Kitabı oku: «Elige solo el amor», sayfa 3
III. El ser resucitado
Hijo mío. No estamos hablando de tu sanación, estamos hablando de tu resurrección a la vida eterna. Estamos diciendo claramente que la muerte no existe. O, mejor dicho, estamos recordando ello, pues ya ha sido demostrada esta verdad. Todo lo demás es importante y, sin lugar a dudas, muy importante. Sin embargo, nada es más importante que la resurrección en este camino al cielo. Buscar la sanación es algo entendible y hasta quizá deseable, pues es una búsqueda que procede del impulso irrefrenable del ser a la dicha. La llamada a la felicidad siempre se oirá en tu corazón, y eso hace que nada que pueda ser percibido como contrario a ella pueda dejar de crear resistencia. Todo eso es algo que ya hemos recorrido. No estamos en esa etapa. Es tiempo de dejar atrás la manía por la salud espiritual.
Seguir yendo al médico cuando estás sano no tiene sentido. Si bien este tema ya lo hemos abordado, lo repetimos porque aún sigue quedando en tu mente y corazón, pensamientos y sentimientos que proceden de ese viejo recuerdo. Un recuerdo que procede del largo tiempo en que te percibiste como enfermo. Cuando te percibiste de ese modo, no te gustó lo que viste. En efecto la visión de tu pecado, de la profanación de tu mente santa, si bien fue el inició de tu curación perfecta, fue algo que te recordó una experiencia abrumadora: la experiencia de la separación de Dios.
Es cierto que lo que viste cuando miraste en tu interior y reconociste lo que habías hecho, fue tan aterrador que no pudiste dejar de voltear la mirada hacia otro lado. También es cierto que, al mirar ahí, juraste no volver a mirar nunca más. La experiencia de la visión de tu ser disociado fue algo tan abrumador y perturbador que tu mente y tu corazón quedaron aturdidos. No hay palabra para describir esto. Fue tan grande el dolor que sentiste que te desmayaste. De esto hablamos cuando hablamos del desmayo de Adán, o sueño del olvido de Dios.
Caer en la inconsciencia fue el resultado de ese dolor. Pero si bien eso sucedería en tu mente, aunque no en la verdad, también sucedería la resurrección a la verdad y la vida. Esto se debe a que es imposible que el paso entre lo humano y lo divino quede cerrado. El plan de Dios es compartir contigo, y con todos, el cielo de su mente divina. Este es una concepción divina, en el sentido en que ha sido creado por Dios. Podemos decir, en verdad, que el cielo y Dios son lo mismo, puesto que no existe tal cosa como diferencias entre creador y creado. No existe la separación. Del mismo modo en que tú eres Dios cuando permaneces en la presencia del amor, del mismo modo lo es la creación verdadera, puesto que siempre está unida a su fuente que es el amor. Recuerda que decir Dios y amor es lo mismo.
Aclimatarse al viejo modo de pensar y, por ende, de ser, es lo natural. De tal modo que poco a poco, tal como ya se te ha dicho, irás aclimatándote al verdadero ser que eres y que por tanto tiempo habías olvidado. Te aclimatarás al amor. Vivir con miedo fue la realidad de condensación que viviste antes de tu cuaresma a la resurrección. Ahora comenzaremos a vivir conscientemente sin miedo, al reconocer jubilosamente que somos la resurrección, y de ese modo viviremos en el amor.
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Confianza
Un mensaje de Jesús, identificándose a sí mismo como “el Cristo viviente que vive en ti”
I. Observación
Amado hijo mío.
Hoy quiero que hablemos acerca de la confianza. Observa cómo los patrones de pensamientos de preocupaciones parecen asaltarte una y otra vez. Preocupaciones de todo tipo. Esas preocupaciones proceden en realidad, de una creencia que es contraria a la confianza. Existe preocupación cada vez que crees que preocupándote puedes cambiar lo que es y lo que será, en vez de permitir que tus problemas se resuelvan de otra manera, para que des espacio a lo nuevo.
