Kitabı oku: «El profeta pródigo», sayfa 2

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Las tormentas del mundo

Bajó a Jope, donde encontró un barco que zarpaba rumbo a Tarsis. Pagó su pasaje y se embarcó con los que iban a esa ciudad, huyendo así del Señor. Pero el Señor lanzó sobre el mar un fuerte viento, y se desencadenó una tormenta tan violenta que el barco amenazaba con hacerse pedazos. Jonás 1:3b-4

Jonás huyó, pero Dios no le dejó marcharse. El Señor “lanzó sobre el mar un fuerte viento” (versículo 4). La palabra “lanzar” a menudo se emplea para arrojar un arma como una lanza (1 Samuel 18:11). Es una imagen vívida de Dios lanzando una terrible tormenta en el mar alrededor del barco de Jonás. Era un “fuerte” (gedola) viento, la misma palabra usada para describir a Nínive. Si Jonás se niega a entrar en una gran ciudad, entrará en una gran tormenta. A partir de este hecho, descubrimos noticias tanto desoladoras como reconfortantes.

Las tormentas unidas al pecado

Las noticias desalentadoras son que todo acto de desobediencia a Dios está unido a una tormenta. Este es uno de los grandes temas de la literatura sapiencial del Antiguo Testa mento, sobre todo, del libro de Proverbios. Debemos tener cuidado aquí, ya que no significa que toda situación difícil por la que pasamos en la vida sea el castigo por un pecado en concreto. El libro entero de Job contradice la creencia común de que las buenas personas tendrán vidas que vayan bien y que, si tu vida va mal, debe ser culpa tuya. La Biblia no dice que toda dificultad es resultado del pecado, pero nos enseña que todo pecado te llevará a una situación difícil.

No podemos tratar nuestros cuerpos de cualquier manera y esperar disfrutar de buena salud. No podemos tratar a la gente de cualquier manera y confiar en seguir siendo amigos. No podemos poner nuestros intereses egoístas por encima del bien común y seguir teniendo una sociedad que funcione. Si quebrantamos el diseño y el propósito de las cosas (si pecamos contra nuestros cuerpos, relaciones o sociedad), nos devolverán el golpe. Hay consecuencias. Si quebrantamos las leyes de Dios, estamos destruyendo nuestro propio diseño ya que Dios nos creó para conocerle, servirle y amarle. La Biblia habla a veces sobre Dios castigando el pecado (“El Señor aborrece a los arrogantes. […] no quedarán impunes”, Proverbios 16:5), pero otras habla del propio pecado castigándonos (“La violencia de los malvados los destruirá, porque se niegan a practicar la justicia”, Proverbios 21:7). Ambas son verdad al mismo tiempo. Todo pecado está unido a una tormenta.

El erudito del Antiguo Testamento Derek Kidner escribe: “El pecado […] impone cargas en la estructura de la vida que solo pueden acabar en el colapso”.1 Si hablamos de forma general, se miente a los mentirosos, se ataca a los que atacan y aquel que vive por la espada, muere por ella. Dios nos creó para que viviésemos para él por encima de todo, de manera que hay una cierta “concesión” espiritual en nuestras vidas. Si construimos nuestras vidas y valor sobre cualquier otra cosa que no sea Dios, estamos actuando en contra de la naturaleza del universo y de nuestro propio diseño y, por lo tanto, de nuestro propio ser.

Aquí los resultados de la desobediencia de Jonás son inmediatos y dramáticos. Hay una tormenta terrible que va hacia Jonás. La brusquedad y furia con la que aparece son características que incluso los marineros paganos entienden como que tiene un origen sobrenatural. Sin embargo, no siempre es así. Los resultados del pecado a menudo se parecen más a la respuesta física que padeces cuando te expones a una dosis de radiación que te debilita. No sientes un dolor repentino en ese momento. No es como una bala o espada que te rompen. Te sientes bastante normal. Hasta más adelante no experimentas los síntomas, pero entonces es demasiado tarde.

