Kitabı oku: «Darwin en España»

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DARWIN EN ESPAÑA

Thomas F. Glick

Epílogo de Jesús I. Català Gorgues

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

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Ilustración de la cubierta: Charles R. Darwin (1809-1882)

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Fotocomposición, maquetación y corrección: Communico, C.B.

Realización de ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-370-7818-2

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN, José M. López Piñero

LA RECEPCIÓN DEL DARWINISMO EN ESPAÑA

EL HOMENAJE VALENCIANO A DARWIN DE 1909

EL JUICIO DE DAYTON ANTE LA OPINIÓN PÚBLICA ESPAÑOLA

DARWIN Y LA FILOLOGÍA ESPAÑOLA

MIQUEL CRUSAFONT Y GEORGE GAYLORD SIMPSON: INTERFERENCIAS BIOGRÁFICAS, CONFLUENCIAS HISTÓRICAS

EPÍLOGO: THOMAS F. GLICK, REFERENCIA PARA LA HISTORIA DEL EVOLUCIONISMO EN ESPAÑA, Jesús I. Català Gorgues

APÉNDICES

I: Cartas de Peregrín Casanova a Ernst Haeckel, 1876-1883

II: Selección de títulos de la biblioteca de Peregrín Casanova

III: Títulos sobre evolucionismo en la biblioteca de Baltasar Champsaur

IV: Tres cartas de Unamuno referentes al homenaje a Darwin

INTRODUCCIÓN

El evolucionismo darwinista no es simplemente uno de los paradigmas del moderno saber biológico, sino también una de las perspectivas fundamentales de las concepciones del hombre y del mundo que pretenden basarse en la ciencia de modo más o menos exclusivo. De ahí su importancia como piedra de toque para los estudios acerca del lugar de la actividad científica en la sociedad española contemporánea. El primer centenario de la muerte de Darwin, que se celebra este año, va a ser una ocasión propicia para que se publique un buen número de trabajos en torno al tema, de manera parecida a lo que sucedió en 1973, al cumplirse el medio milenio del nacimiento de Copérnico. Los aniversarios constituyen un motivo fútil y estólido para acercarse a una gran figura científica y nadie ignora que gran parte de su celebración consiste en retórica vacía, publicaciones oportunistas o acercamientos periodísticos con fuerte tufo a información de diccionario enciclopédico. Sin embargo, nuestro ambiente no suele responder a motivaciones más serias y, por otra parte, no hay que olvidar que en tales conmemoraciones salen a la luz también trabajos serios que de otro modo quedarían inéditos o sin difusión.

Entre otras aportaciones positivas que sin duda nos irá deparando el año, el centenario de Darwin nos trae la publicación, en una editorial y en una serie adecuadas, del volumen en el que Thomas F. Glick ofrece un balance de sus investigaciones sobre el darwinismo en España. Desde todos los puntos de vista, el tomito está situado en el polo opuesto de las publicaciones oportunistas. El interés de su autor por la materia comenzó hace tres lustros, cuando terminaba en Valencia su memoria para la obtención del grado de PhD, acerca de las técnicas de riego en la sociedad valenciana bajomedieval.[1]