Hijo mío, confía en mí. Yo ya sé de todas tus preocupaciones. Sé acerca de eso que tanto te angustia. No te olvides que yo soy hombre, y como tal advierto todas tus necesidades. Sé que las cuentas tienen que pagarse. Sé que tienes necesidad de comer. Yo proveo.
Te pido que observes el patrón de preocupación. Al observarlo verás que es un patrón de preocupación recurrente. Siempre tiene formas concretas y similares. El dinero, quizá una compañía, quizá la salud, quizá la seguridad de los hijos. En fin, todos tienen un área en la que se sienten más inseguros. Tal vez sean dos o tres, pero siempre son pocas y muy específicas. Trabajamos ahora con esas áreas para poder experimentar esos patrones de pensamiento y respuesta emocional y poder transmutarlos.
Cuando te sientas preocupado, siéntate, relájate, haz una respiración profunda, conéctate con el deseo y espera a que te sea dada la respuesta. La respuesta al deseo te va a ser dada a su debido tiempo y en la forma perfecta. Vendrá alguien que toque la puerta y te traerá la solución, o se destrabará una situación, o vendrá una idea acertada, o simplemente el problema se resolverá.
Observa cómo el patrón de pensamiento de preocupación bloquea el acceso a la paz y, por ende, a tu verdadero ser. Una vez que el patrón de pensamiento de preocupación se hace presente, y haces real esa preocupación, entonces empieza a abarcar todo el espacio de tu mente y corazón y ahí pierdes la paz. Pasan los días y parece que el problema no se ha resuelto o no se resuelve, pero después miras para atrás y te das cuenta de que lo que veías como un problema fue una bendición. Quizá no lo entiendas al principio. Quizá incluso te moleste, tal como le molesta a un niño cuando la madre amorosa le da una medicina que quizá sepa un poco amarga, pero que le hace bien a su salud.
Si hay algo que la cuaresma ha pretendido traer es la enseñanza de la confianza ilimitada en Dios.
Las preocupaciones son el producto de un programa de pensamiento. Ahora te pido que observes ese mecanismo, que lo reconozcas, y aceptes el hecho de que proceden del miedo. Es miedo a la incertidumbre. Es miedo a no saber qué te deparará el futuro. Este miedo a la incertidumbre genera un estado de angustia que hay que aceptar primero, y luego soltar.
II. Despreocupación
Vivir la vida despreocupadamente es algo que el ego no se puede permitir porque cree que estar preocupado constantemente es estar en alerta. Podemos decir que estar en alerta en razón del miedo es la consigna egoica. Se te pide en estos tiempos de cuaresma que estés alerta a favor del amor. Lo mismo les he pedido a mis amados apóstoles cuando estaban orando y se quedaron dormidos. Lo mismo les pido a todos los que han hecho la opción del amor. Velad, estad alertas en razón del amor. Mirad que el amor siempre viene como amante que siempre busca a su amada.
Estar alerta a favor del amor significa confiar plenamente en el amor actuante de Dios. Esta aclaración que hacemos en referencia a confiar en el amor actuante de Dios no es ociosa. Confiar en tus hermanos para que ellos te resuelvan lo que crees que son tus problemas es llevarte constantemente a un estado de desilusión. Esto se debe a que dos seres semejantes no pueden tener cada uno lo que le falta al otro, para resolverle sus aparentes problemas. Si esto fuera verdad habría que considerar que uno es incompleto y otro no, y eso anularía la igualdad de los hijos de Dios. Esos patrones mentales que llevan a crear preocupaciones inútiles siguen instalados en la mente y es tiempo de dejar que se vayan.
III. Salvación
El miedo siempre busca producir lo que teme. Por lo tanto, cuando uno empieza a desconfiar de la vida o, dicho de otro modo, cuando uno comienza a crear en su interior esos mecanismos de desconfianza, entonces empiezan a suscitarse hechos que confirmen que está justificado desconfiar. Esto se debe a que en realidad la confianza en estos casos está siendo depositada en lo que no es confiable.
