Kitabı oku: «Este ser el día del Gran Dios y otros relatos Impresionantes sobre el sábado», sayfa 2

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–Comienza a maullar de la peor manera y no se detiene hasta que no le damos un trozo de pan. Pero nunca lo come enfrente de nosotros. Toma el pan y desaparece. Supusimos que tenía más hambre de lo habitual o que tenía un lugar secreto en alguna parte. Ahora entiendo: ¡el gato de mi hija ha estado dándole mi pan!

Pieter estaba maravillado y alababa a Dios en su corazón.

–Si el gato de mi hija lo seguirá alimentando todos los días con mi pan –continuó el comandante–, supongo que nunca podré hacerle pasar hambre para lograr que cumpla mis órdenes.

–¡Sí, señor! –estuvo de acuerdo Pieter.

–Es decir que es en vano que lo ponga en confinamiento solitario o que trate de matarlo de hambre hasta que sea sumiso.

–¡Sí, señor!

–No funcionará.

–¡No, señor! Quiero decir: ¡sí, señor!

–Su Dios está tratando de decirme algo. Y eso es que, usted soldado, necesita el sábado libre para adorarlo. ¡Bien, lo tendrá!

–¡Sí, señor! ¡Gracias, señor! –Pieter saludó nuevamente.

–Es libre. ¡Puede retirarse!

Pieter saludó, entrechocó sus talones y regresó a las barracas.

El comandante cumplió su promesa. Permitió que Pieter adorara a Dios cada sábado mientras estuvo bajo sus órdenes. Y todo sucedió gracias a un Dios poderoso que le pidió a un gato que llevara un trozo de pan a través de la ventana de una celda para alimentar a un soldado fiel que tuvo la valentía de obedecer a Dios en lugar de a un oficial obstinado, sin importar las consecuencias.

Pieter todavía asegura: “Las promesas de Dios son verdaderas. Si crees y actúas por fe, tendrás asegurados tu pan y tu agua. ¡Hasta un gato puede ayudar a proveer para ti!”

Capítulo 3
Salvados por un cuadro en la pared


En Ruanda, un país que se hizo famoso gracias a Dian Fossey y su estudio de los gorilas de montaña, viven dos grupos de personas: los tutsis y los hutus. Es bastante difícil distinguir estos dos grupos. Algunos dicen que el tutsi promedio es más alto que el hutu promedio, pero esto no siempre es cierto. Cierta vez, cuando Bélgica gobernaba el país, los belgas daban los mejores empleos a los tutsis, probablemente porque tenían más educación que los hutus. No hace falta decir que los hutus no estaban muy contentos al respecto. En la década de 1990, muchos hutus y un buen número de tutsis sintieron que tenían razones para molestarse los unos con los otros.

Hacia 1994, el odio entre los tutsis y los hutus se salió de control. Los hutus comenzaron a atacar a los tutsis con machetes hasta matarlos. Pronto, prácticamente todos se involucraron en la matanza, incluso los cristianos. Y –lamento decirlo– hasta adventistas del séptimo día participaron en el caos, matando a hermanos adventistas por la simple razón de que eran tutsis.

Dado que los hutus iban casa por casa buscando tutsis para atacarlos, cierto miembro de iglesia (llamémoslo Salomón) tenía miedo por su vida. Comprensiblemente, temía salir de su casa y también tenía miedo de estar en ella. Salomón y su esposa, embarazada, decidieron esconderse en el ático, que no era más que un lugar entre el cielo raso y el techo, con espacio apenas suficiente para que ellos se acostaran y esperaran. Estuvieron allí durante cuatro días y nadie llegó. Entonces, se dieron cuenta de que era sábado y ansiaban celebrarlo con su tradicional baño sabático.

Planeando volver a su escondite tan pronto como se hubieran bañado, la esposa de Salomón fue primero, gateando hacia la entrada del ático. Pero el cielo raso no era muy firme, y ella estaba más pesada por su embarazo. En un instante, cayó desde el cielo raso hasta el piso.

Al escuchar el ruido, Salomón gateó para ver qué había pasado, y también se cayó, y lo hizo sobre su esposa.

