Kitabı oku: «El hijo de Dios», sayfa 11

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Realmente es así de sencillo, y esto es crucial. Sencillo, porque tanto el relato como la gramática son elementales. Crucial, porque o Dios es un ser solitario o una unidad social, y la dirección que tomemos en este punto fundamental determinará la forma y el tono de todo nuestro sistema teológico.

Pero demostrar simplemente, como si se tratase de un ejercicio lógico, que el Espíritu Santo es la tercera Persona de la divinidad, no es suficiente. Lo que realmente necesitamos comprender es la obra superpersonal que la tercera Persona de la divinidad realiza en nuestros corazones. Eso es lo que hemos hecho en este capítulo, y el cuadro general que resulta es realmente maravilloso.

El relato bíblico contiene dos narrativas humanas entre las que elegir: la narrativa del primer Adán con su consecuencia relacional de disfunción y muerte, y la narrativa del último Adán con su mensaje de fidelidad al pacto y vida eterna. El nuevo nacimiento ocurre cuando un ser humano, nacido del linaje de Adán, se desliga del viejo hombre (primer Adán) y se identifica con el hombre nuevo (último Adán/Cristo). Cuando una persona escoge a Cristo sobre Adán, es bautizada para simbolizar su nuevo nacimiento. Y según Jesús, el bautismo debe ser conducido como un acontecimiento trinitario:

Jesús se acercó y les habló diciendo: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». Amén (Mateo 28: 18-20).

Jesús específicamente instruyó a sus seguidores a bautizar «en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo».

¿Por qué?

Pues porque el amor que existe entre los Tres miembros de la Deidad es la realidad a la que Cristo nos llama.

Aunque el bautismo no tiene poder salvífico en sí mismo, es un acto que recapitula la historia de Cristo en miniatura y muestra mi decisión de entrar en su historia y hacerla también mía. Y su historia es la de Alguien que ha vivido la vida perfecta del amor del pacto como un miembro de la raza humana, que murió la muerte del pacto por nuestros pecados, resucitó de la muerte victorioso sobre la muerte, y ascendió al cielo como el Hijo de Dios y nuestro hermano en la carne, para disfrutar allí por siempre de comunión ininterrumpida con el Padre y el Espíritu Santo. El bautismo testifica que hemos elegido el camino del amor del pacto como nuestro nuevo modo de ser.

Así que piensa esto cuidadosamente: si Dios consiste solo en el Padre, con Jesús como un Dios secundario derivado del Padre, y si el Espíritu Santo es la energía que emana del Padre… entonces… la lógica del bautismo se desvanece por completo. Si la dinámica relacional entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es eliminada de nuestro panorama teológico —por despersonalizar al Espíritu Santo y hacer de Cristo un ser generado— la lógica del bautismo enseñado por Jesús desaparece. El amor íntimo que existe entre las Tres Personas coeternas de la Divinidad es el tipo de vida que estamos simbolizando a través del bautismo. Si ese amor no es la realidad última de la identidad divina, el significado del bautismo ha desaparecido.

El amor, no la fuerza, caracteriza al ministerio del Espíritu Santo. En virtud del hecho de que Dios es infinitamente más poderoso que nosotros, la comunicación de Dios con nosotros debe darse de manera que no anule nuestra libertad, de una manera que permita una respuesta motivada por el amor. El Espíritu Santo está constantemente ocupado, por lo tanto, en una especie de acto en el que aparece y desaparece. Para que nos identifiquemos con el pacto de manera honrada y deliberada, el Espíritu Santo tiene que permanecer casi-pero-no-completamente ausente en nuestros procesos mentales. A fin de comunicarnos sus mensajes con la máxima claridad pero sin violar nuestra libertad, el Espíritu Santo debe atraer, pero nunca forzar. A medida que nos entregamos a la comunión interna y personal con el Espíritu Santo, somos gradualmente elevados hacia formas superiores de autogobierno responsable hasta que, finalmente, el amor por sí solo define cada acto libre que realizamos. El Espíritu Santo está, por lo tanto, siempre buscando la comunión con nuestro espíritu en una actividad reveladora que es casi indistinguible de los procesos de nuestro propio pensamiento. Como el aire que constantemente nos rodea e impregna, el Espíritu Santo es a la vez invisible e impactante.

El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu (Juan 3: 8).

En realidad, cualquier cosa que hiciese más que eso nos haría esclavos de una voluntad infinitamente dominante. Pero gracias al sutil pero persistente ministerio del Espíritu Santo, no lo somos. El Espíritu Santo es el gran comunicador de la ley de Dios, es decir, el Espíritu Santo es el agente del nuevo pacto,

que testifica y persuade,

exhorta y enseña,

persuade y comunica,

pero nunca fuerza.

«Al hacerse Hijo de Dios, Dios doblegó la realidad misma, su realidad, para venir a encontrarnos en nuestra necesidad».
Capítulo 21
UNA HISTORIA DE PACTO

Como algunos suelen decir, «Es lo que es, y no es lo que no es».

