Kitabı oku: «Incursiones ontológicas VII», sayfa 6
El sistema familiar primario fue uno solo de los sistemas con los cuales empecé a configurar esa enredada, pero consistente conducta que me motivaba a estar presente y vigente frente al mundo; ya no era una opción aparecer, era una necesidad. En mis sistemas educativos, tanto el colegio como en la universidad, me encontré con espacios de liviandad, de soltar lo que hacía que existiera una víctima o un victimario, que permitían que ese ser volara y apareciera de otra manera, y como un mal presagio del destino, después de haber sufrido mucho los vicios de mi padre, encontré en el alcohol, las mujeres las fiestas, todas las sustancias y espacios prohibidos, una contribución a una nueva parte de identidad que me elevó a ser más visible que nunca; el alcohol en mi primer lugar de vida, en las familias de cada uno de mis padres y en el círculo de amistades, abrió un espacio para notarme, y con esa excelente capacidad de racionalizar las cosas, encontrar detalles que me permitieran analizar las situaciones, el nunca rendirme. porque siempre había más, más la fuerza y persistencia que fueron entregadas en casa, logré ser más notable que nunca, pero y ¿cuál era el precio asociado que estaba dispuesto a pagar de esta forma de ser visto?, ¿era el camino a seguir el que se estaba tomando para hacerme notar?, ¿para qué llegaba a extremos, como los mencionados, para ser visto, siendo que, en mi singularidad y particularidad era un ser maravilloso?
Responder estas preguntas hoy ya no cobraría sentido, dado que fueron las herramientas usadas allá en ese momento, pero si es relevante levantar las inquietudes, dado que elevan la mirada a entender que la consecuencia de la rabia o tristeza que aparecían en mí, junto a la resignación o prepotencia de estancarme o ir más adelante, eran las características, el borde de la grieta que definitivamente, como lo menciona el modelo conceptual de la figura 3, debía reconocer, aceptar, perdonar y reparar, el gran camino a permitirme ser visto hoy sin vergüenza ni culpa, era aceptar con compasión, humildad y amor propio que el camino recorrido había sido consecuencia de mi formación personal, grupal y familiar que cada uno de los sistemas me había entregado pero que hoy podía resignificar de una manera adecuada. “El hecho es que mientras más nos alejamos de las emociones básicas “puras”, más complejos son nuestros estados internos, a tal punto que frecuentemente no los reconocemos ni en nosotros mismos ni en los demás.” (Susana Bloch, 2013, p18). Como menciona Bloch, el camino a entender mi identidad, mi estar presente, se basó en reconocerme con el ser que soy hoy, con luces y sombras.
Le Breton, (2019) menciona: “El individuo no se sitúa solamente del lado de la conciencia y de lo que él piensa de sí mismo: ignora el peso de su historia personal que lo inclina a comportamientos orientados hacia su pasado en detrimento de su presente, 181”. No debo agregar mucho a esta gran entrega de información, más que si podemos orientar nuestra mirada a nuestro pasado, a lo que vivimos, lo que nuestros sistemas nos entregaron y cómo configuramos esto para vivir, tenemos la llave maestra para abrir el espacio de reflexión necesario para comprender desde donde nos queremos parar en la vida hoy, como queremos ser vistos y cuantas facetas de nosotros queremos mostrar al mundo, una sola mascara esconde la multiplicidad de opciones que como seres vivos tenemos para mostrar.
Al haber entendido el camino, el lugar por donde podría ir a definir cómo construir ese Yo con el que quería vivir el resto de mis días, me pregunté por más modelos o información que otros autores hayan trabajado para poder cerrar con total certeza el camino a recorrer. Fue así como me encontré con Moisès Guitart, Josep Nadal e Ignasi Vila y su Modelo Evolutivo y Bifuncional de la “Identidad Mediada” (MEBIM). Modelo creado para entender las funciones de la identidad y los mecanismos psicosociales asociados a su construcción, palabras más palabras menos, identificar la función de la identidad vinculada a la búsqueda de reconocimiento en grupos sociales y en la propia vida.
