Kitabı oku: «Minotauro»

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MINOTAURO

¿Crimen o Sacrificio?

Por:

Sergio Ochoa

Copyright © 2020 - Sergio Ochoa Meraz

A Don Sergio, mi padre

A Don Jorge, mi amigo

Buen viaje caballeros;

Así Sea

Toda historia debería tener un final feliz

Capítulo 1

Un Policía

Roberto Velarde es un policía de cepa, de cantera; se podría decir que lo fue prácticamente desde el momento de ser concebido.

Mirar hacia atrás en su historial familiar es el equivalente a desempolvar placas, nombramientos y fotos de tipos rigurosamente uniformados por aquí y por allá.

Él lo tuvo siempre claro, tan claro que en sus años de mocedad renunció a los placeres mundanos para dedicarse de lleno a la academia en el Distrito Federal.

En sus entrañas permanecía el ardiente deseo de ser detective, de resolver los peores crímenes; de vivir encumbrado. Ser algo así como la versión mexicana de Dick Tracy -el de las historietas de los domingos-

Pero la política, la grilla interna de las corporaciones y los intereses ajenos se encargaron de apagar en él poco a poco la llama de la justicia hasta extinguirla casi en su totalidad; en más de una ocasión Velarde presenció la compra-venta de la justicia, las corruptelas; el precio con el que se tasa la legalidad.

Si había decidido seguir siendo policía era más por un gesto romántico que por otra cosa, tal vez también por vocación. Muy en su interior aún se alojaba esa necesidad imperante de arreglar, de componer, de marcar una diferencia; de distinguirse.

Cuando Roberto Velarde era aún muy joven, a la edad de 19 años, fue invitado por el mismo Dr. Alfonso Quiroz Cuarón, -amigo cercano de su padre y a fin de cuentas paisano- a que se incorporara como interno al equipo de trabajo que investigó, reunió e integró los expedientes que resultarían en la captura de los criminales que resultaron ser los personajes de la época, entre ellos uno que pondría al Distrito Federal en el foco de la prensa sensacionalista de ese momento y en serios artículos periodísticos que le dieron la vuelta al mundo, pues se trataba nada más ni nada menos, que de Gregorio Cárdenas Hernández, alias “el Goyo Cárdenas”.

Estos fueron momentos decisivos en su formación, en su hambre de investigador; el mundo de la psicología criminal a la que tuvo acceso día a día gracias a la tutela de Quiroz Cuarón terminó por perfilar en él a un estupendo agente de la policía judicial federal (habilidades y conocimientos que de igual forma le permitieron aventarse sus liebres como encubierto de la Policía Secreta cuando hubo ocasión para ello).

Pero eso fue hace mucho tiempo, esa voz interior y el deseo de trascender ya se habían opacado casi en su totalidad.

Al día de hoy han pasado ya casi cuarenta años desde entonces y Velarde, con el grado de Capitán se desempeña como detective en el área de homicidios de la Ciudad de Chihuahua capital. No hay mucho trabajo que digamos, al menos no comparado con el de décadas anteriores; ahora el grupo delictivo que lidera un afamado narcotraficante de Guadalajara y prófugo de la justicia tiene, al parecer, muy ocupadas a las distintas autoridades en otros rubros, ya sea para bien o para mal; Velarde y su experiencia ya no son tomados en cuenta, igualmente para bien o para mal. Si tan solo ellos supieran que este tipo tiene más tablas en espionaje que cualquier militar en activo y que en su momento fue el discípulo favorito de Marcelino García Barragán; pero la gente olvida pronto y ninguno de sus compañeros de trabajo lo relacionan con “esos veteranazos”, al menos así los recuerda y refiere él -para sí mismo- sobre todo cuando escucha de los novatos las barbaridades y tonterías en las que incurren al hacer sus investigaciones e integrar sus expedientes.

