Kitabı oku: «Ronaldo: Un genio de 21 años», sayfa 3

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CAPÍTULO 3
Macumba

En el colegio, las cosas no marchaban tan bien para Ronaldo. Le costaba bastante asimilar técnicas básicas de lectura y escritura. En realidad, no le importaban lo más mínimo. Nunca fue un chico problemático, sino más bien un soñador cuyas fantasías estaban plagadas de imágenes de sí mismo jugando al fútbol en el Flamengo o marcando tres goles consecutivos en el estadio de Maracaná.

Aquellos sueños le devolvían a la realidad de la escarpada ladera y a los partidos con niños de todas las edades después de clase. A veces incluso faltaba al colegio toda la tarde para ir a pelotear con niños mayores.

“No quería que Ronaldo jugara al fútbol. Intenté persuadirle, pero era su auténtica pasión. No me resignaba a aceptar que lo único que interesaba a mi hijo era el fútbol”, recuerda Sonia.

“¿Qué tipo de futuro le esperaría? Cuando empecé a sorprenderle jugando a la pelada (fútbol callejero) cuando en realidad tendría que estar en el colegio, me di cuenta de que había perdido la batalla”, se lamenta.

Fuera del campo de fútbol, Ronaldo no imponía ni mucho menos tanto como dentro de él. Su primo Fabio Shine comenta que “Ronaldo era tímido y reservado. Incluso un tanto asustadizo. A veces parecía como si su única forma de expresarse fuera jugando al fútbol”.


La magia negra o macumba, como se conoce en Brasil, desempeña un papel fundamental en las vidas de muchos de los habitantes más pobres de Río. Algunos la consideran una forma de huir de una situación de pobreza extrema, mientras que para otros, el extraño mundo de los hechiceros y de lo oculto constituye la base de prácticas religiosas esenciales.

En el caso de la familia de Ronaldo, la macumba no era algo fundamental, aunque sí tenía cierta importancia en sus vidas. Sonia era una persona extremadamente supersticiosa y, aunque era una católica comprometida, sus amigos y familiares de Bento Ribeiro solían incluirla en sus actividades espirituales.

Calango, amigo de la infancia de Ronaldo, recuerda que “la macumba formaba parte de la vida cotidiana. No había nada extraño en ello. La superstición es una de las principales preocupaciones de los pobres; viene a ser una especie de consuelo. Les hace tener algo importante a que aferrarse en la vida”.

Los extraños acontecimientos que estaban ocurriendo en el hogar de los Lima preocupaban enormemente a los primos y amigos de Ronaldo. Su primo Fabio Shine, explica que “la familia de Ronaldo creía en la macumba y en cosas por el estilo, y a veces celebraban sesiones y ceremonias de magia negra”.

En cierta ocasión, Ronaldo salió corriendo de su casa completamente aturdido como consecuencia de la ceremonia de ocultismo que se estaba celebrando en su casa. Se llegó incluso a decir que estaban sacrificando gallinas. Su primo Fabio añadió que “Ronaldo estaba asustado por lo que veía, pero a medida que se fue haciendo mayor, llegó a aceptar el hecho de que su madre y sus familiares consideraran absolutamente normal creer en brujería y en cosas similares. Ronaldo parecía querer y necesitar la protección constante de su madre. Como su padre apenas estaba en casa, buscaba el apoyo de su madre continuamente”.

En otra ocasión, Sonia resultó gravemente herida en un accidente en el restaurante en el que trabajaba. Las quemaduras que sufrió fueron tan graves que tuvieron que injertarle piel. Al llegar a su hogar, algunos de sus familiares acudieron a un hechicero en busca de ayuda para que echase de la casa a los malos espíritus que en teoría habían provocado el accidente.

Los amigos y primos de Ronaldo le consideraban un tanto llorica, una faceta de su carácter que han podido corroborar sus compañeros de equipo hasta la fecha. “Ronaldo se echaba a llorar con facilidad si no lograba algo o si le invadía el miedo”, añade Fabio. “Sin embargo, cuando jugaba al fútbol, cambiaba de personalidad y se transformaba en un hombre de verdad”.

El fútbol consiguió mantenerle alejado de los delitos atroces que ocurrían a la vuelta de la esquina.

