Kitabı oku: «Zadig, ó El Destino, Historia Oriental», sayfa 6
CAPITULO XVII
El pescador.
A pocas leguas del castillo de Arbogad, se encontró á orillas de un ríachuelo, lamentando siempre su suerte, y mirándose como el epilogo de las desdichas humanas. Vió un pescador acostado á la orilla, que con desmayada mano retenia apénas sus redes que iba á dexar escapar, y alzaba los ojos al cielo.
Por cierto que yo soy el mas desdichado de todos los hombres, decia el pescador. Por confesion de todo el mundo he sido el mas célebre mercader de requesones de toda Babilonia, y lo he perdido todo. Tenia la muger mas linda que pueda poseer hombre, y me ha engañado. Me quedaba una mala casuca, y la he visto talar y derribar, Refugiado á una cabaña, sin mas recurso que la pesca, no saco ni un pescado. No quiero tirarte al agua, red mia, yo soy quien me he de tirar. Diciendo estas palabras se levantó en postura de un hombre resuelto á dar fin á su vida en el rio.
¡Así, dixo Zadig para sí, hay otros hombres tan desdichados como yo! Tan pronto como esta idea fué la de acudir á librar de la muerte al pescador. Corre á él, le detiene, y le hace preguntas en ademan enternecido y consolador. Dicen que es uno ménos desdichado quando no es él solo; pero segun Zoroastro no es por malicia, que es por necesidad, porque se siente uno entónces atraído por otro desventurado como por un semejante suyo. La alegría de un dichoso fuera insulto; y son dos desventurados como dos flacos arbolillos que, apoyándose uno en otro, contra la borrasca se fortalecen.
¿Porqué os rendis á vuestra desgracia? dixo Zadig al pescador. Porque no veo remedio á ella, le respondió. He sido el vecino mas pudiente de la aldea de Derlback, cerca de Babilonia, y con ayuda de mi muger hacia los mejores requesones del imperio, que gustaban infinito á la reyna Astarte y al célebre ministro Zadig. Habla suministrado para entrámbas casas seiscientos requesones: fuí un dia á Babilonia á que me pagaran, y supe que aquella misma noche se habian desaparecido Zadig y la reyna. Fuí corriendo á casa del señor Zadig, á quien nunca habia visto, y encontré á los alguaciles del gran Desterham, que con un papel del rey en la mano robaban con mucho órden y sosiego toda la casa. Púseme en volandas en la cocina de la reyna; algunos de los gentiles-hombres de beca me dixéron que habia muerto, otros que estaba presa, y otros afirmáron que se habia escapado; pero todos estaviéron contestes en que no se me pagarian mis requesones. Fuíme con mi muger á casa del señor Orcan, que era uno de mis parroquianos; le pedímos su amparo en nuestra cuita, y se le otorgó á mi muger, y á mí no. Era mi muger mas blanca que los requesones que fuéron el orígen de mi desventura, y no brilla mas la púrpura de Tyro que el color que su blancura animaba: por eso se la guardó Orcan, y me echó de su casa. Escribí á mi esposa desesperado una carta, y respondió al portador: Sí, ya, ya sé quien me escribe, ya me han hablado de él; dicen que hace requesones excelentes: que me trayga, y que se los paguen.
Quise acudir á la justicia en mi desdicha. Quedábanme seis onzas de oro: fué menester dar dos al jurisperito que consulté, otras dos al procurador que se encargó de mi asunto, y dos al escribiente del primer juez. Hecho esto, aun no se habia empezado mi pleyto, y ya llevaba mas dinero gastado que lo que mis requesones y mi muger de añadidura valian. Volvíme al pueblo con ánimo de vender mi casa por recobrar á mi muger. Valia esta unas sesenta onzas de oro; pero me vían pobre, y con premura de vender. El primero á quien me dirigí me ofreció treinta, el segundo veinte, y el tercero diez; y la iba á dar por este precio, segun estaba ciego. Vino á la sazon á Babilonia un príncipe de Hircania, asolando todo el pais por donde pasaba, el qual saqueó mi casa, y despues le puso fuego. Habiendo perdido de esta manera dinero, muger y casa, me retiré al pais donde me veis, procurando ganar mi vida con la pesca. Los peces hacen burla de mí lo mismo que los hombres: no saco ningunos, y me muero de hambre; y sin vos, consolador augusto, iba á tirarme al rio.