Velarde compensa la jornada con horas extras haciendo tareas de oficina, para sorpresa de muchos es realmente bueno para capturar archivos y hacer diversas tareas en la IBM PC 5150; la gran habilidad de mecanógrafo que tuvo desde joven la ha conservado hasta su edad adulta. Ahora en lugar de utilizar aquellas hojas de papel carbón respalda la información en discos flexibles de 5” ¼ y cuando hay necesidad de integrar un expediente el ruido de la impresora de punto matriz no cesa; además estiba cajas, cose expedientes y rescata papelería de las feroces ratas.

Ahí, en el archivo muerto es en donde se da tiempo para husmear y ponerse al tanto de todo, prácticamente vive ahí y por mucho que los nuevos agentes guarden celosamente -y bajo llave- sus expedientes, terminarán en una caja apilándose en la muralla que protege a Velarde de cualquier sitio. Ahí, en donde las máquinas de escribir Remington estarían “temporalmente” antes de ser desechadas o donadas a otra oficina y llevan ya seis años una arriba de la otra; ahí en donde el olor de humedad añeja y el polvo acumulado forman una capa tan densa como la nata, es ahí mismo donde los recuerdos fugaces de un ayer dinámico acorralan a un policía que ve con recelo e incredulidad el tener que retirarse, algún día cada vez más próximo.

¿Qué haría después? Se preguntaba con frecuencia. ¿Se convertiría en un Detective Privado, de esos que únicamente contratan para exhibir a maridos infieles?

Ya no habría un combate real al crimen, ni la oportunidad de resolver algún caso que le pusiera en los periódicos, que lo llenara de fama.

Nada es como en las películas; nada.

Capítulo 2

Jorge Sueña

La noche del miércoles 5 de agosto de 1982 la luna llena se apoderaba de la plenitud del cielo de la ciudad de Chihuahua, las noches aún no eran del todo frescas, pero ya habían dejado de ser calurosas.

El viento comenzó a soplar y a recorrer las calles, los gigantescos álamos se comenzaron a mecer extrañados; aún faltaba un poco para que asomaran su característica hojarasca otoñal.

La luz de la luna se vestía con el follaje de estos árboles cuando una repentina ráfaga de fría ventisca se coló desde algún lado y fue a dar al interior de la habitación del Licenciado Jorge Ledezma a través de un resquicio en la ventana, mientras él se estremecía víctima de una pesadilla.

Soñaba con un día cualquiera de su infancia chaveñera: corría por la banqueta de la calle Espejo de regreso de la tienda, traía en la mano una bolsa de papel a reventar de caramelos -ya había adelantado a la boca un par de ellos- y casi a la entrada de una vecindad chocó contra las piernas de una mujer que se le apareció de la nada, ¡por poco la derriba!; era una mujer alta y esbelta, de aspecto sobrio aunque a la vez sombrío, tenía una frondosa cabellera rubia casi platinada que enmarcaba un rostro cuya mirada era profunda aunque vacía.

La mujer se inclinó hacia él y con cierta familiaridad le sujetó de los hombros con ambas manos, le dijo con una voz ronca; áspera: “cuando estés listo me soñarás y entonces te diré qué hacer” … Jorge despertó de un sobresalto, al tiempo que la puerta de su cuarto se cerraba con estrépito estrellando uno de sus cristales de ornamento.

Se quedó inmóvil, confundido… sudaba frío y mientras jadeaba y veía hacia arriba el pequeño candil que oscilaba acompasado del ruido provocado por el viento; no pudo evitar pensar en la espada de Damocles.

La mañana siguiente se apuró para resolver sus pendientes, salió de su casa sin desayunar –como solía hacerlo casi todos los días- caminó un par de calles abajo hacia el Paseo Bolívar en donde abordó un taxi para dirigirse a su oficina, la cual está ubicada en el primer cuadro de la ciudad; ahí le esperaba ya un cerro de expedientes por revisar.

Su trabajo como asesor técnico del Congreso del Estado comprendía, entre otras cosas, revisar que las ocurrencias de los diputados locales y sus ganas de destacar en tribuna con planes, programas, reformas e inquietudes no incurrieran en incongruencias logísticas o contradicciones constitucionales; o ambas; lo cual era lastimeramente común. Pareciese que en cada legislatura estos arrebatos fueran en ascenso.

