Kitabı oku: «El merodeador»
El merodeador
Vicente Muñoz Álvarez
© Vicente Muñoz Álvarez 2007
Prólogo de Ignacio Escuín Borao
© de esta edición para:
Literaturas Com Libros 2021
Erres Proyectos Digitales, S.L.U.
Avenida de Menéndez Pelayo 85
28007 Madrid
Diseño de la colección: Benjamín Escalonilla
Fotografía de la cubierta: Marlus Leon
ISBN: 978-84-124540-2-4
ÍNDICE
Copyright
PRÓLOGO
1. LOS PASOS
2. LAS TARJETAS
3. EL CARTERO
4. EL PASEO
5. EL LUNAR
6. LOS GATOS
7. LA NOCHE
8. LOS SUEÑOS
9. EL RELATO
10. LOS MALENTENDIDOS
11. EL ARTÍCULO
12. LA PLAYA
13. LOS PECES
14. LA CALERA
15. LA CARTA
16. LA LLUVIA
17. ALTA TENSIÓN
18. EL MERODEADOR
PRÓLOGO
(o una ventana que se abre a una vida ajena)
Hace tiempo que reflexiono sobre la naturaleza de los prólogos y su importancia, así que cuando comencé a pensar en la obra de Vicente Muñoz lo hice desde el convencimiento de que un prólogo no hace mejor un libro (al igual que una crítica, sea de quien sea, no nos engañemos), en contra de lo que se crea en algunos círculos, pero sí puede hacerlo peor, no cabe duda, así que asumí el reto de intentar que estas líneas no desluzcan la obra que preceden.
Vicente Muñoz Álvarez es uno de esos autores que requieren de pocas explicaciones a priori, pues su identidad literaria está más que definida y una larga lista de títulos lo avalan, creando así una trayectoria firme y una obra consistente como pocas lo son en gente de su edad (muchos son los casos de autores que no entienden el ritmo propio que sustenta el mundo literario y que se dejan llevar por las prisas o el exceso de sed de notoriedad, y es exactamente en esto donde Vicente Muñoz se distancia y con enorme perspectiva sabe que es una carrera de fondo este universo literario, y que a cada libro pone una baldosa más para sus seguidores y quizá para su camino de retorno, nunca se sabe).
El autor de este merodeador posee una innata capacidad para narrar escenas de la vida cotidiana, algo que inexorablemente lo une a la corriente realista; Eloy Fernández Porta ya incide sobre la peculiar percepción del mundo de Vicente Muñoz en el prólogo de Golpes. Ficciones de la crueldad social (edición de Vicente Muñoz Álvarez y Eloy Fernández Porta, Barcelona, DVD, 2004) y lo sitúa como uno de los cultivadores del nuevo realismo en España; «obsesivo» y «bernhardiano» son otras de las características por él señaladas, y aunque sí hay mucho de esto en la obra de Vicente Muñoz Álvarez, existen en ella muchas cosas más, como ahora veremos detenidamente.
Poeta de la conciencia, autor adscrito al nuevo realismo, poeta intimista, editor de fanzines... quizá estemos ante uno de los autores más camaleónicos en los tiempos que corren, y esa conjunción de géneros y estilos le hacen a su vez más equilibrado para el lector, más cercano también, capaz de contar con precisión cualquier tipo de situación. Esta conjunción estilística y de maneras de contar se puede ver con claridad en su libro Perro de la lluvia (Irún, Iralka, 1997); allí, un compendio desmesurado de formas narrativas toman forma y viajan de la más cristalina realidad al delirio sin mostrar fragilidad alguna, consistente siempre, mostrando un dominio del arte de la narrativa propio de los grandes del género, grande también en cuanto que es capaz de reírse de su propia vida. Los que vienen detrás (Barcelona, DVD, 2002) cuenta con todo lo ya mencionado (como es propio de todo autor de voz reconocible) e inaugura una de las «marcas de la casa» en la obra de Vicente Muñoz Álvarez: la fusión de prosas e ilustraciones en un mismo libro (un magistral Miguel Ángel Martín pone rostro e imágenes a las narraciones); este es, sin duda, uno de los libros más significativos en la bibliografía del autor y, por qué no decirlo, en el nuevo realismo español del siglo XXI.
