Kitabı oku: «Anti América», sayfa 3
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DROGAS
Jessica Bright. Nacida en Birmingham, Alabama el 3 de febrero del 2001. Licencia de conducir emitida a la edad de dieciséis años. Sin registro delictivo, sin federales observándola. Era más confiable que Alanna Blake, ladrona de identidades. Jessica no tenía idea que su información personal había sido robada de una compañía de registros médicos aquí en el sur de la Florida. Jessica era la identidad de respaldo de Alanna.
En la mano de Alanna estaba una tarjeta plástica con su cara y el nombre de Jessica. Más temprano en la tarde, fue a la sucursal de su banco local para sacar su caleta de emergencia. De un compartimiento secreto en su cepillo para peinarse había sacado la llave de una caja de seguridad del banco. La caja rectangular de metal contenía todo lo que necesitaba para comenzar su nueva vida: la identificación de Jessica, tarjetas bancarias, efectivo, un celular pre-pagado desechable, una computadora portátil de respaldo y una memoria USB.
La caleta originalmente había sido guardada por si acaso las cosas se complicaban con la policía o con alguno de sus clientes del mercado negro. Ahora era una forma de pasar mensajes sin que los federales se enteraran. La FCCU la vigilaba. Habían instalado spyware en su portátil y su iPhone, incluyendo un rastreador GPS, así que no escribiría emails privados, ni visitaría páginas web o hablaría por su iPhone. Sólo se podía comunicar en privado por medio del celular desechable, la portátil de respaldo o cara a cara.
Metió el celular desechable en un bolsillo y la identificación, las tarjetas y el efectivo en su bolso, la portátil la dejó en su bolsa de cuero marrón. Antes de conducir hasta la esquina había cargado su computadora con un software que había comprado para esta reunión secreta. El resto de la caleta lo guardó en la guantera. Salió de su Toyota Corolla negro con las bolsas en la mano.
Dos líneas de carros estaban detenidas ante un semáforo en rojo. Se movió entre ellas para cruzar la calle y luego detalló el escenario que tenía alrededor de ella. Una típica noche de semana en South Beach. El tránsito en la avenida Washington se movía lentamente de manera constante. No había gente frente a los clubes con anuncios de neón ni las tiendas aún. Las pocas personas en las aceras iban pensando en sus propios problemas.
Nadie de la FCCU la seguía según podía ver. La agente McBride le había asegurado que habría gente vigilándola todo el tiempo. Alanna no estaba segura si esa afirmación era cierta o era otro más de sus juegos mentales. Una cosa que la agente McBride hizo obvia era cuan poco confiaba en ella. Era un hecho que le había sido recordado justo en el momento que la dejaron afuera del complejo de apartamentos donde vivía.
La única cosa positiva era que los federales habían dejado su apartamento mucho mejor que como dejaron el de Javier. Una ventaja de trabajar como su informante. Le gustase o no, el hacerlos felices era ahora su trabajo a tiempo completo. Dejó mensajes preguntando por Javier en su celular a sus padres, primos y amigos, para mantener la apariencia que estaba cumpliendo con su parte del trato.
Se dirigió hacia la señal de tránsito y cruzó en la esquina. Su paso disminuyó cuando el anuncio en letras cursivas rosadas y brillantes que decían Serendipity apareció frente a ella. Era temprano en la tarde. No había nadie haciendo cola fuera del club. El fornido portero que estaba parado frente a la entrada se tanteó el cabello de corte militar y se ajustó su saco gris al acercarse ella.
Alanna sacó la licencia de conducir de Jessica de su bolso. El matón se la quitó de las manos y la sostuvo contra la titilante luz de neón sobre la entrada. Sus ojos iban de la foto de la licencia a su cara y de su cara a la foto. Podía verla todo el tiempo que quisiera, nadie podría pensar que era falsa. Ella la había solicitado en la Oficina de Tránsito Vehicular mientras se hacía pasar por la Jessica real. Las cuentas bancarias las había abierto con un número de seguridad social de una niña de cinco años. El número había sido robado de la misma compañía de registros médicos. Las agencias crediticias no verifican los números. Alanna no estaba usando las cuentas para estafar a alguien, por lo que no tenían razón para sospechar. En cuanto a la niña, pasarían años antes de que tuviese la edad suficiente para preocuparse por su historial crediticio.
