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Kitabı oku: «Crónica de la conquista de Granada (2 de 2)», sayfa 6

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CAPÍTULO XVII

De las disposiciones del Rey Católico para sitiar la ciudad de Baza, y de las medidas que tomaron los moros para defenderse
Año 1489.

Al borrascoso invierno del año pasado, se siguió la primavera de 1489, y las tropas cristianas convocadas para la prosecucion de la guerra, se pusieron en movimiento para reunirse en Jaen, donde llegaron tarde, y con no poca dificultad, porque las grandes aguas recientes habian hecho casi intransitables los caminos, y muy trabajoso el vado de los rios. Pero juntándose al fin en aquella ciudad trece mil caballos y cuarenta mil infantes, pudo el Rey abrir la campaña, y á últimos de mayo pasó la frontera con su ejército. La Reina, con el Príncipe don Juan y las Infantas, permaneció en Jaen, servida y acompañada por el gran cardenal de España, y otros prelados que asistian en sus consejos. El propósito de Fernando era sitiar la ciudad de Baza, que era la llave de las posesiones que le quedaban al moro. Tomada esta importante plaza, tendrian que someterse luego las de Guadix y Almería; el Zagal quedaria sin apoyo, y se daba el último golpe á su poder. Á medida que avanzaba el ejército, tuvieron los cristianos que combatir varios castillos y lugares fuertes en las cercanías de Baza, para asegurarse contra la molestia que pudieran ocasionarles. Pero esto no siempre se conseguia sin trabajo: la villa de Cujar hizo una resistencia porfiada; y su alcaide el bizarro Hubec Adalgar, oponiendo la fuerza á la fuerza, y los ingenios á los ingenios, frustró varias tentativas de los cristianos ya para ganar el muro por asalto, ya para derribarlo con pertrechos. Defendíanse los moros desde sus almenas con toda clase de armas arrojadizas; y por medio de unas calderas asidas unas á otras con cadenas, arrojaban fuego sobre el enemigo, quemándole los manteletes y otras máquinas que tenia para el asalto. Duró este sitio algunos dias; pero al fin hubo de ceder el valor del alcaide á la fuerza superior de los sitiadores, y se entregó la plaza, concediéndola el Rey un partido honroso. Los habitantes y la guarnicion salieron con sus efectos y armas, y conducidos por el valiente Hubec Adalgar tomaron la direccion de Baza.

El Zagal, que se hallaba en Guadix, distante pocas leguas de Baza, se aprovechó de las demoras que por estas causas sufria el ejército cristiano, para hacer las prevenciones necesarias á su defensa. Sabia que habia llegado el caso de hacer el último esfuerzo para la conservacion de los dominios que le quedaban, y que esta campaña iba á determinar si permaneceria Monarca ó viviria vasallo. Confiando en la fortaleza de la ciudad de Baza, no creyó necesario acudir allá en persona, pero aumentó la guarnicion enviando desde Guadix toda la fuerza que tenia disponible, abasteció la plaza completamente, y convocó en su defensa á todo el que se tenia por verdadero musulman, y amaba la religion, su pátria y su libertad. Las ciudades de Purchena y de Tabernas, y otras de aquella serranía obedeciendo esta intimacion, corrieron á las armas: las Alpujarras arrojaron de su pedregoso seno una multitud de hombres de pelea, que acudieron á la defensa de Baza; y muchos caballeros de Granada, desdeñando el ócio y tranquilidad en que vivian bajo el gobierno de un Rey tributario, salieron ocultamente de la ciudad, y se reunieron con sus valientes patriotas para el mismo objeto. Pero las esperanzas del Zagal se fundaban principalmente en el valor y lealtad de Cidi Yahye Alnayar Aben Zelim, deudo suyo y alcaide de Almería, á quien habia mandado venir á Baza con todas las tropas de su mando. Llegaban éstas á diez mil hombres, soldados aguerridos y avezados á los trabajos, asi como de mucha experiencia en todo género de ardides, emboscadas y evoluciones. Gobernados á una sola voz de su capitan, acometian impetuosos, ó se detenian en medio de su carrera; y al sonido de la trompeta, se recogian, se ordenaban, ó revolvian contra el enemigo con maravillosa prontitud y destreza. Semejantes á una tempestad, daban sobre sus contrarios de repente, esparciendo el estrago y la consternacion, y luego con increible ligereza se retiraban; de manera que pasado el sobresalto, no se veia mas que una nube de polvo, ni se oia sino el galopear de los caballos.