Pero hablar de Vicente Muñoz no es hacerlo solo de prosa, es también hablar de poesía. Privado (Tenerife, Ediciones de Baile del sol, 2005) es una magnífica antología que recoge la esencia poética del autor y da testimonio de su capacidad para redescubrirse y mostrar bien una conciencia social admirable, bien un estilo exteriorista, bien un lirismo que arranca de lo más hondo para llegar a lo más hondo del lector, algo que experimenta también en Parnaso en llamas (Tenerife, Ediciones de Baile del sol, 2006). Canciones de la gran deriva (Gijón, Ateneo Obrero de Gijón, 1999) y 38 Poemash (León, Vinalia bolsillo, 2000) ya habían mostrado los distintos perfiles del autor, pero en la mencionada antología una nueva identidad, oculta bajo el título «vidas paralelas», se aproxima con tanta consistencia que uno no puede más que sorprenderse ante tanta capacidad de innovación y a su vez tanto dominio del ritmo narrativo.
Vicente es, además, motor de proyectos como Tripulantes. Nuevas aventuras de Vinalia Trippers (Eclipsados, 2007), Resaca/Hankover (Caballo de Troya, 2008), 23 Pandoras. Poesía Alternativa española (Baile del sol, 2009), Beatitud. Visiones de la Beat Generation (Baladí, 2011) o El descrédito. Viajes narrativos en torno a Louis Ferdinand Céline (Lupercalia, 2014). La vinculación de Vicente Muñoz a estos proyectos colectivos dice mucho de sus intenciones literarias, de esa necesidad de mostrar al público a aquellos autores a los que considera cerca y de devolver a la literatura lo que esta le da cada día en forma de atinadas invitaciones al lector.
El merodeador es uno de esos libros en los que el lector puede verse reflejado, en él puede sentir que observa tras una ventana las aventuras y desventuras vividas por el protagonista del mismo, como si de un mirón se tratara, sintiendo el corazón palpitar a cada instante ante la siguiente página. Ese reflejo se deriva de una sensación que le recorre de principio a fin, como si reconociera con claridad el tono, como una canción que conoce y no puede dejar de tararear, un grato aroma que reconforta, una canción que dice amor (y desamor), desasosiego (y paz) y ternura (y desolación).
El lector se va a sumergir en un espacio en el que ya habitan autores como Pavese, Castaneda, Bernhard (sí, sí, sí), Osho, Céline, Unamuno (también), Pascal... y este hecho y pluralidad en el uso de las citas no hace más que definir la propia identidad de Vicente Muñoz Álvarez, abierto siempre a todo aquel que diga algo y lo diga bien, expuesto sin recelos a todas las tendencias y a todos los vaivenes de la propia vida. Y en él también habita Pessoa, y con él su desasosiego, el mismo o uno semejante al que domina el libro, el que introduce al lector sin previo aviso en una cadencia musical de sentimientos. Este tono constante no termina con la última de las páginas del libro, pues su estructura circular le llevará de nuevo a la primera página, a la primera cita, a la primera presencia.
Para aquel que sea amante de las clasificaciones y que no pueda soportar la presencia de la duda antes de iniciar la lectura de un libro, debo añadir que nos encontramos ante una novela, compuesta de capítulos que podrían ser leídos de forma independiente, eso sí. En ella el autor parece distanciarse de la acción a través de la voz de su narrador (en tercera persona), pero no debe engañarnos este juego de manos, pues no es otra cosa que convertirse a sí mismo en personaje, capaz de ficcionar su propia vida. Esta distancia es una de las características propias de los autores exterioristas, aquellos que pueden narrar aspectos vividos con una mirada casi ajena, de aquel que presencia la escena pero no la vive, de un mirón, de un merodeador. El uso puntual de la inicial como muestra de identidad asume la presencia de otros autores y otras lecturas en la propia obra (otras visitas); Kafka, Blanchot, Auster... desfilan por estas páginas y nos ayudan a entender la cadencia del desasosiego, el tono constante del que vive y es observado. Una vida para ser observada, una ventana para entender una vida. ¿Alguien será capaz de no mirar?
Ignacio Escuín Borao
Para los insomnes,
para los hipertensos,
para Thomas Bernhard
Demoramos las preguntas decisivas, al hacer ininterrumpidamente preguntas inútiles y viles, ridículas, y cuando hacemos preguntas decisivas es demasiado tarde. Durante toda la vida demoramos las grandes preguntas, hasta que se convierten en una montaña de preguntas y nos ensombrecen.