Justo en ese momento, escucharon un ruido afuera. Era el sonido de piedras que golpeaban contra la casa. Para su consternación, la pareja se dio cuenta de que habían abandonado su escondite justo cuando pasaban los hutus. Al mirarse asustados, los dos tuvieron el mismo pensamiento: ¡Si tan solo nos hubiéramos quedado en el ático y olvidado del baño sabático! Quizá debimos tomar el baño el viernes en preparación para el sábado, pero ahora es demasiado tarde.

No podían regresar al ático, porque le faltaba un pedazo al cielo raso y sería el primer lugar donde buscaría la turba. Tenían que pensar en algo, y rápido. Susurrando con rapidez y terror oraciones en las que solicitaban la ayuda de Dios, corrieron al dormitorio. Salomón ayudó a su esposa, embarazada, a esconderse debajo de la cama y luego él también se escondió en ese lugar.

Allí permanecieron escuchando a los hutus que saqueaban su casa, tomando todo lo que podían llevar y rompiendo todo lo que no podían llevar. Resistiendo el impulso de salvar su querida casa y sus preciosas pertenencias, los esposos permanecieron inmóviles debajo de la cama, temerosos por sus vidas, deseando no ser descubiertos a medida que los saqueadores se acercaban a ellos. Finalmente los hutus, enfurecidos, entraron en la habitación.

Lamentablemente, en su apuro por esconderse debajo de la cama, Salomón había perdido un zapato, que quedó en el piso al lado de la cama. Uno de los hutus recogió el zapato, lo levantó en alto y gritó:

–¡Miren lo que encontré! ¡Un zapato!

Se produjo un silencio incómodo hasta que alguien del otro lado de la habitación exclamó:

–¡Tonto! ¿Qué vas a hacer con un solo zapato? Tienes dos pies, ¿verdad? ¡Olvídalo!

–Tenía dos pies la última vez que me fijé. En eso tienes razón –estuvo de acuerdo el primer hombre–. Apuesto a que el dueño de este zapato también tiene dos pies. Así que, si encontré uno debe haber otro en alguna parte. ¡Lo voy a buscar!

–¡Buena suerte! –se rio el otro hombre–. Probablemente escapó con el otro zapato puesto.

Debajo de la cama, el corazón de Salomón latía con fuerza. Esperaba que no lo descubrieran, pero temía lo peor.

El saqueador que tenía el zapato miró debajo de la cama y exclamó:

–¡Encontré el otro zapato!

Tiró del zapato, pero no salía con facilidad.

–Está pegado... ¡a un pie!

Este anunció llamó la atención de todos y se apresuraron a ir hasta la cama. Le gritaron a la pareja:

–¡Salgan!

Pero, aunque trataban de salir, no podían hacerlo. Además de estar paralizados por el temor, el espacio que había debajo de la cama era demasiado pequeño y estaban atascados. Muy a pesar de la pareja, la turba estaba ansiosa por ayudarlos, y sacó el colchón, el soporte y finalmente la estructura de la cama. Expuestos como cervatillos iluminados por reflectores, Salomón y su esposa yacían petrificados en el piso.

–¡Párense! –gritaron los saqueadores.

Los tomaron y los obligaron a pararse.

–¡Dennos su dinero! –pidió la turba.

–No tenemos nada de dinero –contestó Salomón–. Somos empleados de la iglesia.

Como no les gustó lo que habían escuchado, los saqueadores levantaron sus machetes. Salomón y su esposa cerraron sus ojos, preparándose mentalmente para morir.

En ese instante, seis miembros de la milicia irrumpieron en la casa y ordenaron a la turba que se retirara. Viendo las ametralladoras de los militares, la turba se dio cuenta de que sus machetes no les servían de nada. Obedecieron al instante, corriendo hacia la puerta con lo que pudieron llevarse.

Si bien estaban agradecidos de haberse librado de la turba, Salomón y su esposa no se sentían seguros. Muchos de los miembros de la milicia también odian a los tutsis. Estos soldados ¿habrián venido a traer paz o a causar más problemas?