Entrando Cidi Yahye por las puertas de Baza con sus diez mil valientes, fue recibido por el pueblo con aclamaciones. El Zagal, aunque permanecia en Guadix, se creia seguro de aquella plaza por la confianza que tenia en su pariente, y se felicitaba de tener un general de su sangre y tan valiente á la cabeza de sus tropas. Con estos refuerzos llegaba la guarnicion á veinte mil hombres, mandados por tres capitanes principales; el uno Mohamed Ben Hazen, llamado el veterano, el otro Abu Halí, alcaide de la guarnicion primitiva, y el tercero Hubec Adalgar, que lo habia sido de la de Cujar. Pero sobre todos éstos ejercia la autoridad suprema el príncipe Cidi Yahye, por su nacimiento real, y porque gozaba la confianza particular del Rey.

La ciudad de Baza está fundada en un valle espacioso, ocho leguas de largo y tres de ancho, que se llamaba la Hoya de Baza, y la rodea una sierra que es la de Habalcohol, de donde descienden las aguas de dos rios que riegan y fertilizan el pais. Por una parte protegian á la ciudad las ramblas y cuestas de la sierra inmediata, y un castillo poderoso; y por otra, la defendia un fuerte muro guarnecido de muchas y grandes torres: los arrabales eran grandes, pero mal fortificados con una cerca de tapia y casa-muro. Enfrente de los arrabales, habia una frondosa huerta con muchos árboles y frutales, que ocupaban casi una legua en circuito. Aqui tenian los vecinos pudientes sus torres ó casas de campo, aqui sus jardines y huertos llenos de flores y legumbres, y regados por las abundantes aguas de la sierra; sirviendo de proteccion á la ciudad esta multitud de árboles, torres y acequias, por los impedimentos que ofrecian al paso de un enemigo.

No obstante que la prevencion hecha en Baza de armas, municiones y víveres, era mas que suficiente para un sitio de quince meses, continuaban todavia los preparativos cuando se presentó á vista de la ciudad el ejército de Fernando. Veíanse por una parte cuadrillas de á caballo y de á pié, dirigiéndose presurosas hácia las puertas, y arrieros con numerosas recuas, aguijando sus cansadas caballerías, todo con el afan de ponerse á cubierto de la tormenta que amenazaba: por otra, venia por el valle adelante á par de una nube preñada, el ejército cristiano con estruendo de cajas y trompetas, que hacian retumbar la sierra, y con armas resplandecientes, cuyo brillo reverberaba desde lejos. Sentó Fernando sus reales un poco desviados de aquella espesura de huertas, y envió á intimar la rendicion á la ciudad, ofreciendo las condiciones mas favorables en el caso de una sumision inmediata, y protestando del modo mas solemne no alzar mano del sitio hasta quedar dueño de la plaza.

Recibida esta intimacion, tuvieron los caudillos moros un consejo de guerra. El príncipe Cidi Yahye, irritado por las amenazas del Rey, queria que se le contestase declarando que la guarnicion, lejos de entregarse, se batiria hasta quedar sepultada en las ruinas de sus muros. Pero á esto dijo el veterano Mohamed: “¿De qué sirve una declaracion que tal vez nuestros hechos desmentirán? las amenazas deben medirse por las fuerzas que se tiene para cumplirlas, y los hechos deben ser siempre mayores que los ofrecimientos.”

Conforme á este consejo se envió al Monarca cristiano una respuesta lacónica, agradeciéndole la oferta de un partido ventajoso, pero diciéndole que ellos estaban en aquella ciudad, no para dársela sino para defenderla.

CAPÍTULO XVIII

Batalla de las huertas delante de Baza

Sabida por el Rey la resolucion de los caudillos moros, se dispuso á sitiar la plaza con vigor; y pareciéndole necesario adelantar el campo para que la artillería batiese con mas efecto las murallas, lo mandó poner en las huertas cerca de los arrabales. Mientras se verificaba esta operacion, y se fortificaban las estancias, avanzó un destacamento fuerte para ocupar las huertas y contener las salidas del enemigo. Entraron en ellas los capitanes por diferentes puntos con sus batallas ordenadas, mas no sin algun recelo de verse comprometidos en aquel verde laberinto. El maestre de Santiago, que iba delante, previno á sus soldados que se mantuviesen firmes y unidos, asegurándoles que si peleaban con osadía y duraban en el esfuerzo, saldrian triunfantes de cualquiera dificultad y peligro.

