Kitabı oku: «Rebaños», sayfa 3
CAPÍTULO 2
No iba a ser un buen día, cuando John Maschen decidió conducir por la costa hacia su oficina en la ciudad de San Marcos. A su derecha, el cielo empezaba aclarecía desde un oscuro azul a uno claro cuando justo el sol empezaba a subir por encima de las colinas sobre el horizonte; pero todavía estaba fuera del alcance de la visión de Maschen los acantilados que se levantaban por el lado este de la carretera. Al oeste, las estrellas habían desaparecido en aquel azul aterciopelado, lo único que quedaba de la noche.
No hay día que pueda ser bueno si empieza teniendo que ir a trabajar a las cinco y media de la mañana continuó diciendo Maschen sobretodo cuando hay un asesinato de por medio.
Condujo hasta su oficina con cierta sensación de desaliño. El subjefe Whitmore lo había llamado con urgencia, y Maschen no había tenido tiempo ni de afeitarse. No había querido molestar a su esposa que dormía, y, en la oscuridad, se había puesto el uniforme equivocado, el que había llevado el día anterior. Olía como si hubiera jugado un partido completo de baloncesto con él. Solamente había tenido quince segundos para peinarse su escaso pelo, tomándolo como única concesión a su higiene.
Un día que empieza así, repitió, no puede ser otra cosa que una metedura de pata.
Su reloj mostraba las cinco cuarenta y ocho cuando entró por la puerta de la oficina del Sheriff.
—Muy bien, Tom, ¿de qué se trata?
El subjefe Whitmore se quedó mirando como entraba su jefe. Tenía aspecto juvenil, aunque solamente les separaba medio año, y su falta de experiencia lo hizo ideal para el puesto de agente en el turno de noche. Su largo y rubio cabello permanecía siempre limpio, y su uniforme planchado sin ninguna mancha. Maschen sentía cierto arrebato de odio hacia cualquiera que pareciese inmaculado a esa hora, aunque sabía que aquel sentimiento era inaceptable. Era parte del trabajo de Whitmore parecer eficiente, y Maschen tenía que llamarle la atención si no tuviera tal aspecto.
—Hubo un asesinato en una cabaña privada cerca de la costa a medio camino entre aquí y Bellington —dijo Whitmore—. La víctima era la señora Wesley Stoneham.
Los ojos de Maschen se abrieron de golpe. Tal como pensaba, el día había empeorado todavía más. Y no eran ni las seis. Suspiró.
—¿Quién se encarga del caso?
—Acker hizo el informe inicial. Está estudiando la escena del crimen, reuniendo toda la información que pueda. Al menos, se asegura que nada se toca hasta que tu le eches un vistazo.
Maschen asintió con la cabeza.
—Está bien. ¿Tienes una copia del informe?
—Un minuto, señor. Me lo han pasado por radio, y he tenido que mecanografiarlo yo mismo. Acabo con dos frases más y estará.
—Bien. Voy a por una taza de café. Quiero el informe en mi mesa cuando regrese.
Siempre había una cafetera de té reposando en la oficina, pero siempre estaba imbebible y Maschen nunca lo tomaba. En su lugar, cruzaba la calle hacia el restaurante que abría toda la noche. Dejó de leer el periódico.
—¿No es demasiado pronto para ti, Sheriff?
Maschen ignoró la cordialidad que había en tan educada pregunta.
—Café, Joe, y lo quiero negro— sacó unas monedas de su bolsillo y las soltó sobre el mostrador. El dependiente olvidó la actitud del sheriff y procedió a llenar la copa de café en silencio.
Maschen se lo tomó en grandes tragos. Entre tragos, pasaba largos periodos de tiempo observando la pared que estaba enfrente suyo. Parecía recordar haberse encontrado con la señora Stoneham —no lograba recordar su nombre— una o dos veces en alguna fiesta o cena. Recordaba haber pensado en ella como una de las pocas mujeres que había vivido su edad adulta como algo más que una carga para ella cultivando cierta gracia madura sobre ella misma. Parecía una buena persona, y le sabía mal que estuviera muerta.