La profundidad en su mejor expresión.

Del mismo modo, la Biblia dice lo que dice, y no dice lo que no dice.

La filiación de Cristo es un microcosmos de la historia de la filiación de Israel, simple y llanamente. Esto es lo que cuenta el gran relato bíblico. Sorprendentemente, mientras esta es la visión singular de los profetas y apóstoles, está completamente ausente de la literatura no-trinitaria. Al leer la lista más bien corta de argumentos no-trinitarios, es como si el relato de la filiación no existiera en la Biblia, porque ni siquiera es reconocido. Sin embargo, no creo que esta omisión sea malintencionada o perversa de parte de los defensores no-trinitarios. Creo, simplemente, que no lo han llegado a ver.

¿Pero cómo puede ser?

¿Cómo un sistema teológico que pretende estar empeñado en encontrar lo que la Biblia quiere decir al llamar Hijo de Dios a Jesús, puede pasar completamente por alto el punto principal de lo que la Escritura enseña con respecto a la filiación de Cristo?

Pues de la misma manera en que una persona puede dejar de ver el bosque centrándose demasiado exclusivamente en algún árbol. Si solo te paras a observar árboles individuales, no verás más que árboles individuales. Solo cuando mires con un poco de perspectiva todos los árboles te darás cuenta del paisaje impresionante que componen colectivamente. De la misma manera, debemos partir de los versículos individuales de las Escrituras que hablan de filiación para ver que el panorama global del Nuevo Testamento procede de relatos que hablan de la filiación adánica, abrahámica, davídica en el Antiguo Testamento. Los textos probatorios son el caldo de cultivo de la herejía, mientras que la verdad de la Escritura pertenece solo a aquellos que leen, realmente, la historia completa.

Si tratas de interpretar Juan 3: 16, por ejemplo, en un vacío narrativo, casi inevitablemente acabarás con algún tipo de interpretación misteriosa, metafísica, acerca de un Dios mayor que dio origen a un Dios menor en algún momento del remoto pasado eterno. La metodología del «prooftexting» nos ha entrenado tanto en utilizar la Biblia, en lugar de leerla, que no nos resulta fácil ahora ver el conjunto de la Escritura de modo amplio y coherente. Vemos los versículos de la Biblia como un arsenal donde escoger declaraciones para probar cualquier agenda teológica que tengamos, cuando en realidad la Biblia trata de contarnos una historia grande y hermosa.

Cuando leemos la Biblia entera, todos los textos de prueba antitrinitarios se desvanecen a la luz de la narración bíblica. Como hemos visto, ninguno de los versículos del Nuevo Testamento que habla de Jesús como el Hijo de Dios tienen nada que ver con que haya procedido de Dios en la remota eternidad pasada. Esta narrativa metafísica no se encuentra en ninguna parte en la Escritura, es una ficción filosófica que se le impone.

Todos los autores del Nuevo Testamento continúan la historia iniciada por los profetas del Antiguo Testamento. Sabían que Adán era el primer hijo humano de Dios,

que Adán perdió esa posición de Hijo,

que Dios puso en marcha un plan para recuperar esa posición para la humanidad,

que Dios entró en una relación de pacto con Abraham para llevar a cabo ese plan,

que Isaac era el unigénito hijo de la promesa de Abraham y por lo tanto el hijo del pacto divino,

que Jacob era el primogénito de Isaac, de acuerdo a la promesa, y por lo tanto el hijo de Dios, según el pacto,

que los doce hijos de Jacob formaron el «hijo del pacto corporativo» de Dios, como una nación llamada Israel,

que el rey David, siguiendo la sucesión de esa filiación, se convirtió en el hijo de Dios según el pacto,

y que el hijo de David, Salomón, se convirtió en el hijo del pacto de Dios en el linaje en curso.

Y conociendo la narración del Antiguo Testamento, los escritores del Nuevo Testamento sabían que Jesús, nacido de este mismo linaje, no era otro que el hijo de Abraham, el hijo de Israel, el hijo de David, y por lo tanto el tan esperado Hijo de Dios del pacto.

Esta es la historia que cuenta la Biblia.

Esta es la historia que los escritores del Nuevo Testamento entendieron que Jesús había cumplido.

Y esto es, por lo tanto, lo que quisieron decir cuando identificaron a Jesús como el Hijo de Dios.

La Biblia no se ocupa de explicarnos los orígenes ontológicos o la cronología de Dios.

Contiene, más bien, una historia de dinámicas relacionales que fueron mal, y que luego fueron corregidas.

Contiene la historia de la alianza, no un tratado de filosofía metafísica.

A la pregunta, «¿Desde cuando existe Dios, y en qué forma?» Dios debe sonreír y decir algo como:

Siempre he existido, al margen del tiempo que tú conoces, y en ninguna forma que tú puedas comprender. Así que hablemos de algo que esté a tu nivel. ¿Qué tal si me acerco a ti como Padre para que puedas entender cuánto te amo, y como Hijo para que puedas saber que estoy en profunda solidaridad contigo, y como Espíritu para que puedas sentir que me comunico de manera no-coercitiva con tu propia mente? Soy más de lo que tu mente finita puede imaginar, así que voy a mostrarte todo lo que puedes comprender en categorías que tengan sentido para ti en tu contexto.

Debido a que somos creados, seres materiales, es imposible que entendamos las categorías no-creadas, no-materiales, y en concreto a Dios. Así que Dios desciende hasta donde estamos nosotros.

Y esto es descender muy abajo.

Aunque nunca podemos saber realmente qué significa ser Dios, podemos saber quién es Dios. Aunque no podemos conocer la naturaleza de Dios, podemos conocer el carácter de Dios. Podemos saber cómo Dios piensa, se siente y se comporta. Con una claridad cada vez mayor, podemos conocer y experimentar el amor de Dios. Podemos correr por siempre, a toda velocidad, a la luz de su belleza inefable y nunca agotar su riqueza infinita.

Pero si pensamos que podemos explicar lo que Dios es, no estamos hablando de Dios. Si nuestra concepción de Dios está totalmente definida por las limitadas categorías materiales de nuestra propia realidad material, procreativa, nuestra realidad humana de padre-madre-hijo-hija, no estamos definiendo a Dios, sino proyectando nuestra propia imagen sobre Dios. La verdad irrefutable es que Dios no existe dentro de los parámetros de la pequeña charca de nuestra existencia finita. Existimos, como meras gotas, dentro de los parámetros infinitos de la realidad oceánica de Dios.

Jesús es el Hijo de Dios dentro de la línea narrativa de la creación y caída de Adán, y dentro del alcance de la historia profética de Israel. Cuando fijemos nuestros ojos en la historia que está siendo contada en el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento empezará a cobrar para nosotros un sentido profundo y hermoso. El relato bíblico posee todo el poder explicativo que necesitamos para dar sentido a la filiación de Cristo. Tomando la Biblia como una narrativa coherente con un propósito general, hemos descubierto lo que la Escritura misma quiere decir designando al Salvador del mundo como el Hijo de Dios. No tenemos que adivinar nada. Tampoco necesitamos apenas interpretar. La historia nos dice lo que quiere que sepamos sobre el asunto y a la vez nos deja en el misterio con respecto a esas cosas que están más allá de nuestra comprensión finita.

Cuando Juan 3: 16 habla del «hijo unigénito» de Dios, el contexto inmediato del capítulo necesita ser examinado cuidadosamente, dentro del contexto más amplio del Evangelio de Juan en su totalidad, dentro del contexto aún más amplio de las fuentes documentales de Juan, que es todo el texto el Antiguo Testamento. Eso es lo que hemos hecho precisamente en nuestro viaje, y ahora sabemos lo que la Biblia quiere decir cuando habla de Jesús como «el Hijo unigénito de Dios».

Cuando el apóstol Pablo llama a Jesús el hijo «primogénito» de Dios, esta expresión no solo aparece en versículos aislados de sus escritos, sino que pertenece al contexto de una línea de pensamiento que Pablo desarrolla en la epístola a los Romanos, basándose en el contexto mucho más amplio de la gran historia desplegada en el Antiguo Testamento con respecto a una sucesión de hijos «primogénitos» que llevaría hasta el Mesías. Ya vimos ese material, y ahora sabemos lo que la Biblia quiere decir cuando usa la palabra «primogénito» para describir a Jesús.

Sabemos lo que significa la filiación de Cristo porque hemos tomado en cuenta toda la historia narrada en la Escritura, no una mera selección de versículos sueltos. Y lo que significa es bastante sorprendente.

Dios es un Dios de amor fiel a su pacto, infalible, fiable, incondicional, y nosotros fuimos hechos para vivir en recíproca relación de pacto con Dios y entre nosotros. En el análisis final, lo más coherente que podemos decir sobre Dios es que «Dios es amor». Y eso es mucho decir. Esta realidad es la que llevó a Dios a salir de sí mismo para convertirse en un miembro de la raza humana. Dios ama tan profunda, apasionada y desinteresadamente al género humano, que ha elegido entrar en eterna solidaridad con nosotros como nuestro Hermano en la carne. El creador del universo —el Dios que diseñó los intricados organismos de la vida en todas sus formas— voluntariamente se hizo uno con nosotros para volver a unirnos con él.

Al hacerse Hijo de Dios, Dios doblegó la realidad misma, su realidad, para venir a encontrarnos en nuestra necesidad.

Dios hizo esto por ti.

Por mí.

Se convirtió en lo que no era para que nosotros pudiéramos llegar a ser todo lo que estamos destinados a ser.

Este es el gran relato de la Biblia y es, nada más y nada menos, que la mejor historia imaginable, porque es una historia de pacto…

y eso significa que es una historia de amor.

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9788472088603
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