Había mucho material para sumergir la nariz y documentar contra los códigos, reglamentos y vademécums, pero una idea se había quedado presente en su mente. Eso que le despertó agitado durante la madrugada ¿había sido un sueño, una premonición o parte de un recuerdo? ¿Algo previamente vivido de lo que no lograba recordar nada? La imagen era nítida pero su origen impreciso… ¿había sucedido? ¿Se topó alguna vez con esta mujer? ¿Existía? ¿Existió?

Los recuerdos de la infancia no le eran muy claros del todo, Jorge era un adulto joven pero no gustaba de coleccionar ese tipo de anécdotas, prefería evocar las mocedades de la chavalada, las vivencias de la adolescencia y su llegada a la capital, a donde se largó de su queridísimo Ciudad Juárez para convertirse en chihuahuita, siempre foráneo con ganas de partir de regreso a su terruño, pero de alguna manera casado con la capital.

A él, como a muchos fuereños la capital del estado de Chihuahua le recibió y trató de maravilla, no únicamente por la hospitalidad tan hartamente pregonada de esta ciudad, sino por mérito propio, pues resultó ser un estudiante destacado de la facultad de Derecho, de esos aborrecidos por algunos compañeros por ser los favoritos de los facultativos; sobre todo de los veteranos, de esos a quienes la cátedra les es más una deuda del partido político que les agremió desde nacencia y reconocimiento a su militancia, más que por actividad vocacional.

Así lo era para algunos de ellos, más no para todos y Jorge los supo identificar con facilidad, aunque nunca abusó de su cercanía ni se valió de ella para aprobar ninguna materia.

Al estudiante fuereño, al chaveñero le gustaba la retórica y la declamación; disfrutaba de sus participaciones y pronto cultivó amistad con los otros alumnos destacados de la facultad, de distintos semestres; se dio a conocer por tener una gran habilidad para interpretar y reseñar libros; era un hermeneuta nato.

Su menté regresó del recorrido de recuerdos y no reparó en la hora que era, hasta que escuchó algunos murmullos provenientes de las oficinas vecinas, la gente comenzaba a despedirse para irse a comer, Jorge ni siquiera se había dado tiempo de salir a deleitarse con uno de los exquisitos burritos de machaca con huevo que vendía doña Rosy en su célebre y cercano estanquillo, apenas a unos pasos del edificio en donde trabajaba.

Cuando Jorge no estaba en su despacho andaba como pez en el agua por todo el Palacio de Gobierno; siempre le pareció poco prudente que la oficina del Gobernador y el H. Congreso del Estado estuviesen en el mismo lugar, pero ya era una costumbre de la que nadie disentía.

Intentó sumirse de nueva cuenta en la lectura pero ya le fue imposible concentrarse en algo que no fuese la noche previa, ¿cuántas ocasiones iban ya en que tenía este sueño? ¿Dos? ¿Tres? Y ¿quién era la mujer rubia? ¿Alguna maestra de la primaria? ¿Alguna vecina?

El trabajo se estaba complicando un poco y la mente necesitaba una válvula de escape sin duda, además ya era jueves, así que una visita ligera a la centenaria cantina La Antigua Paz por un par de “jaiboles” estaba más que justificada; una gran ventaja eso de que estuviera ubicada a menos de dos cuadras de su casa; a tiro de piedra como decía él.

Capítulo 3

El Papá de Mariana

Mariana perdió a su padre cuando tenía diecisiete años, aunque referirse a este evento como una pérdida al principio a ella le costó mucho trabajo.

No fue sino el tiempo quien se encargó de poner algunas cosas en su lugar y por lógica consecuente, de desacomodar algunas otras.