Pero lo que le sabía peor de todo es que había sido la esposa de Wesley Stoneham. Eso lo complicaría mucho más. Stoneham era un hombre que había descubierto lo importante que era y esperaba que el mundo también lo hiciera. No era solamente rico, si no que su dinero contaba en términos de influencia. Conocía a todas las personas correctas, y la mayoría de ellas le debían algún favor de una manera u otra. El rumor que se había extendido fue que había sido considerado para el puesto del Consejo tras la renuncia en pocos días de Chottman. Si le gustabas a Stoneham, las puertas se abrían como por arte de magia; si fruncía el ceño, terminaría golpeándote en tu cara.
Maschen llevaba en la policía durante treinta y siete años, y como sheriff desde los últimos once. Volvería a presentarse para la reelección el año siguiente. Quizás era sensato estar del lado de Stoneham, cualquiera que fuera. Todavía no conocía los detalles del caso, pero ya tenía la sensación que sería uno bien ruin. Murmuró algunas palabras sobre el cuerpo de policía.
—¿Perdón, Sheriff? —dijo Joe.
—Nada— gruñó Maschen. Terminó su café de un trago, soltó la taza en el mostrador de un golpe y salió del restaurante.
De vuelta a la oficina, el informe estaba esperando en su mesa tal como había pedido. No había gran cosa en él. Había llegado una llamada a las 3.07 am informando de un asesinato. La persona que llamaba era el señor Wesley Stoneham, desde la residencia del Sr. Abraham Whyte. Stoneham dijo que su mujer había sido asesinada por un grupo desconocido mientras estaba sola en su cabaña. Stoneham había llegado al lugar hacia las dos y media descubriendo su cadáver, pero la línea de teléfono en la cabaña fue cortada, por lo que tuvo que llamar desde casa de un vecino. Se envió una patrulla para investigar.
El señor Stoneham se encontró con el oficial de la investigación en la puerta de la cabaña. Dentro, el agente encontró el cadáver, identificándolo con la esposa de Stoneham, atado de manos y pies, con su cuello abierto, sus ojos arrancados y su pecho y brazos brutalmente destrozados. Había una posibilidad de ataque sexual, ya que la región púbica había sido cortada. Decoloraciones faciales y marcas en su cuello indicaban estrangulación, pero no habían otros signos de estrangulamiento de ningún tipo dentro de la cabaña. Junto al cuerpo estaba un cuchillo de cocina aparentemente usado para hacer aquella carnicería, provenía del set de utensilios colgados de la pared. La alfombra estaba manchada de sangre, presuntamente de la víctima, y un mensaje había sido escrito con sangre en la pared: “Muerte a los cerdos”. Un trozo incompleto de cigarrillo que había sido encendido permanecía en el suelo, y una cerilla en uno de los ceniceros. Aparentemente la habitación estaba tal cual.
Maschen cerró el informe, los ojos y apretó sus nudillos contra sus párpados. No podía tratarse simplemente de un secuestro y asesinato, ¿no? Parecía tratarse de una venganza psicópata, la que atrae a los medios. Releyó la descripción del cuerpo y sintió cierto escalofrío. Había visto todo tipo de situaciones salvajes en sus treinta y siete años de trabajo en la policía, pero nunca había visto algo así. No pensaba que se tratara de un caso cualquiera. Tenía que ir hasta el lugar de los hechos y ver el cuerpo por si mismo.
Pero sabía que tenía que ir. En un caso como aquel, con toneladas de publicidad —y con Stoneham mirándole por encima de los hombres— tenía que investigar personalmente. El condado de San Marcos no era lo suficientemente grande para poder permitirse, o requerir, de una unidad de homicidios a tiempo completo.
Pulsó el botón del intercomunicador.
—¿Tom?
—¿Sí, señor?
—Llama a Acker— tomó aire y se levantó de la silla. Tenía que reprimir sus bostezos mientras salía por la puerta y bajaba por las escaleras hasta recepción.
