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Capítulo 3
Sean
Detesto viajar en avión. La expresión «sentirse como un león enjaulado» cobra sentido literal conmigo. Dando vueltas en mi cabeza, mi animal exige que lo libere. No voy a tener elección. Lejos de ser dócil, mi felino es salvaje y difícil de controlar, y sentirse atrapado en una lata de conservas voladora durante horas lo ha enfurecido. No deja de rugir y rasgarme la piel desde dentro para obligarme a darle paso. Está empezando a dolerme, pero transformarme en plena ciudad puede ser un tanto embarazoso.
— Sean, para de gruñir, estás incomodando a las azafatas. Vas a conseguir que salgan corriendo.
Efectivamente, Owen tiene razón. Mientras esperamos en la pista a que al fin llegue nuestro coche de alquiler, el personal me mira desde lejos con los ojos desorbitados.
— Me gustan mucho esas chicas de uniforme. A Liam le habrían encantado. Una pena que no haya podido venir. Connor quería que él y Nate se quedaran en el territorio para proteger a Sevana. ¡Como si nos necesitara para defenderse! Es capaz de patear el culo a nuestros enemigos con solo alzar una mano. No corre ningún peligro.
Es cierto que Liam y Owen forman una pareja inseparable, profesional y personalmente. No es que mantengan una relación de pareja sentimental, pero les encanta compartir a las mujeres. Vete tú a saber por qué. Yo soy más de relaciones exclusivas. Quiero tener una compañera solo para mí. Debo confesar que envidio a Connor por haber encontrado a su alma gemela. Espero dar con la mía algún día, pero no creo que la encuentre. O al menos, que yo le guste. Me conozco bien. Soy demasiado serio y estoy excesivamente centrado en mi trabajo y en la manada. Relego todo lo demás a un segundo plano. En cuanto a mi león, es agresivo y no se anda con sutilezas. Sería capaz de asustar a nuestra compañera o, al menos, de gruñirle. No es lo ideal para encontrar y conquistar al amor de tu vida.
Owen me saca de mis deprimentes pensamientos de un codazo en las costillas.
— Mira, el aeropuerto está rodeado por un bosque. Vamos a liberar a nuestros animales antes de que destripes a un humano por accidente.
Uhm, destripar, la técnica preferida de mi león. Le encanta matar a sus adversarios abriéndolos en canal. Para él es una operación limpia y rápida. Los animorfos no son un secreto para nadie, pero es cierto que algunos humanos, al relacionarse con nosotros solo en nuestra forma humana, olvidan que albergamos dentro un animal salvaje y letal. Y sería desafortunado que uno de ellos se llevara un zarpazo mortal que esparciera sus tripas por el suelo por haberme sobresaltado o haber dicho una palabra equivocada.
Nos detenemos en la linde del bosque, nos desvestimos para no hacer jirones la ropa durante la metamorfosis y procedemos a transformarnos rápidamente. Los huesos crujen, la piel se estira, el pelo nos recubre la piel y me encuentro junto a una pantera negra en lugar de Owen. Su animal es espectacular, todo esbeltez, a diferencia de mi león, de una anchura imponente. Empiezo por agitar la cabeza para sacudirme la espesa melena y olfateo el ambiente en busca de una posible amenaza. Un acto reflejo de beta. Nada. Solo respiro el olor de los árboles que nos rodean, el musgo y el asfalto que hemos dejado atrás. Percibo la presencia de ciertos animales, pero para mi león no suponen ningún peligro. Me lanzo al trote, agradeciendo estirar las patas, y juego con la tierra clavando las garras varias veces en ella. Adoro la sensación de fundirme con la naturaleza. Entonces, Owen decide asaltarme por la espalda. A diferencia de mí, no quiere aprovechar el momento para relajarse, sino para desahogarse, y para eso nada mejor que un buen combate. Aunque pesa menos que yo, su peso, unido a la caída desde el árbol al que se había encaramado, me hace perder el equilibrio cortándome la respiración, y rodamos hacia un lado con las patas entrelazadas. Aprovecho la confusión generada por el ovillo de miembros entrelazados para morderle el pescuezo mientras me enderezo, y emito un feroz rugido que hace que las hojas de alrededor tiemblen y los roedores cercanos huyan. La pantera se sobresalta y se le erizan los pelos de la espalda. Me gusta infundir temor en mis adversarios. En este caso sé que no es más que una reacción instintiva de mi compañero de manada, que no tiene nada que temer conmigo, pero aun así mi león lo valora. Vuelco mi enorme pata sobre su hombro sin sacar las garras. Tampoco se trata de herir a mi amigo, solo de intimidarlo un poco jugando al ratón y al gato, dando por hecho que Owen es el ratón. Sin embargo, la pantera no parece opinar lo mismo y me asesta un zarpazo en el costado que me abre una herida superficial, ya que sus garras no son retráctiles como las mías. Le muestro los dientes en señal de descontento y decido poner fin al combate antes de acabar lacerado por todas partes, como suele ocurrir en los entrenamientos con Connor y el resto de lugartenientes. Con este objetivo, vuelvo a proferir un rugido para desestabilizarlo, y aprovecho su desconcierto momentáneo para tirarlo de espaldas contra el suelo y agarrarlo del cuello con mi poderosa mandíbula. No aprieto lo necesario para hacerle daño, pero sí lo suficiente para dejarle claro quién es el más fuerte de los dos. La pantera deja de forcejear al sentir mis colmillos en su yugular, reconociendo su sumisión ante mí. Entonces le suelto y recupero la forma humana al mismo tiempo que él. Mientras le ayudo a levantarse, le doy las gracias.
