Kitabı oku: «Cuentos de la Alhambra», sayfa 3
Economía doméstica
Tiempo es ya de dar alguna idea del método de vida que establecí en esta singular habitacion. El palacio de la Alhambra está al cuidado de una buena vieja llamada D.ª Antonia Molina; pero mas conocida con el nombre familiar de la tia Antonia. Esta procura tener en buen estado las salas y jardines, y enseñarlos á los curiosos; y en recompensa recibe los regalos de los viageros y dispone de todo el producto de los jardines, escepto el tributo de frutas y flores que envia de cuando en cuando al gobernador. Esta buena muger y su familia, compuesta de un sobrino y una sobrina, hijos de dos hermanos suyos, habitan un ángulo del palacio. El sobrino Manuel Molina, es un jóven de carácter sólido y de una gravedad verdaderamente española. Despues de haber servido algun tiempo en España y en América, dejó la carrera militar y se puso á estudiar medicina, con la esperanza de ser un dia médico de la Alhambra, plaza que cuando menos vale tres mil reales al año. En cuanto á la sobrina es una andalucilla fresca y rolliza, de ojos negros y gesto risueño, que aunque se llama Dolores, desmiente con su alegre afabilidad la tristeza de este nombre. Esta jóven es la heredera declarada de todos los bienes de su tia, que consisten en algunas bicocas de lo interior del fuerte, cuyo alquiler produce cerca de tres mil reales. Desde los primeros dias de mi residencia en la Alhambra, ya descubrí yo que un amor discreto unia al prudente Manuel y á su vivaracha prima, los cuales solo esperaban para ver colmados sus votos la dispensa del Papa, precisa á causa del parentesco, y el título que debia dar al futuro el carácter de doctor.
Concerté con la señora Antonia todo lo relativo á mi habitacion y asistencia, y quedó convenido que la gentil Dolores cuidaria de mi aposento y me serviria á la mesa. Tenia ademas á mis órdenes un muchacho alto, rojo y tartamudo llamado Pepe, que trabajaba de ordinario en el jardin, y que me hubiera servido de criado con la mejor voluntad, á no haberle ganado por la mano Mateo Gimenez, el hijo de la Alhambra. Este despejado y oficioso personage, sin saber cómo, habia conseguido no separarse de mí desde nuestro primer encuentro; se entrometia en todos mis planes, y al fin logró ser admitido en debida forma como ayuda de cámara, Cicerone, guia y escudero-historiógrafo. Habíame sido preciso mejorar el estado de su guardaropa para que no afrentase al amo en el desempeño de sus diversas funciones; y en consecuencia, bien como la serpiente deja la piel, habia él dejado la vieja capa parda, y con no poca sorpresa de sus camaradas, se presentaba en la fortaleza con una chaqueta y un sombrero andaluz muy graciosos. El principal defecto de Mateo era un celo escesivo y un deseo inquieto de ser útil, con que llegaba á hacerse importuno. Como no dejaba de conocer que casi me habia forzado á admitirle en mi servicio, y que mis costumbres sencillas y tranquilas hacian de su empleo un beneficio simple; daba tormento á su ingenio para hallar medios de hacerse necesario á mi bien estar interior. En cierto modo era yo víctima de su solicitud, porque no podia poner el pie en el umbral del palacio para salir á dar un paseo por la fortaleza, sin verle luego á mi lado para esplicarme todo lo que se presentase, y si me resolvia recorrer las colinas inmediatas, se empeñaba en seguirme para servirme de guarda; bien que yo estoy íntimamente convencido de que en caso de algun ataque, antes hubiera apelado á la ligereza de los pies que á la fuerza de los brazos. Con todo eso el pobre mozo era algunas veces divertido: sencillo, siempre de buen humor, y parlanchin como un barbero de lugar, está al corriente de todos los chismes del pueblo; pero lo que le da mas orgullo