—Lo tengo en línea, señor” —dijo el joven subjefe mientras sostenía el micrófono al sheriff.
—Gracias— tomó el micrófono y pulsó el botón de transmisión.
—Ven.
—Soy Acker, señor. Todavía estoy en la cabina de Stoneham. El señor Stoneham ha regresado a su casa en San Marcos para intentar dormir algo. Tengo su dirección.
—No importa, Harry. Ya lo tengo en algún lado en mis ficheros. ¿Hay avances en la investigación desde que hiciste el primer informe?
—He comprobado el lugar alrededor de la cabaña en búsqueda de posibles huellas, pero no he tenido suerte, señor. No ha llovido en meses, lo sabe, y la tierra aquí está muy dura y seca. Gran parte del lugar está cubierto por rocas con una fina capa de arena y grava. No fui capaz de encontrar nada.
—¿Y los coches? ¿Había huellas de neumático?
—El coche de la señora Stoneham estaba aparcado junto a la cabaña. Hay dos pares de huellas, unas del coche de Stoneham y otras del mio. Pero el asesino no pudo llegar en coche. Existen varios lugares a cierta distancia que se pueden hacer a pie.
—Alguien tenía que conocer bien el camino, pero, ¿no cree que se hubieran perdido en la oscuridad?
—Seguramente, señor.
—Harry, que quede entre nosotros, ¿cómo lo ves?
Permaneció en silencio durante un instante.
—Bueno, siendo franco, señor, esto es lo más repugnante que he visto nunca. Casi vomito cuando vi lo que le hicieron a esa pobre mujer. No puede haber razón alguna por la que el asesino hizo eso. Creo que estamos ante un lunático, uno de los peligrosos.
—Muy bien, Harry —dijo Maschen calmado— Espera aquí. Voy reunirme con Simpson y luego volveré contigo. Fuera.
Apagó la radio y devolvió el micrófono a Whitmore.
Simpson era el subjefe mejor entrenado en aspectos científicos de criminología. Cuando ocurría un caso más complejo de lo común, el departamento intentaba confiar en el más que otros de sus miembros. Por norma general, Simpson no entraba a trabajar hasta las diez, pero Maschen lo llamó de urgencia, informándole de lo urgente que era la situación, y que lo iría a buscar. Tomó el kit de huellas dactilares del subjefe y una cámara y las puso en su coche, para luego conducir hasta donde estaba Simpson.
El subjefe estaba esperándolo en el porche de casa. Juntos, él y el sheriff, condujeron hasta la cabaña de Stoneham. Poco se habló durante el viaje; Simpson era un hombre delgado y muy tranquilo que normalmente se lo guardaba todo para él, mientras que el sheriff tenía más que suficiente en pensar en los diferentes aspectos del crimen.
Cuando llegaron, Maschen dejó irse a Acker diciéndole que se fuera a casa y que intentara dormir. Simpson se puso manos a la obra, primero fotografiando la habitación y el cuerpo desde todos los ángulos, y luego recogiendo pequeños trozos de objetos en pequeñas bolsas de plástico para al final espolvorear la habitación en búsqueda de huellas dactilares. Maschen llamó a una ambulancia, se sentó y observó el trabajo del subjefe. En cierta manera, se sentía inútil.
Simpson era el que estaba más entrenado para el trabajo, y era poco lo que el sheriff podía añadir a la destreza del subjefe. Quizás, pensó Maschen vehementemente, después de todo este tiempo he descubierto que estoy destinado a ser un burócrata y no un policía. Aquel no podía ser un comentario más triste.
Simpson terminó su trabajo justo cuando llegaba la ambulancia. Cuando el cuerpo de la señora Stoneham fue llevado a la morgue, Machen siguió buscando en la cabaña hasta que regresó a la ciudad con Simpson. Eran casi las ocho y media, y el estómago de Maschen empezaba a recordarle que todo lo que había tomado para desayunar solamente era una taza de café.
—¿Qué piensas sobre el asesinato? —preguntó el frío Simpson.
—No es corriente.