Sí, para los demás era una pérdida, una gran pérdida y así lo manifestaba ella a manera de convenio social. Mariana sabía muy bien cómo tratar con estas convenciones sociales; ahora, siendo psicóloga se dedica a la elaboración de perfiles a través de ellas.

Su padre había elegido para ella un futuro de provisión, pero dependencia, con todo y que el Ingeniero Salgado era un hombre culto nunca abandonó la idea costumbrista de que la mujer estaba mejor en su casa: él pensaba con bastante celo que era asunto del hombre salir y hacerse cargo de la probidad, además de no tener que rendir cuentas a nadie -menos a la mujercita- del ¿qué? o ¿cómo?

Poco antes del deceso del patriarca de la familia Salgado las riñas familiares eran el pan y la sal de todos los días, incluidos los fines de semana en el que las salidas a los restaurantes y demás eventos de la vida social se pospusieron hasta nuevo aviso, para evitar los sinsabores públicos.

Mariana desafió a su padre y todo lo que él representaba desde el momento en que le reprochó llevar una doble vida y andar de “ojo alegre”, no le fue difícil reprocharle asistida de toda razón que el Ingeniero tenía al menos un par de hijos fuera de su matrimonio.

Esa niñita que le acompañaba a todos lados, a tomar helado y buscar libros antiguos era ahora una señorita caprichosa, consentida y contestataria que buscaba respuestas, que hacía sentir incómodos a sus padres; que se sentía menospreciada por no haber sido varón:

-Ya te dije lo que debes de hacer Marianita, ¿por qué había de repetirlo?

+ ¡Ya mamá! ¡Te dije que no quería ir! ¡No me gustan esas reuniones y me aburro escuchando siempre lo mismo!

-Hija, es importante para tu papá, ¡Para la familia! ¡Debemos ser justamente eso, una familia y apoyar a tu padre! No te quiero ahí con tu carota, no hagas desatinar a tu papá que bastantes presiones tiene ya en su...

+…Trabajo, sí, ¡ya sé! ¡La misma cantaleta de siempre! ¡Me desespera mamá! ¿Por qué no me lo pide a mí? ¿Por qué te usa de mandadera?

-Más respeto Mariana, ¡No soy mandadera de nadie ¡y si no te lo pide a ti es porque sabe que lo rechazarás, que le dirás que no y que luego te le aventarás encima con tus tonterías!…

+ ¿Cuáles tonterías mamá? Solamente quiero saber ¿por qué tanto misterio? ¿Qué esconde?

-No esconde nada, es mi esposo y lo es desde antes de que nacieras, creo conocerlo mejor que tú y ¡no esconde nada! –Al decir esto sabía que mentía… se mentía a sí misma-

+Sí… antes de que yo naciera era mejor, ¿verdad?

-Ahí vas otra vez con lo mismo, ¡qué fastidio Mariana!

No, no había salida o conclusión definitiva en estos arranques de interrogatorio con la calidad de la Gestapo, el ambiente ríspido que ocasionaba el encontrarse con la antes mocosa agradable y ahora adolescente intratable había orillado al Ing. Salgado a ensimismarse aún más y prácticamente vivir en la biblioteca de la casa, lugar donde deliberadamente no había un televisor, ni una radio que llamaran la atención de la jovencita, quién prefería tirarse de panza en la sala a hojear revistas y hablar por teléfono con las amigas del colegio.

Aquellas tardes de ensueño en donde el Inge y su bella hijita Mariana corrían por el jardín sujetando un rehilete, se sentaban en la fuente a comer helado o se tiraban de espalda a ver el cielo y buscarle forma a las nubes habían quedado atrás para darle una forma de rencor en el corazón de la Sra. Julia Viuda de Salgado, por la irreparable pérdida de su esposo el Inge, y señalar como única responsable a Marianita y sus estúpidos caprichos: estudiar Psicología... ja! como si fuera necesario que estudiara más allá del bachillerato, si bien que se pudo haber casado con cualquier buen mozo que se le apersonó y llenarla de nietos –pensó alguna vez la viuda- pero esas ganas de valerse por sí misma y hacer las cosas a su modo eran más propias de un hombre, un varón. Ese que nunca llegó.