es el tesoro de noticias locales que posee. No existe en la fortaleza una sola torre, una puerta, una bóveda de la que no sepa una historia llena de prodigios, y creida por él como artículo de fe. La mayor parte de estas consejas las ha heredado de su abuelo, un sastrecillo hablantin y novelero, que habiendo vivido cerca de cien años, solo dejó dos veces el recinto de la fortaleza. Su tienda fue por mas de un siglo el punto de reunion de un enjambre de venerables chuzonas, que pasaban allí una parte de la noche hablando de los tiempos antiguos, de los acontecimientos maravillosos y de los misterios del edificio. Toda la vida, las acciones, los pensamientos del sastrecillo historiador habian quedado encerrados en los muros de la Alhambra: aquellos muros le vieron nacer, crecer y envejecer; allí halló su existencia, allí murió y allí fue enterrado. Mas felizmente para la posteridad, sus tradiciones no murieron con él: el auténtico Mateo, cuando era mozalvete, escuchaba embelesado las narraciones de su abuelo y de las viejas que formaban su tertulia, y de este modo acumuló en su cabeza un tesoro de conocimientos verdaderamente preciosos sobre la Alhambra: conocimientos que no se hallan en ningun libro, y que en realidad son dignos de la atencion de todo viagero curioso. Tales eran los personages que contribuían á hacer cómoda y agradable mi vida doméstica de la Alhambra; y yo creo que ninguno de los soberanos cristianos ó musulmanes que me precedieron en aquel palacio, fue servido con mas fidelidad, ni gozó de un imperio mas pacífico.
Luego que me levantaba, Pepe, el jardinero tartamudo, me traía flores acabadas de coger, y la diestra mano de Dolores, que no dejaba de tener cierto orgullo mugeril en la decoracion de mi cuarto, las colocaba luego en jarros dispuestos al intento. Almorzaba y comia segun el humor que reinaba, ya en una de las salas, ya bajo los pórticos del patio de los Leones, rodeado de flores y de fuentes; y cuando deseaba correr la campiña, mi infatigable escudero me acompañaba á los parages mas pintorescos de los montes ó valles inmediatos, refiriéndome en cada uno de estos puntos alguna aventura maravillosa de que habia sido teatro. No obstante mi aficion á la soledad, solia interrumpir la uniformidad de la mia, pasando algunos ratos con la familia de Doña Antonia, que se reunia de ordinario en una antigua cámara morisca que servia de cocina y de salon. Á un estremo de la pieza estaba una chimenea groseramente construída, cuyo humo habia tiznado las paredes, y borrado casi del todo los arabescos; al otro habia un balcon que caía á la orilla del Darro, y daba libre entrada á la fresca brisa de la noche. Allí pues hacia yo mi frugal cena, compuesta de frutas y leche, entreteniéndome al mismo tiempo con la conversacion de aquellas buenas gentes. Nunca deja de hallarse entre los españoles lo que ellos llaman ingenio natural; y de ahí es que cualquiera que sea su educacion y su clase, siempre su conversacion es interesante y agradable; á lo cual debe añadirse, que merced á cierta dignidad inherente al carácter, nunca son bajos sus modales. La buena tia Antonia es una muger de no menos ingenio que juicio, aunque sin ninguna especie de cultura; y la graciosa Dolores, que en todo el discurso de su vida no habia leido cuatro volúmenes, ofrecia una reunion interesante de sencillez y agudeza, y muchas veces me dejaba admirado con sus discretas ocurrencias. Algunas noches el sobrino, con el conocido objeto de instruir y agradar á su primita, nos leía una comedia de Calderon ó Lope de Vega; mas con grande mortificacion suya, la muchacha solia quedarse dormida antes de concluirse el primer acto. De cuando en cuando recibia la tia Antonia á sus humildes amigos y dependientes las mugeres de los