Kitabı oku: «Soy Tu Hombre Del Saco»
Soy tu hombre del saco
Una historia del condado de Sardis
de
T. M. Bilderback
Traducción Por
Camila Elizabeth Mendoz Rubio
Copyright © 2018 de T. M. Bilderback
Copyright fotos de la portada © Can Stock Photo / winnond
Diseño de la portada por Christi L. Bilderback
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es producto de su imaginación.
Todos los derechos reservados.
Capítulo 1
La mujer corrió.
El pasillo de la escuela era largo y cada paso resonaba con fuerza mientras corría. Su respiración era intensa y agitada, pues había estado corriendo durante varios minutos y la escuela era enorme.
Necesitaba un lugar para esconderse y lo necesitaba rápidamente.
¡El laboratorio de biología estaba justo delante! ¡Podría esconderse allí!
Abrió la puerta del laboratorio, entró y la cerró de manera silenciosa. Miró a su alrededor, pero no había ningún lugar en el que pudiera ocultarse. Sin embargo, encontró algunos escritorios que estaban diseñados para que dos estudiantes trabajaran juntos, así que se escondió detrás del que estaba más lejos, frente a un estante de puerta doble.
A medida que la respiración de la mujer se reducía paulatinamente, su ritmo cardíaco volvía a la normalidad. Escuchó con atención, pero no oyó nada. Ningún paso traicionó al Descuartizador… ningún respiro delató su posición.
La chica había oído hablar del Descuartizador de Sardis de la misma manera en que se enteraba de todo en ese lugar rural… por rumores y susurros. Cosas como: "Mi prima lo oyó de su suegra…" o "Alguien de Mackie’s decía que…". Cosas sin fundamento o, al menos, eso pensaba ella.
Ahora lo estaba comprobando.
– ¡Lo he perdido! ― pensó.
La puerta izquierda del estante se abrió de golpe y el Descuartizador saltó. La agarró del cabello y luego la levantó. La había jalado de este para que su cara estuviera mirando hacia arriba, cara a cara. Parecía como si su corazón fuera a estallar en su pecho y como si su miedo tuviera vida propia.
Con una voz gutural y grave, el descuartizador dijo: ― ¡Soy tu hombre del saco, cariño, y vas a hacer que me excite!
El Descuartizador comenzó su trabajo.
EL COMISARIO DEL CONDADO de Sardis, William "Billy" Napier, estacionó su coche en el aparcamiento de la Universidad Comunitaria Nathaniel Sardis. Ya habían llegado varios policías de la ciudad de Perry, el médico forense del condado y dos ambulancias con paramédicos. Todo lo que tenía que hacer era seguir las luces rojas y azules parpadeantes para encontrar la escena del crimen.
En el condado de Sardis (¡donde TÚ haces la magia!) se encuentra la sede llamada Perry. De las tres ciudades oficiales del condado de Sardis, Perry era la única que tenía fuerza policial. A pesar de esto, por decreto de los comisionados del condado, el comisario estaba a cargo de todas las fuerzas de orden dentro del condado, incluida la ciudad de Perry.
Billy estaba contento de permitir que el Departamento de Policía de Perry se encargase de la mayoría de las cosas dentro de los límites de la ciudad, pero un asesinato era demasiado grande para Godfrey Malcolm, el alcohólico Jefe de Policía.
Godfrey Malcolm era un vago ineficiente y borracho. A menudo daba órdenes contradictorias y luego no recordaba qué órdenes había dado. Además, usualmente les decía a los presos de la cárcel de su ciudad que lo llamaran "Dios", lo que era bastante pretencioso, aunque luego su ego creció lo suficiente como para encajar en el apodo.
Al policía alcohólico le irritaba tener que darle explicaciones a Napier, quien era un policía honesto y trataba a todos de forma justa, incluso a los prisioneros. Malcolm, por el contrario, extendía su mano para que los criminales le dieran el dinero que tenían o simplemente lo tomaba de sus carteras, bolsillos o monederos y luego los amenazaba si se atrevían a contar algo. De hecho, había rumores de que le daba palizas a los reclusos en la noche, pero ninguno de ellos había presentado cargos o admitido que Malcolm tuviera algo que ver con aquello.