En cierta ocasión, la policía armada decidió hacer una redada en la calle en la que vivía Ronaldo. Arrastraron a un grupo de supuestos traficantes hasta el sucio furgón y les golpearon con las culatas de sus rifles. Después, según la versión de los lugareños, tres agentes se llevaron a un traficante de 16 años a la parte trasera de un cuartel de policía cercano, donde guardaban un tanque de ácido. A continuación, comenzaron a hacer apuestas para ver cuánto tardaba el joven en disolverse.

Los niños de las favelas estaban expuestos a grandes humillaciones. En el estacionamiento del McDonald’s más cercano a Bento Ribeiro, los niños ricos se dedicaban a conducir sus grandes coches y lanzar patatas fritas por las ventanillas para observar cómo se abalanzaban sobre ellas los niños de la calle y se enzarzaban en grandes peleas con tal de conseguir los diminutos restos de comida.


Ronaldo no recuerda el marcador del primer partido de fútbol al que le llevó su padre, aunque no ha podido olvidar el ambiente que allí se respiraba, en el estadio de Maracaná de Río que, hasta la fecha, sigue ostentando el récord mundial de asistencia: 199.584 personas en un solo partido.

Ronaldo y Nelio fueron a presenciar lo que prometía ser un derby intenso entre el Flamengo, equipo local, y el Vasco. Padre e hijo avanzaron con dificultad por las calles abarrotadas de Río después de haber tomado un tren y dos autobuses para llegar hasta el estadio más grande del mundo.

Es cierto que era enorme, pero parecía más bien un mastodonte viejo y destartalado en vez de un complejo deportivo de los años 80.

Lo primero que llamó la atención del joven Ronaldo fue el aspecto ruinoso del estadio; no era más que una masa enorme de cemento con un techo. De hecho, le había impresionado mucho más de lejos: el contraste con los astilleros y los edificios de su alrededor situaba al estadio en una perspectiva digna de su categoría. En las proximidades del estadio había decenas de puestos desvencijados sobre las aceras, en los que se vendían perritos calientes kilométricos.

El Maracaná fue construido para el Mundial de Fútbol de 1950 y, a partir de ese momento, estuvo plagado de contratiempos desafortunados. En el segundo partido que albergó, un jugador yugoslavo llamado Mitic se resbaló y se abrió la cabeza con una viga que estaba al descubierto.

El récord de 199.584 espectadores se produjo en la final del Mundial de Fútbol de 1950, en el partido entre Brasil y Uruguay. En 1969, acudieron 183.341 espectadores a un partido preliminar del Mundial de Fútbol entre Brasil y Paraguay.

El joven Ronaldo no pudo olvidar algunos rasgos curiosos del estadio, como los túneles gemelos (uno para cada equipo) y un foso seco, suficientemente profundo como para frenar cualquier intento insensato de invadir el terreno de juego.

Nelio permitió a Ronaldo que se llevara un tambor, que éste no cesó de golpear durante el transcurso del partido. Su padre sorbía una botella de chopp y, entre trago y trago, ambos proferían una retahíla de insultos, desde comentarios despectivos acerca de la madre del árbitro, hasta otros relativos a las habilidades del portero del equipo contrario. Entre improperio e improperio, padre e hijo vitoreaban el nombre del Flamengo con todas sus fuerzas.

El partido en el Maracaná marcó también el principio de la obsesión de Ronaldo por Zico, jugador que por aquel entonces era considerado el mejor futbolista del mundo. Padre e hijo fueron testigos de cómo Zico condujo al Flamengo a la victoria sobre el Vasco da Gama. Años después, Ronaldo comentó que “Zico era increíble, mágico, impresionante”.

Ronaldo recuerda que “todos los niños tienen un héroe y Zico era el mío. Aún sigo considerándole el mejor. Intento copiar todos sus movimientos. Todo lo que hacía sobre el terreno de juego era espectacular.

“Era enormemente habilidoso. Estudiaba bien sus jugadas y después intentaba imitarlas. Pero me acabé dando cuenta de que sólo podía llegar a ser lo que yo era”.

Ronaldo pasó el Mundial de México 86 pegado a la pantalla del televisor. Desgraciadamente, Zico falló un penalti contra Francia que le costó a Brasil su acceso a la Copa. Ronaldo no ha cesado de darle vueltas a la jugada. Sigue convencido de que Zico ha sido el jugador que mejor ha lucido la camiseta de la selección, aunque no logra olvidar cada instante de aquel fallo desgarrador.