El pecado es un acto suicida de la voluntad sobre sí misma. Es como tomar una droga adictiva. Al principio, te sentirás fenomenal, pero cada vez será más difícil no tomarla. Esto es simplemente un ejemplo. Cuando te permites tener pensamientos amargos, te sientes muy satisfecho al fantasear con la revancha. Pero, poco a poco y de forma segura, aumentará tu capacidad de autocompasión y tu habilidad para confiar y disfrutar de las relaciones se debilitará y, en general, con sumirá toda la felicidad que hay en tu vida diaria. El pecado siempre endurece la conciencia, te encierra en la prisión de una actitud defensiva y de tus propios razonamientos, y te carcome por dentro lentamente.

Todo pecado está unido a una tormenta. La imagen es poderosa porque, incluso en nuestra sociedad de grandes avances tecnológicos, no somos capaces de controlar el clima. No podemos sobornar a una tormenta o confundirla con la lógica y la retórica. “Pero, si os negáis, estaréis pecando contra el Señor. Y podéis estar seguros de que no escaparéis de vuestro pecado” (Números 32:23).

Las tormentas unidas a pecadores

Las noticias desoladoras son que el pecado siempre está unido a una tormenta, pero también hay noticias reconfortantes. Para Jonás, la tormenta era la consecuencia de su pecado; sin embargo, los marineros se vieron también envueltos en ella. La mayoría de las veces las tormentas de la vida llegan no como una consecuencia de un pecado particular, sino como la consecuencia inevitable de vivir en un mundo caído, lleno de problemas. Se ha dicho que “con todo, el hombre nace para sufrir, tan cierto como que las chispas vuelan” (Job 5:7) y, por lo tanto, el mundo está lleno de tormentas destructoras. No obstante, como veremos, esta tormenta provoca que los marineros tengan una fe genuina en el Dios verdadero incluso aunque la tormenta no era culpa de ellos. El propio Jonás emprende el viaje de comprender la gracia de Dios de una manera nueva. Cuando las tormentas llegan a nuestras vidas, ya sean consecuencia de algo que hemos hecho mal o no, los cristianos tienen la promesa de que Dios las utilizará para su bien (Romanos 8:28).

Cuando Dios quería convertir a Abraham en un hombre de fe que pudiese ser el padre de todos los fieles en la tierra, le hizo pasar por años en los que vagó sin que aparentemente se cumpliera ninguna promesa. Cuando Dios quiso que José pasase de adolescente arrogante y mimado a ser un hombre íntegro, le hizo pasar por años duros. Tuvo que experimentar la esclavitud y estar en prisión antes de salvar a su pueblo. Moisés tuvo que convertirse en un fugitivo y pasar cuarenta años solo en el desierto antes de poder liderar.

La Biblia no nos dice que toda situación difícil sea resultado de nuestro pecado, pero sí enseña que, para los cristianos, cada dificultad puede ayudar a reducir el poder del pecado en nuestros corazones. Las tormentas nos hacen conscientes de verdades que de otra manera no veríamos. Las tormentas pueden desarrollar en nosotros fe, esperanza, amor, paciencia, humildad y dominio propio de una manera que nada más lo hará. Un gran número de personas afirma haber encontrado la fe en Cristo y la vida eterna solo porque una tormenta los empujó hacia Dios.

De nuevo, debemos andarnos con cuidado. Los primeros capítulos de Génesis enseñan que Dios no creó el mundo ni la raza humana para sufrir, tener enfermedades, desastres na turales, envejecer o para la muerte. El mal entró en el mundo cuando nos alejamos de Dios. Y él está tan unido a nosotros que, cuando ve el pecado y sufrimiento en el mundo, se le parte el corazón (Génesis 6:6) y “Cuando ellos sufrían, él también sufrió” (Isaías 63:9).2 Dios no es como un jugador de ajedrez que mueve los peones de forma aleatoria. Ni siquiera está claro hasta años después, si es que lo descubrimos en esta vida, lo que Dios estaba logrando a través de las dificultades que sufrimos.

Cómo Dios obra a través de las tormentas

No obstante, por muy complicado que sea discernir cuáles son los propósitos de amor y sabiduría de Dios detrás de nuestras pruebas y dificultes, sería aún más desesperanzado imaginar que no tiene control alguno sobre estas situaciones o que nuestro sufrimiento es aleatorio o sin sentido.