El Ing. Mario Salgado murió de un infarto fulminante mientras estaba en la biblioteca de su casa, su refugio; su santuario.

Se encontraba revisando, por decirlo así, un libro que por accidente recibió Jacobo Aguilar en su librería. No formaba parte de ningún pedido, venía dentro de una caja junto con otros libros que sí habían sido solicitados a una editorial del Distrito Federal, pero este tomo en particular venía embalado con mucho cuidado, envuelto en hojas de periódico y tela, atado con manta.

Se trataba de un volumen en español de finales del año 1800, pesaba un poco más de dos kilos y se encontraba en perfectas condiciones. Jacobo ya le había leído en su totalidad y elaboró una estupenda reseña que se compartió en la más reciente tenida cerrada, celebrada en la Logia de la que ambos formaban parte.

Pero algo no lograba terminar de entender, algo que definitivamente “no cuadraba” ¿cómo es que había aparecido ese libro dentro de la caja?, eso le provocaba una extraña sensación de inquietud, de desazón.

Siendo un hombre de ciencia, o al menos así era como le gustaba verse a sí mismo, Jacobo sintió un alivio cuando el Ing. Salgado le pidió el libro prestado para llevárselo a su casa. No dudó en acceder, de hecho, estaba a punto de pedirle que se lo llevara; pero tampoco quería perderlo. Era una especie de capricho: lo quería propio, pero no deseaba tenerlo cerca, así que la petición le vino bien.

El Ing. Salgado no se obsesionó con la lectura de este libro que incluía algunas obras de Wagner, ya las había leído en otros tomos. Lo que sí le llamó mucho la atención fue el cuidado que se tuvo en la traducción.

Capítulo 4

Feliz Cumpleaños

Jorge entra al bar de un conocido restaurante que está justo en una de las cuatro esquinas que forman la Avenida Colón y la Avenida Juárez. Este lugar es, por así decirlo uno de sus centros de operaciones, “el de manteles largos”.

La sed habitual del fin de semana le invade, busca una mesa y la ocupa, después de ello saluda al mesero, pone al día su crédito y se dispone a comenzar con su acostumbrado ritual de embrutecimiento, el de casi todos los viernes.

A escasos metros de su mesa un grupo de amigas se ha reunido para celebrar un cumpleaños; el de Mariana Salgado: una mujer alta, de tez clara y cabello oscuro, el día de hoy cumple 29 años de edad. Mariana tiene una voz gruesa, presencial, que de inmediato captura la atención de Jorge, quien no tiene oportunidad de disimular en lo absoluto su sorpresa ni su incipiente interés. Pero al parecer no es el momento de cortejar, las amigas ciñen de inmediato un cerco territorial en torno a Mariana y Jorge respeta dicho límite. Saluda a las damas con un gesto galante y sin morbo, instruye al mesero para que les sirva una ronda de bebidas en su nombre, aunque sin afán de perturbar.

- ¡Miguel!

+ ¿Qué se le ofrece mi Lic.?

- ahorita en una chancita invíteles a esas damas una ronda de lo que sea que estén bebiendo, pero, así como es usted, ¡con mucha educación!

+ ¡Claro mi Lic.!

- Espere un par de rondas y luego…

+…Trácales! ¡Así como dice usted mi Lic.!

- Así mero Mike, ¡sin piedad!

¡Jajajajaja! -Ríen los dos.

Las damas están siendo quizás demasiado ruidosas, entregan a Mariana sendos regalos y ella los agradece con detalle, viendo directamente a los ojos a cada una de ellas; en orden y con calma; no hace movimientos bruscos y se asombra con una gran naturalidad, pero sin perder nunca la postura, es toda una maestra en el oscuro arte de la comunicación no verbal y asimismo muy buena en eso de cultivar amistades.

- ¡Qué bárbaras muchachas: Andrea, Luisa, ¡No debieron haberse molestado! ¡Este bolso debió costarles una fortuna!