Uno de los soldados, que parecía ser el líder, miró a su alrededor en la casa saqueada y vio un cuadro todavía colgado en su lugar en la pared. Quizás era lo único que quedaba en la casa luego de haber pasado la turba. Era un cuadro de Jesús. Sobre la cara de Cristo estaban escritas las palabras “Adventista del Séptimo Día”. Volviéndose a Salomón, el soldado preguntó:

–¿Eres cristiano?

De alguna manera Salomón se sintió impulsado a contestar, y mirando al soldado a los ojos le dijo:

–Sí.

–Entonces, no te preocupes –dijo el soldado–. No te mataremos. No queremos la sangre de un cristiano en nuestras manos, ¿verdad?

Se volvió a los otros cinco, quienes asintieron inmediatamente.

El sudor se deslizaba por las espaldas de la pareja de tutsis a medida que el alivio inundaba sus almas.

–¿Hay algo que podamos hacer por ustedes? –preguntó el líder de los soldados–. No es seguro aquí.

La pareja asintió.

–¿Dónde les gustaría que los llevemos?

–Hay una iglesia adventista a unos quinientos metros de nuestra casa –dijo Salomón–. ¿Pueden llevarnos hasta allí? Es sábado, así que deben estar teniendo el culto.

–¿Con tanta violencia alrededor? –preguntó el soldado dudando–. ¿Piensan que alguien estará en la iglesia?

–Quizá no –Salomón se mordió los labios–. Es difícil decirlo teniendo en cuenta las circunstancias actuales. Pero el pastor estará allí.

–¿Están seguros de que estarán a salvo?

–El pastor es hutu –admitió Salomón–, pero es un buen hombre. Sé que quiere ayudar a los tutsis. Confío en él.

Los militares estuvieron de acuerdo. Los seis rodearon a la pareja como guardaespaldas y los escoltaron hasta la iglesia. Cuando llegaron, los soldados llamaron a la puerta. El pastor hutu abrió una rendija cautelosamente, reconoció a la pareja tutsi en medio de los guardias y abrió la puerta de par en par.

–¡Bienvenido y feliz sábado, Salomón! ¿En qué te puedo ayudar? Tu esposa ¿está bien?

Salomón le contó acerca de la turba que había saqueado su casa y había amenazado sus vidas.

–No creo que estemos seguros en casa –dijo–. ¿Podemos quedarnos en la iglesia?

–Por supuesto, pasen.

El pastor sonrió mientras entraban. Salomón se volvió y agradeció a los soldados, que luego de haberlos dejado a salvo se marcharon.

–Estamos escondiendo tutsis detrás del bautisterio –dijo el pastor hutu en un susurro mientras guiaba a la pareja por el pasillo–. El lugar está un poquito abarrotado, como pueden imaginarse, pero pueden quedarse mientras estén a salvo.

Salomón y su esposa se escondieron junto con los otros tutsis por un tiempo. El pastor hutu nunca los delató.

Un día, el pastor se dirigió al escondite y anunció sombríamente:

–Me temo que el santuario de la iglesia ya no es seguro... Tendrán que irse. Pero no se preocupen –sonrió con gracia–. Hice arreglos para ustedes.

El pastor hutu transfirió a los tutsis en secreto a un hotel. Salomón y su esposa fueron ubicados en la habitación 109, donde permanecieron durante varios días mientras había violencia afuera. Entonces, para su consternación, escucharon el temible sonido de una turba hutu que ingresaba al hotel. Los hutus entraron a la fuerza en cada habitación buscando tutsis. Mientras se acercaban, la pareja permanecía en su habitación con la puerta trabada; sabían que si abrían la puerta y corrían tratando de escapar llamarían la atención. Sería peor para ellos afuera.

El caos llegó a la habitación 105, aterrorizando a los tutsis que estaban adentro. Salomón y su esposa resistieron el impulso de contestar a los pedidos de auxilio y los gritos de sus vecinos. Se acurrucaron en una esquina, sabiendo que pronto, luego de que se forzaran cuatro puertas más, sería su turno de morir.

Repentinamente, llegó la milicia y ordenó a la turba que se retirara. La turba obedeció. Otra vez Salomón y su esposa habían salvado su vida.