inválidos y los habitantes de la aldea, todos los cuales miraban con el mayor respeto á la intendenta del palacio, la hacian la córte, y la participaban las noticias de la fortaleza y las novedades que corrian por Granada, cuando llegaban por casualidad á sus oidos. En estos corrillos de viejas he aprendido yo muchas veces hechos curiosos, que me han ilustrado mucho sobro las costumbres del pueblo español, instruyéndome en ciertas particularidades muy interesantes de los usos locales. Que se me perdone pues la relacion de estas sencillas diversiones, que tal vez parecerá insignificante á los que no conocen el embeleso que las daban á mis ojos los sitios en donde pasaban. Hallábame en un suelo encantado y rodeado de recuerdos romanticos. Salido apenas de la infancia, recorrí en las riberas del Hudson una antigua historia de las guerras de Granada, y esta ciudad se hizo el objeto de mis dulces delirios. Desde aquel momento mi imaginacion me habia trasportado mil veces á los salones de la Alhambra, y al verme ahora en ellos, bastaba apenas el testimonio de mis sentidos á persuadirme que se hubiese realizado para mí un verdadero castillo en España1. ¿Me hallo efectivamente, decia, en el palacio de Boabdil? ¿Es aquella Granada tan célebre en los fastos de la caballería, la que distingo desde este elevado balcon? Sí, no es ilusion: recorro á mi placer estos salones orientales, oigo el murmullo de las fuentes, respiro la fragancia de las rosas, cedo á la influencia de esta atmósfera embalsamada, y casi me persuado que me hallo en el paraiso de Mahoma, y que la tierna y graciosa Dolores es una de las hurís de brillantes ojos, destinadas á hacer la felicidad de los verdaderos creyentes.
Tradiciones locales
El pueblo español tiene una pasion oriental á los cuentos, y señaladamente á los que refieren acontecimientos maravillosos. Es muy comun en España el ver á las gentes vulgares reunidas en un corro á la puerta de sus cabañas, ó bajo las inmensas campanas de las chimeneas de las ventas, escuchando embelesadas las leyendas en que se trata de las peligrosas aventuras de los viageros, ó de las refriegas de los ladrones y contrabandistas. Pero los temas favoritos de estas historias son los tesoros escondidos por los moros: al atravesar aquellas montañas desiertas, teatro otro tiempo de tantos combates gloriosos, no encuentra el viagero una sola atalaya puesta sobre un pico elevado en medio de las rocas, ó dominando un lugarejo que parece abierto á pico en la peña, sin que el mozo que le acompaña no se quite el cigarro de la boca para referirle alguna conseja de las monedas árabes que están enterradas bajo sus cimientos. Ni se halla tampoco un solo alcázar en las ciudades que no tenga tambien su historia dorada, trasmitida entre los pobres del pueblo de generacion en generacion.
Estas tradiciones, como la mayor parte de las fábulas populares, deben su orígen á algunos hechos verdaderos. Durante las guerras de moros y cristianos, que afligieron por tanto tiempo el pais, los castillos y las ciudades mudaban de dueño con gran frecuencia, y sus habitantes cuando se veían sitiados, solian enterrar sus alhajas y dinero en las cuevas y en los pozos, como se practica aun en las naciones guerreras del oriente. En la época de la espulsion de los moros, muchos de ellos escondieron los efectos mas preciosos que poseían, con la esperanza de regresar muy pronto á su tierra natal y recobrar su tesoro. Ello es cierto que algunas veces cavando entre las ruinas, ó en las inmediaciones de las casas ó palacios moriscos, se han hallado arcas llenas de monedas de oro y de plata, que vuelven á ver la luz despues de haber estado enterradas por espacio de muchos años; y basta un corto número de estos hechos para dar lugar á mil fábulas.