Á poco de haber entrado en las huertas, oyeron desde los arrabales el sonido de cajas y trompetas, mezclado con alaridos, y en seguida vieron salir á su encuentro un cuerpo numeroso de infantería mora. Á su cabeza venia el príncipe Cidi Yahye, que los animaba diciéndoles, que iban á pelear por la vida y por la libertad, por sus bienes, por la pátria y por la religion24. “Para nosotros, decia, no hay mas recurso que la fuerza de nuestras manos, el valor de nuestros corazones, y la divina proteccion de Alá.” Á esta exhortacion respondieron los moros con aclamaciones, y se arrojaron animosos al combate. Juntáronse entonces las armas enemigas unas con otras en medio de las huertas, y empezaron á herirse con espadas, lanzas, arcabuces y ballestas. Pero las muchas torres y otros edificios, la espesura de los árboles, y las acequias, daban mayor ventaja á los moros que estaban á pié, que á los cristianos que iban á caballo. Visto este inconveniente, mandaron los capitanes cristianos que se apeasen los ginetes y se juntasen con los peones. Entonces se encendió de nuevo la pelea, y con tal furia, que cada uno parecia disponerse con voluntad á la muerte por dársela al enemigo. Á medida que se empeñaba el combate, las tropas de la una y de la otra parte iban separándose de sus banderas por la estrechez y dificultades del terreno, hasta llegar á batirse sueltos ó por pelotones, sin órden de batalla, y sordos asi á las señales de las trompetas como á la voz de los capitanes. Asi es que mientras en una parte vencian los moros, en otra triunfaban los cristianos. En esta confusion sucedia á veces que los combatientes, ciegos de temor, huian de los suyos mismos, y corrian á refugiarse entre los enemigos, no pudiendo distinguir los unos de los otros en aquella oscura frondosidad. Pero la contienda mas reñida fue la que se trabó al derredor de las torres, donde unos y otros se alojaban como en unas fortalezas pequeñas, y que ganaban y perdian alternativamente. Muchas de estas torres fueron incendiadas, aumentándose los horrores del combate con el humo y llamas que envolvian aquellas arboledas, y con los alaridos de los que morian en el fuego.

Algunos de los capitanes cristianos, en vista de aquel desórden y carnicería, quisieran retraerse de la huerta con sus gentes; pero perdido el tino de la salida no supieron efectuar su retirada. Estando asi las cosas, sucedió que una bala derribó el brazo al alférez de uno de los batallones del gran cardenal, y ya la bandera iba á caer en manos del enemigo, cuando Rodrigo de Mendoza, sobrino del cardenal, mozo de pocos años pero intrépido, se abalanzó á salvarla en medio de una lluvia de balas y saetas, y recobrándola, pasó delante contra los moros con sus soldados, que le siguieron con aclamaciones.

Entretanto quedaba el Rey con la demas tropa á la entrada de la huerta, desde donde expedia sus órdenes, y enviaba socorros á los puntos donde parecia necesario. Pero estaba con mucha pena, porque con el impedimento de los árboles y torres, y del humo que todo lo envolvia, le era imposible descubrir lo que pasaba; y los que salian de la pelea, heridos ó desalentados, no le daban mas que noticias confusas ó contradictorias. De los que se le presentaron en este estado fue uno don Juan de Luna, jóven de un mérito particular, muy favorecido del Rey, y de todos bien quisto por sus buenas prendas. Estaba recien casado con doña Catalina de Urrea, dama de no menos hermosura que nobleza25. Poniéndole al pié de un árbol, procuraron estancar la sangre que le brotaba de una profunda herida; pero fue diligencia inútil; y el malogrado jóven espiró á los pies de su Soberano, que sintió vivamente esta desgracia.

Por otra parte Mohamed Ben Hazen, rodeado de sus capitanes, contemplaba ansiosamente desde los muros esta escena sanguinaria. Doce horas sin intermision habia durado la batalla, impidiendo los árboles y casas que los de la ciudad supiesen el estado en que se hallaba; pero al través de aquella espesura veian relumbrar las lanzas y cimitarras, y subir por diferentes partes de la huerta columnas de humo, al paso que el estrépito de las armas, el tronar de ribadoquines y espingardas, el clamor de los vencedores, y los gemidos de los moribundos, anunciaban el fatal conflicto de los combatientes. Á éstos se añadian los gritos y lamentos de las mugeres, cuando, traidos en hombros de sus compañeros, veian llegar á las puertas de la ciudad sus parientes mas caros, heridos y ensangrentados. Pero cuando vieron exánime á Reduan de Zalfarga, que era uno de sus capitanes mas valientes, fue general el sentimiento, y subió de todo punto la confusion y espanto de los moros. Poco á poco se fue acercando el rumor de la batalla, y al fin vieron á sus guerreros salir de la huerta peleando, y retraerse á un lugar junto á los arrabales, que habian fortificado con palizadas. Llegando aqui los cristianos, establecieron sus estancias junto á las de los moros, fortificándolas igualmente con palizadas, y mandó el Rey que se sentase el campo en la huerta, que con tanto trabajo se habia ganado.

