Kitabı oku: «Novelas de Voltaire — Tomo Primero», sayfa 4
No habia réplica á tan discreto razonamiento. Fuí á labrar el campo de una negra vieja por conservar mis orejas y mi nariz, y al cabo de un año me rescatáron. Habiendo visto todo quanto bueno, hermoso y admirable hay en la tierra, me determiné á no ver mas que mis dioses penates: me casé en mi pais, fuí cornudo, y ví que era la mas grata condicion de la vida humana.
Fin de los viages de Escarmentado
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MICROMEGAS, HISTORIA FILOSOFICA
CAPITULO PRIMERO
Viage de un morador del mundo de la estrella Sirio al planeta de Saturno
Habia en uno de los planetas que giran en torno de la estrella llamada Sirio, un mozo de mucho talento, á quien tuve la honra de conocer en el postrer viage que hizo á nuestro mezquino hormiguero. Era su nombre Micromegas, nombre que cae perfectamente á todo grande, y tenia ocho leguas de alto; quiero decir veinte y quatro mil pasos geométricos de cinco piés de rey.
Algún algebrista, casta de gente muy útil al público, tomará á este paso de mi historia la pluma, y calculará que teniendo el Señor Don Micromegas, morador del pais de Sirio, desde la planta de los piés al colodrillo veinte y quatro mil pasos, que hacen ciento y veinte mil piés de rey, y nosotros ciudadanos de la tierra no pasando por lo común de cinco piés, y teniendo nuestro globo nueve mil leguas de circunferencia, es absolutamente indispensable que el planeta dónde nació nuestro héroe tenga cabalmente veinte y un millones y seiscientas mil veces mas circunferencia que nuestra tierra. Pues no hay cosa mas comun ni mas natural; y los estados de ciertos principillos de Alemania ó de Italia, que pueden andarse en media hora, comparados con la Turquía, la Rusia, ó la América española, son una imágen, todavía muy distante de la realidad, de las diferencias que ha establecido la naturaleza entre los seres.
Es la estatura de Su Excelencia la que llevamos dicha, de donde colegirán todos nuestros pintores y escultores, que su cuerpo podia tener unos cincuenta mil piés de rey de circunferencia, porque es muy bien proporcionado. Su entendimiento es de los mas perspicaces que se puedan ver; sabe una multitud de cosas, y algunas ha inventado: apénas rayaba con los doscientos y cincuenta años, siendo estudiante en el colegio de jesuitas de su planeta, como es allí estilo comun, adivinó por la fuerza de su inteligencia mas de cincuenta proposiciones de Euclides, que son diez y ocho mas que hizo Blas Pascal, el qual habiendo adivinado, segun dice su hermana, treinta y dos jugando, llegó á ser, andando los años, harto mediano geómetra, y malísimo metafísico. De edad de quatrocientos y cincuenta años, que no hacia mas que salir de la niñez, disecó unos insectos muy chicos que no llegaban á cien piés de diámetro, y se escondían á los microscopios ordinarios, y compuso acerca de ellos un libro muy curioso, pero que le traxo no pocos disgustos. El muftí de su pais, no ménos cosquilloso que ignorante, encontró en su libro proposiciones sospechosas, mal-sonantes, temerarias, heréticas, ó que olian á heregía, y le persiguió de muerte: tratábase de saber si la forma substancial de las pulgas de Sirio era de la misma naturaleza que la de los caracoles. Defendióse con mucha sal Micromegas; se declaráron las mugeres en su favor, puesto que al cabo de doscientos y veinte años que habia durado el pleyto, hizo el muftí condenar el libro por calificadores que ni le habian leido, ni sabian leer, y fue desterrado de la corte el autor por tiempo de ochocientos años.