— Gracias, lo necesitaba.
— No hay de qué. Tu león siempre está alerta, pero sabía que el vuelo lo había puesto de los nervios. ¿Podemos irnos ya? ¿Guardará la calma viajando en coche?
— Sí, está bien. Vamos a vestirnos. Hemos perdido bastante tiempo y nuestro coche ya ha llegado.
Pasamos la media hora de trayecto en silencio, concentrándonos en la misión. La última vez que acudieron al hospital yo me quedé en el territorio. Solo fueron mi alfa y los lugartenientes. Me inquieta no conocer la disposición del hospital. Soy algo meticuloso, me gusta estar preparado para cualquier eventualidad y tengo la impresión de ir a ciegas. Sé a quién buscamos, pero no sé cómo es en apariencia, ya que en su expediente no figura ninguna foto. Tampoco se me ocurrió pedirle a mi alfa que me diera una descripción precisa. Es igual, Owen debería poder ayudarme, participó en la última expedición. Sería útil reconocer a la enfermera Peterson si nos la cruzamos por los pasillos.
— Owen, ¿puedes describirme a la enfermera que debemos interrogar?
— Apenas la vi. Ya conoces a Connor, no le gusta sentirse encerrado en una sala con mucha gente. Liam y yo salimos de la habitación en cuanto ella llegó. Solo puedo decirte que es ligeramente más alta que Sevana.
— Ehm, no es difícil. Nuestra hembra alfa apenas levanta tres palmos del suelo.
— Sí, es bajita, pero no menos feroz. Pobre del que la contraríe.
Eso es cierto. Ante su metro sesenta de altura, cualquiera podría pensar que es inofensiva. Y sin embargo es la fatel más poderosa que jamás haya visto y nos salvó el cuello. Tengo una deuda con ella y espero saldarla salvando a su amiga, si es que realmente corre peligro.
— Seguramente puedas recordar más cosas.
— Como dijo Nate, es rubia, pero no tengo ni idea de cómo de largo tiene el pelo porque lo llevaba recogido en un moño. Tiene los ojos verdes. Y la piel clara, de eso me acuerdo bien porque tenía un moretón en la sien y resaltaba mucho sobre su piel blanca.
— Vale. ¿Alguna peculiaridad que la diferencie del resto?
— Lo siento, no recuerdo nada más. Ya sabes que odio los hospitales, demasiados olores para mí. Irritan y enervan a mi pantera.
Asiento con la cabeza. Lo entiendo perfectamente. De todos nosotros, Owen tiene el olfato más fino, los vapores de los medicamentos químicos y los detergentes constituyen un verdadero ataque sensorial para él.
— No te preocupes, nos valdrá con eso. Diremos al recepcionista que necesitamos hablar con ella y la traerá hasta nosotros. Será más fácil que buscar por todo el hospital. Basta con que digamos que somos familiares suyos para no levantar sospechas entre el personal. Después de todo, pertenece a una manada.
— Genial, haremos eso.
