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I
Los actores transnacionales en la articulación de conexiones y relaciones científicas: algunos ejemplos de la historia de la física en América Latina, siglo xx
Adriana Minor García
El Colegio de México
Introducción
Este capítulo reflexiona sobre el papel del actor transnacional en la articulación de relaciones intelectuales y dinámicas de movilización de conocimiento. Un actor transnacional se distingue por su capacidad de trascender fronteras, con-figurada por las circunstancias de su propia movilidad y plasmada en sus intervenciones en favor de la creación de dinámicas de movilización del conocimiento, particularmente entre aquellos contextos culturales, nacionales e intelectuales en los que han establecido vínculos personales y profesionales. Además de las convicciones del actor transnacional, esta capacidad se conforma en relación con coyunturas históricas que la impulsan u obstaculizan. Este capítulo propone que las relaciones que propicia el actor transnacional constituyen una intervención crucial para la producción de conocimiento. En ese sentido, se sugiere que centrar la atención en actores transnacionales permite aproximarse y comprender cómo se articula la movilización de personas, objetos e ideas siguiendo los nexos y los circuitos de intercambio intelectual creados por éstos.
Centrar la atención en el sujeto en circunstancias de movilidad remite a los cimientos de los fenómenos transnacionales. Al respecto, Bernhard Struck, Kate Ferris y Jacques Revel (2011) han señalado que el sujeto en esas circunstancias, el que destaca por las conexiones que es capaz de crear y por la mezcla de identidades que encarna, sitúa al historiador en la escala más básica de la articulación de espacios transnacionales. Desde este enfoque, el sujeto transnacional representa un prisma en el que su experiencia vital expresa dinámicas de cruce de fronteras (narrativa, física, ideológica y simbólicamente) y desde el cual es posible interconectar múltiples espacios, experiencias y escalas de análisis involucradas en los fenómenos transnacionales. Para Pierre-Yves Saunier (2013) constituye el “caballo de Troya” que le permite al historiador seguir en detalle los procesos que derivan del establecimiento de conexiones.
En una reflexión que pasa entre la experiencia individual y colectiva, los estudios de la migración han demostrado que el enfoque transnacional enriquece la comprensión de la formación de comunidades en circunstancias de movilidad, considerando que las experiencias de la migración desdibujan y reconfiguran los límites territoriales, generan identidades híbridas y nuevas maneras de pertenecer, identificarse y situarse entre varios contextos nacionales y culturales a la vez (Levitt y Jaworsky, 2007). Este enfoque ha resultado inspirador para el estudio de sujetos históricos transnacionales y ha desembocado en interesantes trabajos de tipo biográfico en los cuales el marco de análisis se encuentra en la movilidad, como una aproximación que “captura las vidas que escapan del ámbito del biógrafo nacional: vidas que cruzaron fronteras nacionales o cartográficas, o que sacaron energía emocional, convicciones ideológicas o comprensión práctica de la experiencia ecléctica transnacional” (Deacon, Russell y Woollacott, 2010: 2).1
Aquí se analizan casos de científicos cuyas experiencias vitales y perfiles profesionales fueron marcadas profundamente por el transnacionalismo y, en esas circunstancias, dedicaron sus esfuerzos a la articulación de conexiones, intercambios y relaciones científicas.2 Mediante estos casos, se propone generar una comprensión del papel del actor histórico transnacional más allá de la experiencia individual, al considerar que representa un tipo de persona científica, reconocible en términos generales por su experiencia de movilidad y su capacidad de crear conexiones. Lorraine Daston y Otto H. Sibum (2003) llamaron la atención sobre la pertinencia del término “persona científica”, que se basa en el trabajo del antropólogo francés Marcel Mauss, para distinguir los roles, múltiples y cambiantes históricamente, que han surgido en relación con el posicionamiento de la ciencia como institución social y forma de conocimiento válido. Consideran que el colectivo que se genera alrededor de la ciencia se conpone a partir de ciertos roles que le dotan de sentido cultural compartido y reconocible, que al mismo tiempo producen maneras de situarse como parte de ese colectivo y también de comprender e intervenir el mundo, en determinados contextos que los hacen emerger o desaparecer. No se trata simplemente de identificar especialidades científicas u oficios dentro de la actividad científica, sino de ver cómo se teje la relación entre el individuo y el colectivo científico. En ese sentido, este trabajo propone que el actor transnacional constituye un tipo de persona científica en tanto que su rol en el colectivo científico remite a una manera de intervenir en la actividad científica y producir conocimiento a través de las conexiones que es capaz de crear y que posibilitan la movilización de ideas, personas y objetos. Si se entiende que la producción de conocimiento científico va de la mano de su socialización y circulación, y que la formulación de estrategias para ello constituye una manera de contribuir al conocimiento y a la actividad científica, entonces resulta de capital importancia poner el foco de atención en actores como los que aquí se propone estudiar.
