Kitabı oku: «20 preguntas que Dios quiere hacerte», sayfa 4

Yazı tipi:

?

“¿Qué haces aquí?”

Capítulo 4
La claridad de la cueva

“Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías?

“Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.

“Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva.

“Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?

“Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.

“Y le dijo Jehová: Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco; y llegarás, y ungirás a Hazael por rey de Siria. A Jehú hijo de Nimsi ungirás por rey sobre Israel; y a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mehola, ungirás para que sea profeta en tu lugar. Y el que escapare de la espada de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare de la espada de Jehú, Eliseo lo matará. Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (1 Rey. 19:9-18).

No soy bueno para decir “No”. Suceden cosas malas cuando digo “Sí”, y esa sensación mala surge solo cuando es demasiado tarde para decir “No”.

Esa mala sensación emergió como un submarino que sube del mar mientras entré en el aula de primer grado como maestro suplente por todo un día. Eché un vistazo rápido al aula para orientarme, exhalé un profundo suspiro de estrés y leí la planificación de clase dejada por el tutor. La primera actividad importante, anotada, asestaba un golpe irónico al leerla: “¿Qué estás haciendo aquí?” Como no sabía si era una nota personal o una actividad real, comencé a leer en voz alta. Yo era alumno de Teología, no maestro de escuela primaria, y la pregunta hizo que me preguntara ¿Qué estoy haciendo aquí?

Contuve mis sentimientos de ineptitud, y pronto descubrí el ejercicio: “¿Qué estás haciendo aquí?” en realidad era una actividad de entretenimiento en la que los alumnos dibujan un entorno natural y utilizan pequeñas figuras de varios animales recortados. El objetivo era rotar los diversos animales contra varios telones de fondo, para ver si hay correspondencia. Por ejemplo, un pájaro puesto debajo del agua en un océano haría que una mente joven se preguntara: “¿Qué estás haciendo aquí?” La pregunta, en el fondo, inquiere si el sujeto corresponde al contexto. La actividad fue divertida. En otro momento hablaremos de cómo me fue ese día.

Si alguna vez hubo un ejemplo bíblico de un pez fuera del agua o de un pájaro nadando en el mar, fue Elías encerrado, atemorizado, con autocompasión, en una cueva. Aunque algunas de las preguntas que Dios hace dan lugar a una respuesta, otras fomentan la reflexión, tan necesaria que ocasiona una disposición más educable. Primero de Reyes 16 al 19 cataloga una serie de eventos asombrosos que describen la presencia y la providencia de Dios. La pregunta que Dios formula aparece al final de la historia, pero –para captar más cabalmente la esencia de la indagación de Dios– necesitamos comenzar por el principio. Para que la pregunta tenga sentido, necesitamos ayudarle a Elías a responderla. Necesitamos desandar su viaje para ver cómo llegó a la cueva.

Santiago 5:17 declara que “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras”. Mi primera respuesta a esto es “Correcto”. Los hechos que componen la vida de Elías son tan raros en la mía que me pregunto de qué estaba hablando el hermano Santiago. Quizá lo que Santiago quiso decir era que Elías sí tuvo temporadas de grandes momentos, cuando Dios estaba a cargo, guiándolo y utilizándolo; y luego hubo valles de desesperación y cuevas de depresión. Ardía de coraje moral, pero percibió vivamente la soledad y el temor. Tal vez Santiago esté diciendo que Elías era humano, y las experiencias comunes de los seres humanos son básicas, no importa quiénes seamos.

Elías provenía de Galaad, un país agreste y desolado del lado oriental del río Jordán. Esta región apartada estaba enmarcada con un denso bosque; rígidos cañones afirmaban la pequeña ciudad de Tisbe, de donde era Elías. Elías desempeñaba el papel de un muchacho de una provincia aislada que usaba “vestido de pelo, y ceñía sus lomos con un cinturón de cuero” (2 Rey. 1:8).