Capítulo 4
Ashley
Este día no acaba, qué tortura. Estoy exhausta desde esta mañana, pues mi retraso me ha obligado a emplear una cantidad de energía demencial. A eso se añade que varios pacientes han empeorado sin previo aviso, lo que nos ha llevado a todos a lamentar amargamente la ausencia de Sevana y a mí, en concreto, a correr de una habitación a otra para prestar una asistencia sanitaria de urgencia que, lamentablemente, no los ha salvado a todos. Uno de ellos ha fallecido, a pesar de mis desesperados intentos por mantenerlo con vida hasta que el médico de guardia, igualmente desbordado, pudiera intervenir. No es la primera vez que no puedo hacer nada por un paciente, pero siempre me deja la moral por los suelos, aunque evite apegarme a ellos. Soy incapaz de permanecer insensible al dolor de los familiares cuando les comunicamos que su ser querido se ha ido. Y para rematar, cómo no, he recibido la visita diaria de Greg, que no ha hecho más que empeorar mi día. Desde el ataque de los Black, Peter envía todos los días a un miembro de la manada para asegurarse de que estoy bien, y su faceta de padre sobreprotector está empezando a cansarme. Sobre todo porque aunque adore a Greg, la conversación siempre es la misma.
— Hola, Ashley.
— Greg, todo va bien. No se ha producido ningún ataque, ya puedes volver a informar al jefe.
Como siempre, se ríe de mi frustración. Nos conocemos desde que me uní a la manada y es, después de Peter, mi animorfo preferido.
— No te lo tomes así. Peter te tiene mucho aprecio y no quiere que te pase nada.
— ¿Te das cuenta de que me repites todos los días lo mismo? Eres lugarteniente, no canguro. ¿No tienes nada mejor que hacer que vigilarme?
— Forma parte de mi trabajo. Mi obligación es proteger a la manada y tú eres un miembro más de los Treat, por lo que tengo el deber de protegerte. Y siempre es un placer contemplar tu deslumbrante sonrisa.
Si fuera metamorfa, le gruñiría enseñándole los dientes. No serviría de nada, pero me aliviaría.
— Vale, vale, me rindo. Como ves, estoy bien. Puedes ir a decírselo a Peter.
— Hasta mañana, Ash. Ve con cuidado.
Exhalo un suspiro de resentimiento. Voy a tener que volver a hablar con el alfa, pero dudo que tenga en consideración mi queja, y como le prometí no manipularlo nunca, ni a él ni a los miembros de la manada, no podré disipar sus temores.
Apenas he dado unos pasos cuando escucho mi nombre por los altavoces del hospital.
— Ashley Peterson, acuda a recepción. Ashley Peterson.
¿Qué pasa ahora? ¿Se habrá olvidado Greg de decirme algo? Me apresuro a acudir a recepción, pero no veo a ningún conocido. En la entrada solo hay dos hombres que parecen esperar a alguien. Ahora que los veo bien, uno de ellos me resulta familiar. He debido cruzármelo en algún lugar, pero no logro recordar dónde. El otro me llama mucho más la atención. Un rubio alto, todo músculos. Exactamente como a mí me gustan. Una pena que sea metamorfo. Los conozco lo suficiente como para saber que no conviene salir con ellos, a menos que quieras que te rompan, como mínimo, el corazón. Para empezar, porque tengo cosas que ocultar y es complicado con un hombre que huele la mentira a un kilómetro de distancia, y para acabar, porque muchos esperan a su alma gemela para hacer su vida y prefiero ahorrarme una desilusión. Es la primera vez que lamento la norma que yo misma me impuse. Me encantaría poder lamer esa piel dorada por el sol. Los dos animorfos se dirigen hacia mí con paso decidido e interrumpen mi contemplación. El rubio toma la palabra.
— ¿Señorita Peterson?
— En persona. ¿Qué puedo hacer por ustedes?
¿Dónde he visto yo al amigo de este apetecible espécimen? ¿Tal vez en una reunión entre manadas? Sería raro. Por lo general no suelo asistir. Aunque Peter escoja con cuidado a sus aliados, es demasiado arriesgado.
— ¿Podemos hablar en privado?
Eso es, ¡ahora me acuerdo! La última vez que le vi salía de la habitación de Sevana con otro hombre para dejarme a solas con ese tal Connor y la otra montaña de músculos. Me giro hacia él bruscamente abandonando los preciosos ojos dorados del rubito.
— ¡Usted! ¿Qué ha hecho con Sevana?
Sin siquiera quererlo, he alzado la voz y he llamado la atención de Alice, la recepcionista.
— ¿Va todo bien, Ashley?
