Kitabı oku: «Glitter Season»
Victory Storm
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Tabla de contenidos
Glitter Season
PRIMERA PARTE
1
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SEGUNDA PARTE
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Glitter Season
Victory Storm
Nueva Edición ©2021 Victory Storm
Portada: © Cover Art by IM COVER Studio
Traductora (ita – esp): Georgina Jiménez
Editor: Tektime
Todos los derechos reservados. Ninguna parte del libro puede reproducirse o difundirse por ningún medio, fotocopias, microfilm u otro, sin el permiso de la autora.
Este libro es una obra de fantasía. Los personajes y lugares citados son resultado de la imaginación de la autora y tienen como finalidad dar realismo a la narración. Cualquier analogía con hechos, lugares y personas, vivas o muertas, es absolutamente casual.
PRIMERA PARTE
Encuentros
1
“ ¡Respira y vuelve a tomar el control!”, le ordenó Rachel a su reflejo en el espejo, intentando detener las lágrimas que empujaban para salir. “¡No puedo llorar! ¡No por un estúpido como Matt! ¡Y mucho menos en el baño de la oficina!”, pensó furiosa, intentando contener la primera lágrima que pudiera arruinar el maquillaje. Respiró profundo e intentó pensar en otra cosa, pero ese día parecía que nada estaba funcionando bien. Ese era su último día de trabajo y nadie de Recursos Humanos la había contactado para hablar sobre la renovación del contrato o alguna otra cosa. Se había quedado muy mal porque había trabajado duro durante seis meses, repartiéndose entre el trabajo de editora y el de secretaria part-time para Norman Carter, el fundador de la Carter House, la más grande casa editorial de no ficción de Portland. Estaba segura de que había entablado una muy buena relación con su jefe. Habían hablado mucho sobre el futuro y sobre el mundo de la editorial. Norman le había comentado que los últimos trimestres habían sido desastrosos, comparados con siete años atrás. Ella le había propuesto ampliar su número de lectores introduciendo una serie de ficción, pero Norman no había estado de acuerdo porque no consideraba a los novelistas como verdaderos escritores. Para él, la escritura era un talento sólo para pocos y, con fines educativos o divulgativos. Las novelas, sobre todo las comerciales, eran de categoría C, aunque no pudo decir nada sobre las facturaciones que realizaban gracias a las obras de estos “pseudo-escritores”, como los definía él. Durante todos esos meses había notado una cierta afinidad con su jefe, sobre todo cuando le había preguntado si podía reemplazar a su secretaria que estaba enferma y habría podido trabajar sólo algunas horas hasta que hubiera terminado sus sesiones de quimioterapia. Para ella había sido un honor trabajar junto a un personaje tan prominente del mundo editorial, incluso si nunca le había interesado un trabajo de secretaria. Había trabajado duro para estar siempre impecable y Norman había dicho a menudo cuánto lo apreciaba, con esas maravillosas y seductoras sonrisas que enamoraban a todas las empleadas. “Podría ser tu padre”, se repitió Rachel recordando lo estupefacta que quedaba siempre frente al carisma y encanto de ese hombre. ¿Era posible que una persona siempre amable y cautivadora como Norman Carter sólo le hubiera tomado el pelo? ¿Era posible que en un mes hubiera sido engañada por dos hombres con falsas promesas? Incluso Matt siempre la había hecho sentir especial durante esos tres años de relación. Tampoco él había expresado nunca un descontento o una insatisfacción por sus complicados horarios de trabajo. Y, sin embargo, tres semanas antes lo había encontrado en la cama –en su cama- con una de sus clientes. Ni siquiera había intentado disculparse o inventado una explicación. Nada. Sólo se había limitado a decirle que pronto se habría mudado. Al día siguiente, cuando volvió a casa del trabajo, se había llevado sus cosas. Ni siquiera dejó una nota o un mensaje. Sólo le había dejado la renta por pagar. Y ahora se había quedado sin un trabajo con el cual mantenerse. “¿Qué sucederá conmigo?”, pensó, poniéndose a llorar y cubriéndose los ojos para no volver a mirar su imagen en el espejo. Durante esas semanas había ahogado sus penas en la comida y había subido cuatro kilos. Esa mañana, apenas había podido entrar en su adorada longuette de Dior de corte asimétrico y cerrar los botones de su camisa de seda blanca de Caractère con puños acampanados. “¿Todo bien?”, le preguntó una voz femenina a sus espaldas, haciéndola asustar. Se secó rápidamente las lágrimas y se dio vueltas. Delante de ella estaba Abigail, la practicante a la que todos llamaban “La muchacha de las copias”. Había llegado hacía un par de meses, pero nunca habían hablado, excepto por un breve saludo. A menudo había tenido la impresión de que Abigail la evitaba o le tenía miedo.
