Kitabı oku: «Ella»

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ISBN: 978-84-1114-179-6

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Corto 1

Alejandro

Hay algo que quiero contar, hay algo que voy a decir. Para alguien. Para mí. Para quien lea o escuche esta historia. La vida no es fácil, nunca lo ha sido. Siempre te da la espalda, te traiciona, te olvida, te engaña. La muerte te ofrece una salida. Pero, solo lo diré una vez: hay otras salidas. A pesar de todo lo que pueda hacer la vida, puedes pararte de nuevo y volver a empezar, a intentar. No rendirte. Volverás a caer, pero mientras no estés solo, mientras tengas una meta, todo estará bien, ¿no? Y recuerda que, si te vas, siempre dejarás algo atrás.

Primera etapa

Primera caída

Elina. Ella es alguien muy gentil, siempre sonríe y ríe, intenta ayudar a todos y no es de las que se enoja fácilmente, también tiene mucha paciencia y sabe comprender a las personas. Físicamente siempre ha sido la más bella del salón, quizá fue por eso que me fijé en ella desde la primera vez que la vi. Quizá. La miro siempre desde mi lugar. ¿Cómo puedo acercarme a ella? ¿Cómo le puedo interesar? Mejor me quedo callado. Mejor sigo observando.

Todos los días llega y saluda a todos por sus nombres de pila, incluso a mí. Platica con todos y planea alguna salida en grupo para el fin de semana. Incluso invita a los alumnos de otros salones. Claro que yo nunca acepto, no es que no quiera, es solo que sé que mi madre no me dará el permiso y si no regreso a casa puntal, ella pensará que la he abandonado, como mi padre.

En clases siempre hace apuntes y se los presta a todos. En una ocasión incluso llegué a entrever su bella letra cursiva en una de sus notas. Practica con todo tipo de instrumentos y todas las tardes ayuda en el coro del colegio. Le gustan los deportes y observa las clases de educación física pero nunca se atreve a participar, pues su salud es muy débil. En pocas palabras, puede que solo a mis ojos, pero es perfecta… es simplemente ella.

Ojalá este momento sea eterno. Ojalá que este fuera un cuento de hadas, que pueda regresar el tiempo. Ojalá no lo tuviera que decir, pero todo cambia en el último año de secundaria.

El primer día llega a clases totalmente callada y fría. Aunque no es la única que ha cambiado. Parece más bien que son los demás quienes la tratan diferente. Nadie la mira. Nadie la saluda. Nadie le habla.

Con el tiempo todo va empeorando. Mojan sus zapatos, lanzan sus cosas por la ventana, usan su banco de basurero, la empujan en los pasillos. ¿Qué más pasa cuando me doy la vuelta… cuando parpadeo? ¿Qué más pasa que yo no sé? Tomo como costumbre limpiar su banco antes de que todos entren al salón. ¿Qué más puedo hacer? Es como vivir una pesadilla. Ella solo… no hace nada, solo lo acepta como si se lo mereciera.

Al final, creo que necesitaba que esto pasara o nunca me hubiera atrevido a acercarme.

Después de clases ella se queda en el salón esperando a su madre que no llega hasta tres horas después del timbre. Pasa el tiempo leyendo un libro, como todos los días desde el inicio del año, como si reemplazara la vida por la lectura. Me siento frente a ella, pero ni siquiera levanta la mirada o da muestras de notar mi presencia. No quiero interrumpirla, así que espero a que me dé un poco de su tiempo.

Su pelo ha perdido el brillo de antes, está peinado sin ningún orden, atado con una liga. Su piel está algo pálida, alrededor de los ojos esta se ha oscurecido notablemente. Sus ojos están bastante rojos y resecos, pasan rápidamente por cada palabra del libro. Pasa de página. Me fijo en que sus manos tienen curitas, seguramente por cortarse con alguna hoja. Aparte del uniforme lleva puesto un suéter, como su uniforme termina sucio por la comida que le tiran, termina usando la ropa de deportes o su suéter para esconder su ropa. Ya no lleva puesto ningún collar como antes o alguna pulsera o arete.