Figura 4. Modelo Evolutivo y Bifuncional de la “Identidad Mediada” (MEBIM). (Moisés Esteban Guitart, Josep Maria Nadal, Ignasi Vila, 2009)
Es así como estos tres autores ponen la cereza del pastel, al mostrar, aparte de lo ya mencionado varias veces, el concepto de identidad social y personal, cómo desde el reconocimiento propio generando acciones transformadoras de mejora personal y la planeación de un nuevo proyecto de vida orientado con vínculos afectivos y posibilidades viables de construir, se puede trazar el sendero adecuado a resignificar Mi camino a ser Yo, es la ruta idónea y marcada para terminar de devenir ese nuevo ser.
Menciona Carlos Yáñez Canal, “La identidad es la persistencia de una cosa, es el aspecto del organismo que persiste a través de las modificaciones del crecimiento y del envejecimiento, 50” A pesar de tener una historia de vida en donde se puede caer para no levantarse, quedar relegado y resignado en el mundo, tomé la decisión de mirar al frente, seguir adelante, de persistir en el camino de crecer y entender que era más que las historias contadas y los dolores vividos,
Partiendo del comentario de Le Breton, (2019) “El sentimiento de identidad, es el reservorio del sentido que rige la relación con el mundo del individuo, 175” inicia el camino a esa reconstrucción del ser, y este toma ruta cuando hecho mano de mi sombra, un lugar que yo sentía oscuro, desolado, malévolo, un espacio a no explorar ya que podía permitirme volver a recaer en un yo que alejé por la gran necesidad de no morir en el intento de mostrarme; y se preguntarán, pero: ¿Qué hay en esa sombra que genera tanto temor? ¿Qué hay allí escondido que no puede salir? ¿Qué sucede si se apropia y acondiciona a la nueva y renovada versión del Yo? Para comenzar esta ruta de cierre, quiero mostrarles la máscara de la sombra que tenía y lo que en ella escondía:
Figura 5. Modelo de mi grieta existencia (Rafael Acosta, 2020)
A la izquierda estoy yo con una dualidad de ser o no ser, de querer estar y esconderme con un miedo en la luz y con amor en la sombra, con todas mis características como ser humano a flor de piel y con unas ganas de salir a la vida desde la aceptación y el perdón, haciendo uso de la compasión y el amor propio como herramientas para darme el espacio de gozar la vida, con naturalidad, la exigencia adecuada, sin transgredir los límites de la sociedad, de mi biología, de mis emociones, es desde acá, en el momento que reconozco que en mi sombra esta la capacidad tierna y firme de amarme profundamente, a pesar de todo lo que haya pasado y haya existido, tomé la fuerza necesaria para, junto con Dionisio y Apolo (Raíces de sentido, 2008) en un baile sinuoso y excitante, poder declarar que toda la energía y esfuerzo aplicados a mi vida me permitirían ser notable y visto desde lo que verdaderamente soy y no desde lo que vengo arrastrando con mi historia que hoy puedo perdonar, amar, reparar y dar un nuevo significado, lo podría encaminar a aceptarme, valorarme y permitirme ser el ser que siempre he querido ser, autentico, único amoroso, reservado y aceptado, este último principalmente por mí.
Y esto que aparece como dualidad no es algo constitutivo exclusivamente mío, Émile Durkheim, 1914, indica que el ser humano siempre ha tenido esta dualidad, mucho más notoria por la separación del cuerpo y el alma, pero el alma vista como el complemento de la constitución del cuerpo; así mismo veo y encuentro ese espacio de doble sentido, de luz y sombra, de visibilidad y refugio continuo, que al tomar lo mejor de cada uno me permite hoy ser un ser amoroso y firme, tierno y concreto, visible y ausente.
Le Breton, (2019) “Toda existencia hasta la más tranquila, contiene desde su inicio un número infinito de posibilidades que se actualizan a cada instante, 185”, y con este escrito vuelvo a las preguntas que dieron inicio a este camino: ¿Porque busco ser visible ante el mundo? ¿Para qué deseo que el mundo ponga la atención en mí? ¿Si soy un ser único e irrepetible, si soy particular y especial, si como yo no hay dos seres en el mundo, que relevancia cobra que tenga que mostrarme al mundo si en mi particularidad ya soy extraordinario? Ahora sí puedo responderlas y concluir este espacio de reflexión.