En la fase inicial de su biografía científica, la actividad de Glick estuvo centrada en el período medieval, aspecto de su obra cuya última manifestación ha sido un estudio histórico-social de al-Ándalus que se detiene de modo especial en la actividad científica y técnica.[2]Las indagaciones en torno al darwinismo en España fueron el punto de partida de un cambio de orientación. En abril de 1969, Glick presentó sus dos primeros trabajos sobre el tema en un congreso de historia de la medicina y de la ciencia celebrado en Valencia.[3]Tres años después apareció un volumen colectivo dirigido por él y dedicado a la historia comparada de la difusión del darwinismo en diferentes escenarios socioculturales, que constituye la más destacada aportación existente hasta ahora sobre el problema.[4] Glick se reservó, lógicamente, el capítulo de este libro relativo a nuestro país y se dedicó a partir de entonces a la investigación histórica de la actividad científica en la España moderna y contemporánea. En lo que concierne a las tareas de grupo, la expresión más visible de esta dedicación suya han sido dos proyectos que él y yo hemos codirigido: un Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, redactado por una veintena de especialistas, y la serie Hispaniae Scientia, dedicada a la edición y el comentario de textos clásicos españoles de la ciencia moderna.[5]En lo que atañe a su actividad personal, la dedicación de Glick a la línea citada ha conducido a un ambicioso programa que engloba sus estudios anteriores sobre el darwinismo. El objetivo de dicho programa es conocer el modo en que la ciencia contemporánea se ha integrado en la sociedad española, analizando la recepción y difusión en ella de la teoría de la relatividad, el darwinismo y el psicoanálisis. Apenas hace falta decir que la intención de Glick es utilizar dichas teorías –paradigmas de las ciencias físicas, biológicas y humanas, respectivamente– para desvelar los complejos procesos sociales que van desde la participación española en la actividad de la comunidad científica internacional, hasta la polarización ideológica del conjunto de la sociedad española ante los puntos clave del pensamiento científico de nuestro tiempo.

JOSÉ M. LÓPEZ PIÑERO

Universitat de València, enero de 1982

[1] Publicada más tarde con el título: Irrigation and Society in Medieval Valencia, Harvard University Press, Cambridge, Massachussets, 1970.

[2] Islamic and Christian Spain in the Early Middle Ages, Princeton University Press, Princeton, 1979.

[3]«La recepción del darwinismo en España en dimensión comparativa», Actas del III Congreso Nacional de Historia de la Medicina, Valencia 10-12 de abril de 1969, Valencia, 1971, vol. I, pp. 193-200; «The Valencian Homage to Darwin in the Centennial Date of his Birth», ibíd., 1909, vol. II. pp. 577-601.

[4] T. F. Glick (dir.): The Comparative Reception of Darwinism, University of Texas Press, Austin, 1972.

[5] J. M. López Piñero y T. F. Glick (dirs.): Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, 2 vols., Península, Barcelona (en prensa). De la serie Hispaniae Scientia, dirigida también por ambos y editada en Valencia por Valencia Cultural, han aparecido hasta ahora cuatro volúmenes. Uno de ellos corresponde a la Obra de agricultura (1513), de Gabriel Alonso de Herrera, con estudio preliminar y traducción parcial al inglés del propio Thomas F. Glick.

LA RECEPCIÓN DEL DARWINISMO EN ESPAÑA

La primera generación de evolucionistas españoles y de sus oponentes tuvo conciencia explícita de que la recepción del darwinismo en España estaba asociada a un acontecimiento social y político de primer orden: la Revolución de 1868. Los comentaristas de izquierdas y de derechas coincidieron en que la ideología de la «mesocracia intelectual», que transformó profundamente la fisonomía cultural del país en los años setenta y ochenta, estaba dominada por la arrogante presencia de Darwin, Ernst Haeckel y Herbert Spencer. Parece, por lo tanto, que el caso español puede ofrecer una comprobación válida de la hipótesis de Karl Mannheim de que la estructura y los objetivos de los grupos sociales fundamentan los conjuntos de ideas que asimilan y elaboran.

La vida científica de la España prerrevolucionaria se caracterizaba por el estancamiento y el provincialismo. La actividad existente estaba marginada de las tareas intelectuales y académicas por una estructura educativa ortodoxa de orientación inmovilista y autoritaria. José M. López Piñero ha descrito la atormentada existencia de una «generación intermedia» de científicos que, a pesar de sus mediocres contribuciones, mantuvieron el cultivo de la ciencia y crearon las instituciones en las que se formó la primera generación de evolucionistas españoles.[1]

Darwin apenas fue citado entre 1859 y 1868. La más temprana alusión a la evolución de las especies, en una revista española, parece ser una sátira sobre la «Escala de las transformaciones» aparecida en El Museo Universal en 1863. Se trata de una serie de cuatro grabados de línea relativos al «origen de ciertas especies de animales». Presenta primero la evolución de un cerdo en un toro y más tarde en un hombre y, por último, la de un ganso en un asno y en un «mequetrefe». Este último se parece a Herbert Spencer, identificación resultante de la descripción de «cierto individuo» que hablaba sobre cosas que no comprendía –filosofía, religión, política y elecciones– con tal falta de sentido que sus orejas comenzaron a crecer. No se menciona directamente a Darwin o a sus obras. Seguramente el proceso descrito es una parodia del lamarckismo.[2]