—Bueno, eso es algo obvio. Nadie normal... espera... ningún asesino corriente hubiera destrozado un cuerpo de esa forma.
—No es lo que quiero decir. El asesino es alguien ingenuo.
—¿Qué quieres decir?
—El asesino mató la mujer primero, y luego, la ató.
Maschen apartó la mirada de la carretera durante un momento.
—¿Cómo sabes eso?
—No había ningún corte profundo mientras las manos estaban atadas, y aquellas cuerdas estaban fuertemente atadas. Por lo tanto, el corazón paró de bombear sangre antes de ser atada. Además, fue asesinada antes de aquellos cortes en su cuerpo, si no, habría salido mucho más sangre.
—En otras palabras, no estamos antes el típico sádico que ata a una mujer, la tortura y luego la asesina. ¿Estás diciendo que ese hombre primero la mato, y luego la ató para desmembrarla?
—Sí.
—Pero eso no tiene ningún sentido.
—Es por eso que dije que no es usual.
Permanecieron en silencio el resto del trayecto, cada uno de ellos pensando a su manera sobre las circunstancias extrañas de aquel caso.
Cuando llegaron a la oficina, Simpson se dirigió al pequeño laboratorio para analizar las pruebas. Maschen subió por las escaleras hasta su despacho cuando Carroll, su secretaria, salió hasta el pasillo.
—Cuidado —susurró— hay un grupo de periodistas esperando para asaltarte.
Qué rápido han venido los buitres, dijo Maschen. Me preguntó si cada uno ha avisado al otro, o si pueden oler la muerte y el sensacionalismo desde lejos. No esperaba encontrarse con ellos tan pronto, por lo que no tenía nada preparado para decirles. Su estómago le recordaba que no todavía no había comido nada sólido desde hace catorce horas. Se preguntaba si todavía tendría tiempo para un desayuno rápido antes de que lo encontraran.
No lo hubo. Alguien apareció en lo alto de las escaleras.
—Aquí está el sheriff— dijo un hombre. Maschen continuó subiendo las escaleras tras Carroll. Sabía que aquel no iba a ser un buen día.
Estaba sorprendido, incluso cuando llegó al final de la escalera. Había esperado encontrarse, quizás, a un puñado de periodistas de una par de periódicos del condado. Pero la habitación estaba repleta de gente, la única de las que pudo reconocer fue Dave Grailly del San Marcos Clarion. El resto no le era familiar. Y no solamente había gente, si no que también todo tipo de dispositivos. Cámaras de televisión, micrófonos y otro equipamiento de emisión estaba colocada cuidadosamente por todas partes, con distintivos de las tres mayores redes así como de las cadenas de Los Angeles y San Francisco. Estaba abrumado con la idea de que el caso estaba atrayendo mucha más publicidad de la esperada.
En el momento en que apareció, un griterío de una veintena de personas empezó a preguntarle una batería de preguntas diferentes al mismo tiempo. Aturdido, Maschen solamente podía permanecer en pie un rato bajo tal lluvia de cuestiones, para al final perder la compostura. Se dirigió al lugar donde había instalado los micrófonos y anunció:
—Caballeros, si tienen la suficiente paciencia, les proporcionaré una declaración en unos minutos. Carroll, busca tu libreta de notas y ven a mi despacho. ¿De acuerdo?
Entró a su despacho y cerró la puerta. Cerró los ojos, intentando respirar hondo y quizás calmar sus nervios. Las cosas iban sucediendo una tras otra demasiado rápida para su gusto. Eran solamente un sheriff de un condado pequeño, sobrepasando la triste normalidad a la que estaba acostumbrado. Otra vez, el pensamiento de que no debería ser policía cruzó su mente. Había centenares de otros trabajos en el mundo mejor pagados y con menos estrés.
Alguien llamó a la puerta que había tras él. Se levantó, la abrió y Carroll apareció ante él con una libreta de notas. Maschen se dio cuenta enseguida de que no tenía ni la más remota idea de lo que tenía que decir. Cada palabra era de suma importancia porqué estaría hablando, no solamente a Dave Grailly del Clarion, si no que a una red de noticias y televisiones, lo que englobaba potencialmente a cada persona de los Estados Unidos. Su boca se secó como antesala al miedo escénico.