El Coaching Ontológico es una herramienta poderosa de aprendizajes transformacionales, que permite resignificar los juicios y las declaraciones dadas en el pasado, abre el espacio a conferir sentido a muchas de las emociones, sensaciones y experiencias que, aunque hayan sido formadoras y de estructura para la vida, dejaron huellas que antes no podían verse de maneras múltiples.
Desde esta experiencia y trayendo el último fragmento mencionado de Breton, puedo decir que soy visible ante el mundo por mi singularidad y particularidad, al enfrentar este camino llamado vida, soy ambicioso y visionario, inteligente y persistente, sensible y receptivo, un ser dado a su satisfacción personal, la cual extiende a su entorno más cercano, totalmente consciente que está en un proceso de mejora y persevera en desarrollar, en la medida de las posibilidades, un mejor ser cada día, busco aparecer ante el mundo para compartir mis experiencias y vivencias, poder entregar parte de las conclusiones de vida que he descubierto y a su vez me abro a recibir lo que la vida traiga para mí, además de ser un ser de sociedad, fiestero, alegre, a quien le gusta la buena vida, llegar a espacios de satisfacción y éxtasis poco usuales, pero controlados, abierto a conocer, escuchar, entender y disfrutar de los demás, y, por último, pero no menos importante, en mi particularidad soy extraordinario, pero imperfecto, un ser con una gran plasticidad y en constante construcción, que a pesar de venir con una determinada constitución, quiere apropiar nuevos modelos de vida y resignificar, cuando sea necesario, los conceptos y definiciones de estar aquí, en el mundo.
Así que de algún lugar o espacio debe anclarse este aprendizaje y visión expuestas, es acá donde Juan Carlos Revilla, 2003, entrega un camino importante de apropiación en su escrito Los anclajes de la identidad personal. Allí entrega 4 puntos clave, de donde todo este aprendizaje quedará totalmente anclado y apropiado para ser usado de acá en adelante, estos son: El Cuerpo, El Nombre Propio, La Autoconciencia y la Memoria, además de las demandas de interacción.
En el cuerpo, me llevo mi experiencia de vida, mis recuerdos de extremo dolor, de éxtasis desenfrenado, de amor propio y vinculante, vuelvo a declararlo como mi espacio de autonomía y ejemplo de constante evolución y crecimiento, mostrándome como siempre he sido pero reinventándome continuamente, en un ser mejor y quizás diferente, pero sobre todo ese espejo que me muestra lo valioso que soy para mí y para el mundo, seré juzgado, criticado, valorado o exaltado y muchas veces no visto apropiadamente, pero él, mi cuerpo, me recordará que será lo que debo apropiar, dejar ir sin ninguna atención y lo quede por revisar para estar en constante evolución.
Mi nombre, Rafael Andrés Acosta Díaz, ese compuesto de muchos sistemas familiares, historias, herencias, dolores y alegrías, ese espacio de creación mutua de amor de dos seres que al imaginar ese compuesto, se pusieron de acuerdo para entregar amor, crecer como familia, unirse a una causa de educación y entregar lo mejor que pudieran para formar un ser acorde a sus expectativas. Mi nombre, como compuesto fundamental de identidad, por él me llaman, por él me ven, por él me reconocen, por él me amo y me enorgullezco que haya estado y continúe transcendiendo para ser visto y nombrado cada vez más acorde a quien soy en realidad.
Algo que queda como anclaje fuerte y determinante es la Autoconciencia y la Memoria, entendida la primera como esa capacidad de auto observarme, ser prudente y crítico para entender que soy un ser de sociedad, en constante creación, un ser capaz de entender que las diferencias hacen parte de la unidad, y la memoria, como esa herramienta vinculante del pasado que permite entender y diferenciar momentos de historias, de juicios fundados a momentos inventados por necesidad, de esa conciencia que de un pasado vivido existe un presente tranquilo y un futuro en construcción prometedor, asegurarse que el pasado fue el que fue, permite resignificar muchos dolores de vida ligados a verdades invisibles que solo generan dolor.