Mientras espero, mi mente ya ha imaginado todas las posibles conversaciones. Me saluda, le digo algún chiste y sonríe. Puedo empezar dándole un cumplido. Preguntarle por el libro. Por su día. En caso de extrema necesidad me arriesgo con un acto: caerme de la silla, volcar la silla, gritar su nombre… prender fuego a las cortinas. Todo con tal de llamar su atención.

Suelta un suspiro al tiempo que cierra el libro de golpe, me sobresalto.

—¿Qué quieres? —pregunta con un tono seco. ¿Cuánto ha cambiado su voz? ¿Acaso no era antes tan suave, gentil y musical? ¿No la comparaba siempre con el instrumento más refinado, con el canto de la más bella ave, con la voz de algo celestial? Se crean varias arrugas en su frente mientras su frustración crece, seguramente molesta porque yo no contesto—. Sea lo que sea, dilo de una vez.

—Yo… T-tú…

Mi mente se queda en blanco. ¿Qué pasó con todas las ideas? Me estoy viendo como un idiota. Quiero darle una buena impresión, pero ¿cómo hacerlo si ni siquiera puedo hablar con ella?

Otro suspiro y más arrugas en su frente.

—Si no es nada importante, entonces vete.

—Quiero escucharte cantar.

¿Qué tan rápido se puede arrepentir uno de sus palabras? ¿Acaso mi cabeza lo hace a propósito? O ¿fue una conspiración de mi boca? Pero lo dicho, dicho está. Las palabras no vuelven a entrar en mí. No salen de su cabeza. ¿Puede haber algo peor? Cierro los ojos con fuerza. ¿Cómo se regresa el tiempo? ¿Hay cerca una máquina del tiempo?

Al mantener los ojos cerrados, la oscuridad me envuelve, pero, aun en lo más oscuro, hay luces que parecen dibujar en el aire como si intentaran comunicarse conmigo. En mi cabeza, las luces giran a su alrededor, escribiendo su nombre en el aire, marcando su silueta en la oscuridad. Sí, ella aún está enfrente de mí. Abro los ojos. Ya no estamos en la escuela, sino en mi casa. Cenamos, ella me mira con felicidad como antes y me quiere, me ama.

Pero no estamos en mi casa ni ella sonríe. Frunce la boca con millones de pensamientos reflejados en su frente. La ilusión termina.

Ante mis incrédulos ojos veo como su ceño fruncido y sus arrugas desaparecen para ser remplazados por una sincera sonrisa. Allí está mi máquina del tiempo. Sale de sus resecos labios una risa que, aunque no se compara con las de antaño, me hace olvidar todas las semanas que he pasado preocupado por ella.

Ojalá este momento sea eterno. Fue, y sigue siendo, mi recuerdo más valioso.

No puedo recordar las palabras con las que me respondió, tampoco las quiero recordar. Pasamos un tiempo hablando, sus respuestas son cortas y secas. Vuelve a ser la de antes. A veces uno no se da cuenta de sus propios límites. O, si los conoce, siempre intenta superarlos.

En cada silencio ella retoma su lectura, cada vez que hablo levanta la vista. No debo de hacerme ilusiones, sus ojos demuestran que mis palabras ya no le llegan. Estoy en el límite. Pero no quiero dejarla ir.

Se enoja cada vez más y yo, terco, continúo hablándole. Al final estalla, grita, me pega y se va del salón. Sus palabras crueles son como una daga en mi corazón. La puerta se cierra y ya la perdoné. ¿Qué puedo decir? Es mi culpa. Siempre lo ha sido y siempre lo será.

Los días siguientes a ese me limito a sentarme a su lado y a esperar. Hay veces en las que detiene su lectura y deja que le haga una pregunta. Aprendo a ser discreto, a medir mis palabras. No vuelvo a ponerme en medio de su libro y ella. Sus preguntas favoritas son las relacionadas a los libros, le encanta hablar de las historias y sobre cómo estás la trasportan a otro lado.