El portero le devolvió la licencia y le abrió la puerta. Ella vio el reflejo de su cara con expresión estoica en el espejo en la pared de la entrada. La agitación por la emoción de ayer era un recuerdo distante. El resultado era un estado emocional de entumecimiento que la había dejado aislada del resto del mundo. Era el estado mental perfecto para pasarla en un sitio de narguiles (hookah joint).
El salón estaba bañado con una luz púrpura leve. Sofás de terciopelo rojo y mesas negras se alineaban a ambos lados de un pasillo con alfombra roja y un bar al final de éste. El dueño había decorado el local con un opulento estilo europea en lugar de la típica decoración estilo oriente medio, lo que lo hacía muy popular con los turistas extranjeros ricos, al igual que con la mafia rusa.
El salón estaba vacío excepto por dos parejas sentadas con un narguile plateado en una mesa a su izquierda y Natalya en el bar. Mientras menos gente mejor, así había menos posibilidad que la FCCU estuviera acechándola. Metió la licencia de Jessica en su bolso y sacó dos billetes de veinte. Después de meter el bolso en la bolsa de cuero marrón le dio un vistazo a la palma de su mano derecha.
La vista de la sangre seca le causó un ligero temblor, Alanna había estado escarbando en su piel con sus uñas durante la mayor parte de la tarde. Había establecido un plan para manipular a su mejor amiga. En días ateridos como el de hoy era incapaz de sentir un verdadero remordimiento así que se decidió por la versión del daño auto infligido. Mientras caminaba hacia la izquierda del bar, dejó caer sus brazos a los costados del cuerpo.
Natalya la observaba mientras ponía vasos en una bandeja. Ella estaba en sus treinta y cinco pero parecía lo suficientemente joven para verse bien con el vestido negro de bajo escote que usaba. El nuevo peinado con cabellos marrones cortos rizados la hacían parecer más de su edad. Después de verter hielo en un vaso lo llenó con Coca Cola con un dispensador de refrescos. Era la última persona en el mundo que le serviría alcohol. Y no era que Alanna tuviera algún deseo de probar una gota.
Natalya golpeó el vaso en la barra con un ceño fruncido. “Eres una chica bien descuidada. ¿No leíste mi mensaje diciéndote que no vinieras aquí?”
“Es una emergencia, no tengo ningún otro lugar donde ir”.
La cara de Natalya se encendió. “¿Qué tal si Bogdan viene y te ve?”
“Dijiste que nunca viene para acá”.
“El viene en algunas ocasiones. Igual que sus amigos”.
Alanna tomó un trago del vaso y se limpió los labios. “Ellos no saben que estoy aquí. Mientras no me vean, estaré segura”.
“Le mentí en su cara cuando me preguntó por ti. ¿Te das cuenta de la situación en la que me pones?”
Alanna levantó ambas manos. “Lo siento, te lo compensaré. Si quieres espiaré a tu novia de nuevo”.
“Ya no es mi novia”.
“Estás mejor sin ella, eres demasiado buena para ella. Si vuelve a buscarte pelea dímelo y le enviaré a la policía”.
“No necesito tu ayuda para encargarme de ella. No necesitas otra excusa para meterte en problemas”.
Alanna señaló hacia el pasillo a la izquierda del bar que llevaba al salón VIP. “Está bien que lo use, ¿no?
Natalya subió los ojos. “Te puedes quedar hasta las nueve”.
“Gracias. Mi amigo estará aquí en un minuto”
“Ni un minuto más tarde. Mi jefe estará aquí alrededor de las diez. Estaré en problemas si te ve allí. Él es muy estricto”.
“¿Estricto? Estás traficando justo frente a él”.
Natalya puso sus dos manos sobre la barra. “No lo sabe porque soy muy cuidadosa. Deberías intentarlo de vez en cuando. ¿Trajiste el dinero?”
Alanna puso su mano izquierda sobre la barra. Natalya deslizó hacia ella una bolsa de plástico a cambio de los billetes doblados. Puso el efectivo en su bolsillo sin molestarse en contarlo. Las drogas recreacionales eran para los clientes que le hacían pedidos mientras trabajaba en el bar. Alanna ya no era una de las asiduas, pero ambas se cubrían las espaldas.