Con el Mundial de Fútbol, los habitantes de Bento Ribeiro lograban evadirse momentáneamente de la miseria y las penurias de la vida en la favela. Durante esas semanas, lo único importante era la gloria de los jugadores nacionales.

En 1986, Ronaldo, que por aquel entonces contaba nueve años, lloró desconsoladamente cuando su héroe falló el penalti. Recuerda que “en 1986 teníamos el mejor equipo, pero perdimos a penales contra Francia. Lloré con una rabia que sólo he vuelto a sentir cuando murió Ayrton Senna”.

Poco después del Mundial de Fútbol de 1986, Ronaldo se unió al Valqueire, un equipo infantil local. Tenía nueve años, los dientes salidos y era terriblemente tímido a la hora de mantener una conversación, aunque en cuanto pisaba el campo, se transformaba.

Ronaldo y sus amigos de la favela decidieron presentarse juntos a las pruebas para entrar en el Valqueire sub 10. Sin embargo, Ronaldo salió tarde de casa y llegó cuando las pruebas estaban a punto de acabar. El único puesto que quedaba vacante en el equipo era el de portero, un puesto que ningún niño de favela estaba dispuesto a aceptar.

A Ronaldo no le importó con tal de tener la oportunidad de jugar al fútbol, deporte que ya se había convertido en su religión: lo era todo para él. A pesar de la pobreza y de las dificultades que atravesaba su familia, este deporte le hacía feliz y le llenaba. Incluso Sonia comenzó a hacer caso de las predicciones de su hijo Nelio, que vaticinaba que Ronaldo acabaría convirtiéndose en una estrella del fútbol.

El entrenador de Ronaldo en el Valqueire, Fernando dos Santos, le sacó de la portería después de que el equipo sufriera una racha de lesiones. Ronaldo resultó ser un delantero tan eficaz que nunca volvieron a colocarle en el puesto anterior.

Sin embargo, Ronaldo estaba comenzando a faltar tanto a clase que su madre tuvo que empezar a acompañarle cada mañana y esperar durante al menos una hora ante las puertas del colegio para asegurarse de que su díscolo hijo no se escapaba del recinto.

Ronaldo decidió cambiar de táctica: esperaba hasta el primer recreo y después desaparecía hasta el improvisado campo de fútbol más cercano. En una serie de ocasiones, divisó a su madre y se escabulló por una puerta trasera para evitar ser descubierto.

En las pocas ocasiones en que asistía a clase, Ronaldo se dedicaba a pintar dibujos de futbolistas y a soñar despierto: se imaginaba que jugaba en uno de los mejores equipos profesionales.

Realmente sentía que su vida estaba predestinada. Más tarde comentó que “sentía que el fútbol era mi vocación profesional, el papel que tenía que desempeñar en la vida: jugar al fútbol y entretener a los demás”.

(Unos años después, le preguntaron si esa afirmación era comparable con el típico comentario de Roberto Baggio cuando se comparaba a sí mismo con Miguel Ángel o Leonardo da Vinci.

Ronaldo respondió: “¿Con quién? Nunca he oído hablar de ellos”.)

Al igual que muchos de sus amigos, el desarrollo físico de Ronaldo comenzó a una edad increíblemente temprana. A los diez años contaba ya con unas piernas fuertes y musculosas resultado de las miles de horas que había practicado durante todas aquellas semanas. Tenía también el torso muy desarrollado para un chico de su edad. Su constitución física le ayudaba a marcar goles durante los partidos, pero también le hacía parecer mayor que los niños de su edad. Lo que sí resulta realmente sorprendente, por tratarse de un niño tan tímido, torpe y de aspecto tan corriente, es la edad a la que Ronaldo besó a la primera chica. Como dijo años después sin tener en cuenta las implicaciones que podía tener el comentario, “no fue con lengua ni nada. Fue simplemente un beso en la boca, pero fue un beso de los de verdad”.

Lo más preocupante era que algunos de los amigos y conocidos de la edad de Ronaldo ya estaban tomando drogas. El crack era la droga más utilizada entre los niños de las favelas, que a menudo vendían sus cuerpos a cambio de estupefacientes. El fútbol se presentaba como la única alternativa sana.