Estas historias se presentan con aquella reunion de gótico y oriental, que en mi concepto caracteriza todos los usos y rasgos esenciales de las costumbres de España, señaladamente en las provincias meridionales: el tesoro escondido está siempre protegido por un encanto; unas veces le defiende un horrible dragon, otras le guardan unos moros encantados, que al cabo de siglos permanecen aun armados de punta en blanco, con la espada desnuda é inmóviles como unas estátuas, en el sitio donde fueron enterradas sus riquezas.
Es muy natural que la Alhambra, en razon de las circunstancias particulares de su historia, preste materia mas amplia á estas ficciones que ninguno de los otros lugares célebres en las crónicas; y algunos vestigios encontrados de tarde en tarde entre sus ruinas, han acreditado las maravillosas tradiciones que sobre ellos andan esparcidas. En una ocasion se desenterró una olla llena de oro, y el esqueleto de un gallo; y los mas inteligentes en estas materias, opinaron que esta ave habia sida enterrada viva. En otro tiempo se descubrió una caja, y dentro de ella se halló un grande escarabajo cubierto de inscripciones árabes, que se creyó fuesen palabras mágicas de gran virtud. En una palabra, los ingenios mas aventajados de la poblacion andrajosa de la Alhambra, se han devanado los sesos hasta lograr que no hubiese en esta antigua fortaleza una torre, una sala, ni una bóveda sin su correspondiente historia prodigiosa. Creo que los capítulos anteriores habrán familiarizado ya á mis lectores con las localidades de este palacio, y así voy á engolfarme atrevidamente en sus pasmosas leyendas, que me ha sido preciso restaurar enteramente, reuniendo los fragmentos que me fueron contados en diferentes épocas y por distintas personas; bien así como un sábio anticuario suele formar un documento histórico con algunas letras sueltas de una inscripcion medio borrada por el tiempo.
Si el lector encontrase en mis relaciones alguna cosa increible, tenga la bondad de considerar que el sitio en que me hallo no puede gobernarse por las leyes de la probabilidad que rigen en las escenas de la vida comun. El suelo que piso está encantado, y los acontecimientos mas tribiales reciben en él un aspecto sobrenatural y maravilloso.
La Casa del Gallo
En la cumbre de la alta colina del Albaicin, que es el barrio mas elevado de Granada, se ven los restos de un castillo levantado poco despues de la conquista de España por los árabes. Al presente está trasformado en una fábrica, y ha caido en tal olvido, que á pesar del ausilio que me prestaba el sapientísimo Mateo, me costó gran trabajo el descubrirle. Este edificio conserva aun el nombre con que fue conocido por espacio de algunos siglos; esto es, el de casa del Gallo de viento. Se llamó así por tener en la parte superior una figura de bronce que giraba á modo de veleta á todos vientos, y representaba un guerrero á caballo, armado de lanza y adarga, con dos versos árabes, que dicen así traducidos al castellano:
Dice el sábio Aben-Habuz
Que así se defiende el andaluz.
Este Aben-Habuz, segun las crónicas árabes, fue uno de los capitanes de Tarik, quien le nombró alcaide de Granada; y es probable que hiciese erigir dicha efigie guerrera, para recordar á los habitantes musulmanes del pais, que hallándose como se hallaban rodeados de enemigos, su seguridad exigia que estuviesen á toda hora prontos á combatir.
Sin embargo, las tradiciones populares esplican de otro modo lo que concierne á Aben-Habuz y su palacio, y nos enseñan que el guerrero de bronce fue en su orígen un talisman que tenia oculta una gran virtud; mas que con el tiempo ha perdido su poder mágico, quedando reducido á una simple veleta.
Estas tradiciones son las que me he propuesto dejar consignadas en el capítulo siguiente.
Leyenda del Astrólogo Árabe
En cierto tiempo, hace muchos siglos, reinaba en Granada un rey moro llamado Aben-Habuz, el cual era un conquistador retirado de los negocios; esto es, un hombre que despues de haber llevado en su juventud una vida de hostilidades y rapiñas continuas, cuando se vió viejo y débil, ya no deseó otra cosa sino vivir en paz con todo el mundo, poner á cubierto sus laureles, y gozar tranquilamente de los estados que habia usurpado á sus vecinos.