En su novela Fortunata y Jacinta, Benito Pérez Galdós describe el ambiente académico de Madrid durante el período de formación de su personaje, Juanita Santa Cruz, en los años 1864-1869. Afirma en este contexto que los estudiantes discutían sobre el transformismo y las ideas de Darwin y Haeckel, aunque todavía no estaba de moda.[3]

El primer comentario serio acerca de la evolución se encuentra en unas conferencias que dio José de Letamendi (18281897) en el Ateneo Catalán del 13 al 15 de abril de 1867. El médico catalán criticó en ellas la mutabilidad de las especies desde una perspectiva tomista, asociando, en un ataque general al monismo, enérgicas condenas al materialismo de Comte, de Lamarck y de Darwin.[4]

Estas referencias dispersas no modifican significativamente nuestra afirmación de la escasa presencia del darwinismo antes de 1868.

Uno de los tópicos de la literatura científica de la época fue que la revolución había abierto las puertas a una serie de nuevas ideas entre las que destacaba la del evolucionismo.[5] «La llamada Revolución de Septiembre [recordaba Baltasar Champsaur Sicilia, un socialista canario que tomó parte en una de las primeras polémicas en torno al darwinismo] había abierto muchos ventanales y respirábamos un aire de libertad y de vida regocijada que hacía pensar en algo así como un pueblo dueño de sí mismo (...) Se discutía en todas partes (...) Era como un despertar después de una larga somnolencia».[6] Diez años más tarde, el antropólogo Francisco Tubino decía que hacia 1867, al comenzar a explicar la nueva ciencia antropológica en la Sociedad Económica de Madrid, había temido una pobre acogida de estas ideas en España, «un país donde el sentimiento lleva la mejor parte de todo» en detrimento de la razón, y no había previsto el enorme interés que el tema despertaría poco más tarde.[7]

El químico José Rodríguez Carracido subraya la inquietud intelectual existente en la Universidad de Santiago cuando Augusto González de Linares explicó por vez primera la evolución en 1872. Los «murmullos de protesta y aplausos de contraprotesta», señales palpables de la profunda división de los oyentes, hubieran sido inconcebibles, en opinión de Carracido, «si el ambiente intelectual de Santiago no estuviese previamente preparado por la excitación mental consecutiva a la revolución política». Con el mismo vigor que los intelectuales comenzaron a discutir temas como la soberanía nacional y la separación de la Iglesia y el Estado –prosigue Carracido–, empezaron a hablar de la mutabilidad de las especies y del origen del hombre. Podía oírse a grupos de estudiantes que paseaban por las viejas calles que rodeaban la universidad disputar sobre la lucha por la existencia, la selección natural y la adaptación, citando los nombres de Darwin y Haeckel.[8]

En 1872, sin embargo, había cambiado no sólo el ambiente intelectual sino la propia estructura pedagógica. Como consecuencia de la ley de libertad educativa promulgada en el primer mes de la revolución (octubre de 1868), se abolió la censura, se introdujeron cursos científicos modernos en los planes de estudios universitarios y se fundaron nuevos departamentos (por ejemplo, los de fisiología e histología en la Universidad de Madrid). Además, la ley permitió a las autoridades locales nuevos programas científicos independientes del control del Gobierno central. Esta ley, como ha hecho notar Temma Kaplan, hay que considerarla como el fundamento del desarrollo de la ciencia experimental en España y, especialmente, como el supuesto de los comienzos de la biología moderna.[9]

Aunque la Restauración (1874) restableció la «ciencia oficial», volvió a introducir la religión en los estudios universitarios y reimplantó la censura, y a pesar de que la mayor parte de los darwinistas que habían ganado cátedras en la época revolucionaria las perdieron en la crisis universitaria de 1875, la penetración de las ideas evolucionistas era tan importante que la reacción católica fue incapaz de volver las aguas a su cauce.[10]Ofrezco a continuación una visión panorámica de su presencia en varias tareas intelectuales y en diferentes áreas geográficas del país, con la esperanza de conseguir una perspectiva amplia de la difusión de las ideas evolucionistas en España y de sugerir líneas para investigaciones posteriores.