Mohamed Ben Hazen hizo una salida para socorrer al príncipe Cidi Yahye, é intentó desalojar á los cristianos de la importante posicion que ocupaban; pero iba ya entrando la noche, y la oscuridad hizo inútiles sus esfuerzos. Mas no por eso dejaron los moros de dar varios ataques y rebatos en el discurso de la noche; por manera que los cristianos, rendidos con las fatigas y trabajos de aquel dia, no pudieron disfrutar un momento de reposo26.

CAPÍTULO XIX

Sitio de Baza; compromiso del ejército cristiano, y disposiciones con que el Rey completó el cerco de la ciudad

Al dia siguiente presentaba el campo delante de Baza una escena lastimosa. Los cristianos mostraban en la palidez de sus semblantes los trabajos que habian pasado, y los cadáveres que yacian á montones delante de los cuerpos de guardia, daban indicios de los fieros asaltos sostenidos en el discurso de la noche. Las acequias corrian tintas en sangre; las torres incendiadas humeaban todavia; y el suelo, hollado por las pisadas de hombres y caballos, manifestaba haber sido teatro de terribles conflictos entre sitiados y sitiadores. El Rey, con la experiencia de la noche pasada, se convenció del peligro y trabajo que habria en conservar la posicion que ocupaba, y despues de haber consultado con los cabos principales del ejército, determinó retirar el campo y abandonar las huertas.

Este movimiento, á la vista de un enemigo activo y vigilante, era en extremo arriesgado. Para asegurar el éxito, mandó Fernando reforzar los cuerpos de guardia situados cerca de los arrabales, y colocó en órden de batalla en frente de la ciudad una division formidable para hacer rostro al enemigo. Aun no se habia desarmado tienda alguna, y las banderetas con que se distinguian ondeaban todavia sobre los árboles de la huerta; pero entretanto se trabajaba con calor para retirar todo el equipage del ejército á la posicion donde primero se formó el campo. Al caer de la tarde se dió la señal de abatir las tiendas, y desaparecieron todas de repente; se abandonaron los puestos avanzados, la demas tropa se puso en retirada, y todo aquel aparato militar empezó á desvanecerse de la vista de los moros.

Entendiendo Cidi Yahye, aunque tarde, esta sútil maniobra, salió de la ciudad con mucha gente de á pié y á caballo, y atacó furiosamente á los cristianos; pero éstos, que conocian el modo de pelear de los moros, se retiraron en buen órden; y volviendo algunas veces el rostro al enemigo, para proseguir despues su marcha, lograron salir con poco daño de aquel peligroso laberinto.

Puesto ahora el campo en parte mas segura, convocó el Rey un consejo de guerra, para determinar el modo de proceder, y fueron muy diversos los pareceres. Las dificultades que presentaba esta empresa por la fuerza y extension de las defensas de la plaza, por la muchedumbre de moros que la defendian y por la naturaleza del terreno, influyeron con el marqués de Cádiz para que votase contra la continuacion del sitio. Don Gutierre de Cárdenas, al contrario, aconsejó que se prosiguiese lo comenzado, porque si otra cosa se hiciese pareceria temor y flaqueza, cobraria nuevos brios el enemigo, y tomando incremento el partido del Zagal, quedaba Boabdil expuesto á que se le rebelase su inconstante pueblo. Esta opinion alhagaba el amor propio de Fernando; pero al reflexionar sobre los trabajos que el ejército habia pasado, los que aun tendria que padecer si se continuaba el sitio, y la dificultad que habria para proveer los mantenimientos necesarios, le pareció mas acertado el consejo del marqués de Cádiz, y determinó seguirlo.

Los soldados, sabiendo que el Rey trataba de levantar el campo, tan solo por escusar los trabajos y peligros á que estaban expuestos, se llenaron de un entusiasmo generoso, y todos á una voz suplicaron que por ningun motivo se abandonase el sitio hasta la rendicion de la ciudad. En esta incertidumbre, envió Fernando sus mensageros á la Reina, que estaba en Jaen, para consultarla sobre el partido que convenia tomar. La respuesta de Isabel fue, que dejaba á la discrecion del Rey y de los capitanes el levantar ó continuar el sitio que se habia puesto sobre Baza; pero que si se resolvian á perseverar en aquella empresa, ella con la ayuda de Dios daria órden para que fuesen bien provistos de gente, víveres, dinero y todo lo que fuese necesario hasta la toma de la ciudad. Con esta seguridad se animó Fernando á continuar el sitio, y comunicada á los soldados la determinacion del Rey, la recibieron con tanto regocijo como la noticia de una victoria.

