la situación del campo en la época anterior a la de Simeón se basaba en la pequeña explotación familiar, siguiendo el ideal del hombre bizantino de «vivir autárquicamente», en el reinado macedonio la carga fiscal de los pequeños propietarios se hizo tan grande que tenían que recurrir al apoyo de las grandes fortunas, pagándolo con su libertad e independencia, puesto que el pequeño campesino no tenía más remedio que vender sus tierras para hacer frente a las deudas, y los otros campesinos no tenían el dinero suficiente para adquirirlas, por lo que los únicos que podían comprarlas eran los poderosos. Esto ocasionó un grave problema en los siglos IX y X.
Para hacer frente a esta situación se va a desarrollar una política antiaristocrática inaugurada por Romano Lecapeno que tiene su punto culminante con Basilio II. El primero prohibió a los poderosos la compra de tierras en los pueblos donde no tuvieran propiedades y permitió la adquisición de las posesiones de los pequeños propietarios solo a los campesinos. Por su parte, Basilio II recrudeció esta política debido a su odio contra las familias de los magnates que le habían disputado el trono de sus padres y por una toma de posición a favor de los pequeños propietarios, pagadores de impuestos. Así, anuló la venta de todas las tierras hecha por los pequeños propietarios a los poderosos desde el año 922, lo que permitió un gran traspaso de tierras desde los grandes a los pequeños propietarios y de esta manera se podían vigilar y regular mejor las cargas fiscales. Sin embargo, estas medidas resultaron ineficaces y los pequeños campesinos van a ir desapareciendo poco a poco durante los siglos XI y XII.
Junto con esta sociedad predominantemente rural también existía la urbana. Durante este período se observa un crecimiento de la población de las ciudades motivado por el éxodo del campo a la ciudad en busca de trabajo y mejores condiciones de vida y por la práctica ausencia de epidemias. En lo concerniente al desarrollo industrial de la ciudad se puede notar un auge tanto en el mundo artesanal como en lo referente a la metalurgia, cerámica e industria textil.
Desde el punto de vista social, las ciudades cuentan con los siguientes grupos: en primer lugar la gente humilde que busca trabajo y malvive gracias a la labor asistencial de la Iglesia, del emperador, del personal de palacio y de los ricos que invierten dinero en instituciones asistenciales con el fin de perpetuar su memoria; una masa depauperada que constituía la gran mayoría de los habitantes de las ciudades. En segundo lugar, el mundo de los artesanos, asociados en gremios, y del comercio, que prosperaba en esta época porque, al aumentar la población de las ciudades, tenían que procurar el alimento para mucha gente, a lo que habría que unir una creciente demanda de servicios por parte de la clase dirigente. Por último, la aristocracia de servicio formada por las familias terratenientes que iban a la ciudad en busca de un puesto en la corte. Estos normalmente eran enviados a la administración provincial, quedando algunos en el palacio, los hombres de la casa o imperiales, cuyo poder va aumentando. Durante el siglo X esta clase va a contraer fuertes alianzas con la aristocracia terrateniente.
Finalmente, en lo relativo al comercio, se aprecia un gran desarrollo durante este período, aunque será efímero, debido fundamentalmente a tres factores: el dominio de Bizancio sobre las principales rutas marítimas y terrestres, una situación que llega a su culmen en el 963 con la reconquista de las islas y del norte de Siria; además el derecho del comerciante, aunque fuera extranjero, a importar, exportar, comercializar las mercancías e incluso fijar sus precios, pues solo tenían que pagar una tasa aduanera muy reducida (entre un 2% y un 10%), por último, la gran estabilidad monetaria de que gozó el Imperio bizantino.
1.3. Contexto cultural
La situación cultural durante el reinado de la dinastía macedónica pasó por un período de apogeo que empezó con León el Matemático, «la primera figura de un verdadero hombre del Renacimiento»5. Este comenzó estableciendo una escuela en una casa humilde donde enseñaba aquellas materias que sus alumnos solicitaban, que más tarde se convirtió en una especie de escuela superior de enseñanza, gratuita, que algunos han llamado la «Universidad de Bardas».