No resulta extraño que El origen del hombre fuera traducida al castellano (1876) antes que El origen de las especies (1877). La revisión de la literatura demuestra también que, aunque el evolucionismo darwinista se había discutido entre 1868 y 1871, hasta la aparición de la traducción francesa de El origen del hombre no se produjo una polémica generalizada. En 1872 hubo ataques al darwinismo desde todos los frentes: Emilio Huelin publicó en la Revista de España una inteligente revisión crítica de la literatura sobre evolución en inglés, alemán y francés; el dirigente político conservador Antonio Cánovas del Castillo pronunció en el Ateneo de Madrid una conferencia atacando la ética darwinista; y a finales del mismo año apareció «A Darwin», el famoso poema polémico de Gaspar Núñez de Arce, incluido en sus ortodoxos Gritos del combate.[11] El contraataque de los partidarios del darwinismo no se produjo hasta cinco años más tarde, o a lo sumo hasta 1876, cuando el positivista cubano José del Perojo fundó Revista Contemporánea, principal órgano de expresión del evolucionismo en España. Perojo publicó la primera traducción castellana de El origen de las especies en 1877 y fue uno de los traductores de la segunda versión española de El origen del hombre.[12]

La publicación de la edición española de El origen de las especies fue comentada por Manuel de la Revilla en Revista Contemporánea como «síntoma felicísimo de nuestros progresos (...) porque esto demuestra que han pasado aquellos tiempos en que la trascendental doctrina en ella contenida era acogida con pueriles asombros por el vulgo, y con vacías declamaciones o insípidos chistes por los doctos». La teoría, continuaba, era ahora atendida con respeto, a pesar del punto de vista conservador que «subleva al orgullo humano, alimentado por el error antropocéntrico».[13]Hay que subrayar, sin embargo, que con traducción o sin ella la mayor parte de los españoles que participaron en la polémica en torno a la evolución preferían manejar en francés los dos libros fundamentales de Darwin.

Las obras de Ernst Haeckel contribuyeron decisivamente a la difusión de las ideas evolucionistas en España. Los positivistas partidarios del darwinismo las leyeron con entusiasmo. Aunque eran sensibles a los argumentos sólidos basados en las ciencias biológicas, prefirieron a Haeckel antes que a Darwin porque el autor alemán se ocupaba, de forma más directa, de la aplicación de los modelos darwinistas a las ciencias sociales, principal área de interés de los positivistas españoles. A finales de la década de los setenta apareció, en las páginas de Revista Contemporánea y de Revista Europea, una serie de artículos de Haeckel o de comentaristas de su obra. El contenido de todos ellos era prácticamente el mismo: Haeckel había creado un sistema global que explicaba el desarrollo evolucionista del universo.[14] Los antidarwinistas no tardaron en comprenderlo y condenaron unánimemente a Haeckel como la cabeza del materialismo anticristiano. El papel de Haeckel era tan destacado que un católico favorable al evolucionismo como Juan González de Arintero llegó a defender que Darwin no había hecho afirmaciones contrarias a la Biblia en El origen de las especies, pero, «convertido» por obra de Haeckel, había formulado, bajo su influencia, las ideas inaceptables de El origen del hombre.[15]Las opiniones de Haeckel, propiamente científicas, también alcanzaron amplia difusión. Augusto González de Linares escribió trabajos y dio lecciones sobre su morfología en la década de los setenta[16] y varios de los libros del autor alemán fueron traducidos al castellano.[17]