Y por último, las demandas de interacción, un espacio diseñado en el momento de ser visto, donde se encuentre en mí confianza, compañía, fiabilidad, que en el momento que se aparezca un ser delante de mí sepa que esperar y que llevarse, que exista esa coherencia de todo lo acá trabajado, que pueda ver la luz y la sombra en una danza equilibrada, sinuosa, que pueda entender que de acá solo saldrá la mejor versión de mí, “Y solamente mientras cumplamos con ese compromiso seremos merecedores de los derechos que nos pueda suponer el disfrute de una determinada identidad, pues la identidad sólo se puede mantener en la medida en que es apoyada por los otros interactuantes, que son los que han de validar esa pretensión identitaria.” (Juan Carlos Revilla, 2003).
Ha sido un camino largo y provechoso el de llegar hasta este punto y poder resignificar como puedo salir ante el mundo, ser visible, dar a conocer mis características de identidad, además de mostrar todos mis dolores honrándolos por lo valiosos que fueron y abriéndome a ser visto desde la integración de mi luz y mi sombra, pero esto encontrado y trabajado solo es el inicio de un constante camino de transformación, hoy encuentro todo lo expuesto, más adelante habrá algo nuevo, así que por este momento debo decirles que acabo de terminar de empezar.
Bibliografía
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12. VIKTOR E. FRANKL. (1991). El Hombre en busca de sentido. Barcelona: Editorial Herder.
LA IDENTIDAD QUE NACE DEL PERTENECER
Luna Porcel
2021
ÍNDICE
Introducción
El ser que busca pertenecer
Mi ser niña
Mi ser adolescente
Mi ser adulta jóven
Mi ser pareja
Perfil Unitario
Mi ser al encuentro de la sombra
Mi ser que pertenece a sí misma
Referencias
“Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros mismos.”
François de la Rochefoucauld
“El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.”
Friedrich Nietzsche
Introducción
Este camino de investigación ontológica comenzó hace cuatro años. Para ese entonces, desconocía que esos primeros cuestionamientos terminarían siendo plasmados en este proyecto de investigación. Comenzó a gestarse en julio del año 2017. Yo estaba saliendo de una compañía multinacional en la cual había crecido y me había desarrollado profesionalmente. Para entonces, tenía una tarjeta personal que indicaba mi nombre, apellido, puesto y empresa a la cuál pertenecía. ¿Quién era yo para ese entonces? Alguien que ocupaba un puesto importante en una empresa prestigiosa. Y fue entonces, cuando al salirme de la empresa, me di cuenta que, a partir de ese día, ningún título seguiría después de la coma de mi nombre, ningún logo de una empresa estaría al pie de cada mail. Y fue entonces cuando abrí la puerta del descubrir la persona que vengo siendo a lo largo de los años.
A lo largo de mi vida, me he ido identificando por los grupos de los que formé parte. Una identidad que se constituye a partir del grupo al que pertenece y el papel que desempeño en el mismo.
A lo largo de este proyecto de investigación, busco presentar cómo fui constituyendo mi identidad a través de la pertenencia en los distintos grupos de los que formé parte. Gracias a la fenomenología, compartiré experiencias de las cuales surgirá el Perfil Unitario que busca describir los juicios, emociones, corporalidad, declaraciones, peticiones y ofertas que habitan en mí con respecto a esta temática y que me permitirán construir el Modelo OSAR, presentado por Rafael Echeverría. Iniciaré el camino hacia el laberinto que me llevará a encontrarme con el Minotauro, donde la luz se posará sobre esta sombra que permanecía oculta ante mis ojos. Compartiré citas bibliográficas que me acompañarán todo el viaje y finalizaré la odisea descubriendo que existe “el hilo de Ariadna” que me llevará a una posible salida.
El ser que busca pertenecer
La Real Academia Española, en una de sus definiciones de “pertenecer”, indica “Tocarle a alguien o ser propia de él, o serle debida.”
Abraham Maslow, coloca a las necesidad de pertenencia en el tercer escalón de su pirámide.