Finalmente, luego de la intervención externa de los franceses, cesaron las hostilidades, y Salomón y su esposa volvieron a su hogar y a asistir al templo. En una reunión de la iglesia, se enteraron de que los hutus, algunos de ellos adventistas, habían matado a 56 pastores adventistas tutsis. Cada uno de esos pastores había pastoreado a doscientos miembros de Ruanda. En ese momento, Salomón sintió que debía ser un ministro. Si tan solo pudiera ir a los Estados Unidos a estudiar en el seminario teológico y luego regresar a Ruanda... Entonces podía ayudar a reemplazar a alguno de los pastores asesinados en la matanza.

Al pasar el tiempo, se vio que Dios había sido bueno con Salomón y su familia. A pesar de la caída desde el ático, el embarazo de su esposa llegó a término y dio a luz a un hermoso varoncito. Luego Salomón y su familia fueron aceptados como estudiantes en la Universidad de Andrews, y Estados Unidos les concedió asilo político. Esto les permitió conseguir visas de trabajo y así pudieron enviar a su hijo a la Escuela Primaria Ruth Murdoch.

Mirando hacia atrás, Salomón está seguro de que Dios salvó a su familia por lo menos tres veces en Ruanda. Cada mañana Salomón recuerda que él, su esposa y su hijo son milagros vivientes... y todo comenzó con un cuadro de Jesús en la pared de su dormitorio.

Capítulo 4
El examen en sábado de Shahine


Shahine nació en Estambul más o menos en la época en la que Turquía se convirtió en un país. Su madre fue una de las primeras adventistas del séptimo día en lo que una vez fue el Imperio Otomano. Su padre no era adventista: era un cristiano armenio. Los armenios son una minoría cristiana en una región musulmana del mundo. Su padre apoyaba las creencias de su esposa y permitía que Shahine fuera educada como una cristiana adventista.

Cuando Shahine fue a la escuela, debía asistir a clases seis días a la semana: de lunes a sábados. Pero los sábados Shahine quería adorar a Dios como él había enseñado a hacer a su pueblo en la Biblia. Por lo tanto, no asistía a clases los sábados, sino que iba a la iglesia y celebraba las maravillas que Dios había hecho por su pueblo.

Cada lunes, cuando volvía a la escuela, había una nota esperándola en su escritorio diciendo que el director quería hablar con ella.

Como ella tenía una idea bastante clara de por qué quería verla el director, no tenía muchos deseos de hablar con él. Pero, por respeto a su cargo, iba a su oficina de todas maneras. Luego de llamar a la puerta, el director le abría y la hacía pasar. Se sentaba en su escritorio mientras Shahine permanecía de pie cortésmente esperando que él hablara, temiendo lo que escucharía.

–¿Por qué no viniste a la escuela el sábado? –preguntaba el director.

Ella le explicaba sus creencias como adventista del séptimo día, diciéndole que su religión cumplía las enseñanzas tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento.

–Esto significa que reposo el sábado y me uno a los otros creyentes para adorar como Dios instruyó en el cuarto Mandamiento y a través del ejemplo de Jesús. Soy una adventista del séptimo día, así que adoro en sábado, no en domingo como la mayoría de los otros cristianos. El sábado es un día sagrado. Esto significa que el sábado asisto a la iglesia y no realizó ningún trabajo ni estudio –sonreía Shahine.

–¡No te creo! –gritó el director–. ¡Creo que tu ausencia no se debe a un asunto de religión sino a la pereza! Recuerda: es tu responsabilidad asistir a clases. No seas perezosa. Puedes retirarte.

Shahine inclinaba su cabeza respetuosamente y volvía a la clase.

El lunes siguiente, había otra nota en su escritorio y era llamada a la oficina del director otra vez. Esto sucedía semana tras semana hasta que se convirtió en una especie de ritual. Shahine explicaba que había estado en la iglesia, y el director la llamaba perezosa, estúpida y tonta por no asistir a clases.

Un lunes, el director le preguntó:

–¿Puedo escribirte una nota para que tu pastor la firme, absolviéndote de asistir a la iglesia para que puedas asistir a clases?

Shahine contestó:

–Usted no entiende. No se trata de que el pastor me obligue a asistir a la iglesia. Es la enseñanza de la Biblia. Dios quiere que santifiquemos ese día y lo pasemos con él. El pastor no puede eximirme de asistir a la iglesia.