Algunos le mencionaron algo… a Billy. Aunque, como la naturaleza del dinero es efímera, Billy no pudo encontrar ninguna prueba más que la palabra de la persona que presentaba la denuncia. Cualquier roca que estuviera sobre el lugar donde Malcolm había enterrado su tesoro robado, aún no se revelaba al mundo, pero Billy era un hombre paciente. Como la ciudad de Perry había contratado a Malcolm, Billy no podía despedirlo y eso lo enfadaba. No había nada que odiara más que un policía deshonesto, violento y borracho.
Billy no vio el coche de Malcolm estacionado en el campus. «Seguro que estaba durmiendo en alguna parte».
Salió de su coche, se ajustó el cinturón que sostenía su arma y cerró la puerta con llave. «Debo ser cuidadoso, los malditos ladrones están por todas partes».
Posteriormente, caminó hacia la puerta de la entrada en la que se encontraban dos policías.
–Buenos días, muchachos―dijo el comisario mientras asentía con la cabeza.
–Buenos días― dijeron los dos policías, casi al unísono.
Uno de ellos le abrió la puerta a Billy.
–Gracias― dijo el comisario mientras entraba al edificio.
A medida que Billy caminaba por el largo pasillo, notó lo huecos que sonaban sus pasos y, al aproximarse a la escena, el sonido de las voces los superó. Otros dos policías estaban haciendo guardia fuera del laboratorio de biología.
–Buenos días, comisario―dijo un policía y el otro asintió con la cabeza en señal de saludo.
–Buenos días―respondió Billy.
Se detuvo justo frente a la puerta.
– ¿Es muy malo?
El policía asintió con la cabeza.
–Así es, el Descuartizador de Sardis hizo otro picadillo.
– ¡Eh, nada de eso! No quiero que la prensa se entere de algún apodo, ¡especialmente si viene de las fuerzas de orden! ¿Copiado?
El policía de manera silenciosa hizo un gesto de aprobación y el otro dijo tímidamente: ―Sí, comisario.
– Gracias.
Billy entró al laboratorio de biología.
La escena que percibió fue grotesca y con una especie de ordenanza. A la víctima la habían atravesado con una serie de ganchos para abrigos que estaban fijados en una pared. Habían extendido sus manos y las atravesaron con estos ganchos, al igual que como atravesaron sus pies con un pitón para escalar en la pared de ladrillos. Los pies de la víctima estaban desnudos y atravesados uno sobre otro, de modo que se asemejaba a una crucifixión. A su vez, habían pegado la cabeza de la víctima en la pared con una cinta adhesiva que rodeaba su frente. Le habían pegado espinas o, las habían adherido de otra manera, a la cinta adhesiva, lo que realzaba aún más la imagen de la crucifixión.
Su garganta estaba cortada y era evidente que lo habían hecho en el otro extremo de la sala, junto a un estante de dos puertas, a pesar de que la cantidad de sangre frente a estas no era mucha. Además, parecía que luego de atravesar a la víctima con los ganchos de los abrigos, su estómago y la cavidad torácica se habían abierto. Sus órganos internos estaban en el suelo en forma circular y sus intestinos dibujaban la forma de un corazón alrededor de sus órganos. Sobre su cabeza, en la pared, se observaban las palabras: ―Soi tú ombre del saco―. Las palabras mal escritas y las faltas gramaticales aparentemente se habían escrito con la sangre de la víctima, quien había perdido tanta sangre que su cuerpo se veía gris como un fantasma. El corazón, por otro lado, había desaparecido.
Ted Baker, el fotógrafo que trabajaba para el médico forense del condado de Sardis, también había trabajado como fotógrafo de plantilla para el centinela del condado de Sardis. Billy le había advertido hace tiempo sobre su trabajo doble.