En 1988, a los 11 años, Ronaldo se unió a un equipo local de fútbol sala, el Club Social Ramos. El entrenador del equipo, Alirio Jose de Carvalho, insiste en que era un jugador que no sobresalía de la media. Sin embargo, reconoce que “lo que hacía tan especial a Ronaldo era su actitud. Era como si procediera de la luna. Ni le molestaba nada ni le impresionaba nadie”.

Pronto se convirtió en el máximo goleador de la liga juvenil de la ciudad y, en un partido memorable contra el Club Municipal, marcó once de los doce goles de su equipo. En total, metió 166 goles en esa temporada.

El fútbol era también una forma de escapar de los problemas familiares. Sus padres se separaron cuando él tenía once años, pero Ronaldo intentó por todos los medios que el tema no le afectara, volcándose de lleno en el deporte rey. Sin embargo, la realidad le asaltaba cuando regresaba a casa por la noche y su padre no estaba allí.


Justo después de su decimotercer cumpleaños, Ronaldo fue convocado a las pruebas de selección del mundialmente conocido Flamengo. Era un sueño hecho realidad, puesto que ese era el equipo en el que más le apetecía jugar.

El Flamengo era el equipo más famoso del país y, por tanto, también de Sudamérica. Su mascota, el urubu, era una especie de buitre negro escuálido que podía ser visto casi siempre sobrevolando las favelas.

La familia de Ronaldo pidió al equipo que le pagara el billete de autobús si pasaba la prueba, puesto que le llevaría casi una hora llegar hasta la sede del Flamengo. El club se negó, rechazaron a Ronaldo en el equipo y le mandaron de vuelta a casa: se le partió el corazón. Más tarde reconoció que “fue el peor día de mi vida. No recuerdo haberme sentido nunca tan desgraciado”.

En muchos sentidos, Ronaldo culpaba a su padre por no haber sido aceptado en el Flamengo, al creer que si éste no hubiese abandonado a su madre, quizás habrían encontrado la forma de reunir el dinero necesario para pagar el billete de autobús.

Sonia recuerda cómo el joven había llegado a casa envuelto en lágrimas. “El problema es que no podíamos permitirnos pagar el billete de autobús. Estaba deshecho”.

De hecho, Ronaldo sigue pensando que la peor decepción que ha sufrido en toda su vida, incluido el Mundial de Francia 98, fue la negativa del Flamengo.

Sin embargo, también había otro motivo por el que lloraba. Mientras estaba esperando para colarse en un autobús, dos jóvenes se le acercaron y le robaron su reloj de 20 dólares antes de propinarle una paliza. Realmente fue el peor día de su vida.

Durante las semanas siguientes a la negativa del Flamengo, Ronaldo se estuvo planteando seriamente olvidarse del destino que había escogido. Sin embargo, sus continuos fracasos en el colegio y su desesperación por escapar de la favela le impulsaban a practicar sus habilidades futbolísticas con mucho más ahínco.

Poco después, se presentó a las pruebas del São Cristovão, un club que estaba mucho más próximo a su casa. Le habían recomendado el entrenador del Club Social Ramos, Alirio, su hijo Leonardo, Alexandre Calango y Zé Carlos. Todos ellos recuerdan a Ronaldo por sus botas de fútbol llenas de agujeros.

El siguiente Mundial de Fútbol de 1990, en Italia, resultó ser tan estresante como los anteriores para el joven de 13 años. Aún vivía en Bento Ribeiro y, como siempre, la fiebre del fútbol afectaba a toda la nación. Incluso se adornaron las favelas con banderas auriverdes para la ocasión.

Ronaldo, sus primos y unos cuantos amigos se reunieron en la casa con el televisor más grande de la zona para ver el decisivo partido entre Brasil y Argentina, su eterno rival. Compraron refrescos y un gran suministro de patatas fritas.