— Sí, no pasa nada, Alice.
Sigue observándonos con curiosidad mientras descuelga el teléfono. Ojalá no llame a seguridad. De lo contrario, nunca obtendré las respuestas a mis preguntas. Además, quiero volver a ver a Sevana. Al atractivo animorfo también debe preocuparle que intervenga una tercera persona, pues me coge del brazo con actitud militar y me aparta con delicadeza, pero sin darme elección.
— ¿Podría bajar el tono, por favor? Queremos hablar con usted acerca de un asunto delicado. No hay necesidad de llamar la atención más de la cuenta.
¿Delicado hasta qué punto? ¿Hasta el punto “su amiga está muerta y no sabemos cómo decírselo” o “su amiga es de todo menos normal y lo sabemos por usted”? La segunda hipótesis es poco probable. Sevana no sabe lo mío, aunque la reciprocidad es fingida. Pero la primera no podría soportarla. Soy incapaz de aceptar la idea de otra fatel muerta. Debo saberlo antes de volverme loca haciéndome preguntas.
— ¿Sevana está bien?
No creí que mi voz fuera a temblar tanto al pronunciar estas palabras, pero cuesta evitarlo teniendo en cuenta que incluso se me han saltado las lágrimas de la angustia que me oprime el pecho.
— Cálmese. Está perfectamente, se lo prometo.
Podría asegurarme abriendo la mente, pero estoy agotada y gastaría tal cantidad de energía que acabaría perdiendo el conocimiento, lo que me dejaría indefensa. No tengo otra alternativa que creerles.
— En ese caso, ¿qué hacen aquí? ¿Es que va a volver y quieren asegurarse de que ya no hay nadie acechando el hospital?
— Como le he dicho, me gustaría mantener esta conversación lejos de oídos indiscretos.
Mira de reojo a Alice, que sigue escrutándonos a pesar de las personas que esperan delante de ella, desesperadas por llamar su atención. Se comporta de manera extraña, normalmente es muy puntillosa. Obedezco y nos dirigimos al exterior del edificio, lejos de toda persona que pueda escucharnos, pero a la vista de los transeúntes, nunca se sabe.
— ¿Qué quieren? ¿Por qué me han hecho llamar?
— Háblenos de Sevana.
Directo al grano y sin tacto alguno. El beta de la manada, no cabe duda. Nathan también es así y no puedo decir que lo aprecie. Aunque no es mi único problema con él. Debe notárseme en la cara que estoy contrariada, porque el moreno trata de suavizar las abruptas palabras del rubio.
— ¿Por favor? Es importante.
Más me vale cooperar si quiero que se vayan pronto. Empiezan a ponerme nerviosa. Además, será un quid pro quo. Responderé a sus preguntas, por supuesto sin hablar de más, y ellos a las mías.
— Los Black atacaron a Sevana hace tres semanas y sus compañeros se la llevaron hace quince días. Desde entonces no ha vuelto por aquí. Ya le dije todo lo que sé a su amigo Connor.
— Usted habló con nuestro alfa, sí.
Me estoy empezando a tensar un poquito. No me había percatado de que Connor era el alfa. Después de todo, tampoco es que lo lleve escrito en la frente. Está claro que da las órdenes, pero en una operación hace falta un líder y por regla general, los alfas no suelen abandonar su territorio. Pensaba que Peter era la excepción que confirmaba la regla. Estaba equivocada. Esperemos que fuera mi único desacierto.
— No se preocupe. Como le he dicho, Sevana está sana y salva. Nuestro alfa nunca le haría nada malo. Es más, me compadezco del loco que lo intente. No es que su amiga esté indefensa precisamente.
No entiendo nada. Sevana es la persona más adorable que conozco, no haría daño ni a una mosca. ¿Qué significan ese comentario y esas sonrisas cómplices? ¿Acaso su alfa está dispuesto a todo por acudir en su ayuda? ¿Por qué? ¿Por el vínculo que percibí entre ellos?
— Si están dispuestos a morir por ella, tienen un notable sentido del honor. Después de todo, no es más que una humana.
El alto rubio frunce el ceño con aire descontento. Diría que le he ofendido.
— Le ruego que no nos tome por imbéciles. Escucho su corazón acelerarse cada vez que omite información. Una mentira disfrazada sigue siendo una mentira.
Ya veo. Me va a costar engañarlos. Pero si quiere ir por ahí, yo también puedo ser desagradable.