Al final decidió limitarse a los hechos que sabía. Dejó a los periódicos que sacaran sus propias conclusiones: de todas formas, así lo harían. Paseaba por toda la habitación mientras dictaba a su secretaria, deteniéndose a menudo para pedirle que leyera lo que había dicho y corregir alguna frase que sonara incómoda. Cuando terminó, hizo que lo leyera en voz alta dos veces, solamente para asegurarse que era exacto. Luego le pidió que lo mecanografiara.
Cuando lo estaba haciendo, él se sentó junto a su mesa y juntó sus manos para evitar que temblasen. El pensamiento que no era apto para ese trabajo no lo abandonaba. Había estado un buen policía durante treinta años, y desde entonces las cosas habían sido mucho más simples. ¿Había pasado el tiempo para él en aquel apartado lugar sin más? ¿Era la única razón por la cual había tenido éxito como sheriff el no tener nada desafiante por hacer en aquel pequeño contado con costa? Y ahora, que el presente parecía haberle alcanzado por fin, ¿sería capaz de encararlo como es debido?
Carroll entró con una copia mecanografiada y un papel de carbón para su aprobación antes de hacer duplicados. Maschen se preocupó por dedicarle cierta cantidad de tiempo a leer todo el documento. Cuando ya no podía posponer lo inevitable, le devolvió el papel de carbón para que hiciera copias. Tras despejar su garganta varias veces, salió del despacho.
Fue recibido por los flashes de las cámaras, que lo cegaron por unos momentos cuando intentaba llegar a los micrófonos. Le tomó un poco de tiempo encontrarlos.
—Tengo una declaración oficial por el momento— dijo. Miró al papel que tenía en sus manos pero a penas podía ver las letras por las luces de los periodistas en sus ojos. Con cierta vacilación, empezó su discurso. Describió las circunstancias del descubrimiento del cuerpo y el espeluznante estado en el que se encontró el cuerpo. Mencionó la frase escrita en la pared, pero no mencionó la hipótesis de Simpson sobre la planificación del asesinato. Concluyó diciendo
—Copias de esta declaración estarán disponibles para todo el que quiera una.
—¿Hay algún sospechoso? —le gritó uno de los periodistas.
—Eh, no, todavía es temprano para saberlo, todavía estamos reuniendo información.
—Sabiendo que esta comisaria es tan pequeña, ¿tiene la intención de pedir ayuda estatal o federal para resolver el caso?
Aquella pregunta vino de una parte diferente de aquella habitación.
Maschen sintió enseguida la presión en él. Las cámaras de televisión estaban apuntándole con un largo y fijo ojo. Estaba preocupado por llevar puesto un uniforme sucio y sin planchar y por no haber podido afeitarse aquella mañana. ¿Era aquella la imagen que recorrería todo el condado? ¿Un paleto descuidado que no puede llevar su propio condado cuando pasan cosas realmente malas?
—Ni mucho menos —dijo a propósito— todo indica que la solución del crimen está dentro de las capacidades de este comisaria. No tengo planeado pedir ayuda externa por esta vez. No.
—¿Cree posible que el asesino tuviera motivos políticos?
—No sabría que contestar.
—Considerando la importancia del caso y lo inusual que resulta, ¿a quien va a poner al cargo?
Cuando terminó de formular la pregunta, solamente podía esperarse una respuesta.
—Yo me hago responsable personalmente de la investigación.
—¿Informará de todo en el boletín informativo?
—Cuando tenga una idea del tipo de persona a la que estamos buscando, sí. Si no logramos en poco tiempo, no habrá problema.
—¿Qué tipo de persona cree usted que ha cometido tal terrible crimen?
En aquel instante, Maschen vio Howard Willsey, el abogado del distrito, entrando a la habitación por detrás, y durante un momento se preguntó
—Porqué... ehm... tiene que venir a molestar. Perdonad, caballeros, creo que el abogado del distrito desea hablar con ustedes.