La necesidad de formar parte de un grupo de amigos, de conocer a gente afín con quien poder compartir aficiones y momentos de ocio, recibir el cariño y el afecto de la familia y los seres queridos como muestra de amor, vivir en una sociedad justa donde prime ese sentimiento y esa seguridad, establecer relaciones de pareja para vivir en común y compartir intereses, destacar en el trabajo donde se premie la buena consecución de objetivos y la labor realizada, ser una persona respetada a nivel social, poder participar en actividades solidarias y humanitarias, poder ser responsable de las acciones generadas por uno mismo, generar buenas relaciones en el ámbito de trabajo y pertenecer a grupos de interés y de ocio donde se pueda disfrutar de aficiones comunes. (A. Maslow, 1943).
Asimismo, Brené Brown describe al sentido de pertenencia como:
El sentido de pertenencia es el innato deseo humano de formar parte de algo más grande que nosotros. Como este anhelo es tan primario, con frecuencia intentamos adquirirlo encajando con nuestro entorno y buscando la aprobación, que no solo son vacuos sucedáneos del sentimiento de pertenencia, sino que muchas veces constituyen una barrera para alcanzarlo. (Brené Brown, 2010).
Y es así como comienzo a indagar profundamente en el valor de pertenecer. ¿Qué significa para mí? ¿Qué implicancia tiene para mí pertenecer a? ¿Cómo veo que se manifiesta en mi y en aquellos que me rodean?
Empiezo a pensar cómo se desarrolla ese sentido de pertenencia en los seres humanos. Y me es inevitable pensar que nuestra naturaleza mamífera así nos lo pide. Vivir en manada, de alguna forma nos brinda la seguridad, el alimento, la protección, y el cuidado que necesitamos como especie. Los seres humanos somos seres en vínculo, y la necesidad de formar parte de grupos para nuestro crecimiento se hace inevitable. ¿Pero qué sucede, cuando creemos que el sentido de la pertenencia lo es todo? ¿Qué pasa cuando nuestra identificación y coherentización personal se apoyan únicamente en el logro de formar parte de algún equipo, grupo o entidad?
“El sentido de pertenencia es esencial. Debemos sentir que pertenecemos a algo, a alguien, a algún lugar” (Brené Brown, 2017). Al abrir el camino a este nuevo quiebre existencial, las experiencias vividas empezaron a caer como fichas del casino. Y mientras caen, las observo. Aquí voy.
Mi ser niña
Buenos Aires. fines de Marzo de 1982. Se avecinaban aires de guerra en nuestro país. Un país que venía de sufrir durante décadas luchas internas de poder. Pero para ese entonces, la guerra era contra un otro que quería apoderarse de un territorio propio. Desde Buenos Aires, la capital, poco era lo que se sabía. Solo nos llegaban noticias que decían que se estaban reclutando jóvenes soldados quienes, orgullosos de su país, darían batalla al enemigo en las Islas Malvinas.
Soy la primera hija del matrimonio de Alicia y Carlos. Alicia se casó a los 21 veintiún con Carlos, quien para ese entonces tenía treinta y cuatro años aproximadamente. Dos años después de mi nacimiento, nació Manuel, mi hermano. Mi mamá relata que yo estaba extremadamente celosa por su llegada y que nada quería saber con la idea de tener un hermanito.