Además, tenía la sensación de que ya la había visto en algún lado: rubia, con enormes ojos azules, alta un metro y medio, siempre vestida con un estilo vivaz, con un corte vintage francés.
Algunos sostenían que era menor de edad, pero en realidad tenía veintiún años, aunque el uso excesivo de zapatos sin taco, pantalones pitillo y remeras de cuello bote la hacían ver como una niña. Sobre todo, cuando se hacía trenzas o llevaba una vincha roja con un moño como la de Blanca Nieves.
“ Está todo bien. Fue sólo un momento, pero ya pasó”, se apuró a decir Rachel extremadamente avergonzada por haber sido atrapada por una extraña, llorando.
“ También a mí me pasa, ¿sabes?”, intentó consolarla Abigail con su vocecita parecida al piar de un pájaro. “Sin tener en cuenta que hoy es San Valentín… precisamente ayer mi novio me ha dejado. ¿Tú también pasarás San Valentín sola?”
“ Sí. Mi ex y yo hemos terminado la relación hace algunas semanas. Me engañó y luego se fue. Y ahora, después de tres semanas de silencio, vuelve a aparecer para desearme un buen San Valentín.”
“ Como remover el cuchillo en la herida, ¿eh?”, se indignó Abigail enojada.
“ Parece que lo hizo a propósito sólo para herirme. No entiendo por qué tuvo que enviarme ahora ese mensaje, salvo para eso”, supuso Rachel, recordando como el haber leído ese mensaje la había desestabilizado a tal punto que tuvo que correr a esconderse en el baño para intentar contener las lágrimas. No era su estilo dejarse llevar por la emoción, pero en ese período había sufrido muchos cambios y tenía miedo de no poder enfrentar todo ella sola.
“ Quizás esperaba que fueras corriendo hacia él y lo perdonaras.”
“ ¡Ni siquiera lo pienso!”
“ A veces los hombres son egoístas.”
“ Lo sé, pero te puedo asegurar que ésta será la última vez que derramo una lágrima por un hombre. Ya no tengo ganas de dejar que jueguen conmigo y de sufrir. Estoy mejor sola”, se prometió Rachel. “Sólo tengo que buscarme un apartamento menos costoso, porque yo sola no puedo pagar todos los gastos y la Carter House no me renovó el contrato.”
“ Qué raro. Todos comentan que Norman Carter te adora.”
“ Sí, pero yo quisiera ser editora senior, poder hacer carrera y convencer a Norman de hacer una serie narrativa… pero lamentablemente, el lugar vacante de editor probablemente se lo den a Mara Herdex y hasta ahora no hay ninguna intención por parte del editor de expandirse hacia las novelas románticas.”
“ Número uno: Mara no vale ni la mitad de lo que tú vales. Lo digo de verdad.”
“ Gracias.”
“ Número dos: ¿quién mejor que tú podría traer nuevos autores a esta casa editorial?”
“ En realidad, yo no soy nadie y nunca ocupé el rol de directora en mi vida. No tengo la experiencia que se necesita”, la detuvo Rachel enrojeciendo por todos los cumplidos inesperados, pero sinceros.
“ ¡Tú eres la fundadora del blog Sueños de Papel! No existe ningún aspirante a escritor que no haya acudido a tu blog para pedir consejos o para buscar información sobre cómo ser un escritor establecido. ¡Sin tener en cuenta tus consejos!”
“ ¿Conoces mi blog?”, le preguntó sorprendida Rachel.