Otro lunes, cuando Shahine entró en la oficina del director, lo encontró sentado detrás de su escritorio con una gran sonrisa en su rostro.

–Nunca adivinarás lo que descubrí esta semana: ¡Me enteré de que el hijo del anciano de tu iglesia asiste a clases los sábados! ¿Por qué tú no puedes hacerlo?

Sorprendida por esta pregunta, Shahine suspiró profundamente. ¿Qué podía decir? Las elecciones del anciano y su hijo le dificultaban las cosas. Inspirando profundamente, contestó:

–No puedo hablar por el anciano de iglesia o por su hijo, por lo que hagan o dejen de hacer. Lo que puedo decir es que tengo que seguir a mi propia conciencia y hacer lo que dice la Biblia. No puedo seguir a otras personas.

El director explotó.

–¡Eres una niña muy tonta!

Durante el resto de la semana, Shahine no se sintió muy feliz, pero el exabrupto del director no alteró sus creencias.

Cuando llegó el siguiente lunes, el director pidió hablar con sus padres. Luego de clases, Shahine le contó a su padre sobre el problema y le preguntó:

–¿Le pido a mamá que vaya?

–No –contestó su padre–. Yo iré a hablar con el director en tu favor.

–¡Gracias! –exclamó Shahine, pensando que sería bueno que su padre armenio explicara sus creencias adventistas.

Al día siguiente, el padre de Shahine fue a la escuela con ella y visitó la oficina del director, y le explicó lo que su esposa y su hija creían.

Finalmente, se aproximaba el día de la graduación. En Turquía, los oficiales de Gobierno redactan el examen final y determinan la fecha en que será administrado. Todos los alumnos deben aprobar el examen del Gobierno para graduarse de la escuela secundaria. Sabiendo que el examen podía administrarse en cualquier día de la semana, Shahine estaba embargada por el temor. Examinaba cuidadosamente el tablero de anuncios donde se exhibiría la información sobre el examen del Gobierno, con la esperanza de que no fuera programado para un sábado.

Para su desilusión, descubrió que el examen estaba programado para un sábado.

Eso significaba que no podría graduarse ese año. Se sentía descorazonada, y se consolaba repitiéndose a sí misma que siempre era posible repetir su último año y esperar que los exámenes fueran programados para otro día de la semana al año siguiente. Pero esto era de poco consuelo, así que trató de no pensar más en ello.

El viernes anterior a su examen final, el director la llamó a su oficina y le dijo:

–Tu examen está programado para mañana.

–Lo sé –contestó Shahine.

–Tú sabes que si quieres graduarte debes dar el examen.

–Lo sé –contestó Shahine.

Tenía un nudo en la garganta mientras pensaba en lo que diría el director a continuación.

–Shahine, ¡definitivamente tienes que realizar este examen! ¡Te lo ordeno!

–No asistiré al examen –logró contestar Shahine–. Estaré en la iglesia.

–Sabía que dirías eso –contestó el director–. Dime, Shahine –la miró a los ojos–, ¿quieres graduarte?

–Significa mucho para mí. ¡Quiero tanto graduarme! –ella exclamó.

–Eso es lo que pensé –dijo el director–. Puedo hacer un arreglo contigo. Sería un arreglo secreto permitiéndote tomar el examen, y nadie necesita saber al respecto.

–No quiero hacer compromisos –explicó Shahine–. No tomaré el examen. Ni siquiera en secreto.

–Tú sabes que eso significa que no te graduarás.

El director no podía creerlo.

–Aun así no tomaré el examen, aunque signifique que no pueda graduarme.

Por fuera Shahine sonaba audaz, pero por dentro estaba descorazonada.

Esa noche fue a su casa sintiéndose muy mal. No pudo comer o tomar parte en ninguna de las actividades familiares normales. Mientras la familia celebraba el culto del viernes de noche, ella estaba sentada allí pero no estuvo muy concentrada. Solamente se sintió un poco mejor cuando fue a su habitación a fin de alistarse para ir a la cama. Mientras trataba de dormir, un texto bíblico vino a su mente: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Rom. 8:28).