No contó su historia el pescador sin hacer muchas pausas, y á cada una le decia Zadig, arrebatado y fuera de sí: ¿Con que nada sabeis de la suerte de la reyna? No, señor, respondia el pescador; lo que sé, es que ni la reyna ni Zadig me han pagado mis requesones, que me han robado á mi muger, y que estoy desesperado. Yo espero, dixo Zadig, que no habeis de perder todo vuestro dinero. He oido hablar de ese Zadig, como de un hombre honrado; y si vuelve á Babilonia, mas de lo que os debe os dará; mas por lo que hace á vuestra muger, que no es tan honrada, aconsejoos que no hagais diligencias por volver con ella. Tomad mi consejo, id á Babilonia, adonde ántes que vos llegaré yo, porque vais á pié y yo voy á caballo; veos con el ilustre Cador, decidle que habeis encontrado á su amigo, y esperadme en su casa: id en paz, que acaso no seréis siempre desdichado.
Poderoso Orosmades, siguió, de mí os habeis valido para consolar á este hombre: ¿de quién os valdréis para darme á mí consuelo? Así decia dando al pescador la mitad de todo el dinero que traía de Arabia; y el pescador atónito y confuso besaba las plantas del amigo de Cador, y le apellidaba su ángel tutelar.
Zadig no cesaba de preguntarle noticias, y de verter llanto. ¿Cómo, señor, exclamó el pescador, tambien sois desdichado siendo benéfico? Cien veces mas infeliz que tú, respondió Zadig. ¿Cómo puede ser, decia el buen hombre, que sea el que da mas digno de lástima que el que recibe? Porque tu mayor desgracia, replicó Zadig, era la necesidad, y la mia pende del coraron. ¿Os ha robado Orcan á vuestra muger? dixo el pescador. Esta pregunta traxo á la memoria á Zadig todas sus aventuras, y le hizo repasar la lista de todos sus infortunios, empezando por la perra de la reyna hasta su arribo á casa del bandolero Arbogad. Ha, dixo al pescador, Orcan es digno de castigo; pero por lo comun esos son los hombres que estan en privanza del destino. Sea como fuere, vete á casa del señor Cador, y espérame. Separáronse con esto: el pescador se fúe dando gracias á su estrella, y Zadig maldiciendo sin cesar la suya.
CAPITULO XVIII
El basilisco.
Llegó Zadig á un hermoso prado, donde vió una muchedumbre de mugeres que andaban buscando solícitas cosa que parecia que habian perdido. Acercóse á una de ellas, y le preguntó si queria que las ayudara á buscar lo que querían hallar. Dios nos libre, respondió la Syria; lo que nosotras buscamos solo las mugeres pueden tocarlo. Raro es eso, dixo Zadig: ¿me haréis el favor de decirme qué cosa es esa que solo las mugeres pueden tocarla? Un basilisco, respondió ella. ¡Un basilisco, señora! ¿y por qué motivo buscais un basilisco? Para nuestro señor y dueño Ogul, cuyo palacio estais viendo á orillas del rio, y al cabo de este prado, que somos sus mas humildes esclavas. El señor Ogul está malo, y le ha recetado su médico que coma un basilisco hervido en agua de rosas; y como es animal muy raro, y que solo de las mugeres se dexa coger, ha prometido el señor Ogul que escogerá por su querida esposa á la que le lleve un basilisco: con que así dexádmele buscar; que ya veis lo mucho que yo perderia, si una de mis compañeras ántes que yo le topara.