Alanna la ponía en contacto con proveedores baratos en la Zona Fantasma – el mercado negro donde vendía sus datos de identidad. Natalya la mantenía al tanto de Bogdan y los miembros de su mafia, ocasionalmente le vendía una bolsa de hierba sin sobreprecio y la atormentaba hablándole sobre las irracionales decisiones de su vida. Alanna no tenía la energía para tener una pelea por esta vez.
Puso la bolsa en su bolsillo antes de hablarle a Natalya en el oído. “Si Bogdan en verdad se aparece, avísame para escaparme por atrás”.
“Estaré pendiente de él pero no te tardes mucho. Sería mejor que no estuvieras aquí cuando se llene el local”.
Alanna le guiñó un ojo antes de tomar el vaso de la barra. “Te debo una. Llámame, ahora que estás soltera podemos sentarnos en tu sofá y ver Netflix”.
Natalya sonrió tímidamente. Tenía razón en preocuparse, no sólo porque le había mentido a Bogdan. Era su competencia. Él operaba una inclemente operación de drogas para sus jefes rusos. Era búlgaro, muy fuerte. Un sociópata adicto a las píldoras con un temperamento mil veces peor que el de la mamá de Alanna – sin sus gritos y chillidos. Toda su ira estaba bajo la superficie, en sus ojos y en su casi permanente aspecto amenazador. Era alguien a quien no deseabas tener cerca cuando explotaba.
Bogdan era la razón por la que Alanna usó la identificación de Jessica en la entrada. Podía que no recordara que existiera o podría asesinarla al verla. Era mejor tener precaución. No habría venido a este lugar excepto que tenía que asumir que la FCCU observaba cada movimiento que hacía. Con cualquiera que ella se reuniera en su apartamento o en los suyos levantaría las sospechas de los federales. Serendipity era un lugar público donde podía estar con algo de privacidad.
Las luces fluorescentes en el techo del club le permitieron guiarse hasta el salón VIP que estaba luego de pasar los sanitarios. Un fuerte olor a perfumador de ambiente le llenó la nariz al pasar por la puerta. La habitación estaba alumbrada con el mismo púrpura suave de neón del resto del club. Un sofá circular de cuero rojo con almohadas de tela llenaba la mitad del salón. Sillas de cuero que hacían juego con el mobiliario y dos mesas auxiliares negras que se situaban en ambas paredes. Delgadas cortinas escarlatas colgaban de los bordes del sofá con una mesa negra en el centro.
Después de colocar su bebida y el paquete de Natalya en la mesa del centro, se dejó caer en el sofá. Sacó unas pequeñas cantidades de la bolsa de plástico. La conexión con la hierba era otra razón por la escogió este local para la reunión. La FCCU no reaccionaría muy bien si la vieran comprándosela a un traficante callejero. Sacó el papel de enrollar de su bolso y lo puso sobre la mesa junto a la droga antes de ponerse a trabajar.
Unos minutos después fue interrumpida por un mensaje de texto de Brayden en su desechable. Se quejaba que iba a llegar tarde por el tránsito y preguntó por qué había escogido South Beach para reunirse. Poco sabía del problema que tenía para intentar mantenerlo fuera del alcance de los federales. Ya estaban cazando a la persona que le era más querida. Estaba tan segura como el infierno que no iba a poner a su mejor amigo en su radar.
Después que terminó de enrollar la hierba encendió uno de los porros para calmar sus nervios. Normalmente sólo fumaba en sus días súper ansiosos. Si la automedicación cuando su vida entraba en una espiral fuera de control la hacía una adicta, así sería. No hacía mucho tiempo que se había hecho adicta a drogas mucho peores. Otro rasgo negativo que había heredado de su viejo.
En los últimos años de su vida, cuando estaba ebrio, tenía tendencia a desnudar su alma cuando estaba solo con ella. La mayoría de los días volvía a contar los abusos que sufría por parte de su jefe y sus compañeros de trabajo o el último regaño de su madre. Pero nunca olvidó una confesión que sobresalía sobre todas las que le había hecho: “Tú eres mi hija. Te amo más que cualquier cosa en el mundo entero, pero algunas veces desearía que no hubieses nacido”.
Después de una larga inhalación, se recostó en el sofá con un grito de ayuda dándole vueltas en su cerebro. ¿Cuán diferente sus vidas habrían sido si hubiese entendido su dolor en la forma que lo hacía ahora? Puso su atención en los dos porros que había guardado para Brayden. Con suerte él compartiría el hábito de su padre de confesarse bajo la influencia de las drogas.