Ella pensó: no puedo entender cómo puede aplicarse a mí esta promesa de la Biblia. ¡Perderé mi examen mañana y no me graduaré! ¿Cómo me puede ayudar esto para bien porque amo a Dios?

Al día siguiente asistió a la iglesia, pero apenas escuchó lo que se dijo.

–Oye –alguien susurró tocándole el hombro.

Con una expresión distante en su rostro, Shahine se dio vuelta para ver qué querían y asintió levemente.

–Hay alguien allí atrás que quiere hablar contigo –susurró el miembro de iglesia.

Estirando su cuello, Shahine miró a los miembros de iglesia sentados detrás de él y advirtió a una niña con el uniforme de la escuela.

–¿Por qué no vas a ver qué quiere? –susurró el miembro de iglesia, mirando a la niña.

Intrigada, Shahine se preguntó quién querría hablar con ella en ese momento. Educadamente, Shahine se levantó de su asiento y silenciosamente salió en puntas de pie.

Para su sorpresa, era una de sus compañeras de clase. Shahine le preguntó:

–¿Qué estás haciendo aquí? ¿No deberías estar rindiendo el examen?

–Sí –contestó la niña–. ¿Qué estás haciendo tú aquí? También deberías estar dando el examen.

Shahine le dijo:

–No rendiré el examen porque es sábado.

–¿Te olvidaste de que el director hizo un arreglo secreto? Puedes venir conmigo y yo te llevaré al lugar donde puedes hacer el examen en secreto. Cuando termines, te traeré de vuelta antes de que termine el culto. Nadie lo sabrá.

Shahine pensó para sí: Conque nadie lo sabrá, ¿eh? ¿Es cierto? Veamos –caviló para sí–. El director lo sabrá y tú lo sabrás. ¿A cuántas personas se lo dirás? Yo lo sabré y Dios lo sabrá. Esto significa que cuatro personas lo sabremos como mínimo.

Mirando a su compañera a los ojos le dijo:

–No deberías haber venido. No rendiré el examen hoy. Soy consciente de que esto me hará perder el año. Pero no rendiré un examen en sábado. Parafraseando a la reina Ester: si esto significa que no puedo graduarme, ¡entonces no me graduaré!

Con esto, su compañera se fue y Shahine volvió a su asiento en la iglesia.

Si antes de que viniera su compañera era difícil escuchar lo que se decía, ahora era absolutamente imposible. Solo lograba preocuparse porque no se graduaría. Un versículo vino a su encuentro: “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”, pero trató de sacárselo de su mente. Mientras el pastor predicaba, Shahine razonaba para sí misma: Todas las cosas incluyen los exámenes, y esto no está funcionando con esta persona que ama a Dios (si no lo amara, no estaría intentando pasar tiempo con él en su santo templo). ¡Estoy reprobando un examen! Ciertamente no todas las cosas me ayudan a bien a mí, que amo a Dios. ¿Por qué no puedo sacarme este texto de la cabeza? ¿Hay uno mejor?

El culto terminó. Aturdida y confundida, Shahine pronto estuvo en su casa comiendo con su familia. El resto del día pasó, y pronto fue lunes y asistió a la escuela.

Como siempre, cuando llegó a su escritorio, encontró una nota del director diciendo que quería verla. Por supuesto, ella no quería ver al director. No será nada bueno, pensó. Todo lo que hará será retarme y llamarme tonta por no aprovechar su plan de ayudarme a tomar el examen. Entonces se mofará de mí porque no podré graduarme. ¿No es ya suficiente castigo tener que pasar un año más en la escuela con este director? Cuando estuvo más calmada, se recordó a sí misma que él era el director y que ella debía respetarlo, aun cuando no quisiera verlo. Lentamente y con renuencia, se dirigió a la oficina del director.

Cuando entró, el director dijo:

–Es mejor que te sientes. No sé si puedas tomar de pie lo que voy a decirte. Por favor, siéntate.

Shahine obedeció.

–¡El Dios que adoras simplemente hizo un milagro! ¡No puedo creer lo que sucedió! –exclamó.

Shahine estaba intrigada. No era lo que ella pensaba que oiría.