No le afligió mucho el salir de una corte llena de enredos y chismes. Compuso unas décimas muy graciosas contra el muftí, que á este no le importáron un bledo, y se dedicó á viajar de planeta en planeta, para acabar de perfeccionar su razon y su corazon, como dicen. Los que están acostumbrados á caminar en coche de colleras, ó en silla de posta, se pasmarán de los carruages de allá arriba, porque nosotros, en nuestra pelota de cieno, no entendemos de otros estilos que los nuestros. Sabia completamente las leyes de la gravitacion y de las fuerzas atractivas y repulsivas nuestro caminante, y se valia de ellas con tanto acierto, que ora montado en un rayo del sol, ora cabalgando en un cometa, andaban de globo en globo él y sus sirvientes, lo mismo que revolotea un paxarillo de rama en rama. En poco tiempo hubo corrido la vía láctea; y siento tener que confesar que nunca pudo columbrar, por entre las estrellas de que está sembrada, aquel hermosísimo cielo empíreo, que con su anteojo de larga vista descubrió el ilustre Derham, teniente cura [Footnote: Sabio Inglés, autor de la Teología astronómica, y otras obras, en que se esfuerza á probar la exîstencia de Dios por la contemplacion de las maravillas de la naturaleza.]. No digo yo por eso que no le haya visto muy bien el Señor Derham; Dios me libre de cometer tamaño yerro; mas al cabo Micromegas se hallaba en el país, y era buen observador: yo no quiero contradecir á nadie.
Despues de muchos viages llegó un dia Micromegas al globo de Saturno; y si bien estaba acostumbrado á ver cosas nuevas, todavía le paró confuso la pequeñez de aquel planeta y de sus moradores, y no pudo ménos de soltar aquella sonrisa de superioridad que los mas cuerdos no pueden contener á veces. Verdad es que no es Saturno mas grande que novecientas veces la tierra, y los habitadores del pais son enanos de unas dos mil varas, con corta diferencia, de estatura. Rióse al principio de ellos con sus criados, como hace un músico italiano de la música de Lulli, quando viene á Francia; mas era el Sirio hombre de razon, y presto reconoció que podia muy bien un ser que piensa no tener nada de ridículo, puesto que no pasara de seis mil piés su estatura. Acostumbróse á los Saturninos, despues de haberlos pasmado, y se hizo íntimo amigo del secretario de la academia de Saturno, hombre de mucho talento, que á la verdad nada habia inventado, pero que daba muy lindamente cuenta de las invenciones de los demas, y que hacia regularmente coplas chicas y cálculos grandes. Pondré aquí, para satisfaccion de mis lectores, una conversacion muy extraña que con el señor secretario tuvo un dia Micromegas.
CAPITULO II
Conversacion del morador de Sirio con el de Saturno
Acostóse Su Excelencia, acercóse á su rostro el secretario, y dixo Micromegas: Confesemos que es muy varia la naturaleza. Verdad es, dixo el Saturnino; es la naturaleza como un jardin, cuyas flores... Ha, dixo el otro, dexaos de jardinerías. Pues es, siguió el secretario, como una reunion de rubias y pelinegras, cuyos atavíos... ¿Qué me importan vuestras pelinegras? interrumpió el otro. O bien como una galería de quadros, cuyas imágenes... No, Señor, no, replicó el caminante, la naturaleza es como la naturaleza. ¿A qué diablos andais buscando esas comparaciones? Por recrearos, respondió el secretario. Si no quiero yo que me recreen, lo que quiero es que me instruyan, repuso el caminante. Decidme lo primero quantos sentidos tienen los hombres de vuestro globo. Nada mas que setenta y dos, dixo el académico, y todos los dias nos lamentamos de tanta escasez; que nuestra imaginacion se dexa atras nuestras necesidades, y nos parece que con nuestros setenta y dos sentidos, nuestro anulo, y nuestras cinco lunas, no tenemos lo suficiente; y es cierto que no obstante nuestra mucha curiosidad y las pasiones que de nuestros setenta y dos sentidos son hijas, nos sobra tiempo para aburrirnos. Bien lo creo, dixo Micromegas, porque en nuestro globo tenemos cerca de mil sentidos, y todavía nos quedan no sé qué vagos deseos, no sé qué inquietud, que sin cesar nos avisa que somos chica cosa, y que hay otros seres mucho mas perfectos. He hecho algunos viages, y