Dexó Zadig á esta Syria y á todas las demas que buscaran su basilisco, y siguió su camino por la pradera. Al llegar á la orilla de un arroyuelo, encontró á otra dama acostada sobre los céspedes, que no buscaba nada. Parecia magestuosa su estatura, aunque tenia cubierto el rostro de un velo. Estaba inclinada la cabeza al anoyo; exhalaba de rato en rato hondos sollozos, y tenia en la mano una varita con la qual estaba esciibiendo letras en una fina arena que entre los céspedes y el arrojo mediaba. Quiso ver Zadig qué era lo que escribia: arrimóse, y vió una Z, luego una A, y se maravilló: despues leyó una D, y le dió un vuelco el corazon; mas nunca fué tanto su pasmo, como quando leyó las dos postreras letras de su nombre. Permaneció inmoble un rato; rompiendo al fin el silencio, con voz mal segura, dixo: Generosa dama, perdonad á un extrangero desventurado, que á preguntar se atreve ¿por qué extraño acaso encuentro aquí el nombre de Zadig, por vuestra divina mano escrito? Al oir esta voz y estas palabras, alzó con trémula mano su velo la dama, mitó á Zadig, dió un grito de temura, de asombro y de alborozo, y rindiéndose á los diversos afectos que de consuno embatian su alma, cayó desmayada en sus brazos. Era Astarte, era la reyna de Babilonia, la misma que idolatraba Zadig, y de cuyo amor le acusaba su conciencia; aquella cuya suerte tantas lágrimas le habia costado. Estuvo un rato privado del uso de sus sentidos; y quando cluvó sus miradas en los ojos de Astarte que lentamente se abrian de nuevo entre desmayados, confusos y amorosos: ¡O potencias inmortales! exclamó, ¿me restitais á mi Astarte? ¿en qué tiempo, en qué sitio, en qué estado torno á verla? Hincóse de rodillas ante Astarte, inclinando su fiente baxo del polvo de sus pies. Alzale la reyna de Babilonia, y le sienta cabe sí en la orilla del arroyo, enxugando una y mil veces sus ojos que siempre en frescas lágrimas se bañaban. Veinte veces añudaba ci hilo de razones que interrumpian sus gemidos; hacíale preguntas acerca del acaso que los habia reunido, y no daba lugar á que respondiese con preguntas nuevas; empezaba á contar sus desventuras, y queria saber las de Zadig. Habiendo finalmente ámbos sosegado un poco el alboroto de su pecho, dixo en breves palabras Zadig por qué acaso se encontraba en esta pradera. ¿Pero como os hallo, o reyna respetable y desdichada, en este desviado sitio, vestida de esclava, y acompañada de otras esclavas que buscan un basilisco, para hervirle, en virtud de una receta de médico, en agua de rosas?
Miéntras que andan buscando su basilisco, voy á informaros, dixo la hermosa Astarte, de todo lo que he padecido, y que perdono al cielo una vez que vuelvo á veros. Ya sabeis que el rey mi esposo llevó á mal que fuéseis el mas amable de todos los hombres, y acaso por este motivo tomó una noche la determinacion de mandaros ahorcar, y darme un tósigo; y tambien sabeis que los cielos compasivos dispusiéron que me avisara mi enano mudo de las órdenes de su sublime magestad. Apénas os hubo precisado el fiel Cador á obedecerme y partiros, se atrevió á penetrar por una puerta excusada en mi quarto á media noche, me sacó de palacio, y me llevó al templo de Orosmades, donde me encerró su hermano el mago dentro de una estatua colosal cuya basa se apoya en los cimientos del templo, y la cabeza toca con la bóveda. Aquí quedé como enterrada, puesto que el mago que me servia cuidó de que nada me faltase. Al rayar el dia, entró en mi quarto el boticario de su magestad con una pócima de beleño, opio, cicuta, eléboro negro, y anapelo; y otro oficial se encaminó á vuestra casa con un cordon de seda azul; nias no halláron á nadie. Por engañar mas al rey, le hizo Cador una falsa denuncia contra nosotros dos, fingiendo que llevábais vos el camino de la India, y yo el de Menfis; y enviáron gente en nuestro seguimiento.