Aunque en este texto se optó por el término “actor transnacional”, es importante señalar otras denominaciones que dan cuenta de la intervención de sujetos con habilidades y circunstancias particulares, las cuales les permiten construir puentes entre diferentes culturas. Alexis de Greiff, por ejemplo, remite al “anfibio cultural” en su definición del actor transnacional: “[…] anfibios culturales que mantienen posiciones de poder y/o influencia en más de un escenario nacional” (De Greiff, 2006: 230).3 A su vez, anfibio cultural alude, según otros autores, a individuos capaces de cruzar múltiples fronteras nacionales, culturales e ideológicas, debido a “[…] sus valores polivalentes, identidades híbridas y espontánea capacidad de adaptación” (Du, 2011: 746),4 que le permiten tener la virtud de establecer diálogos entre los contextos por los cuales transitan. Con un enfoque similar, el término “mediador” ( go-between, en inglés) se ha propuesto para entender cómo ciertos sujetos logran entablar diálogos entre múltiples saberes a partir de su capacidad de interconectar diferentes mundos culturales por los conocimientos que poseen en cuestión de técnicas, disciplinas, lenguajes y, en general, de distintos patrones culturales que pueden reconfigurar y crear nuevas formas de conocimiento y, al mismo tiempo, delinear y mantener fronteras entre culturas como parte de dinámicas de poder asimétricas (Schaffer et al. , 2009). Estos ejemplos muestran la atención que este tipo de actor ha despertado entre los historiadores, debido a que cada vez más se reconoce su importancia para comprender el conocimiento que se genera alrededor de los cruces culturales.
Además, su importancia es mayor si se reconoce, como varios historiadores de la ciencia han planteado, que el conocimiento científico es producto del establecimiento del diálogo de saberes, estrategias comunicativas e intensos procesos de socialización y circulación de conocimiento (Secord, 2004; Schaffer et al. , 2009; Roberts, 2009). Aunado a eso, resulta atractivo recurrir al actor histórico transnacional para demostrar que la capacidad de la ciencia de llegar a contextos muy diversos y extensos está sostenida sobre estrategias, procesos y contingencias múltiples. En esa línea han habido grandes esfuerzos en la historia de la ciencia por cuestionar la idea tan arraigada de que el conocimiento científico posee un atributo esencial de “universalidad”, que dicho sea de paso esta asociación ha servido en buena medida para garantizar un estatus privilegiado de la ciencia frente a otras formas de conocimiento (Roberts, 2009).
Este escrito busca contribuir a reflexionar sobre cómo se construye el alcance global de la ciencia, a partir de preguntas de tipo: ¿A costa de qué? ¿Mediante qué estrategias? ¿Con cuáles restricciones? ¿En qué circunstancias? Éstas se abordan mediante el estudio de los actores transnacionales en el ámbito de las ciencias, en particular de la historia de la física en América Latina en el siglo xx, como Manuel Sandoval Vallarta (1899-1977), Gleb Wataghin (1899-1986) y Guido Beck (1903-1988). La experiencia vital de estos físicos estuvo marcada por su propia movilidad, la cual les planteó dificultades y ventajas, pero les permitió establecer conexiones que favorecieron la movilización de personas, prácticas y objetos científicos. De ahí que en primer lugar se revisarán las circunstancias de esa movilidad, cómo fue que llegaron a situarse en diferentes contextos y consiguieron establecerse por un tiempo determinado, pero tejiendo vínculos en varios lugares a la vez. En segundo lugar se analizarán de qué manera esta situación les permitió establecer conexiones, de qué tipo y en qué direcciones. Por último, se señalarán las situaciones que posibilitaron u obstaculizaron su papel como actores transnacionales.
Movilidad y sedentarismo
Si bien la experiencia de la movilidad configura una parte fundamental del perfil como actor transnacional, también resulta crucial el construir conexiones fuertes (acumular capital político y simbólico) en el lugar donde han decidido establecerse, lo cual implica permanecer ahí un tiempo suficiente para comprender y adaptar sus códigos culturales, como bien señalan Antje Dietze y Katja Naumann (2018). Kapil Raj resalta que un cierto sedentarismo es esencial para que los mediadores culturales ( go-between) puedan actuar como tales: “sólo pueden actuar como mediadores porque son comparativa o explícitamente estáticos” (Raj, 2016: 51).5 Eso no anula que la experiencia de la movilidad produce una marca indeleble en el actor transnacional, lo mismo que su capacidad de adaptarse y asentarse en un nuevo contexto. En todos los casos que aquí se presentan, los actores se asentaron por un tiempo considerable, en términos vitales y profesionales, en un contexto nacional diferente al de su origen. Sus casos remiten a diferentes circunstancias de la migración de científicos, voluntaria o forzada.