he visto otros mortales muy inferiores á nosotros, y otros que nos son muy superiores; mas ningunos he visto que no tengan mas deseos que verdaderas necesidades, y mas necesidades que satisfacciones. Acaso llegaré un dia á un pais donde nada haga falta, pero hasta ahora no he podido saber del tal pais. Echáronse entónces á formar conjeturas el Saturnino y el Sirio; pero despues de muchos raciocinios no ménos ingeniosos que inciertos, fué forzoso volver á sentar hechos. ¿Quanto tiempo vivís? dixo el Sirio. Ha, muy poco, replicó el hombrecillo de Saturno. Lo mismo sucede en nuestro pais, dixo el Sirio, siempre nos estamos quejando de la cortedad de la vida. Menester es que sea esta universal pension de la naturaleza. ¡Ay! nuestra vida, dixo el Saturnino, se ciñe á quinientas revoluciones solares (que vienen á ser quince mil años, ó cerca de ellos, contando como nosotros). Ya veis que eso casi es morirse así que uno nace: es nuestra exîstencia un punto, nuestra vida un momento, nuestro globo un átomo; y apénas empieza uno á instruirse algo, quando le arrebata la muerte, ántes de adquirir experiencia. Yo por mí no me atrevo á formar proyecto ninguno, y me encuentro como la gota de agua en el inmenso océano; y lo que mas sonroxo me causa en vuestra presencia, es contemplar quan ridícula figura hago en este mundo. Replicóle Micromegas: Si no fuérais filósofo, tendria, rezelo de desconsolaros, diciéndoos que es nuestra vida setecientas veces mas dilatada que la vuestra; pero bien sabeis que quando se ha de restituir el cuerpo á los elementos, y reanimar baxo distinta forma la naturaleza, que es lo que llaman morir; quando es llegado, digo, este momento de metamorfósis, poco importa haber vivido una eternidad ó un dia solo, que uno y otro es lo mismo. Yo he estado en paises donde viven las gentes mil veces mas que en el mio, y he visto que todavía se quejaban; pero en todas partes se encuentran sugetos de razon, que saben resignarse, y dar gracias al autor de la naturaleza, el qual con una especie de maravillosa uniformidad ha esparcido en el universo las variedades con una profusion infinita. Así por exemplo, todos los seres que piensan son diferentes, y todos se parecen en el don de pensar y desear. En todas partes es la materia extensa, pero en cada globo tiene propiedades distintas. ¿Quantas de estas propiedades tiene vuestra materia? Si hablais de las propiedades sin las quales creemos que no pudiera subsistir nuestro globo como él es, dixo el Saturnino, no pasan de trescientas, conviene á saber la extension, la impenetrabilidad, la mobililad, la gravitacion, la divisibilidad, etc. Sin duda, replicó el caminante, que basta ese corto número para el plan del criador en vuestra estrecha habitacion, y en todas cosas adoro su sabiduría, porque si en todas veo diferencias, tambien contemplo en todas proporciones. Vuestro globo es chico, y tambien lo son sus moradores; teneis pocas sensaciones, y goza vuestra materia de pocas propiedades: todo eso es disposicion de la Providencia. ¿De qué color es vuestro sol bien exâminado? Blanquecino muy ceniciento, dixo el Saturnino, y quando dividimos uno de sus rayos, hallamos que tiene siete colores. El nuestro tira á encarnado, dixo el Sirio, y tenemos treinta y nueve colores primitivos. En todos quantos he exâminado, no he hallado un sol que se parezca á otro, como no se vé en vuestro planeta una cara que no se diferencie de todas las demás.
Despues de otras muchas qüestiones análogas, se informó de quantas substancias distintas se conocian en Saturno, y le fué respondido que habia hasta unas treinta: Dios, el espacio, la materia, los seres extensos que sienten, los seres extensos que sienten y piensan, los seres que piensan y no son extensos, los que se penetran, y los que no se penetran, etc. El Sirio, en cuyo planeta hay trescientas, y que habia en sus viages descubierto hasta tres mil, dexó extraordina- riamente asombrado al filósofo de Saturno. Finalmente, habiéndose comunicado uno á otro casi todo quanto sabian y muchas cosas que no sabian, y habiendo discurrido por espacio de toda una revolucion solar, se determináron á hacer juntos un corto viage filosófico.