Jonás no podía ver que en lo profundo del terror de la tormenta la misericordia de Dios se había puesto en marcha, trayéndole de vuelta para cambiar su corazón. No nos sorprende que Jonás no se enterase al principio. No sabía cómo Dios vendría al mundo a salvarnos. Sin embargo, nosotros que vivimos a este lado de la cruz sabemos que Dios puede salvar a través de la debilidad, del sufrimiento y de la aparente derrota. Quienes vieron cómo Jesús moría no vieron más que pérdida y tragedia. Sin embargo, en medio de toda esa oscuridad la misericordia divina estaba trabajando con poder, proveyendo nuestro indulto y perdón. La salvación de Dios vino al mundo a través del sufrimiento, de modo que su gracia que salva y su poder puedan trabajar más y más en nuestras vidas a medida que pasamos por dificultades y tiempos de dolor. Hay misericordia en lo más profundo de nuestras tormentas.

¿Quién es mi prójimo?

Los marineros, aterrados y a fin de aliviar la situación, comenzaron a clamar cada uno a su dios y a lanzar al mar lo que había en el barco. Jonás, en cambio, había bajado al fondo de la nave para acostarse y dormía profundamente. El capitán del barco se le acercó y le dijo: “¿Cómo puedes estar durmiendo? ¡Levántate! ¡Clama a tu dios! Quizá se fije en nosotros, y no perezcamos”. Jonás 1:5-6

El libro de Jonás está dividido en dos mitades simétricas: el relato de la huida de Jonás de Dios y el relato de su misión a Nínive. Cada parte tiene tres secciones: la palabra de Dios a Jonás, su encuentro con los paganos gentiles y, finalmente, Jonás hablando con Dios. De este modo, Jonás se encuentra dos veces cerca de personas que son diferentes a él en el plano racial y religioso. En ambos casos, su comportamiento es de desdén y con pocas ganas de ayudar, mientras que los paganos actúan con uniformidad de manera más admirable que él. Este es uno de los mensajes principales del libro, en concreto, que Dios se preocupa por cómo los creyentes nos relacionamos y tratamos a aquellos que son totalmente diferentes a nosotros.

Los predicadores y maestros de este libro con frecuencia pasan por alto estas secciones, excepto quizás para observar que deberíamos estar dispuestos a llevar el evangelio a otros países. Sin duda, esto es verdad, pero pierde el significado pleno de las interacciones de Jonás con los paganos. Dios quiere que tratemos a personas de diferentes razas y creencias con respeto, amor, generosidad y justicia.

Jonás y los marineros

Jonás había rechazado el llamamiento de Dios de ir a predicar a Nínive. No quería hablar de Dios a los paganos o llevarlos hasta la fe. Así que huyó, ¡solo para descubrir que estaba hablando sobre Dios justo al mismo tipo de personas de las que estaba huyendo! Cuando la terrible tormenta comenzó, “los marineros estaban aterrados” (versículo 5). Se trataba de marineros experimentados que no se inmutaban ante las inclemencias meteorológicas, por lo que debía tratarse de una tempestad especialmente violenta. Sin embargo, Jonás está en el fondo de la bodega del barco, durmiendo tranquilamente. El pastor escocés del siglo XIX, Hugh Martin, dice que Jonás estaba durmiendo “el sueño de la aflicción”. Muchos de nosotros sabemos de forma exacta de qué se trata: el deseo de escapar de la realidad a través del sueño, aunque sea solo durante un rato.1 Estaba totalmente desgastado y exhausto, consumido por las poderosas emociones de ira, culpabilidad, ansiedad y dolor.

Este es uno de los contrastes expuestos entre los odiados marineros paganos y el profeta de Israel, respetable y moral. Mientras que Jonás no está en contacto con el peligro, los marineros se hallan en total alerta. Mientras que los problemas personales consumen a Jonás, los marineros buscan el bien común de todos en el barco. Cada uno ora a su propio Dios, pero Jonás no ora al suyo. También son conscientes espiritualmente de la medida en la que esta tormenta tiene una intensidad peculiar. Quizás apareció con una brusquedad que no era atribuible a las fuerzas naturales. Son lo suficientemente listos como para concluir que la tormenta tiene un origen divino, es posible que sea la respuesta a un grave pecado que ha cometido uno de ellos.2 Por último, no son cerrados de mente e intolerantes. Están abiertos a clamar al Dios de Jonás. En realidad, están más dispuestos a hacerlo que el propio Jonás.