Manuel Sandoval Vallarta migró a Estados Unidos en 1917 y permaneció ahí por casi 25 años (Minor, 2019a). Provenía de una familia de la clase política e intelectual de México, que costeó sus estudios de ingeniería en el extranjero. Según llegó a decir, al finalizar sus estudios de bachillerato en la Escuela Nacional Preparatoria en Ciudad de México, se planteó seguir una carrera científica en la Universidad de Cambridge en Inglaterra, pues le interesaba estudiar con el fisicomatemático Joseph Larmor.6 La Primera Guerra Mundial lo hizo desistir de ir a Europa y optó por ir al Cambridge de Nueva Inglaterra, en Estados Unidos. Sandoval Vallarta viajó a Estados Unidos con el propósito de continuar sus estudios universitarios en el Massachusetts Institute of Technology (mit), donde se inscribió en la carrera de ingeniería electroquímica. Al terminar decidió seguir una carrera científica y obtuvo el doctorado en ciencias, con orientación en física, en 1924. Manuel Sandoval Vallarta (mejor conocido entre sus colegas como Manuel S. Vallarta) llegó a ser profesor del Departamento de Física del mit, fue un investigador joven y entusiasta que se especializó en la naciente teoría cuántica. En 1927, el profesor Vallarta (así llamado en Estados Unidos) obtuvo una beca de la Fundación Guggenheim (concedida por lo general a estadounidenses) para tomar cursos y seminarios especializados de física en Alemania, en algunos de los centros de física más importantes del continente europeo. Tal distinción y la calidad de sus investigaciones, particularmente en el tema de la radiación cósmica, lo situó entre los físicos más importantes de Estados Unidos. En 1935, formó parte del directorio científico American Men of Science, a propuesta de sus colegas físicos (Visher, 1947). Se puede notar que Manuel Sandoval Vallarta fue un participante activo, involucrado en la comunidad de físicos de Estados Unidos, sobre todo en la institución y la disciplina a los que dedicó su talento y producción científica.
La migración de este científico fue voluntaria y tenía la expectativa de volver a México una vez que terminara sus estudios, lo cual no ocurrió, sino hasta 1942.7 No obstante, durante su permanencia en Estados Unidos se mantuvo enlazado a México de múltiples formas. Por un lado, volvía durante las vacaciones de verano, así se constata en varios reportes de reincorporaciones tardías al mit debido a diferentes contingencias que complicaban su regreso, el cual solía hacerlo en coche.8 Por otro lado, nunca solicitó la naturalización en Estados Unidos, a pesar de reunir los requisitos; esta situación a veces complicó su estancia allá, como cuando se vio en la necesidad de requerir la visa a inicios de la Segunda Guerra Mundial.9 Al respecto, supongo que sus vínculos y quizá la expectativa de volver algún día a México lo llevaron a evitar la opción de la naturalización. Más adelante se explica que mientras trabajó en el mit mantuvo fuertes vínculos personales y profesionales con su país de origen, que más tarde rendirían frutos en favor de los esfuerzos por crear instituciones y fortalecer la ciencia en México. Más allá de separar sus logros en uno y otro país, resulta más relevante comprender su trayectoria a través de diferentes contextos y su capacidad de crear conexiones entre ellos.
Gleb Wataghin nació en 1899 en Birsula (actualmente Podilsk, ubicado en la región de Odessa, hoy territorio de Ucrania), entonces parte del Imperio ruso (Silva, 1975; Bustamante y Passos, 1993). Su primera formación la cursó en Kiev, pero la Revolución rusa provocó que su familia huyera a Italia, donde se establecieron alrededor de 1919. Wataghin continuó sus estudios profesionales en la Universidad de Turín, ahí obtuvo el doctorado en física en 1922; después, entre 1922 y 1926, fue asistente en el Politécnico de Turín y, a partir de 1927, profesor asociado. Perteneció a una dinámica comunidad de físicos en Italia, entre quienes destacaban Enrico Fermi (recibió el premio Nobel en 1938, año en el que emigró a Estados Unidos) y Bruno Rossi (joven físico que destacó en el estudio de los rayos cósmicos y también emigró a Estados Unidos). El periodo de su formación y consolidación profesional fue notable en cuestión del intercambio intelectual en Europa, gracias a los múltiples congresos científicos, las conferencias Solvay o las estancias de investigación. Éstas lo llevaron al laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge, con Ernest Ruther-ford, y a Copenhagen, con Niels Bohr.