El más importante discípulo español de Haeckel fue el anatomista valenciano Peregrín Casanova Ciurana (1849-1919). Hombre de la Revolución de Septiembre, Casanova terminó su licenciatura en Medicina en Valencia en 1871 y se doctoró cuatro años después en Madrid. Entre 1876 y 1883 mantuvo relación epistolar con Haeckel, y en alguna ocasión durante este período (quizá durante un mes en 1876) viajó a Jena para trabajar con el maestro personalmente. En la Ernst-Haeckel-Haus de Jena se conservan nueve cartas a Haeckel de su seguidor valenciano; los textos de estas cartas se transcriben en el apéndice I. Las cartas de Casanova son sumamente interesantes para la historia interna del darwinismo español, en la medida en que revelan su firme intento de mantenerse al corriente del nuevo desarrollo en la anatomía evolucionista.[18]

Consultó, insistentemente, a Haeckel sobre el modo de orientar sus cursos en la Facultad de Medicina de acuerdo con las más recientes teorías evolucionistas combinadas con la anatomía humana descriptiva. Haeckel le informó acerca de las últimas investigaciones de Carl Gegenbaur antes de que fueran publicadas y, gracias a Casanova, el tratado del anatomista alemán se convirtió en libro de texto de la disciplina en la Universidad de Valencia.[19]También le envió ejemplares de Jenaische Zeitschrift y de Kosmos, revistas que le permitieron estar al día de las contribuciones de su maestro. Además de esto, las cartas manifiestan repetidamente tres temas: la dificultad de Casanova para comunicarse con los científicos extranjeros; su resistencia y resentimiento por lo que él consideraba un clima hostil hacia la biología evolucionista en España; y, finalmente, su ingenua y casi exagerada devoción a Haeckel como heredero del cetro de Darwin. Las cartas están escritas en un francés inteligible pero claramente rudimentario. En la carta I declara que no sabía todavía alemán, pero que había leído los trabajos de Haeckel a través de las traducciones francesas. En la carta III expone que ha comenzado a estudiar alemán por su cuenta exclusivamente para poder leer los trabajos de Haeckel, y lamenta que no hubiera profesores de alemán en Valencia. Constante, solicita de Haeckel la aclaración de títulos o del contenido de los libros anatómicos recientes, de los cuales Casanova poseía un conocimiento imperfecto. En las cartas III, IV y VIII, Casanova alude al clima hostil en que se desarrollaba la investigación científica en España y reitera su sentimiento de marginación por la oposición del clero al darwinismo, y por el control gubernamental de la educación, que limita ba la libertad de expresión.

En 1877, Casanova publicó un libro sobre biología general, saturado de conceptos haeckelianos.[20]Comenzaba con una carta de salutación del propio Haeckel y, en su introducción, Casanova trazaba un esquema evolucionista de la historia de la ciencia, según el cual las ideas más fuertes se imponían sobre las débiles. Las ideas científicas y cosmológicas anticuadas pertenecen al pasado y la ciencia moderna tiene todavía que luchar contra las supervivencias medievales. La biología debe participar en estos progresos y su vertiente morfológica no puede ser meramente descriptiva sino dinámica, no solamente ontogénica sino filogenética, investigando no sólo la historia del individuo sino la de la especie. El estudio intenta, en suma, nada menos que «la reducción de todos los fenómenos a causas eficientes naturales, mecánicas: la concepción monística del Universo». Su texto es una divulgación de Haeckel. La sección sobre el carácter dinámico de la biología comienza con una cita de Natürliche Schopfungsgeschichte relativa a la base bioquímica de la vida. En ella, Casanova ofrece las ideas de Haeckel acerca de la formación de la vida, desde la materia inanimada en forma de granulaciones o plastídulos. El capítulo sobre los resultados del desarrollo morfológico se ocupa de la integración y la diferenciación en las series filogenéticas, e incluye descripciones de los procesos de selección natural, herencia y adaptación. Otro extenso capítulo, acerca de la teoría de la evolución, termina lamentándose de que en España, país que deja mucho que desear en cultura moral y científica, esta doctrina tiene pocos seguidores.[21]

En 1881, Casanova escribió una introducción a la versión castellana de dos trabajos de Haeckel titulados La perigénesis de los plastídulos y El alma de las células. En ella expuso las concepciones genéticas de su maestro –que eran opuestas a las de Darwin–, afirmando que el intento de reducir la herencia y la reproducción a causas físicas y químicas iba a provocar una cerrada hostilidad. Como librepensador, admiraba especialmente el segundo trabajo, porque formulaba el concepto de que formas de vida inferiores al hombre tenían también «actividades intelectuales». «¿Quién puede encerrar la voluntad y el pensamiento en el estrecho círculo del cerebro humano?», preguntaba retóricamente.[22] La biblioteca de Casanova, conservada en la Facultad de Medicina de Valencia, incluye una selección representativa de obras evolucionistas (véase apéndice II).

