Kitabı oku: «Chicas en tiempos suspendidos», sayfa 2
3.
Cuando en 1999 escribí un ensayo sobre Delmira
me estaba separando después de 25 años
de matrimonio.
Lo titulé “La divorciada del modernismo”.
Me refería a ella, por supuesto,
y sin embargo y sin embargo
¿hablaba también de mí?
Lejos de querer desplegar
por la deriva de este confesionario
algún tonto guiño psicologista
mi pregunta va dirigida al corazón
de aquella vieja crítica literaria
que despreciaba la vida privada
en aras de una severa
pureza textualista.
Es cierto que el viejo biografismo
del que se reía Pezzoni en sus clases
fue un bochorno.
En el mejor de los casos resultó
en un no menos irritante
psicoanálisis aplicado.
Y sin embargo y sin embargo
los autores mientras escriben viven vidas
que valen la pena de ser leídas.
Barthes ya intuía eso que llamó
la nebulosa biográfica
volver a poner en la producción intelectual
un poco de afectividad, nos dijo mientras confesaba
“Terminé prefiriendo a veces leer la vida de ciertos autores más que sus obras”.
Y la vida de Delmira y la mía cuando escribí sobre ella
estaban conectadas. Mientras yo pasaba por el sombrío trámite
–“la sentencia de divorcio llegó por correo”, se queja Anne Carson–
anticipé los dolores del papeleo y puse
como epígrafe de un libro que estaba escribiendo
estos versos de Delmira:
“Ven, oye, yo te evoco.
Extraño amado de mi musa extraña”.
Y sin embargo y sin embargo
lejos de dejar que se desangre
la inspiración de la poetisa
suturé la boca de mis versos
para ofrendarle a la crítica
el producto medido callado digno
de una poeta.
Una vez más lo que empezó como poesía
tuvo que terminar como novela
porque yo solo quería que por fin
me llamaran por el apellido.
4.
Poner una puerta en la boca de las mujeres ha sido un proyecto importante de la cultura patriarcal desde la Antigüedad hasta el día de hoy. Su táctica principal es una asociación ideológica del sonido femenino con la monstruosidad, el desorden y la muerte.
ANNE CARSON
“Esas chillonerías de comadrita
que suele inferirnos la Storni”
escribió Borges como diciendo
los vates no gritamos
los vates no tenemos vida personal
no somos compadres de nadie
no sacamos los trapitos al sol
si nos enamoramos es del amor
y no de las personas que escondemos
debajo de la alfombra de la retórica
para evitar el escándalo.
“Me gustas cuando callas porque estás como ausente”
había escrito el joven Neruda.
Y sin embargo y sin embargo
lo que empezó como poesía
iba a terminar como novela.
Muchos años después la musa muda
que inspiró Los versos del Capitán
resultó no ser esposa sino amante.
El adúltero culposo lo confiesa en sus memorias:
para que las metáforas ilegítimas no lo delataran
decidió esconder su persona de autor
detrás del anonimato.
Pero esto no fue todo.
Para que el ardid resultara creíble
se inventó un prólogo de ficción
donde una tal Rosario de la Cerda
le envía a un editor el manuscrito
diciendo que su anónimo Capitán
lo había escrito para ella:
“Sus versos son como él mismo: tiernos, amorosos, apasionados, y terribles en su cólera.
Era un hombre privilegiado de los que nacen para
grandes destinos. Yo sentía su fuerza y mi placer
más grande era sentirme pequeña a su lado”
dice Pablo Neruda de sí mismo
en una doble operación de vatismo extremo:
se traviste de mujer para hacerla callar
o para dejarla hablar únicamente
cuando se refiere a él.
Y sin embargo y sin embargo
para la segunda edición del libro
como el vate ya estaba divorciado
su ilustre apellido volvió a refulgir
en el esplendor de las tapas.
(Es lo que les cabe a los autores que nacen
para grandes destinos).
¿Y los críticos?
Respetuosos de la vida privada
ignoraron esta novela
y alabaron las metáforas nerudianas
aceptando que un Capitán sabe achicar
con el prodigio de su métrica
el cuerpo de ella:
“Diminuta y desnuda
parece
que en una mano mía
cabes,
que así voy a cerrarte
y a llevarte a mi boca”.
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