— No me insulte cuando ni siquiera me han dicho cómo se llaman ni por qué están aquí.
Ambos se miran y es el moreno el que rompe el hielo. Definitivamente, es el más diplomático de los dos.
— Tiene razón. Perdone. En circunstancias normales somos metamorfos civilizados, pero cuando se trata de nuestra…
— De Sevana, nos ponemos a la defensiva.
Habría jurado que el moreno iba a decir otra cosa, pero el rubio lo ha interrumpido lanzándole una mirada fulminante. ¿Nuestra qué? ¿Qué representa Sevana para ellos? ¿Una prisionera? El moreno retoma la conversación, aparentemente sin molestarse por la intervención del beta.
— Me llamo Owen y este es mi beta, Sean. Ahora que ya nos hemos presentado, ¿puede decirnos la verdad?
— Usted habló con Connor de las intuiciones de Sevana. ¿Qué más sabe?
Un auténtico beta, ni pizca de tacto. Espera que se le obedezca y punto. Pero no estoy dispuesta a traicionar a mi amiga por esos ojos, por muy cautivadores que sean.
— La última vez ya les conté todo lo que sé. Sevana tiene intuiciones, sí, pero eso es todo. Es una persona excepcional y deben protegerla.
— Es lo que hacemos. Pero nuestra pareja alfa se preocupa por usted.
¿Su pareja alfa? Por lo que parece, también malinterpreté la mirada de Connor a Sevana. Es evidente que ya está vinculado a una mujer.
— No tienen de qué preocuparse. Los Black no me han hecho nada, soy insignificante para ellos. Y de todos modos, tampoco estoy indefensa. Mi familia me protege.
— Los Treat son poderosos, eso es cierto. Pero ¿están dispuestos a dar la vida por usted?
Han investigado sobre mí. No me sorprende. Ningún problema, el friki de los Treat limpió Internet cuando me uní a la manada. Se aseguraron de que no hubiera nada que descubrir en mi ficha.
— Se han informado bien. Sí, la manada Treat aprecia mucho a esta pequeña humana. Díganle a Sevana que me llame lo antes posible, por favor. Y ahora, discúlpenme, tengo pacientes que atender.
Me giro rápidamente para volver al trabajo antes de que reanuden el interrogatorio. No ha salido como yo esperaba. No creo que hayan mentido en lo de que Sevana está a salvo, pero no sé nada más, y temo hablar demasiado y ponerla en peligro. ¿Habrá encontrado la manera de ocultar su secreto? Es improbable, pero no imposible. Yo soy la prueba de ello. Por otra parte, Sean me provoca sentimientos extraños y no me gusta lo que no entiendo. No quiero encapricharme de un metamorfo antipático a más no poder que claramente no tiene ningún interés en mí. Tampoco es que me importe. Me centraré en el trabajo para borrar su seductora imagen de mi cabeza y todo irá bien. En cuanto a mi proyecto de reunirme con Sevana en el territorio de los Ángeles Guardianes, debo sopesar los pros y los contras. La manada ya es inquisidora lejos de su territorio. Si voy hasta allí, no quiero ni imaginar lo que van a insistir en obtener respuestas a preguntas que me niego a abordar.
Capítulo 5
Sean
La enfermerita me ha dejado un sabor de boca muy raro. No puedo negar que es muy atractiva. Una rubiaza de ojos verdes brillantes y cautivadores. Cuando me ha mirado, se me han pasado por la cabeza toda una serie de imágenes de ella debajo de mí en diferentes posiciones. Esos bonitos y voluminosos senos sosteniendo su pijama azul, y esas preciosas piernas suaves y finas han despertado en mí las fantasías más perturbadoras. Me he visto llevándola en brazos hasta mi cama con sus piernas rodeándome la cintura. Sin embargo, al inspirar, todas mis esperanzas se han roto de golpe. Con una reacción instintiva como nunca había sentido, por un instante he creído haber encontrado a mi compañera, pero su olor ha disipado mi incipiente felicidad. Era anodino, incluso extraño, no tenía interés alguno entre los olores del hospital y ha enfurruñado a mi león, al que había despertado mi curiosidad por ella. Owen me saca de mi abstracción.
— ¿En qué piensas?
— Sabe más de lo que dice.
Mi amigo asiente con la cabeza.
— Estoy de acuerdo. Esconde algo. Y tiene un olor extraño.