Como mencioné antes, llegué a un escenario de mucha transformación y dolor. No sólo en mi país, sino también en mi familia. Recuerdo en mi infancia momentos de mucho gozo y felicidad. Mi hogar tenía ese olor particular a suavizante de ropa que se conserva hasta el día de hoy, pero en mi infancia se mezclaba con olor a tabaco. Mi padre era fumador, y el olor a cigarrillo, mezclado con perfume, era moneda corriente. Vivíamos en un doceavo piso luminoso en un departamento en el barrio de Recoleta, en dónde, con mi hermano Manuel, dejamos huellas de nuestros pies en cuantas paredes encontrábamos. Recuerdo momentos de muchas risas, de encuentro y de armonía. Sin embargo, intempestivamente, “algo” podría arruinar esos momentos de júbilo. Esas tempestades eran causadas por fuertes discusiones entre mis padres, que implicaban gritos, agresiones verbales por parte de mi padre y llantos de dolor de mi madre. Y era allí cuando el miedo se apoderaba de mí. Sólo podía permanecer del otro lado de la puerta, escuchar inmóvil y vislumbrar un futuro incierto. Mi padre amenazaba a los gritos a mi madre, que dejaría mi casa, que la abandonaría. Yo, lloraba. Me sentía desprotegida. Buscaba consuelo, pero nadie podía dármelo. Mi mamá, lloraba también como una niña, rogando el perdón. Ella no podía consolarme y yo necesitaba un abrazo, que me contuvieran. Mi hermano se encerraba en su habitación a escuchar música a todo volumen para ensordecer esos gritos. Me sentía muy sola. Para anestesiar esa soledad, mi yo de ese momento buscaba aterrizar en un nuevo clan, en una nueva tribu que pudiera hacer de “suelo firme”, para poder crecer. Mi primer clan fueron mis abuelos, principalmente mi abuela paterna, que aparecía mágicamente en esos días de oscuridad, y me brindaba ese calor de hogar que yo necesitaba. Me consolaba, o me distraía, enseñándome a coser vestidos para mis muñecas.
Y los días pasaban, las peleas terminaban, y todo volvía a la “normalidad”. Retornábamos a vivir en armonía, pero siempre, en el fondo, se seguía gestando el futuro tifón, que, dependiendo la escala, podría dejarme más o menos abatida.
Cómo cuenta Brené Brown: “Aprendí a decir lo correcto, a mostrarme de la forma adecuada” (Brené Brown, 2017). A partir de estas vivencias en mi familia, la niña que fui empezó a pensar cómo evitar esas peleas. Nace la noción de control. Ya no queria ser yo quien las ocasionara, todo lo contrario.
Como dice la Dr. Braiker:
Si soy bueno y hago todo lo que mis padres quieren, no se separán (…) La idea que la amabilidad tiene el poder protegernos se deriva, por tanto, del pensamiento mágico infantil. El miedo al rechazo, al abandono, a la desaprobación o al aislamiento b – y a la depresión y al dolor emocional que pueden producir estas experiencias – son ahora los “monstruo” que es preciso mantener el control. (Harriet B. Braiker, 2012).
Busqué “hacer hogar” en otros grupos. Y para hacerlo, mi yo de niña entró en el vicio de complacer a los demás. Esa sería la mejor estrategia para permanecer dentro de los clanes. La Dra. Harriet Braiker describe:
Su tendencia a complacer a los demás está motivada por la idea fija de que necesita que todo el mundo lo quiera y debe luchar por ello. Usted mide su autoestima y define su identidad basándose en lo que hace para otras personas, cuyas necesidades insiste en anteponer las propias (…) Complacer a los demás está, en gran medida, motivado por miedos emocionales: miedo al rechazo, miedo al abandono, miedo al conflicto o a la confrotación, miedo a las críticas, miedo a estar sólo y miedo a la ira (…) Primero, usted utiliza su amabilidad para desviar y eludir las emociones que los otros experimentan respecto de usted – pues mientras usted se muestre amable e intente complacerlos, ¿Por qué podrá alguien enfadarse con usted, criticarlo o rechazarlo? (Dra. Harriet B. Braiker, 2012).
Viví esos años acompañada del miedo. Miedo por lo que podría pasar. Miedo a que se separaran, a que mi papá se fuera de mi casa. Me acuerdo que yo envidiaba a mi hermano, a quien parecía no afectar la situación, y podía distraerse jugando a la nintendo, o mirando televisión. Hoy reflexiono en esto: ¿cómo es que dos personas, viviendo bajo el mismo techo y siendo espectadores de las mismas escenas, reaccionemos tan distinto? Al encender la luz ontológica, puedo resumir la capacidad que tenemos los seres humanos de observar de manera distinta las mismas situaciones. De ahí, el Primer principio de la Ontología del Lenguaje: “No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos y cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos.” (Rafael Echeverría, 2006) Mientras yo observaba cómo mi primer nido se desmoraba, él parecía ignorarlo todo, mientras de fondo se escuchan los ruidos de Mario Bross.