–Teddy, si vas a hacer ambos trabajos, tendrás que aprender a mantener la boca cerrada de vez en cuando. El hecho de que tomes fotos policiales y fotografías para el periódico del condado no significa que tengas exclusivas. La mayoría de las veces no será un problema, pero de vez en cuando tendrás acceso a cierta información que no estará destinada al público en general… hasta que yo lo diga. ¿Trato hecho?
–Trato hecho― respondió. Ted mantuvo en secreto su intención de querer romper el trato, especialmente si eso significaba que podría continuar con su carrera periodística.
Ahora estaba tomando fotos de la escena del crimen, mientras que Kenneth Pirtle, el médico forense, le indicaba a Baker los ángulos que quería. El equipo forense esperaba que Pirtle diera el visto bueno, pero Billy no confiaba mucho en ellos. Este era el tercer asesinato que se atribuía al Descuartizador y el comisario aún no tenía ninguna evidencia que fuera útil. En los tres asesinatos, habían exhibido a cada una de las víctimas de la misma manera, con los órganos en el centro y los intestinos colocados en forma de corazón a su alrededor. Asimismo, la sangre de cada víctima se había drenado casi por completo y sus corazones habían desaparecido.
Conjuntamente, en los tres asesinatos se escribieron las mismas faltas de ortografía con la sangre de la víctima en la pared.
Billy se preguntaba si las faltas ortográficas eran intencionales.
Llamó a Pirtle: ― ¡Hola, Kenny!
Saludó al comisario con un gesto mientras le decía al fotógrafo los últimos ángulos que quería para las fotos de la escena del crimen. Cuando terminó de explicárselo, Pirtle se acercó a Billy.
– Bastante macabro, Billy ― dijo Pirtle.
– Supongo que aún no tienes nada para mí.
– Así es, Billy, tenemos una gran bolsa llena de nada para ti. No encontramos ADN, ni pelo, ni piel bajo las uñas de la víctima, ni nada. Tal vez el laboratorio encuentre algo, pero si es como las dos últimas veces…
Pirtle se encogió de hombros.
Billy sacudió la cabeza con los labios apretados.
– Kenny, tienes que encontrar algo que me pueda servir. Se correrá la voz y la gente empezará a querer mi cabeza si no averiguo quién está haciendo esto.
– ¿Crees que no lo sé? No hemos encontrado nada a nivel forense que te podamos dar y me refiero a nada en absoluto. Incluso traje a la gente del laboratorio estatal y aun así no hemos tenido suerte.
Sacudió su cabeza con disgusto.
–Es como si el asesino fuera un fantasma o algo así.
Billy mantuvo su boca cerrada. Sabía muy bien que se podía tratar de algo mágico o sobrenatural; sin embargo, mantenía sus opciones abiertas y su boca cerrada.
Él había visto de primera mano lo que sucedía cuando la magia se involucraba y no siempre era algo bonito. Mary, su hijastra, y Carol Grace, la hijastra de su mejor amigo Alan, tenían un tipo de poder místico. Alan se había casado con Katie Ballantine Montgomery, quien era una bruja descendiente de la familia Sardis. Además, la tía abuela de Katie, Margo Sardis, era una bruja igualmente poderosa. De hecho, una vez Katie le contó a Alan que Margo había realizado un hechizo para invocar al viejo Ricky Jackson y que ese hechizo invocó a un sabueso del infierno. El pentagrama que retenía al sabueso se había roto accidentalmente, por ende, este se soltó y dejó una puerta abierta al infierno. Según lo que Margo le había contado a Katie, muchos habitantes del infierno pasaron por esa puerta y ahora tienen sus hogares en el condado de Sardis, aunque nunca nadie vio al viejo Ricky Jackson desde entonces.
Billy había visto a Mary y Carol Grace unir sus poderes contra los bandidos de la familia criminal de Giambini cuando invadieron la granja de Junior Ballantine. Fue en ese momento en el que quedó asombrado de ver que tales cosas existieran en este mundo… y que nadie lo supiera.
De todos modos, nadie lo creería, pero Billy sí lo creyó.