El papel de Casanova como vía de difusión de las ideas de Haeckel, así como su gran influencia como pedagogo, se manifiesta en la disertación doctoral de su discípulo Ramón Gómez Ferrer, quien elaboró en 1884 un estudio sistemático sobre las ideas vigentes acerca de la herencia. El análisis de Gómez Ferrer es una exposición directa sobre los mecanismos de pangénesis (la transmisión material de las características hereditarias por medio de las partículas albuminoideas contenidas en células germinales), tal y como las entendía Haeckel. No obstante, Gómez Ferrer mostraba ciertas reservas. Él proponía que los caracteres adquiridos sólo serían heredados si fueran más fuertes que las tendencias hereditarias, lo que supone una aparente restricción de la teoría de Haeckel, que sostiene que todos los caracteres adquiridos podrían heredarse en determinadas circunstancias. También muestra Gómez Ferrer ciertas reservas en lo que respecta a la teoría de la recapitulación.[23]

La influencia de la teoría evolucionista sobre la ciencia española superó, por supuesto, los límites de la mera divulgación. El ejemplo de mayor importancia es la obra de la gran escuela histológica española que fue evolucionista en sus supuestos. Sus fundadores tomaron contacto con Darwin en los años inmediatos a la Revolución de Septiembre. En realidad, dicha escuela estaba integrada por dos grupos interrelacionados. El primero, asociado a Luis Simarro (1851-1921), se ocupó principalmente de la anatomía patológica del sistema nervioso, mientras que el segundo, encabezado por Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), cultivó fundamentalmente la neurohistología.

Simarro leyó por vez primera a Darwin en una traducción francesa poco antes de la Revolución de 1868, mientras estudiaba Medicina en Valencia. Cuando descubrieron el libro en su cuarto, los frailes que regentaban el colegio en el que daba clases de ciencias lo expulsaron.[24]En sus primeros artículos sobre morfología y anatomía comparada se refleja una gran influencia de Haeckel y sus discípulos; en todos ellos aparecen referencias de los Morphologische Jahrbücher de Gegenbaur. Entre 1880 y 1885, Simarro trabajó en París con varios científicos franceses, entre ellos el anatomista evolucionista Mathias Duval, cuyo curso antropológico (planteado conforme a líneas evolucionistas) resumió para el público español en un artículo aparecido en 1880.[25]De regreso a España, dio numerosas clases sobre la teoría de la evolución e incorporó las nociones de cambio evolutivo y de desarrollo adaptativo a sus trabajos en torno a la anatomía patológica del sistema nervioso. A causa del riguroso evolucionismo de Simarro, la influencia de Darwin y Haeckel se refleja también en la obra de Nicolás Achúcarro (1880-1918), su discípulo más importante. En los años de transición del pasado siglo al actual, Achúcarro tomó contacto en el laboratorio de Simarro con la histología evolucionista, comenzando sus estudios con el sistema nervioso de los peces y otros animales inferiores, antes de abordar la estructura más compleja del sistema nervioso humano. Su obra sobre la neuroglia también estaba basada en series filogenéticas.[26]