Si confías en que el dinero te va a dar la seguridad que estás buscando, tarde o temprano experimentarás que el dinero no es suficiente, o que aparecen nuevos gastos, y así dirás: “nunca es suficiente”. Si depositas tu confianza en el cuerpo, un día aparece una enfermedad, entonces comienzas a decir: “aquí está la prueba de que no puedo confiar en nada ni en nadie”. Cuando depositas tu confianza en una relación con un semejante, padre, hijos, colegas, pareja, amigos, vecinos y haces de esa relación tu salvador, no pasará mucho tiempo antes de que te des cuenta de que tu salvador te va a fallar o que te falló. Si tu salvador es el dinero, tampoco pasará mucho tiempo antes de que experimentes el hecho de que te falle. Y cuando te falla tu salvador, entras en estado de desesperación.
La pregunta que he venido a hacerte hoy es: ¿quién es tu verdadero salvador?
Yo he venido al mundo a salvarte a ti. Te hablo directamente al corazón, porque no hay un todo el mundo a quien yo le hable. Te hablo a ti, y te recuerdo lo que sabes pero que aún te cuesta reconocer, para que en este tiempo de cuaresma aceptes tu absoluta y total dependencia del amor, es decir, de mí. Un día te dije que en la medida en que tu confianza sea plena en mí, en esa medida me hago totalmente dependiente de tu confianza.
Hijo amado, es a mí a quién le corresponde crear la energía necesaria para producir los bienes materiales o situaciones inmateriales o espirituales, necesarias para que cumplas el propósito de tu existencia.
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El amor y la forma
Un mensaje de Jesús, identificándose a sí mismo como “el Cristo viviente que vive en ti”
I. El propósito de ser
Escúchame, ser de mi ser. Escúchenme todos los que reciben estas palabras de sabiduría y amor. Yo no soy un ser amorfo e irresoluto. Si bien mi espíritu es ilimitado y lo abarca todo, porque soy el todo de todo. Si bien es cierto que soy la eterna amorfía del amor, también es cierto que el amor in-atribuible que soy, ha tomado forma y le ha dado un rostro al amor. Este rostro que por primera vez se mostró en el mundo, en el de lo femenino y lo masculino en la figura de María y Jesús de Nazaret, hoy se muestra al mundo en ti.
Tú eres el rostro del amor en la tierra. Ese es tu propósito. Tu propósito y lo que eres es lo mismo. Tu propósito no es una función, tampoco es un trabajo, o algo que haces. Tu propósito es lo que eres. Dado que eres amor, tu propósito es ser amor.
En la medida en que permites que tu consciencia viva plenamente en la verdad de lo que eres, el amor que eres en verdad, en esa medida cumples el propósito de tu existencia.
El propósito del árbol es ser un árbol. El propósito del agua es ser agua. El propósito del viento es ser viento. El árbol, conforme a su naturaleza hará, es decir, manifestará, lo que un árbol es. Dará frutos, sombra, alabará a Dios extendiendo sus ramas como si fueran brazos abiertos en señal de alabanza al Padre, en son de gratitud. Algunos darán un tipo de fruto, otros, otros diferentes. Todos tendrán una raíz, un tronco, ramas, y expresarán belleza, porque son árboles.
El agua de un río fluye y crea las condiciones necesarias para la vida acuática. Dentro de ese río, gracias a la existencia del agua, podrá haber peces, algas y un sinnúmero de seres que viven dentro del ecosistema que crea el agua. Sin el agua no podrían existir. Esta a su vez riega todo lo que atraviesa en su paso, porque es agua.
El viento hace o deja de hacer lo que es propio de él. Estamos recordando que el propósito de la existencia es ser. Esta es la razón por la que hemos dedicado tanto tiempo en hacerte consciente de lo que eres en verdad.
Ser consciente de lo que eres en verdad es lo que te permite vivir como en verdad eres. Esta cuestión de la identidad es lo que he venido a demostrar en el tiempo de la cuaresma. Tu función no es hacer algo. Tu función es ser lo que eres, por lo tanto, ser amor.
Ser amor es un modo de ser. Fuiste creado por el amor para ser amor y expresar el amor divino con tu existencia. Del mismo modo en que un árbol expresa el amor divino a su modo, o el viento a su manera, todos forman parte de las infinitas formas en que se manifiesta el amor, incluyéndote a ti.