Brasil tenía todas las de ganar ese año, pero, a pesar de dominar el partido, sufrió una estrepitosa derrota. Cuando el árbitro pitó el final del partido, Ronaldo rompió a llorar y los chicos se dirigieron a sus hogares cabizbajos. En términos brasileños, fue un “desastre nacional”,

En esta misma época, el padre de Ronaldo intentó reanudar las relaciones con su hijo, del que se había distanciado en los últimos tiempos. Se había dado cuenta de que Ronaldo estaba a punto de convertirse en un futbolista de gran éxito. Nelio tenía las piernas tan cortas y delgadas que era imposible imaginarse que ambos fueran padre e hijo. Nelio siempre ha atribuido esta diferencia a que “Ronaldo pasó una infancia mejor que la mía”.

A pesar de sus problemas con el alcohol y las drogas, Nelio no dejaba de ser un hombre astuto y perspicaz que puso todo su empeño en trasmitir estas cualidades a su hijo.

Hoy en día, Nelio sigue insistiendo en que fue él quien enseñó a Ronaldo la importancia de la fortaleza psíquica. Se rumorea que, incluso antes de que Ronaldo cumpliera 14 años, su padre estaba decidido a no desvincularse de la carrera de su hijo por motivos evidentes.


ACTO II:
EL BUENO, EL MALO Y EL FEO

“Yo, como futbolista, ni si quiera le llegaba a la suela de los zapatos. Como mucho, heredó mi pasión por el fútbol. ¿Su clase? No, eso es un regalo del cielo.”

Nelio, padre de Ronaldo

CAPÍTULO 4
Buitres hambrientos

El São Cristovão era un club anclado en la tradición, que cierto momento de su historia llegó a poner en peligro el dominio de gigantes como el Flamengo, el Vasco da Gama, el Fluminense y el Botafogo. Pero eso fue en 1926 y, desde entonces, no se había vuelto a acercar a esta época gloriosa.

De hecho, el declive del São Cristovão iba de la mano del deterioro vertiginoso del vecindario en el que se encontraba. Se había convertido en un equipo de pobres para pobres, que sobrevivía gracias al afecto y a los favores de hombres de negocios o patrocinadores de poca monta. La entrada del club aún conservaba una vieja placa clásica con la inscripción “São Cristovão Football Club”.

Junto a ella, el escudo de armas blanco y negro del equipo, igualmente bonito.

Unas escaleras de cemento cubiertas de graffiti daban paso al comedor y, más arriba, a la sala de trofeos. No se había reformado el lugar desde los días lejanos del período de entreguerras.

No había sauna, jacuzzi ni gimnasio. Por la ducha salía una especie de hilillo marrón de agua. El objeto mejor conservado del vestuario era una estatua de la Virgen María.

El 12 de agosto de 1990, Ronaldo jugó su primer partido con el São Cristovão. Marcó tres goles al Tomazinho en el partido que su equipo ganó por 5-2, pero el entrenador Ary Ferreira de Sa no se dejó impresionar sobremanera por el muchacho de 13 años.

“Era tan rígido, tan poco elegante... Bien es cierto que conseguía abrirse paso a trompicones con el balón, pero más bien parecía objeto de la suerte. Me gustaba mucho más el futbolista que jugaba adelantado junto a él, Calango”.

Ronaldo marcaba cada vez más goles y Ary le consentía todo tipo de caprichos para mantenerle contento. Le regalaba comida, zapatos y billetes de autobús, que a menudo pagaba de su propio bolsillo o de las arcas del club. Pronto se hizo evidente que los padres de Ronaldo eran incapaces de pagar nada.

En una ocasión, Ronaldo le rogó literalmente a Ary que le comprara unas botas Nike. El entrenador negó lentamente con la cabeza y le contestó a su jugador estrella: “Joder, Ronaldo, ni siquiera puedo permitirme comprárselas a mi hijo”.

Pero Ronaldo no se rindió y durante el mes siguiente no paró de pedirle al entrenador que le consiguiera un par gratis.

“Era muy típico de Ronaldo: solía encapricharse con cosas como las botas”, comenta Ary. “En una ocasión llegó hasta el punto de pedirme que le comprara un par a él y otro a su amigo Calango”.

Al final, uno de los directivos del club compró un único par de botas que ambos jugadores se turnaban en cada partido.

En el São Cristovão, Ronaldo se ganó también un nuevo apodo, “Mónica”, en alusión a un personaje brasileño de dibujos animados con dientes enormes. “Mónica era una brujilla con temperamento de hierro”, recuerda Ary. “Ronaldo era como una gota de agua”.