Se hace presente la desesperación. Querer jugar, mirar televisión, pensar en otra cosa, y no poder hacerlo. Necesitaba, nuevamente, que alguien me contuviera, que alguien me arrebatara ese miedo que me invadía. Durante esos días, en donde mi casa dejaba de funcionar, yo buscaba respuestas. Le preguntaba a mi mamá qué pasaba, quería escuchar palabras de alivio de su boca, pero nunca me las supo dar. Ella sólo lloraba. Y me decía: “distráete”. También, en más de una oportunidad, tomé coraje y entré al cuarto de mis padres, y mi papá estaba en su cama, fumando, con la mirada perdida, sin registrar que yo había entrado a pedir ayuda.
Pese a este clima que se vivía en mi casa, yo iba a gusto a un colegio bilingüe. Durante el colegio primario, tuve un grupo de amigas, pero no muy estable. No tenía una mejor amiga, o más bien era amiga de todas. Pero a mis once años, hubo un hecho que marcó mi atención durante mi último año del colegio primario. Virginia, era una compañera de clase que se caracterizaba por ser la líder. Alta, buena deportista, buena alumna, desenvuelta, graciosa, la primera que había estado de novia, etc. De carácter fuerte, era admirada por sus compañeras y elegida por las maestras. Yo moría de ganas de ser su amiga. Y un día, ¡recibí el llamado en el que ella me invitaba a su casa! ¡La felicidad que tenía era enorme! ¡Se lo conté a mi mamá y a mi prima que estaban en mi casa! Ella formaba parte del grupo elite del colegio, así que pertenecer a su séquito estaba muy bien visto. Había sido elegida por “ella”. A partir de entonces, todo lo que ella me decía, yo lo hacía. Temía contradecirla y que ella se enojara conmigo. Sufría cuando percibía que me criticaba, o cuando me enteraba que había invitado a otra amiga y no a mí. Llegaba llorando a mi casa porque Virginia no me había invitado el fin de semana a su quinta, o si en una ocasión peligraba mi lugar en el grupo. Un año después, Virginia se cambió de colegio. El día que me lo dijeron, no sé por qué, pero me puse contenta. Mi mamá pensó que yo iba a estar muy angustiada, pero me sobrevino un alivio inmenso.
Mi ser adolescente
Cuando tenía quince años, comencé a tomar clases de baile contemporáneo en un instituto. Siempre me gustó bailar. La primera clase, recuerdo haber entrado al salón, vestida con unos joggins grises rectos y una remera blanca. Sin zapatillas, dado que sabia que la danza contemporánea se bailaba descalza. Timida, miedosa pero entusiasmada, me sente al fondo del salón y espere a que la clase comenzara. Y de a una fueron llegando mis compañeras. Cada una vistiendo un look muy “canchero y cool”. Remeras de colores, zapatillas especiales, propias para el tipo de danza que tomábamos. Algunas de ellas se movían y hablaban muy sueltas. Se podía detectar fácilmente quiénes eran las líderes del grupo (aquellas que bailaban al lado de la profesora, en primera fila, y a quienes todas seguíamos y copiabamos). Y es en ese momento en donde se enciende el “radar”. Hacia allí yo iría. Durante las clases siguientes, las observaba, mientras me mimetizaba con su forma de caminar, vestirse, hablar. De vez en cuando, las observaba más de cerca, buscando que me miraran, que se rieran conmigo. Me reía de sus chistes, compartía mi botella de agua, o me quedaba más tiempo en el vestuario, mientras ellas buscaban sus bolsos. Y así de a poco, cada una me iba saludando, yo sintiéndome más segura en mis pasos de baile, acercándome cada vez más a la primera fila. Pero no sólo busqué que ellas me “fagocitaran” en su subgrupo, sino que también buscaba ser aprobada por la profesora, quien, cuando veía que te destacabas, te pedía que vayas fueras al frente para que el resto te copiara. Me esforce días y días, horas y horas de práctica, vi videos, practiqué frente al espejo, para poder llegar ahí. Ser una de las “mejores” y formar parte del grupo que mejor baila bailaba, me garantizaba que nadie me iría a correr de ese lugar. “Si no estás conmigo, eres mi enemigo” (Brené Brown, 2017).