Abigail dudó por un momento como si temiera exponerse demasiado, luego decidió continuar y decir la verdad. Además, nunca había podido mentir y no hubiera querido comenzar ahora justamente con Rachel Moses, la gurú de los principiantes.
“ No te acuerdas de mí, ¿verdad?”, le preguntó con temor.
“ Tu rostro me resulta familiar pero no recuerdo donde te he visto antes”, admitió Rachel.
“ Nos conocimos hace tres años en la librería de Liza Bennet, en el Club del Libro que tenía todos los miércoles por la noche.”
Por fin Rachel se acordó de ella. Había ido sólo algunas pocas veces al Club del Libro de la librería Liza’s Books y siempre había sido una experiencia agradable.
“ Si mal no recuerdo, incluso me habías pedido si podía leer un cuento tuyo”, se acordó Rachel.
“ Sí.”
“ ¿Me había gustado?”, Rachel no lo recordaba.
“ Diría que no. Me escribiste un email en el que hiciste pedazos todo mi cuento, criticando las personalidades de mis personajes, el ritmo demasiado fragmentado y el final obvio… He llorado durante tres días por la desilusión.”
“ Oh. Lo lamento”, intentó disculparse Rachel. La verdad era que, cuando se trataba de juzgar un manuscrito, ella no daba muchas vueltas y no se dejaba influenciar por los vínculos de amistad u otra cosa. A menudo, esa actitud fría y profesional le había hecho perder muchas amistades, pero a su vez le había hecho ganar la admiración de los escritores que intentaban mejorar o entender por qué las casas editoriales rechazaban sus escritos.
“ Durante dos meses no pude escribir nada. Después volví a pensar en tus palabras y seguí tus consejos. Trabajé muy duro y el año pasado te pregunté si podías leer otro de mis cuentos. Aceptaste y me has felicitado porque no tenía errores y por la fluidez del texto. Sin embargo, en tu opinión, todavía no estaba listo para ser publicado.”
“ Lo lamento… recibo muchos textos para leer y a veces no me doy cuenta de…”
“ Quédate tranquila. No estoy enojada. ¡Es más! Estoy contenta porque me has ayudado muchísimo, pero sé que el camino es todavía muy largo. Si un día escribo un buen cuento, quisiera que fueras tú quien lo publique”, dijo Abigail con una gran sonrisa de gratitud.
“ Me sentiría honrada”, le sonrió Rachel. Finalmente entendía el comportamiento de Abigail durante los últimos meses y se sintió aliviada de saber que no la odiaba. En general, muchos escritores la llenaban de insultos cuando no estaba convencida de la calidad de sus manuscritos.
“ Es por ello que espero de todo corazón que continúes trabajando aquí. Yo también sueño con ser una editora o una escritora exitosa, en lugar de la “Muchacha de las copias”, como me llaman aquí, pero me doy cuenta de que tú eres mucho más inteligente que yo y te mereces ese ascenso que Norman pronto te dará.”
“ Sí, pero Mara...”
“ Mara es una víbora e intentará sacarte de su camino a toda costa porque se dio cuenta que Norman tiene debilidad por ti. Por ello, ten éste pendrive. Adentro hay una copia de todo el trabajo que has hecho durante estos meses y el informe que has fotocopiado esta mañana”, le dijo Abigail dándole un pendrive Kingston.
“ Gracias. No había necesidad.”
“ Probablemente, pero algo me dice que de esto dependerá tu futuro aquí dentro”, le susurró la muchacha en voz baja, antes de salir del baño. “Y en cuanto al amor, hoy es San Valentín.”
“ Es un día como cualquier otro”, dijo Rachel que odiaba el romanticismo de esa fiesta.
“ Sí, pero no aquí dentro. Tienes que saber que hice las prácticas aquí el año pasado y recuerdo muy bien lo que sucede.”
“ ¿Qué quieres decir?”, preguntó curiosa Rachel.
“ Hoy es el cumpleaños del jefe y, como todos los años, vendrán a saludarlo sus hijos.”
“ ¿Y?”
“ ¿Has visto los ojos de Norman Carter?”