Sucedió sin embargo, que este monarca tan razonable y pacífico, tuvo que medir sus fuerzas con algunos rivales jóvenes, que hallándose con todo el fuego de su pasion á la gloria y á los combates, estaban decididos á pedirle cuentas de lo que habia usurpado á sus padres. Algunos puntos distantes de su territorio, que en los dias de su mocedad no se atrevian á rebullirse bajo su mano de hierro, trataron tambien de alborotarse ahora que aspiraba al descanso, llegando á amenazar á la capital. De modo que el desventurado Aben-Habuz, atacado en lo interior y en lo esterior, vivia en continuo sobresalto en medio de las montañas que rodean á Granada, sin saber por qué parte romperian las hostilidades.
En vano levantó atalayas en los montes, en vano hizo guardar todos los pasos por tropas estacionarias, que tenian órden de anunciar la proximidad de los enemigos con fuegos por la noche y ahumadas durante el dia: las habia con enemigos mas activos y vigilantes que él, y que á pesar de todas sus precauciones hallaban siempre medios de penetrar en sus tierras por algun desfiladero, talaban el pais y se llevaban consigo muchos prisioneros. ¿Se vió nunca un conquistador retirado y pacífico mas atormentado que el pobre Aben-Habuz? Hallábase en tan triste situacion, abrumábanle las tribulaciones que por todas partes le rodeaban, cuando se presentó en su córte un médico árabe. Bajábale hasta la cintura una barba blanca y poblada, y todo su aspecto anunciaba una estrema vejez; mas no por esto habia dejado de hacer el viage á Egipto, á pie y sin mas ayuda que el apoyo de un baston en el que estaban grabados algunos geroglíficos. Habíale precedido su celebridad: llamábase Ibrahim Eben Abou Agib, creíasele nacido en tiempo de Mahoma, y se decia que su padre Abou Agib habia sido el último compañero de este profeta. El Eben Abou Agib de que ahora hablamos, habiendo seguido en su juventud el egército victorioso de Amrou en Egipto, fijó su residencia en este pais, en donde permaneció muchos años con el objeto de estudiar las ciencias abstractas, y particularmente la mágia con aquellos sacerdotes. Decíase ademas que poseía el secreto de prolongar la vida, y que por su medio habia cumplido ya mas de dos siglos: la lástima era que habia descubierto el secreto siendo ya muy viejo, y solo habia podido perpetuar sus rugas y sus canas.
Este famoso anciano fue honrosamente acogido por el rey, que como la mayor parte de los monarcas viejos, empezaba ya á manifestar una aficion decidida á los médicos y á los astrólogos. Quiso hospedar á este en su palacio; mas el sábio moro prefirió para su habitacion una caverna de la colina que dominaba á Granada, que fue precisamente la misma en donde mas adelante se edificó la Alhambra. La hizo ensanchar, convirtiéndola en una vasta sala, y practicó en el techo una abertura circular, que comunicando con el esterior, facilitaba el que pudiesen verse las estrellas al lleno del dia, bien así como se ven desde el fondo de un pozo. Las paredes de la sala estaban cubiertas de geroglíficos egipcios, signos cabalísticos, y figuras de las estrellas y constelaciones, y ademas toda la caverna estaba llena de instrumentos que fabricaron bajo la direccion del sábio los artistas mas inteligentes de Granada; mas estos instrumentos tenian cualidades ocultas que solo Ibrahim conocia.