Thomas Bernhard
1
LOS PASOS
Quien quisiera hacer un catálogo de monstruos no tendría más que fotografiar con palabras esas cosas que la noche trae a las almas somnolientas que no consiguen dormir. Planean como murciélagos sobre la pasividad del alma, o vampiros que chupasen la sangre de la sumisión.
Fernando Pessoa
Se oyen pasos. Arriba se oyen pasos. En el sótano, en la galería, en el desván, en toda la casa se oyen pasos: un ligero arrastrar de pies, deslizarse a lo largo de los tabiques, en las paredes, bajo la tarima y en los techos. Pasos de animales, de obsesiones, de merodeadores o insectos, pero pasos: inequívocos e irregulares pasos en el interior de la casa. No lo parecen, a veces, como un susurro o un silbido en los tabiques, algo acuoso, una corriente de aire o el agua en la tubería, quizás, porque las casas viejas, los caserones de pueblo están llenos de extraños ruidos, inmemoriales vigas que crujen, que crepitan, ratas en el sótano y en el desván, polillas, arañas e infatigables termitas. Es el pulso, la respiración, la vida interior de la casa, compuesta por cientos de diminutas criaturas, pequeños e inquietos corazones latiendo al compás del reloj de pared, que monótono, obsesivo, desgrana en el salón las horas. Pero a veces, en ocasiones, ciertas noches se despierta uno súbitamente y escucha sobrecogido esos nítidos pasos que resuenan por encima del tic tac del reloj de pared y que en nada se parecen a la habitual pulsión de la casa, pasos en las paredes, de abajo a arriba y de arriba a abajo, sobre el techo, irregulares pasos que parecen avanzar hacia ti, acercarse pausadamente a ti, y se detienen sobre tu cabeza, justo encima, o en el tabique que roza la cama, a escasos centímetros de tu cuerpo, para escuchar tu respiración jadeante y nerviosa, entrecortada, y el acelerado fluir de la sangre en tus venas. O se acompañan, los pasos, de otros ruidos, cuerpos que se deslizan, que se arrastran, que reptan, y arañazos estridentes en la pared. Ratas corriendo, tal vez, o polillas que incuban en la oscuridad sus huevos. Cualquier cosa puede ser en estos caserones de pueblo, con cámaras de aire vacías, aislantes, entre los tabiques interiores y los gruesos muros de adobe que delimitan el exterior. Cualquier cosa: gatas maullando como bebés sobre el tejado o murciélagos batiendo sus alas membranosas en la cuadra. Pero uno tiende siempre a pensar lo peor cuando en las noches de insomnio escucha esos pasos, ratas, merodeadores o insectos acechando tras los tabiques, esperando no se sabe qué ni por qué... Tiende uno siempre a pensar lo peor porque el insomnio es así, dado a fantasmagorías, creador infatigable de monstruos. Ratas corriendo, quizás, o cualquier otra cosa... niños encerrados, emparedados, llorando... manos amputadas que se abren camino... Delirios nocturnos, por supuesto, divagaciones de una mente agotada, necesitada de descanso y sueño, porque a decir verdad no pueden ser más que ratones, los causantes, ratas o ratones y sus crías, probablemente cientos, que se deslizan y arrastran por esas cámaras de aire a las que no existe acceso. Habría que derribar alguna pared interior para cerciorarnos de lo que allí pueda haber. Claro que entonces habría que estar preparados, habría que tener calculado y previsto de qué manera proceder, cómo enfrentarse a ellas, las ratas, si es que en el mejor de los casos son realmente ratas lo que se agita tras la pared... Podríamos utilizar entonces gatos, cepos, venenos durante unos días, limpiar las cámaras en cuestión y volver a levantar luego el tabique... Podríamos entonces serenarnos, podríamos dormir al fin tranquilos... Solo que a veces, por las noches, no parecen de ratones ni ratas, esos pasos, sino de algo más grande y pesado, pasos humanos, diría yo, si no fuera porque sé que nadie puede entrar ahí, ni por el tejado ni por el sótano ni por el desván se puede acceder a esas cámaras, de unos treinta centímetros de anchura, cuya única finalidad es proteger el interior del frío... Cámaras vacías, inhabitables, selladas... Solo pueden ser por tanto ratas, las causantes, y sin embargo a veces esos pasos parecen humanos, pasos de alguien aprisionado, comprimido, que se arrastra lentamente y se