Quizá pienses que esta cuestión de la identidad no tenga relación con las enseñanzas de la cuaresma. Sin embargo, déjame recordarte que la cuaresma es la forma extrema de expresión de esta verdad. Toda mi vida fue una vida dedicada a demostrar la verdad acerca de la identidad del hijo de Dios. Este es el motivo por el que he hablado tanto acerca de quién soy.
Esta pregunta de la identidad es la que una y otra vez se va desarrollando a lo largo de la cuaresma, no solo como pregunta teórica para ser respondida desde la metafísica, sino que en los cuarenta días hasta la resurrección a la vida eterna he demostrado de manera particular, y ciertamente extrema, qué soy.
La cuaresma no cumplió ningún otro propósito que el de mostrar de modo claramente visible y e irrefutable, en la forma humana, mi divinidad y la unión de mi naturaleza humana con la naturaleza divina. En otras palabras, podría decir en verdad que he demostrado de manera clara qué es lo que eres tú. Esta es la esencia de la sabiduría cuaresmal. Esta es la razón por la que la cuaresma es algo universal.
He dicho que el tiempo cuaresmal no es un tiempo propio de ciertos rituales o religiones, tal como tampoco lo es la navidad. Cristo no nació de una vez y para siempre y dejó el conocimiento de su encarnación a un grupo de personas para que solo ellos conozcan esta verdad divina y los demás no. De la misma manera, la clara demostración de ser el hombre-dios tampoco fue una demostración de la cual pudieron participar unos pocos, los cuales pasaron a ser dueños de un conocimiento eterno que los demás no pueden conocer.
II. Amor, certeza y realidad
Hijos de todos los tiempos, lugares y creencias: escuchad la voz del amor. Escuchadla porque el amor es sabiduría y en ella es donde encontrarán certeza. En la sabiduría del amor es donde vosotros vais a recibir el amor que están esperando, recibir la certeza que están buscando, la paz que están anhelando, el abrazo que necesitan vuestros corazones. Es en el amor donde todo lo que se necesita es dado.
No he venido a deciros que solo necesitáis el amor y que os quedéis tranquilos con una idea abstracta o metafísica desconectada de vuestra realidad como seres humanos, que vivís en el tiempo y la materia. No, porque si esa fuera la única solución, entonces no habría muchas diferencias con lo que el ego un día les propuso con la idea de separación. El amor no es una idea. El amor no es una abstracción. El amor eres tú. El amor es lo que eres.
Todos vuestros dolores proceden de no estar siendo plenamente vosotros mismos. Siempre que sufres, lo haces porque de alguna manera no estás siendo plenamente tú. Siempre que tienes miedo, es porque de alguna manera percibes que una situación, o una persona, o una cosa, o un algo, o un alguien, pueden hacer que no seas tú. Dicho llanamente, siempre que dejaste de ser tú, sufriste. Siempre que fuiste plenamente tú, fuiste plenamente feliz.
Si el mundo te dio miedo, es porque sentías que no te permitía ser tú mismo. Si no quieres unirte al mundo, es porque de alguna manera crees que tiene el poder de hacer que no seas tú. Piensas eso cada vez que experimentas el hecho de que no haces lo que verdaderamente deseas hacer. Tú sabes quién eres y lo sabes muy bien, porque fuiste creado en la certeza de tu ser. Solo de eso se puede tener certeza.
La verdadera certeza, que es lo que te lleva a sentirte seguro y por lo tanto en paz, procede de la certeza de saber quién eres en verdad. Intentar sustituir esa certeza por otro tipo de certezas, tratando de que el dinero, las relaciones humanas, o muchas otras cosas terminen transformándose en certeza, es lo que ha hecho que vivas en un estado de incertidumbre permanente.
Ciertamente lo que estás buscando es seguridad, para poder vivir sin miedo. Donde no hay seguridad no hay certeza y, por ende, hay duda. Donde hay duda hay incertidumbre acerca de tu propia identidad. Si bien la crisis de identidad ya pasó, aún quedan los recuerdos de los patrones de pensamiento y respuesta emocional respecto de la duda y la certeza.