En poco tiempo logró este ser el consejero íntimo del rey, el cual no hacia nada sin consultarle. Cierto dia, hallándose Aben-Habuz con su confidente, se lamentaba lleno de dolor de la injusticia de sus vecinos, y de la continua vigilancia que tenia precision de observar para estorvar sus invasiones. Cuando hubo acabado de lastimarse, le miró el astrólogo en silencio por algunos momentos, y tras esto le dirigió en corta diferencia estas palabras: «Sabe, ó rey, que cuando yo estuve en Egipto ví una gran maravilla, que era obra de una princesa pagana de los tiempos antiguos. Sobre una montaña que domina una ciudad considerable, situada á la orilla del Nilo, se veía la figura de un carnero de bronce, y encima de este estaba un gallo del mismo metal; todo ello giraba sobre un quicio, y cuantas veces se veía el pais amenazado de alguna invasion, se volvia el carnero hácia la parte por donde venia el enemigo, y cantaba el gallo; lo cual advertia á los habitantes de la ciudad del peligro en que se hallaban, indicándoles al mismo tiempo el punto hácia donde debian dirigir su defensa.
– ¡Gran Dios! esclamó el pacífico Aben-Habuz, ¡qué tesoro seria para mí un carnero semejante, que sin cesar tuviese la vista fija en las montañas que me rodean, y un gallo queme advirtiese en caso de peligro! ¡Allah Akbar! ¡Cuánto mas tranquilo dormiria yo si velasen tales centinelas en lo alto de mi palacio!»
El astrólogo dejó pasar los primeros trasportes del rey, y continuó así:
«Despues que el victorioso Amrou (¡téngale Allah en descanso!) hubo acabado la conquista de Egipto, me quedé yo entre los antiguos sacerdotes de este pais, con los cuales estudié los ritos y ceremonias de su idolatría, procurando principalmente penetrar los conocimientos ocultos que les han dado tanta celebridad. Estando un dia en conversacion con un sacerdote anciano, sentados ambos á la orilla del Nilo, me señaló con el dedo las enormes pirámides que se levantaban como unos montes en medio del desierto, y me dijo al mismo tiempo estas palabras: «Todo lo que yo puedo enseñarte no es nada en comparacion de los conocimientos que esas masas gigantescas encierran. En el centro de la pirámide del medio se halla una cámara sepulcral y en donde reposa la momia del gran sacerdote que ayudó á edificar ese enorme edificio, y con él está enterrado tambien un libro maravilloso, que contiene todos los secretos del arte mágica. Este libro lo poseyó Adan antes de su caida, y pasó de padres á hijos hasta el sábio rey Salomon, á quien fue de gran provecho para la construccion del templo de Jerusalen; mas el modo cómo llegó despues al arquitecto de las pirámides, aquel que nada ignora podrá solo decirlo.»
«Luego que oí estas palabras del sacerdote egipcio ardió mi corazon en deseos de poseer el libro; y como podia disponer de una parte del egército victorioso, agregué á ella cierto número de egipcios, y con su ausilio acometí la empresa de penetrar en la sólida masa de la pirámide. Despues de largos trabajos logré descubrir uno de los tránsitos secretos del edificio; le seguí, y arrastrándome al traves de un laberinto lóbrego y espantoso, me introduje en la cámara sepulcral del centro, en donde reposaba hacia muchos siglos la momia del gran sacerdote. Rasgué sus vestiduras esteriores, y desatando las vendas que ceñian el cadáver, hallé al fin el precioso volúmen. Cogíle con mano trémula, y salí presuroso de la pirámide, dejando á la momia del gran sacerdote esperando el último dia en el silencio y la oscuridad de su sepulcro.
– ¡Hijo de Abou Agib! esclamó Aben-Habuz, eres ciertamente un gran viagero, y has visto cosas maravillosas; ¿mas qué tengo yo que ver con el secreto de la pirámide, ni con el libro de la ciencia del sábio Salomon?
– Vas á saberlo, ó rey. Con el estudio constante de este libro me he instruido en todos los secretos de la mágia, y puedo mandar á los genios que me ayuden en la egecucion de mis planes. Conozco el misterio del talisman de Bursa, y puedo construir otro semejante y darle todavía mas fuerza.