No me conocian los mensageros que fuéron en busca riña, porque casi nunca habia mostrado mi semblante, como no fuese á vos, delante de mi marido y por órden suya. Ibanme persiguiendo por las señas que de mi persona les habian dado; y se encontráron á la raya de Egipto con otra de mi estatura misma, y que acaso era mas hermosa. Estaba bañada en llanto, y andaba desatentada, de suerte que no dudáron de que era la reyna de Babilonia, y la conduxéron á Moabdar. Enojóse violentamente el rey por la equivocacion; mas habiendo luego contemplado mas atentamente á esta muger, vió que era muy hermosa, y se consoló. Llamábase Misuf, nombre que, segun despues me han dicho, significa en egipcíaco la bella antojadiza, y lo era efectivamente; pero no iban en zaga sus artes á sus antojos, tanto que habiendo gustado á Moabdar, le cautivó de manera que la declaró su legítima esposa. Manifestóse entónces su índole sin rebozo, entregándose sin freno á todas las extravagancias de su imaginacion. Quiso precisar al sumo mago, viejo y gotoso, á que baylase en su presencia; y habiéndose negado este, le persiguió de muerte. A su caballerizo mayor le mandó hacer una tarta de dulce; y puesto que representó que no era repostero, todo fué en balde: tuvo que hacer la tarta, y le despidió porque estaba muy tostada. El cargo de caballerizo mayor se le dió á su enano, y á un page le hizo fiscal del consejo: de esta suerte gobernó á Babilonia. Llorábame todo el mundo; y el rey, que hasta que habia mandado ahorcaros y darme veneno habia sido bastante bueno, dexó que sus virtudes corriesen naufragio en su amor á la bella antojadiza. El dia del fuego sagrado vino al templo, y le ví implorar á los Dioses por Misuf, postrado ante la estatua donde estaba yo metida. Alzando entónces la voz, le dixe: "Los Dioses desechan las súplicas de un rey convertido en tirano, y que ha querido quitar la vida á una muger de juicio, por casarse con una loca." Pusiéron estas palabras en tamaña confusion á Moabdar, que se le fué la cabeza. Con el oráculo que habia yo pronunciado, y con la tiranía de Misuf sobraba para que perdiera la razon; y con efecto en pocos dias se volvió loco.
Esta locura, que se atribuyó á castigo del cielo, fué la señal de rebelion: amotinóse el pueblo, y tomó armas; Babilonia, donde reynaba tanto tiempo hacia una muelle ociosidad, se convirtió en teatro de una horrorosa guerra civil. Sacáronme del hueco de mi estatua; pusiéronme al frente de un partido, y fué Cador corriendo á Menfis, para traeros á Babilonia. Noticioso de tan fatales nuevas acudió el príncipe de Hircania con su exército á formar tercer partido en la Caldea, y vino á embestir al rey que le salió al encuentro con su desatinada egipcíaca. Murió Moabdar, traspasado de mil heridas, y cayó Misuf en poder del vencedor. Quiso mi desventura que yo tambien fuera cogida por una partida de guerrilla hircana, que me conduxo á presencia del príncipe, al mismo tiempo que le llevaban á Misuf. Sin duda sabréis con satisfaccion que me tuvo este por mas hermosa que la egipcia, pero no será de ménos sentimiento para vos qué os diga que me destinó para su serrallo, diciéndome sin andarse con rodeos, que luego que concluyese una expedicion militar para la qual iba á partirse, vendria á mí. Figúraos qual fué mi quebranto: rotos los vínculos que con Moabdar me estrechaban, podia ser de Zadig, y caía en los hierros de un bárbaro. Respondíle con toda la altivez que me inspiraban mi alta gerarquía y mis afectos, habiendo oido decir toda mi vida que las personas de mi dignidad las habian dotado los cielos de tal grandeza, que con una palabra y un mirar de ojos confundian en el polvo de la nada á quantos temerarios eran osados á apartarse un punto del mas reverente acatamiento. Hablé como reyna, pero fuí tratada como una moza de cántaro: el Hircano, sin dignarse siquiera de responderme, le dixo á su eunuco negro que yo era mal hablada, pero que le parecia linda. Mandóle que me cuidase y me diera el trato que á las que estaban en su privanza, para que me volviesen los colores, y fuese mas digna de sus caricias el dia que le pareciese oportuno honrarme con ellas. Díxele que me mataria, y me respondió riéndose que ninguna se mataba por esas cosas, y que estaba acostumbrado á semejantes melindres, y se fué dexándome como un xilguero en jaula. ¡Qué situacion para la primera reyiia del universo, y mas para un corazon que era de Zadig!
El qual se hincó de rodillas al oir estas razones, regando con sus lágrimas las plantas de Astarte. Alzóle esta cariñosamente, y prosiguió diciendo: Víame en poder de un bárbaro, y en competencia con una loca con quien estaba encerrada. Contóme Misuf su aventura de Egipto; y por la pintura que de vos hizo, por el tiempo, por el dromedario en que ibais montado, y por las demas circunstancias vine en conocimiento de que era Zadig quien habia peleado en su defensa; y no dudando de que estuviérais en Menfis, me determiné á refugiarme en esta ciudad. Bella Misuf, le dixe, vos sois mucho mas donosa que yo, y divertiréis mas bien al príncipe de Hircania: procuradme medio para escapar; reynaréis vos sola, y me haréis feliz, librándoos de una rival. Misuf me ayudó á efectuar mi fuga, y me partí secretamente con una esclava egipcia.