- ¡Ni tanto Marianita! ¡Además sabemos que te gustan mucho!

+Sí, -agregó Luisa- ¡lo que nos costó un mundo fue ponernos de acuerdo! ¡Qué difícil eh! ¡Mira que más te vale que lo uses tooodos los días, que casi pierdes dos amigas!

Jajajajaja! Soltaron las carcajadas todas.

Andrea, una de las amigas de Mariana no ha dejado de voltear con discreción a ver hacia la mesa del vecino, entre atisbo y atisbo reconoció a un señor joven, que muy al principio mostraba un interés evidente en su mesa, quizás por el argüende, o quizás se fijó en alguna de ellas, pero las últimas dos veces que ha virado para verle lo ubica con la mirada vaga, algo extraviada, da la impresión de que está distraído pensando en algo más.

Ha transcurrido ya el tiempo equivalente a dos bebidas, una cerveza en el caso de Jorge, quien advierte que todas o casi todas las compañeras de Mariana son casadas, todas menos ella. Espera paciente a que el mesero llegue hasta su mesa y entregue a cada una sus bebidas, las mujeres se sorprenden y cuestionan al mesero, quien les indica que: “son cortesía del caballero de aquella mesa-, quien les desea una grata velada y a usted un muy feliz cumpleaños!” Mariana enrojece, Miguel el mesero domina su oficio a la perfección y lo hace muy bien de emisario.

El hielo se ha roto, bebida en mano las damas brindan a lo lejos y Jorge alza su vaso, desea feliz cumpleaños y establece contacto visual con Mariana, quien al final de su tertulia seguramente irá a buscarle hasta su mesa.

El festejo concluye, le sigue una reunión familiar en casa de Mariana. A la voz de “vámonos juntas” le siguió una solitaria de “ahorita las alcanzo, no me tardo” las damas sonrieron maliciosamente, pero asintieron a la petición sin reparos, mientras lanzaban miradas de desapruebo y sospecha sobre la persona de Jorge, quien sostenía un vaso que posaba sobre la mesa, estaba verdaderamente absorto en sus pensamientos; en ese momento Jorge no estaba ahí.

Mariana se aproximó a la mesa de Jorge, llevaba puesto un vestido de colores sólidos, muy conservador y un discreto conjunto de perlas alrededor del cuello que empataban con su juego de pendientes. Nadie personificaba mejor el look de Diana Spencer que ella, pero con el cabello oscuro.

Saludó con su ronca voz, sacando con ello a Jorge de su ausencia:

- ¿Me puedo sentar? Preguntó mientras sacaba su bolso Halston tipo clutch debajo su brazo derecho para posarlo elegantemente sobre la mesa, el brillo de los detalles de metal de entre la piel ilustraron coquetamente la escena.

+ ¡Sí, claro! Respondió Jorge mientras se le quedaba viendo como intentando reconocer a una completa desconocida

Con un poco de vergüenza Mariana preguntó: ¿me recuerda? Soy la del cumpleaños, estaba sentada allá hace un momento. Y señala la mesa en la dirección en que se ubica, con una mueca de sonrisa

+ Ah, desde luego, disculpe, se puso de pie para recibirle: Jorge Ledezma a sus órdenes, extendió la mano para saludarle, me agarró un poco distraído dándole vueltas a un asunto...

- Mariana Salgado -mucho gusto- correspondió al gesto protocolario, si está usted ocupado lo dejamos para mejor ocasión, reviró.

-No… no, disculpe usted. No es de gran importancia y creo que ya le he dedico suficiente tiempo y en realidad no logro concluir nada.

Ambos ocupan sus respectivos equipales, esos característicos sillones de este bar.

+ Lleva usted una sortija muy linda, ¿regalo de su padre? Jorge lanzó un dardo envenenado sin proponérselo

Su intención nunca fue incomodar ni sacar del balance que la dama ya se había apropiado, no fue algo siquiera pensado, pero de haberlo sido se parecería mucho al sonido del golpe que despide un bate de madera cuando se conecta un “hit” macizo directo al jardín central.