– ¡Ó sábio hijo de Abou Agib! dijo Aben Habuz enagenado de alegria; semejante talisman vale mas que las centinelas que tengo en la frontera y las atalayas de los montes. Dame luego esa feliz salvaguardia, y toma todas las riquezas de mi tesoro.»
El astrólogo puso luego manos á la obra para satisfacer los deseos del viejo monarca. Al efecto hizo construir una altísima torre en lo mas elevado del palacio, frente la colina del Albaicin; y es fama que las piedras que sirvieron para su construccion fueron sacadas de una de las pirámides de Egipto. La parte superior de la torre la ocupaba una sala de figura circular, con ventanas que caían á todos los puntos del horizonte; delante de cada una de estas ventanas habia una mesa, y sobre ella, á manera de un juego de ajedrez, estaba colocado un pequeño egército, compuesto de infantería y caballería con su rey á la cabeza, labrado todo en madera. Junto á cada mesa se veía ademas una lanza del tamaño de un punzon, en la cual estaban grabados ciertos caracteres caldeos. La rotunda estaba siempre cerrada con una puerta de bronce y una reja de acero, cuya llave guardaba el rey. En lo mas alto de la torre habia sobre un quicio una figura de bronce, que representaba un guerrero moro con una adarga en la una mano y una lanza en la otra: tenia la cara vuelta hácia la parte de la ciudad, en actitud de velar sobre ella; mas en el momento en que se acercaba algun enemigo, se volvia hácia el punto amenazado, enristrando al mismo tiempo la lanza.
Concluido que estuvo el talisman, impaciente Aben-Habuz de esperimentar su eficacia, deseaba una invasion tanto como antes la habia temido. No tardaron á cumplirse sus deseos: acababa de amanecer una mañana, cuando el centinela de la torre avisó al rey que el guerrero de bronce estaba vuelto hácia la parte de Elvira, y su lanza apuntaba en línea recta al paso de Lope.
«Corre pues, dijo el rey, que los atambores y trompetas toquen inmediatamente al arma, y acuda á la defensa toda Granada.
– Ó rey, dijo el astrólogo, deja descansar á tus guerreros, que no es necesaria la fuerza para librarte de los enemigos. Manda que se retiren tus criados, y subamos solos á la pieza secreta de la torre.»
El anciano Aben-Habuz subió la escalera de la torre, apoyado en el brazo de Ibrahim Eben Abou Agib, que aun era mas viejo, y abriendo la puerta de bronce se entraron ambos en la rotunda, en donde encontraron abierta la ventana que miraba al paso de Lope. «Por este lado, dijo el astrólogo, viene el peligro; acércate, ó rey, y contempla las maravillas de la mesa.»
Llegóse Aben-Habuz al tablero en donde estaban colocadas las figuritas de madera, y advirtió con gran sorpresa que todas estaban en movimiento. Los caballos caracoleaban y batian el suelo con los pies, los guerreros blandian las lanzas, y oíase como en miniatura el sonido de las trompetas y atambores, el crugido de las armas y el relincho de los corceles; mas todo esto no producia sino un ruido muy débil, semejante al zumbido de una abeja.
«Ves aquí, ó gran rey, dijo el astrólogo, la prueba de que tus enemigos están en campaña y deben venir por el paso de Lope. ¿Quieres introducir la confusion en sus filas por medio de un terror pánico, y forzarlos á que se retiren sin efusion de sangre? no tienes mas que herir esas figuras con el asta de la lanza mágica; mas si por el contrario quieres sangre, tócalas con la punta.»
El semblante del pacífico Aben-Habuz se cubrió por un momento de un colorido cárdeno, y el movimiento de su cana y poblada barba descubria el trasporte que agitaba todos los músculos de su rostro: tomó con mano trémula la lanza y se acercó á la mesa. «Hijo de Abou Agib, dijo, creo que se verterá una poca sangre.»