La idolatría se había vuelto común en Israel, y con Acab esta perversión cobró nuevas dimensiones. La Biblia describe a Acab como alguien que “hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él” (1 Rey. 16:30). Además, lo que hace que Acab sea tan abyecto no es que haya hecho cosas malas sino que actuaba como si esa gran maldad no fuese para nada tal. Primero de Reyes 16:31 afirma que a Acab “le fue ligera cosa” cometer los pecados en los que participó durante su reinado. De manera que Acab, sediento de riquezas e influencia, se casó con Jezabel, la hija de Et-baal, rey de los sidonios. David Roper describe a Jezabel: “Esta mujer astuta e inescrupulosa procedía de una larga línea de tiranos monstruosos. Su padre era el cruel y vicioso Et-baal, que se abrió paso hasta el trono de su ciudad-estado asesinando a sus hermanos”.10

Jezabel no solo era una mala mujer; era misionera del maligno. Comenzó su tiranía religiosa acabando con los profetas del Señor (1 Rey. 18:4). Santuarios, templos y bosquecillos dedicados al culto de Baal plagaban el paisaje de Israel. En los lugares donde una vez habitó la presencia de Dios, Acab y Jezabel inculcaron una cohabitación de idolatría pagana con la verdadera fe de Jehová. Contra esto se levantó Elías. No era que el pueblo haya abandonado totalmente su religión; hicieron algo más peligroso: mezclaron la verdad acerca del Dios del cielo con las prácticas del culto a Baal.

Lo que hace que Elías se destaque en las páginas de la Escritura es el hecho de que los milagros parecen acompañar su obra, y que él se muestre tan seguro de su fe.

Enfrenta a Acab y le promete la sequía: “Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1 Rey. 17:1).

Es alimentado por cuervos: “Y él fue e hizo conforme a la palabra de Jehová; pues se fue y vivió junto al arroyo de Querit, que está frente al Jordán. Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne por la tarde; y bebía del arroyo” (1 Rey. 17:5, 6).

La viuda de Sarepta lo alimentaba milagrosamente:

“Elías le dijo: No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo [...]. Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella, y su casa, muchos días. Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Jehová había dicho por Elías” (1 Rey. 17:13-16).

Cuando muere el hijo de la viuda, Dios, por medio de Elías, le devuelve la vida:

“Después de estas cosas aconteció que cayó enfermo el hijo del ama de la casa; y la enfermedad fue tan grave que no quedó en él aliento [...]. Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió. Tomando luego Elías al niño, lo trajo del aposento a la casa, y lo dio a su madre, y le dijo Elías: Mira, tu hijo vive” (1 Rey. 17:17-23).

Elías confronta a Acab de nuevo con un resuelto desafío entre Dios y Baal:

“Cuando Acab vio a Elías, le dijo: ¿Eres tú el que turbas a Israel?

“Y él respondió: Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales. Envía, pues, ahora y congrégame a todo Israel en el monte Carmelo, y los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, y los cuatrocientos profetas de Asera, que comen de la mesa de Jezabel.

“Entonces Acab convocó a todos los hijos de Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo” (1 Rey. 18:17-20).

Es importante compilar todas las escenas de la vida de Elías, porque lo que más sabe la gente acerca del fogoso profeta es de su fe descarada que impone lo milagroso. Elías escucha, y Dios habla. Elías ora, y no hay lluvia. Elías promete, y aparece comida. Elías implora a Dios, y un niño muerto vuelve a vivir. Elías exige un enfrentamiento entre los dioses y Dios, y toda la campiña aparece para la confrontación. El muchacho está en llamas. Imparable. Aparentemente invencible. Para Elías, la verdad es blanco y negro, y su desafío es que cada uno se ponga de un lado de la línea que marca en la arena con tanta audacia. Escuchemos sus palabras para el pueblo de Israel cuando este se reúne para ver los fuegos artificiales: “Y acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra” (1 Rey. 18:21).

¿Qué significa la “no respuesta” de Israel al llamado de Elías?