Hubieron ciertos murmuros entre los periodistas cuando empezaron a recoger sus copias de la declaración y los cámaras empezaron a desmontar el material. El fiscal se hizo camino educadamente entre la multitud de periodistas hasta llegar al lado del sheriff. Howard Willsey era un hombre alto, delgado y frágil con una nariz sombría y aguileña nariz con una ojos vidriosos que parecían estar siempre a punto de llorar. Era un fiscal famoso por tener éxito en la práctica privada
—Vayámonos a tu despacho —dijo cuando llego junto al sheriff.
De vuelta a la calma de su despacho, Maschen se sintió más descansado. Era como cuando el gato salvaje, tras saltar sobre sus patas traseras, de repente se convierte en algo parecido a un peluche. La eliminación de toda presión fue bendición positiva. Willsey, por otro lado, estaba nervioso. Tenía un cigarrillo en su boca antes de que Maschen le ofreciera asiento.
Bien, Howard —dijo el sheriff con cierta alegría forzada— ¿tengo que decirte lo que te ha traído hasta aquí tan temprano por la mañana?
Willsey ignoró tal pregunta.
—No me gusta la idea de tener tantos reporteros por aquí —dijo— desearía que no tuvieras que hablar con ellos. Hoy en día es muy duro conocer las palabras correctas a decir. Una palabra equivocada y la Corte Suprema dará un revés a todo.
—Creo que exageras un poco.
—No estés tan seguro. De todos modos, cuanto más hables, más prejuicios crearás al jurado.
—Quizás. A pesar de ello, ¿qué otra cosa tenía que haber hecho?
—Podrías haber dicho no a realizar comentarios. Algo así como “Estamos trabajando en ellos y comunicaremos a sus compañeros cuando hayamos terminado”. Mantenerse callado hasta que todo haya pasado.
Aquella idea nunca se la hubiera pasado por la cabeza a Maschen. Reaccionó espontáneamente al ver un micrófono delante suyo: y habló.
Todo el sufrimiento podría haberse evitado sencillamente con las palabras “sin comentarios”, pero no pensó en ello. Se preguntó cuantas personas hubieran echo lo mismo en la misma situación. Lo importante es que la televisión y la prensa seguiría lo que pidiera la gente —personas que de otra manera no pronunciado una palabra en contra de otras para ayudar a la expansión de las noticias.
Se encogió de hombros.
—Bueno, es demasiado tarde para poner remedio. Esperemos no haber arruinado tu causa demasiado. Ahora, ¿de qué quieres que hable?
—Hace unos pocos minutos he tenido una llamada de Wesley Stoneham.
La manera en la que dijo esas palabras sonó para Maschen como una patata caliente. El abogado del distrito era un hombre que conocía sus limitaciones y se dio cuenta que, sin este trabajo público, se convertiría en un fracasado. Por consecuencia, conservar este puesto era el objetivo principal en su mente a todas horas, especialmente cuando recibía llamadas de un hombre cuyo poder en el condado estaba creciendo rápidamente.
—¿Qué tenía que decirte? —preguntó Maschen.
—Quería decir si se ha realizado algún arresto por el asesinato de su mujer.
—Bien. Supe de él hace un par de horas, y nadie ha venido hasta aquí para confesarse. ¿Qué espera de nosotros?
—Tómatelo con calma, John. Todos estamos bajo un gran estrés. Imagínate lo que debe estar sintiendo —llega a la cabaña por la noche y encuentra... bueno, literalmente un baño de sangre. Su esposa cortada en pedazos. Es normal que se siente un poco desconsolado.
—¿Dio alguna pista sobre quien cree que lo hizo?
Maschen se dio cuenta que aquella era el tipo de pregunta más adecuado para hacerle a Stoneham, pero el fiscal parecía actuar como el sustituto de Stoneham.
—Sí, de hecho lo hice. Mencionó aquellos hippies que vivían en el desfiladero Totido. Ya sabes, una comuna.