A su muerte, la antorcha del saber pasó al patriarca Focio, que nos legó obras tan importantes como la Biblioteca, el Léxico y las Amphilochia, libros que son una especie de enciclopedia donde se tratan multitud de temas de carácter religioso, exégesis bíblica, filosofía (sobre todo la de Aristóteles), mitología... En su obra podemos descubrir una crítica severa a Platón, sobre todo por su teoría de las ideas.
Y junto a Focio debemos hacer presente a Aretas, un posible discípulo suyo, que, aunque no fue profesor, tuvo un papel relevante en esta época como filólogo y gozó de gran importancia en este renacimiento cultural al dedicarse precisamente a hacer copiar un buen número de textos paganos y profanos, colocando comentarios personales y escolios a los mismos.
Del siglo X al XII se produjo además en Bizancio un florecimiento de la teología mística de la mano del Pseudo-Dionisio y Máximo el Confesor. A este movimiento pertenece nuestro autor, Simeón el Nuevo Teólogo, junto con Calixto Catafigiotis. Al lado de estos eruditos que se dedican a la mística nos encontramos con otros que siguen la filosofía de Platón como Miguel Psellos y su discípulo Juan Ítalos. Por lo que se refiere al pensamiento cristiano se puede afirmar que en esta época los eruditos, como es el caso del Nuevo Teólogo, emplean con gusto la filosofía griega en aquello que no vaya contra el dogma cristiano.
La gran figura que promoverá un verdadero desarrollo de la enseñanza en Bizancio será el emperador Constantino VII quien, a fin de promover la ciencia y la cultura, fundó una escuela para la que escogió a hombres de su confianza: un profesor de filosofía, otro de retórica, otro de astronomía y otro de geometría.
Aunque su hijo Basilio II no parece haber sido hombre de letras, no por ello dejó de haber signos culturales en su reinado como nos indica el historiador Louis Bréhier:
Después de Juan Tzimisces, no hay ningún testimonio sobre la existencia de una enseñanza pública anterior al año 1045. Basilio II, espíritu superior, pero ante todo guerrero y hombre de acción, no parece haber tenido ni el tiempo ni el deseo de interesarse por los estudios. Pselos se asombra de que bajo el reinado de un emperador que menospreciaba así la ciencia, haya habido tantos rétores y filósofos notables. La instrucción estuvo incluso bastante extendida. Hombres tales como el emperador Argiro (1028-1034), que poseía una cultura griega y latina, o Miguel Ataliatis, que miraba a Constantinopla como la metrópolis del saber, habían recibido una amplia instrucción. Los jóvenes provincianos seguían viniendo a terminar sus estudios en la ciudad imperial, pero solo ahora las escuelas privadas dispensaban la ciencia6.
Terminamos mencionando que también en este siglo se elaboraron otros libros de carácter enciclopédico como el Menologio de Simeón Metafrastes, que consiste en un compendio de textos hagiográficos, 148 en concreto, ordenados según la celebración litúrgica de cada santo, un libro con una gran importancia en los siglos posteriores a juzgar por la gran cantidad de manuscritos que han sobrevivido.
1.4. Contexto eclesiástico
La situación eclesial en la que vivió Simeón está caracterizada sobre todo por la relación del patriarcado de Constantinopla con la sede de Roma, que concluyó en el año 1054 con la ruptura entre ambas y cuya principal causa fue el deseo de la Iglesia de Constantinopla de ser igual a la romana y el recelo de esta, que imponía su supremacía a todo el resto de la Iglesia. Además de este motivo existía la creencia por parte de los bizantinos de que el clero occidental era rudo y sin cultura y la pretensión del emperador bizantino de ejercer una autoridad absoluta en materia religiosa, lo que los occidentales no podían aceptar.