—Es como otro mundo, ¿sabes? Allí nadie te juzga, a nadie le importas. Ves cómo los personajes lloran, ríen, luchan, se enojan y se vuelven a levantar. Tú solo estás de observador viviendo la vida de otro, escuchando sus pensamientos, comprendiendo sus dilemas, apoyándolo en silencio.

Quisiera ser uno de los personajes de sus libros favoritos. Un príncipe que la salva de algún peligro. Un noble que se enamora de ella a pesar de los obstáculos. Un estudiante que aprende sobre el amor junto a ella. Algún ser sobrenatural que la enamora locamente. Y que juntos pasamos por todas las dificultades. Juntos. Que no importa los obstáculos, al final siempre terminamos juntos.

Ojalá esto fuera un cuento de hadas.

Quisiera que no tuviera los libros. Los libros siempre van primero. Si ella lee uno, yo tengo que esperar. Si ella quiere leer, yo tengo que esperar. Si va por el clímax de la historia, yo tengo que esperar.

Los libros son mis enemigos. Los que iniciaron todo y lo terminaron.

En poco tiempo me vuelvo un acosador. Después del colegio, en las horas libres, entre clases… en ningún momento me despego de ella. La sigo a todos lados sin perderla de vista. Ella me ignora la mayor parte del tiempo. Solo me dirige la palabra cuando le parece necesario, pero siempre palabras cortas y frías. Noto de inmediato que la gente me observa y murmura sobre mí.

Hay, por supuesto, momentos en los que no puedo evitar separarme de ella. Es en una de estas veces cuando al fin se me acerca una compañera y un grupo de alumnos detrás. Todos me rodean como si me quisieran acorralar, seguramente no me equivoco.

—Em… ¿Por qué eres tan amable con Elina? ¿Acaso olvidaste todo lo que nos hizo? No deberías perdonarla tan fácilmente. Si lo haces ella lo olvidará y volverá a hacerlo. ¿No quieres detenerla? Es por el bien común.

Recuerdo vagamente el nombre de la chica… ¿Cuánto he llegado a cambiar? Antes hubiera podido recordar su nombre, edad, comportamiento, gustos y otras cosas que notaba en la gente. Ahora solo veo su enojo creciendo en su interior, igual que Elina cuando intento pasar los limites. Elina. Ya se me había olvidado su nombre. Siempre pienso en ella. Ella esto, ella aquello. No tiene nombre, no lo necesita. Solo está ella…

—Si sigues así también tendremos que castigarte junto con ella —grita al tiempo que da un golpe en la mesa de mi asiento. Sus manos se ponen rojas y las esconde en su espalda para disimular.

Estoy seguro de que sigue hablando, pero… ¿cuándo llegará ella? Ha dicho que solo tenía que cambiar su libro ahora que lo ha acabado. No le gusta que la acompañe a la biblioteca. ¿Por qué? Quiero saber. Quiero saber más de ella. Quiero seguir conociéndola. Hasta poder predecir cada una de sus reacciones, expresiones y pensamientos… No, eso no basta, quiero conocerla más.

Ella entra al salón y me apresuro a ir a su lado. Mira desconfiada a los alumnos aún reunidos. ¿Aún siguen allí? Da media vuelta y sale del salón. La sigo. No basta, nunca será suficiente. Nunca llegaré a conocerla tan bien. Eso es bueno, ¿no? Así no hay manera de que deje de sorprenderme.

Al día siguiente todas las bromas pasan a ser dirigidas a mí. Rayan mis libretas, meten basura en mi mochila, me avientan cosas, me quitan otras, se burlan mientras camino por los pasillos… Nada de eso me importa. Yo la tengo a ella, aunque ella tenga a los libros.

El invierno llega y con él unos largos días de espera en los que no puedo verla. Me siento tan vacío sin ella. Sin poder verla. Sin poder hablarle. Sin poder estar con ella. Junto a ella. Sentado con ella. Comiendo con ella. En silencio con ella. Las horas lejos de ella son una tortura, ¿qué más si no? Horas, minutos, segundos. Todos pasan lentos en el reloj. Las noches solo me recuerdan que al día siguiente tampoco la veré, que este no es más que otro día sin ella. ¿Es este tiempo tan lento el mismo que pasa cuando estoy con ella? ¿Por qué nunca puede ir el tiempo lento con ella y rápido sin ella? No hay forma de dormir tranquilo, no hay forma de sonreír durante el día. El sol se burla, las estrellas me ignoran y la luna solo me recuerda a ella.