Mariana enrojeció súbitamente, tuvo un recorrido mental desde su adolescencia: el día en que recibió el anillo como obsequio, ahora la ausente era ella…

- ¡Sí!, mi papá me lo regaló cuando salí de preparatoria, era de él y lo mandó ajustar para que me quedara a mí.

Mariana se retiró el anillo y lo puso en manos de Jorge, quien lo observó con autentico cuidado y detalle. Se trataba de una pieza de oro de 14 quilates, con grabados en los hombros, en uno de ellos, el escudo de la logia masónica del rito escoces de El Paso Texas, en el otro una “equis” formada de dos pergaminos enrollados sobre una hoja de olivo, distintivo del grupo al que pertenecía el antiguo dueño como custodio de la biblioteca y secretario de acuerdos, sobre la montura el clásico compás y la escuadra, emblema de la masonería y debajo de él dos rubíes y las siglas G11.

Mariana nunca se había quitado de su dedo esa pieza para mostrarla a nadie, súbitamente cayó en la cuenta de ello, pero no se incomodó, por el contrario, su reacción fue tan natural y cómoda que hasta sintió algo de familiaridad.

- ¿Es usted masón?, preguntó Mariana, o ¿cómo lo supo?

+ Jorge mintió: ¡no!, pero trabajo desde siempre con muchos de ellos. Mariana sabía que la primera parte de la respuesta era mentira:

- “Ah, sí, y ¿a qué se dedica usted’?

+ Soy empleado de gobierno, de profesión “leguleyo”

- ¿Cómo?

+ Abogado, ¡pero no litigante!

- ¿Ah no?, ¿entonces de cuáles?

+ De los que asesoran únicamente… ¿Y qué sigue como parte del festejo?

Mariana se incomodó de nuevo, no estaba acostumbrada a tantas preguntas y en sólo un momento Jorge ya sabía más de ella de lo que mucha gente le conocía en años de tratarle.

- Pues nos reuniremos en casa, será algo familiar… sintió que su respuesta carecía de cortesía y reculó titubeante para después pensar en voz alta. “la verdad es que no sabría si fuese buena idea invitarle, no deseo ser pedante, pero mis amigas y mi familia… ay, qué contrariedad!”-se sintió entre la espada y la pared-

+ Descuide, no se sienta incómoda, comprendo. Ya habrá oportunidad de coincidir, yo frecuento este lugar con bastante regularidad. El buen Mike puede dar testimonio de ello, ¿Cierto Mike?

Ahora el mesero era quien se ponía de colores, aunque estaba de pie a una distancia prudente nunca pensó que Jorge lo fuera a incluir en la charla, muy contento asintió a la mención de su persona con un gesto de aprobación silente, Jorge levantó su vaso ligeramente para saludarle y después de ello darle un trago al final de su segunda cerveza.

-Mire Jorge, ya estamos aquí y si lo dejamos a la suerte será difícil coincidir, permítame darle mis datos, únicamente deme oportunidad de llegar primero a casa; mi madre debe estar como loca ya; lo espero, ¡no me vaya a fallar!

+ “¡Nuncamente lo haría!” tomó la tarjeta de presentación y la llevó al bolsillo interior de su saco.

Comúnmente Jorge no atiende a este tipo de invitaciones, asume que representan ya en sí un compromiso y es lo que menos desea, bebió un par de cervezas más y estaba decidido a quedarse ahí pero había algo extraordinario en esta ocasión y repentinamente deseaba investigar este impulso, no eran únicamente las largas piernas de Mariana, era algo que necesitaba abordar con -riguroso escrutinio académico-, se decía a sí mismo sonriendo, como justificando la decisión de atender la invitación de Mariana.

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Litres'teki yayın tarihi:
07 nisan 2020
Hacim:
130 s.
ISBN:
9788835403425
Telif hakkı:
Tektime S.r.l.s.
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