Cuando el capitán encuentra dormido al profeta, le dice: “¡Levántate! ¡Clama…!” (en hebreo qum lek, versículo 6), las mismas palabras que Dios usa cuando llama a Jonás a levantarse e ir y llamar a Nínive al arrepentimiento.3 Mientras Jonás se frota los ojos, hay un marinero pagano que pronuncia las mismas palabras de Dios con su boca. ¿Qué es esto? Dios envió a su profeta a señalar a los paganos el camino hacia él. Sin embargo, son estos los que señalan a Jonás hacia Dios.

Los marineros continúan actuando de manera encomiable. Debido a que se han dado cuenta de que detrás de la tormenta están el pecado humano y la mano divina, echan suertes. En la Antigüedad, echar suertes para discernir la voluntad divina era bastante común. Es posible que escribiesen el nombre de cada uno en un palo y que el elegido fuese el de Jonás.4 Dios usa, en este caso, la suerte para señalar a Jonás. Sin embargo, incluso ahora que parecen contar con la guía divina, los marineros no entran en pánico ni se echan encima suyo. No asumen que tengan permiso para matarlo. En cambio, escuchan con atención las pruebas y su testimonio para poder tomar la decisión correcta. Muestran a Jonás y a su Dios el mayor respeto posible. Incluso cuando Jonás propone que le lancen por la borda, hacen todo lo posible por evitarlo. En todos los aspectos, eclipsan a Jonás.

Hay muchas cosas que el autor quiere que veamos en esta parte de la historia. ¿Qué debería haber estado aprendiendo Jonás? ¿Y qué deberíamos aprender nosotros?

Buscar el bien común

Primero, aprendemos que las personas fuera de la comunidad de fe tienen el derecho de evaluar a la iglesia en su compromiso por el bien de todos.

Los marineros están en peligro. Han utilizado los recursos tecnológicos y religiosos que tienen, pero no son suficientes. Se dan cuenta de que no pueden salvarse sin la ayuda de Jonás, pero él no hace nada para ayudar. Entonces, tenemos esta imagen memorable de un capitán pagano reprendiendo al santo profeta de Dios. Hugh Martin predicó un sermón sobre este pasaje que se titulaba: “El mundo reprende a la iglesia”5 y concluía que Jonás se lo merecía y que, en gran medida, la iglesia hoy en día también.

¿Por qué reprende el capitán a Jonás? Le reprende porque no le preocupa el bien común. El capitán le dice: “¿No ves que estamos a punto de morir? ¿Cómo puedes ignorar así nuestra necesidad? Entiendo que eres un hombre de fe. ¿Por qué no usas tu fe para el bien de todos?”. Jacques Ellul escribe:

Esos marineros de Jope […] eran paganos o, en términos modernos, no eran cristianos. Pero […] el grupo de no cristianos y cristianos […] está unido; van en el mismo barco. La seguridad depende de lo que cada uno haga […] Están bajo la misma tormenta, bajo el mismo peligro y quieren el mismo resultado […] y este barco representa nuestra situación.6

Todos nosotros, creyentes y no creyentes, “vamos en el mismo barco”. (¡Nunca un refrán había sido tan real como lo fue para Jonás!). Si el crimen, las malas condiciones de salud, la falta de agua o la pérdida de trabajos acosan a una comunidad, si el orden social y económico se rompen, todos vamos en el mismo barco. Durante un tiempo, Jonás vive en el mismo “barrio” que estos marineros y la tormenta que amenaza a una persona, lo hace a toda la comunidad. Jonás huyó porque no quería trabajar por el bien de los paganos, quería servir de manera exclusiva a los intereses de los creyentes. Sin embargo, Dios le muestra aquí que es el Dios de todas las personas y Jonás necesita darse cuenta de que es parte de toda la comunidad humana, no solo miembro de la comunidad de fe.

No se trata de un mero argumento pragmático: “Más vale que los creyentes ayuden a los no creyentes o las cosas no les irán bien”. La Biblia nos dice que somos co-humanos con todo el mundo: hechos a la imagen de Dios y, por lo tanto, infinitamente preciosos para él (Génesis 9:6; Santiago 3:9).