La palabra claudicar o titubear en realidad significa “cojear” o “renguear”, como si tuviésemos una pierna quebrada. Una pierna de su fe estaba sana (adoraban al Dios Jehová), pero la otra pierna estaba quebrada (además adoraban a Baal). Esto es lo que llevó a la confrontación en el Monte Carmelo. Es uno o el otro, ¡no ambos! Dios es claro: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxo. 20:3). ¿Es posible que una de las razones por las que sentimos que nuestro caminar con Dios “renguea” es que somos leales a otros, aparte de él? Ningún “santo” se presentó durante su llamado al altar y, quizá debido a esto, él creyó que era la única persona fiel en Israel.

Aunque muchos actos de fe valerosa acompañaron el ministerio de Elías, ninguno es más famoso que el que realizó en el Monte Carmelo. Leamos algunos fragmentos dramáticos, llenos de habladurías baratas y teatro gráfico:

“Entonces Elías dijo a los profetas de Baal: Escogeos un buey, y preparadlo vosotros primero, pues que sois los más; e invocad el nombre de vuestros dioses, mas no pongáis fuego debajo.

“Y ellos tomaron el buey que les fue dado y lo prepararon, e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ¡Baal, respóndenos! Pero no había voz, ni quien respondiese; entre tanto, ellos andaban saltando cerca del altar que habían hecho.

“Y aconteció al mediodía, que Elías se burlaba de ellos, diciendo: Gritad en alta voz, porque dios es; quizá está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme, y hay que despertarle. Y ellos clamaban a grandes voces, y se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos. Pasó el mediodía, y ellos siguieron gritando frenéticamente hasta la hora de ofrecerse el sacrificio, pero no hubo ninguna voz, ni quien respondiese ni escuchase” (1 Rey. 18:25-29).

Elías construye el altar para el Señor y se asegura que el entorno esté preparado para una proeza imposible, que solo el Dios del cielo podía cumplir.

“Y tomando Elías doce piedras, conforme al número de las tribus de los hijos de Jacob, al cual había sido dada palabra de Jehová diciendo, Israel será tu nombre, edificó con las piedras un altar en el nombre de Jehová; después hizo una zanja alrededor del altar, en que cupieran dos medidas de grano. Preparó luego la leña, y cortó el buey en pedazos, y lo puso sobre la leña. Y dijo: Llenad cuatro cántaros de agua, y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña.

“Y dijo: Hacedlo otra vez; y otra vez lo hicieron. Dijo aún: Hacedlo la tercera vez; y lo hicieron la tercera vez, de manera que el agua corría alrededor del altar, y también se había llenado de agua la zanja.

“Cuando llegó la hora de ofrecerse el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: Jehová Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos” (1 Rey. 18:31-37).

La Biblia no registra una pausa dramática, ni describe la aprensión en los ojos de los testigos allí aquel día. Las páginas sagradas no dicen nada de las expresiones faciales de Elías ni de su postura mientras oraba. La Biblia solo declara: “Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja” (1 Rey. 18:38).

¿Existe otro individuo en la historia que tenga el coraje y la fe de Elías? Pero la historia no termina. Aunque lo que se destaca es la seguridad de Elías en la montaña, él huye de la escena, atemorizado por las amenazas de Jezabel. Está bien, Elías corre y se esconde en una cueva, que es donde Dios llega hasta su profeta del campo con una pregunta: “¿Qué haces aquí?”

Este es un perfil de Elías que todavía no hemos visto. Desorientado. Deprimido. El profeta, astuto, viajó durante cuarenta días y cuarenta noches, que si se los toma literalmente, le dieron tiempo más que suficiente para relajarse de los eventos mágicos ocurridos sobre el Monte Carmelo.

“Vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres. Y echándose debajo del enebro, se quedó dormido; y he aquí luego un ángel le tocó, y le dijo: Levántate, come.

“Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y una vasija de agua; y comió y bebió, y volvió a dormirse.

“Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate y come, porque largo camino te resta. Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios. Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche.

“Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Rey. 19:4-9).

Cuando el Señor finalmente capta la atención de Elías, la voz de Dios invita al profeta a salir de la cueva porque Dios va a pasar por delante. Viento. Terremoto. Fuego. Y las Escrituras declaran: “Jehová no estaba en el fuego”. Pero la presencia del Señor vino en un “silbo apacible y delicado” (1 Rey. 19:12).

Y así hizo la pregunta: “¿Qué haces aquí, Elías?”