Me interesa lo que Owen tenga que decir al respecto. Su olfato es legendario. Tal vez haya logrado determinar lo que hace que su olor sea tan raro e insustancial.
— ¿A qué te refieres con extraño?
— ¿No has notado nada?
— Era como si no tuviese olor.
Owen inclina la cabeza a un lado y me observa con más atención.
— Pareces decepcionado.
No quiero comentar nada de momento. La manada es lo primero.
— No, simplemente me frustra que nos hayamos chocado contra un muro.
— Si tú lo dices. Bueno, volviendo a lo del olor, el del hospital me ha eclipsado todos los demás, como siempre. Después sí que he percibido el de la enfermera, pero como atenuado, lo que tú dices. Y cambiaba constantemente.
Estoy perplejo. No tiene sentido. Nuestro olor está inscrito en nuestro ADN. No varía en ningún momento desde que nacemos hasta que morimos. Owen se encoge de hombros, habiendo seguido el mismo razonamiento que yo.
— Lo sé, no tiene sentido, pero estoy seguro.
Jamás se me ocurriría poner en duda el olfato de Owen, pero entonces el misterio en torno a la enfermera Peterson se complica. La rubia cada vez me causa más intriga y no quiero dedicarle más tiempo de la cuenta. No es la mujer para mí y debo concentrarme en la misión.
— ¿Qué hacemos ahora? ¿Volvemos a casa?
Buena pregunta. Tengo el presentimiento de que debemos quedarnos aquí. Y la recepcionista, que nos mira fijamente desde detrás de la puerta de cristal, no me quita razón. No creía que la presencia de animorfos siguiera llamando la atención. Me siento como un mono de feria.
— Vámonos de aquí. Esperaremos a que la enfermera termine su turno. Quiero llegar al fondo del asunto antes de volver al territorio. Y más nos vale asegurarnos de que está a salvo antes de volver. No quiero enfrentarme a la ira de Sevana.
Owen estalla en una carcajada.
— ¿Te da miedo?
— Un poco sí. Y tú también deberías ir con cuidado. Ahora es letal.
Según lo acordado, esperamos al final del día tratando de pasar desapercibidos. Naturalmente, llamamos a la pareja alfa para ponerlos al corriente de la situación, y volvieron a depositar su confianza en mi criterio. Me aseguraron que, mientras me lo dictara mi instinto, debía quedarme aquí. Pero por ahora, mi instinto no está muy católico. No siento gran cosa aparte del nerviosismo de mi felino y la obsesión que tiene con Ashley. La pelea con Owen a la salida del avión lo había calmado, y sin embargo vuelve a estar tenso desde su encuentro con ella. Es como si estuviera de mal humor. No deja de gruñir y agitarse en todas direcciones, pero sin tratar de materializarse. Diría que, como yo, no sabe cómo reaccionar ante la preciosa rubia.
Esperamos estacionados frente al aparcamiento del hospital, para verla salir y poder seguirla sin que nos vea. Queremos hablar con ella y, esta vez, obtener las verdaderas respuestas a nuestras preguntas. No vive en el territorio de su manada, aunque no queda muy lejos, y lo mejor sería interrogarla en su casa, en un entorno en el que se sintiera segura. Estoy empezando a impacientarme cuando el tono de mi teléfono resuena en el habitáculo del coche y sobresalta a Owen, aletargado en su asiento.
— Al habla Sean.
— Sean, escucha con atención. ¿Sigues en el hospital?
Me enderezo sobre mi asiento con los sentidos alerta. Sevana habla precipitadamente y la noto angustiada. Pasa algo.
— Sí. ¿Qué ocurre?
— Hay un problema. He dejado de percibir a Ashley.
— ¿Qué quieres decir?
— Hasta este momento no podía ver su futuro, pero sabía que estaba bien. Ahora ya no siento nada, cero.
Vale, eso no es buena señal.
— ¿Has probado con mi futuro y el de Owen?
Silencio. Me imagino que con el estrés no había pensado en eso y que lo está intentando ahora mismo.
— Ve al aparcamiento que está detrás del hospital. Tres lobos con Ashley.
Dejo de escuchar. Sacudo a Owen y corro hacia los coches estacionados. Diviso rápidamente a Ashley, con la mano apoyada en la puerta de su coche, en medio de una conversación con unos hombres. Han debido abordarla cuando iba a montarse. Prefiero aminorar el paso y no precipitarme por si acaso los conoce. Me posiciono a unos metros con la pantera detrás, en contra del viento para que no lleguen a olernos, pero lo bastante cerca como para poder escuchar lo que dicen. Por suerte, el oído de los metamorfos es mejor que el de los humanos, lo que me permite no perder detalle de lo que resulta ser una disputa.