dirige vacilante hacia nuestra habitación, recorre la casa hacia nuestro dormitorio y allí se detiene, junto a nuestra cama, al otro lado, y nos escucha y araña insistentemente la pared... Parecen pasos humanos y sin embargo nadie puede entrar ahí, nadie puede sobrevivir ahí encerrado por más que yo me empeñe en razonar lo contrario... Es la inteligencia, la coordinación, la dirección de esos pasos lo que en realidad me inquieta: por qué hacia nuestra habitación, por qué siempre de noche, por qué invariablemente ese destino... Las ratas, creo, no se comportan así... Aunque a decir verdad, tampoco los merodeadores se comportan así... Nadie se comporta así, pero yo sigo escuchando esos pasos... Por la noche, cuando mi mujer duerme, se dirigen lentamente hacia nuestro dormitorio y allí se detienen, alguien o algo nos controla, acecha, nos vigila desde el otro lado y no sé para qué ni por qué... Claro que eso a ella no se lo puedo decir, esta vez no, porque entonces sobrevendría de nuevo el terror, nos dominaría seguramente el pánico y tendríamos que cambiar de vivienda otra vez... Una vez más tendríamos que mudarnos de casa y seguramente en la próxima nos pasara lo mismo, empezaríamos cualquier día a escuchar ruidos, pasos tal vez, y poco a poco todo se poblaría de sombras, se tornaría siniestro, extraño, hostil... Quizás los ruidos, los merodeadores, los pasos estén dentro de mí, en lo profundo, al interior, y sea yo el que al fin y al cabo se los haga escuchar a ella, pasos y ruidos que no existen y que solo nosotros dos escuchamos... Quizá esta vez sean solo ratas, las causantes, y pura y simple sugestión, sobreexcitación, cansancio, fatiga... Solo eso. Así que no debemos precipitarnos, tampoco, mejor considerar esos ruidos simples ruidos y esos pasos simples pasos, ratas corriendo tal vez, en lugar de sacar de quicio las cosas y forzar de nuevo otro traslado...
No puede uno cambiar de vivienda solo por eso y pese a todo nosotros lo hemos hecho ya, hemos cambiado de casa por escuchar susurros, pasos, ruidos, y por sentirnos dentro asfixiados, descorazonados, vacíos... Pero no siempre se puede seguir así, no siempre se puede cambiar de vivienda, mudarse solo por escuchar ruidos, a algún sitio alguna vez hay que llegar... Mejor quedarse, no decir nada, no hablar del tema y esperar. Porque no obstante es pese a todo muy probable que sean solamente ratas, las culpables, y abriendo algún tabique, el de nuestra habitación tal vez, podamos terminar con ellas, eliminarlas, zanjar el asunto, y podamos asimismo serenarnos, relajarnos y dormir al fin tranquilos...
2
LAS TARJETAS
El origen de todas las violencias entre hombre y mujer reside en que rarísimamente nos encontramos de acuerdo sobre el valor de un hecho, de un pensamiento, de un estado de ánimo: lo que para uno es una tragedia, para otro es juego.
Cesare Pavese
Me lo ha dicho al llegar a casa mi mujer, durante la comida, que han llamado de la Imprenta Alonso preguntando de qué color quería las tarjetas... Así sin más, sin otra explicación, eso me ha dicho... No he entendido nada, no sé a qué se refiere, ni siquiera sé qué Imprenta es esa... Llego agotado del periódico, desmotivado, y mi mujer me dice que han llamado de una Imprenta que no conozco preguntando el color de unas tarjetas... De nada ha servido insistir, pedir explicaciones, detalles, molestarme incluso: me ha contestado siempre lo mismo, que solo le han dicho eso, en la Imprenta, de qué color quería las tarjetas, y nada más, imaginó que yo estaría al tanto y quedó en comentármelo cuando llegara. En un margen del periódico, a lápiz, ha anotado el número de teléfono de la Imprenta para que llame y aclare el asunto, si quiero, y no hay más añadir, según ella eso es todo y se acabó... Le ha sentado mal mi curiosidad, mi preocupación, mi alarmante insistencia... Que llame yo y pregunte, si me interesa, porque ella no sabe nada, también llega agotada del trabajo y no descarga conmigo, dice, no le da vueltas inútiles a las cosas ni se obsesiona por tonterías... Seguramente haya sido una equivocación, añade, y nada más, no hay por qué preocuparse, no hay por qué insistir... Lo malo es que en la Imprenta Alonso, cuando más tarde he llamado, me han