Si estuviese dispuesto a compartir el paradero de Javier voluntariamente, ya se lo habría dicho. Su hierba favorita despejaría cualquier duda. No era su primer intento de obtener información de alguien que estuviera drogado. El truco era presionar los botones correctos más que interrogar. Darle la excusa para que revelara lo que sabía.
“Tengo algo que decirte”.
Alanna giró su cabeza hacia donde venía la voz frente al sofá. Brayden estaba frente a ella, traía puesta una camisa roja desteñida y unos shorts caqui. Le sonrió al profundo gesto de disgusto en su cara y luego inclinó su cabeza hacia el centro de la mesa para que se sirviera él mismo. “Siéntate y cálmate primero”.
El hizo un gesto negativo con la cabeza antes de dejarse caer en el otro lado del sofá. Después de tomar un porro, lo señaló con su mano libre. Alanna sacó el encendedor de su bolsillo y se lo lanzó. Después de prender el porro y darse un toque, examinó la lisa pieza rectangular de plata. “Muy bonito”.
“¿Te gusta?”
Asintió antes devolverle el encendedor. Es la única pieza elegante que he visto que tengas.
Lo levantó hacia la luz antes de meterlo en su bolsillo. “El resto de mis cosas de lujo o las he perdido o las he empeñado.
“¿Herencia familiar?”
“Nooo, Pasé una tarjeta de crédito”
Exhaló una bocanada de humo gris. “¿Por qué no me sorprende? Bien, tengo un mensaje de AntiAmérica”.
“¿AntiAmérica?”
“Quieren saber por qué allanaste el apartamento de Javier”
Alanna se enderezó en el asiento. “¿Dónde oyeron eso?”
“Por eso es que los federales te esposaron ayer, ¿no es así?”
“Pero no se lo he dicho a nadie”.
“También quieren saber qué le dijiste a los federales”.
“Espera. ¿Cómo es que has hablado con AntiAmérica?”
Sus hombros se relajaron. “Me enviaron un mensaje a través de Javier”
Finalmente, la verdad. “Así que has estado hablando con él”.
“Quería decírtelo, lo juro, pero me hizo prometer que no le diría nada a nadie”
En circunstancias diferentes le habría gritado. Durante semanas la había oído desahogarse sobre su ruptura. Si le hubiese dicho la verdad antes, no habría entrado al apartamento de Javier y no habría sido detenida por la FCCU. Pero no debía dejarse llevar por que le hubiese escondido la verdad. Tendría que portarse hipócritamente dada la situación.
“¿Te dijo que pasó?”
Miró a las cortinas que colgaban arriba. “No lo dijo. Lo único que sé es que necesita mantener un bajo perfil por un tiempo”
“Dime donde está”
“No lo sé. AntiAmérica le ofreció un lugar para esconderse después que le advirtieron que la gente más cercana a él estaba en peligro”.
“¿Por qué lo están ayudando?”
Después de exhalar se encogió de hombros. “Ni idea. Hablo de ellos todo el tiempo, pero no sabía que él tuviese algo que ver con ellos hasta hace poco”.
“La gente de FCCU piensa que él está conectado a AntiAmérica”.
Su voz sonó como un chillido. “¿Hablaste con la FCCU?”
“Ellos creían que yo también estaba conectada con AntiAmérica”.
“Brayden rio mientras se tapaba la boca con una mano. “¡JA! Tú – ¿y AntiAmérica? ¿Les dijiste que eran unos malditos tontos?” “AntiAmérica es la razón por la que estaban vigilando el apartamento de Javier. Los federales preguntaron acerca de ellos y Javier
Miró el porro entre sus dedos “¿Te pidieron que los ayudaras a encontrarlo?”
“¿Me estás preguntando si soy una soplona?”
“AntiAmérica dice que lo eres”.
“Y tú les crees”.
Levantó sus brazos huesudos en el aire. “Bien, te atraparon allanando el apartamento de Javier. Y ahora andas por ahí caminando como una mujer libre haciéndome preguntas sobre él”.
“No estoy trabajando para ellos. Te traje aquí porque voy a actuar a espaldas de ellos”´
Las piernas de Brayden temblaban mientras medía sus palabras.