Lo creyó por mucho tiempo. Tenía que hacerlo, ya que vivía con ello.
Phoebe había insistido en que Mary aprendiera las enseñanzas de Margo Sardis sobre cómo controlar la magia que habitaba dentro de su hijastra y dentro de Carol Grace Montgomery y Bill no podría estar en desacuerdo. La chica necesitaba saber cómo mantener la magia dentro de ella.
Ahora parecía que quizás estaba viviendo otra vez con la magia… Esta vez en su trabajo, lo que no era bueno, no esta vez. La gente estaba muriendo, gente honesta que no merecía ese tipo de muerte.
Mientras sus pensamientos brincaban de una cosa a la otra, Billy se dio cuenta de que podía llamar a Alan y pedirle que viniera. Lo necesitaba.
― ¡CAROL GRACE! ¡VAS a perder el autobús, jovencita!
– ¡Sí, mamá!
– ¡Baja aquí, jovencita!
Alan se sentó en la mesa de la cocina y sonrió ante la frustración de su nueva esposa.
–Tan segura como que mi nombre es Katie Blake, ¡voy a castigar a esa chica si tenemos que llevarla a la escuela una vez más este mes!
–Katie Blake. Me encanta el sonido de ese nombre― dijo Alan con una sonrisa.
– ¿Dónde lo conseguiste, Katie?
Ella sonrió mientras miraba a su marido.
–Un policía me lo dio. Dijo que no se estaba usando apropiadamente y quería ver si yo podía cuidarlo.
Se sentó en su lugar de la mesa.
–Hmmm… ¿y lo estás cuidando bien?
Katie sonrió burlonamente.
–No he tenido ninguna queja todavía.
Alan se inclinó hacia la cara de Katie.
–Ni una sola―.
Comenzó a besarla.
Cuando sus lenguas se tocaron, pudo probar un ligero sabor del diminuto trozo de tocino que Katie había masticado mientras cocinaba y, además, probó el sabor a menta de la pasta de dientes. Principalmente, disfrutó saborear a Katie hasta que perdieron la noción del tiempo.
–Oh, Dios mío, ¿pueden dejar de besarse en la cocina? ¡Es tan asqueroso!
Alan se alejó y miró a Katie a los ojos otra vez.
– Bueno, tal vez solo una vez…― le echó un vistazo a Carol Grace.
El padre de Carol Grace, Mark Montgomery, había fallecido hace varios años de un aneurisma cerebral y había dejado un seguro de dinero. Katie destinó este seguro y el interés a la crianza de Carol Grace; no obstante, cuando la compañía en la que trabajaba Katie la despidió, su mente se fijó en la granja que le había dejado su abuela Nebbie Ballantine. Su abuelo se llamaba Arthur "Junior" Ballantine, así que la granja recibió tal nombre en su honor. Katie se había preocupado de la granja de Junior todos estos años y había pagado todos los impuestos, así que era suya, libre de todo. Por consiguiente, cuando ocurrió el despido, Katie empacó sus cosas y las de Carol Grace y se mudó al condado de Sardis.
Después de la mudanza, Alan Blake, el antiguo mariscal de campo de la escuela secundaria de Katie, también se había mudado al condado, aunque lo suyo era un caso urgente. Era policía en la ciudad y había arrestado al hombre que se encargaba de las partidas de póker ilegales de la familia criminal de Giambini, Moses Turley, y a sus hombres por intentar asesinarlo a él y a otro policía. Mickey Giambini no quería tener ningún vínculo con él en el juicio, así que envió a Turley y a sus hombres a buscar a ambos policías para luego matarlos. Los hombres de Giambini encontraron al compañero de Alan, James Winstead, y lo mataron… pero no antes de que el hombre les dijera a los criminales que podrían encontrar a Alan en el condado de Sardis.
El viejo amigo de Alan, el comisario Billy Napier, también había estado en el equipo de fútbol americano de la escuela secundaria en Perry y había convencido a Katie para que le diera a Alan un lugar donde esconderse a cambio de trabajar como granjero.