En este contexto, en 1934, Wataghin fue invitado a Brasil para dirigir el Departamento de Física de la naciente Universidade de São Paulo (usp). Al principio consideró que si aceptaba la oferta se aislaría de la comunidad de físicos italianos y, en general, de Europa (Silva, 1975). La invitación fue planteada por Teodoro Ramos, matemático brasileño encargado de visitar diferentes países para reclutar científicos e intelectuales europeos para liderar sus áreas de especialidad en la usp (Schwartzman, 1979). Al parecer, Ramos buscó en Italia opciones para cubrir los campos de física y matemáticas, en parte por una petición de la numerosa comunidad italiana en São Paulo que había hecho importantes donaciones para crear la usp. En principio, Ramos se interesó por Fermi, quien rechazó la oferta y sugirió a Wataghin. Aunque éste se resistió, Fermi lo convenció al hacerle notar que en Brasil tendría un futuro más prometedor que en Italia, donde el fascismo iba en ascenso. En una entrevista de la década del setenta, Wataghin afirmó: “O curso da minha vida foi fortemente influen-ciado, mais uma vez, por uma mudança de pais”, la primera de Rusia a Italia, la segunda de Italia a Brasil (Silva, 1975: 3). El periodo que aquí compete son los 15 años que permaneció en Brasil (1934 y 1949); no obstante, esta migración no implicó un rompimiento ni con la física en Europa ni con sus colegas físicos italianos, con quienes mantuvo comunicación, aun tras el exilio de muchos de ellos.
La trayectoria de movilidad de Guido Beck fue mucho más variada, en términos de las múltiples migraciones que se vio obligado a hacer. Nació en 1903 en Reichenberg (por entonces parte del Imperio austrohúngaro, hoy llamado Liberec en territorio de la República Checa), estudió en Suiza y obtuvo el doctorado en física teórica en la Universidad de Viena, en 1925. Se formó y consolidó su carrera científica en una época de grandes discusiones sobre los fundamentos de la física, conoció y trabajó con importantes físicos teóricos y estuvo en algunos de los grandes centros de investigación europeos, como Leipzig (asistente de Werner Heisenberg por cuatro años), Cambridge (estancia de algunos meses en el laboratorio Cavendish), Copenhague (estancia en el Instituto de Niels Bohr) y Praga (Pinto y Schwartzman, 1977; Videira, 2001). Su búsqueda de opciones para establecerse profesionalmente lo llevó por primera vez al continente americano en 1934, donde consiguió una beca de la Fundación Rockefeller para la Universidad de Kansas, en Estados Unidos.10 Aunque manifestó su deseo de extender su estancia en ese país no obtuvo más opciones de financiamiento. En 1935 aceptó una oferta en la Unión Soviética para ir a Odessa (de donde era originario Wataghin, a quien por cierto conoció en 1930 en un congreso organizado por Fermi, en Roma) (Pinto y Schwartzman, 1977: 26). Sin embargo, las tensiones en Europa y las dificultades a las que se enfrentaba por su origen judío, lo obligaron a buscar nuevas opciones. Volvió a Dinamarca, al Instituto de Niels Bohr, luego probó suerte en París y Lyon, pero debido a su origen austriaco y judío terminó en un campo de concentración en Francia (Pinto y Schwartzman, 1977: 34). Por esta razón intentó volver a Estados Unidos a través del Emergency Committee in Aid of Displaced German Scholars, de la Fundación Rockefeller, pero su solicitud fue desatendida una vez que se supo que estaba a salvo.11 A finales de 1941, aceptó una oferta de trabajo en Portugal, donde permaneció por año y medio. Ahí recibió la invitación para ir al Observatorio Astronómico de Córdoba (oac), en Argentina, que le hizo llegar Ramón Gaviola, quien se había formado en Alemania y, al igual que Beck, había tenido una beca del International Education Board de la Fundación Rockefeller, para realizar una estancia de investigación en Estados Unidos (Ortiz y Rubinstein, 2009).12
A partir de 1943 y hasta su muerte, en 1988, Beck permaneció en América del Sur, donde se desempeñó profesionalmente de manera alternada entre Argentina y Brasil (Videira, 2001). Beck fue un profesor que inspiraba a muchos de sus estudiantes, le preocupaba fortalecer la investigación en física en ambas naciones, pero tenía una idea muy clara: en América Latina sólo sería posible sumando fuerzas. Aunque Beck mantuvo contactos en los múltiples lugares por donde pasó, este capítulo se centra en su trayectoria a través de los mencionados países y por las conexiones que generó entre sus comunidades de físicos.
Guido Beck, Gleb Wataghin y Manuel Sandoval Vallarta son ejemplo de migraciones científicas, si bien en situaciones diferentes. Los tres pertenecieron a una generación de físicos que aprendió mucho de los intercambios académicos, una dinámica que acompañó la constitución de la nueva física, justo en la época de su formación profesional (Kragh, 1999). Sin embargo, las estrategias de intercambio académico que formularon fueron diversas, como se verá a continuación.