De hecho se juntaron aquí dos modelos de entender la Iglesia: en el caso de Constantinopla se sostenía que el gobierno de la Iglesia debía ser colegiado y la doctrina infalible de la Iglesia tenía que ser proclamada por la asamblea de todos los obispos reunidos, y no por uno solo. La Iglesia romana y, junto a ella, la Iglesia occidental, en cambio, se dirigía hacia una forma de dirección monárquica de la Iglesia universal. Junto a esto había ciertas discrepancias a la hora de entender el dogma trinitario, sobre todo cuando ambos intentaban explicar la procedencia del Espíritu Santo, y ciertos usos de carácter disciplinar y litúrgico.
A estos problemas teológico-disciplinares se unieron ciertos sucesos históricos que fueron enfriando las relaciones entre la Iglesia occidental y oriental. Ya en el año 857 se produjo el conflicto que protagonizaron Focio e Ignacio, por parte bizantina, y el papa Nicolás I, por parte latina, cuando Ignacio, a la sazón patriarca de Constantinopla, fue depuesto por Miguel III y Focio fue colocado en su lugar. A esta decisión se opuso el papa Nicolás I, que no quiso reconocerlo como patriarca hasta que en el año 861 se convocó un concilio en Constantinopla al que asistieron legados pontificios, quienes, después de una larga deliberación, acabaron por aceptarlo como obispo de Constantinopla. Dos años más tarde Focio, que reivindicaba la independencia de la sede patriarcal frente al papado romano, escribió al Papa como a un igual, lo que irritó a Nicolás I, quien en el año 863 excomulgó a Focio, el cual, a su vez, convocó un concilio en el año 867 donde hizo lo mismo con Nicolás I y acusó a los misioneros latinos de graves errores contra la ortodoxia.
Este cisma duró poco porque en el 867 subió al trono Basilio I, que depuso a Focio y volvió a colocar a Ignacio. El emperador llevó a cabo esta acción porque deseaba contentar al papado y a una gran parte del pueblo constantinopolitano, que estaba a favor de Ignacio. Con esta situación, Ignacio y Basilio mandaron unas cartas al papado en las que reconocían la autoridad pontificia y su deseo de supervisión en los asuntos que afectaban a toda la Iglesia. En el 869 hubo, además, un concilio ecuménico en Constantinopla, reconocido hasta hoy solo por los católicos, que depuso a Focio.
Sin embargo la postura de Basilio hacia Focio fue cambiando poco a poco. Primero lo llamó a la corte y le encargó la educación de sus hijos. Luego, cuando Ignacio murió, lo restituyó en el patriarcado y se celebró otro concilio en Constantinopla, que invalidaba el anterior, en el que se afirmaba que Roma no tenía ninguna autoridad sobre la Iglesia universal. La respuesta del papa Nicolás a este concilio no se hizo esperar; enseguida exigió a Focio la rectificación y, al no obtenerla, lanzó un anatema contra él. Sin embargo en esta ocasión las relaciones entre las Iglesias no quedaron rotas.
A comienzos del siglo X volvemos a encontrar otro conflicto entre las Iglesias romana y constantinopolitana por culpa del cuarto matrimonio que pretendía contraer el emperador León VI quien, después de deponer a Focio de la sede patriarcal, había colocado en su puesto a un tal Nicolás. Dado que el emperador no había tenido herederos varones en sus tres matrimonios anteriores, deseaba casarse con su concubina Zoe, con la que había engendrado a un varón llamado Constantino. El patriarca Nicolás, que no veía con buenos ojos la posibilidad de casarse más de dos veces, le prohibió la entrada en la Iglesia en el 906 y se negó a retirar el castigo que se le había impuesto por culpa de este matrimonio.
Por su parte en el 907 el emperador León depuso al patriarca Nicolás y en su lugar colocó a Eutimio. Sin embargo en el año 912 Nicolás volvió a ser puesto en la silla patriarcal y lo primero que hizo fue deponer de todas las sedes a los partidarios de Eutimio, lo que produjo una serie de luchas intestinas entre partidarios de ambos patriarcas que se agravaron hasta la muerte de Eutimio en el 917. En el año 920 Romano Lecaperno publicó el Tomo de la Unión y tres años más tarde se unieron los legados del Papa y el patriarca Nicolás para anatematizar el cuarto matrimonio de León.