“ Sí”, suspiró Rachel enamorada. Su jefe tenía unos ojos bellísimos, verdaderos imanes para cualquier mujer. Era imposible quedar indiferente a esa mirada magnética color verde musgo, de un tono claro, tendiente al gris.
“ Bien, sus cinco hijos tienen sus mismos ojos. Del mismo color y con el mismo encanto. ¡Verás, vas a perder la cabeza!”
“ No, yo no”, le aseguró. Se acababa de prometer que cerraría su corazón a todos los hombres y no tenía intenciones de volver atrás.
Lo único que estaba dispuesta a hacer, era encontrar a Richard Wayne, un aspirante a escritor de mucho talento con quien mantenía una relación de amistad desde hacía casi un año.
Finalmente habían decidido encontrarse y, ya que ambos iban a estar solos esa noche, habían pensado festejar juntos San Valentín. Nada más.
“ ¿Apostamos? La que pierde paga un almuerzo en Powell’s con una buena compra de libros en la librería.”
“ ¡Perfecto!”
2
“ ¿Rachel, has traído el informe que te he pedido? Es importante. Quiero volver a leerlo antes de enviarlo por fax. Tengo tiempo hasta esta noche. Y tráeme también los últimos comprobantes de los que hablamos esta mañana.”, graznó la voz de Norman Carter a través del intercomunicador.
“ ¡Voy de inmediato!”, exclamó Rachel, tomando apresuradamente toda la documentación que le había pedido.
Por suerte era una persona ordenada y siempre estaba un paso delante de su jefe. De esa forma, nunca hacía esperar a Norman.
Corriendo, tomó los expedientes y corrió hacia la puerta para ir a la oficina de su jefe.
Pero por el apuro no vio a la persona que estaba delante a su puerta y le cayó literalmente encima.
En el choque, se le cayó toda la documentación, que se esparció desordenadamente por el suelo.
“ Pero demonios…”, estaba por decir cuando se encontró frente al hombre que tenía delante.
Por unos cuantos segundos no consiguió reaccionar.
La belleza de ese hombre la golpeó con la violencia de un tsunami.
Era alto, poderoso, con músculos bien marcados que parecían querer romper el uniforme azul que llevaba puesto y sobre el que tenía puesto la placa de los bomberos de Portland.
Además, tenía la piel oscura, el cabello ondulado muy corto y sus ojos verdes brillaban, contrastando con la piel negra.
Era raro encontrar un hombre de color con ojos verde claro.
Rachel quedó sin aliento.
“ Discúlpeme. Yo…”, se apresuró a decir el hombre agachándose para recoger las hojas.
“ No, es mi culpa. No lo he visto y… hubiera tenido que prestar más atención. Disculpe”, murmuró Rachel abriendo muy grandes los ojos, inclinándose ella también para recoger los expedientes.
Él sonrió dejando ver una dentadura perfecta y blanquísima.
Rachel se mordió el labio para evitar el gemido que le salió de la garganta.
“ ¡Darius!”, exclamó Norman a sus espaldas, haciéndolos asustar al mismo tiempo.
“ ¡Papá! ¡Feliz cumpleaños!”, lo saludó el hombre, levantándose y abrazando al padre bajo la mirada sorprendida de Rachel.
¡¿Ese hombre súper sexy era el hijo de Norman?!
Sin que la vieran, ya que sentía las mejillas rojas, Rachel fue corriendo hacia la oficina de su jefe, dejó la documentación en el escritorio y fue a esconderse en su cubículo a intentar calmarse un poco.
Ahora entendía la seguridad de Abigail cuando le había propuesto esa apuesta.
Darius Carter era hermoso como un dios y tenía los mismos ojos de su padre, incluso si todo lo demás era completamente distinto.
Estaba recomponiéndose, cuando escuchó que golpeaban la puerta.
Sin esperar el permiso, entró un muchacho caucásico, con cabello color castaño claro y los ojos verdes como los de Norman.
“ Eres el hijo de Norman, supongo.”
“ Sí, soy Justin. ¿Está papá?”, le preguntó el joven con una sonrisa tan seductora y al mismo tiempo inocente que hizo que se enterneciera y quedara encantada.