Fuiste creado en la plena certeza de Dios. Él no dudó acerca de ti ni duda de ninguna manera. Podemos sintetizar, diciendo que si tienes miedo hay duda y eso se debe a que no recuerdas quién eres. Por lo tanto, tu problema ya no es de identidad, sino de memoria. Este es el motivo por el que hemos concebido esta obra que va dirigida a la sanación de la memoria de quién eres en verdad. Nunca será demasiado el recordar una y otra vez que eres el hijo de Dios, que eres invulnerable, que tienes un Padre que piensa, actúa, ama e interviene en tu vida en forma directa. Quizá lo llames milagros, o leyes de la naturaleza. No importa el nombre que le des. Lo que importa es el hecho de que aceptes que Dios no es solamente la pura abstracción, sino que es uno contigo y actúa plenamente en ti.
Si hay algo que he querido demostrar en la cuaresma es precisamente que no existe tal cosa como dos voluntades. Ya hemos hablado acerca de esto. La voluntad de Dios para ti es que seas feliz, al igual que la tuya. Por lo tanto, no hay diferencias en la esencia de lo que dispone el hombre y Dios. Que deseas ser feliz está fuera de toda discusión, pero que no sabes cómo alcanzarla o, mejor dicho, que buscabas alcanzarla de un modo ajeno a la verdad, tampoco hay dudas.
De cómo ser feliz es de lo que estamos hablando. En última instancia esta es la meta, puesto que el pecado, o lo que es contrario al amor, es todo lo que de un modo u otro te priva de felicidad.
III. La seguridad del amor
Hijo mío, quiero cerrar es a sesión pidiéndote que tomes asiento allí donde estés recibiendo estas palabras y te olvides del mundo. Que sueltes todas tus creencias acerca de lo que yo soy. Quiero que hagas silencio y en ese silencio empieces a sentir el amor que eres. Siente cómo tu ser descansa en paz. Siente cómo tu ser vive en armonía. Sumérgete en el silencio. Deja que te abrace. Quédate en silencio y escucha la voz del amor diciéndote:
Hijo, gracias por regresar a casa. Quédate en la presencia de mi amor. Ya has retornado al hogar. Te amo. Velo por ti. Tú eres mi hijo bien amado. Quiero cuidar de ti. No te estoy llamando al sufrimiento, porque yo ya pasé a través de todos los sufrimientos humanos. Lo hice para que tú no tengas que pasar por ellos. No quiero sacrificios, quiero misericordia al igual que tú. Quiero que seas feliz tal como tú también lo deseas. Quiero que sueltes todas las cosas que te preocupan. Dámelas a mí. Esa preocupación que tienes ahora, entrégamela. Te amo.
Mi hijo bien amado. Soy tu padre y quiero cuidarte cada día más. Quiero pedirte de todo corazón, de padre a hijo, que me dejes actuar más en tu vida. Que me permitas demostrarte todo mi amor. Quiero pedirte que te abras a los milagros. Que confíes en mí. Yo voy a resolver tus problemas y vos vas a ser feliz. Te amo, hijo mío. No es necesario que te crucifiques. La crucifixión ya ocurrió y no se necesita que vuelva a ocurrir. Ya no tienes que morir para resucitar, porque la muerte ya fue abolida por mí. Ya no es necesario seguir sufriendo más.
Hijo mío, estás viviendo en los tiempos de la resurrección. Quédate en mi corazón, no te apartes de él. Estoy aquí donde tú estás. Recuerda una vez más que ese problema que tanto te preocupa, hijo mío, lo voy a resolver para ti. Ese miedo que te está paralizando no tiene razón de ser. Lo que crees que ocurrirá no va a suceder. Más bien verás ahí la benevolencia de la creación para contigo.
Amado mío, yo pasé por el monte de los olivos, también por la vía dolorosa hasta la muerte en cruz, y luego me dirigí hacia la resurrección. Lo hice para que el dolor, y todo lo que no formaba parte del amor quede unido a la luz de la santidad y sea transmutado. Todo esto con un solo fin, que seas feliz.
Hijito de mi corazón, confía plenamente en mí.
Soy tu Padre y te amo. Confía en mí.
Ahora decimos amén y nos quedamos en silencio, recibiendo al amor.
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