En consonancia con la época de esplendor del Imperio bizantino desde el 925 al 1025, el patriarcado de Constantinopla empezó a ejercer su influencia en Bulgaria, Rusia y el sur de Italia, y se afianzó en su pretensión de ser la cabeza religiosa de su área de influencia. Durante estos años hay un período de paz entre las Iglesias latina y griega que durará hasta que en el 1012, siendo obispo de Roma Benedicto VIII (1012-1024), el papa deja de ser nombrado en los «dípticos» (parte de la liturgia en la que se mostraba la comunión con la Iglesia de Roma), por haber este introducido en el credo de la misa la adición Filioque («y del Hijo») en referencia a la procedencia del Espíritu. En 1024, último año de la vida de Basilio II, hubo un intento de reconciliación. Se decidió negociar con el papado para que se le concediera a Constantinopla un área de influencia religiosa como la que tenía Roma en todo el mundo cristiano, lo que no fue aceptado por el papa Juan XIX.
Entre los años 1025 y 1043 ascendió a la sede patriarcal Alejo el Estudita. Este, como sus sucesores, se mostró obsesionado por atraer a la fe ortodoxa a la Iglesia de Armenia, que era monofisita, y ejercer su influencia religiosa sobre el área bizantina. Lo mismo hizo su sucesor, Miguel Cerulario (1043-1058), quien trató de tener bajo su control a las Iglesias separadas monofisitas y, además, se consideró siempre superior a los otros tres patriarcados tradicionales (Antioquía, Alejandría y Jerusalén), e igual a la sede romana, a la que recriminó las costumbres que diferían de la de Constantinopla. No logró su propósito de atraer hacia sí al patriarca de la Iglesia de Armenia, que usaba pan ácimo para celebrar la Eucaristía y ayunaba los sábados, mientras que los bizantinos consagraban con pan fermentado y no ayunaban los sábados. Como no pudo por la vía del diálogo, recurrió al brazo secular, lo que produjo un rechazo mayor por parte de los armenios. Por otro lado, el papado, que durante el siglo X y hasta el nombramiento de León IX (1048) estuvo dominado por los emperadores germánicos, empezó a resurgir después de un siglo de decadencia.
En el año 1054 se produjo la ruptura entre las dos Iglesias en un momento en el que nadie se lo esperaba, ya que el emperador y el obispo de Roma intentaban ponerse de acuerdo para hacer frente al poder normando en el territorio italiano. Aunque se quiso llegar a un acuerdo entre ambas Iglesias, los colaboradores no fueron los más idóneos: por parte bizantina, el ya mencionado patriarca Miguel Cerulario, que era un buen organizador pero también un hombre ambicioso, orgulloso y despótico; por el lado pontificio, el cardenal Humberto, persona intransigente que no toleraba ningún desprecio de nadie.
Todo comenzó con el intento por parte de Roma de imponer los usos romanos a las Iglesias griegas del sur de Italia y, por parte bizantina, de hacer lo mismo en las Iglesias latinas de Constantinopla, mandándolas cerrar en el año 1053. A esto se añadió la petición de Cerulario a León de Ocrida, jefe de la Iglesia búlgara, de enviar una carta llena de insultos contra las prácticas de la Iglesia latina. En respuesta a la actitud de Cerulario sobre los templos latinos, el cardenal Humberto escribió una carta a Cerulario en la que invalidaba su ordenación, por ser un neófito, le reprendía por haber criticado las costumbres latinas y se despedía informando que iría a Constantinopla en una embajada mandada por el Papa y que esperaba encontrarlo en una actitud de arrepentimiento. La embajada llegó a Constantinopla en abril del 1054. Durante tres meses se sucedieron los insultos y los desplantes por parte de los dos hombres de Iglesia, actos impropios de su condición. Después de que Cerulario se negara a que Humberto celebrara misa, este cardenal, como respuesta, colocó sobre el altar una bula de excomunión contra el patriarca y sus partidarios el 16 de julio de 1054 en la iglesia de Santa Sofía.