“ Está con tu hermano Darius. Quizás fueron a tomar un café.”
“ Ok, gracias”, se limitó a responder mientras salía.
Rachel se quedó pensando en ese encuentro.
Seguramente Justin era más joven que Darius y que ella también, pero era idéntico en todo a su padre.
Sí, era hermoso y ese aire un poco ingenuo lo hacía todavía más intrigante que Norman.
Decidida a retomar el control de sus emociones y a tomar una pausa, aprovechó ese momento de distracción de su jefe para ir a tomar un café a la máquina en la sala relax, esperando encontrar a Abigail. Tenía miles de preguntas que hacerle.
Estaba esperando que el café bajara al vaso de plástico, cuando escuchó una voz detrás de ella.
“ ¿Disculpe, usted es Rachel?”
Rachel se dio vuelta para responder, pero lo que tenía delante de ella la hizo sobresaltar tanto que el primer botón de su camisa ajustada saltó por el aire, dejando ver su escote generoso que presionaba contra la tela.
Delante de ella había dos hombres idénticos: rubios de ojos verdes, altos y con una belleza capaz de hacer caer incluso sus defensas de hierro, típicas de una mujer lo suficientemente herida como para no querer volver a caer en la trampa del amor.
Estaba tan sorprendida que creyó que tenía alucinaciones, sino hubiera sido que el traje elegante color crema de uno de ellos contrastaba con el look más agresivo de motociclista del otro.
Tampoco sus ojos parecían querer separarse de esa visión doble, su mano derecha se apresuró a cubrir su seno, expuesto a sus miradas.
“ Yo… Dios mío, me siento mortificada”, se recuperó después de algunos segundos, intentando cerrar su camisa y esconder su sostén de encaje blanco.
“ Tesoro, eres una delicia, pero creo que sería mejor que lleves esto”, fue en su ayuda el hombre vestido elegante, quitándose del cuello un foulard rojo de Hermès y poniéndoselo en el cuello, de modo que la seda le acariciara el cuello y le cayera sinuosamente sobre el pecho.
“ Gracias”, se limitó a decir Rachel con las mejillas rojas por la vergüenza.
“ ¿El rojo te queda bien, sabes? ¿Eres un encanto y además rompe la rigidez del contraste entre el blanco y el negro, no crees?”
“ Yo… Sí… No sabría”, murmuró tímidamente Rachel, mientras las expertas manos del hombre le acomodaban la camisa y un mechón de cabello.
Normalmente no permitía a nadie ese tipo de contacto o de atrevimiento, pero ese hombre parecía inocuo y más interesado en su forma de vestir que en lo que había dejado ver.
No se podía decir lo mismo de su gemelo, que todavía estaba petrificado mirándole el pecho con una expresión que la hizo sentir terriblemente expuesta.
“ A propósito, me llamo Jean-Louis y él es mi hermano Jean-Luc. Luc, para los amigos. Estábamos buscando a nuestro padre y una señora nos dijo que te preguntáramos a ti. Tú eres la nueva secretaria de nuestro padre, ¿verdad?”, se presentó el hombre con una sonrisa capaz de encantar a cualquiera.
“ Sí. Su padre está en su oficina.”
“ No, no está. Venimos de allí.”
Con prisa y dejando el café, Rachel se dirigió a su pequeña oficina, donde encontró de inmediato una pequeña nota de Norman: “Voy al Moka’s Bar a tomar un café con mis hijos. N.”
“ Su padre está en el Moka’s Bar con Darius y Justin”, les dijo.
“ ¿Dónde está ese bar?”, preguntó Jean-Luc con un acento muy francés que sorprendió a Rachel con una ola de deseo.
“ Aquí afuera, doblen a la derecha”, alcanzó a decir a pesar de que su mente ya estaba en otro sitio, en una cama, entre las sábanas de seda, junto a… ¿Luc? ¿Justin? ¿O Darius?
“ Ok, gracias”, la saludaron los dos hermanos.
“ ¿Y el foulard?”
“ Un simple presente por San Valentín o, si prefieres, un pequeño resarcimiento por haber soportado a nuestro padre durante estos meses”, le respondió Jean-Louis.