No lo había convencido aún. “Quiero hablar con Javier, la gente de la FCCU cree que él y Paul son parte de AntiAmérica”.
“¿Qué los hace pensar eso?”
“AntiAmérica usó un programa en el que los dos trabajaron. Cuando la FCCU fue al apartamento de Paul, encontraron a Terry asesinado”.
Sus ojos se agrandaron. “Dios mío. ¿En serio?”.
“Paul es un sospechoso. Tú sabes en toda la retorcida mierda en la que está metido. El que él y Javier hayan desaparecido al mismo tiempo hace parecer que los dos están trabajando juntos”.
Brayden refunfuñó. “Quizás haya sido bueno que Javier escapara cuando lo hizo”.
“Él no puede esconderse de los federales sabes cuan confiado es. Paul podría estar aprovechándose de él. ¿Has hablado con Paul?”
Negó con la cabeza. “No. ¿Y tú?”
“Paul no responde a mis llamadas. Necesito hablar con Javier para conocer su lado de la historia”.
“Estás perdiendo el tiempo. No quiere hablar, ni contigo ni con nadie”.
“Por favor Brayden”. Su voz se quebró. “Estoy preocupada por él. Me envió un texto diciendo que su vida estaba en peligro”.
“¿Javier te envió un texto?”
“Desde su celular. Dijo que debería buscarlo”.
Se rasco la mandíbula con su dedo índice. ”Javier dejó su celular en su apartamento, tenía miedo que alguien usara el GPS para rastrearlo. Está usando un desechable igual que tú”.
Alanna no había visto el teléfono cuando registró su apartamento. “¿Estás seguro?”
“Lo vi con mis propios ojos y además, no ha contactado a nadie excepto a mí y a su familia. No pudo haber sido él”.
“Ok. Esto da miedo. Brayden, déjame hablar con él. Por favor. Necesita que lo protejamos”.
“Él la miró. “Yo lo estoy protegiendo”.
Ella giró su cuerpo hasta que los dos estuvieron frente a frente. “Escúchame. Yo nunca traicionaría a Javier. Estoy tratando de protegerlo”.
“Protégelo a tu manera. Yo lo haré a la mía”. Hizo una pausa antes de bajar su mirada hasta la mesa laminada negra. “Lo llamaré con una condición: haz lo que AntiAmérica pide. Prométeme que te mantendrás al margen”.
Ella mostró una mueca de enojo. “Estás del lado de ellos”.
“Estoy del lado de Javier. Él cree que ellos lo mantendrán a salvo”.
“No me tienes confianza. Por eso es que me has mantenido lo de Javier en secreto”.
La acusación no le hizo mella en lo más mínimo. “Ambos hemos mantenido nuestros secretos. ¿Lo prometes o no?”
Ella suspiró. “Lo prometo”.
“Se lo haré saber a Javier. Si está de acuerdo en hablar te mandaré un mensaje de texto”.
Ella le tomó su mano derecha. “Dile todo lo que dije acerca de los federales y Paul”.
“Lo haré”. Su mandíbula tembló. “Lamento no haberte dicho sobre Javier. No quería tener secretos contigo, pero me convenció que era lo más seguro para todos”.
“Sólo lo estoy cuidando, lo juro”.
“No tienes que convencerme, yo sé que tu cabeza no está en su lugar cuando se trata de Javier. Así que vas a ayudar a los federales a acabar con AntiAmérica”.
“Diles que no lo haré. Mientras mantengan a Javier a salvo. Si lo perjudican, haré que hasta el último de ellos vaya a prisión”.
“Se los haré saber”.
La mirada de ella se movió hacia el resplandor púrpura de las luces de arriba. “Esta es la última vez que te veré durante algún tiempo. No quiero que los federales sepan de ti”.
“Yo tampoco. Nunca habría venido si hubiese sabido que la Gente te tenía bajo control”.
Brayden sonrió cuando ella le mostró el dedo. Aspiró otro toque y exhaló. Alanna hizo lo mismo. Se quedaron en sus asientos en el sofá sin decir una palabra. Como una vez él le dijera: No existen silencios incómodos cuando tienes una nota, lo cual era una suerte para ella. Estaba claro que su amigo había dejado de confiar en ella y romper la promesa que acababa de hacerle solo empeoraría las cosas entre los dos.
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