Desgraciadamente, Ronaldo pronto ganó fama entre los entrenadores del club de ser ‘un tanto pedigüeño”.

“Siempre estaba pidiendo algo, frotándose los dedos. Dinero para el almuerzo, para las botas, para cualquier cosa”, recuerda uno de los entrenadores del equipo. “Se lo pedía a cualquiera: a otros niños, a los directivos e incluso a los aficionados. No tenía nada de dinero y se veía en la obligación de pedírselo a otros”.

Durante los entrenamientos, Ronaldo intentaba todo lo habido y por haber para evitar hacer cualquier ejercicio cansado. Un día, cuando el equipo estaba en el campo de entrenamiento, Ronaldo se escondió tras un árbol para saltarse la tabla de gimnasia.

Sin embargo, los entrenadores del São Cristovão no se daban cuenta de que la reticencia de Ronaldo a los entrenamientos se debía en parte a los graves problemas de respiración que había arrastrado toda la vida. Respiraba sólo por la boca y, como señaló un ortopedista, se trata de “la peor forma de respirar. Origina problemas de suministro de oxígeno al cerebro y a los músculos. Al respirar por la nariz, el aire se filtra y llega en mayores cantidades a los pulmones, lo que mejora el rendimiento del cuerpo”.

Cuando Ronaldo saltaba al terreno de juego, todos olvidaban su comportamiento poco convencional. En un partido de juniors contra el Flamengo, Ronaldo recibió el balón junto a la línea de banda. Dribló a seis jugadores mientras avanzaba por el campo contrario y después metió un gol perfecto desde unos catorce metros de distancia. La jugada ocurrió en nueve escasos segundos.

Ronaldo aprendió mucho acerca de la realidad futbolística durante su etapa en el São Cristovão. Y es que, por mucho que pudiera parecer que Brasil sería el último lugar del mundo en el que se daría una carencia de fútbol ofensivo, lo cierto es que el deporte nacional llevaba años guiándose por tácticas equivocadas.

La falta táctica conocida como matar o jogo (parar el juego) era muy frecuente en el fútbol brasileño: cuando un equipo perdía la posesión del balón, uno de sus compañeros cometía una falta para permitir que sus compañeros de equipo se reagrupasen. Otra táctica sofisticada de parar el juego consistía en que varios de los jugadores del mismo equipo se fuesen turnando en hacer faltas al jugador más peligroso del equipo contrario, evitando así que hubiese un único marcador y reducir el riesgo de expulsión del jugador en cuestión.

Ronaldo fue evolucionando como futbolista en este ambiente. Y no hablemos de las excéntricas normas disciplinarias según las cuales, acumular tres cartulinas amarillas era motivo de suspensión inmediata, mientras que con una roja se enviaba al jugador al tribunal disciplinario que, a su vez, le perdonaba o posponía la suspensión.


No hubo ningún defensa en el mundo, ni siquiera Bobby Moore,que consiguiera domar durante un partido completo al brasileño Jairzinho, ganador del Mundial de Fútbol de 1970. Marcó goles en todos y cada uno de los partidos que jugó con su equipo, la legendaria selección brasileña ganadora del Mundial de Fútbol de dicho año. Sin embargo, muchos piensan que esta estadística no hace justicia a la magnificencia de las habilidades de Jairzinho, un auténtico ‘predador’ que daba maravillosas asistencias. Por tanto, a nadie le sorprendió que más de 20 años después se dedicara a buscar talentos por las favelas de Río, principalmente, en busca de futuras estrellas del fútbol.

El Jairzinho del pasado se parece, en muchos sentidos, al Ronaldo del presente: las fotografías de un Jairzinho sin camiseta en el campo de entrenamiento de Brasil en 1970 muestran un torso musculoso que hace juego con unas piernas potentes. En las pruebas de velocidad, demostraba ser el hombre más veloz del equipo en 50 metros.

En 1990, Jairzinho demostró guiarse por un muy buen olfato cuando el joven Ronaldo, de 13 años, pasó del Club Social Ramos al São Cristovão, donde Jairzinho ayudaba de cuando en cuando a entrenar a los jugadores junior.

Tras haber observado a Ronaldo en dos únicas ocasiones, Jairzinho se puso en contacto telefónico, antes del final del segundo tiempo, con dos jóvenes exbanqueros que estaban haciendo sus primeras incursiones en el mundo del fútbol en calidad de agentes.