“ Gracias”, ni siquiera Matt le había regalado jamás algo tan costoso. Rachel adoraba la ropa de marca, sobre todo las colecciones de Max Mara, Armani, Dior, Prada y Tom Ford.
Cuando los dos hermanos se fueron, Rachel se dio cuenta de que había otro post-it.
Era de Abigail: “¿Quién ha ganado el desafío?”
Rachel se puso a reír porque mentiría si hubiera dicho que había permanecido completamente indiferente ante esos cuatro hombres.
Sin embargo, esa noche salió de la Carter House con el corazón en pedazos.
Norman no había regresado a la oficina y ella no había recibido ninguna llamada a último minuto para avisarle que ese no habría sido su último día de trabajo.
Desesperada y muy preocupada, se fue de inmediato a su casa y decidió desahogar el stress terminando de pintar la sala. Era un trabajo que había comenzado Matt un mes atrás, pero luego lo había interrumpido porque estaba demasiado cansado por las horas extras que hacía como bróker de finanzas.
“ O por todas las folladas que hizo a mis espaldas”, reflexionó Rachel golpeando tan fuerte la pared que le cayó pintura encima.
Por suerte se había puesto ropa vieja de Disney que habría tirado con gusto cuando hubiera terminado de pintar.
Estaba por terminar la segunda pared, cuando escuchó que sonaba su celular.
Corrió a responder y con la emoción que le emanaba por los poros, vio el nombre de su jefe en la pantalla.
“ Rachel, pero ¿dónde estás?”, se enojó Norman sin siquiera saludarla.
“ En casa”, miró la hora. Eran las seis de la tarde y su horario de trabajo había terminado a las cuatro, aunque ella se había quedado casi hasta las cinco para esperarlo.
“ Te había pedido el informe.”
“ Está sobre el escritorio.”
“ ¡No, no está! Te había dicho que era urgente. Dentro de menos de una hora tengo que enviar todo a la tipografía. Sabes que no me gusta no cumplir con mi palabra.”
Rachel volvió a pensar en lo que había pasado ese día.
¿Estaba segura de que había llevado la documentación que le había pedido? ¿O Darius la había distraído y luego se la había olvidado?
“ Voy de inmediato”, se limitó a responder antes de cortar.
El tiempo apremiaba.
Sin cambiarse, corrió a la Carter House y se dirigió de inmediato a su oficina.
Buscó el informe impreso, pero no lo encontró por ningún lado.
Exasperada con la presión encima, encendió el ordenador, decidida a imprimir una nueva copia.
“ ¿Pero qué demonios…?”, dijo sorprendida viendo el desktop de su ordenador completamente vacío.
Donde diablos habían ido a parar todos sus archivos, los informes…. ¿Todo aquello con lo que había trabajado durante esos meses?
De repente, se sintió llena de pánico.
Además, a esa hora los técnicos informáticos ya se habían ido y estaba completamente sola, con Norman en la oficina de al lado que esperaba ansioso la documentación que había pedido.
Desesperada, se puso a buscar el informe por todas partes, incluso en su cartera Prada.
Estaba por desistir y rendirse cuando vio el pequeño pendrive que le había dado Abigail algunas horas antes.
Sin saber qué otra cosa hacer, lo puso en el ordenador.
De repente, en el desktop aparecieron todos sus archivos.
¡Abigail le había guardado todo el trabajo que había hecho!
Volvió a pensar en lo que habían hablado y en las sospechas de que Mara Herdex hubiera hecho cualquier cosa para sacarse de encima a la competencia y ser la nueva editora senior.
De hecho, ese tipo de incidentes ya le habían sucedido en otras oportunidades y en esas ocasiones siempre había aparecido Mara con la solución en la mano.
Con una avalancha de epítetos en la boca, Rachel imprimió todo y corrió donde estaba su jefe. Golpeó la puerta y Norman le ordenó que entrara.
Pero una vez que Rachel entró, se dio cuenta de que no estaba solo.
Junto con él, estaban un hombre y una niña.