Dios repite la pregunta, pero la respuesta de Elías se parece a una resignación bien ensayada, ribeteada con una pequeña queja: “He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Rey. 19:10).

El costado analítico de mí cuestiona: “¿Cómo puedes tú, Elías, el mayor de los profetas, pasar de una resolución inquebrantable a una actitud de autocompasión y capitulación?” Sin embargo, el otro lado de mí da un suspiro de alivio porque no soy el único testigo que un día contempla la gloria de Dios y a la mañana siguiente no ve sus caminos guiadores.

No obstante, es en la tranquilidad, en el silencio fuera de la cueva, que la presencia de Dios vuelve a entrar en el mundo de Elías. Quizá la soledad tenga más importancia de la que le damos. Moisés. Abraham. David. Daniel. Incluso Jesús eludía a las multitudes y se escabullía a lugares tranquilos para restaurar su perspectiva. Elena de White hace un comentario sobre la necesidad de Cristo de estar solo:

“Como uno de nosotros, participante de nuestras necesidades y debilidades, dependía enteramente de Dios, y en el lugar secreto de oración, buscaba fuerza divina, a fin de salir fortalecido para hacer frente a los deberes y las pruebas. En un mundo de pecado, Jesús soportó luchas y torturas del alma. En la comunión con Dios, podía descargarse de los pesares que le abrumaban. Allí encontraba consuelo y gozo”.11

Ken Jones escribe:

“[Cuando entré en mi oficina] noté algo que nunca antes había visto. Era redondo, aproximadamente del tamaño de un plato de postre, y enchufado en la pared, emitía un sonido constante. No era un ruido fuerte, solo constante. ¿Qué será esta cosa? Pensé mientras me detuve a observar. Finalmente le pregunté a la recepcionista al respecto. Ella me dijo:

“–Es un generador de ruido ambiental. Hay demasiada tranquilidad aquí adentro, podemos distinguir las voces en las oficinas de orientación, y queremos proteger su privacidad. De modo que compramos el generador de ruido para tapar sus voces.

“Su explicación me pareció perfecta.

“–¿Pero no tendría que estar más alto para tapar las conversaciones? –le pregunté.

“–No –me dijo–. La constancia del sonido engaña el oído para que lo que se escuche no se distinga”.12

El “ruido blanco” del mundo puede ensordecer la voz de Dios a menos que obtengamos algo de calma. Elena de White observó: “Debemos oírle individualmente hablarnos al corazón. Cuando todas las demás voces quedan acalladas, y en la quietud esperamos delante de él, el silencio del alma hace más distinta la voz de Dios”.13 Si la experiencia de Elías nos enseña algo, es que Dios nos habla en el silencio, y si estamos en calma, podemos ser íntegros nuevamente. Jesús elegía escabullirse. Elías fue llevado por las circunstancias hasta la cueva. De cualquier modo, logramos claridad cuando aquietamos nuestro mundo y abrimos los oídos de nuestra alma.

Es probable que la misma clase de renovación y reorientación esté disponible para ti cuando el camino sea poco claro. Incluso Elías respondió incorrectamente a la pregunta de Dios; pero tenía el corazón apropiado. De manera que Dios reconfigura sus sensibilidades con nueva información:

“Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco; y llegarás, y ungirás a Hazael por rey de Siria. A Jehú hijo de Nimsi ungirás por rey sobre Israel; y a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mehola, ungirás para que sea profeta en tu lugar. Y el que escapare de la espada de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare de la espada de Jehú, Eliseo lo matará. Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (1 Rey. 19:15-18).

Notemos de qué modo la nueva información aporta nueva energía para ayudar a Elías a salir de la cueva. Hay tres verdades perdurables que surgen de este nuevo mandato que le da nueva vida a Elías.