El director continuó:

–Yo estaba bastante seguro de que no vendrías a tomar el examen el sábado, así que traté algo imposible en tu favor. Solicité al Gobierno que pudieras tomar el examen en otro momento... Y sucedió un milagro.

El director estaba tan contento como un niño de primaria.

–¡No puedo creerlo! La carta del Gobierno llegó esta mañana. Dice que puedes dar el examen en otro momento. Shahine, ¿estás lista para tu examen?

–¡Sí! –exclamó Shahine.

–¡Bien! El Gobierno dice que puedes rendirlo el lunes por la tarde. ¡Es hoy!

El director hizo una pausa y luego preguntó con preocupación:

–¿Crees que puedes rendir el examen esta tarde?

–Seguro que sí –exclamó Shahine–. ¡Oh, gracias por todo!

Reprimió su deseo de levantarse y saltar de alegría.

Shahine rindió el examen esa tarde y lo aprobó con una muy buena calificación. Qué orgullosa que estaba de poder graduarse con sus compañeros.

*****

Luego de recibir su diploma, Shahine decidió que no quería estudiar en Turquía. La Universidad del Medio Este de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en el Líbano acababa de convertirse en una institución mixta, y así Shahine se convirtió en una de las primeras jóvenes mujeres que estudiaron allí.

Poco tiempo después de haber comenzado su nueva vida como alumna de primer año de la universidad, recibió una carta de su madre diciendo:

“Te hubiera encantado estar en la iglesia este sábado. Tuvimos un bautismo. Era una viuda que dio su testimonio antes de ser bautizada. Te interesará su historia. Ella le contó a la congregación que su esposo había sido director de un colegio:

“ ‘Con frecuencia volvía del colegio y nos contaba sobre una niña muy testaruda que faltaba a clases todos los sábados. Primero mi esposo pensó que era perezosa. La describía como terca y tonta, y me contaba cuán difícil era.

“ ‘Luego las cosas cambiaron. Él comenzó a compartir conmigo las creencias de la niña. Se maravillaba de que, a diferencia de otros cristianos, ella parecía practicar lo que creía’ ”.

La carta continuaba:

“ ‘Luego vino la gran prueba. El Gobierno había programado el examen final para un sábado y mi esposo se preguntaba cuántos deseos tenía ella de graduarse. ¿Guardaría el sábado si eso significaba desaprobar su examen final? Entonces, compartió su plan. Estaba tan seguro de que el Gobierno no haría nada para ayudarla que pensó que era la oportunidad perfecta para arreglar un examen secreto, para saber con seguridad si ella guardaría realmente el sábado. Al aproximarse el día del examen, mi esposo estaba seguro de que ella aceptaría su arreglo, aun cuando ella había asegurado que asistiría a la iglesia el día del examen.

“ ‘Llegó el día del examen, y él me contó que había enviado a una compañera de ella para que trajera a la alumna al lugar que él había preparado para que tomara el examen en secreto, pero ella se mantuvo firme en observar el sábado de Dios aunque esto la perjudicaba’ ”.

Las lágrimas corrían por el rostro de Shahine mientras leía que cuando este hombre le contó a su esposa cómo el Dios de esta alumna había realizado un milagro para ella, su esposa quiso conocer más acerca de este Dios. Comenzó a tomar estudios bíblicos, y terminó su testimonio diciendo:

“ ‘Debido a que Shahine, aquella alumna, guardó fielmente el sábado, es que yo estoy aquí para ser bautizada hoy’ ”.

Cuando terminó de leer la carta, Shahine no pudo evitar pensar: ¿Qué habría pasado si hubiera fallado ese sábado del examen? Si hubiera tomado el examen en secreto, habría fallado en la prueba de integridad del director. Al permanecer firme ese día, permitió que Dios revelara su poder para resolver lo imposible. ¡Juntos habían pasado dos exámenes!

Agradeció a Dios por haberle dado las fuerzas para mantenerse firme en lo que creía, sin importar cuánto había sido ridiculizada. Si le preguntaras hoy, ella te diría que está segura de que, sin importar cuán sombría se vea la situación en el momento... “a los que aman a Dios, ¡todas las cosas les ayudan a bien!”

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