Intentando no mirarlos, Rachel dejo rápidamente el informe en el escritorio y se dirigió a la salida, pero la niña se paró delante de ella.
“ ¿No eres demasiado vieja para usar una sudadera de Blanca Nieves y los siete enanitos? ¿Por qué estás toda manchada con pintura?”, le remarcó la pequeña, mirándola con sus bellísimos ojos verdes y moviendo su pequeña cola de caballo color castaño oscuro.
“ Sophie, no molestes a las personas”, le dijo el padre, un hombre con los mismos ojos de Norman, pero con el cabello más oscuro y el rostro cubierto por una tupida barba ligeramente descuidada que le escondía las facciones. “Discúlpela. Mi hija siempre tiende a decir cosas inapropiadas en el momento inadecuado y a las personas equivocadas”, la justificó el hombre con un tono fingidamente enojado.
“ No, no importa”, le respondió Rachel esbozando una sonrisa.
“ Rachel, ¿tú ya conoces a mi hijo Rufus?”, intervino Norman.
“ La verdad es que no”, admitió ella.
“ Comienza a conocerlo bien si quieres continuar trabajando aquí, porque un día ésta empresa pasará a manos suyas.”
“ Papá…”, protestó molesto el hijo.
“ Lo sé, ¿pero en algún momento tendrás que sentar cabeza o quieres seguir arruinándote la vida?”, se preocupó el padre.
“ Es tarde. Tengo que irme”, dijo cortante el hombre completamente avergonzado por la frase del padre delante a una desconocida.
“ Ok, vete y déjame a Sophie. Hace mucho que no paso tiempo con mi adorada nieta.”
Rufus asintió y, después de haber saludado y dado recomendaciones a la pequeña, salió apresuradamente.
“ Yo también me voy. Buenas noches”, dijo Rachel sintiendo que sobraba.
“ No, espera. Todavía no hemos hablado sobre la extensión de tu contrato.”
“ Creía que no me quería más aquí.”
“ Eres demasiado indispensable como para que prescinda de ti. Sin embargo, esperé hasta último momento porque estoy muy contrariado. Todavía te necesito como secretaria, pero me doy cuenta de que tu trabajo es el de editora y quisiera que tú tomaras ese puesto. Eres brillante y tienes experiencia. Estaría dispuesto a promoverte de inmediato como editora senior y a darte un aumento, si me prometes que te quedarás con nosotros. Además, he visto tu blog Sueños de Papel. Sabes muchísimas cosas y algunos de los artículos que has escrito son tendencia en las editoriales. Me has hecho entender que tienes pasta de líder y, después de nuestras últimas charlas, empiezo a pensar en la idea de abrir una serie de ficción.”
“ ¡Sería fantástico!”, se entusiasmó Rachel todavía incrédula.
“ Demuéstrame que eres tan capaz como creo y te pondré como jefa de la columna, pero te advierto que no será fácil porque hasta ahora no tengo los recursos ni el personal calificado para armar un buen equipo. De todas formas, si se dan los resultados que dices, entonces te daré vía libre y un presupuesto trimestral que podrás administrar como prefieras. ¿Te parece bien?”
“ ¡Estoy lista y le prometo que no lo voy a desilusionar!”, exclamó la mujer sintiéndose en el séptimo cielo. ¡Su sueño se estaba volviendo realidad! No habría podido pedir nada más.
Cuando salió de la Carter House estaba tan feliz que nada podía quitarle la sonrisa y la felicidad que sentía en ese momento. Ni siquiera su amigo de carta que no se presentó al restaurante en su primer encuentro.
“ Me faltó el coraje. Perdóname. Richard.”, le escribió por email esa misma noche para disculparse.
“ Por lo que parece, el destino me está diciendo que me concentre en mi carrera y no en los hombres”, comprendió Rachel sintiéndose desilusionada. Muy en su interior estaba convencida que de su amistad con Richard podía surgir algo más. Se habían escrito durante un año y ella lo había seguido como consultora editorial por meses, ayudándolo a surgir como escritor. Con el tiempo se habían vuelto amigos y finalmente habían decidido encontrarse personalmente, ya que hasta ese momento nunca se habían visto. Ni siquiera por foto.