Aún más importante, aún más intrigante es la pregunta que con cada segundo regresa a mi mente. Que se alza sobre cualquier otro pensamiento, sin importar el momento. Que termina día tras día, noche tras noche, sin ninguna respuesta. ¿Cómo es posible que ella pueda ocupar cada pensamiento, segundo y sentimiento de mi vida?

De regreso a la escuela, ella me sorprende prestándome un libro. No dice palabra alguna, simplemente lo pone en mi asiento y continúa leyendo. Sonrió.

Lo leo como si cada palabra fuera de ella. Lo cuido como si sus letras fueran de oro y sus hojas del papel más delicado. Lo atesoro como si fuera su corazón. Aquel es un avance, ¿no? Ahora podremos hablar de temas que a ella le interesan, temas que yo también entenderé, de los que podré comentar y dar opinión.

Antes de devolverlo, me lo aprendo de ida y vuelta. Logro que hablemos sobre el libro. Ella se ve feliz, distraída, pero se esfuerza por prestarme atención. Aunque, como siempre, no dura mucho, no se enoja ni nada de eso, regresa al libro olvidándose de mí. El momento es corto, pero es un avance, ¿no?

El mismo día me presta otro que lleva consigo. ¿Cuántos más esconde en su mochila? ¿Cuántos más están cuidadosamente guardados en un estante en su casa?

Días después, cuando voy por la mitad del tercer libro, tenemos una discusión. Es mi culpa, igual que siempre.

El libro cuenta sobre una chava que lee mucho, intento que ella se identifique y vea que es mejor dejarlo. Se enoja, intento amenazarla, se burla de mí y se va, sale del solitario salón azotando la puerta a su paso. La dejo ir.

¿Qué puedo decirle? Yo siempre la cuido y me preocupo por ella y ¿soy yo el que está mal? Aquella noche termino de leer el libro: la chava se enamora y terminan juntos. ¿Acaso los libros se burlan de mí? ¿Acaso tienen algo en contra de mí? ¿Se dan cuenta de lo que pasa? ¿Por qué no me la quieren entregar? ¿Por qué mantenerla atada a la fantasía? ¿Por qué? Yo solo quiero su felicidad. Yo la haría feliz, la cuidaría. ¿Por qué mantenerla atrapada entre historias? Y ¿por qué sacarla? ¿Qué tiene de bueno la realidad? ¿Acaso la realidad es mejor que la fantasía? ¿No es esta la que la aleja de mi lado? ¿No es esta la que me hace sufrir? Y ¿yo quiero sacarla de la fantasía? ¿Para qué? ¿Para llevarla conmigo a la oscuridad de la realidad? Yo solo quiero su felicidad. Y la fantasía la hace feliz, así que está bien, ¿no?

En cuanto la vuelvo a ver, me aseguro de que escuche mi disculpa. Ella vuelve a ser la de antes, a sumergirse en el mundo de la fantasía, yo vuelvo a observarla. Está bien. Es feliz y eso es lo único que importa.

En mi casa solo vivimos mi madre y yo, pero trabaja la mitad del tiempo y la otra mitad evita ir a la casa. Por eso me sorprendo al encontrarla una mañana en la cocina esperándome. Me informa de que al día siguiente tendremos que mudarnos. La miro a la cara mostrando en mis ojos el desacuerdo. No decimos ni una palabra, solo nos observamos mutuamente. No quiero separarme de ella, no la abandonaré, no ahora, no después. Nunca. Haré lo que sea necesario para mantenerme a su lado.