— ¿Dónde está tu amiga? ¿Puedes contactar con ella?
— No sé de quién habláis. Tengo muchos amigos.
— No te burles de mí, humana. Podrías acabar arrepintiéndote, como tu compañera. Seguro que estaba deliciosa.
Ashley hace una mueca de asco mientras mi león saca los colmillos.
— No sé dónde está.
— Y sin embargo los Guardianes han venido a verte. ¿Qué querían?
Vaya, parece que las noticias vuelan por aquí. Pero no percibí a ningún metamorfo en la zona cuando estábamos con Ashley. No había nadie vigilando el hospital. Deben tener un soplón que ha pasado desapercibido.
— No sé de qué habláis. El que ha venido a visitarme hoy es Greg, de la manada Treat. Os habréis confundido.
Otra verdad a medias. La enfermera es astuta, pero es probable que no baste con eso. Los Black — estoy convencido de que son ellos— están empezando a perder la paciencia ante su flagrante falta de cooperación. El más alto la coge del brazo contrayendo los labios. Desde aquí puedo ver cómo le crecen los colmillos. La situación podría empeorar rápidamente.
— No mientas. La recepcionista los ha visto. ¿Dónde está Sevana Slat? ¿En su territorio? ¿Piensan traerla aquí?
Pues claro, la recepcionista un poco demasiado curiosa. Debí haber sospechado de ella. Hace de espía para los Black. Ashley gesticula ante la presión ejercida sobre su brazo, pero no cede ni un ápice. Eso es ser una amiga leal. Estoy admirado. Por mucho que esté acostumbrada a tratar con metamorfos, hace falta coraje para enfrentarse a un macho dominante furioso.
— No la cogeréis jamás. Hagáis lo que hagáis conmigo, no os ayudaré.
Me transformo en el instante en que el lobo levanta la mano para golpearla. Mi león toma el control sin siquiera darme tiempo a intervenir. De nuevo, debía estar deseándolo. Arremeto contra el primer lobo que trata de interponerse en mi camino y por el rabillo del ojo veo que la pantera de Owen hace lo propio con el segundo. El combate se desenvuelve rápidamente y sin errores. Mi felino abre al canino del cuello al estómago sin dudarlo ni un segundo y Owen, por su parte, decapita a su adversario. En este lapso de tiempo, sorprendentemente Ashley ha logrado zafarse del tercero, que ahora parece confundido. Contempla a sus compañeros con la mirada perdida y, tras dar unos cuantos pasos tambaleantes, termina por desplomarse en el suelo. ¿Qué acaba de pasar? Owen sacude la cabeza estornudando como para exhalar algo, mientras mi león me brama que olfatee el aire. Percibo un vago olor, pero cuando estoy tratando de distinguir su procedencia veo cómo los ojos de Ashley se ponen en blanco. Apenas tengo tiempo de dar un salto cuando cae inerte sobre la espalda de mi león. El rey de la sabana, normalmente tan feroz, comienza a gemir lastimosamente en mi cabeza tendiéndose delicadamente sobre el suelo con la mujer aún sobre él. Owen recupera la forma humana para ayudarme. Coge cuidadosamente a la enfermera y la coloca a mi lado para permitirme retomar el control. De todos modos mi león ya no es de utilidad, está demasiado alterado, vete tú a saber por qué. Es la primera vez que destripar a alguien le aflige de esta manera.
La enfermera no parece estar herida y su respiración es regular. No entiendo por qué ha perdido el conocimiento. ¿Se habrá desmayado de miedo? No tengo ni idea. Ojalá estuviera aquí Liam, nuestro médico titular.
— Vámonos. El último lobo acaba de perder el conocimiento y ya estoy suficientemente manchado de sangre.
— Vale. Pero nos llevamos a la chica. Connor tiene razón. Corre peligro. Aunque no sepa nada de los orígenes de Sevana, es amiga suya, y para los Black es claramente razón suficiente para emprenderla con ella.
Owen hace ademán de cargar a Ashley, pero de pronto la idea de verla en sus brazos me repulsa, así que me apresuro a adelantarme a él, que me mira con expresión de asombro.
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