Cajal subraya que leyó por vez primera a Lamarck, Spencer y Darwin hacia 1874-1875, después de licenciarse en Medicina. En la misma época pudo también «saborear las jugosas y elegantes, aunque frecuentemente inaceptables o exageradas, hipótesis biogénicas de Haeckel, el brioso profesor de Jena».[27] Reflexionando acerca de su orientación científica al iniciar sus estudios de doctorado, lamenta haber sentido «desdén hacia normas interpretativas sacadas de la anatomía comparada, la ontogenia o la filogenia». Destaca que su candor provinciano y su ingenuidad científica contrastaba con la propensión de algunos de sus jóvenes colegas a especular sobre las implicaciones filosóficas del evolucionismo y del vitalismo, que le parecían muy lejanas de la tarea de conocer los detalles anatómicos. En 1879, sin embargo, aprendió alemán y comenzó a estudiar anatomía comparada, y esta vez en serio «me impuse en las modernas teorías tocantes a la evolución, de que por entonces eran portaestandartes ilustres Darwin, Haeckel y Huxley; amplié bastante mis noticias embriológicas».[28]Según Laín Entralgo, los prejuicios iniciales de Cajal respecto a la evolución (1876 1880) le impidieron al principio seguir a Gegenbaur y resolver el problema de la investigación anatómica a través de los estudios comparados. No obstante, en 1883, cuando publicó varios artículos de divulgación en revistas de Valencia y Zaragoza, su pensamiento estaba ya claramente impregnado por la mentalidad y la retórica evolucionista que guiarían su futura carrera de histólogo. La clave de su metodología consistía, sencillamente, en aplicar al estudio de la histología del sistema nervioso la idea de que lo menos diferenciado morfológicamente es anterior filogenéticamente a lo más diferenciado. «Puesto que la selva adulta –la selva de la corteza cerebral– resulta impene trable e indefinible, ¿por qué no recurrir al estudio del bosque joven?». Sus célebres investigaciones sobre la neurogénesis tenían un supuesto evolucionista, ya que estudió el desarrollo del sistema nervioso desde las formas embrionarias a las adultas en series filogénicas. Describió esta tarea en otra expresiva pregunta retórica: «En esta trayectoria evolutiva, ¿no se revelará, quizá, algo así como un eco y recapitulación de la historia vivida por la neurona en sus milenarias andanzas a través de la serie animal?». Su creencia en la individualidad de la neurona y en la ley biogenética de Haeckel le llevó a examinar, sistemáticamente, médulas embrionarias de diferentes edades. Su evolucionismo, sin embargo, estaba estrictamente limitado. Como ha afirmado Laín Entralgo, mientras que otros concebían una continuidad evolutiva –diferencias puramente cuantitativas entre las especies– Cajal estaba más interesado en las diferencias morfológicas cualitativas; es decir, en innovaciones a lo largo de la trayectoria filogénica. Pensaba que era improbable, a pesar de su metodología haeckeliana, que solamente las diferencias cuantitativas pudieran explicar la distancia existente entre el cerebro de los mamíferos y el humano.[29]

El evolucionismo es uno de los supuestos del monumental estudio comparado sobre el sistema nervioso del hombre y de los vertebrados que Cajal publicó a finales de siglo, sistema que consideraba «el último término de la evolución de la materia viva y la máquina más complicada (...) que nos ofrece la naturaleza».[30]En él recurre repetidas veces a conceptos evolucionistas, especialmente al sintetizar el material comparado. Reduce el proceso de desarrollo del sistema nervioso a tres leyes evolutivas: a) la multiplicación de neuronas, con la finalidad de aumentar las conexiones entre diversos órganos y tejidos; b) la diferenciación morfológica y estructural de las neuronas para adaptarse mejor a su función de transmisores; c) la unificación o concentración de las masas nerviosas, o ley de conservación del protoplasma y del tiempo de conducción. Cajal subraya la semejanza de este tercer principio con la ley de integración longitudinal y transversal del sistema nervioso propuesto por Spencer, que había encontrado en la traducción de Progress: Its Law and Cause, publicada en el año 1896 por Miguel de Unamuno. En resumen, Cajal afirma lo siguiente:

... en buena doctrina evolutiva, y con mayor motivo admitiendo el principio de la selección natural como causa eficiente del progreso morfológico y funcional, es preciso justificar todo fenómeno estructural aparecido en la serie filogénica u ontogénica, por la utilidad real que de él pueda prometerse al organismo; pues de resultar inútil, la misma selección acabaría pronto por descartarlo. El fin utilitario, perseguido en el citado caso por la naturaleza, es sencillamente el ahorro de protoplasma combinado con la economía de tiempo.[31]

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