Dichas estas palabras hirió con la punta de la lanza algunas de aquellas figuras mágicas, y tocó las otras con el cuento. Los primeros guerreros cayeron al momento muertos sobre el tablero, y los demas revolviéndose unos contra otros, trabaron confundidos un combate, cuyos resultados eran en corta diferencia iguales para unos y otros.
No costó poco trabajo al astrólogo el contener la mano del monarca mas pacífico, para impedirle que esterminase hasta el último de sus enemigos; mas al fin consiguió hacerle bajar de la torre para enviar espias á los montes por el paso de Lope.
Regresados estos, refirieron al rey que un egército cristiano, cruzando la sierra, habia llegado casi hasta las puertas de Granada; mas que de repente, suscitándose entre ellos una quimera, habian vuelto sus armas unos contra otros, y despues de un combate muy encarnizado, se habian retirado á sus fronteras.
El buen Aben-Habuz no cabia en sí de contento al ver tan cumplidamente acreditada la eficacia de su talisman. «Ya en fin, decia, voy á pasar una vida tranquila, pues que tengo en mis manos la suerte de mis enemigos. Sábio hijo de Abou Agib, ¿qué recompensa podré ofrecerte por tan señalado beneficio?
– Las necesidades de un anciano y un filósofo son muy simples y reducidas: proporcionadme, ó rey, los medios para convertir mi caverna en un retiro habitable, nada mas deseo.
– He aquí la modestia del verdadero sábio,» esclamó Aben-Habuz interiormente, muy satisfecho de lo moderado de la peticion; y llamando á su tesorero, le mandó que entregase á Ibrahim todas las sumas que le pidiese, ora para acabar de construir su retiro, ora para amueblarle.
El astrólogo hizo abrir en la peña muchas piezas que formaron una habitacion contigua á su salon mágico; luego las amuebló con ricos canapes y soberbias camas, y cubrió las paredes de hermosas colgaduras de damasco. «Soy viejo, decia; mis huesos no pueden ya descansar sobre un lecho de piedra; estas paredes son húmedas y es preciso vestirlas.»
Dispuso tambien se construyesen unos baños, provistos de toda especie de perfumes y aceites aromáticos. «Porque los baños, decia, son necesarios para combatir la estenuacion de la edad, y restituir la morbidez y la frescura á un cuerpo fatigado por el estudio.»
Hizo colgar en todo el edificio una multitud prodigiosa de lámparas de plata y cristal, en las cuales ardia un aceite odorífero, cuya receta habia encontrado en los sepulcros egipcios, el cual tenia la propiedad de arder sin consumirse, y despedia un apacible resplandor. «La luz del sol, decia el astrólogo, es demasiado viva y fuerte para los cansados ojos de un pobre viejo; la de la lámpara es la que conviene para los estudios de un filósofo.»
Entre tanto el tesorero de Aben-Habuz iba ya regañando al entregar las sumas, que cada dia se le pedian para acabar el retiro, hasta que al fin dirigió sus quejas al rey.
«Está empeñada mi palabra real, dijo Aben-Habuz encogiéndose de hombros, y no hay sino prestar paciencia. Ese viejo quiere imitar en su retiro filosófico lo que vió en lo interior de las pirámides y en los vastos edificios de Egipto; mas todas las cosas tienen un término, y el mueblage de la caverna tendrá sin duda el suyo.»
No se engañaba el rey; por fin se concluyó el retiro, y quedó formado un palacio subterráneo de inaudita magnificencia.
«Ya estoy contento, dijo Ibrahim Eben Abou Agib al tesorero; ahora voy á encerrarme en mi celda y á consagrar todo mi tiempo al estudio. Nada deseo ya sino una friolera; una pequeña distraccion para llenar los intervalos de mis tareas abstractas.