dicho que olvidé anteayer decirles de qué color quería las tarjetas: blanco, hueso, marfil... Eso me han dicho... Que yo no había encargado esas tarjetas, respondí, que sería una equivocación en el teléfono o en cualquier otro dato, pero no, no era ese el caso, el número de teléfono al que llamaban era el nuestro, el de casa, y los datos que tenían eran los míos, mi nombre, mis apellidos y mi dirección, eso era lo curioso, que todos los datos que tenían eran exactos, correctos, alguien que no era yo había encargado unas tarjetas de visita a mi nombre, pero no había especificado el color: ese era el caso. Que de verdad no sabía nada, insistí, que no había ido por allí ni encargado esas tarjetas, que debía ser una coincidencia o alguna broma pero que, por favor, anularan ese encargo porque no necesitaba (ni realmente quería) esas tarjetas... Que no se explicaban entonces lo que había podido pasar, quién era el que anteayer había ido allí y dejado mis datos y por qué no los suyos, era absurdo, unas tarjetas de visita a nombre de otra persona, eso era absurdo, no lo entendían, habían realizado ya el diseño, solo faltaba determinar el color, y ahora esas tarjetas no tenían destino... Una coincidencia extraña, admití, porque realmente no sabía ya qué decir, ni ellos ni yo, llegado un punto, sabíamos ya qué decir, alguien que no era yo había encargado a mi nombre unas tarjetas, ese era el caso, y yo no necesitaba (ni realmente quería) esas tarjetas... Que me disculparan, pues, pero que, por favor, insistí, anularan ese encargo... Y así ha quedado la cosa. Después de muchos rodeos han decidido, de momento, paralizar la elaboración de las tarjetas. Si fuera no obstante a preguntar por ellas quien anteayer las encargó, me han dicho, le comentarán lo que ha sucedido, que yo no he aceptado su encargo y que si pese a todo quiere él las tarjetas. Tal vez puede que él las quiera, han insistido, y por eso, de momento, conservarán en su ordenador el diseño con mis datos. Si él, quien realmente las encargó, apareciera por la Imprenta a buscarlas, como de hecho dijo que haría, ellos tendrían el diseño listo para imprimirlas y dárselas como efectivamente acordaron... Solo en ese caso, lógicamente, las tarjetas serían impresas... Y así, más o menos, hemos quedado. Ambas partes, la Imprenta y yo, descontentos, pero incapaces de llegar a ningún otro acuerdo. Ni ellos pueden obligarme a mí a recoger las tarjetas ni yo puedo, efectivamente, contrariar su argumento. La cuestión entonces es: ¿quién encargó anteayer las tarjetas? Esa pregunta, ese análisis continuo de hipótesis me ha absorbido la cabeza, enervando mi energía y mi pensamiento... ¿Quién y por qué? ¿Y para qué? ¿Con qué finalidad? ¿Con qué sentido.? Una broma de mal gusto, tal vez... El caso es que no se me ha ido de la cabeza, toda la tarde ahí, dándole vueltas, quién y por qué, y mi mujer volviéndome a decir lo mismo, que le doy demasiada importancia a todo, que estoy siempre igual, dándole a todo vueltas, creando fantasmas donde no los hay y desgastándome por dentro y por fuera: envejeciendo antes de tiempo. La convivencia... La difícil convivencia... Ella no me entiende a mí y yo no la entiendo a ella... Ni contigo ni sin ti: la eterna historia... Pero también eso, según ella, es darle vueltas inútiles a las cosas. Todo en el fondo es así, un continuo, permanente girar y analizar y sospechar, en mi cabeza. Mientras ella, mi mujer, intenta parar su mente, desconectar, yo en cambio me empeño en lo contrario, en no dejar ni un solo instante de darle a todo vueltas... Los dos en planetas distintos... Pero no es ese ahora el caso. Lo que ahora me preocupa, lo que me obsesiona en este instante, al margen de los pasos de anoche, es quién y por qué encargó anteayer las tarjetas... No me lo puedo quitar de la cabeza... Sé que esta será, como casi todas, una noche de insomnio a fuerza de pensar en ello y enredarme en descabelladas hipótesis... Lo sé, pero no logro quitármelo de la cabeza... Alguien tiene mis datos, de algún modo los ha conseguido, me ha jugado una broma pesada y no logro quitármelo de la cabeza... Será, tengo la sensación, otra noche intranquila...
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