De hecho Maschen conocía “aquella comuna”. Su oficina recibió una media de doce llamadas a la semana sobre ellos, justo cuando vinieron desde otra zona desierta hace tres meses. San Marcos era una comunidad conservadora, compuesta de mucha gente mayor, parejas jubiladas con poca o inexistente tolerancia por el hecho de que su estilo de vida era marcadamente diferente y afectaba a los jóvenes. Sucediera lo que sucediera, el sospechoso siempre apuntaba primero hacia alguno de los miembros de la comunidad.
Un hombre llamado Carl Polaski estaba al cargo del grupo. Maschen solamente lo conocía de pasada, pero parecía ser un hombre inteligente y razonable. Un poco demasiado mayor para llevar la comuna de aquella manera, según la opinión del sheriff, pero por otro lado mostrada madurez hacia los jóvenes. Los mantenía en orden. Hasta la fecha, ningún tipo de cargos fueron aplicados a algún miembro de los hippies. Maschen había desarrollado un respeto a regañadientes por Polaski, a pesar de que el estilo de vida escogido por aquel hombre fuera el opuesto al del sheriff.
—¿Qué le hace pensar que ha tenido algo que ver con ello?
—¿Crees que alguien normal y corriente habría descuartizado un cuerpo de aquella manera? Aquellos hippies viven solamente a una milla de la cabaña de Stoneham. Uno o un grupo de ellos podrían haberse reunido e ir hasta allí.
—¿Es tu teoría, o la de Stoneham?
—¿Importa? —preguntó Willsey con un tono cada vez más a la defensiva— la cuestión es que aquella gente es rara. Creen que los estandartes de un mundo normal no son aplicables para ellos. ¿Quién sabe de lo que son capaces? Hemos estado intentando hacerles fueras desde que llegaron; todo han sido problemas con esa gente.
—Howard, tú sabes tan bien como yo que no se ha probado nunca nada contra ellos.
—Eso no les hace inocentes, ¿no? Donde hay humo, me huele a incendio provocado.
Mashen ladeó su cabeza hacia ambos lados cerrando casi por completo sus ojos.
—Stoneham realmente te está pisoteando, ¿no?
Willsey se enfureció.
—¿Y que pasaría si fuera así? Quizás lo habrás olvidado, John, pero nosotros no somos otra cosa que pequeños peces en esta piscina. Stoneham es un pez gordo. Tanto tu como yo tendremos que volver a aplicar para nuestras oficinas el años que viene, ¿recuerdas? Y la ayuda de Stoneham será de mucha ayuda, te lo aseguro.
El sheriff suspiró.
—Muy bien, por tu bien irá a hablar con Polaski.
—No sólo a hablar —dijo Willsey sacando algunos papeles del bolsillo de su chaqueta— me he tomado la molestia de obtener una orden hasta su arresto.
Soltó los papeles sobre el escritorio.
El sheriff los miró con cara de sorprendido.
—¿No te has parado a considerar la posibilidad de que estés equivocado?
Willsey se encogió de hombros.
—En ese caso, deberemos ir y pedirle disculpas. Pero si queremos mantener la confianza de la gente, tenemos que actuar rápido en algo tan grande como esto.
—Howard, sé que puede sonar algo egoísta, pero puedo ser condenado por falso arresto.
—Créeme, eso no va a ocurrir. Yo soy el único que te ordenará tal arresto, y creo que tengo evidencias suficientes.
—¿Qué evidencias?
—Aquellas letras en la pared... “Muerte a los cerdos” Es un eslogan hippie, ¿no?
—Supongo que lo es.
Willsey se levantó con intención de irse.
—Ahora confía en mi, John. Tienes que salir y arrestar aquel Polaski, y te prometo que todo irá bien.
Durante los siguientes cinco minutos de la salida de Willsey, Maschen permaneció sentado, preguntándose como podría empeorar todavía más aquel día antes de que terminara. Se quedó pensando sobre aquel arresto antes de levantarse y guardarse el papel.
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