Ya tocaba con la Arabia, quando me robó un bandolero muy nombrado, llamado Arbogad, el qual me vendió á unos mercaderes que me traxéron á este palacio, donde reside el señor Ogul, que me compró sin saber quien yo fuese. Es este un gloton, que solo piensa en atracarse bien, y cree que le ha echado Dios al mundo para disfrutar de una bueua mesa. Está tan excesivamente gordo, que á cada instante parece que va á reventar. Su médico poco influxo tiene con él quando hace buena digestion, pero le manda despóticamente quando tiene ahitera; y ahora le ha hecho creer que le habia de sanar con un basilisco hervido en agua de rosas. Ha prometido dar su mano á la esclava que le traxere un basilisco, y ya veis que yo las dexo que se merezcan tan alta honra, no habiendo nunca tenido ménos ganas de topar el tal basilisco que desde que han querido los cielos que volviese á veros.
Dixéronse entónces Astarte y Zadig quanto á los mas generosos y apasionados pechos pudiéron inspirar afectos tanto tiempo contrarestados, y tanto amor, y tanta desdicha; y los genios que al amor presiden lleváron las razones de ámbos á la esfera de Vénus.
Tornáronse á la quinta de Ogul las mugeres sin haber hallado nada. Zadig se presentó á él, y le habló así: Descienda del cielo la inmortal Hygia para dilatar vuestros años. Yo soy médico; he venido habiendo oido hablar de vuestra dolencia, y os traygo un basilisco hervido en agua de rosas; no porque aspire á casarme con vos, que solo os pido la libertad de una esclava jóven de Babilonia, que os vendiéron pocos dias hace; y me allano á permanecer esclavo en su lugar, si no tengo la dicha de sanar al magnifico señor Ogul.
Fué admitida la propuesta, y se partió Astarte para Babilonia en compañía del criado de Zadig, prometiéndole que le despacharia sin tardanza un mensagero, para informarle de quanto hubiese sucedido. No ménos que su reconocimiento fuéron amorosos sus vales: porque, como está escrito en el gran libro del Zenda, las dos épocas mas solemnes de la vida son el instante en que nos volvemos á ver, y aquel en que nos separamos. Queria Zadig á la reyna tanto como se lo juraba, y la reyna queria á Zadig mas de lo que decia.
Zadig habló de esta suerte á Ogul: Señor, mi basilisco no se come, que toda su virtud se os ha de introducir por los poros; yo le he puesto dentro de una odre bien henchida de viento, y cubierta de un cuero muy fino; es menester que empujeis hácia mí dicha odre en el ayre con toda vuestra fuerza, y que yo os la tire muchas veces; y con pocos dias de dieta y de este exercicio veréis la eficacia de mi arte. Al primer dia se hubo de ahogar Ogul, y creyó que iba á exhalar el alma; al segundo se cansó ménos, y durmió mas bien: por fin á los ocho dias recobró toda la fuerza, la salud, la ligereza, y el buen humor de sus mas floridos años. Zadig le dixo: Habeis jugado á la pelota, y no os habeis hartado: sabed que no hay tal basilisco en el mundo; que un hombre sobrio y que hace exercicio siempre vive sano, y que tan imaginado es el arte de amalgamar la gula con la salud como la piedra filosofal, la astrología judiciaria, y la teología de los magos.
Conociendo el primer médico de Ogul quan peligroso para la medicina era semejante hombre, se coligó con el boticario del gremio para enviarle á buscar basiliscos al otro mundo: de suerte que habiendo sido castigado siempre por sus buenas acciones, iba á morir por haber dado la salud á un señor gloton. Convidáronle á un espléndido banquete, donde le debian dar veneno al segundo servicio; pero estando en el primero, recibió un parte de la hermosa reyna, y se levantó de la mesa, partiéndose sin tardanza. El que es amado de una hermosa, dice el gran Zoroastro, de todo sale bien en este mundo.