La primera verdad es levántate y ve. Cuando Dios le dice a Elías: “Ve, vuélvete por tu camino”, la palabra clave es ve; ponte en marcha. La cueva es donde hallamos nuestra voluntad para vivir y seguir adelante, pero va acompañada de acción. Jane Kise ilustra de qué modo la orientación obtenida requiere movimiento cuando sugiere: “Imagínate en el asiento del conductor en un auto. No importa cuán fuerte hagas rechinar las ruedas, no podrás cambiar la dirección señalada a menos que primero lo pongas en cambio”.14 Incluso cuando nuestra espiritualidad se estanca y no tenemos ni idea de cómo retomar el camino, levantémonos y vayamos. Vayamos a la iglesia. Vayamos a la casa de un amigo y pidámosle que ore por nosotros. Salgamos a caminar y oremos por nuestros vecinos y compañeros de trabajo. Vayamos a la librería y busquemos algo para leer. Salgamos a hacer obra misionera. Levantémonos y ofrezcamos nuestros servicios. Pongámonos en movimiento, porque cuando caminamos con Dios, comenzamos a descubrir las oportunidades que Dios tiene para nosotros.

Segundo, haz lo que puedas hacer. A Elías se le encomiendan tareas específicas que él puede hacer. El mismo tono de la palabra de Dios le cambia el estado de ánimo a Elías, y pasa de estar en retirada a convertirse en un estruendoso general listo para la batalla, “¡A la carga!” La orden de ungir a Hazael, Jehú y Eliseo supone un cambio masivo de régimen, para el que Dios lo está llamando. ¡Esta es precisamente la clase de cosas para las que nació Elías! Podemos ver cómo le vuelve la expresión de ánimo al rostro cuando Dios requiere un serio cambio en el liderazgo. A veces encontramos energías renovadas simplemente cuando hacemos lo que necesita hacerse y sabemos que lo podemos hacer.

Sentado en el aeropuerto, esperaba mi avión y descubrí un lugar para sentarme. Abrí mi correspondencia. Tenía que esperar unos cinco minutos, así que abrí una tarjeta que transmitía palabras cálidas y sinceras de ánimo. Las palabras no podrían haber llegado en un mejor momento, y entonces caí en la cuenta de cuánto bien se puede hacer en unos pocos minutos. No debió haber llevado más de tres minutos escribir esta nota, pero qué diferencia marcó en mi día. Cada vez que viajo, llevo conmigo una pila de tarjetas; no importa lo que suceda, siempre puedo escribir una nota. Siempre puedo decir algo para ayudar a otro. No importa adónde vaya, siempre puedo hacer algo.

Finalmente, sabe que no estás solo. John Milton dijo en una oportunidad: “La soledad es lo primero que Dios no vio con buenos ojos”. Sin embargo, en cierto sentido, los seres humanos siempre estamos solos. Nadie puede conocer todos nuestros pensamientos, temores o asombros. Pero, lo que nos hace únicos como individuos no debiera hacernos propensos al aislamiento. Es asombroso cómo surge una comunidad cuando una persona hace el valiente movimiento de hablar abiertamente o de ponerse de pie.

¿Qué haces aquí?

¿Has desandado los momentos cruciales de tu vida que marcaron tu camino de fe? ¿Has vivido momentos de fuego, pero también sentiste la parálisis de la incertidumbre? ¿Qué haces aquí? ¿Qué experiencias te han traído al lugar donde leerías un libro como este? ¿Has estado en la cueva de la soledad y te quedaste allí hasta que el fuego, el viento y el temblor pasaron? ¿Oíste que la voz de Dios te instaba a seguir adelante? ¿Te recordó su capacidad para cuidar de ti y de tenerte cerca?

La vida de Elías a menudo se parece a un viaje en montaña rusa: de la victoria sobrenatural a la desesperación humana. Es difícil imaginarse que la experiencia de Elías refleje la nuestra. Es posible que tal vez nunca experimentemos el Monte Carmelo ni el sentimiento de estar completamente solos. Pero si hay algo que extraer de la vida de Elías, que es como un viaje en montaña rusa, es que Dios nos llama a escuchar su voz en el fuego y en el silencio. La historia de Elías describe cómo se ocupa Dios de nosotros en tiempos de depresión, y finalmente encuentra una forma de transmitirnos esperanza y claridad para nuestra vida.

Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.

₺91,38

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
251 s. 2 illüstrasyon
ISBN:
9789875678194
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre