Kitabı oku: «Año 2045: Abuelita, ¿qué pasó en marzo de 2020 en España?»
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Editorial BABIDI–BÚ, 2020
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Primera edición: Julio, 2020
ISBN: 978-84-18297-50-2
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Abuelita y abuelito, ¿qué pasó en España en marzo de 2020?
Querida nietecita, sencillamente pasó que el Universo se tuvo que recolocar. ¡La Tierra necesitaba respirar! Hasta ese momento, la mayoría de los habitantes de nuestro planeta no valoraba lo que teníamos. Solo les preocupaba competir con los demás, despreciaban a los que no eran iguales que ellos, no trataban bien a la Naturaleza. Se volvieron EGOÍSTAS y perdieron la EMPATÍA.
De pronto un día el Universo habló: «Un bichito muy malo visitó nuestro Planeta y contagió a muchas personas, sobre todo a los abuelitos y abuelitas. Todo el mundo tuvo que permanecer en su casa sin salir, para que ese bichito no nos contagiara y se fuera cuanto antes».
—¿Y qué pasó, abuelitos?
—Que los últimos, empezaron a ser los primeros… Las personas a las que menos se les valoraba empezaron a ser los HÉROES de nuestro Planeta. Los que limpiaban las calles y las desinfectaban, los que abrían para vender comida, los camioneros que transportaban el alimento, los médicos que salvaban vidas… Y así, un sinfín de personas muy importantes que nadie conocía...
—¿Y qué pasó al final? —Todo el mundo permaneció unido. El universo nos hizo entender que la EMPATÍA es el arma más poderosa que hay. ¡Y vencimos!
Noelia Paredes Molina
Pues verás, cariño, de repente, un virus que invadió China, cruzó todas las fronteras del mundo. Y sin que nos diera tiempo a hacernos a la idea, ya estaba instalado en España. Nos obligaron a vivir dentro de casa y tan solo podíamos salir por algún motivo de fuerza mayor, como era el ir a por comida o medicamentos. En los coches solo podía ir una persona, y las calles estaban llenas de silencio y miedo. Pero lo más bonito es que cada día, a las 20h de la tarde, España entera salía a sus balcones, todos unidos para aplaudir a todos los sanitarios por la labor tan bonita y fuerte que estaban haciendo en los hospitales con los enfermos. Fueron 40 días llenos de mucha impaciencia y de desconcierto, pero la unión hizo la fuerza. La solidaridad fue la que convirtió al virus en pasado, y el compromiso social y la unidad pusieron fin a una guerra biológica. Una guerra que, «en un cerrar y abrir de ojos», nos dejó huella para siempre en nuestra memoria.
Rosa Rodríguez
«Naturaleza» estaba triste porque ya no jugaban con ella, vestía a sus flores con los pétalos más hermosos, cambiaba el mar y los ríos de color y formaba nubes esponjosas, pero los humanos tenían cosas más importantes que hacer.Cosas como mirar la tablet, la televisión, el móvil o el ordenador. Se hacinaban en las ciudades corriendo de un lugar para otro, ensuciando a naturaleza; Así que esta, muy triste y decepcionada, les envió al bicho más malo que había en la Tierra, y se fue a dormir.Ese bicho obligó a todas las familias a quedarse en casa, si no, se infectaban con él. Se declaró «el estado de alarma», y así pasaron una semana tras otra hasta que...Algunos niños empezaron a dibujarla, llenaron folios de flores, abejas, mariposas y pájaros; pero estos se escapaban a cuidar a «Naturaleza», que estaba triste y sucia. Cada vez más y más dibujos la rodeaban, la limpiaban y le cantaban, hasta que despertó.
Todos aprendieron la lección, los enfermos se curaron y las familias pudieron salir a la calle de nuevo. Pero esta vez, ya nadie volvió a ignorar a «Naturaleza», porque estaba en todas partes y nosotros somos parte de ella.
Yolanda Alonso Sanz
Como cada vez que la veía, la abracé con fuerza, con mucha fuerza, como si fuese a escapar. Y como más de una vez, me preguntó que por qué le abrazaba con tanta fuerza, con abrazos tan largos, de esos que podrían durar horas. Y como, más de una vez, le contesté lo mismo:
«Nunca se sabe cuándo no vas a poder volver a darlos». Y como siempre que esto ocurría, mi pequeño bichito no entendía la magnitud de mis palabras, diciéndome con su lengua vivaracha que al día siguiente nos veríamos y nos volveríamos a abrazar. Pero ese día, a diferencia de las veces anteriores, se atrevió a hacerme la pregunta que más de una vez esperé que me hiciera:«Pero abuela, ¿por qué dices esa frase?». Fue entonces cuando le conté un cuento. Un cuento en el que un virus corría por la calle y nos hizo encerrarnos en casa, sin previo aviso, sin despedidas. Donde la gente estaba separada en el espacio. Un espacio que se hacía muy grande, pero que sirvió para unir corazones, para ver lo que realmente importa. Y desde entonces, nunca dar por hecho un abrazo al día siguiente. Aprender a valorar.
Pilar Gámez
Oigo sus pequeños pasos ansiosos detrás del sillón.
—¿Ya has vuelto?
—¡Me gusta el parque! —Se encarama a mis piernas, sin preocuparle que esté navegando con mi tablet.
—¿Sabes? —le digo—. Hace muchos años, una enfermedad recorrió el mundo, y tuvimos que quedarnos todos en casa durante muchas semanas sin poder salir, ni siquiera para ir al parque.
—¿En serio? —Abre mucho los ojos—. ¿Todos los niños?
—Sí, todos —Le acaricio el pelo. Miro por la ventana, volviendo a aquellos días—. Tuvimos que inventar miles de juegos y de cosas para entretenernos en casa.
—¿Sí? —Me mira fijamente—. ¿Y qué más hacíais?
—¿Sabes? Hubo una cosa mágica —le digo—. De noche salíamos a los balcones para aplaudir a los médicos y enfermeras que trabajaron incansables para curar a todos los enfermos.
—¿Y ellos os oían?
—Nos oyeron, cariño —Mis ojos se cargan de lágrimas—. Claro que lo hicieron.
—¡Yo quiero aplaudirles también!
«¿Y por qué no?», pienso. Dejo mi Tablet en la mesilla y le digo:
—¡Venga, hagámoslo!
Salimos al balcón, comenzamos a batir nuestras palmas.
En pocos minutos, toda la calle se llena de aplausos.
Francisco Alcantud
Una mañana cualquiera, llegó a España un virus muy fuerte y feo, que solo quería hacer daño a las personas; nos cogió a todos por sorpresa, y además jugaba con ventaja porque él era invisible. No existía vacuna ni medicamento que pudiera matarlo, por lo tanto, la única medicina de la que se disponía era la de QUEDARSE EN CASA para no seguir propagando el virus a más personas. Como todos queríamos que el virus se marchara, decidimos protegernos en nuestros hogares, así pues, el malvado virus perdería fuerza al no encontrar a nadie para infectarlo.
Fue entonces, como resultado de esta situación, que dio comienzo el aprendizaje más importante de toda nuestra vida.
Aprendimos el valor de un beso, aprendimos el calorcito tan especial que aportan los abrazos, aprendimos la importancia de la familia, (nos veíamos solo por videoconferencia), también aprendimos la importancia del contacto real, tocarnos. Aprendimos muchas cosas que nos hicieron mejores personas. Pero sobre todo, el mayor aprendizaje de esta situación fue darnos cuenta de que el trabajo en equipo, el respeto y el cuidado hacia el prójimo eran indispensable para poderle ganar la batalla al virus, gracias a esa gran humanidad que demostramos tener, conseguimos vencerlo. Nuestra sociedad Después de esto, nuestra sociedad nunca fue ya la misma, fue mejor.
Estefanía Calzado Tejero
Estaban ya los naranjos en flor, y el azahar nos avisaba de que a este paso, no íbamos a poder mantener ese olor único hasta la Semana Santa, que este año caía a principios de abril. Paseábamos como siempre, y en las noticias contaban algo que estaba ocurriendo en China. Sevilla había adelantado la primavera cuando, sin haber llegado a la mitad del mes de marzo, los gestos se volvieron serios. El Gobierno habló, se cerró todo y nos dijeron que estábamos en peligro por un virus terrible, y que no debíamos salir de casa.
La tristeza y ese nuevo estado, que ni los mayores conocíamos, nos paralizó. Aunque no pudo con nuestro ingenio ni con nuestro humor. La gente se daba ánimos, se empezó a apreciar lo que significaba la libertad de movimientos, la frescura y el sabor de la calle, de los parques, de los espectáculos y de la amistad.
Y cuando todo pasó, la mayoría comprendimos la importancia de estar unidos, de invertir recursos en la investigación y en la Ciencia, de valorar el Arte y la Literatura que tanto nos habían ayudado en el encierro involuntario, pero que finalmente fue gozoso por todo lo que habíamos aprendido.
Juan Andivia
Esperanza me tira de la manga.
–¿Por qué lloras, pequeña?
–Porque quiero abrazarlo –me contesta, señalando la fotografía de su padre, con la bata blanca, sonriendo con mi nieta en brazos, en el parque cerca del hospital donde ahora mismo está haciendo una maratoniana guardia.
Oigo los aplausos de la tele y me traen recuerdos lejanos y amargos de aquellos duros días en los que luchamos contra un enemigo invisible que nos confinó a todos. Pero lo derrotamos. Gracias a un ejército formado por personas como mi padre, que era enfermero, y arriesgó su vida, sin yelmo ni espadas, hasta que el dragón se lo llevó a su cueva. O de mi madre, que cuando se iba cada mañana al súper, me abrazaba y me decía:
«Tú también eres un héroe, por quedarte en casa».
–La distancia no es un impedimento, mi vida. Es algo que existe en tu mente. Si tú quieres, puedes levantar esa barrera imaginaria con el amor de tu corazón, con la calidez de tu alma y la nitidez de tus recuerdos. ¿Sabes qué significa?
Ella corre y coge el marco. Lo abraza con todas sus fuerzas y le da un beso al cristal.
–¡Eso es, Esperanza!
Marc Sans Navarro
Pues verás, Jimena, tu mamá tendría por esa época como unos 23 años, y estaba estudiando en Barcelona, acabando su carrera, y yo sufría porque ella estuviera pasando por una situación así. Resulta que un virus, un bichito malo y muy resistente, atacó sin piedad a muchas personas en el mundo, porque era muy contagioso, y muchos médicos tratando de curarnos, se contagiaban también.
La gente sentía miedo y tenía que permanecer en su casa para no contagiarse. Parecía el fin de una época, sin embargo, no todo fue tan horrible…
Pasaron muchas cosas buenas: La gente se unió, los científicos descubrieron una vacuna que acabó con el terrible bichito; los enfermos se iban curando poco a poco, y afortunadamente las personas pudieron pasar más tiempo con sus familias en casa, con lo cual tuvieron más tiempo para jugar con sus hijos y quererse cada vez más.
Se dieron cuenta de que lo importante era permanecer todos unidos para poder conseguir logros, y el Mundo se hizo más humano y menos egoísta.
Alicia Martín
Pues llegó una enfermedad que quería quitarle a la gente los besos, los abrazos, estar en compañía de sus amigos… Y las personas de todos los países, con diferentes culturas, religiones… dijeron: No. Y decidieron luchar contra esa enfermedad, haciendo lo que nunca en la historia de la humanidad habían hecho: «Se unieron todos, y cada persona puso lo mejor de sí mismo».
Fueron unos días muy difíciles en los que también hubo gestos muy hermosos. No sé si te lo creerás, pero la gente salía a sus balcones a aplaudir, no a sus deportistas, si no a sus verdaderos héroes: a los sanitarios que arriesgaban sus vidas por salvar la de los demás.
Cuando vencimos a la enfermedad, la gente de todos los países, seguimos unidos y exigimos a nuestros gobernantes que dedicasen el dinero a lo que de verdad nos importa. Y claro, los gobernantes no tuvieron más remedio que darnos lo que les exigíamos: terminaron con el hambre, invirtieron mucho más en la ciencia de la salud, lucharon contra el cambio climático…
Todos recordaremos aquellos días como los que cambiaron a la humanidad, los días que nos abrieron los ojos para que valorásemos lo que de verdad importa.
Juan Barrachina Sancho
En los años 20, un virus sacudió el mundo, se extendió por todas las ciudades y pueblos, y para combatirlo nos tuvimos que quedar en nuestras casas. Parece sencillo, ¿no?... Pues aquello resultó difícil, pues con una vida tan acelerada que teníamos, nos costó pararnos y recordar lo que era hablarnos y querernos. Un día, limpiando la casa, encontré una muñeca de trapo en una vieja caja. La muñeca tenía un vestido viejo y las costuras maltrechas por el paso de los años. Pero me apiadé de ella y la rescaté. Cuando estaba totalmente arreglada, la pequeña marioneta comenzó a hablar y a contarme que había esperado años para encontrar a alguien que la quisiera. Hablé con ella toda la noche sobre unas y otras aventuras, y no quedó ahí la cosa, durante todo el tiempo que estuve en casa me hizo compañía y forjamos una gran amistad. Con el paso del tiempo, la muñeca pasó a formar parte de la familia hasta el día de hoy. Ahora te la entrego a ti, mi querida nieta, para que os cuidéis la una a la otra como ella me cuidó, y, recuerda, no esperes a que se pare el mundo para comenzar a apreciar a aquellos que están contigo.
Álvaro G. Temprano
Ya estaba todo preparado aquí en Valencia para la gran fiesta. Las calles engalanadas con luces de colores que apuntaban hacia el cielo, los puestos de buñuelos que esparcían ese olor tan característico durante esos días. Los niños, grandes y pequeños, habían terminado ya los exámenes en la escuela, y esperaban ansiosos para reunirse con sus amigos.
Pero entonces, ¡llegó el BICHO! No le gustaban ni los príncipes, ni las princesas; ni los dragones ni los castillos encantados. Por no gustarle, no le gustaban ni la alegría ni los abrazos, ni los besos entre los niños y sus abuelos. No quería que las personas se reuniesen en una plaza, ni que los niños jugasen en el parque, ni que los jóvenes practicasen deporte…
Todos para vencer su maligno poder se escondieron en sus casas, tenían que despistarlo y abatirlo en la batalla. Aparecieron entonces héroes de carne y hueso, hombres y mujeres, que se enfrentaron a él. ¡Y lograron vencerlo!
Entonces pasó la primavera y llegó el verano. Y la ciudad volvió a oler a buñuelos de calabaza y a traca. Y el cielo se iluminó con castillos de colores, las fallas salieron a la calle y, por una vez, julio fue marzo en nuestras almas.
Alicia Ríos del Valle
Hace mucho tiempo, en tierras lejanas, un poblado llamado Arcoíris sufrió el ataque de un gran dragón. No era un dragón cualquiera, era el temible Divoc. Su fuego era el más peligroso, ya que de él se escapaban diminutos destellos que viajaban a lugares lejanos. Estos destellos hacían que muchos habitantes enfermasen, y que se perdiese a las mentes más sabias del lugar.
El dragón era muy fuerte y cada día lanzaba destellos que acababan con numerosos pueblos. Grandes guerreros de carruajes luminosos, aclamados escuderos y valerosos espadachines que cuidaban de la comida de todos los habitantes, luchaban día y noche contra el dragón. Pero los destellos luminosos de Divoc eran cada vez más letales.
Un día, cuando el dragón se creía victorioso, los habitantes de todos los poblados trabajaron unidos y descubrieron que juntos eran más fuertes que el mejor de sus guerreros. Entonces, se libró una gran batalla que duró largos días en los que parecía que Divoc siempre salía victorioso. Los habitantes decidieron juntar los poderes que tenían: amor, solidaridad y valentía. Fue entonces cuando todos juntos derrotaron al dragón Divoc, convirtiéndose en un pueblo unido donde sabían que a partir de ese momento «Todo iría bien».
Dafne Salinas Benavides
Un día estaba estudiando Historia en el colegio, nos mandaron unos deberes que consistían en preguntar a nuestros mayores, qué pasó en marzo del 2020 en España. Y mi abuelo me contó la historia:
«Un virus nos intentaba atacar.
Y todos en nuestras en casa teníamos que estar.
Pero con fuerza y coraje, lo conseguimos echar.
Y un día, todos pudimos de nuevo ver el Sol brillar».
No lo entendí, y mi abuelo me dijo:
«Hubo muchos enfermos por el virus, pero gracias a él, la gente se volvió más solidaria como ahora lo eres tú».
Entonces lo entendí. Ese virus fue maligno y nos enseñó a amar y respetar a los demás. Tardamos mucho en salir de casa, pero con espadas convertidas en medicamento, fumigando y abasteciendo a la gente, lograron entre todos matar al virus. Los verdaderos caballeros iban vestidos con batas blancas y mascarillas, todos ellos cansados de estar sin dormir y sin ver a sus familias. Pero consiguieron matarlo e hicieron que el Sol volviera a brillar y se volvieran a oír a los niños en el parque jugar.
Abracé a mi abuelo porque es un luchador de verdad. Él fue un sanitario que ayudó a los demás.
Ascen Castiñeiras
Era diciembre de 2019 cuando en China apareció un virus muy malo. Se llamaba Covid, siempre estaba enfadado y no le gustaba ver a las personas felices.
Covid quería reinar en todo el mundo, y para conseguirlo se puso una corona que le hacía invisible. Debía ir tocando a todas las personas que veía para pegarles unos bichitos invisibles que les transmitían fiebre y las ponía muy malitas. Covid viajó por 23 países más, como Italia, Alemania, Francia, Japón, Estados Unidos y España.
Cuando llegó a España, era marzo. Miles de personas se pusieron malitas con fiebre, sobre todo los abuelos, y muchos se quedaron dormiditos para siempre. Covid no dejaba que los abuelos y los papás les dieran besos a los niños, para que todos estuvieran más tristes.
La única solución para vencer a Covid era esconderse en las casas y que llegase el verano. Solo salíamos para hacer la compra con mascarillas y guantes puestos, así Covid y sus bichitos no se pegaban a nosotros.
El malvado Covid no dejaba de pasear enfadado con sus bichos, sin saber que el verano llegaba, su corona se derretiríaa con el calor y él desaparecería.
Todos volvimos a ser felices.
Macarena Tejera
—Abu, cuéntame un cuento –pidió la pequeña María, con esa mirada mágica reservada solo para nietos y abuelos.
—Claro que sí, cariño. ¿Cuál quieres que te cuente? El del niño que no quería hacerse mayor, el de la mariposa encantada, el de el elefante y la efímera…
—No, abu, cuéntame el de cuando os hicisteis mayores.
—Ese te lo he contado muchas veces —contesté
— Lo sé, abu, cuéntamelo una vez más, por favor.
—Como quieras, cariño.
«Hace mucho tiempo, sucedió que unos bichitos invisibles se querían hacer dueños del mundo. Las personas estaban asustadas y tenían miedo. Todos nos quedábamos en casa, donde los bichitos no podían entrar. Aunque unos pocos tenían que salir a cuidar de todos nosotros.
Pasaron los días, y curiosamente las personas empezamos a querernos más a nosotros mismos y a demostrar el amor a nuestros seres queridos, a nuestros amigos, a nuestros vecinos y a la naturaleza. Entonces, un día sucedió algo increíble, todos empezamos a gritar:”¡Somos valientes y vamos a ganar!”. Y al ver los bichitos lo unidos que estábamos y lo valientes que éramos, se dieron por vencidos y decidieron marcharse y no regresar jamás».
Jaime Soliveres
—Las calles se volvieron silenciosas. Tanto así que, desde nuestras ventanas, por fin escuchábamos a los pájaros cantar. Nuestra Madre Tierra respiraba, pero un bicho malo quiso dejarnos sin oxígeno vital.
—¿Un bicho?...
—Sí, era muy malo. Pero tu abuelo pensó que si el mundo se unía, lograríamos vencerlo. Así que cogió un globo y lo llenó de buenas intenciones, justo lo que al bicho malo no le gustaba.
La pequeña escuchaba impresionada a su abuela.
—El globo comenzó a inflarse por arte de magia. Yo cogí otro y lo llené de chistes, justo lo que el bicho malo odiaba. Tu mamá y tu papá metieron en el suyo, bailes y aplausos, justo lo que al bicho malo menos aguantaba. Así lo hicieron todos los vecinos del mundo entero.
—¿Y qué pasó después?
—Que los globos volaron lejos y desaparecieron antes de llegar a la luna.
—¿Y también lo que había dentro de ellos?
—No, claro que no. Todo lo bueno que la gente dejó en esos globos, se convirtió en lluvia. Estuvo lloviendo durante cuarenta días, y justo después, todos nos curamos. Nos salvamos porque estuvimos muy unidos cuando más solos nos sentíamos en el mundo.
Alejandra Macol
Yo nunca lo vi. Solo retratos que hacían de él. Pero te aseguro que era tan pequeño y minúsculo que hasta era microscópico. Y le encantaba viajar. Pero no lo hacía solo, pues lo suyo era ir en grupo, volar de aquí para allá y esparcirse alegremente por doquier. Eso sí: siempre a la aventura. Nunca sabía cuál sería su destino final. Si tenía un poco de suerte, llegaba al cuerpo de un animal, incluidas las personas. ¡Y allí montaba con sus amigotes unas fiestas que ni te imaginas!
Pero esas fiestas les sentaban muy mal a los humanos. ¡Fatal! Muchos se ponían enfermos y tardaban en recuperarse. Otros no lo lograban y acababan trasladándose a un misterioso barrio llamado «El Otro», y que nadie tiene claro dónde está, porque nunca más vuelven de allí. La gente, como es natural, tenía miedo. Tanto que hasta los niños se libraron de la escuela. Pero no podían quedarse en la calle jugando. Todos se tenían que quedar en sus casas. ¡Bicho malo! ¿Entiendes por qué nadie lo quería?
La gente estaba nerviosa, preocupada y encerrada. Pero... ¿sabes? Aún quedaban las ventanas, los balcones: nuestra única salida al exterior. Un día, mi vecino sacó su teclado al balcón y empezó a tocar para todos. Y resulta que otro vecino de enfrente se le sumó con su saxofón. Y otra de más allá, con su guitarra. Y teníamos sesión musical gratis cada tarde.
Pasados unos meses ya no hubo más bichos. No podían recorrer distancias tan largas y se morían. Y nosotros, al fin, pudimos salir a la calle. Eso sí: ahora conocíamos mucho mejor a nuestros vecinos y nos sentíamos más unidos que nunca. Ya ves, «Todo lo malo tiene su lado bueno».
Vanessa Ordovás
Cuando en marzo del 2020 nos dijeron que mi hermano pequeño y yo no podíamos ir más al cole y mis mamás tampoco tendrían que ir a sus trabajos, al principio, salté y canté «oeoeoeoe». Me acosté tarde corriendo por casa y chinchando a mi hermano. Me desperté más tarde aún, reburujada en mis mantas calentitas. Y estaba contenta porque nos dejaban hacer y hacer libremente lo que nos daba la gana. Al principio. Luego empezaron a ponerse majaretas, que si tareas del cole, leer, arreglar el gallinero, sembrar papas, reparar, pintar, hacer ejercicio, bailar… Definitivamente las mayores no sabían dejarnos tranquilos. Así que mi hermano y yo tomamos el mando, rehicimos nuestro mural de los diez monstruos multicolores e institucionalizamos, con obligación de parada familiar: «El Brindis Chocolatero de las 19:30». Colocábamos cuatro tazas de café, colmadas de chocolate dulzón y un ramito de flores en el centro de la mesa. Un día mi hermano se confundió y colocó una taza de más y, en cuanto serví el chocolate, un gracioso monstruo colorido se acomodó a nuestro lado. Su silueta quedó blanca en la pared del mural. Al siguiente día, en lugar de cuatro, pusimos catorce tazas para el brindis.