Veo en los ojos de mi madre la tristeza que mi rechazo le provoca. Sé que, de igual manera, yo soy lo único que mi madre tiene. Por dentro, muy por dentro, me siento arrepentido por no querer apoyarla. Sé que se pasa horas trabajando por mí, que si siempre está ocupada es por su trabajo, que si no quiere regresar a casa temprano es por los recuerdos que esta le provocan. Varias veces en la noche he visto la luz prendida en su cuarto. Mi madre trabaja. Mi madre llora. Mi madre se angustia. Mi madre se enoja. Mi madre se desvela temiendo al sueño. Y, cuando mi madre sueña, solo recuerda la cara de mi padre.

Odia a mi padre. Odia que se haya ido. Odia que yo me parezca tanto. Odia que mi pelo se vea como el de mi padre. Odia que mi voz sea grave como la de mi padre. Odia que mi comportamiento sea tan parecido. Pero aun así me quiere, a pesar del odio que le provoco. Aun así, sigue trabajando. Sigue atrapada en su propio infierno solo por mí. Durante un tiempo fuimos la única compañía y consuelo para el otro. Ahora yo la tengo a ella y no pienso perderla.

¿Qué está haciendo ahora? ¿Preparándose para el colegio? Seguramente no, ya no le importa lo que los demás piensan de ella y, de igual modo, la forma en que la ven.

Sin darme cuenta agarro mi mochila, salgo de la casa sin decir palabra. ¿Cómo es su casa? ¿Podría identificarla con solo verla? ¿Tiene hermanos? ¿Hermanas? ¿Cómo es su padre? Conozco a su madre, pero solo de lejos, siempre detrás de la ventana del auto. ¿Le gustan los animales? ¿Tiene alguno en casa? Se enojará si se lo pregunto, igual que en todo momento que la interrumpo. ¿Valdrá la pena?

¿Cómo se tomará ella la noticia? ¿Se pondrá triste con mi partida? ¿Le dará igual? ¿Cómo empezar? ¿Qué decir? ¿Qué hacer? Ella se queda allí sentada sumergida en su lectura y yo no puedo hacer otra cosa que observarla y seguir sosteniendo el último libro que me prestó.

—¿Qué pasa? —pregunta. En sus ojos puedo ver la verdadera curiosidad tras sus palabras. Cuanto extrañaré sus ojos, su voz, su sola presencia. Nada volverá a ser como antes. Desde el momento en que le hablé aquel día, mi vida empezó a girar alrededor de ella. No, antes aun—. ¿No te gusta el libro?

—Por supuesto que me gusta… Es solo que… —Sus ojos me miran fijamente, tratando de comprender mis palabras—. Mañana me mudaré, me cambiaré de casa y de escuela.

—Está bien —contesta.

Regresa a la lectura. ¿Está bien? ¿Eso es lo único que va a decir? ¿Cómo le puede importar tan poco? ¿Todo lo que he hecho ha sido en vano? Sin querer, mis pensamientos salen de mi boca y ella me mira en silencio. Durante un segundo logro ver sus bellos ojos. Durante un segundo logro ver sus pensamientos. Un segundo que basta para que se me parta el corazón. Ella se encoge de hombros y regresa a la lectura. ¿Cómo quiere engañarme con eso? ¿Cuánto tiempo cree que yo he estado a su lado? No fue en vano, nunca lo ha sido. Quizá nunca me valoró. Quizá nunca me trató bien. Quizá nunca me prestó atención. Pero estaba ella. ¿Qué más se puede desear? Y ¿ahora me dice que mi partida le da igual? En sus ojos puedo ver la tristeza acumulándose. ¿Por qué tiene que mentir? ¿Por qué no decirme la verdad?

—Deja de decir tonterías. No creas que me conoces tan bien. Si te vas a ir, vete, me da igual —está gritando. ¿Por qué se enoja? ¿Qué he dicho ahora para que cambie así su humor? Se levanta bruscamente y abandona el salón azotando la puerta al salir.

Curiosamente recuerdo preocuparme por la puerta.

¿Que no la conozco tan bien? ¿Qué hay en ella que aún ignoro? Pero no he podido predecir aquel cambio tan brusco. ¿Por qué de repente todo lo que pienso lo digo en voz alta? ¿Por qué no logro mantener en silencio aquello que me callo?

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