Alexandre Martins y Reinaldo Pitta reaccionaron rápidamente a la sugerencia del veterano Jairzinho y fueron al São Cristovão a ver jugar al joven.

Los agentes quedaron absortos con el juego que desplegó Ronaldo: el joven marcó cinco goles a favor de su equipo en un partido que ganaron por 9-1. Cierto es que acababan de abandonar la Bolsa de Valores de Río, pero no necesitaban saber mucho de fútbol para reconocer el potencial de Ronaldo.

“En seguida supimos que podría ser diferente del resto de los jugadores”, admitió Pitta unos años después.

La imagen de Ronaldo jugando al fútbol auguraba millones de dólares. Iba a ser un negocio mucho más lucrativo que cualquier otro en los que habían participado con anterioridad.

Poco tiempo después, los dos hombres hicieron un primer acercamiento a Ronaldo por mediación de su padre, al que propusieron comprar al São Cristovão la licencia de Ronaldo por 7.000 dólares, y le ofrecieron una comisión. El club, escaso de recursos económicos, aceptó a regañadientes vender a su mejor baza por menos de lo que costaba comprar un coche nuevo. Nelio estaba encantado. A continuación, los agentes Pitta y Martins sugirieron que Ronaldo abandonara las clases para dedicarse de lleno al fútbol. Tan sólo contaba 14 años.

Martins y Pitta parecían dos banqueros de éxito intentando aparentar un aspecto informal. Vestían vaqueros bien planchados con chaquetas Armani y sólo se ponían sus trajes de 1.000 dólares cuando se proponían negocios serios. Inmediatamente, firmaron con Ronaldo un contrato de diez años, que era casi imposible de romper gracias a una cláusula de rescisión por valor de millones de dólares. En el contrato, se obligaba a Ronaldo a pagar a los agentes un 10% de cualquier contrato que firmase durante ese período de diez años incluso si ellos no participaban en las negociaciones. En el trato se especificaba también que los gastos de representación de los agentes correrían a cargo de Ronaldo.

En una cláusula del contrato se llegaba a especificar que los dos agentes se reservaban el derecho a “manipular de forma pertinente la imagen pública y privada de Ronaldo, su nombre y sobrenombre, y a percibir una parte de lo recaudado gracias a fotos de la estrella o a cualquier otra forma de promoción”. El contrato garantizaba también que Ronaldo no firmaría ningún acuerdo sin la autorización previa de ambos agentes. En caso contrario, tendría que pagar elevadas multas que ascenderían a cientos de miles de dólares.

“Básicamente, habían comprado los derechos de Ronaldo como persona”, explica un agente deportivo. “No le permitían prácticamente ni respirar sin el consentimiento de sus agentes”.

Pero el aspecto más inquietante del trato era que Ronaldo necesitaba recurrir a su padre para que firmase el contrato por ser menor de edad. Aparentemente, ni Ronaldo ni su padre habían acudido a terceras personas para pedir consejo.

Martins y Pitta fueron muy perspicaces al decidir no vender aún a Ronaldo al mejor postor, tal y como algunos habrían esperado. En su lugar, esperaron de brazos cruzados a que sus destrezas mejorasen y, a medida que fuese marcando más y más goles, fuese aumentando también su precio de traspaso.

El plan les salió que ni pintado cuando, en febrero de 1993, Ronaldo fue convocado para integrar el equipo sub 17 de Brasil en el Campeonato de Sudamérica en Colombia. Ronaldo fue una de las estrellas del torneo, así como el máximo goleador, con ocho goles. El rumor de que había nacido una estrella se difundió rápidamente. Los agentes Martins y Pitta permanecieron a la espera, mientras el contador de dólares iba subiendo. Sabían que tenían la gallina de los huevos de oro.

Mientras, el cazatalentos Jairzinho se quejaba por no haber recibido nada como descubridor del chico que se acabaría convirtiendo en el futbolista más conocido del mundo. De hecho, no había mucho que repartir de los 7.000 dólares, por lo que los agentes prometieron a Jairzinho pagarle lo que merecía si sus planes se hacían realidad.

Los buitres comenzaban a merodear hambrientos en torno al pastel para conseguir unas migajas.