Mientras tanto, Katie había conocido a la anciana bruja, Margo Sardis. Ella decía que Katie y Carol Grace eran descendientes de la familia Sardis y que tenían magia dentro de ellas. Con el tiempo, Katie comenzó a aprender a usar su magia.
Carol Grace también mostraba señales de poderes mágicos florecientes y estos se multiplicaban cuando estaba cerca de Mary Smalls, su mejor amiga y compañera de escuela. Aparentemente, Mary también tenía magia dentro de ella… pero nadie sabía de dónde venía, ya que su madre, la vieja amiga de la escuela de Katie, Phoebe Smalls, no poseía estos poderes… y nadie, ni siquiera Phoebe, tenía la mínima idea de quién era el padre de Mary.
Phoebe era una alcohólica en recuperación.
KATIE Y ALAN SE ENAMORARON profundamente y juntos hicieron reavivar el amor que alguna vez Billy Napier y Phoebe Smalls tuvieron.
Durante una reunión de las dos familias, Moses Turley aprovechó de tomar la granja en su poder, así que pasó a través de un túnel que se encontraba por debajo de esta. Carol Grace y Mary llegaron justo a tiempo para impedir que los criminales de Giambini asesinaran a Alan o a cualquier otra persona. Se tomaron de las manos instintivamente, parecía como si un poder de otro mundo se hubiera apoderado de ellas, así que utilizaron su magia mental y echaron a esos hombres malvados de la casa.
Los demonios habían estado esperando afuera para devorar a los cuatro criminales, además, la tierra se abrió y se tragó su auto. Tras lo sucedido, ambas chicas se desplomaron en el suelo, sin saber si se encontraban inconscientes o profundamente dormidas.
Al día siguiente, se celebró una boda doble, puesto que el comisario Napier y Phoebe Smalls habían decidido contraer matrimonio al igual que Katie y Alan.
Desde entonces, la anciana Margo Sardis había continuado enseñándole a Katie sobre su magia y también lo hizo con las otras dos chicas.
Sin embargo, Margo aún desconfiaba de ellas y prefería no hablarle de ello a Katie… pero, ella ya se había dado cuenta que algo le preocupaba. Katie había pensado preguntarle a su tía, aunque comprendió que Margo se lo contaría cuando estuviera lista… y no antes.
Alan ya había contactado a un abogado en Perry para adoptar a Carol Grace y claramente Katie había dado su consentimiento, ya que sabía lo mucho que Carol amaba a Alan y lo mucho que Alan amaba a la muchacha. Parecía lo correcto.
La audiencia de adopción sería a fin de mes, a tan solo una semana.
Katie observó a su hija: ― Señorita Carol Grace ¿qué lugar aprobaría para que su madre le dé un gran beso? Iré con Alan si esta decisión te hace feliz.
– ¡Ewww! ―Carol Grace puso huevos revueltos en su plato, los cubrió con un poco de mantequilla, pimienta y se llevó a la boca un trozo de tostada y dos rebanadas de tocino.
– ¿Tal vez en el corral de los cerdos? ― contestó riéndose.
– No lo creo ―Alan arrugó su nariz.
– Ahí huele tan mal como el armario de Carol Grace ―dijo mientras simulaba tener arcadas.
Pequeñita, la mascota Boston terrier que Billy Napier le había regalado a Carol Grace, bajó las escaleras de un salto, entró a la cocina, ladró una vez y la chica le tiró un pedazo de tocino.
Carol se devoró el desayuno, se limpió la boca con la servilleta, se levantó bruscamente y dijo: ―Tengo que irme, el autobús llegará en un minuto.
Besó la mejilla de su madre y la frente de Alan.
– ¡Nos vemos! ¡Los amo!
Desde la puerta trasera llamó a su mascota: ― ¡Adiós Pequeñita! ¡Sé una buena chica!
Pequeñita ladró como si hubiera entendido la orden de su dueña.
La puerta del porche trasero se cerró de golpe y Alan hizo un gesto de dolor.
–Tras su pronunciamiento, el heraldo real se marcha.
Katie se rio.
Alan acababa de tomar un gran bocado de huevos revueltos y tostadas cuando sonó su teléfono celular. Miró el registrador de llamadas y dijo: ―Es Billy― contestó la llamada.
– ¡Hola Bill! ¡Espero que Phoebe te haya preparado un desayuno tan bueno como el que me dio Katie!
–Alan, no creo que pueda desayunar ahora mismo. Escucha, necesito que te conectes.
Alan percibió el tono serio en la voz de su amigo e inmediatamente se conectó.
– ¿Otro más?
– Así es.
– ¿Dónde?
–En la Universidad Comunitaria.
–Estaré ahí en un momento.
–Gracias, viejo amigo.
Alan colgó la llamada.
Katie se había dado cuenta que Alan tenía que irse.
– ¿Es otro de esos asesinatos?
Alan miró a su esposa a los ojos.
–Sí. Debe ser bastante grave.
Billy sonaba molesto.
Katie asintió con su cabeza y sintió un escalofrío en todo su cuerpo.
–Está bien, anda, pero ten cuidado.
Alan iba a comer otro bocado de huevos, pero cambió de opinión.
–Mejor que no. Si se le revuelve el estómago a Bill, probablemente se me revuelva a mí también.
Se levantó de la mesa para ir a colocarse su uniforme y, en cuanto se volteó, vio a una anciana parada atrás de él. Saltó del susto y gritó: ― ¡Ahhh!
Katie comenzó a reírse fuertemente.
Alan puso su mano en su pecho mientras apoyaba la otra en el respaldo de la silla.
–Por Dios, tía Margo, ¿tenía que acercarse a hurtadillas?
La anciana se reía a carcajadas.
–No me acerqué a hurtadillas, Alan. Acabo de entrar por la puerta trasera. Quizás no hice mucho ruido.
Katie, todavía riéndose, dijo: ―Lo hizo, yo la vi entrar.
Alan, mientras continuaba sacudiendo su cabeza de nerviosismo, extendió sus brazos y abrazó a la anciana bruja.
–Buenos días a ti también, tía Margo― la soltó de sus brazos.
– Ahora, si estas dos brujas maravillosas me disculpan, tengo que ir a ayudar a Billy a atrapar al asesino.
– ¿Asesino? ― Margo preguntó de manera abrupta.
– ¿Ocurrió otro caso? ― Alan asintió.
–Así es, dama.
Los ojos de la mujer se entrecerraron.
–Debes tener cuidado, Alan Blake. Puede que no se trate de un asesino humano.
Alan se detuvo en la puerta que lleva a la sala de estar y a las escaleras.
– ¿Sabes si eso es cierto, tía Margo?
La anciana sacudió la cabeza.
–No lo sé, pero he intentado averiguarlo. Si descubro algo, te lo haré saber enseguida.
Alan asintió.
–Por favor, hágalo. Tenemos que detener esto rápido.
Empezó a subir las escaleras, se detuvo y volvió a la cocina.
– ¿Margo?
La anciana lo miró.
– ¿Tienes alguna idea de cuántas criaturas del infierno entraron por esa puerta abierta de la que nos hablaste?
El rostro de Margo se suavizó y Alan creyó ver un pequeño indicio de miedo. Sacudió la cabeza y dijo: ―Que Dios me ayude, Alan, no lo sé. Podrían haber sido unos pocos o podrían haber sido cientos. Simplemente no lo sé.
Alan le echó un vistazo a Katie y luego miró a Margo.
–Me sentiría mejor si se quedara aquí con nosotros, tía Margo. Es mejor a que esté sola en el bosque, aunque su casa esté camuflada con espejos. Al menos, tendría la sensación de que estaría más segura.
Margo abrió la boca para rechazar cortésmente la oferta, pero se detuvo. Finalmente, dijo: ―Lo voy a pensar, sobre todo si la oferta es de corazón.
Alan miró a la anciana a los ojos.
–Lo es, por favor quédese. Bueno, ahora debo irme― les dijo a ambas.
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