El capitán ruega a Jonás que haga lo que pueda por ellos. Por supuesto, el capitán no tiene una idea precisa sobre quién es el Dios de Jonás. Es probable que solo espere una oración a algún ser poderoso sobrenatural. Sin embargo, del mismo modo que Hugh Martin argumenta, las críticas aún son reales. Jonás no aporta los recursos de su fe para soportar el sufrimiento de sus compatriotas. No les está diciendo cómo relacionarse con el Dios del universo, ni tampoco confía en sus propios recursos espirituales en Dios, amando y satisfaciendo las necesidades prácticas de su prójimo. Dios pide a todos los creyentes que hagan ambas cosas, pero él no realiza ninguna. Su fe privada no sirve a ningún bien común.

Quizás alguien objete que el mundo no tiene ningún derecho de reprender a la iglesia, pero hay una justificación bíblica para esta acción. En el Sermón del Monte, Jesús dijo que el mundo vería las buenas obras de los creyentes y glorificaría a Dios (Mateo 5:16). El mundo no verá quién es nuestro Señor si no vivimos como deberíamos. Según dice un libro, somos “la iglesia ante un mundo que observa”.7 Merecemos la crítica del mundo si la iglesia no exhibe de forma visible amor en las buenas obras. El capitán tenía todo el derecho del mundo de reprender a un creyente que hacía caso omiso a los problemas de las personas a su alrededor y que no hacía nada por ellos.

Reconocer la gracia común

También aprendemos que los creyentes deben respetar y aprender de la sabiduría que Dios da a aquellos que no creen. Los marineros paganos son una representación gráfica de lo que los teólogos han denominado “gracia común”.

En [este] episodio, la esperanza, la justicia y la integridad no residen en Jonás […] sino en el capitán y en los marineros […]. Aunque las víctimas inocentes, los marineros, nunca se quejan de que sea una injusticia. Se encuentran en una situación de peligro que no es culpa suya, tratan de resolverla por el bien de todos. Nunca se regodean en la autocompasión, ni amonestan a un dios furioso […], ni condenan al mundo arbitrario, ni se ceban con el culpable, Jonás, por venganza, ni promueven la violencia como respuesta.8

La doctrina de la gracia común es la enseñanza de que Dios confiere los dones de sabiduría, comprensión moral, bondad y belleza entre toda la humanidad, sin importar la raza ni la creencia religiosa. Santiago 1:17 dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes”. Esto quiere decir que Dios, en última instancia, posibilita cualquier acto de bondad, sabiduría, justicia y belleza, sin importar quién lo lleve a cabo. Isaías 45:1 habla de Ciro, un rey pagano, al que Dios unge y usa en el liderazgo mundial. Isaías 28:23-29 nos habla de que cuando un agricultor recoge fruto, es Dios quien le ha mostrado cómo hacerlo.

Por tanto, toda expresión artística buena e increíble, el cultivo, los gobiernos eficaces y los avances científicos son regalos de Dios a la raza humana. Son regalos de la misericordia y la gracia de Dios que no merecemos. También son “comunes”. Esto significa que se distribuyen a cualquiera y entre todos. No hay ninguna indicación de que el monarca o el agricultor que Isaías menciona hayan aceptado a Dios por la fe. La gracia común no regenera el corazón, no salva al alma y no crea una relación personal y de pacto con Dios. Sin embargo, sin ella el mundo se convertiría en un lugar donde sería imposible vivir. Es una expresión maravillosa del amor de Dios por todas las personas (Salmo 145:14-16).

Sin duda, la gracia común estaba mirando a Jonás directamente a los ojos. Jonás mismo era receptor de lo que se ha denominado la “gracia especial”. Había recibido la Palabra de Dios, una revelación de su voluntad que no estaba al alcance de ninguna mente o sabiduría humana, por muy grande que fuese. Jonás era seguidor del Señor, el Dios verdadero. Así que, ¿cómo era posible que los paganos eclipsaran a Jonás? La gracia común significa que a menudo los no creyentes actúan con más rectitud que los creyentes a pesar de no tener fe, mientras que los creyentes, llenos del pecado que subsiste, a menudo actúan mucho peor que lo que su fe correcta en Dios nos hace creer. Todo esto implica que los cristianos deben ser humildes y respetar a quienes no comparten su fe. Deberían apreciar el trabajo de todo el mundo, ya que saben que los no creyentes tienen mucho que enseñarles. Jonás está aprendiendo esta realidad por las malas.

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ISBN:
9788412266023
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