Entretanto el príncipe moro, Cidi Yahye, que habia tenido noticia de estos debates, no dudaba que el ejército sitiador alzase luego el campo y se retirase. Un movimiento que notó en el real cristiano, parecia confirmar esta esperanza; pues vió abatirse tiendas y desfilar las tropas por el valle. Pero esta ilusion lisonjera fue de poca duracion: el Rey Católico no habia hecho mas que dividir su hueste en dos reales, para mas estrechar el sitio. El uno, que se componia de cuatro mil caballos y ocho mil infantes, con toda la artillería y los pertrechos de batir, se colocó á las faldas de la sierra, entre ésta y la ciudad; y en él se aposentaron el marqués de Cádiz, don Alonso de Aguilar, y don Luis Fernandez Portocarrero, con otros caballeros distinguidos. En el otro mandaba el Rey en persona con seis mil caballos, una infantería numerosa, y las gentes de las montañas de Vizcaya y Guipuzcoa, y las del reino de Galicia. Entre otros caballeros, estaban con el Rey el conde de Tendilla, don Rodrigo de Mendoza, y don Alonso de Cárdenas, maestre de Santiago. Estaban estos dos campamentos situados á partes opuestas de la ciudad, y del uno al otro habria la distancia de media legua: el terreno de en medio estaba ocupado por las huertas; y por esto se tuvo cuidado de fortificar á entrambos con trincheras, palizadas y otras defensas.

El veterano Mohamet, miraba cuidadoso estos dos campamentos tan formidables; pero todavia se consolaba pareciéndole que estando tan separados el uno del otro, y con aquella espesura de huertas en medio, no podrian socorrerse mútuamente en caso necesario. Mas no tardó en venir el desengaño para destruir esta confianza. Apenas acabaron de fortificar los reales, cuando se dejó sentir allá en las huertas el ruido de herramientas, y el hundimiento de árboles; y con sorpresa y dolor vieron los moros de la ciudad como iban desapareciendo aquellas deliciosas arboledas, postradas por los gastadores de Fernando. Animados de un celo ardoroso, salieron á proteger aquellos sitios, que eran su placer y su recreo; y por muchos dias fueron las huertas teatro de escaramuzas y refriegas muy sangrientas. Pero entretanto, seguia la devastacion, y los taladores protegidos por la tropa, continuaban su trabajo. Era una empresa que exigia infinita paciencia, y esfuerzos gigantescos, pues era tal la magnitud y espesura de los árboles, que aunque trabajaban para derribarlos cuatro mil hombres armados con destrales, apenas lograban escombrar cien pasos en cuadro cada dia; y por otra parte, ponian los moros tanto impedimento, que pasaron cuarenta dias primero que se acabase de arrasar las huertas.

Asi quedó la ciudad de Baza despojada de aquel verdor lozano que la hermoseaba, y que constituia á un mismo tiempo su proteccion y sus delicias. Prosiguiendo los sitiadores su trabajo, lograron al fin cercar enteramente y aislar la plaza: abrieron en lo llano una zanja profunda, que llegaba del un real al otro, y por medio de ella hicieron correr las aguas de la sierra; fortificándola ademas con una gran palizada y con quince castillos que levantaron de trecho en trecho. Por la parte de la sierra se hizo otra zanja, fortificada con las mismas defensas que la primera; quedando asi los moros cercados por todas partes con fosos, palizadas y castillos, en términos que no les era posible en sus salidas exceder de esta gran línea de circunvalacion, ni recibir socorros de fuera. Finalmente, se deliberó quitarles el agua de una fuente que habia cerca de la ciudad. Á esta fuente tenian los moros un afecto particular, pues era casi indispensable á su subsistencia; y sabiendo por algunos desertores, que el Rey trataba de apoderarse de ella, salieron una noche y fortificaron sus alrededores tan eficazmente, que tuvieron los cristianos que abandonar el proyecto, y dejar á los moros este recurso.

24.Illi Mauri pro fortunis, pro libertate, pro laribus patriciis, pro vita denique certabant. Petri Martir epist. 70.
25.Mariana. P. Martir. Zurita.
26.Pulgar, part. III, cap. 106, 107. Cura de los Palacios, cap. 92. Zurita, lib. XX. cap. 81.
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28 eylül 2017
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